Capítulo 2: No enfades un espíritu oriental

El maldito no me había mentido, increíblemente. Al ver el acantilado que aún me faltaba por escalar casi deseaba que lo hubiera hecho. Debería haberlo pensado mejor. Había lanzado al medio del mar al único sujeto capaz de mantener una conversación en nórdico, no sin antes sacarle la localización del acantilado de Chie o como demonios se dijera. ¿Realmente? ¿Me deshacía del italiano para tener que lidiar con el japonés? ¡Ni siquiera sabía si eso era japonés teniendo en cuenta que era lengua kitsune! Bien, el nórdico se parecía a lo que los humanos llamaban lenguas eslavas pero de allí a saber sobre el idioma de los kitsunes había un largo camino que recorrer...

¿Qué tan dispuesta estaba a llegar a ese maldito sitio supuestamente sagrado? Contuve un improperio y tantee con un pie por el saliente más estable, empujándome hacia arriba para coger la punta de otra roca. El calor era agobiante, el sol tampoco ayudaba con sus brillantes rayos. El buen clima para navegar no era más que una maldición cuando se trataba de escalar roca desnuda. Maldito fuera el trópico de Cáncer por su cercanía. Si todo esto resultaba ser en vano mataría al sujeto que me había contado la historia en primer lugar.

Sin importar en cuántos sitios había estado, nadie parecía saber con exactitud un modo de hablar con los muertos o visitar el Helheim sin utilizar la vía rápida. Mi necesidad tenía un límite, nada ni nadie era tan importante como para que diera mi vida por ello. ¡Pero estaba segura que debía haber un maldito modo que no involucrara morir! En todas las culturas había al menos una historia sobre un gran y poderoso héroe que había logrado ir, en vida, a la tierra de los muertos y regresar. No era grande, y no era un héroe, pero estaba segura como el infierno que si existía un modo entonces lo encontraría.

Conocía la historia de mi pueblo como la hoja de mi cuchillo y había un cuento que hablaba sobre un sujeto que había logrado visitar el Helheim sin haber muerto. Odiaba ese sitio más que nada, y Hela era una verdadera perra, pero a pesar que me había dicho a mí misma que jamás volvería a poner un pie en ese sitio aquí estaba buscando un modo de lograrlo. El problema era que nadie parecía saberlo, y no quería recurrir a los practicantes de seid porque en ese caso matarme sería mejor. Morir por unos minutos tampoco era una maldita opción considerando que Hela no me dejaría partir una segunda vez, si siquiera lograba salir del Slid al intentarlo. Sin contar el diminuto asunto sobre engañar a la muerte, ya no tenía un guardián del tiempo para darme una mano con eso.

Contuve una maldición al tirar de mí hacia arriba, esta era la última vez que escalaba bajo alta temperatura. ¿Por qué oriente? No llevaba ni un mes aquí y ya quería quemar todas sus malditas islas. ¡Y aún me faltaba encontrar al líder de los kitsunes y hablar con este! El trabajo diplomático era mucho más exhaustivo de lo que parecía a simple vista. Como si no tuviera suficiente con la política de Rike, además debía lidiar con la política de otras especies al momento de confirmar su lealtad a mi sangre. ¿Tenía que empezar a explicar lo que había sido negociar con la Corte Seelie y la Corte Unseelie? ¡Las hadas eran más histéricas que los brujos con sus guantes! Merecía un maldito premio por haber llegado a un acuerdo con ambas cortes.

¿Leprechaun? Por supuesto, quinientos clanes o más. Nada como tener que buscarlos a todos y discutir. ¿No podían organizarse y tener un líder absoluto? Con los brownies la había pasado bien, adoraba a esas pequeñas cosas aunque deberían cambiarse su nombre por algo que no me hiciera pensar en chocolate. ¿Vampiros? Mejor no recordar el hecho que me habían hecho brindar con sangre para cerrar nuestro acuerdo, pero todo fuera por mi pueblo. Quizás los cambiaformas tuviéramos una mala fama por culpa de Loki, pero nuestra política exterior para acuerdos y tratados era bastante sencilla. ¿Qué más eficaz que unirse por el odio mutuo hacia un tercero? Sabía esgrimir mis palabras tan bien como mi espada, no había sido un problema confirmar mi lista de aliados.

Los nobles de Rike deberían de estar besándome los pies por todo el trabajo que estaba haciendo. ¿Quién más que yo sería capaz de llevar a cabo semejante odisea? Quería reír de solo imaginar a un noble intentándolo, ninguno tenía lo suficiente. No tenían el carácter para hacerlo. Las personas se equivocaban tanto al creer que gobernar era solo cuestión de sentarse a dar las órdenes. Tener el poder significaba estar dispuesto a hacer lo que fuera necesario por los demás, aunque eso implicara recorrer el maldito mundo para asegurar el trato con los otros seres. Realmente, no tenía idea de cómo haría para encontrar al líder de los kitsunes o soportar una reunión con este si apenas podía lidiar con los del tipo más bajo que había encontrado en bares.

De pronto escalar el acantilado más odioso del mundo se veía mucho más tentador a hacerles frente a los kitsunes. Sí, eran geniales compañeros de travesuras cuando querían y nuestros parientes lejanos por así decirlo pero eran un dolor en el culo cuando se ponían en modo psicológico contigo y mi mente estaba muy jodida como para que un kitsune no quisiera jugarme esa travesura. Y ellos estaban comenzando a superar mi de por si ya escasa paciencia. En estos momentos los kitsunes eran para mí como ese insoportable pariente que te pregunta por tu vida privada cuando ciertamente no quieres tratar el asunto.

La maldita piedra se desprendió bajo el peso de mi pie. Apenas tuve el tiempo de sacar el cuchillo de mi cinturón y clavarlo en la superficie para tener algo a lo cual aferrarme. Cerré los ojos mientras mis pies colgaban en el vacío, sintiendo el peso que levantaban mis brazos. Bendito cuchillo por ser indestructible y capaz de atravesar cualquier cosa. Maldita sea, cuando la propia naturaleza intentaba matarte sabías que estabas jodida. ¿Por qué me sucedían estas cosas a mí? ¡Le caía bien a Baldr! Eso tenía que contar de algún modo. ¿No? Salvo que los muertos no tenían jurisdicción en la tierra de los vivos, y de momento planeaba quedarme estancada en la segunda.

Respiré profundamente y me aseguré esta vez de poner mi pie sobre una piedra estable. Para el momento en que llegué a un sobresaliente lo suficientemente grande para echarme a descansar tenía ganas de mandar todo al diablo. Me eché de espaldas, intentando recuperar el aire mientras no dejaba de maldecir el maldito acantilado más inescalable del mundo. ¿Era inescalable una palabra siquiera? Considerando lo que me había costado llegar hasta aquí no me sorprendía que se dijera que el sitio era inalcanzable. ¡Ja, yo lo había logrado!

El cielo estaba tan despejado que me recordaba a la comunidad de los brujos. Sonreí sin poder evitarlo al sentir los cálidos rayos de sol sobre mi piel, quizás ese fuera el modo de Baldr de sonreírme. Tan solo deseaba que el Dios le estuviera haciendo pasar un buen rato al magister. Extrañaba a ese sujeto de un modo que jamás había extrañado a nadie. Al menos no podría decir que no estaba cumpliendo con su último deseo. Lo haría sentir orgulloso, sin importar cuánto me costara. Me ocuparía de cumplir su sueño aún si tenía que pasar el resto de mis días metida en tantos problemas.

Giré mi cabeza solo para ver la entrada de una cueva. Al menos el maldito de Kian no había mentido sobre esto. Aún no podía creer que el idiota se hubiera atrevido a decir mentira semejante, incluso superaba mi propio nivel de descaro. ¿Que él era el guardia personal de un Loksonn? No necesitaba a nadie para cuidar de mí. Yo era Nina Loksonn, había visto a la muerte cara a cara y me había reído, había estado en el maldito Helheim y amenazado a Hela para que me dejara partir, había logrado que oponentes temblaran por solo decir mi nombre. No necesitaba ningún estúpido guardia que servía más como historiador.

Había encontrado a Kian siete noches atrás en un bar, y además de mi urgente necesidad por una distracción teniendo en cuenta la tortura que resultaban los kitsunes, también había necesitado un experto local si estos últimos no estaban dispuestos a hablar tanto como quería. La fama de los kitsunes en cuanto a asuntos espirituales era bien conocida, sus tierras estaban llenas de supuestos puntos sagrados que no podían ser encontrados en ninguna otra parte. Por más loco que sonara, cuando había escuchado la historia sobre una cueva que tenía cualquier respuesta que necesitaras no había dudado en darle una oportunidad. Luego de lo que habían sido mis semanas pasadas, ya nada me sorprendía o me parecía loco del todo. Había podido rastrear el lugar por mi cuenta, pero había necesitado algún experto local para darme una posición más exacta. Allí entraba Kian, y salía cuando lo había abandonado en medio del mar.

¿Llegar a un lugar supuestamente inexiste e inalcanzable? Tachado de la lista. Me puse de pie, sintiendo el reconfortante peso del cuchillo en mi cintura y el suave tic tac sobre mi corazón. ¿Qué era lo peor que podía pasarme? Maldita sea, una vez había visto a James desnudo por accidente, problemas de compartir la misma casa durante años. Si había sobrevivido a eso podía sobrevivir a cualquier cosa. De hecho, si había superado aquello sin ninguna secuela psicológica de por vida ya nada de lo que viera en el resto de mis días podría espantarme.

Sinceramente, el interior de la cueva no estuvo a la altura de mis expectativas. ¿En serio? ¿Había soportado todo el rollo de lugar sagrado y místico con poderes más allá de la simple comprensión y con siglos de historia por un agujero oscuro de pura piedra? Había cuevas más bonitas en los terrenos más humildes de Rike. ¿Ni siquiera una piedra preciosa en los muros o grabados? Los kitsunes llevaban el asunto de simpleza a un nivel casi irrespetuoso para el valor que presumían de sus cosas. ¿Tanto escándalo por esto? Bastante decepcionante. Regla n° 57: los kitsunes no tenían nada de impresionante a pesar de su fama milenaria.

Y cuanto más me adentraba en la cueva, más decepcionante era. Piedra, oscuridad, un poco de humedad, nada remarcable. Ni siquiera un grupo de murciélagos atacándome al mejor estilo de película de terror. ¿Todo este esfuerzo para una cueva común y corriente? Olía a pólvora, eso tenía que cederlo. Las criaturas orientales y la pólvora eran peores que los humanos y su obsesión por ser el centro del universo. Mi visión se adaptó rápidamente a la oscuridad, lo suficiente para ver la línea de pólvora en el suelo y las dos piedras para encenderlas. ¿Y luego los cambiaformas éramos primitivos?

Tras dos intentos, logré volver a la era de piedra lo suficiente para conseguir una chispa. La línea de fuego se extendió hasta el final y una repentina ráfaga de viento me obligó a cubrirme los ojos con un brazo para protegerme de la tierra. Bien, dos puntos por el efecto dramático. Parpadee varias veces antes de poder comprender las palabras escritas en el muro delante de mí. Los supuestos espíritus del sagrado lugar kitsune sabían escritura nórdica, otro punto por eso y por las palabras que de la nada habían aparecido escritas. Lo admitía, historia verdadera. Los símbolos eran claros: NO ERES LA ÚNICA.

—¿En serio? —grité a nadie en especial—. ¿He escalado ese maldito acantilado por esto? ¿Es esta la tan necesitada respuesta? ¡No es más que un fiasco! ¿Qué demonios se supone que significa eso? ¡Ya sé que no soy la única sufriendo su muerte! ¡Hay dos hermanos sufriendo tanto como yo sin contar toda la comunidad de brujos! ¿Que no soy la única buscando un modo de recuperarlo o contactarlo? ¡También lo sé! ¿Para qué diablos me ha servido todo este viaje? ¡He roto mis uñas escalando el maldito muro de piedra hasta aquí! ¡Esta no es la maldita respuesta que estaba buscando!

Patee el suelo con furia. ¡Esto era una maldita estafa! ¿Tenía un segundo intento? Cerré los ojos, cuando los volví a abrir las palabras habían desaparecido del muro. Repetí el acto pero nada cambió. ¡No era justo! Sentí el escozor de las lágrimas por más que me contuve. Grité una maldición solo para conseguir que el suelo temblara y un pedazo del techo se desprendiera justo sobre mí. Salté a un lado pero no a tiempo para evitar el golpe de la roca gigante por completo, sin contar que la suerte tampoco estuvo de mi lado al momento de caer contra el duro suelo. Escuché el crujido antes de sentir el agudo dolor. Odiaba las fracturas.

Lo cogía, los espíritus se ofendían fácilmente ante el vocabulario inapropiado. Observé el feo ángulo de mi brazo mientras mi rodilla palpitaba por una lesión aún peor. Anotado, no cabrear a ningún ser inmaterial en oriente. Podrían haberme advertido al respecto. Conté los segundos pero el dolor no disminuyó para nada, esto no era normal. ¡Me curaba de lesiones peores en minutos! Si un cambiaformas normal podía ser degollado y curarse en minutos, como Loksonn bien podría perder un brazo y recuperarlo solo por sostenerlo en el lugar correcto como recolocar una pieza en un muñeco. Mientras no fuera plata, cualquier daño era efímero. ¡No era normal que estuviera tardando tanto en curarme!

Los malditos espíritus estaban haciendo esto. Tenía que salir de aquí. ¿Pero cómo demonios hacerlo si no podía moverme por mis lesiones? Mordí mi labio para soportar el dolor al momento de estirar mi brazo bueno y patear con mi pie menos dolido. Sentía como si todo mi cuerpo hubiera resultado dañado por esa caída. ¿Qué tan patético era eso? La gran Nina Loksonn, la flama que nunca debía dejar de arder, la sangre de su pueblo; completamente dañada por una tonta caída. En momentos así extrañaba a James con sus pociones milagrosas, y eso era mucho decir.

A pesar de la intensa agonía logré arreglármelas para arrastrarme fuera, al menos lo suficiente para echarme bajo el sol. No había modo alguno que pudiera ir más lejos en este estado. Quizás me merecía esto, quizás no era más que una mocosa malhablada e irrespetuosa... No, los espíritus locales no eran nada más que jodidamente sensibles y amargados que no podían ponerse en el lugar de otro. Había perdido a mi padre. ¿Era tan injustificado el hecho que insultara al no haber encontrado lo que deseaba aquí?

—Loki, entiendo que estés un poco ocupado. ¡Pero hazte respetar un poco! ¿Soy tu descendiente en vida y me tratan de este modo unos espíritus de cuarta sin nombre siquiera?

El Dios no podía hacer nada más que reír por mis palabras desde donde estaba atrapado, o maldecir por lo que se me había hecho si le importaba en algo a ese sujeto como creía que le importaba. Se había tirado ácido en el rostro para hacerme reaccionar y luchar por recuperar mi vida en vez de rendirme a la muerte, eso tenía que contar como que le importaba. Al menos el dolor disminuyó un poco aunque mi cuerpo parecía especialmente lento y perezoso para curarse en esta ocasión. Los segundos me resultaban eternos. Los espíritus estaban distorsionando el tiempo, y lo sabía porque el ritmo del reloj que colgaba de mi cuello era más lento. Estaba demasiado acostumbrada a la magia temporal, los espíritus tendrían que esforzarse más si planeaban utilizarla en mi contra.

Suspiré, con algo de suerte nadie nunca sabría de este incidente. Los rayos de sol se sentían bien sobre mi piel, sabía que Baldr era lo suficientemente un buen sujeto como para estar haciendo esto. Lo único que el Dios podía hacer por mí, obsequiarme días soleados. De pronto que el clima de Rike incluyera una gran cantidad de días soleados no era tan extraño. Por supuesto, nadie jamás me creería si decía que Baldr no creía que Loki lo hubiera asesinado y tenía un flechazo por el Dios de los problemas. ¿Quién era yo para hablar sobre con quién liarse?

Mi móvil comenzó a sonar, quien fuera que estuviera llamando podría esperar una eternidad si pretendía que respondiera. ¡No podía ni mover mi mano para cogerlo! Y había un dragón volando en el cielo... ¿Acaso mi suerte podía empeorar? Tan pronto como me pregunté eso la criatura comenzó a descender directo hacia mí. ¡No había sido un maldito desafío! Definitivamente, odiaba a los espíritus de este lugar. Odiaba las tierras orientales. Y odiaba mi maldita suerte. De hecho, me sorprendió que el dragón no me atacara o intentara comerme. ¿Se suponía que los de tipo oriental podían lanzar fuego? No algo que me preocupara considerando que había tenido quemaduras de dragón de niña durante mis años en Rike.

Era una cosa decente aunque no mi estilo. Los dragones orientales eran del tipo de los que los dragones de Rike se reirían, demasiado delgados y largos como serpientes atrofiadas. El clásico sujeto escuálido y desgarbado de la escuela. ¿Y en serio tenían bigotes? ¿Cómo podía tomar en serio a un dragón con bigotes? Además que no debía ser nada más que una cría a juzgar por su tamaño, apenas era más grande que un oso aunque tan delgado como un árbol. Pero tenía un precioso color jade y se echó a mi lado como si se tratara de un perro. Casi reí ante ese pensamiento. Me pregunté qué habría hecho cierto brujo de encontrarse en esta situación con un dragón amigable actuando como un perro.

—Si esperas que te rasque la panza tendrás que esperar, no puedo ni rascarme la punta de mi propia nariz que ahora ha encontrado un momento perfecto para picar —dije y sonreí cuando el dragón se echó a mi lado, apoyando su cabeza sobre sus pequeñas patas—. Has llegado tarde si querías encontrar al sujeto que es bueno con los animales, él hace tiempo que se ha ido y no he vuelto a saber.

El dragón me miró con lástima, casi como si supiera a lo que me refería o pudiera ver cómo me sentía al respecto. O quizás algún amigo dragón le había mencionado algo sobre el entusiasta guardián del tiempo que acompañaba a la princesa de los cambiaformas y tenía una debilidad por echarse al suelo a jugar con criaturas. Sinceramente, no tenía idea de si los animales pasaban chismes entre ellos aunque no me sorprendería que compartieran cosas así. No de él. Cualquiera recorrería el mundo solo para conocerlo.

—No eres el único decepcionado por eso. Tan solo encontró el valor un día para ir a enfrentar su presente, y no lo volví a ver luego. Intento ser optimista al respecto, creer que todo salió bien y por eso no recuerda la paradoja que creó. O tal vez es un idiota que se olvidó de hacerme saber que está bien, o anotó mal el tiempo para avisarme. ¿Quién sabe? Está loco. Tal vez ahora está en su hogar, mucho tiempo adelante, jugando con su cachorra de Fenrir —dije y suspiré—, con su esposa a su lado. Eso sería lindo de creer. ¿Verdad? La vida es extraña, puedes ser feliz por otro al mismo tiempo que sangras por dentro. Pero él era feliz la última vez que lo vi, y eso es todo lo que importa. ¿No? No puedo permitirme ser egoísta, mi pueblo es más importante que cualquier deseo de mi parte.

Mi móvil volvió a sonar pero lo ignoré, no me encontraba en posición para responder. ¿Qué tan bajo había caído para hablar de mi vida personal con un dragón desconocido? ¡Podría esparcir el rumor entre sus compañeros dragones! O el sol había comenzado a freír mi cerebro. De todos modos, la presión sobre mi pecho disminuyó al decir esas palabras en voz alta en vez de callarlas.

—Me gustaría poder ser egoísta —admití—. Me gustaría poder renunciar a mi nombre con tanta facilidad. Me gustaría haberlo retenido más tiempo, pero temo que no soy de ese tipo de personas. Esos pocos días, se sintieron como una eternidad para mí, quizás por el hecho que es difícil llevar la cuenta cuando no vives de un modo lineal. Y Loki sabe que lo extraño, y se debe estar retorciendo de risa por escucharme decir estas palabras sobre un brujo. Pero no me arrepiento de un solo momento. Puedo intentar hacer que el futuro sea feliz para él. El tiempo está muy equivocado si cree que puede decidir por mí. Haré lo que quiera, y viviré cuanto decida. Mientras tanto, sonreiré ante los recuerdos. Ese es mi modo de soñar si no puedo hacerlo mientras duermo.

El dragón me miró con sus pequeños ojos amarillos. Posiblemente no entendiera una palabra de lo que había dicho, dudaba mucho que hablara nórdico y yo no hablaba ninguna lengua local. Había escuchado historias sobre reyes de Rike con dragones como mascotas, debía ser genial hacer una señal e incinerar a tus enemigos enseguida. Aunque tampoco era como para caer en plan demente al estilo Khaleesi gritando ser la madre de los dragones. Eso era cruzar una línea. No podías ir por allí gritando semejante locura y pretender que te tomaran en serio.

Suspiré, el dragón no tendría problemas en comprender mi mala relación con los kitsunes últimamente luego de lo que acababa de admitir. Malditos seres. ¿Qué les daba derecho a hacerse pasar por otros? No existía nada más bajo que el robo de identidad, no era como si eso no estuviera también en mi lista de crímenes. Y los kitsunes eran unos desgraciados sin nada mejor que hacer que cogerla contra mí. Deberían estar agradecidos de mi autocontrol al no haber matado ninguno todavía, todo fuera por la diplomacia.

—Sí, sería lindo que la vida fuera tan sencilla. Pero no soy nada más que una princesa sin corona, que no puede pisar su tierra natal porque allí es donde encontrará la muerte, que evita a los nobles que se supone que le sirven porque estos me arrastrarían a casa solo para obligarme a tener descendencia, y que considera a un brujo muerto su padre —dije y sonreí—. ¿Es eso lo que quieren escuchar espíritus? ¡Allí la tienen! ¡Y espero que sepan que su respuesta no me sirve de nada!

¿Por qué demonios los seres con fama de sabios insistían en decir cosas incomprensibles? Esas palabras de poco me servían. Prefería intentarlo por mi cuenta de nuevo con el asunto de Aquiles siendo más lento que una tortuga. Aunque, físicamente hablando, Aquiles no era más lento que una tortuga. Era cuestión de perspectiva. Como al lanzar una piedra a un estanque. Un cambio diminuto en la superficie del agua alteraba todo, como el mismo tiempo, y... Oh, demonios, todos los malditos seres milenarios no podían pensar del mismo retorcido modo.

Me levanté apenas me fue posible, ignorando las intensas quejas de dolor de parte de mis extremidades. Mi cuerpo siempre decidía jugar a ser una diva en los momentos menos oportunos. Tenía que alejarme de aquí cuanto antes. Observé el borde del acantilado y el mar demasiados metros debajo, no había modo alguno en que fuera a descender del modo lento. Mi cuerpo no lo toleraría, y mi paciencia se rompería primero. ¿Saltar? Oh, sí, tendría suerte si no perdía la cabeza por golpearme con una piedra. Miré al dragón un momento más de lo necesario como para que este sospechara.

—Te daré pescado —dije.

Si comprendió o no, de acuerdo o espantado, de todos modos elevó vuelo. No lo pensé mucho al momento de correr y saltar para alcanzarlo con la poca energía que poseía en tan deplorable estado. Mi habilidad superó a mi mala suerte. Logré cogerme de las patas del pequeño dragón mientras este volaba. Maldita sea, estas cosas tenían fuerza. No podría soportarlo durante mucho tiempo, no cuando en lo único que podía pensar era en dormir y comer todo lo que tuviera en el barco. ¿Y debería preocuparme por maltrato animal? El dragón me cargó sin hacerme daño, alejándose de la costa y descendiendo suavemente. Sí, tampoco tenía paciencia para los elevadores.

Tan pronto como el riesgo a causa de las malditas piedras pasó, me solté. La caída logró quitarme un aullido de euforia antes de sumergirme en el agua lo cual ayudó a calmar mis adoloridos músculos. Definitivamente mucho mejor. Salí a la superficie y sacudí mi cabeza para alejar los cortos mechones de cabello rojizo de mi rostro. Ya casi no sentía molestia alguna ahora que me encontraba fuera del territorio de los espíritus. El dragón seguía volando sobre mí, haciendo círculos a mi alrededor. Seguro esa cosa había entendido lo del pescado. Cuando había comida de por medio ningún idioma era desconocido.

Solo tenía que nadar de regreso a donde había dejado anclado el barco. El dragón obtendría su merecido pescado, y yo tendría un plan que trazar. Después de todo, no era la única perturbada por la pérdida del magister, y estaba segura que tendría mejor suerte si no fuera yo.

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