Capítulo 22

Los tortolitos estaban más adelantos que los "niños", por así decirlo. Sakura era toda una adulta y sabía comportarse, pero quería sacar su lado infantil. Pensó que de aquella manera, Ren jamás se lamentaría el no haber tenido amigos de su edad para jugar.

—Sakura Haruno...—repitió Huko. Kibito le había contado cómo Sakura se convirtió en una Hatame, y cómo desde un principio sabía que sobreviviría. El clan Hatame era reconocido por el hecho de que, para ellos, no existían límites. Ya sean para bien o para mal. Obviamente, Sakura aceptó—. ¿Cuánto lleva así?

—Tres meses. Su organismo a veces falla, produciéndole resfriados o pequeñas molestias musculares. Pero ella es fuerte, así que va bien—prosiguió—. Le implantamos una célula Hatame. Todo fue indoloro, por supuesto. Pronto estará lista.

—Sin embargo, ninguna otra kunoichi habría aguantado todo—por cada palabra que escuchaba, Huko estaba más sorprendida. Había tenido pocas oportunidades de hablar con la pelirrosa, pero ya pensaba que era impresionante—. ¿Le mencionaste el gran orgullo Hatame? ¿Lo que ocurrirá más adelante si no hacemos nada?—dijo con ironía.

El "orgullo" Hatame era un último paso hacia la desesperación de aquel clan.

Cuando sus emociones se veían profanadas por dolor y lágrimas, comenzaban a convertirse en algo, dejando atrás su humanidad.

Ni siquiera el cliché del abrazo de la persona que amas—como ocurrió con la marca maldita—, o un beso, ni siquiera palabras. Nada podría detener aquella terrible transformación.

El primer paso era el dolor; el segundo, aquella aura del mismo color que las llamas que masacraron al clan; y finalmente, eso. No tenía un nombre seguro, por lo que lo titularon: "El final demoniaco".

Tu alma moría para servir al próximo heredero. Dejarías de pensar, a pesar de que tu cuerpo poderoso seguía en aquel mundo.

Los Hatame era un clan feliz que vivían en armonía, solo para que, cuando murieran, no tuviesen nada por lo que vengarse.

Pero al parecer no fue así.

Las almas de los perdidos querían venganza, creando un ejército demoniaco.

—Se lo conté todo. También lo de la llave. Lo del destino—volvió a decirle Kibito—. Y a pesar de eso, ella sigue a nuestro lado. Dice que lo hará por sus seres queridos.

—Ella es... genial—se impresionó, encajando su mano con la de Kibito—. Pero el curso de la historia es algo con lo que nosotros tendremos que cumplir. Solo necesitamos dos Hatame, ¿verdad? Uno de ellos el heredero. O sea, tú.

—Sí—asintió el castaño—. Me apena y a la vez me alegra. Sakura-chan seguirá viviendo. Estoy seguro de que hará un buen trabajo con Ren.

—¡Dije que te callaras, renacuajo!—se escuchó una pelirrosa a lo lejos.

La pareja comenzó a reírse. ¿Realmente ella haría un buen trabajo?

—Y me apena el tener que arrastrarte a est-

—¡Pero es por el mundo! Y moriré a tu lado. Debí haber muerto hace mucho. Esto para mí... es un sueño hecho realidad. Estás aquí—la pelirroja no se cortó. Siempre tuvo mucha facilidad para decir sus sentimientos, igual que Kibito. Al criarse juntos, aprendieron bastantes cosas de Layla. Como amar a los seres vivos a pesar de la maldición. A pensar siempre en positivo, y a no derramar ninguna lágrima—. Tocarte me hace feliz.

—Sí, lo sé—le sonrió—. Huko. Realmente te eché de meno-

—¡Nii-san! ¡Nee-san volvió a hacerlo de nuevo!—las palabras de Kibito fueron interrumpidas por Ren, quien tras haber estado a unos pasos hacia atrás, logró coger el ritmo de su hermano—. Me dio miedo.

—¿Miedo? ¿Sakura-chan?—rio.

La Haruno tosió, haciendo que Huko hiciera una pequeña pausa en la historia.

Kakashi aprovechó el momento para digerir aquella información.

Sabía que el clan estaba maldito y que Sakura tenía un destino que cumplir. Pero, ¿un ejército demoníaco? ¿Cómo los zetsu? Quiso saber más. Escuchar aquella historia hasta el final.

—Ella estará bien—informó Huko, analizando a su amiga. Tocó aquella cicatriz para sentirla con sus propias manos. Ella había sido testigo de aquel duro momento. Aquella marca en su cuerpo debía significar algo feliz, pero en cambio, incluso a ella le traía recuerdos melancólicos—. Tosió por el cambio de temperatura. Eso significa que está mejorando. Aunque nunca dudé eso.

—Huko—habló Kakashi, siendo directo—. En ese momento, Sakura era una Hatame. Pero no tenía su poder, ¿no? Ya no debía de cumplir con el destino.

—Eso pensamos—dijo Huko, su rostro apuntó hacia Kakashi. Lo estaba escuchando—. Hasta que el día llegó.

Habían pasado muchos meses más. Los lazos de todos estaban bien atados. Siempre había peleas, pero por lo tanto, siempre había grandes reconciliaciones.

Aunque no sería así siempre.

—Será mejo que no nos separemos—ordenó la Haruno, posicionándose en modo de ataque. Todos sus sentidos volvieron a estar activos, escuchando las pisadas.

Eran tres.

—¿Lo ves, Huko?—le preguntó Kibito, colocándose delante de Ren. Los demás hicieron lo mismo para protegerlo. Uno a espalda de otro, Ren en medio. Era como un núcleo. ¿Y qué hacer? ¡Era el más pequeño!

—Por supuesto que lo veo—asintió con modestia—. El bosque es mi hogar. No hay forma que no sepa qué está ocurriendo en mi propia cosa.

—¿Son tres?—preguntó la kunoichi más joven.

Los ojos avellana de Huko se sorprendieron. Miró a Kibito. Ambos sabían qué significaba.

Eran ellos.

Los había dado por muertos, pero al parecer, estaban vivos.

¿Debían alegrarse? ¿Parar aquel inicio de batalla? ¿Decirles que eran ellos por si no lo habían notado?

Pero algo ocurrió. Sakori, un hombre de unos veintidós años apareció frente a ellos. Su cabello era castaño, igual que sus ojos. Mantenía la mirada fija en sus queridísimos primos y en la niña que siempre odió; Huko. No soportaba ver cómo siempre sonreía.

Tras él, apareció su tío. El padre de ambos chicos.

Para suerte de Ren, él no lo recordaba.

Pero sería una desgracia contarle a ese pequeño niño que su padre les estaba atacando, ¿verdad?

Y hubo un tercer invitado.
Alguien que no era un Hatame, si no, una persona sin clan. Sin apellido. Sin nombre.
Rondaba los cuarenta y poco. Sus ojos eran horribles igual que su cabello.
Ni siquiera merecería la pena describirlo, pues a pesar de tener apariencia humana y ser un humano, será tachado de monstruo enseguida.
Su nombre era Hunter.

—Mis queridos niños...—comenzó a hablar el cabeza del clan Hatame—. Supongo que sabéis por qué estoy aquí, ¿verdad?

—¿Vienes a buscarme?—musitó Kibito.

Su hermano prestó atención a aquella conversación. Posiblemente era un niño, ¡pero lucharía por mantenerlo a su lado!

—Lo hago por el bien de nuestro clan. ¿Por qué no participáis? Entonces os podré dejar con vida.

—No—insinuó Huko—. ¡Nuestro clan no solo vivía en armonía para que sus almas descansaran, lo hacían porque amaban esa vida!

La ira estalló en el señor Hatame. Odiaba aquella voz tan estridente. Huko siempre se creyó que era la voz de la razón, solo porque su estúpida esposa hablaba usualmente con ella.

¡Todo porque su estúpida esposa era demasiado buena como para criar a niños que no eran suyos!

Huko era una Hatame, sí, pero era huérfana. ¿Por qué simplemente no la dejó a merced de la soledad? Entonces podría el ahorrarse matarla.

—Tú te lo has buscado, zorra niñata.

Y de un salto se dirigió hacia Huko, pero fue interrumpido por Kibito, quien había golpeado con fuerza a su propio padre.

Huko se alarmó. Decidió contraatacar a Sakori, quien parecía tener un objetivo; su novio.

—Escúchame, Ren—le susurró la pelirrosa al ver que Hunter era el único que permanecía quieto, sin entrar en batalla—. Ni siquiera te separes de mí, ¿está bien? Esté donde esté, corre a mi lado.

Ren no entendía qué estaba ocurriendo, pero asintió. Después sería el momento de las preguntas. Cuando todo terminara. Cuando todos se sentaran, de nuevo, en una mesa familiar, explicando sus hazañas.

Una familia.

Eso era.

Quizás una familia extraña, ya que no había papá ni mamá, pero era una familia.

—Entendido, viej-

Ren ni siquiera pudo terminar la frase, pues Hunter ya se encontraba luchando contra su Nee-san.

Observó cómo peleaba.
Había visto batallas, pero jamás había visto cómo esos ojos esmeraldas se clavaban únicamente en su objetivo.
Parecía una máquina de matar.
Y no era la sangre Hatame, era la sangre Haruno. ¡Sabía que aquella pelea era seria! Sabía que a su lado estaba Ren, muy cerca. También era un objetivo de aquellas tres personas.

—¡Huko!—gritó Kibito cuando Sakori la había arrastrado con él colina abajo.

Volvió a centrar sus ojos en su padre. Luego, miró el panorama de Sakura.

Debía pensar.

La Haruno protegería a su hermano, de eso no había duda. Así que solo hacía una opción: acabar con él cuando antes para proteger a Huko de Sakori.
Él era muy poderoso. Más que su viejo. Lo único que le fallaba era su lealtad a aquella persona tan manipuladora.

—Escúchame. Si algo le ocurre a Huko...

—Entonces solo rueda colina abajo y ve con ella—se rio su viejo, como si acabase de contar un chiste.

—¿Y si rodamos los dos?—sonrió.

El viejo no entendió la amenaza. Siguió luchando contra su propio hijo, golpeándolo con su elemento favorito; Rayo.
No había forma de ganarle en cuanto a rapidez. Ni siquiera en cuanto a fuerza.
Él había estado entrenando, mientras que Kibito había estado huyendo. ¡Claramente no se podía medir! Pero seguía siendo fuerte. Seguía teniendo el espíritu dentro de él.

Tenía una familia que atesorar.

Huko.

Ren.

Sakura.

Todos ellos esperaban una clara victoria en aquella batalla, ¡no podía perder!

—Te enseñaré el rugido de un dragón.

Tras eso, Kibito abrió la boca moviendo sus manos para formular un sello. El viejo se quedó observando cómo su hijo soltaba llamas por ella.
¿Desde cuándo?
¡Ningún Hatame debió de atreverse con aquel elemento tan peligroso! Pero él era distinto.
Quería dominar el elemento que masacró a su clan, solo para que no volviese a ocurrir.
Quería convertir el recuerdo de unas malas llamas de Ren a algo bueno.
Eliminar lo malo. Purificarlo.
Tenía esperanzas en ello.

Abrasó a su padre con aquel calor, pero no fue suficiente, ya que hizo un jutsu para desviar aquellas llamas a otra parte del bosque.
Comenzó a arder.

Huko comenzó a escuchar cómo las llamas se estaban burlando, de nuevo, de ella. Masacrando a sus queridos árboles.

—No os permitiré destruir este bosque, Sakori—le habló la pelirroja.

Movió sus manos con rapidez a la par que comenzaba a correr, esquivando sus ataques explosivos. Las plantas comenzaron a rodear el cuerpo de Huko.

—¿Qué? ¿Te encerraste a ti misma?—se burló el chico, acercándose a aquella estatua hecha de plantas.

Lanzó un poderoso ataque explosivo, pero falló.
Se hizo daño a sí mismo.

—El sufrimiento de mis plantas es el sufrimiento de todos—aclaró Huko—. Aunque las que avisé son masoquistas—comenzó a reírse de lo gracioso que se escuchaba aquella situación—. Les acabas de dar placer, eres maravilloso.

—¡Cállate, estúpida!

Mientras, Sakura golpeó el suelo concentrando chakra en su mano. Este hizo que temblara. Cosa que Kibito agradeció, pues su viejo perdió el equilibrio.

—Nee-san, eres estupenda...—susurró Ren, manteniéndose a su lado. Ni siquiera sabía qué batalla debería mirar, o cómo interferir.

No quería que nadie saliese herido.

Se intercambiaron unos golpes. Hunter era poderoso, pero no tenía el mismo poder familiar que ella.
El poder de seguir hacia adelante para proteger a alguien que amaba.
La batalla siguió, separándose todos.
Pero algo hizo que todo cambiara. Que todo diera un giro inesperado.
Kibito cayó al suelo.
Aún estaba con vida, pero estaba derrotado.

Podía controlar el elemento del fuego a la perfección, pero no le ayudaba cuando él lo desviaba y debía volver a absorber sus llamas para evitar que le hiciese daño a su familia.
El viejo sonrió. Comenzó a pisotear la cabeza de Kibito, quien ya no podía moverse.
No tenía chakra, ni siquiera fuerzas. Lo único que tenía era voluntad. Por eso cerró los ojos, persistiendo a su ataque.

—¡Nee-san, Nii-san necesita ayud-

Sakura cayó al suelo, pero volvió a levantarse. No logró escuchar ni una palabra de lo que dijo Ren, por lo que siguió luchando contra Hunter.
Estaban algo igualados, pero no perdería. ¡Era la discípula de Tsunade! La alumna de Kakashi. La mejor amiga de Ino Yamanaka, Hinata Hyuga, y Naruto Uzumaki. Ni siquiera pensaba en una futura derrota.

Sonrió. Concentró, por última vez, chakra en sus manos.

Sería el último puñetazo.

El definitivo.

—¡Nee-san!—le gritó Ren—. ¡Nii-san necesita ayuda, rápido!

La Haruno se alarmó. No dudó ni un momento más y golpeó con todas sus fuerzas a Hunter.

Para su suerte, él cayó al suelo.

—Dejaré tu último aliento para que veas cómo tu querida novia muere—se burló el viejo, dejando de patear la cara de Kibito.

Y tras eso, se marchó para unirse a la pelea de Sakori.

—Kibito, Kibito—llamó Sakura una y otra vez. Ren estaba a su lado, colocando una mano en el pecho de su hermano. Al ver lo derrotado que estaba, comenzó a llorar—. Te curaré. Estarás bie-

—No. No puedes—asumió el castaño.

Para sorpresa de ambos, él llevó su mano temblorosa hacia su bolsillo, donde sacó su kunai.

—Sakura-chan. Debes prometerme que siempre...siempre...—musitó. De su boca comenzó a salir algo de sangre. ¡No estaba preparado para enfrentarse a su viejo! ¿Por qué el destino le hacía esas cosas tan horribles?—Siempre... vivirás. Con ellos. Como una familia.

—¡Claro que lo prometo, pero no mueras!—gritó soltando sus lágrimas.

Ren dejó caer sus rodillas al suelo. Aguantó las lágrimas. Su hermano siempre le había dicho que los niños buenos jamás debían de llorar, si no, sonreír.

Es lo que había que hacer cuando te ponías triste.

—Te ayudaré para superar todo, Sakura-chan.

—¡Ayúdate a ti mismo, idiota!— volvió a escupir con dolor.

El kunai, algo tembloroso por su pulso, fue dirigido hacia la mejilla de Sakura. La punta estaba afilada, enseguida sintió el pinchazo.

Kibito le estaba haciendo una pequeña marca algo profunda.
De aquel corte—que fue extraño para Sakura y Ren—salió el hilo de sangre que él esperaba.

—Lo siento, Sakura-chan... Esta es la única manera.

Dejó caer el kunai sin importar dónde cayera. Acarició la cicatriz de la Haruno, aquella que él mismo había hecho segundos antes.
Sus manos comenzaron a brillar con un color marrón. Después, la cicatriz de Sakura brilló.

—Es la única forma de pasarte el poder del heredero. Es porque... Nosotros odiamos ver sangre derramada de las personas que amamos.

—Kibito... Por favor, inténtalo. Intenta vivir—suplicó, colocando su cabeza en el pecho de Kibito. Comenzó a llorar desconsoladamente.

Quería irse de aquel lugar. Irse con ellos; con aquellas tres personas.
Seguir caminando sin rumbo fijo con la única idea de sonreír.

—Lamento hacerte esto...—susurró.

—¡Nii-san, Nii-san!—se limitó a decir Ren. No tenía palabras, y cada vez le costaba aguantar las lágrimas—. Nii-san, quiero permanecer junto a vosotros para siempre. Tienes que vivir, ¿lo entiendes? ¡Huko-nee estará esperando tu regreso!

—Mi pequeño revoltoso...—susurró Kibito, usando sus últimas fuerzas—. Cuánto te quiero, por Kami-sama... Tienes que prometerme que las protegerás... A ambas...

Y tras esas últimas palabras, él cerró los ojos. Una cálida sonrisa se mostró en la comisura de sus labios. Las manchas de sangre en su piel aún estaban presentes. Sakura y Ren se quedaron llorando aquella pérdida.
Ninguno podía aguantar sus gritos, su dolor; nada.
Kibito no podría regañarlos por pelear de nuevo, ni sonreír al ver cómo hacían las paces.
Kibito ya no podría enseñarles más.

Sakura tenía mucho que aprender de él. Y no como kunoichi, si no, como persona.

—Nii-san...—volvió a susurrar Ren.

Sakura se levantó rápidamente. Secó sus lágrimas a pesar de que más querían salir.

—Ren, quédate aquí. Voy a salvar a Huko. ¡Nos iremos en cuanto antes!

Sakura hizo caso omiso. Pero se sorprendió al ver aquella escena.

—¡Detente! ¡Detente!—gritó Huko, sollozando.

Sakori estaba encima de ella, sujetándola con fuerza. El viejo, el asesino de Kibito, tenía un kunai en sus manos, apuntando hacia los ojos de Huko.

—Tú no mereces tener esto, ni siquiera merecías pisar el suelo del clan—declaró el viejo.

Cada vez, el filo iba acercándose más.
Sakura corrió con rapidez hacia donde estaba él. Ira. Dolor.
Muchas emociones estaban a su merced. Ella era una Hatame.

—¡También me buscas a mí, idiota! ¡¡No bajes la maldita guardia!!—Se atrevió a decir la Haruno—. ¡Soy Sakura Hatame!

El viejo miró a la Haruno. Y en efecto, ella era una Hatame.
No poseía características como tal. Ni siquiera sabía por qué lo era. ¿Un Hatame tuvo una aventura? ¿O acaso... su hijo lo había logrado?
Se fijó en su poder.
El poder del heredero.

Maldijo por todo lo alto, pues pensaba usar el Edo Tensei con su propio hijo para que así se pusiera de su parte, ¿pero tendría que luchar de nuevo contra aquella muchacha desconocida? ¿La chica que había derrotado a Hunter? Ya no les quedaba más chakra.

Sonrió. Sakori siguió aguantando las muñecas de Huko.

—Mira a tu alrededor. Ya ganamos—afirmó el viejo.

Sakura comenzó a correr hacia él, de nuevo, con sus fuerzas.
Pero aquellas fuerzas eran distintas.

Sentía un dragón dentro de ella. Sentía el espíritu guerrero de Kibito.Sentía el apoyo de su nueva familia, y, sobre todo, sentía sed de venganza por aquel imbécil.

A medida que iba llegando, sintió sus piernas más pesadas.

Al verlo, se dio cuenta de que la maldición Hatame también corría por sus besas.

Intentó calmarse. Quería hacerlo siendo ella.

Quería vengar a su familiar siendo ella.

Contó hasta tres a pesar de estar en medio de la batalla. Pero no podía lograrlo. La adrenalina crecía y crecía cada vez que veía a aquel monstruo reírse.

—¡¡Detente!!—volvió a gritar Huko.

—Mira hacia arriba, chica. Has fallado.

Tras escuchar aquellas horribles palabras por parte del mayor, dejó de mirar sus propios pies para fijarse en aquella escena.
Huko seguía tumbada en el suelo, pero estaba llorando. Gritando de dolor.
Sus sollozos fueron incontrolables.

Los ojos castaños que ella tanto amaba por parecerse a los de su novio, estaban tirados en el suelo. Lo único que los acompañaban era un gran charco de sangre.

No podía ver. Su vista se tintó de un color carmesí. Su olfato, su tacto... Seguía igual. Pero no su vista.

—¿Le...Le has arrancado los ojos...?—susurró Sakura.

Sakori dejó que la muchacha llorara en paz para mirar cómo aquella pelirrosa estaba inmóvil.

—No nos subestimes. Solo fue por placer...—susurró el primo de Ren. Cogió los ojos y los tiró a lo lejos—. Será un buen alimento para los animalitos que ella tanto quie-

Demasiado tarde.
Comenzó a sentir las palpitaciones de su corazón por todo su cuerpo.
Volvió a gritar de la ira, observando a aquel dúo que moriría en sus propias garras. ¡Aunque ello significara no volver a casa nunca más!

—Vaya vaya, ¿qué has hecho, Sakori? La necesitamos con vida... Ahora es la heredera—musitó con burla el mayor.

—¡Púdranse en la maldita mierda, hijos de per-

—Nee-san.

La débil llamada de Ren hizo que la Haruno dejara de tener un objetivo para girarse. Problemas.

Era Hunter.
Ella juró que lo había derrotado. ¿Cómo diablos estaba ahí, sujetando a Ren como si fuese un rehén?

—De momento no nos interesas, estúpida—comenzó a hablar el cabeza de aquella tragedia—. Pero nos has cabreado. ¿Una cualquiera siendo un Hatame? No me hagas reír—se acercó poco a poco hacia la Haruno—. Así que... Hunter. Tápale los ojos al niño. Vamos a divertirnos con ella. Haremos que desee estar muerta.

—Entonces...—interrumpió aquella historia. Sus puños estaban apretados. Bien sabía esa parte, pero escuchar cómo había ocurrido todo era totalmente diferente. Sentía rabia. Impotencia. Deseo de aniquilar a aquellos malnacidos.

Al dirigir la mirada hacia Huko, vio que una pequeña lágrima se estaba deslizando por sus mejillas. ¿Podía llorar?

Bien, era normal.

Estaba reviviendo la muerte de quien más quería.

—Yo me desmayé en aquel momento debido al dolor. Fue Ren quien me contó todo lo sucedido ahí arriba—suspiró—. Lo juro. Intenté no desmayarme. Intenté ayudar a Sakura, una y otra vez. Ren también. Pero... no pudimos hacer nada. Se convirtió en una marioneta para protegernos.

Kakashi se quedó mudo.

Quizás era una mala idea el haberle pedido a aquella chica que le contara toda su historia.

—Después... cuando desperté...

Huko no pudo abrir los ojos, pero sí podía escuchar el llanto de Ren, quien su cabeza estaba apoyada en el abdomen desnudo de la Haruno.

Aquellos tres se habían marchado, dejándola machacada.
Dejándola muerta, pero respirando. Deseando morir. Había gotas de sangre y moratones.
Charcos infinitos de aquella tinta carmesí que Ren odiaba ver.

—¡Nee-san!—gritó el pequeño castaño. ¡Sakura no abría los ojos!—Si vives y te quedas con nosotros, ¡te prometo ser un niño bueno!—sollozó. Huko aún sentía el dolor de sus ojos, pero más sentía cómo se estaba apretando su corazón al escucharlo. Esperó escuchar la voz de Kibito. Esperó que él los ayudase en aquella situación, pero no la escuchó. No volvió a hacerlo—. ¡Jamás volveré a llamarte gorda ni vieja! ¡Dejaré que me llames renacuajo las veces que quieras! ¡Dejaré que revolotees mi cabello sin importarme una mierda mi maldito peinado! ¡Te querré como te quiero, Nee-san! ¡No volveré a pelear contigo, así que, por favor! No nos dejes...—susurró. Llevó sus manos a las de Sakura. Sus uñas estaban sucias, pues había rasgado el suelo para soportar aquel dolor. Para soportar la impotencia que tenía en aquel momento—. ¡Si abres los ojos te daré todas mis chocolatinas! ¡Te diré lo que más me gusta de ti! ¡Tú ganarás, porque sabrás que te quiero!—volvió a insistir, una y otra vez—. Huko, yo... Y también... Nii-san—dijo el pequeño con melancolía—. Todos esperamos que abras los ojos. ¡No importa esta derrota! ¡La suya será peor! Pero te necesitamos a nuestro lado, Nee-san. ¡Lo prometiste! ¡¡NO SEAS COBARDE!! ¡Prometiste que nos protegerías, que te quedarías a nuestro lado como una familia! ¡Con Huko! ¡Conmigo!

—Ren...—comenzó a llorar Huko, quien comenzó a arrastrarse hacia donde estaba Sakura, gracias a la voz de Ren. Tocó y deslizó su mano para comprobar su estado. Estaba grave. Pero no era chakra lo que le faltaba, si no, ganas de vivir. También estaba completamente desnuda, con pequeños trozos de tela rasgada—. Sakura. Eres impresionante, así que tienes que vivir—dijo Huko—. Kibito se pondrá triste cuando te vea de este modo.

Ren volvió a sentir su corazón más apretado. No quería decirle lo de su hermano.
No quería ser el portador de malas noticias.
¡Apenas era un crío!

—Las chocolatinas de Ren, eh—insinuó la pelirroja—. Suena bien, yo que tú aceptaba el trato.

—Huko-nee...—susurró.

—Somos una familia. La familia no se abandona, ¿entendiste? Siempre serás mi enemiga, por lo que tienes que vivir. ¡Eres la única que aceptaré que me derrote! ¡Así que ni te atrevas irte! ¡Ni te atrevas a morir en un sitio como este!

—Cuando Sakura abrió los ojos, a pesar de todo lo que habíamos vivido, sonreímos. Fue después cuando escuché la noticia—Huko comenzó a juguetear con sus dedos—. Luego nos separamos. Llevamos a Ren con unos ANBU de Konoha. Sakura decía que sería más seguro, pues ella... estaba débil. Prometió que se volverían a encontrar.

—¿Dónde fue Sakura? No volvió inmediatamente a Konoha—prosiguió Kakashi. Su corazón parecía temblar.

—Sola, quizás. Aunque luego recibí la noticia de que un tal Hunter había sido asesinado tras una tortura. Le arrancaron los ojos, las extremidades e incluso cortaron su nariz.

—¿Fue... Fue Sakura?—preguntó el Hatake. No le importaría la respuesta, pues aquel hombre se lo merecía.

—Sí, fue ella—asintió—. Tras eso, no volvimos a ser una familia cómo lo éramos, aunque nuestros corazones seguían juntos. Dejamos de lado la llave del ejército demoniaco. Dejamos de lado todo. Pero Sakura siempre volvía, sabiendo que el bosque estaba lleno de barreras para que ningún Hatame entrara—Huko rio melancólica, mirando a su amiga—. Siempre encontraba la forma de hallarme. Y siempre caía en mis trampas a propósito. Sabía que era la única forma de verme, ya que iría a ayudarla.

—Ella confía en ti—afirmó el shinobi.

—Y yo en ella. Jamás lo dudé.


N/A

Bueno, había pensado en hacer un preguntas y respuestas de los personajes y de la autora.
Así, si tenéis alguna duda os podré ayudar. Además, puede ser divertido.

Solo decirme para quién va dirigida la pregunta y la 

Ejemplo: 

Para Kakashi. Del uno al diez, ¿cuánto amas a Sakura?


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top