Capítulo 21
Las hojas de los árboles seguían tambaleándose a causa del viento, era algo de lo que ambos ya se dieron cuenta al tener delante aquella flora durante horas. ¿Cuánto habían caminado desde su último descanso? ¿Horas? ¿Días? ¿Meses?
Lo cierto es que únicamente habían pasado dos minutos, pero las piernas de aquella pareja ya querían ceder, volver a descansar, pero únicamente para dormir y cerrar los ojos.
—¿Cuánto falta?—preguntó el Hatake, quejándose de aquel camino tan largo.
Los rayos de sol le daban de pleno, por lo que comenzó a sudar. Quiso quitarse la camiseta y su chaleco, pero supo que no era una buena idea. ¿Y si sufrían una emboscada?
—Verás...—musitó la pelirrosa, atenta siempre hacia adelante—. Yo... realmente no sé si hemos llegado. Pronto lo sabrás...—susurró, apoyando su espalda en un árbol.
Ignoró lo rasposo que era y el calor que este emanaba. Solo dejó caer todo su cuerpo para así sentarse.
Sus párpados comenzaron a pesar, queriendo cerrarse. Su pulso volvió a estar más débil de lo normal, como cuando le faltaba chakra en medio de una importante batalla.
—¿Sa... Sakura?—se alarmó el Hatake, corriendo hacia su compañera.
Se arrodilló. Lo primero que hizo fue tomar su pulso para comprobar que estaba viva, y sí; lo estaba. Pero al parecer el suyo estaba sufriendo más por el susto.
Colocó una de sus manos en la frente de la pelirrosa. ¡Su temperatura estaba caliente! ¿Pero cuándo diablos había pasado? Hace tres minutos lo tocó todo de ella y podría asegurar que estaba bien. Perfectamente.
—¿Estás bien?—preguntó.
La Haruno solo hacía débiles muestras de que estaba viva—de vez en cuando, aún con los ojos cerrados, veía cómo sus pestañas se movían—. Su boca poco a poco expulsaba un mínimo de aire. Sus mejillas se pintaron carmesí.
—¿Qué diablos te ocurre, Sakura?
—Calor—la voz de una fémina alarmó aún más a Kakashi, quien se colocó delante de Sakura para hacer una especie de pared entre ambas chicas. Se posicionó para comenzar la batalla, pero la chica solo siguió hablando—. Esta chica es persistente, diablos—se quejó—. Siempre que viene a mí, viene por el camino más dif-
—¿Quién eres?—ni siquiera le dio tiempo a hablar cuando él ya interrumpió.
La chica era unos pocos años más mayor que Sakura. Su cabello era de un color escarlata, como el mismísimo cielo tiñéndose de aquel bello color. Su sonrisa era perfecta y pulida, igual que su piel pálida.
Lo que más resaltaba en ella era aquel vendaje en sus ojos, tapándolos de manera que el color de aquel iris jamás se pudiese saber.
No sabía si estaba ciega o si tenía aquel vendaje por alguna extraña técnica. ¡Y no le extrañaría, pues con el clan Hatame vivo, ya todo era de esperarse!
Al ver que la chica no tenía intenciones de atacar, bajó sus brazos y se la quedó mirando. Por supuesto, no bajó la guardia. No cuando Sakura no podría defenderse.
—Soy su enemiga—a pesar de haber dicho aquellas palabras, no parecía odiarla. Al contrario. Parecía apreciar a aquella pelirrosa. Caminó hacia ella dejando la incógnita de cómo sabía que estaba ahí. ¿Acaso podía ver?—Oh, diablos, querida...—le susurró, tocando la mejilla de Sakura. Su mano se quedó quieta por un momento, disfrutando de su calidez.
Kakashi calló atentamente, observando cada movimiento de aquella chica. ¿Acaso era de su gusto y la amaba?
—¿Y tú quien eres?
—Soy su...—¿su qué? ¿Su novio? ¿Su amante? Quiso ir a lo seguro, pues no era de dar información privada a los desconocidos—...Sensei.
—Soy Huko—levantó a Sakura y la cargó en modo princesa. Kakashi no supo qué hacer en ese momento. Quería cargarla él, solo por si aquella chica resultaba ser un enemigo de verdad—. No soy ningún enemigo—respondió, comenzando a caminar—. Solo soy SU enemiga—recalcó refiriéndose a la Haruno—. Por Kami-sama, qué hombre más curioso eres...
La siguió a cierta distancia. En su mente aparecieron miles de preguntas, como, ¿Huko era la chica de la que hablaba Sakura? ¿Aquel contacto que parecía ser peligroso?
¿Qué significaban aquellos vendajes en sus ojos? No quería ser descortés y preguntar directamente si no podía ver, pero por lo visto, se guiaba muy bien. Incluso llevaba a la pelirrosa en brazos.
Las piedras, algunos escalones que había... No parecía ser ningún problema para ella. Entonces, ¿qué era?
—Te escucho, Kakashi-sensei—se asustó al escuchar aquellas palabras. ¡Ni siquiera había hablado! ¿O es que acaso su respiración era demasiado fuerte?
Intentó regularla para descartar aquella opción. Huko sonrió.
—Al menos espera a llegar. Te lo contaré todo.
Asintió. No había otra opción. No si Sakura no le decía qué hacer, y visto lo visto, no podía.
Aceleró el paso para quedar al lado de ambas chicas.
Miró mejor los rasgos de la Haruno. Sus pestañas eran largas y brillantes. Las mejillas ya volvieron a su color rosado natural. Sus labios... Seguían siendo perfectos, suaves, probablemente. Justo como los recordaba.
—¿Eres su Sensei y la amas?—se rio Huko.
Por enésima vez. ¡Él ni siquiera había abierto la boca!
—Te escucho—volvió a repetir, atormentando al pobre Hatake.
Tras al fin llegar a un pueblo abandonado—debido a que estaba rodeado de flora—, Huko entró en una casa que ni siquiera tenía puerta. A pesar de eso, era bastante acogedora.
Colocó a la Haruno en su cama, sentándose a su lado. Puso su mano en su frente.
—Sakura me salvó hace mucho tiempo, junto a Kibito Hatame.
—¿Kibito? ¿El hermano de Ren?—preguntó. Había escuchado ese nombre innumerables de veces.
—Sí—asintió Huko—. En realidad, Kibito no solo fue mi salvador. También fue el chico que amé desde que era pequeña.
Bajó su mirada ante aquella pequeña declaración.
Podía imaginarse miles de historias, pero jamás dar con la verdadera.
Aquel amor, sí o sí, terminó en tragedia.
Kibito estaba muerto.
—Entonces...
—Sí—volvió a asentir Huko, mirando con pena a Sakura. Volvió a acariciar sus mejillas—. Mi nombre es Huko Hatame.
¿Otra Hatame? No, ella parecía ser diferente.
No era un enemigo, si no, más bien parecía una aliada. Como Ren.
—Sakura se pondrá bien. Es culpa mía.
—¿Culpa tuya?—preguntó Kakashi más tranquilo. Quizás no al cien por cien, pero sintió que ya podía confiar en ella.
Si no, Sakura hubiese luchado por no desmayarse. O al menos, le hubiese gritado que se marchara, cosa que él no habría hecho.
—Hice una barrera. Cualquier Hatame que la sobrepasara caería en una fiebre mortal.
—Pero la salvaste, ¿no?
—¡Por supuesto! Estará lista en una hora—informó la Hatame, observando a su vieja amiga—. Diablos, idiota. No sé por qué diablos has venido.
—¿Estuviste con ellos todo el tiempo?—la curiosidad mató al gato, Kakashi. Pensó que al fin sería su oportunidad de saber más. Mucho más de lo que Sakura le había contado.
—No. Me uní a ellos tiempo después que Sakura. Para entonces, ella ya era una Hatame—sonrió—. Diablos, nunca imaginé que el novio de Sakura fuese tan curioso.
Al escuchar aquellas palabras se ruborizó.
Novio de Sakura.
Se escuchaba mejor cuando una tercera persona lo pronunciaba, haciéndolo así más oficial de lo que posiblemente era.
—Me gustaría saber sobre lo que ocurrió.
—¿Qué harás cuando lo sepas?—preguntó curiosa la pelirroja.
—Ella se sentirá más apoyada si sé todo, ¿no crees?
Huko asintió. Claro que lo sabía. Y estaba segura de que ella necesitaba el apoyo del que él hablaba.
Podía explicarle todo, o dejar que su imaginación juegue un importante papel en aquello.
Pero no quería jugar con nadie. No cuando trataba sobre su amiga.
Volvió a suspirar.
—Préstame atención, ¡si te pierdes en alguna parte, no te la repetiré! ¡¿Está bien?!—le gritó.
Kakashi asintió sin apenas temor. Estaba acostumbrado a envolverse con chicas con un gran carácter. Como Tsunade, Ino Yamanaka, Kushina, Sakura, etcétera.
Huko siempre destacó por su amor por la naturaleza, es por eso que solo pisaba la mansión del clan Hatame para dormir, o a veces, para jugar con Kibito, su mejor amigo. Nada en ella cambió desde entonces, excepto la coraza que tenía su corazón.
No se envolvió una, si no, se la quitó.
Era invierno. Hacía frío, pero para su desgracia, no llovía. Es por eso que las llamas se hicieron cada vez más potentes.
A lo lejos solo podía ver aldeanos que gritaban que aquellas personas no eran más que escoria. Gritaban por una paz que ellos no podían dar, porque tampoco la arrebataron.
Gritaron, desahogando todos sus malos pensamientos en palabras dirigidas a inocentes.
—¿Qué... Qué está ocurriendo?—la pelirroja dio un paso hacia atrás, llevando su mano a la boca para evitar soltar algún ruido imprudente.
"Por favor, ¡defendeos!" anheló, pero no hubo nada. Ni una señal.
Layla.
Sakori.
Ren.
Kibito.
¿Es que acaso todos los que le importaban desaparecerían, así como así? ¡Ni dudarlo! En cuanto los aldeanos se marcharon, creyendo que todo era posible, Huko corrió hacia las llamas.
¡Era una Hatame! Se animó a sí misma. A pesar de que temían las llamas... Debía de entrar ahí. Saltar hacia dentro. ¡Salvar a alguien, a quien sea!
Entró. El calor la abrazó, igual que el humo que había.
Lo único que podía escuchar era cómo aquellas llamas se reían de ella.
Lo único que podía ver con sus hermosos ojos marrones, era cómo bailaban, danzando su victoria.
—¡Chicos, por favor! ¡Que alguien conteste!
Pero nadie contestaba. Todos se rindieron.
Buscó desesperadamente a sus amigos. El único cadáver que vio era el de Layla siendo devorada por las llamas. En poco, cada rastro de la mujer que consideraba como una madre, iba desapareciendo.
Comenzó a llorar tan desesperadamente que habría podido apagar las llamas con sus lágrimas si esto fuese un cliché.
—Por favor...—susurró, dejándose caer.
Después de la masacre, habían pasado unos cuantos años.
Huko ya no era una niña que lloraba por todo, si no, una mujercita hecha y derecha. Su esbelta figura podría asegurarlo con certeza.
Seguía vagando por los bosques convirtiéndose en una con la naturaleza. La flora y la fauna amaban su presencia, pues con tan solo sentir su aroma podían descansar tranquilos.
Nadie dañaría algo que ella amaba, un día se lo prometió.
—¡Nee-san, vamos, vamos!
Se escondió rápidamente al escuchar la voz de un niño pequeño. ¿Acaso la barrera anti-humanos no había funcionado? Se maldijo desde el escondite.
Quiso ser curiosa y saber quién era el pequeño juguetón que la había pasado, pero decidió esperar.
—¡Ren! ¡Te dije miles de veces que me esperes, shannaro!—gritó cierta chica.
Huko sintió su voz bastante afable y confiable. Pero igualmente ignoró ese hecho. ¡Eran dos personas las que habían sobrepasado su barrera! Ni siquiera parecían tener síntomas de fiebre.
Pensó en cómo podría mejorarla. Debía hacerlo. Si no, alguien podría dañar su preciado bosque.
—Vaya chicos...—una voz interrumpió a ambos. Su corazón, a pesar de no reconocerlo, comenzó a latir. ¿Era una señal para salir de su escondite?—Vosotros dos sí que tenéis siempre energía.
—No es energía, ¡es que no quiero cargarme la culpa de Nee-san!
—¡Por última vez, enano!—le gritó la Haruno a Ren, bastante cabreada. Ambos se llevaban como el perro y el gato—. ¡Esa casa fue destruida porque tú me provocaste!
—¡No te provoqué!
—Menos mal que no había nadie...—susurró Kibito—. ¿Hum?
Huko apartó un par de hojas del arbusto en el que estaba escondida para poder observar bien quiénes eran sus intrusos.
Y no se lo pudo creer.
Sus cabellos castaños... Esos ojos inconfundibles... El parecido que tenía el pequeño a Layla... ¡Eran ellos! Kibito y el embrión Ren, aunque obviamente ya había crecido.
Sonrió. Comenzó a ponerse nerviosa. ¿Qué debería hacer? ¿Ir hacia ellos? ¿Decirle a Kibito que ella era Huko? No eran primos, ni hermanos. Lo único que compartían era el clan y el poder, pero a pesar de eso, se querían. ¡Era su mejor amigo! Aquel que creyó que estaba muerto. Aquel que pensó que las llamas se lo habían arrebatado para burlarse de ella.
Pero estaba frente a ella.
Podía verlo; no era una ilusión ni un genjutsu.
Sintió curiosidad por la pelirrosa. Parecía llevarse bastante amigable con ambos. ¿Debería estar celosa? No. Negó ante aquella idea.
La susodicha no parecía tener interés romántico en Kibito, si no, un gran aprecio.
Y sus intuiciones nunca fallaban.
—Eh, gorda, ¡atrápame!—se sorprendió ante el vocabulario del pequeño. ¿Le estaba llamando gorda a la chica? Dejó escapar una risa, cosa que fue su grande error.
—Te encontré—dijo con un tono juguetón. Kibito apartó todas las hojas de aquel arbusto para ver quién era la espía.
Y sí. Logró reconocer a Huko en tan solo tres segundos.
Las mejillas de ambos se pintaron en un color carmesí. No supieron si abrazarse, besarse, decirse muchas cosas, o si seguir su camino juntos o separados.
—Kibito...—susurró Huko.
Kibito solo mostró su hermosa sonrisa.
—Sí. Sabía que estabas viva, Huko. ¡Vinimos a por ti!
En cuanto dijo esas palabras, Ren y Sakura se acercaron a él con curiosidad. Observaron a aquella pelirroja que tenía unas pequeñas hojas incrustadas en su cabello.
Ambos se miraron cómplices, riéndose de aquello.
—Sed más amable, ¿queréis?
—Es culpa de Ren—dijo Sakura en un puchero—. Él siempre saca mi lado infantil.
—¡Tú eres la infantil, vieja!—volvió a comenzar una discuta, de esas que sería difícil evitar.
—¡Te dije miles de veces que no me llamaras vieja, renacuajo! ¡Tengo la misma edad que tu queridísimo hermano!
—Vaya vaya... Parece que ya me metieron de por medio—le sonrió a Huko—. ¿Podemos hablar en un lugar apartado? Ya sabes, lejos de este escándalo.
La pelirroja asintió. Comenzaron a caminar hasta un lugar entre los árboles. A lo lejos podían escucharse aún los gritos de ambos, por lo que supieron que estaba bien. Ni muy lejos, ni muy cerca.
No tardaron en abrazarse mutuamente. Kibito saboreó con su olfato el aroma que ella tenía. Margarita. Su flor favorita. Probablemente, pensó, debería estar rodeada de muchas. Huko siempre fue muy dependiente. Nunca dudó que estaba muerta y siempre creyó en su felicidad, pues era de las chicas que hacía lo imposible para encontrarla, aunque estuviese en el mismísimo inframundo.
Huko, por otra parte, había olvidado su aroma. Había olvidado la manera en la que sus ojos lo veían a él. Había olvidado cómo su corazón reaccionaba ante su presencia.
Que estuviese enamorada de Kibito no era algo que había descubierto. Fue años antes, más antes que la masacre.
—Escuché que una extraña chica rondaba por el bosque y ahuyentaba a los bandidos. Inmediatamente tu nombre me vino a la cabeza—comenzó a explicar Kibito, aún cuando la cabeza de Huko estaba apoyada en su pectoral—. Huko. Vendrás con nosotros, ¿verdad?
¿Cómo decirle que no?
Iría, sin importar qué.
Permanecería a su lado.
N/A
¡Chicxs! ¡Tenemos nueva portada! Me costó algo hacerla porque no me convencía. ¡Hasta que añadí los pétalos! ¿Qué os parece?
También quiero decir que el capítulo siguiente está escrito, pero como tengo problemas con el Word, debo arreglar una cosa de unos diez minutos en Wattpad antes de publicarlo.
¿El verdadero problema? Que ahora tengo un recadito. ¡Pero lo cumpliré lo más rápido posible! No tardaré más de una hora, os lo aseguro.
En el próximo espero que lloréis, igual que lo hice yo al escribirlo :v ¡No quiero ser la única llorona! TuT
En fin. He pensado en algo divertido, os informaré en el próximo capítulo.
Os quiero, asdfghjk.
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