RAZIEL




Veo el auto de Bellish dejar el estacionamiento y desaparecer en la noche con el Angelito en el asiento de copiloto. Lo último que me queda de su rostro es aquella mirada que se esfuerza por esconder sus verdaderos sentimientos, inexpresiva pero que dice más de lo que debería.

Siendo consciente de su ausencia, puedo sentir el frío de la soledad.

No hay dudas de que está enfadada; la pregunta es: ¿por qué?

Hoy no hemos hablado, así que asumo que fue algo que cometí ayer.

Retrocedo a lo que ocurrió por la mañana del día anterior.

Una pesadilla me sobresaltó y abrí los ojos de golpe. En ella, soñaba que la tierra se agrietaba y caía a la oscuridad absoluta, sin encontrar un punto final. Con el corazón aún agitado me las arreglé para extender el brazo fuera de la cama, hacia el velador, en busca de mi celular. Según logré ver en la pantalla, apenas eran las 6:13 de la mañana. Todavía me quedaban unos minutos hasta que la alarma sonara y tuviera que arreglarme para salir.

En la barra de notificaciones me encontré tres llamadas perdidas y un mensaje de texto. Todos de Cam. Últimamente está alterada por mi nuevo trabajo y no ha dejado de intentar convencerme de que lo deje.

Lo abrí y leí:

Okey... Jamás volveré a ir sin avisar a tu depa. Por lo que escuché, asumo que hicieron "las paces". Bien por ti. Como sea... y a lo que iba: Lester te escribió, revisa.

Mierda.

Odio tener que buscar mi otro celular tan temprano por la mañana para escribirle, prefiero las visitas sorpresas, porque suelen tomar a las personas desprevenidas y a mí me ayuda a ver sus reacciones. Lo inesperado siempre saca la cara verdadera de las personas, aunque sea durante una miserable fracción de segundos.

Además, seguro que Lester estaba durmiendo a esas horas y no valía la pena. Opté por pasar a hablar con él después.

Lester, Lester, Lester. O el hijo de puta que se está llevando todos mis ahorros.

Echaba de menos tener noticias suyas.

Dejé el celular sobre el velador antes de que mi brazo fuera del edredón necesitara calor. Me giré sobre la cama, encontrando a Audrey.

Despertar junto a ella podría volverse una costumbre de la que jamás me aburriría. Es un verdadero ángel perdido en los confines del universo, ajena a toda la mierda que le rodea, a todas las mentiras, las desilusiones, los peligros... Si la miro desde esa perspectiva, siento la necesidad de protegerla, de abrazarla para que nadie más pueda tomarla o aprovecharse de ella, susurrarle que todo estará bien porque estoy de su lado. Pero mi voz interna, la voz de la conciencia, me dice que yo soy parte de esa mierda de la que se debe proteger.

Incluso sabiendo esto, las ganas no se me quitaron y fui presa de mis culposos deseos. La tomé por la espalda para fundirla bajo mi brazo y mi pecho. Olía a mi shampoo, a mi loción, a mi ropa. Llevaba puesta mi playera vieja y desteñida por el tiempo.

Mi agarre la despertó. Se movió de manera taciturna emitiendo un «mhmm» alargado y buscó mi rostro. Apenas podía verme, así que puso todo el esfuerzo en intentarlo.

—¿Qué pasa? —Su voz era ronca y cansada.

—Tengo frío.

Una mueca se alojó en su comisura, formando una sonrisa torcida.

—Eso te pasa por no dormir con ropa.

Se acomodó en mi pecho desnudo, hundiendo su cara. Pude percibir su aliento contra la piel y brindarme un calor agradable, como si escarbara en mi carne y calentara mi corazón. Me rodeó pasando los brazos bajo los míos y sus dedos, que acariciaban mi espalda y enviaron una onda eléctrica a mi espina, provocando un escalofrío agradable.

—Pero si estás que ardes —replicó tras unos segundos donde nuestros cuerpos exhalan calor. Levantó la cabeza para mirarme ceñuda, con algunos cabellos en su rostro y las mejillas enrojecidas—. ¿Qué eres? ¿Un abuelo?

—Espero que no digas eso por mi edad.

—Precisamente por eso lo hago —desplegó una sonrisa de chica traviesa que sacó a relucir todas sus malas intenciones. Reprimí una carcajada para no hacer frente a su descarado comentario. No quería que la genialidad que posee en sus réplicas se vieran manchada con nada.

Me acomodé para quedar a su misma altura, mirándonos a los ojos, escondidos bajo las sábanas. Sus ojos se tornaron inquietos, parecía buscar un punto donde concentrarse. Ahí descubrí que sigue sin poder acostumbrarse a mi cercanía, al hecho de que estábamos compartiendo una cama.

—Soy lo que tú quieres que sea, incluso un abuelo —ofrecí, quitando de su rostro algunos cabellos que me dificultaban ver sus facciones a placer.

—Yo prefiero que seas Raziel... O Viktor —murmuró, y no supe descifrar si lo hizo así de bajo por temor a que le diga que no. Hizo una pausa y aguardó a mi respuesta, pero al no obtenerla, separó los labios para continuar—: Quiero que seas auténtico, que te muestres tal cual eres.

Desconfiaba.

Chica lista.

—¿Crees que no lo hago? —espeté con calma.

—Creo que se te hace complicado. —Sus ojos se mostraron determinados. Enfrentaban los míos en una muestra de franqueza o puede que de nerviosismo de mi parte. Lo que ella no sabe, es que he aprendido a no evitar a las personas cuando me confrontan o cuando intentan escarbar en mí más de lo permitido—. Tal vez no conmigo, pero sí con los demás. Raziel es tu máscara, esa es la faceta que conocen los que te rodean, pero ¿y Viktor?

Fue sorprendente que hiciera esa clase de pregunta, no porque era algo que jamás escuché; sino que me pareció extraña. Como si fuera hecha para otra persona, no para mí. He vivido tanto bajo el nombre de Raziel, que el nombre de Viktor me suena al de una persona que alguna vez conocí y ahora se encuentra muy lejos. La clase de familiar que vive a distancia, que estimas y te preocupas, pero del que jamás sabes. Sin contacto, sin saber cómo está, sin sus principios: un perfecto desconocido.

—¿Qué hay con él?

—¿Qué le gusta? ¿Cómo fue su primer beso? ¿Quién fue su primer amor? ¿Su canción favorita? ¿Su canción que lo transporta a otro lugar? ¿Cuál específicamente era su relación con Agnes? Su... —Mi pregunta le abrió una biblioteca de preguntas infinitas. Cubrí su boca con mi dedo índice para que guardara silencio.

—Es muy temprano para que hagas tantas preguntas.

Formó un puchero frente a mi reticencia. Supongo que lo hizo porque, de alguna manera, es imposible no sensibilizarse ante sus curiosos encantos.

—Por favor... —Hundió las cejas en un ruego—, siempre evitas hablar de ti.

—Sabes bastante sobre mí —contradije—. Mi nombre real. Mi edad. El nombre de mi hermana. Mi dirección. ¿Ves?, un montón de cosas.

—Guau, con todo eso sé tanto que incluso podría predecir tus pensamientos.

¿Algo encantador del angelito? Que molestarla saca su lado sarcástico, y ese es el que más gracias me da. Verla enojada no es intimidante, es adorable.

—Entonces ya debes saber que quiero seguir durmiendo.

Se le escapó un gruñido cargado de exasperación. Derribar mi pared es complicado y, al parecer, un reto que sacó su peor lado. Enfadada, acomodó la sábana para salir de nuestro refugio de calor y se dio media vuelta, dejando un hueco entre ambos.

—Genial; yo haré lo mismo —dijo con palabras golpeadas.

Tuve que dejar de lado mi orgullo aceptando que obré mal. Me acerqué a su espalda y la vuelvo a abrazar. Ella no se apartó, pero se mantuvo tensa bajo mi brazo y respirando fuerte.

—Veamos... —Cerré los ojos e inspiré del aroma que desprendía su cabello al mismo tiempo que intenté pensar en las respuestas más asertivas a sus preguntas—. A Viktor le gustan las motos, el boxeo, salir de pesca, beber cerveza mientras está embobado viendo la nieve caer. Su primer beso fue con su primer amor, una chica de secundaria llamada Mary con la que se llevaba pésimo; pero, como supondrás, donde hay odio, hay tensión, y esta se puede cortar muy fácil, con un beso jugando a la botellita, por ejemplo. —Recordar aquel momento me sacó una sonrisa—. Terminamos muy mal, por si te lo preguntas.

La respiración de Audrey ya estaba más tranquila y la rigidez en su cuerpo había desaparecido. Me acomodé con mayor libertad detrás de su espalda, colocando mi barbilla sobre su cabeza. Encajamos a la perfección. No voy a negarlo, me gustó estar así, acompañado por ella.

Decidí continuar:

—Mi canción favorita es Nothing Else Matters de Metallica y la que pongo para viajar es Wind of Changes de Scorpions. ¿Quieres saber un dato curioso? Mi primera playera de algún grupo musical fue de Scorpions. La conseguí en una venta de garaje, pero no precisamente comprándola... Todavía recuerdo la adrenalina que sentí aquel instante en que tenía la playera puesta creyendo que el sujeto que la vendía no me pillaría, y me tocó el hombro. Me quedé quieto. «Solo tienes que pedirla, hijo» me dijo el hombre. Yo por poco me cago encima.

«Lo hice luego cuando llegué a casa», me dijo la voz interna, trayendo una imagen brutal de mis padres biológicos a la cabeza.

Dispersé ese repentino recuerdo para ocuparme en la pregunta que quedaba.

—Y sobre Agnes. —Decir su nombre me volvió la mente en blanco. No sé por dónde iniciar la respuesta, si desde el principio, el medio o el final—. Es complicado...

Supuse que haría un par de preguntas más para que me explaye, pero su silencio me causó cuidado.

—¿Angelito...?

Me apoyé en mi brazo y busqué su rostro. Ni siquiera reaccionó, estaba completamente dormida. Por un segundo me sentí como un estúpido por hablar de mí sin haberlo notado antes que ella ni siquiera escuchaba.

Volví a recostarme, con la vista puesta en el techo, pensando en que debería aprovechar el tiempo que me quedaba para dormir también. Minutos más tarde, la alarma de mi celular sonó. Creí que Angelito no despertó, así que aproveché esa oportunidad para buscar mi otro celular y escribirle a Lester. Lo siguiente que hice fue guardarlo en el mismo escondite de siempre. Comprobé que ella siguiera durmiendo y la desperté.

—Ey, despierta, tienes que volver a la academia —le dije.

Ella se movió de manera lenta, con sueño, avanzando cual fantasma. Se sentó en la cama, estuvo quieta unos minutos, sin ánimos de mover un músculo, y luego se quitó mi playera.

La dejé a solas a sabiendas de que todavía no se acostumbra a hacer ese tipo de cosas en mi presencia y preparé el desayuno. No tardó en llegar a la cocina y sentarse en la mesa cual bomba atómica.

Le serví un té humeante y dejé al lado unas tostadas con mermelada de durazno. Agarró una de mala gana, callada, sin mirar cuando me senté en el otro asiento.

—¿Todavía estás molesta? —indagué con precaución.

—Solo un poco —admitió masticando. Frente a otra persona le hubiera dicho que trague antes de hablar, pero a ella se lo perdoné porque se veía como una ardilla adorable—. Te lo perdono porque me dormí en la parte del primer beso.

Resoplo volviendo a sentirme como un imbécil.

—No escuchaste nada...

—Nope, pero soñé con escorpiones. —Una mueca de asco decoró su rostro—. Puaj... —Me eché a reír— ¿De qué te ríes?

—Mientras dormías te hablé de mi primera playera de un grupo musical. Era una de Scorpions.

—Con razón. —Rio bajo y le dio un sorbo a su té. Su humor estaba volviendo— ¿Fue un regalo?

Si otra persona me hubiera pedido responder a lo mismo que había contado hace unos minutos, la habría mandado al carajo.

—La robé... —Agrandó los ojos. Eso no lo esperaba— Y me pillaron. Pero el sujeto que la vendía se compadeció de mí y me la regaló.

—A eso le llamo suerte. —Miró mi camiseta y luego subió a mis ojos— ¿Todavía la tienes?

Negué inmediatamente

—La enterré.

Fue una respuesta rotunda que la dejó boquiabierta.

—A ver, a ver, a ver. —Tiró la tostada, tragó hondo y colocó ambas manos sobre la mesa, inclinándose hacia mí. Su recuento empezó—: Dices que te pusiste en riesgo para robar una playera, te pillan, corres la bendición de que te la regalaran de todas formas ¿y ahora me dices que la enterraste? —Yo asentí con lentitud— ¡¿Por qué?!

—Fue una manera simbólica de despedirme de mi niñez.

Ladeó la cabeza, confundida.

—¿Como cortarse el pelo?

—No de esa forma. Cortarte el cabello puede significar cambio, lo mío fue decirle adiós a lo que me ataba.

Mi pesimismo combatió su histeria. Moderó su actitud al verme distante.

—¿Puedes contarme? —interrogó con un atisbo de timidez en su voz.

Me tomé mi tiempo para prepararme como si fuera a contar una larga historia. Lo cierto es que de ella solo me quedan recuerdos vagos, sueltos e inquietos a los que no quiero aferrarme. Todos ellos están manchados por mierda, grises y oscuros. Le dije que yo no veía la vida de colores cuando vivía con mi familia biológica, que pasé por demasiadas trancas y abusos.

—Hacía todo lo posible para no llegar a casa después de clases y los fines de semana vivía prácticamente en la calle.

Sus ojos me miraron con lástima.

—¿Solo tú?

Le dije que sí. Y pasé a contarle que después de conseguir aquella playera, todo se fue a la mierda. Las peleas, los abusos, los maltratos, las drogas, el alcohol... Mis viejos se metieron en problemas tochos y yo fui enviado a un hogar de acogida: la familia de Agnes.

—No fue fácil adaptarme. No voy a contarte qué cosas vi antes de ir al hogar ni qué ocurrió en casa para que me sacaran de ahí, pero eso me tuvo mal durante semanas. Fue Agnes la que se acercó a mí para animarme. Fue ella la que me sacó del pozo de mierda donde estaba sumergiéndome. Gracias a ella pude confiar en las personas, en mis nuevos padres, en sentirme como en casa. Me dijo que si quería olvidarme de lo que había vivido, entonces debía enterrarlo.

—Y lo hiciste enterrando tu playera de Scorpions.

—Yo mismo cavé el hoyo y la tiré a la tierra. Agnes la que me ayudó a enterrarla. «Ahora empieza tu nueva vida y yo seré tu familia», me dijo. Es algo absurdo ahora que lo pienso, pero le agradezco que lo hiciera. Por eso no puedo dejarla ir sin más, le fallé como hermano.

Cuando terminé de contárselo, se levantó de la mesa y me abrazó.

—No creo que hayas fallado como hermano. Ni tú ni ella sabían lo que le aguardaba en Le Groix.

Con esto asumo que no se molestó por lo de la mañana, que hasta que fue a la academia quedamos en buenos términos.

Después del desayuno fui a casa de Lester, a los suburbios.

Pienso en qué tan probable sería que me viera entrar a la casa de Lester, pero dudo que por coincidencias de la vida estuviera en tan mal barrio. O, quizá, de alguna forma se enteró de la información que quería hablarle hoy en el trabajo, cuando ella charlaba tan alegremente con Bellish.

—Hola, amigo —saludó con su voz gangosa.

—No soy tu amigo —le corregí, entrando a su casa aunque no me invitara a entrar.

Conocí a Lester por una recomendación, y resultó ser alguien confiable. Un triste hombrecillo adicto a los juegos y la programación. Va en sillas de ruedas a todos lados por un accidente. Tiene un mal aspecto. Tiene veintidós años, pero aparenta de cuarenta. Necesita amigos con urgencia, y tal vez una novia real. Dentro de todo lo malo, es alguien que trabaja, y lo hace bien. Gracias a él tengo una nueva identidad.

—Quiero que veas lo que me pediste —Agitó su brazo para que lo siguiera a su habitación. La sala principal es un centro de cableados. Si alguna vez esto llegase a inundarse, Lester morirá rostizado.

Tecleó en su computador y me enseñó tres identificaciones listas para ser impresas: una para mi madre, otra para mi padre y una nueva para mí.

—¡Ta-chaaaaan! —presentó sus obras maestras. Lester además de programar, sabía crear identificaciones falsas muy convincentes, como la que uso actualmente— Nueva identidad, nueva vida. También tengo los pasaportes. La única identificación y pasaporte que me faltaría por hacer son los de Agnes. No me tardaré nada, pero... si no es algo seguro no sé si debas pagarlo.

Lo dijo porque, como todos, cree que Agnes está muerta.

—Yo me ocupo de mi bolsillo, tú de crearnos una identidad nueva. ¿Queda claro?

—Sí, pero ella ni siquiera está. No sabes de ella... —Me cabreé, y él lo notó—. Perdón. —Carraspeó, se acomodó los lentes, y cambió de ventanilla—. Como ya te dije, mientras no tenga una foto actual de ella, no puedo hacer nada.

Tenía que conseguir el paradero de Agnes pronto para irnos de esta ciudad de mierda.

Para no seguirme achacando, le pregunté por mi otro «favor».

—¿Conseguiste información de la mujer que te mencioné?

—Angelina Vörka. Sí, sí... —Tecleó en su computadora, abrió un par de pestañas y el perfil de una mujer que suele visitar el club donde trabajo—. Está limpia.

—¿Seguro?

Asintió y procedió a hacerme un resumen:

—Mujer adinerada. Marido muerto. Fuera del foco de cámaras. Buena relación con el alcalde. Nada de drogas, armas. Se casó joven y le gustan los hombres de veinte, todo legal. Ni siquiera donaciones.

—Eso quiere decir que no tiene ninguna imagen que lavar o aparentar —Deduje. A la mayoría de los ricos les gusta esconder sus mierdas detrás de actos de caridad.

Lester me dio la razón.

—¿Quién es? —preguntó ahogado por la curiosidad.

—Una mujer que veo en mi trabajo.

Le resté importancia. En mi mente tenía el pensamiento de que todo estaba siendo demasiado bueno para ser verdad. Ninguno de los nombres de mujeres que le estaba dando tenía alguna cosa turbia detrás, todas eran mujeres adineradas que deseaban pasar un rato agradable. ¿Por qué carajos Bellish me dejó trabajando ahí entonces? No sabía, sin embargo, pensar en él me recordó a que hablaba de «ellos», de la especie de organización a la que supuestamente teme.

—¿Religión o algún club? —indagué.

—No lo especifica. —Se volvió hacia mí con cara de perversión— ¿Por qué el interés? ¿Te gustan las mayores ahora?

—No, me gustan sus secretos.

Le hice un nuevo pago por el favor, pese a que no había conseguido nada relevante y me dispuse a salir de su pocilga electrónica. En la sala principal, me llamó de nuevo.

—Ah, sobre la chica creyente... —Me volví hacia él enseguida. Estaba hablando de Audrey—. Encontré algo sobre sus padres.

—Dime —le ordené.

—Esto te costará dinero extra.

—¿Es importante?

Una sonrisa amplia me enseñó todos sus dientes chuecos y mal lavados. Conocía esa expresión, la solía poner cuando se escondía algo bueno. «El postre» le decía hasta que me quejé de su frivolidad.

—Tú ganas —me di por vencido.

—Es información dispersa, pero que puedo unir si investigo más. —Se acomodó en su silla de ruedas, regodeándose de su superioridad informática.

—Escúpelo.

Se rio de mi ansiedad y siguió:

—Encontré que vienen de una familia adinerada. Silvia no es su nombre real, en realidad, se llama Leah. —Bien; eso no lo sabía, pero no es sorprendente porque sus padres son separados y ahora el tipo es un alcohólico—. Investigando más sobre esta familia me encontré con un acta de nacimiento de una clínica privada.

—El de Audrey —asumí.

Lester negó.

—No, el de una tal Agnes.

Le pedí que me imprimiera el acta para verlo con mis propios ojos.

Era cierto, el acta de nacimiento era el de Agnes, pero tenía otro apellido.

Mis dudas se acentuaron y cayeron en picada contra teorías basadas en meras suposiciones, nada en concreto y sentí la necesidad de indagar más en Audrey y su familia, pues siempre las había dejado de lado. ¿Y si ellos ocultaban algo más? ¿Y si en realidad Audrey también tuvo que cambiarse el nombre y en realidad todo este tiempo se llama Agnes? ¿Audrey es Agnes?

Antes de precipitarme, tuve deseos de ponerme en contacto con ella, pero una llamada del trabajo me lo impidió. Al principio, al responder, me dije que no importaba, pero quien realizó la llamada fue la mandamás del club.

Me gané una invitación a su oficina privada para charlar.

Antes de meterme ahí, llamé a Camille para informarle en caso de que algo me ocurriera.

Jamás en mi puta vida había esperado entrar a una oficina tan elegante como la de Magdiel Slagel. Una mujer madura, que duplica mi edad, que tiene buen aspecto y semblante y que, con todo esto, logró ponerme nervioso.

Sus ojos azules eran audaces.

Me invitó a sentarme frente a su escritorio. Demostró su educación y amabilidad. Sonrió con dulzura. Luego, enseñó sus garras.

—La mayoría de los jóvenes que trabajan aquí están en busca de la oportunidad ideal para ganarse el favor de las señoras y meterse en sus carteras, todo para obtener los beneficios que estas les presentan —empezó diciendo—. Jamás desperdician la oportunidad.

No sé a qué punto deseaba llegar, pero sabía que iniciar su discurso hablando de «jóvenes» y «oportunidad» tenía una razón en particular.

—Pero tú... Tú eres diferente. Te limitas a servir, mas no a complacer. Te quedas observando mientras tus compañeros pasas las horas sentados junto a nuestras bellas clientas, disfrutando del licor que tú mismo serviste. —Hizo una pausa y se tornó seria—. Si no estás por dinero, la pregunta es ¿por qué estás aquí?

En ese momento supe que me había atrapado.

—Trabajar —me limité a decir—. De una manera más honesta.

—Oh, por favor, eres un gigoló, estás aquí para complacer a las mujeres.

—Soy consciente de cuál es mi posición aquí, pero agradezco que me lo repita —fue lo que dije—. Pero, con su respeto, sé también que la palabra «complacer» no se puede condicionar a un solo tipo de placer.

—Inteligente, pero arrogante —definió mi comentario—. Demasiado conservador. Voy a repetirlo: ¿por qué estás aquí?

Yo insistí:

—Trabajo.

—Trabajo... —repitió con sorna—. Muy bien, iré al grano.

En ese momento todo mi cuerpo se tensó.

—Sé que tu nombre real es Viktor. Que tus padres biológicos eran unos alcohólicos y tuviste que vivir en una familia de acogida. Sé que entraste a una academia como auxiliar de aseo y que gracias a esto tu linda hermanita también. Hermana de la cual, actualmente no tienes idea de dónde está. —Soltó todo de golpe. Rápido. Tardé en asimilarlo—. Y sé que estás aquí porque la estás buscando. —Sonrió contemplando mi expresión—. Me gusta investigar a mis chicos, Viktor.

Sabía que más jodido no podía estar.

—¿Y qué piensas hacer ahora? —le pregunté sin dejar que viera lo mucho que me afectó todo lo que sabía de mí— ¿Despedirme? ¿Mandarme a sus matones?

—Qué... cliché. Lo que haré, será facilitarte el trabajo: voy a decirte dónde está tu hermanita.

—Asumo que bajo ciertas condiciones.

—Me gusta tu intuición, así no pierdo tiempo —felicitó—. Tengo dos condiciones. Quiero que sepas que no me gusta defraudar a mi clientela y siempre trato de darle los mejores productos y servicios; tú eres un mal producto y, por lo tanto, haces un mal servicio. Quiero que complazcas a las damas como se merecen. ¿Puedes hacer eso?

«Por Agnes puedo hacer eso y más», me dije.

—Sí.

—Perfecto. Por la noche te presentaré a una clienta que te tiene los ojos puestos encima, ya verás.

No oculté mi desagrado, simplemente lo mezclé con mi siguiente pregunta:

—¿Y la segunda condición?

Magdiel se levantó de su silla y rodeó el escritorio. Con dos pasos lentos llegó a mi espalda, me tomó de los hombros, se agachó y susurró en mi oído.

—Si quieres saber dónde está tu hermana debes darme algo a cambio.

No me moví ni un centímetro.

—¿Qué cosa?

—Un reemplazo.

Anoche, después de saber que en mis manos estaba la oportunidad de tener a Agnes de nuevo conmigo, hice todo lo que me pidió y más. Actué como el novio que nunca fui con la mujer que me presentó, la embriagué para que se marchara pronto en su jodido auto. Era una mujer guapa, pero fastidiosa, de manos demasiado largas. Se colgó de mí y me besó como si fuéramos amantes. No pude negarme.

¿Será que Audrey supo de esto? ¿Será que Bellish le contó sobre lo que hago y esa es la charla interesante que tenían?

Tiene sentido.

De ser así, comprendo su enojo.

Sin embargo, en estos momentos, tengo cosas más importantes de las que preocuparme.

Necesito encontrar ese maldito reemplazo.



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Solo diré: chan chan CHAAAAAAAAAAAN

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