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Actualización nocturna :D Iba a ser más temprano, pero pasaron cosas.
Dedicado, nuevamente, a los chiquis del grupo ^.^
En fin, que las disfruten :D
ESTO NO ES UNA CITA
Parte 2
El centro de la ciudad está más movido de lo que creí que estaría, a pesar de que el clima es un desastre. Las decoraciones navideñas no se han hecho esperar; hay luces blancas enrolladas en los postes de luz, guirnaldas de pino sintético con pequeños detalles rojos y dorados, muñecos de nieve luminosos en los ventanales y los infaltables villancicos que vienen de ningún lado.
Esto está tan limpio y bello. Me detengo a mirar un tren de juguete recorrer un circuito enorme en la vitrina de una tienda infantil y Raziel lo observa fascinado por los detalles que posee.
—Siempre quise uno de estos —dije embobado—. Cuando visitaba las jugueterías, me ponía a jugar con uno de estos hasta que los vendedores me regañaban.
—No les dejabas a los otros niños disfrutar. Chico malo.
—Tenía que disfrutarlos lo más que pudiera, mi familia no tenía para regalarme uno de estos —se justifica—. Nuestras navidades no eran muy estables, por eso ya no celebro.
Sé que no lo ha dicho para que sienta compasión de él, pero no puedo evitar pensar en lo difícil que fue no tener el dinero suficiente para pasar una buena navidad a tal punto de que ya no las celebre.
—¿Quieres entrar a mirar? —pregunto con cierta timidez, como si temiera que me tomara por ridícula.
—Estoy bien desde aquí. Mira, acércate. —Me apego al vidrio tanto como él para perseguir el tren con la mirada—. Si achicas los ojos se ven como si fueras parte de él.
Obedezco, mas no me siento parte de la maqueta como presume. Aun así, prefiero no decirle nada y mentir.
—Wow, se ve genial —hago mi mejor actuación y enderezo la espalda. Es ahí donde me percato de nuestro reflejo: podríamos parecer una pareja. Y, también, recuerdo un detalle que me deja rascándome la cabeza: hoy no me he duchado.
—Siento que estoy muy sucia —comento con inquietud, temiendo que la gente, aunque ni siquiera le importe mi presencia, lo note.
—Tuviste la oportunidad de bañarte y cambiarte ropa, pero no lo hiciste —me dice Raziel a modo de regaño.
—No quería hacerte esperar. —Abre los labios para responder, se lo piensa un momento y luego los cierra volviendo la vista al frente—. ¿Qué?
—Olvídalo. —Se endereza y le echa una rápido vistazo a mi cabello. Yo me cubro para que no aporte a mi paranoia, pero poca importancia le da— ¿Ya tienes visto que celular vas a comprar?
—Cualquiera que esté a un buen precio. No es como si vaya a comprar uno de lujo con una cámara increíble.
—No se puede tener todo en esta vida.
—Exacto. Este será mi primer celular comprado por mí, todos los que he tenido fueron los que mamá dejaba de usar. —Ahora se ríe de mí. Me cubro la cabeza con los brazos temiendo que diga algo sobre mi cabello—. ¿¡Qué!?
—Nada.
—¿Qué puede ser tan divertido?
—Nada —insiste, obligando a que baje los brazos—. Me parece encantador que te emociones por algo así.
El calor que me producen sus inesperadas palabras hacen que mis mejillas enrojezcan y se hinchen.
No puedo creer que tome cualquier ventaja de la situación para decir una cosa así cuando menos me lo espero.
Lo peor es que él ni siquiera se ha dado cuenta de lo mucho que le brillaban los ojos mirando el tren hace un momento. Y ahora sonríe, porque he sido demasiado obvia.
—Sigo molesta contigo —refunfuño, tirando de su brazo para seguir caminando.
En las tiendas de tecnología también la decoración es navideña, y es donde se lo curran más con las ofertas. Pero, para alimentar la mala fortuna que cargo encima, es demasiado pronto para que estas aparezcan.
—¿No te gustaría un celular en fechas mucho más próximas a Navidad?
—Necesito un celular pronto para anotar los trabajos, las alarmas, llamar a mamá...
Rayos, viéndolo así, tener un celular no es tan imperativo. Ni siquiera era muy sociable, además, solo hablaba con Vivian, y a ella ahora puedo verla todos los días en la academia.
—Yo digo que esperes unas semanas más y luego gastes el dinero en un buen celular.
Mirar los precios en los mostradores y recordar que el dinero que traigo no es mucho, solo ayuda más a la sugerencia de Raziel.
—Es que... —la frustración hace que me muerda los labios— No podemos venir para nada.
—Ve esto como un lindo paseo por el centro.
—Y vivir sin celular es como vivir en los años noventa. Es estar desconectado de lo que ocurre en el mundo.
—O tal vez es tener una vida social real —recrimina con tranquilidad—. Piénsalo bien: ¿de verdad es una cuestión imperativa tener un celular? Que, ojo, ni siquiera es algo que no tendrás nunca más, sólo echarás en falta unas semanas.
Santo cielo..., Raziel sí es muy convincente.
—¿Estás planeando algo? —le pregunto con la desconfianza latente.
—No.
—Entonces ¿por qué estás convenciéndome de que no compre un celular?
—Te estoy convenciendo de que guardes tu dinero —le da un toquecito a mi frente—. Nada más. Pero si quieres gastarlo, adelante. Es tu decisión, Angelito.
—Iré a mirar en otro sitio.
Recorremos tres enormes tiendas donde los precios de celulares son similares, y en los que la mirada de Raziel que dice «haz caso a lo que dije» me pone los nervios de punta. Así que, afanada a llevarle la contra, me voy a una cuarta tienda donde hay un celular en oferta. No es el mejor del mundo, pero posee lo necesario para que pueda sobrevivir en un mundo donde la tecnología casi es una necesidad.
La mueca de satisfacción que le doy a mi acompañante después de que me entreguen la bolsa no es para nada humilde. Es la respuesta perfecta a la miradita que venía cargando en los otros lugares.
—¿Qué decías?
Enarco las cejas mientras me pongo el cabello detrás de la oreja, dispuesta a escuchar lo que tenía que decir para mí.
Él sonríe y se acerca.
—En dos semanas más habrá un celular buenísimo a ese mismo precio.
La sonrisa se me esfuma.
—Y dale con eso.
—Es un hecho, Angelito.
—Bueno, pero ya está. He comprado un nuevo celular, no hay vuelta atrás.
Salimos de la tienda para encontrarnos con que el día se pone cada vez peor. El cielo está oscuro, lleno de nubes que tientan con lluvia. Pero eso no es todo, la nación del hambre nos ataca a ambos cuando al pasar por afuera de una cafetería, el olor a pan caliente entra por nuestras fosas nasales. Raziel dice que cerca hay un restaurante de comida rápida al que solía ir cuando trabajaba en un taller de motos, así que, antes de que la lluvia nos agarre desprevenidos, nos adentramos en el lugar para pedir dos hamburguesas acompañadas de papas fritas.
Mientras esperamos sentados en un rincón del vacío lugar, aprovecho de seguir con mi interrogatorio.
—¿Y Seth?
—¿Qué pasa con él?
—Exacto. ¿Qué pasa con él? ¿Cómo es que de odiarlo pasaron a ser amigos?
—No te confundas. —Su mirada intimidante es un freno a mi imaginación—. Amigos no somos ni seremos jamás, eso que quede claro. Solo estamos usándonos.
—Esa es una manera muy franca de decirlo.
—Es la verdad. Si le preguntas a él, te respondería lo mismo.
Como nuestra relación, ¿verdad?
Ponerlo así de simple me da cierta decepción.
—¿Cómo fue que hablaron?
—Ese día que discutimos, mi jefe me llamó a su oficina. Resulta que el niñato ese le mostró fotos donde yo te estaba agarrando. Por más que me expliqué, no entendió. Me cabreé, me enojé mucho. Golpeé a Bellish en la cara y el cabrón incluso después de eso fue a hablarme fuera de la academia para explicarme por qué lo había hecho. Dijo que estaba muy expuesto.
Hasta ahora, lo que me está contando concuerda con lo que Seth me dijo en el cine. Sin embargo, falta información.
—Dijo también que me conseguiría un trabajo mejor remunerado.
—Si Seth tiene esa facilidad también me gustaría que me consiguiera uno —bromeo de mala gana.
—Bueno, este trabajo es bastante interesante. —Su postura relajada cambia a una más íntima. Lo siento más cerca, acortando la distancia que la mesa nos separa—. Es en un club nocturno de gente rica.
—Oh.
—¿Eso será lo único que dirás? —inquiere— Normalmente harías más preguntas.
—Normalmente tengo las información para contrastar y preguntar —me defiendo, con la mente en blanco—. ¿Qué haces exactamente en ese bar?
—Sirvo tragos.
No suena muy extravagante el trabajo como para que Seth lo colocara específicamente en él.
—¿Y eso es interesante porque...?
—Veo y me entero de muchas cosas. Y me pagan bien, que es lo mejor. —Algo no me cuadra. Mi expresión fruncida se lo deja saber—. ¿Cuál es el problema?
—Mi problema es que... no sé, siento que has tomado demasiado confianza de Seth. ¿Y si te está tendiendo una trampa?
—Parece que aún no me conoces lo suficiente, Angelito. Yo no me estoy fiando de él. De hecho, voy con mucho cuidado en lo que hago. Por mucho que me quiera perjudicar con esto, voy tres pasos por encima de él. El hecho de que quiera ayudarnos para encontrar a su amiga hace que sus emociones sean más vulnerables.
Un momento...
—¿Qué? —le freno antes de que siga— ¿Eso fue lo que te dijo?
Asiente.
—Dijo que está buscando a su amiga de infancia.
Agnes...
La garganta se me contrae.
—Si lo que te dijo es verdad, entonces no debe saber que su Agnes está muerta —digo con inseguridad— El único que posee esa información...
—Es Dhaxton. Sería colocar a ambos amigos en contra. Y Seth es muy sentimental; hará todo lo que tenga al alcance para vengar a su amiga.
Me quedo fría. Descolocada con lo que Raziel planea y la forma en que se expresa de Seth. No puedo creer lo consumido por el odio y la venganza que está. Pero, por otro lado, entiendo que esta es una oportunidad que no puede dejar pasar si quiere saber lo que ocurrió con su Agnes.
—Eso, es caso de que sea cierto y no un cómplice que quiere exhumar sus culpas.
«Exhumar» es una palabra extraña para usar en esta ocasión, porque, a juzgar por lo preocupado que estaba Seth anoche en el auto, creo que eso es precisamente lo que busca.
—Esto ya dejó de ser un absurdo juego, ¿verdad? —le cuestiono con temor, a lo que asiente con pesadumbre—. Creo que nunca lo fue.
Sus cejas se arrugan.
—¿Por qué lo dices?
—Anoche él no fue muy explícito, pero cuando le pedí que fuera más claro, dijo que no podía hablar porque le teme a «ellos». —Raziel no reacciona, espera a que continúe—: No me quiso decir quiénes son, pero sí lucen como la clase de matones que van a pegarte a casa si te metes en sus asuntos.
—O buscar silenciarte enviando abogados —hace referencia a lo ocurrido con sus padres adoptivos.
—Esto demuestra que detrás de ellos hay algo mucho más grande. No creo que tú y yo podamos hacer algo.
—Lo único que quiero es saber qué ocurrió con Agnes —emite como el doloroso lamento de un animal al que le quedan pocos minutos de vida. Puedo percibir su dolor; el cambio en su ánimo y lo frágil que se pone al mencionar a su hermana adoptiva—. Si está bien, si está mal, si le ocurrió algo... Es la incertidumbre la que va matando a las personas, Audrey, no la verdad.
Le miro un momento y luego tomo su mano para hacerle saber que yo estoy con él. Cuando lo hago, levanta la mirada regalándome una sonrisa triste pero sincera. Raziel la gira y sus dedos tocan los míos, acariciándolos desde su nacimiento hasta la punta.
—Tienes manos bonitas —murmura con la vista puesta en ellos—. Manos de artista. La primera vez que te vi lo supe.
Se me escapa una risa nerviosa. Sus dedos sobre los míos me están haciendo cosquillas.
—¿Cómo son las manos de un artista?
—Están manchadas con grafito, pintura o todos esos materiales que ocupan. Aquel día, en tu primer día de práctica en el cine, las noté. Tenías una mancha en un costado del cuello también que indignó de sobremanera a Andy.
—Si no fuera por ti, ella seguramente me habría echado del trabajo.
—Eso no te lo niego —se ríe—. Le caes fatal.
—¿Cómo es que la convenciste para que volviera a contratarme? No sé si es cuestión mía, pero ella parece hacerte caso en lo que pidas.
—Soy su mejor empleado —se jacta.
—Te quiere porque sabes que atraes clientela. Como Seth.
—Su nuevo favorito —dice con cierto fastidio.
Nuestra comida llega sin que lo notemos. No sé cuanto tiempo hemos esperado, lo cierto es que la charla había dejado mi grujir de tripas a un lado.
En la mitad de mi hamburguesa, recuerdo a Dhaxton en New York, en que decidió comer esa galleta que sabía horrible y lo feliz que se vio por un instante. Luego vino lo peor.
—¿Te digo algo muy malo sobre lo que ocurrió con Dhaxton?
Raziel deja de comer para prestarme atención.
—¿Te dio gusto verlo todo moribundo? —ironiza.
—No, payaso. Pero, pese a saber que es probable que yo haya sido la que provocó esa crisis, siento que no me remuerde demasiado la conciencia. —Bajo el tono de voz—. Es decir, sé que hice mal, que con la medicación de una persona no se puede jugar. Pero estaba tan molesta por su chantaje, y me ha hecho tantas cosas... que cada vez que siento culpa, una vocecita en mi cabeza me dice: «Él se lo merece».
—¿No sientes culpa? —Luce sorprendido.
—Ni un poquito —afirmo—. Al principio sí, claro, pensaba en él y sigo preocupada por su salud. Pero, ahora, si estuviera en la misma situación, le robaría la medicación de todas formas. Él desde el principio fue «malo» y siento que lo que hice solo fue una devolución.
—Yo en tu lugar hubiera hecho lo mismo.
Salimos del restaurante encontrándonos con las primeras gotas de lluvia. Al otro lado de la calle, una señora nos vende un paraguas con el que nos refugiamos hasta acabar la calle. Allí, la feria de invierno, que empezaba a ver sus primeros visitantes, se ve desierta y todos los puestos con pequeños negocios de emprendedores tienen que cerrar. Es un anciano cargando una caja a su camioneta lo que me llama la atención; pues no tiene a nadie que lo ayude, ni tampoco que le preste algo de cobijo. Le doy un codazo a Raziel para que vayamos a socorrerlo.
—Nosotros nos ocupamos desde ahora —le dice cuando nos acercamos. Me da una mirada de complicidad y asiento, cediéndole el paraguas al anciano, quien no tarda en agradecernos.
La pequeñas gotas que caen son como cientos de proyectiles, pero no logran perjudicar nuestra labor. Es en cosa de minutos que logramos acomodar todas las cajas del anciano detrás de su camioneta, que, para nuestra sorpresa, vende juguetes de madera.
Antes de que nos marchemos, el anciano baja el vidrio y nos llama desde el refugio de su transporte.
—No tengo el suficiente dinero para devolverles el favor, pero, por favor —dice con voz rasposa—, reciban estos juguetes como muestra de mi gratitud.
A mí me da un ciervo del tamaño de la palma de mi mano y a Raziel un tren en miniatura.
—Gracias —le decimos a la vez.
Cuando el anciano se marcha, miro a Raziel, que luce conmovido por el pequeño tren que yace quieto en la palma de su mano.
—Un tren... —emite como si no diera crédito a la coincidencia. Está sonriendo. Está tan feliz que puedo ver el brillo en sus ojos.
Volvemos a donde guardó su moto.
De camino noto que mueve su hombro y cuello.
—¿Qué tienes?
—Creo que hice un mal movimiento levantando una caja —responde.
—Eres un abuelo —me burlo—. ¿Es que no puedes levantar ni siquiera eso?
Se acerca a mí para mirarme con todo el odio del mundo.
—Es fácil para ti decirlo cuando levantaste cajas livianas.
—Ooooh, no trates de decir eso. Mejor admite que estás viejito.
—Me debes dos masajes —dictamina, muy serio.
—¿¡Dos!? ¿Por qué?
Me detengo y él me deja tirada con el paraguas, frenando unos pasos más adelante.
—Fuiste tú quien dio la idea. —Camino hacia él para encararlo.
—Era un anciano, Viktor —me quejo, pronunciando su nombre para cabrearlo—. Cómo no íbamos a ayudarlo.
—Eso no quita que fuiste tú la de la idea.
No planeaba volver al departamento de Raziel. Pero viendo cómo están las cosas y que pronto va a empezar a llover como si no hubiese mañana, tal vez, solo tal vez, podría arriesgarme un poco. ¿No?
—Vas a volver a dormir en el sofá.
Me mira con cara de «¿tú crees?» y luego sigue caminando.
⛄️
Al volver a su departamento, lo primero que hago mientras Raziel enciende la estufa, es quitarme el abrigo que ya está húmedo por el exterior y abrir mi nuevo celular. En realidad, no es nada del otro mundo; después de configurarlo, lo dejo a un lado, aburrida.
Miro hacia afuera.
—Siempre que vengo aquí llueve, vaya...
Raziel sale de su habitación con su ropa de pijama: la camiseta negra y unos pantalones holgados.
—¿Quieres algo para beber?
—No, quiero que me des tu número.
Le entrego el celular desbloqueado y el no tarda en apuntar su número bajo el nombre de «Yo». La creatividad no lo acompaña mucho...
—Espero que ahora sí respondas mis mensajes —advierte antes de entregármelo.
—Lo haré, papi —me burlo.
Se ríe cuando me cubro la boca al caer irremediablemente en mis propias palabras. «Papi» no es una palabra para usar frente a un chico. O al menos eso decían las chicas del internado, pues tenía una connotación sugestiva.
Me cubro la boca, avergonzada.
—Por favor, no te ríes —le pido, empezando a acalorarme.
—Bien, Angelito, no lo haré. —Se vuelve hacia la puerta de su cuarto—. Iré a descansar un poco. Esta es tu casa, haz lo que se te antoje.
—Se me antoja una ducha... —digo a modo de broma.
—En el mueble del baño hay toallas y un secador —informa, adentrándose al cuarto.
Una vez su puerta se cierra, voy a comprobar si lo que dice es cierto.
En efecto, lo es.
Y aunque no estoy muy convencida de querer ducharme aquí, cuando enciendo la llave de la ducha y el agua caliente resulta tan tentadora, empiezo a quitarme la ropa y a dejar que mi instinto gane.
Donde más me tardo es secándome el cabello, pues el secador que Raziel tiene no es demasiado potente. Me quedo pongo la ropa y salgo, dejando el jersey junto a la estufa para que conserve calor.
Para matar más el tiempo, descargo todas las aplicaciones que uso en el celular. Reviso mi Facebook y luego la bandeja de noticias en la página web de la academia.
Odio tener que ver a Dhaxton como alumno destacado de la carrera de Arte cada vez que entro, pero qué se le va a hacer...
Hojeo los libros que tiene Raziel sobre la mesa y luego hago un dibujo en una hoja de papel suelta hasta que la tinta de la lapicera se acaba.
Aburrida, me acerco a la puerta de la habitación y me asomo.
—¿Raziel?
—¿Hmm...?
—¿Estás despierto?
—¿Tú qué crees? —replica con voz pesada. Se toma un tiempo para restregarse los ojos y se sienta con dificultad sobre la cama—. Ya no.
—¿Quieres el masaje?
Me mira con una ceja enarcada.
—Luces como el prota demente en la peli de El Resplandor —increpa con desagrado.
—¿Vas a quererlo o no?
—Bien. Ven. —Se coloca de pie y acomoda el edredón para sentarse luego. Yo me coloco detrás de él, por la parte de la cabecera—. Sé cuidadosa.
—No voy a romperte la columna si es eso a lo que le temes —me quejo, a lo que responde con un bostezo.
Empiezo a masajear su espalda y sigo con sus hombros. Esa técnica la usaba con mamá cuando llegaba del trabajo adolorida. Con mis pulgares voy subiendo por su columna, luego su cuello. Me quedo un momento masajeando su cuello y continúo con los hombros. Raziel parece totalmente ido, aunque en ocasiones lo escucho jadear, como si le doliera. Con mi palma recorro la anchura de sus hombros y masajeo en círculo volviendo a su cuello. Así repito hasta que mis manos empiezan a enrojecer por el exceso de tacto. Tomo sus hombros y aprieto con cuidado, acercándome para ver su expresión.
Está muy callado.
—¿Ya te sientes bien?
Levanta la cabeza, observándome con esos enormes ojos azules y penetrantes.
Una sonrisa maliciosa se le asoma.
—Sí. Nunca estuve adolorido —confiesa—, quería una excusa para que me dieras un masaje.
Lo tiro hacia adelante, ofendida.
—Eres un mal... —me muero la lengua para no maldecirlo mientras él se ríe—. Bien, ahora es tu turno —le reclamo, quitándome el chaleco y quedando con mi camisa de tirantes.
A regañadientes se levanta para desplazarse a mi espalda mientras yo tomo su lugar. Su peso sobre la cama causa un desequilibrio en lo que busca la mejor posición para darme el masaje. Siento el calor de su cuerpo en mi espalda y su respiración pesada chocar con los cabellos de mi nuca. Coloca ambas manos en mis hombros como apoyo al pasar sus piernas a mi costado. Viendo la clase de viejo malhumorado que es, juraría que podría rodearme con sus enormes piernas y hacerme una llave en venganza, pero se limita a dejarlas colgando. De manera delicada, toma mi cabello entre sus manos para hacerlo a un lado, exponiendo mis hombros.
Cierro los ojos cuando sus manos tocan mi piel y sus pulgares se funden en movimientos circulares cerca de mi cuello. Se toma su tiempo para moverse de un lado a otro, frenando en las zonas de tensión, volviendo a mi cuello para acariciarlo de arriba a abajo. Es tan relajante que empiezo a perder el razonamiento, a olvidar mi enojo, bajar la cabeza y cerrar los ojos, para entregarme completamente a Morfeo.
—Aún no, Angelito —reclama Raziel a mi espalda, susurrando junto a mi oreja y sosteniendo mi barbilla con su mano. Busco su rostro por encima de mi hombro, encontrándome con sus labios—. No vas a escapar esta vez.
Mete ambas manos por debajo de mi camisa hasta llegar a mis pechos y empieza a masajearlos. Sus manos son enormes, los cubren por completo. Pero necesito sentirlo más, así que meto una mano bajo mi ropa, alcanzo la suya y aprieto, guiándolo para que haga lo mismo. Y él obedece, dispuesto a satisfacer hasta el más pequeño de mis caprichos, por eso me entrego por completo al placer que quiere entregarme, dejando caer mis brazos y apoyando mi cabeza en su hombro.
—Quién diría que la linda e inocente chica de iglesia es tan descarada —dice con el fin de fastidiarme. Su comentario me hace morder los labios, avergonzada.
—Calla...
—Pero yo no soy nadie para negarme a ella.
Su presión se vuelve más fuerte y sus movimientos más rápidos, rozando sin piedad la cúspide y endureciéndola. Por detrás, en mi hombro desnudo, comienza a dejar un trazo de besos hasta llegar a mi cuello y empezar a succionar.
Suspiro a gusto, totalmente plena.
Pero Raziel tiene otros planes.
Con una mano, desabrocha mi pantalón y se desliza bajo mis bragas. Su mano está caliente y yo estoy dispuesta a que haga lo que sea. Acaricia mi vulva, presionando con dos dedos mis pliegues. Por inercia, lo agarro cuando empieza a moverse de arriba a abajo a un ritmo pausado, pero me dejo llevar consumida por la placentera sensación se me provoca.
—Abre las piernas —susurra y obedezco, abriéndolas para que me pueda recorrer con facilidad de arriba abajo, volviendo a arriba para frotar en círculo y con menos suavidad.
Todo el calor de mi cuerpo se condensa en mi entrepierna y mis movimientos anhelantes me llevan a menearme pidiendo más al mismo tiempo que libero los primeros jadeos.
—Raziel, por favor... —suplico. Me muerdo los labios ahogando mis palabras.
—¿Qué ocurre, Angelito? —interroga con un dejo de burla.
—Rápido... —jadeo, llevando una mano a su cuello para aferrarme a el cabello de su nuca— Más rápido.
Al contrario de mi petición, vuelve al ritmo lento y suave.
—Esta es mi venganza por dejarme tirado dos veces —farfulla tras mi oreja, lleno de resentimiento. Tomo su mano para guiar los movimientos, pero se niega a seguir—. ¿Ves que no es lindo dejar a alguien con las ganas?
—Eres un ser horrible —farfullo.
—Lo sé. —Unas suaves caricias se le escapan y besa mi cuello—. Puedo ser peor, pero... me pones demasiado.
Masajea de nuevo a una velocidad más frenética, como si estuviera desesperado por llegar a mi punto más extasiado, pero lo suficientemente cuidadoso para no lastimarme. Justo como lo deseo. Sus movimiento rápido hace que mi cuerpo se contraiga de placer, agite mi respiración, que emita sonidos cortos.
Detrás, puedo sentir su dureza contra mi espalda, casi rozando mi trasero.
De pronto tengo deseos de tocarlo. Jamás lo he hecho, y me da algo de pena admitir que me causa cierta curiosidad. Así que lo hago: lo toco por encima de la tela, acariciándolo y agarrándolo con mi mano, provocando que Raziel deje escapar un gemido y se olvide de mi complacencia. Pero como escucharlo vulnerable me seduce todavía más, doy el siguiente paso y meto mi mano bajo su pantalón para tocarlo. Se siente grande, grueso y raro, pues es diferente a como lo imaginé. Estiro mi mano encima, subiendo y bajando sobre su longitud. Pero debo apretar, buscando apoyo, cuando empiezo a sentir que todo mi cuerpo tiembla, mis muslos se tensan y una ráfaga de frío recorre mi columna.
—¡Mierda...! —se queja Raziel ante mi estrujamiento.
Me retuerzo inmersa en el placer hasta que dejo de pensar y... se detiene. Lleva sus manos a mis caderas y me obliga a recostarme de espalda a la cama. Sus manos apoyadas a mi costado, viéndome desde la altura con perversidad. Lentamente, desliza mi ropa por mis piernas hasta quitármelas por completo y tirarlas a un lado, dejándome solo con la camisa de tirantes. Él también se quita su ropa, quedando expuesto. Con la mano alrededor de su erección, se dirige a un cajón para sacar un preservativo y colocarlo como protección, volviendo a mí para colocarse a gatas.
—Esta será mi venganza —reclama y luego me besa con profundidad, entrelazando su lengua con la mía, agotando mi aire.
Al separarse, se coloca entre mis piernas ya abiertas, así que agarro las mantas de la cama ya mentalizada. Sin embargo, no entra. Desde la altura me mira con arrogancia, consciente de que desde el principio ha tenido el control, y que no está satisfecho: quiere una venganza.
—No seas así... —emito con la voz quebrada.
—¿Así cómo? ¿Vengativo? —Puedo sentirlo rozar mi entrada y presionar sin entrar— ¿A eso te refieres?
Asiento mordiéndome los labios.
—Pero si por venganza llegamos a esto; por venganza es que nos conocimos. Y yo soy muy vengativo, tanto que haría lo que fuera por saborearla.
Se interna lento, disfrutando de la espera. Retengo un gemido cuando llega al fondo y mi trasero toca su piel. Lo siento palpitar dentro de mí, agrandarse, ser envuelto por las paredes de mi interior. Se siente bien, mas necesito que comience a moverse.
—Raziel... —suplico contra vez, siendo yo la que mueve las caderas con torpeza—. Por favor... Ahh...
Mi última palabra lo convence. Sale de mí con lentitud y vuelve a entrar, aumentado poco a poco el ritmo. Es una condena adictiva hacerlo, y sé que está mal, pero este placer me supera, y quiero gritar, jadear, gemir, vivir este placer más seguido.
Los empujones ya no son lentos, llevan un ritmo poco controlado, y profundos. Lo siento excavar dentro de mí y gemir de placer, agarrado a mi cadera.
—Más —le pido.
Sus embestidas cada vez son más duras, con furia y sin piedad. Lo agarro de los brazos para aferrarme a algo, desesperada, al tiempo en que mis jadeos se unen al compás de los golpes de nuestras pieles azotándose la una con la otra. Es rítmico, como el tic-tac de un reloj. Y se siente bien, mejor que la primera vez.
Oigo golpes en la puerta.
Miro a Raziel, asustada, pero él ignora por completo lo que está sucediendo. Sigue con el vaivén de sus caderas, metiéndose dentro de mí, aumentando la velocidad y colocando una mano sobre mi boca para silenciar mis gemidos.
—Shh... —sisea, quitando su mano para reemplazarla por su boca.
Más golpes.
—¿Raziel?
No responde.
Ni siquiera visualiza la puerta; sus ojos siguen sobre mí, contemplando cómo intento suprimir el placer que me provoca tenerlo dentro, entrando y saliendo sin una clase de piedad. Hasta que empiezo a temblar a la par de él. La hinchazón en su miembro se hace más grande, palpita, se endurece y luego, el calor. Yo me muevo en su lugar encontrando el punto más cúlmine y liberando el fuego interno que no logró quemarme antes.
Ambos quedamos tendidos sobre la cama, con la respiración agitada y sudados.
Otros golpes más.
Con la respiración ya más calmada, busco su rostro.
—¿No irás a abrir?
Niega con la cabeza, estirando su mano hacia mí para apartar un mechón de cabello pegado a mi frente.
—Seguro no merece la pena —emite, todavía jadeante. Se sienta en la cama y luego se pone de pie—. ¿Vamos a ducharnos?
_______________________
claro que sí, corazaaaan 7w7
bueno, ia me bohi
espero que les haya gustado el capítulo <3
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