En la Patagonia

San Carlos de Bariloche, Argentina.

15 de enero 2042.

5.804 días Después del Evento.

Año 15 D.E.

La calzada solo estaba poblada por piedras y escombros de formas irregulares. Nunca había sido asfaltada. Flanqueada por una hilera de casas bajas y simples y, de vez en cuando, por algún gran chalet que en otros tiempos hubiera sido la envidia de sus vecinas.

Lo que antes había jugado el papel de un precario arcén, hoy era una superficie invadida por matorrales y arbustos sin forma ni cuidado.

La maleza manifestaba su supremacía en todos lados. Carente de control y mantenimiento humano, la naturaleza se hizo cargo de volver a reinar.

La humanidad se había desintegrado día a día, mes a mes, hasta encontrar un nuevo punto de equilibrio, donde apenas podía influir en el estado natural del ecosistema.

Ahora, casi con sus propias manos, volvía a enfrentarse con la flora y fauna local para recuperar el territorio que habían cedido.

Emma caminaba comandando el grupo de apenas ocho personas. A unos cuarenta metros más adelante podían ver al dúo que oficiaba de avanzada.

Graznidos y chillidos de diversas razas de aves rompían el mutismo que envolvía a la expedición.

No hablaban entre ellos simplemente porque ya no había nada más que decir. Tenían una misión; era un objetivo claro y debían cumplirlo.

Emma había decidido dar la respuesta que los visitantes estaban esperando.

En resumen, debía acercarse a la ciudad más cercana, acceder al comunicador y esperar a que contestaran al teléfono del otro lado, para mantener el diálogo que aclararía todo este desaguisado que ya llevaba más de una década y media.

De hecho, apenas faltaban unos días para que se cumpliera el año 16 Después del Evento y solo algunos meses más para sus 51 años. Se sentía terriblemente vieja y necesitaba descansar.

De una manera u otra, después de comunicarse con las visitantes, todo terminaría y podría relajarse.

Emma imaginaba que luego de esa charla la vida sería más fácil. Por supuesto que era apenas una expresión de deseo, pero la esperanza la mantenía con la entereza suficiente para seguir adelante.

Aunque en esta época del año no hacía frío, Emma echaba de menos su Málaga natal. El Mediterráneo. Siempre. No pasaba un día en que no se viera andando por sus calles o playas o, simplemente, recorriendo el campus de la universidad.

Ninguna otra cosa podía ser más distinto que su realidad actual. Ahora caminaban en fila, casi marchando. En el sur del mundo. Todos armados. Unos pocos con escopetas en bandolera, otros con arcos o ballestas y todos con su cuchillo de trinchera en la cintura.

Solo Franco y ella llevaban pistola.

Las ropas eran variadas y estaban muy lejos de estar uniformados. Al no tener que cargar con pesados abrigos debido a las buenas temperaturas reinantes, se hacía más cómodo el desplazamiento.

Emma había explicado que podía ir sola, pero la pequeña comunidad que habían formado en esta zona perdida del planeta consensuó que debería ir acompañada. Se votó y se eligió a los voluntarios. Excepto a Franco y a su hija, que no aceptaron entrar en la votación. "Nosotros vamos", fue la afirmación que no daba lugar a discusión.

La frase: "te acompañaremos hasta el fin del mundo", aunque representaba la idea que todos tenían en mente, nunca fue utilizada en voz alta para evitar convocar la literalidad del momento que vivían.

Además, argumentaron en el grupo entre risas, que no había peligro ni amenaza que pudiera hacerles perder el "evento más esperado por la humanidad después del Evento". Haciendo el clásico juego de palabras para referirse al día en que la humanidad fue reiniciada.

Todos esperaban que el fruto de la charla que ella sostendría con los visitantes sería la conclusión de la negra etapa que asolaba a la humanidad.

Emma ordenó descansar cuando llegaron al pinar que poblaba un recodo del camino.

Ya no faltaba mucho para San Carlos de Bariloche.

El comunicador de los visitantes estaba en pleno centro urbano, frente a la torre del reloj.

La cercanía del objetivo hacía que sus piernas pesaran una tonelada. Sentía que caminaba envuelta en lodo.

Se sentó, apoyó su espalda en un árbol y comenzó a relajarse. Inspiraciones profundas y conscientes al principio, más automáticas y superficiales al final. Sus párpados adquirieron un peso considerable. Ya no los controlaba. Se dejó invadir por el sopor, mientras veía a Clara, su hija, inspeccionar uno de los coches abandonados.

"Está bien. Siempre se puede encontrar algo de utilidad", fue su último pensamiento alerta. Se durmió.

La despertaron los gritos un instante después. Se incorporó de un salto, una rodilla apoyada en la tierra, su mano en la pistolera y mirando toda la escena desde su posición.

Frente a ella, alguien tiene a su hija por el cuello. Era un "solita", como llamaban a los solitarios que deambulan por el mundo, algunos carroñeros, otros asesinos, los más: caníbales; todos diferentes, pero siempre peligrosos.

Su mano desenfundó la pistola con cuidado, aunque comprendió al instante lo innecesario de ese gesto instintivo. Todo el grupo tenía al solita en la mira de sus armas y ella no haría la diferencia.

—Dejá a la muchacha —gritó Franco a su derecha—. Podés irte hermano. No te vamos a lastimar. Dejala y andate.

—No, no. Me llevo a la piba. La necesito. Ustedes son muchos y yo quiero una familia —dijo el solita en un gruñido.

—Pero esta no es la forma, hermano —intentó argumentar Franco condescendiente mientras abría los brazos—. Si dejás a la piba podemos votar si te quedás con nosotros.

Por supuesto que nadie reaccionó. Todos sabían que era mentira. El solita también, claro.

—¿Vos sos boludo o te pensás que el boludo soy yo? La piba se viene conmigo. Si hacen algo le corto el cuello y todos van a llorarla y si me matan ¡qué importa! A mí no me llorará nadie. Así que quietitos cada uno donde está o le rebano el cuello. ¡Me voy a ir con la piba! —terminó en un grito.

Todos habían rodeado al solita. Emma seguía petrificada para que su movimiento no distrajera a nadie.

Vio a Silvia, la mejor amiga de Clara, acercarse al solita desde su izquierda, haciendo pasos pequeños. Tensaba el arco y apuntaba bajo. Al principio no entendió.

Luego vio a su hija intercambiar una mirada con Silvia. Su mano derecha seguía aferrada a la muñeca del solita impidiendo que el cuchillo llegara a su garganta.

Mientras transcurría la conversación vio a Clara extender su brazo izquierdo hacia abajo, muy despacio. La vio abrir la mano, todos sus dedos extendidos, solo un instante para cerrarla en un puño. Luego comenzó a abrir alternativamente cada uno de sus dedos. Con cada dedo extendido, Silvia acompañaba tensando el arco un poco más.

Cuando el meñique se extendió por completo Silvia inspiró lentamente. Y en el momento en el que el puño volvió a cerrarse, la flecha atravesó el muslo izquierdo del solita.

Este respondió con un grito un esfuerzo por degollar a su hija, pero se encontró con su férrea mano derecha esperando esa maniobra para evitarla.

También aprovechó su mano izquierda extendida a la altura de la flecha para tomarla y revolverla en la herida. El solita volvió a aullar como un animal herido. La fuerza de su brazo derecho cedió un poco, lo suficiente para permitir que la cabeza de Clara se separara apenas unos centímetros.

Escasa distancia, pero era suficiente para que Franco disparara su pistola acertando en la sien del pobre desgraciado.

Todos corrieron hacia Clara que se encontraba arrodillada en el suelo con toda su cara y cuello manchados de sangre.

La escena ya controlada no parecía relajarse. Emma la seguía viendo como en cámara lenta.

Clara increpó a Franco por haber malgastado una bala y gritándole que ella podría haberlo terminado con su cuchillo.

Silvia empujó a Franco mientras le señalaba su arco y la flecha en su mano, ya lista para volver a surcar el aire.

Dos de los muchachos tomaron a Franco por los hombros y lo alejaron de la escena.

Silvia y Clara se abrazaron.

Luego de separar a Franco del centro de los acontecimientos, los muchachos volvieron para arrastrar al cadáver hasta ocultarlo entre los arbustos.

Cuando la discusión terminó, Emma se dirigió a su hija moviendo los labios sin emitir sonido.

—¿Estás bien?

La respuesta fue una sonrisa franca y el pulgar levantado.

Franco repartió algunas órdenes para que extremaran la vigilancia. Aceptó que el ruido del disparo podría haber alertado a cualquier otro solita que anduviera por la zona.

Emma estaba segura de que Franco se estaría recriminando el disparo por ese motivo, pero nunca por haber salvado a Clara. Sabía que para Franco valía más que mil balas.

Se dió cuenta que aún tenía su pistola en la mano y la enfundó suspirando, volvió junto al árbol y se dejó caer soltando un bufido.

Clara nunca se llevó bien con su padre. Desde el primer momento en que la recogieron a un lado de la ruta con apenas 10 años cumplidos, Clara solo tuvo ojos y cuidados para Emma y tardó apenas dos meses en llamarla "mamá".

Siempre sospechó que desde un primer momento Clara sintió que debía luchar por su cariño. Y tomó a Franco como la competencia más grande al respecto.

Emma vio un zapato asomar de entre los arbustos. Pensó en el pie del pobre desgraciado recién abatido.

Un solita.

"¿Cuándo comenzamos a llamarlos así?"

"¿Cuándo se hizo evidente ese significado para la palabra?"

"El problema del significado", pensó con una sonrisa en el rostro, recordando uno de los epígrafes de su tesis doctoral.

El mundo se había vuelto loco y ella tenía el conocimiento para volver a encauzar todo.

Estaba agotada. Volvió a relajarse y el sueño la dominó rápidamente.

Soñó con el espacio exterior y un cohete surcando el sistema solar.

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