El solita

La comunidad, Planeta Tierra.

16 de febrero de 2034.

2.883 días Después del Evento.

Año 7 D.E.

El padre Ángel la vio traspasar con paso firme el portal de la improvisada muralla. Se detuvo frente a él y lo miró a los ojos.

—Soy Emma, dicen que me buscaba —dijo mirando al anciano harapiento que la enfrentaba.

—¡Oh, sí! ¡La gran Emma! ¡Sos una leyenda! —respondió haciendo gestos grandilocuentes con las manos, como un plebeyo que se acerca a un monarca imperial.

—¿Yo, una leyenda? —preguntó de forma retórica, sin emoción.

—Sí, he sido informado por una muy buena fuente de que salvarás a la humanidad —dijo con un guiño cómplice— El gran interrogante es que no sé si la humanidad necesita ser salvada... más allá de lo que haga nuestro Señor Jesucristo, claro —agregó llevando una mano a su mentón exagerando el gesto de duda y reflexión.

—Vamos por partes. ¿Quién dice que salvaré a la humanidad? —algo más impaciente.

—Doris —respondió el anciano con el último nombre que Emma hubiera esperado oír.

Hacía tiempo que no escuchaba ese nombre fuera de la boca de Marcos o Franco. Y siempre asociado con alguna anécdota.

En el sur de un país que antes del Evento se llamaba Argentina, habían logrado construir un refugio viable.

Sin leyes ni autoridad vigente, habían ampliado la finca original apropiándose de los terrenos linderos. Les gustaba llamar "muralla" a la barricada de piedras, maderas y chapas que habían construido para proteger la ciudadela.

Franco se resistía una y otra vez a las ampliaciones. Su argumento era que cuanto más grande fuera, más difícil sería defenderla. Marcos, por su parte, las promovía argumentando que cuanto más gente viniera, más fácil sería defender las posiciones. Como siempre, era Emma quien encontraba un término medio para dejar conformes a los dos.

Dentro de la muralla mantenían la escuela, el hospital y la herrería.

La organización trajo prosperidad y, los pequeños grupos o familias aisladas que vivían en las cercanías, empezaron a establecerse a las afueras de la muralla.

Franco comenzó a convocar asambleas populares para la toma de decisiones. Así, establecieron qué zona sería para agricultura y cuál para ganadería.

Unos pocos caballos les permitía tener movilidad relativa y realizar breves y limitadas incursiones por los alrededores. Marcos comandaba con gusto lo que él denominaba "mi patrulla montada".

También definieron cuadrillas estables de caza y pesca, que periódicamente salían en busca de provisiones. Poco a poco cada grupo iba encontrado su función y convirtiéndose en una parte útil de la nueva sociedad.

Habían entrado en una rutina medieval y casi podían afirmar que eran felices.

Por lo que la sola mención de Doris por un desconocido, venía a romper esa rutina que costó modelar a lo largo de tantos años y sufrimientos

—¿Y Doris está bien? —preguntó intentando parecer tranquila como quien habla de una vieja amiga. "Qué probabilidades hay de que haya probado con un nombre al azar", se preguntó.

—No, claro que no. Por lo menos no lo estaba la última vez que hablé con ella. Estaba algo nerviosa, ya sabes... Déjame pensar un poquito... a ver... sí, sí , fue el Día del Evento. Se despidió e imagino que luego la frieron como a todo.

"Bueno, sí que hablamos de nuestra Doris", se convenció Emma.

—¿Por qué Doris afirmaría que yo salvaría a la humanidad? —esta vez, la pregunta fue totalmente sincera.

—No lo dijo exactamente así, pero me dijo que estaba segura que vos sabrías unir todos los puntos.

—¿Qué puntos? —preguntó frunciendo el ceño.

—Los que estaban en una hoja de papel que me hizo imprimir ¿Te acordás cómo era el papel? ¿Y el ruido de las impresoras? —dijo el anciano llevando un dedo a su oído.

—¿Y esa hoja de papel? ¿Puedo verla? —preguntó Emma con desconfianza e ilusión al mismo tiempo. Recibir un último mensaje de Doris hubiera sido un regalo inesperado e invaluable.

—Fue hace tantos años —dijo el solita, con tono de añoranza—, el papel no aguantó. En esa época no los envolvía en bolsas como hice con los libros. Un día me agarró una lluvia y ¡Puf! el papel se deshizo ¡Una lástima! —dijo mientras acompañaba a sus dichos frotando los dedos.

Emma intentaba mantener la calma. No era la primera vez que se enfrentaba a un solita. Eran seres que habían perdido toda empatía. Y, por lo menos, este era uno de los que les gustaba hablar.

—Bueno, si no hay mensaje de Doris... —dejó morir la frase mientras se daba la vuelta para volver detrás de las murallas.

—Mensaje hay —dijo levantando las manos el padre Ángel— ¡Mensaje hay!

—Me acaba de decir usted que el papel ya no está —lo acusó Emma.

—Pero tú la conociste ¿verdad? Doris era previsora —dijo guiñándole nuevamente un ojo— Me pidió que me aprendiera los conceptos de memoria. Punto por punto.

—¿Entonces? ¿Necesita algo para volver a escribirlos? —preguntó Emma sintiendo que la impaciencia se apoderaba de ella.

—Hay un problema —dijo el solita tapándose la cara con las manos.

—¿Y cuál puede ser ese problema?—preguntó con desconfianza— No es nuestra costumbre comprar información. Puedo ofrecerle algo de comida, aquí no comerciamos con mujeres... si eso es lo que busca.

—¡No, no! —dijo sinceramente horrorizado— con la comida está bien. Es más, pagaré por ella. Con mi tesoro. Los que tengo en mi modesto carro. Y también agradecería que alimenten a mi burro. No pido más.

Emma hizo señas a uno de sus hombres para que recogieran el contenido del carro y se alimentara al burro.

—¿Como se llama el burro? —preguntó el muchacho que desenganchó y cogió las riendas del pobre animal.

—No te diré su nombre —dijo el anciano llevando un dedo a los labios— Nadie sabe como se llama. Solo yo. Es como el burro de Sancho Panza. Nunca dijo su nombre. Yo tampoco lo diré, así cuando escriban mi historia podrán decir que mi burro era como aquel. Un sin nombre.

El muchacho miró a Emma y se llevó un dedo a la sien haciéndole recorrer pequeños círculos.

Emma sacudió la cabeza y volvió a enfrentarse al solita.

—Vamos dentro y me cuenta cuál es el problema. ¿Quiere entrar?

—Sí, vamos, parecés una mujer simpática y entrañable. Tengo ganas de charlar con vos. Hace mucho que no charlo con nadie.

Atravesaron la muralla y caminaron por la pequeña ciudadela.

El padre Ángel se emocionó al ver niños corriendo por las calles. Se tapaba la boca y los señalaba entusiasmado. Los niños le devolvían los gestos en forma de burla y eso parecía emocionarle más aún.

"¿Cuánto sabrá este hombre? ¿Hasta dónde le habrá contado Doris y por que?, pensaba Emma.

—Los niños son una buena señal —dijo— Son una señal de que Dios está aquí. Una bendición. Me parece que Doris no se equivocó al elegirte.

—Si usted lo dice... —dijo una de los acompañantes del séquito de guardia en voz baja.

El padre Ángel ignoró el comentario.

—¿Saben?, dicen que hay solitas que comen niños, pero yo he conocido a muchos y no lo creo, me parece que solo son calumnias —enunció con el gesto serio.

Entraron a la casa de Emma y le indicaron un sillón para sentarse.

El padre Ángel lo agradeció y se sentó rápidamente acariciando los apoyabrazos.

—¡Un sillón! —dijo con el rostro embelesado.

—Sí, un sillón —repitió Emma— A ver, cuénteme, por favor, ¿Cúal es el problema?

El padre Ángel la miró ablandando el gesto. Un rostro endurecido por años de caminar un mundo devastado, de pronto se iluminaba como el de un niño inocente que pedía perdón ante una metedura de pata.

—El problema es que llevo tantos años dándole vueltas al asunto, que ya no distingo qué es idea de Doris y cual es un agregado mío —terminó agarrándose la cabeza con ambas manos— Yo creo que ya resolví el dilema... pero eso tenés que decirlo vos.

Emma estaba por perder la paciencia.

—¿Entonces?

—¿Tienen té? Hace mucho que no tomo té.

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