◈ Intangible ◈
:◈. Título: Intangible
:◈. Personajes: Sabito; Silver Axwell (OC)
:◈. Advertencias: AU escolar; mención del suicidio/autolesión/depresión
:◈. Número de palabras: 2145
Las ramas golpeaban furiosas los ventanales del aula, encharcando de melancolía el ambiente. El viento y la lluvia se levantaban con desidia más allá del translúcido cristal.
Silver juraría que aquel vendaval arrastraba consigo alguno de los felices recuerdos que llevaba años sin rememorar.
El tic-tac del gran reloj de pared desentonaba con el plácido silencio que recorría la estancia, lúgubre, y junto a ella acallaba las monótonas voces de los allí presentes.
Los cafés orbes de la joven no distinguían más allá de las máscaras que sus compañeros le mostraban; acomodadas sonrisas, alegres miradas, endulzadas palabras, nada de aquello representaba la cruda realidad: todos estaban vacíos por dentro, podridos hasta la médula. Falsas caretas, falsas representaciones, era todo lo que la acholatada mirada de Axwell podía captar.
La profesora de matemáticas llenaba la pizarra de extrañas operaciones, de números que nadie llegaba a comprender; su rostro bañado en la más absoluta desgana, sus facciones atormentadas por la rutina, pútridas de necedad. Un suspiro resonó entre aquellas paredes, el frío invernal se cernía sobre la vieja techumbre de Londres, capaz de congelar los más allegados pensamientos...
De entre los finos labios de Silver se dejó escurrir una densa cortina de vaho, filtrándose entre las grietas de los azulejos, desapareciendo tras el destartalado rosado color del mármol.
Su mirada descansaba perdida en el horizonte, tras los cristales del salón. La forma de los edificios se desdibujaba más allá del límite de la ciudad, fundiéndose con la neblina que empañaba el firmamento. Si deslizabas la mirada contra el asfalto nueve pisos se erguían imponentes desde el suelo, estando su aula en el más elevado de ellos; para la joven aquello era la más tortuosa de las condenas. Su instituto era, de cara al público, un inclusivo lugar de competentes profesionales y cálida bienvenida; pero el interior era un oscuro cuchitril cuya vida se basaba en los grisáceos tonos que teñían la actitud de todos los que allí estudiaban.
Cárcel. Esa era la única palabra que era capaz de describir aquel lugar.
Las operaciones numéricas continuaban entintadas sobre la pizarra, todos parecían prestar atención a lo que la maestra insinuaba; en cambio, a Silver toda aquella situación le recordaba inmensamente a uno de sus queridos animes, Another. Allí donde Misaki Mei era ignorada, y ella tristemente parecía ocupar su posición en la vida real.
Tres tomos de mangas descansaban plácidos sobre su pupitre, en plena rutina eran los libros lo único capaz de distraerla.
Era la página número 99 cuando el timbre del cambio de materia llenó con abundancia el vacío de sus oídos. Sin mediar palabra todos sus compañeros se arremolinaron de forma ordenada junto a la puerta de salida, de nuevo conversaciones absortas en silencio, pasos en dirección a la cantina.
Silver por su parte quedó estática en el aula, con el número 100 entre sus manos.
Al cabo de unos instantes el salón se encontraba completamente desierto, voces se escuchaban animadas en el corredor, pero su significado pasó inmediatamente a segundo plano.
Algunas frases, algunas palabras, algunas sensaciones... Silver no conseguía tolerarlas sin llegar a sentir que se desgarraba por dentro, que el ardor de su tráquea consumía su interior; todo aquello le recordaba inmensamente a su difunto abuelo, cuyo fallecimiento había tenido lugar una fatídica mañana de invierno, dos años atrás.
Las luces del aula destellaron de forma opaca, iluminando tenuemente el pupitre de Axwell. La joven se levantó pacientemente, con un reiterado suspiro entre sus labios deslizó el oxidado picaporte, provocando que un grave chirrido repercutiese millas más allá.
El mundo era de color blanco, de color negro; una vida en que toda situación se veía reflejada de forma gris, así era para Silver: sofocante, agobiante, desentendido, pero su mundo; un lugar del que deseaba desaparecer, un lugar en que deseaba no despertar jamás.
Se ahogaba por dentro, la garganta la ardía del sofoco que le provocaba respirar, sus entrañas se pudrían cada día más, ansiosas del día en que Silver Axwell legase a coronarse sobre la carcomida silueta de un ataúd.
La joven no comprendía su propósito, aquel quien luz le daba a su existencia se había marchitado con la calidez de las hojas en verano, sumiéndola en aquella ventisca invernal de la que aún no conseguía zafarse.
—Si llegase a fallecer, a nadie le importaría —musitó con voz ronca. Sus cuerdas vocales se empañaban cual cristal conforme se apoyaba sobre el gran portón de madera. Por muy amargas que sus palabras resonasen, se encontraban cargadas de impotencia y rabia; furiosas por no poder, por no saber, por no entender; el magnífico significado que tenía ser humano.
Cuando la manija se deslizó al completo, una mariposa de cristalinos colores corrió impaciente por el interminable pasillo; tintineante de vida meció sus cálidas alas en un alegre batido, dejando tras de sí pequeños reflejos de luz.
La mirada de la castaña se posó sobre el delicado ser, quien revoloteaba a su alrededor, tiñendo la estancia de color. La mariposa emprendió de nuevo su vuelo; quebrando sus alas en rosados polvos, los cuales se derretían sobre la techumbre, simulando el más puro de los diamantes.
—¿Tú crees? —Una melódica voz resonó proveniente de todas partes, y a la vez, de ninguna. El vaivén de las sílabas endulzaba el ambiente, cargado de anaranjadas flores. El gris de las aulas se había marchitado por fin, quedando atrás; la manija se veía como un objeto imperceptible, situada al fondo, en el más alejado extremo del corredor. Su contorno se desdibujaba poco a poco, esfumándose como una cortina de humo entre el vaho.
El ambiente recordaba a un dulce y armonioso sueño, tan diferente de las heladas pesadillas que solía tener...
La estancia había sido alterada infinitamente, ni un mínimo rastro de su instituto quedaba. Robustos y frondosos árboles se erguían firmes sobre la tierra, encharcada; el cantar de los pájaros llenaba sus oídos, acompasados; por último, el firmamento arquería un azulado color que Axwell llevaba siglos sin recordar presenciar. Los rallos de sol se proyectaban sobre su pálida piel, alterando el orden de lo que se consideraba incierto... Una monstruosa roca se entrevía entre la frondosa maleza, el café mirar de la joven se posó intranquilo en quien sobre esta descansaba.
—Sólo me he ausentado unos años... ¿Qué ha sucedido en tanto tiempo?—susurró el desconocido, cambiando de postura.
Fue en aquel momento en que el escrutador mirar de Silver se dio cuenta de aquel ínfimo detalle; su anfitrión portaba una afilada y refulgente katana. Sus ropajes eran incluso más extravagantes que el arma que cargaba, un kimono de cuadros junto a un batín de colores blancos. Aquello le recordaba inmensamente a la Japón feudal, una época que contrastaba ampliamente con el uniforme de cuadros que ella vestía.
—¿¡Que qué ha sucedido!? ¿Aún me lo preguntas? —clamó enojada. —¡El abuelo murió! ¡Tú te marchaste! ¡Mamá, Elise y papá me dejaron sola! ¿¡Y aún te preguntas que qué ha cambiado!? —bramó Silver. Las relajadas facciones de su rostro se había convertido en notorias muecas defensivas; pequeños rastros de perlado sudor se escurrían por su sien, cálidos. Sabía en qué lugar se encontraba; de la misma forma en que aquel joven, al fin y al cabo, parecía no ser tan desconocido como ella creyó...
Las ganas de responder abiertamente, de comenzar a gritar, de desgarrar su garganta en el intento; trató de suprimir esa necesidad con todas sus fuerzas. A ambos costados mantenía los puños completamente cerrados, tintados cada vez más de pálidos matices; la sangre de igual manera no se hizo de rogar, surgió carmesí, empañando parte de sus manos, escurriéndose por uno de sus muslos, y finalmente repicando contra la arena del terreno. Sus finos labios se encontraban apretados en una fina línea de cariz nada contento, el hecho de someterse a aquel duro recuerdo chocaba con los ideales de Silver, quien era la típica adolescente enjaulada tras su propia rutina.
—¿Qué ha cambiado ahora? ¿Por qué de repente apareces aquí? —preguntó ligeramente más calmada. Su voz se escurría de su garganta quebrada, igual de rota que los pedazos de su corazón.
Desde la lejanía Silver pudo presenciar como el contrario deslizaba su máscara frente a sí, dejando al descubierto la palidez de su tez. La luz de sus orbes celestes se reflejaba sobre el firmamento, el triste llamado de su refulgente brillo dejó a la joven sin palabras... Él realmente se arrepentía de lo sucedido.
—Tiempo... Ahora tengo todos los minutos del mundo. —¿Sería aquello verdad? Silver era ya incapaz de no dudar acerca del peso de sus palabras. —Entiendo perfectamente; me marché cuando más falta hizo, me alejé sin motivo, desaparecí sin rastro... —Una amarga sonrisa era lo que se encontraba entintada en los dulces labios del mayor.
—Eso me da igual, llevo toda la vida sola, dos años no han podido corromperme aún más, ¿qué puedes terminar de quebrar cuando todo está roto? —Dolor. Un inmenso sentimiento de dolor. Era lo único que las facciones de Silver daban a entender, la joven se encontraba cansada, cansada de la vida, cansada de sí misma.
—¿Y es por eso que debes de lesionarte? —Entre susurros el contrario soltó aquello, compungido por lo que su terrible actitud había causado en su gran amiga. Los cortes en sus muñecas eran palpables a través de la larga camisa de franela, la cual se mecía al son del viento. Como si de un resorte se tratase, Silver automáticamente cubrió las cicatrices entre ambas manos; la joven apretaba la mandíbula indignada, se sentía expuesta, vulnerable.
—¡Eso no te interesa! —bramó acorralada. Aquellas marcas eran su pequeño secreto, la única forma que tenía de no subsistir a su deseo de fallecer.
El de hebras corales suspiró, de un pulido salto aterrizó suave sobre el arenoso terreno, a unos seis metros del rostro de la castaña. El aire hondeaba sobre el soleado claro del firmamento, levantando una densa nube de polvo entre el rostro de ambos jóvenes; la cicatriz de tonos rosados descansaba en la mejilla del más alto, como símbolo de una ardua batalla sucedida tiempo atrás.
—Claro que lo hace; déjame ayudarte, Silver, por favor... —El de mayor estatura alzó una mano temblorosa, acortando la distancia que lo separaba de la de orbes chocolate. Sus pasos resonaban serenos pero el sentimiento de duda se encontraba grabado a fuego sobre su rostro.
El de extraños ropajes tomó con sutileza el hombro de Axwell, estrechándolo entre sus finos dedos.
—No me toques Sabito, no necesito tu ayuda. —Con frialdad la menor apartó el contacto del joven, arrastrando con pesadez su mano fuera de su clavícula.
El oscuro rostro de Silver se tiñó de tonos rojizos, con pequeños cristales de agua empañando su mirada.
Siempre odió llorar, jamás le había agradado sentirse vulnerable, sentirse desprotegida; pero en aquel instante sabía que de poco servía fingir, Sabito era capaz de ver más allá de su opaca sonrisa.
—Yo... —Intentó hablar, explicar, argumentar, incluso gesticular; trató de dar a entender que no deseaba el apoyo de nadie, pero por mucho que aquella fuese su intención, no era la que la expresión de su rostro denotaba.
De pronto se sintió sola, sola como jamás se imaginó encontrarse; un momento en que la brisa invernal de Londres fuese su única compañía, y aquello provocó que dos cristalinas lágrimas se escurriesen por su mejillas.
Unos cálidos brazos rodearon cautelosos su cintura, Sabito se limitó a estrechar la figura de Silver contra sí, respirando la inestabilidad que ella emanaba. Los cristalinos orbes de Axwell lloraban silenciosos sobre la yukata a cuadros que el de hebras rosadas portaba, con una mano Sabito despeinaba su cabello, sin saber muy bien qué decir o hacer. Aquel tipo de abrazos no sólo inundaban la mente de Silver de entrañables recuerdos, sino que también provocaban a Sabito recordar dolorosas memorias que él ya creía olvidadas.
Los minutos se escurrían en cascada, cayendo ruidosos, encharcando el ambiente. Los sollozos disminuyeron su rugir cada vez más, hasta que fueron ahogados en melancolía. El oscurecido rostro de Silver destellaba angustiado, por fin separado del abrasivo calor que Sabito emanaba.
—Algo acaba de suceder... —murmuraron ambos al unísono, conectando sus miradas entre sí. —Tu instituto está... —comenzó el mayor.
—En llamas. —Fue capaz la castaña de finalizar. Su mirar se encontraba ligeramente confundido y aterrado, aquellas personas no eras allegadas para la menor, pero seguían formando parte de su entorno.
—Regresa a casa, resuelve tus problemas y llámame. Hablemos más frecuentemente, como en los viejos tiempos —sentenció Sabito, alejándose con temor de entre sus brazos. Igual de frágil que un puro colibrí, la menor era capaz de desvanecerse allí mismo.
—Está bien. Gracias por traerme a este magnífico lugar de nuevo —dijo ella, con una lúcida sonrisa adornando sus finos labios.
La mariposa de alas quebradas comenzó a revolotear de nuevo en trono a su silueta, borrando a su paso cada rastro de aquella vivencia, la tierna mirada de Sabito se esfumó junto al paraje, devolviendo a su vida el grisáceo color de la rutina.
En cambio, un extraño suceso había tenido lugar, una vivencia capaz de alterar la mayor estabilidad presente en su vida...
Silver Axwell había fallecido de un paro cardiaco 5 horas antes del incidente.
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