7. Aparición (Sofía)

Salgo del baño con la toalla envuelta alrededor de mi cuerpo, no hay nada como un baño bien caliente luego de un día bastante estresante. Mamá no ha llegado aún de su trabajo, por lo que aprovecho este momento de soledad que tanto me encanta.

Bajo hasta la cocina para prepararme un sándwich y tomarme un refresco, llevo el celular encendido y voy bailando al ritmo de Tacones rojos de Sebastián Yatra. Saco un par de fetas de jamón y queso y lo meto entre el pan.

—¿No vas a cortar el borde del pan? —Doy un brinco al escuchar una voz masculina y me volteo. Ahí está de nuevo, con una sonrisa socarrona burlándose de mi torpeza, el pan se ha caído al suelo y casi se me suelta el nudo que ajusta la toalla a mi pecho—. ¡Bu! —añade al tiempo que mueve las manos como si pretendiera asustarme.

Suspiro, tengo ganas de tirarle algo, pero no tendría sentido y, si le hablo, le daré lo que quiere.

—Ahora no puedes fingir que no me ves ni me oyes —dice.

—Vaya... parece que me he olvidado de cerrar las ventanas —murmuro como si no lo viera y camino hasta la ventana para fingir que la cierro, porque no está abierta.

—Eres una mala persona, una malísima persona —añade entre dientes y yo vuelvo a concentrarme en el sándwich, no sin antes subir el sonido de la música. Ahora suena la versión en inglés de No se habla de Bruno, de la película Encanto—. No, no, no... —canto.

Un rato después, sin que la música acabe, cambia a otra, una música clásica con una entrada bastante extravagante. Miro mi celular y veo el nombre El fantasma de la ópera. Al principio no lo comprendo, yo no tengo esta música en mi lista de reproducción, pero cuando lo miro, su sonrisa me dice que él lo ha hecho, se muestra orgulloso. Escondo una risita tras mi sándwich, eso ha sido una buena jugada, el fantasmita tiene sentido del humor, pero decido seguir fingiendo que nada sucede y me siento a la mesa para comer con tranquilidad. Él se sienta a mi lado.

—¿Por qué me ves? —inquiere y se acerca mucho a mí, demasiado, tanto que puedo sentir el calor que emana su energía.

No respondo ni me muevo.

En sueños me cantó, en sueños vino, esa voz que me llama, y pronuncia mi nombre
¿Y vuelvo a soñar? Por ahora encuentro que, el Fantasma de la Ópera está ahí. Dentro de mi mente...

El tipo loco me canta al oído, no sé si pretende asustarme, pero yo estoy a punto de largarme a reír.

—No me voy a ir, ¿sabes? Me quedaré aquí día y noche, hasta que te dignes a responderme... No tengo ningún otro lugar a donde ir ni nada mejor que hacer que molestarte. Además, me ha dicho alguien a quien he visto hace un rato, que, si no logro salir de aquí, me quedaré varado para siempre en este sitio. ¿Te imaginas? Ya nunca estarás sola, estaremos siempre juntos, tú y yo por la eternidad. Inside your mind —canta de nuevo.

Ahora sí, sus palabras logran asustarme, pero no porque sea un espíritu. La idea de tenerlo encima de mí todo el día siguiéndome y hablándome, asustándome, persiguiéndome, me hace estremecer.

Suspiro.

—Vamos a hacer un trato —digo y lo miro al fin, luego de apagar su tétrica canción—, intentaré ayudarte, pero yo pongo las reglas.

—Me gusta que te pongas colaborativa —añade burlón.

—En primer lugar, cada vez que me hables con un tono que no me guste o me sienta ofendida, no contestaré y fingiré que no hay nadie, se me da muy bien y lo vengo haciendo hace mucho tiempo. En segundo lugar, no puedes interrumpir mi vida diaria, nada de molestarme cuando hablo con otras personas, ni cuando estoy trabajando o en la universidad, no puedes perseguirme todo el día y, mucho menos, meterte con mi lista de reproducción. En tercer lugar, no tengo ni la más pálida idea de qué demonios te sucede ni de adónde tienes que escapar, haré lo que esté en mis manos, pero si no hay una solución, yo no seré responsable —digo con el dedo índice directo hacia él para amenazarlo.

—Vaya, y tiene personalidad la rarita —bromea.

Levanto el plato vacío y lo lavo, luego subo a mi habitación, busco la ropa que me pondré y voy a vestirme, pero entonces lo veo sentado sobre mi cama.

—No puedes entrar a mi habitación, regla número cuatro —añado.

—¿Qué harás si lo hago? ¿Me matarás? —inquiere divertido.

—Me encanta que ya hayas sido capaz de aceptar que estás muerto y que puedas bromear al respecto, pero mis reglas son inamovibles y, o las aceptas y las respetas, o encuentras tus respuestas tú solo, a mí me da lo mismo —digo y me encojo de hombros.

Él bufa y sale de mi habitación atravesando la puerta, yo me visto sin dejar de mirar el sitio por el cual se ha ido y luego salgo para poder conversar. Está sentado en el suelo con la mirada perdida en los diseños circulares de la alfombra.

—Mi nombre es Sofía, no rarita ni ningún otro apodo que se te ocurra. Si soy rara o no, es mi problema, además, más rara que tú que eres un fantasma, no lo creo, ¿no? Así que de raros no hablemos porque pierdes...

—Bien, Sofía... —dice y lo miro, de pronto hay tristeza y dolor en su mirada.

—¿Tu nombre? —pregunto y me siento a su lado quedándome frente a él.

—Agustín...

—Ok, Agustín... ¿Ves alguna luz o la viste en algún momento? —inquiero.

—No —responde.

—Tendrías que verla para poder cruzar al otro lado —susurro.

—¿Qué hay al otro lado?

—No lo sé... ¿el cielo? —digo y me encojo de hombros.

—¿Acaso no ves espíritus? ¿No les has preguntado?

—Veo espíritus y no les hablo, me ha llevado toda la vida perfeccionar la técnica para que no se den cuenta de que los veo.

—¿Por?

—Porque no puedo pasarme el día hablando con muertos —explico—. Pero no soy yo el tema de conversación, sino tú. ¿Cómo has muerto?

—No lo sé, ni siquiera sabía que estaba muerto...

—¿Qué es lo que sabes?

—No mucho, lo último que recuerdo es mi moto, una carretera larga y con poca iluminación, estaba enfadado... velocidad... y luego desperté con un dolor de cabeza que no soporto y en un sitio que parecía un campo enorme de césped... o una plaza, no lo sé. Un hombre me dijo que tenía que buscarte y que probablemente no querrías ayudarme, pero que tenía que insistirte porque eres la única que puede hacerme salir de aquí y me dio este reloj —añade y señala el aparatito en su muñeca—, y dijo que, si no lograba encontrar el camino antes de que se me acabara el tiempo, me quedaré aquí para siempre.

—Un hombre... —bufo y me recuesto por la pared—. Nada de lo que me dices me hace sentido...

—Pero él dijo que tú podrías ayudarme —insiste.

—Ni siquiera sé con quién hablaste —me defiendo—. Mira... yo no sé mucho porque nunca he querido inmiscuirme en esto. Se supone que nací con este don, lo heredé de mi abuela... lo poco que sé son las cosas que ella me contaba, ella sí amaba ser médium, yo no...

—¿Y no podemos preguntarle a ella? —inquiere y yo niego.

—Está muerta... falleció hace poco —digo y me muerdo el labio.

—¿Y no está donde yo estoy? —pregunta y vuelvo a negar.

—Ella ya ha cruzado, solo la podemos ver si ella lo desea... Ven...

Entro a mi habitación y él me sigue, pero se queda en el umbral de la puerta.

—¿No que no querías que entre aquí?

—Puedes hacerlo si yo te doy permiso —añado y voy a mi escritorio, busco una agenda que no esté tan escrita y la abro en cualquier página—. Acá iré anotando cualquier cosa que recuerdes, así podremos armar una hoja de ruta, es lo que veía hacer a mi abuela —explico—, cualquier cosa que recuerdes me la dices y yo la anoto.

Busco un bolígrafo y escribo su nombre junto con los pocos datos que me dio hace un rato.

—¿No recuerdas de dónde eres? ¿Algo? ¿Una ciudad? ¿Un nombre? —pregunto y él niega.

—No... nada...

—Bueno... —Miro mis apuntes—. Lo más probable es que hayas muerto en un accidente, dices que recuerdas una moto, una carretera y velocidad... Mi abuela decía que quienes morían de forma muy inesperada, solían quedar unos días confundidos, puede que ese haya sido el caso...

—¿Qué más decía tu abuela?

Llevo el lápiz a mi boca para mordisquearlo y recordar.

—Lo que te dijo la mujer en el metro es más o menos lo que yo sé. Según mi abuela y sus libros, todo lo que conocemos es energía, en distintos estados y en diferentes vibraciones, pero energía al fin. La vida terrenal es como un entrenamiento para aumentar tus niveles de energía y ascender... no sé cuál será el máximo nivel o hasta dónde podemos llegar, pero sí sé que todo lo que nos sucede aquí nos deja aprendizajes que nos permiten modificar nuestras vibraciones. Algunas personas logran aumentarlas y otras disminuirlas...

—Sigue... —dice y me observa con atención.

—Si la persona durante su vida terrestre ha vibrado en el amor, la solidaridad, la empatía, la caridad y todas esas cosas bonitas —añado y sonrío porque jamás pensé estar hablando de esto y menos con un espíritu—, al morir, el alma de esta persona estará rodeada de luz y será llamada a la luz.

—Esa sería la luz que me has preguntado si he visto —afirma él y yo asiento.

—Si, por el contrario, la persona ha optado por sumergirse en la depresión, los malos pensamientos, el pesimismo, o ha hecho cosas malas a otros seres vivos, va para abajo.

—¿El infierno? —inquiere.

—No lo sé, el cielo o el infierno son conceptos humanos para ayudar a la comprensión. Mi abuela siempre decía que se trata más bien de un estado, es como estar en invierno, en verano o en primavera, pero por dentro —digo y él asiente—. El caso es que, al morir, esta persona será perseguida por sombras oscuras que le nublarán la razón, el entendimiento... la perseguirán por siempre metiéndose en su espíritu para robarle la paz...

—Comprendo...

—Y luego hay un montón de almas que andan por el medio...

—¿Almas perdidas? —pregunta.

—No lo sé... —Hago silencio para tratar de recordar las conversaciones que alguna vez tuve con mi abuela sobre esto—. Ella dijo que hay algunas personas que no han cumplido con su misión en la tierra, porque se supone que todos venimos aquí con una misión... —Vuelvo a hacer silencio ante la idea de que esta fuera mi misión, ¿qué sucede si reniego de la misma? ¿Me estoy condenando a vagar como alma en pena?

—Regresa... —dice al ver que me he perdido en mis pensamientos. Yo sacudo mi cabeza y asiento.

—Bien... se supone que esas almas quedan rondando la tierra hasta que descubran cuál es su misión y la hagan...

—¿Cómo se supone que cumplirás tu misión si ya no estás vivo y nadie te ve ni te oye?

—Bueno, creo que funciona más como una especie de compensación. Es como cuando en vez de ir preso te dan un trabajo social o algo para hacer. Esas almas quedan por aquí para ayudar con los pequeños milagros...

—¿Los pequeños milagros? —inquiere confundido.

—Bueno, así le llamaba mi abuela a situaciones en las que pueden interferir. Si aprendes a manejar la energía que eres y la vuelcas hacia el amor, puedes lograr cambios en las personas, por ejemplo, infundir esperanza en alguien que se sienta muy triste o desanimado, o ayudar a alguien por medio de un presentimiento a que no cometa un error —explico.

—Vaya... ¿Y crees que es eso lo que hago aquí?

—No lo sé, algunos espíritus no logran comprenderlo y quedan atrapados en un espacio entre el cielo y la tierra, porque ya no forman parte de los vivos, pero tampoco pueden ascender. Es como la mujer del otro día, que te dijo que no sabía aún cuál era su misión, y por su ropa y su estilo, se notaba que había fallecido hace muchísimo tiempo.

—Ha de ser horrible... El hombre del hospital me dijo que no era buena idea acercarse a los familiares o conocidos porque terminabas sufriendo, los veías seguir sin ti, avanzar... olvidarte...

—Tiene sentido —admito, aunque no lo había pensado de esa forma—. Tiene que ser una especie de castigo quedarse en ese lugar que no es un lugar en sí... Supongo que eso es lo que te dijo el hombre que te dio el reloj, que intentes salir de ahí, de ese estado... para no quedarte atrapado. Supongo que cuando pasa mucho tiempo, uno simplemente se acostumbra y ya no busca trascender...

—¿Lo crees? Puede ser, ese hombre del hospital se divertía asustando a las personas en vez de plantearse cómo salir...

Asiento y me encojo de hombros.

—Son suposiciones, no tengo certeza... Pero la gente que trasciende para arriba ya no regresa, o lo hace solo por sueños o por sutilezas. Mi abuela creía que arriba se estaba tan bien que ya nadie quería asomar su vista hacia aquí —bromeo—. La gente que va hacia abajo está tan perdida en su egoísmo, en su dolor y en su propia maldad, que ya no puede salir de ese círculo para levantar la vista...

—O sea que tú solo ves a los espíritus que están aquí, en el medio —dice y yo asiento.

—Sí, aunque si un espíritu que está al otro lado quisiera comunicarse, podría verlo o percibirlo, pero ya dependería del otro. Sería como si hicieras un viaje y solo tú tuvieras la posibilidad de llamar, yo solo podría oírte si tú llamas...

—Ajá, comprendo. Eso entonces me da la certeza de que estoy en el medio... ¿por qué? No lo sé.

—Para saber cómo cruzar debes deducir qué es lo que debes aprender...

—Pero no puedo saber eso si ni siquiera recuerdo mi vida —me quejo.

—Exacto, por eso, creo que deberíamos empezar por allí. Mañana, después de la universidad, podemos ir a la biblioteca y ver si no hay alguna noticia de tu accidente. Es difícil porque no sabes de dónde eres, pero podemos buscar... si hallamos algo, a lo mejor estiras recuerdos —digo y él asiente.

—Bien, es una buena idea...

—Mira, voy a ayudarte dentro de lo que pueda, pero no quiero que nadie más lo sepa... me refiero a nadie de ese lado —insisto—, cuando estemos por la calle o en público fingiré que no te veo ni te escucho...

—Está bien...

—Cuando tengamos que hablar yo me pondré los auriculares y fingiré que estoy al teléfono, tampoco quiero que la gente de este lado piense que estoy más loca de lo que ya siento que estoy.

—¿Estás loca? —pregunta con diversión y curva una media sonrisa.

—No lo sé, la verdad es que muchas veces lo he dudado —respondo y también sonrío—. También hay libros en la casa de mi abuela, le pediré a mamá la llave con la excusa de ir a arreglar sus pertenencias para que podamos hablar allí con tranquilidad, porque aquí, cuando mi madre o mi hermana están por la casa, no quiero problemas.

—¿No saben que puedes vernos?

—Lo saben, sí, pero no quiero que sepan que estoy haciendo esto, ya casi han aceptado que he renunciado al don —admito—. Mi madre se ilusionará si piensa que lo utilizaré...

—Comprendo... Una cosa más —dice y yo lo miro—. ¿Dónde puedo quedarme?

—¿A qué te refieres?

—A dónde puedo hospedarme este tiempo...

—Eres un espíritu, puedes ir a dónde desees... no necesitas dormir, comer ni ir al baño. ¿Para qué necesitas un hospedaje? —inquiero confundida.

—Porque no me gusta andar deambulando por la calle como alma en pena...

—Literalmente —digo entre risas y, aunque creo que él se molestará, ríe conmigo.

—Es incómodo, me siento raro...

—Y no da gusto ser raro, ¿eh? —añado y él se encoje de hombros.

—Sí... lo siento —admite.

—Vaya, la muerte te sienta bien...

Reímos de nuevo.

—Puedes ir a la casa de mi abuela, allí no hay nadie y puedes estar allí... Intenta pensar un poco en tu pasado, en qué te gustaba, qué te hacía reír... a qué te dedicabas... A lo mejor hay alguien importante en tu vida con quien no hayas cerrado una historia...

—Lo intentaré, pero cuanto más lo pienso menos descubro...

—No te agobies, ya verás que a medida que se alejen los días del accidente, comenzarás a recordar.

Hacemos silencio porque noto que la tristeza lo vuelve a embargar.

—No quería morir... no sé si disfrutaba o no de la vida, pero estoy seguro de que no quería morir... —susurra.

—Lo sé... —digo, aunque en realidad no tengo idea—. Trata de no dejarte llevar por la tristeza o los sentimientos oscuros, eso te saca fuerzas... te quita energía —explico—, y la necesitarás para poder trascender...

—¿No puedo estar de duelo por mí mismo? —inquiere y asiento.

—Supongo que tienes razón —admito—, siento mucho que estés muerto...

Él me mira y asiente, y luego de un rato, nos echamos a reír. Supongo que la situación es demasiado extraña y la risa ayuda a disipar la tensión de alguna manera. 

Espero hayan disfrutado tanto de este capítulo como yo cuando lo escribí... De ahora en más me encanta la dinámica que tendrán estos dos.

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