59. Cobarde (Agustín)
Me despierto con una sensación horrible, como si me faltara el aire, como si no pudiese respirar. Estos días han sido horribles, he estado de malhumor, no he querido hablar con nadie, he rezumado rabia por todo quien se atreviera a acercarse a mí, eso incluye a Malena.
—¿Puedes decirme qué demonios te sucede? —inquiere cuando salgo del baño con la cara lavada para sacarme la sensación de ahogo—. ¿Has vuelto a tener un sueño?
—Sí, pero no quiero hablar de eso ahora.
No quiero contarle que he soñado que estaba encerrado en aquel reloj gris que me habían puesto cuando era un espíritu, que en mi sueño toda la arena había caído y yo estaba a punto de hacerlo también. Sentía que no podía pasar por el espacio y que me faltaba aire al hacerlo, que iba a morir, que todo se iba a acabar.
Y el pensar en el final me llevaba a ella. Iba a morir sin haber besado a Sofía, sin haberla acariciado, sin haberle dicho todo lo que quería decirle.
¿Y qué era eso que quería decirle?
Algo que no me animaba a asimilar ni para mí mismo, porque hacerlo significaba tomar decisiones.
—¿Quieres ir conmigo hoy a ver centros de mesa? —inquiere Malena—. A lo mejor eso hace que te sientas mejor, llevas unos días insoportable —bromea.
Lo sé, y me duele que lo he rematado por ella y que aun así ella siga conmigo, tan dispuesta, tan enamorada.
—Dios, Malena... ¿puedes dejar de hablar de la boda? —suspiro y me visto con lo primero que encuentro.
Sus ojos se llenan de dolor y me mira con sorpresa.
—Lo siento —digo, pero me alejo, dejándola sola y sintiéndome la peor persona del mundo.
A lo mejor todo ha sido mentira, a lo mejor no he cambiado en realidad, a lo mejor sigo siendo esa persona horrible que fui antes del accidente.
A lo mejor soy un cobarde.
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