58. Ruptura (Sofía)

Me encuentro en el Cafetario comentando con Amelia todo lo referente al viaje, incluso lo que ha sucedido con Agustín. Ella me mira con tristeza, como si me tuviera lástima, con impotencia.

Y creo que esa es la palabra que envuelve toda mi relación con él: impotencia. Y es frustrante.

—¿Qué vas a hacer? —inquiere.

—Seguir adelante con mi vida...

—¿Con Jorge en ella? —pregunta.

Niego.

—No, no es justo para él, Amelia... no lo es...

—¿No lo amas?

—No como debería hacerlo —admito—, y él es demasiado fantástico para condenarlo a vivir con las sobras de alguien como yo. Se merece alguien que lo ame bien...

Ella suspira y asiente.

Miro el reloj y veo que ya es hora de comenzar a pintar y la gente comienza a llegar. Me dispongo a hacerlo y de esa manera olvido un poco todo lo que me duele, mientras le devuelvo algo de esperanza a quienes están a mi alrededor.

Luego de un par de horas, decido que tengo que marcharme, he quedado con Jorge para que hablemos y no quiero retrasarlo más. Me encuentro con él en frente a su casa y luego de darme un beso me invita a ingresar.

—Moría de ganas por verte —admite y yo sonrío.

—Jorge, tenemos que hablar —susurro con temor, estoy nerviosa y no lo puedo ocultar.

Él me mira, me conoce demasiado bien como para saber que lo que tengo que decirle es importante.

—Tiene que ver con tu viaje y con Agustín, ¿cierto? —pregunta.

—¿Cómo lo sabes?

Suspira y se sienta en el sofá haciéndome un gesto para que me siente a su lado.

—Sabía que este viaje iba a ser clarificador para ti, sabía que lo ibas a pensar mucho... que te ibas a imaginar lo que hubiera sido si él... —Niega—. Me daba miedo, porque siempre vivo al límite, Sofy... Su fantasma siempre estará entre nosotros...

—No es eso...

—Lo es —Interrumpe—. Y es algo que yo lo acepté desde el principio, siempre supe que lo habías amado más que a nada en el mundo, pero también pensé que con el tiempo lograríamos tener algo nuestro, algo que también te valiera la pena...

—No digas eso...

—Es la verdad... me esforcé mucho para eso —admite—. Pero sé que a veces te pierdes en tus recuerdos y en ese dolor, en ese amor que no pudo ser... y entonces siento que nunca será suficiente... Eso me pone triste, ¿sabes? Porque no mereces vivir en un recuerdo... y no es por mí, aunque también lo sea, es por ti... porque no es justo que no te sientas plena y feliz... que no consigas que nadie te haga olvidarlo por completo...

—No digas eso, yo me he sentido plena y feliz a tu lado todo este tiempo —admito y él suspira. Sus palabras me golpean a un nivel profundo porque me duele mucho lastimarlo.

—¿Entonces? ¿Por qué sigue él entre nosotros?

Pienso cómo decírselo, cómo hablarle de todo, pero no encuentro las palabras y él continúa.

—Nunca hemos hablado de esto porque yo pensé que iría diluyéndose solo... pero... estos días te he sentido tan lejos, Sofy... y deberías seguir algún tratamiento, no puedes hundirte así por alguien que ya no está —dice y me acaricia la mano—. Y esto no es por mí, de verdad que no, es por ti...

—Agus está vivo —susurro y su mirada se clava en la mía.

—¿Qué? —inquiere confuso.

—Apareció hace unos meses en el Cafetario... yo no lo sabía, de verdad que no, te lo juro... Él no recordaba nada... volvió porque Malena le pidió que me buscara...

Sus ojos se salen de sus órbitas, al principio parece confundido, pero veo perfectamente el momento en que la confusión se convierte en enfado y se levanta del sofá. Camina de un lado al otro, abre y cierra la boca sin decir nada, yo tiemblo, no porque le tenga miedo a su reacción, sino porque sé que lo estoy destruyendo.

—¿Me estás diciendo que lo has visto desde hace tiempo y no me lo has dicho? —cuestiona.

—Lo siento, no es lo que parece... nos vimos poco, él no recordaba nada y yo decidí que era mejor que nos despidiéramos... Y luego nos volvimos a encontrar en Florencia... y otra vez decidí que era mejor que nos dijéramos adiós... pero...

Él me mira y niega con vehemencia.

—Sofía, esto no es justo... no es justo que me hagas esto... No después de lo mucho que te he apoyado... No entiendo, no lo entiendo —dice y se deja caer en la silla que está un poco más alejada del sofá con las manos en la cabeza.

—No he hecho nada, Jorge, no ha pasado nada, en serio... nunca sería capaz de engañarte.

Él me mira y pone los ojos en blanco.

—Es a ti a quien te engañas. Sofía...

—Jorge...

Él niega.

—No puedo, lo siento... te amo, siempre lo he hecho y es probable que siempre lo haga, pero no es justo para mí, ni para ti... para nadie en realidad —dice y levanta los brazos como si se rindiera—. No podía vivir con su fantasma y menos podré hacerlo con su presencia...

—Nos hemos despedido —digo y él niega.

—No importa cuantas despedidas tengan, siempre será él —zanja y yo me llevo la mano al pecho—. Y cuanto antes lo aceptes más fácil será tomar la siguiente decisión...

—¿Y nosotros?

—¿Qué pensabas con esta conversación? ¿A dónde querías llegar? —pregunta mirándome a los ojos.

—Iba... iba a pedirte que nos tomemos un tiempo —admito—, pero no quiero perderte, Jorge, no quiero perder tu amistad, has sido el único que ha estado siempre allí y...

—Lo siento, Sofy, no se puede tener todo en esta vida —dice con dolor y suspira—. Será mejor que te marches.

—No podemos terminar así, Jorge, no contigo echándome de tu casa...

—No te echo, te pido que te retires —añade—. Y no podemos terminar de otra forma, Sofía, lo siento, no puedo ser perfecto siempre, no puedo ni quiero, estoy cansado de convertirme en la persona que quieres que sea para tratar de borrar un recuerdo que jamás conseguiré borrar... Estoy cansado de haberme perdido yo con tal de que tú no lo hicieras...

—Jorge, por favor...

—Por favor, vete ya...

Y me marcho, con una sensación de agobio, como si el aire escaseara, como si el mundo temblara a mi alrededor y la tierra se partiera en dos...

Camino sin rumbo, perdida, con los pensamientos enredándose en mi mente hasta que siento que alguien me toca el hombro.

—Necesito ayuda —dice cuando la miro.

Identifico que es un espíritu, pero se ve distinta a todos los que suelo ver, no hay colores alrededor, solo blanco y brillo, parece un ángel.

—Lo siento, no estoy disponible —respondo.

—Tienes que ayudarme —insiste—, debo evitar que el amor de mi vida cometa una locura —explica mientras se mueve a mi lado con premura.

—Déjalo hacer lo que se le plazca, tú ya estás muerta —respondo con ganas de lastimarla para que se aleje de mí.

—No lo entiendes, tenemos que hacer algo... de verdad —insiste.

—¿Tenemos? No, no cuentes conmigo —respondo y decido ignorarla.

Ella sigue a mi lado, y yo recuerdo a Agus, su insistencia para que lo ayudara, su testarudez, nuestros comienzos. No puedo evitar sonreír con tristeza y melancolía.

—Te ayudaré —digo entonces y no sé por qué lo hago. Quizá porque necesito olvidarme de mí un rato, de mis problemas, de mi vida. Quizá porque su desesperación me recuerda a la de Agus cuando se apareció a pedirme lo mismo—. ¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Qué está el amor de tu vida a punto de hacer?

—Casarse con otra —dice y yo me echo a reír.

—Bienvenida al club —respondo con diversión y consciente de que acabo de aceptar con esa afirmación que Agustín es el amor de mi vida.

Ella me mira con curiosidad y sonríe.

—¿Me ayudarás?

—¿A impedir una boda?

Ella asiente.

—No lo sé, primero debes convencerme de que tienes motivos para que haga semejante locura.

—Eso será sencillo —responde y yo pongo los ojos en blanco mientras caminamos hasta la casa de mi abuela.

Bueno, bueno... pobre Jorge... 

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