57. Adiós (Agustín)
El siguiente día que pasamos juntos la invito a almorzar en uno de mis restaurantes favoritos, la paso a buscar y vamos sin hablar mucho de nada personal, más bien compartiendo sobre sus impresiones y sus experiencias en la ciudad. Me comenta que le ha gustado todo y que miles de veces se había imaginado este viaje.
—¿En serio? —inquiero—. ¿Por qué?
—Porque... —Lo piensa, pierde la mirada en la gente que camina por la calle y a la que podemos ver desde una ventana del restaurante y suspira—. Quería conocerte más, creía que si venía aquí estaría un poco más cerca de ti.
—Sofy... —murmuro conmovido y la tomo de la mano.
—Lo sé, suena tonto ahora... —responde y niega con la cabeza.
—¿Por qué? No es tonto, es... hermoso —admito.
Nuestras miradas se enredan por un momento y veo mucho en sus ojos, veo temor y también una emoción que vibra y que me estremece. Mi corazón se acelera en mi pecho y tengo ganas de acercarme más, de besarla.
No es la primera vez que esa idea se me cruza por la mente, de hecho, lo hace con más frecuencia de lo que me gustaría, en todo momento, cuando la miro, cuando no lo hago, cuando la tengo cerca y cuando no. Pero me pregunto si es solo un impulso, un tirón del pasado o las ganas de satisfacer una necesidad que se me quedó clavada cuando no pude hacerlo.
Mi celular comienza a sonar y ella baja la vista hasta la pantalla. Es Malena, por lo que su reacción inmediata es retirar su mano de la mía.
—Contesta —dice y aquello que bailaba en su mirada se pierde en ese instante.
Yo lo dudo, pero ella hace un gesto con su cabeza para que lo haga.
—Hola... —respondo.
Malena me pregunta cómo estoy y si ya estoy por regresar, me dice que me extraña y que tiene ganas de compartir conmigo lo último que ha elegido para la boda. Habla de pasteles con sabor a naranja y cosas así, pero no logro seguirle el hilo, mi mirada se vuelve a encontrar con la de Sofy y sus ojos están tristes, muy tristes.
Le digo a Malena que no puedo escucharla en ese momento, que debo cortar porque estoy por entrar a una reunión, ella me dice que me hablará luego y cortamos la llamada.
—¿Por qué mientes? —inquiere Sofy con un hilo de voz.
—Porque... porque no puedo verte así...
—¿Así cómo? —pregunta.
—Estás triste, lo vi en tus ojos... y no me gusta...
Ella suspira y niega, baja la vista y hace silencio por un rato, pero luego vuelve a mirarme.
—Agustín, esto no está bien... no se siente bien...
—¿A qué te refieres?
—Estar contigo no debería sentirse como algo que hace mal, nunca fue así... No me gusta... No me gusta sentir que estamos haciéndole daño a terceras personas, a Malena, a Jorge.
—Pero no hacemos nada, Sofy, solo somos un par de amigos que se encontraron en una ciudad extranjera y están compartiendo.
—Tampoco me gusta que mientas —zanja con decisión al tiempo que se pone de pie y suspira—. Esto no va a llevarnos a ningún sitio bueno, y no quiero, no quiero que lo que teníamos se vea manchado, no quiero que mis recuerdos se tiñan de dolor y de traición, yo no soy así, nunca lo he sido... Lo siento, Agus.
—¿Qué sientes? —inquiero y me levanto también.
—Todo —dice y se marcha sin esperarme.
Yo maldigo y pago la cuenta lo más rápido que puedo antes de intentar seguirla gritando su nombre por la calle. Pero ella va rápido y me ignora.
Nuestro día se torna oscuro al igual que el clima, un par de cuadras después nos cae la lluvia encima y logro alcanzarla cuando está frente a su hospedaje. Está empapada y tiembla, yo la tomo del brazo.
—Sofía —llamo.
—Déjame —insiste y se suelta.
—¡No! —grito y ella me mira con sorpresa.
—¿La está molestando este hombre? —inquiere una mujer que pasa a nuestro lado cubierta con un paraguas. Ella no lo comprende y yo le traduzco la pregunta.
—No... grazie —responde y vuelve a mirarme.
Sus labios están húmedos por las gotas de lluvia que han caído sobre ella mezcladas a las lágrimas. Tengo ganas de abrazarla y esconderla en mi pecho, pero sé que no es un buen momento. Entra al hospedaje y la sigo, sube a su habitación y yo también lo hago. Saca una maleta y comienza a arrojar su ropa en ella.
—Tu vuelo no sale hasta pasado mañana —digo.
—Pues adelantaré el vuelo —responde.
—Pero... pagarás una multa.
—Pagaré lo que sea —zanja.
—Sofy...
—No puedo, Agustín, no puedo —dice y entonces se rompe.
Sus lágrimas caen con fuerza y ella arruga la ropa que tenía en la mano y la echa con rabia en la maleta.
—¿Sabes? Creo que te odio —dice entonces, pero no lo grita, solo lo murmura, hay tanto dolor en sus palabras que me quema por dentro—. Te amaba, te amaba con tanta locura, con todo mi ser... Y estuve años convenciéndome a mí misma de que lo que tuvimos fue real incluso aunque nunca nos hubiéramos tocado —dice y me mira con dolor, con rabia, con rencor—. No tienes la culpa de haberlo olvidado, claro que no, pero yo he vivido tres años, Agustín. ¡Tres malditos años! Pensándote, recordando nuestras aventuras, imaginando cómo habría sido si... si hubieras sido real, si hubieses sido tangible...
Lo último lo dice con la voz casi partida y yo cierro los ojos.
—No puedo evitar pensar que esos tres años has estado vivo y eso me hace sentir idiota, ¿sabes? Yo llorándote, esperando que te me aparecieras, que me dijeras que estabas bien al otro lado y que nuestro amor sería por siempre... y tú... Estabas proponiéndole matrimonio a alguien más. Y sé que nada de esto tiene sentido, lo sé, porque no tengo derecho a sentirme así, porque tú no has hecho nada que hayas podido controlar, porque tampoco lo recordabas... pero no puedo, ¿no lo ves? No puedo estar contigo como si fuéramos amigos que se ven luego de unos años de ausencia porque tú para mí estabas muerto y yo... yo...
—¿Tú qué? —pregunto con temor.
A ella le tiemblan los labios y niega.
—Dilo... —ruego.
—Yo nunca he dejado de amarte... —admite con un susurro que es casi imperceptible.
Se deja caer en el suelo con su espalda por la cama y se cubre el rostro con las manos.
Me acerco a ella con temor, quiero tocarla, pero no sé si sea buena idea.
—Uno no deja de amar a alguien cuando esa persona muere, Agustín, el amor traspasa las barreras de la muerte... Y tú estabas muerto —dice como si con ello pudiera justificar sus sentimientos.
Me duele verla así de atormentada y quiero hacer algo, pero no sé qué.
—Sofy... yo...
—No, tú no tienes la culpa —dice y aparta las manos de su rostro para mirarme—, de verdad que no... nadie la tiene... pero yo no puedo seguir fingiendo que podemos con esto... —responde—. Desde que entraste por la puerta de la cafetería no he podido... mi vida se ha puesto en pausa, Agustín, y no es justo... no lo es... no luego de todo lo que me costó pasar por encima de mi dolor...
—Lo comprendo, Sofy... —Muevo mis dedos sobre su mejilla para limpiarle las lágrimas y ella se estremece.
—No me toques... —pide con un ruego que no parece real.
—¿Por qué no? —pregunto sin dejar de hacerlo, de acariciar sus cejas con la punta de mis dedos, de delinear su rostro.
—Porque nunca lo has hecho, porque siempre ha sido solo una ilusión, porque me gustaba imaginar cómo hubiese sido.
—¿Y no lo quieres comprobar? ¿No tienes ganas? —pregunto.
Clava su mirada en mí.
—Sofy... —ruego al tiempo que me acerco a ella.
Sus labios hinchados por el llanto me llaman tanto que me siento atraído como si fuera un imán, necesito probarla, necesito sentirla... Y no porque quiera jugar con ella, sino porque todavía hay algo en mí que no logra comprender del todo lo sucedido. He recuperado todos los recuerdos y ahora sé todo lo que vivimos, pero no sé si aquellas ansias son solo curiosidad o aún hay algo más.
Estoy tan cerca que puedo sentir su aliento fundirse con el mío y la piel se me eriza, necesito besarla, necesito saborear sus labios, necesito tocarla.
—Agus... —ruega con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, lista para recibirme.
—¿Qué? —murmuro casi sobre su piel.
—No lo hagas, por favor —suplica y me rompo.
—¿Por qué? También lo deseas...
—No si hay alguien esperando por ti en otra ciudad —zanja.
—También hay alguien esperando por ti en otra ciudad —suspiro, pero me alejo.
Ella abre los ojos con lentitud.
—Lo sé, y no es justo para él... no soy esta persona, no somos estos... Lo que teníamos era hermoso, Agus... no lo estropeemos.
—¿Crees que si nos besamos lo vamos a estropear? —inquiero con enfado, ahora soy yo el que se siente desesperado—. ¿No lo habíamos deseado con locura en el pasado?
—Sí, pero no así... no cuando hay otras personas involucradas... personas que nos quieren, que son buena gente, que han estado allí para nosotros, que no se merecen esto...
Me pongo de pie porque sé que tiene razón.
—Lo siento —Me disculpo—. Nunca he engañado a Malena —explico porque no quiero que ella me vea de esa manera—, nunca lo he hecho... pero tú...
—Yo qué...
—He recordado todo y... teníamos tantas ganas de poder hacerlo real... era tan intenso todo... —murmuro y me siento sobre la cama tomándome de la cabeza—. Quisiera poder hacer un paréntesis para que... —niego.
—No es posible, Agus... Las acciones traen consecuencias... No podemos solo cerrar los ojos y estar juntos estos días como si nadie nos esperara más allá de esta ciudad, la vida no funciona así... Nuestro tiempo ya pasó... y lo mejor será que lo recordemos con todo ese amor que alguna vez sentimos... que fue tan grande y tan real...
—Siento mucha impotencia —mumuro con rabia—. Y estoy enfadado... ¿por qué no me lo dijo antes? —inquiero.
—No le guardes rencor —susurra—, ella no sabía lo que teníamos...
—Pero pudo ser sincera conmigo y hablarme de ti antes...
Niego.
—No sabemos si hubiera sido distinto... tú no me recordabas, te estabas recuperando, Agus...
—¿Qué haremos ahora? —pregunto.
—Seguir... con nuestras vidas... con nuestras decisiones... No podemos volver el tiempo atrás y tres años son demasiados...
—Pero... Sofy...
—Ya nos despedimos demasiadas veces, Agustín, por favor deja que esta sea la última.
Cierra su maleta y suspira.
—¿Quieres que te lleve al aeropuerto? —inquiero.
—No, tomaré un taxi.
—¿Estás segura de esto? —pregunto.
—Lo estoy...
Me pongo de pie con la sensación de que estoy por perder lo más importante de mi vida, pero tampoco sé qué hacer, qué decir, cómo solucionar este embrollo. Ella se acerca a mí y me abraza entre lágrimas.
—Has sido... has sido lo mejor de mi vida —susurra—, prométeme que serás muy feliz...
—Yo...
—Promételo... —pide.
—No sé si podré...
Ella me mira con dulzura y ahora es ella quien seca mis lágrimas.
—Te lo mereces Agus, ser feliz, amar y ser amado, eres una gran persona...
—Es gracias a ti —murmuro y ella sonríe.
—Yo también soy mejor gracias a ti —admite y entonces se acerca a mí y me da un beso dulce en la comisura de los labios.
Y su aroma, la textura de esa piel que solo he imaginado, las ganas de probarla, de besarla, de tocarla y abrazarla eternamente, se me clavan en el alma de una manera tan intensa que creo que me falta el aire y me tiemblan las piernas.
—Adiós, Agustín...
Y no soy capaz de responderle ni de hacer nada cuando la veo marchar.
Este capítulo ha sido intenso, ¿no les parece? Me ha encantado escribirlo y ahora releerlo :)
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