56. Pasado (Sofía)
Agustín pasa a buscarme y vamos de paseo turístico, algunos de esos lugares ya los había visitado en los días previos, pero no es lo mismo hacerlo de su lado y escuchar cómo me cuenta algo de cada sitio. No nos detenemos demasiado, caminamos de un lugar al otro en el centro histórico y nos tomamos algunas fotos.
Por momentos pienso que estoy viviendo en una realidad alternativa, una que solo podía pertenecer a mi imaginación y que ni en mis mejores sueños pensé que alguna vez se haría real.
Luego de una larga caminata paramos a almorzar en un sitio que él me recomienda, no está lleno de turistas, es más íntimo y me agrada.
No hablamos de mucho allí tampoco, comentamos la comida, lo que a él le gusta y lo que no, conversamos sobre costumbres de esta tierra que es tan distinta a la mía y me explica como un lugareño cosas que yo no sé.
Es divertido.
Por la tarde, él me invita a ir de nuevo al departamento. Dice que tiene una sorpresa para mí. Yo asiento y vamos hasta allí, pero no ingresamos al sitio, sino que bajamos a una especie de subsuelo donde él abre lo que parece ser un viejo galpón.
—Mira —dice y me hace un gesto para que ingrese al tiempo que levanta una vieja carpa.
No es muy difícil de definir lo que hay allí. Es una motocicleta. Los ojos de Agustín brillan cuando la mira y luego me observa a mí con expectación.
—Es de Renzo —explica—, pero podemos usarla.
En ese instante el primo en cuestión aparece con una llave en las manos.
—Muy puntuales —dice con una sonrisa—. Hola, Sofía —saluda—, un gusto volver a verte.
Yo lo saludo también y por un instante parezco volver al pasado. Ellos hablan algo sobre la moto y yo solo puedo recordar.
Conocí al tío y a los primos de Agustín en el hospital. No hablé mucho con ellos más que lo necesario para explicarles lo que todos creían que había sucedido: que Agus y yo teníamos una relación casual desde su llegada y que él tuvo un accidente y yo, gracias a sus redes sociales, me contacté con Malena.
Solo Renzo hablaba mi idioma así que él actuó de traductor, lo mismo cuando su tío tomó la decisión de llevarlo de nuevo a Italia y a él le tocó informarme. No hubo más lazos, no hubo más contacto, no hubo preguntas por parte de ellos, cosa que en aquel momento me pareció lo mejor ya que no tenía demasiadas respuestas. Con la que más hablaba era con Malena, que se vía tan triste como yo y que yo sabía, experimentaba las mismas emociones.
—Todo listo —dice entonces Agustín acercándose a mí con llave en mano.
Renzo se despide de nosotros y se marcha, yo miro a Agus hacer arrancar la moto con una sonrisa enorme en sus labios.
—Pensé que luego de lo que viviste ya no te subirías a una en toda tu vida.
—Me subí a una cuando era un fantasma —responde él—. Eso debería darte la pauta de que no puedo dejar de hacerlo, es un vicio.
Sonrío y me siento atrás, él me pasa el casco y me lo coloco.
—¿Por qué? —inquiero.
—Me gusta la sensación de libertad, es como poder volar... el viento en el rostro... Atájate a mí —dice y yo lo hago.
Abrazo su cintura y otro montón de recuerdos me invade. Aquella tarde en medio de un campo él y yo jugueteando con una moto sin importarnos que ni siquiera podíamos tocarnos.
Yo podía medir su espacio, pero no era capaz de sentir la calidez de su piel ni su aroma, solo lo imaginaba. Cierro los ojos y me dejo llevar por esta sensación, es lo más cerca que he estado de Agus luego del abrazo que nos dimos al vernos, pero es tan intenso que siento que todo mi cuerpo tiembla.
—Dios —susurra él y yo sé que se siente igual.
Tarda en arrancar la moto y salimos de allí hasta alcanzar las calles de la ciudad. No sé a dónde me lleva y no me importa. Lo único que puedo pensar es que podría ir así el resto de mi vida.
No hablamos, no necesitamos hacerlo. Su respiración se hace tangible bajo mi abrazo y el aroma de su piel me inunda. Él siente mi calor en su espalda y yo no puedo evitar que el nudo en mi garganta crezca tanto hasta casi sacarme la respiración.
Agradezco que él no pueda verme.
Llegamos luego de unos cuantos minutos a lo que parece ser una casa de campo, nos hemos alejado de la ciudad y yo ni me he percatado de ello.
—Esta era nuestra casa de fin de semana —dice y bajamos—, es bonita... En realidad, era de los abuelos maternos de mis primos, pero les quedó a ellos y yo puedo venir cuando quiero —explica.
Es una casa hermosa rodeada de un jardín de ensueño.
Deja la moto en un sitio y busca las llaves para abrir la casa.
—¿Quieres un café? —inquiere y yo asiento.
Ingresamos a la cocina y me lo prepara.
—¿Sabes? Ayer llamé a Renzo para pedirle la moto y le conté que te había encontrado —menciona—. Le pregunté por qué nadie de ellos me dijo nada de ti nunca —añade y hay un dejo de dolor en sus palabras—. A lo mejor si alguien te hubiera mencionado...
—Agus...
Él niega.
—Me dijo que ellos casi nada sabían de ti...
—Es verdad —respondo—. Nos cruzamos en el hospital un par de veces, pero solo Renzo hablaba español y lo único que les dije fue lo mismo que les dije a todos, que tú y yo habíamos tenido algo y que tuviste un accidente.
—Sí, eso me dijo, que no le dieron importancia porque creyeron que era una relación de paso como las que acostumbraba a tener y que, a lo sumo, te agradecían por haber sido buena persona y localizarlos...
—Sí, es que era la única salida, Agus. No podía explicar lo que teníamos —añado—. Malena sí que lo sabía... me refiero a lo que sentía...
—¿Hablabas con ella? —inquiere y me mira.
—Sí, no demasiado, pero tuvimos un par de charlas que podrían considerarse profundas. Ella te amaba, siempre lo había hecho... y sabía que yo también. Me dijo que estaba feliz de que al menos hubieras podido disfrutar de eso antes de irte.
Él me pasa el café y se sienta a mi lado.
—Ella mencionó que antes de subir al avión me dijo que me dejara ir, que no quería que yo siguiera sufriendo...
Asiento.
—Pero no me fui, Sofy... Me quedé por ti y no te recordé —comenta.
—No tienes que reprocharte eso, sabía que era una posibilidad. El médico dijo que era casi imposible que vivieras, y que, si lo hacías, perderías muchas funciones... o quizás no recordabas cosas... Además, no era como si fueras a recordar algo vivido antes del accidente... era todavía menos probable que recordaras lo que te pasó cuando eras un espíritu sin un cuerpo, Agus. No tiene caso que te culpes por eso...
—Dicen que fui un milagro... Tuve un paro cardiaco apenas al llegar de allá, dicen que estuve unos minutos muertos. Supongo que allí es cuando vi la luz... era bonita, Sofy, atraía tanto... yo quería ir, me llamaban... Pero entonces vi tu imagen, recordé lo que vivimos... y no me fui... te elegí.
Sonrío.
—Nada de eso recordaba, solo soñaba con flashes, veía tu rostro y el rostro de una pareja de ancianos, paseaba por un prado, me daban un reloj... hablaban del tiempo... pero eran solo retazos... No logré unirlos hasta que te encontré...
—Lo sé... por eso no debes culparte. Tampoco es culpa de tus primos y de tu tío, ellos no sabían nada de lo que pasó entre nosotros... Ni siquiera Malena, nadie podría entender la intensidad de lo que vivimos, Agus...
—Pero no debí olvidarte —susurra con desesperación.
—No era algo que pudieras impedir, Agus...
Los dos hacemos silencio.
—Siento que lo eché a perder —murmura con tristeza—, y ahora no sé cómo solucionarlo.
Le tomo de las manos y evito prestar atención a la emoción que me recorre cuando su piel y la mía entran en contacto.
—Dijimos que pasaríamos unos días bonitos y que luego seguiríamos nuestras vidas, Agus...
Él no dice nada, dejamos pasar los minutos mientras el café se enfría y cada uno de los dos nos sumimos en nuestros pensamientos.
Yo también quisiera haberlo buscado, quizá si enviaba un mensaje preguntando la historia habría sido diferente, pero no lo hice y ahora no hay vuelta atrás.
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