53. Destino (Agustín)
No sé qué hace aquí, pero verla tan asustada y escurridiza me da mucha ternura. El destino parece querer unirnos y se burla de nosotros una y otra vez. No puedo evitarlo, la abrazo, porque la he extrañado con locura desde que me he despedido de ella, y ni siquiera sé qué he extrañado, ni siquiera comprendo el porqué, pero hace tiempo que dejé de preguntarme porqués que no logro responder.
Ella también me abraza.
Siento que nos elevamos juntos por sobre la ciudad. Nunca he sentido un abrazo de esta magnitud, uno que te hacía falta y ni siquiera lo sabías, uno que te completa de tal manera que crees y sientes que ya nunca te estarás solo en la vida. Quiero fundirme con ella, con el calor de su piel y con su aliento agitado en mi cuello, pero me aparto y la miro a los ojos.
—¿Quieres dar una vuelta? —pregunto—. ¿Necesitas un guía de turismo?
Ella sonríe y hay lágrimas en sus ojos.
—¿Por qué lloras?
—Estoy cansada, Agus —dice y yo la comprendo, no sé por qué exactamente, pero lo hago. Sé que su cansancio va mucho más allá de lo que se ve a simple vista y que se refiere mucho más que a una caminata por la ciudad.
—¿Quieres descansar un poco? —pregunto.
—Sí... quiero —responde con vehemencia.
—Entonces sé lo que podemos hacer, tú sígueme.
La tomo de la mano y evito enfocar mi atención en las miles de estrellas que estallan a nuestro contacto, la llevo hasta mi vehículo y manejo hasta mi casa. Me he quedado en uno de los departamentos que Renzo tiene en alquiler y que justo había liberado unos días antes de que yo llegara. Mi intención no la tengo clara, solo quiero darle el aire que necesita, ayudarla a respirar como ella ha hecho conmigo tantos años atrás.
No decimos nada, ella no pregunta a dónde vamos y yo no lo tengo demasiado claro. Su vista permanece perdida en la ventanilla y no deja de derramar lágrimas ocasionales. Quiero secárselas, pero no puedo, a pesar de todo no tenemos esa intimidad, aunque se sienta así.
—¿A dónde vamos? —inquiere finalmente.
—Me estoy quedando en un departamento, es de mi primo. ¿Cuánto tiempo te quedas? ¿Dónde te hospedas? —pregunto.
—Me quedan unos cuatro días más, me hospedo en un hotel...
—¿Quieres quedarte conmigo estos días? —pregunto sin pensar.
—Agustín, ¿qué dices? —inquiere confusa.
—No me malinterpretes, por favor... —Me apresuro a agregar—, solo... he estado pensando mucho en el tiempo que vivimos juntos, fue un paréntesis, ¿no? Una realidad que existió y que a la vez no... ¿Se comprende?
—Sí... aunque para mí fue muy real —añade.
—Lo sé, lo mismo para mí —admito—. Necesito conocerte, Sofía.
—Me conoces más que nadie... —responde con un hilo de voz.
—Lo sé, pero necesito conocerte en esta dimensión. Necesito...
—Sé lo que necesitas —interrumpe y voltea a mirarme—. Necesitas pasar tiempo conmigo para saber si todo fue real o una ilusión, necesitas asegurarte de que vivimos lo que vivimos, de que sentimos lo que sentimos... Lo sé, me siento igual —añade con la voz suave, como si hablar le resultara un esfuerzo enorme—, y sé que no tiene mucho sentido... pero por años lo he aceptado como real a la vez que era algo del pasado, un paréntesis como tú mismo lo has mencionado... Y ahora... ahora todo es incierto.
—¿También necesitas pasar tiempo conmigo? No puedo obligarte a hacerlo, no quiero que me tomes a mal, no quiero influir en tu vida ni crearte problemas.
—¿Te has casado con Malena? —inquiere.
—No, pero lo haré en unos meses. ¿Tú? ¿Sigues con Jorge?
—Sí. ¿Cómo se ve lo que me estás pidiendo entonces? —pregunta.
—Lo sé, se ve mal, pero podemos prometernos que no sucederá nada. Somos dos viejos amigos...
—No somos dos viejos amigos y lo sabes —Se queja.
—Sí, pero pudimos hacerlo antes, ¿no? Fuimos íntimos sin que hubiera nada físico. ¿Podemos hacerlo otra vez? No quiero lastimar a Malena y tú no quieres lastimar a Jorge.
—No... Y lo haremos si saben que estamos juntos...
—Lo sé...
—Pero no sucederá nada... lo prometo —insisto. Ella no responde y el silencio cae sobre nosotros.
Aprieto mis manos en el volante y suspiro con fuerzas antes de decírselo:
—No puedo, Sofy, no puedo dejar de pensarte, no pasa un día en el que no me haga preguntas.
—Lo sé, me pasa igual —susurra.
—¿Quieres tomarte estos días para conversar y compartir esta locura que nos atormenta? —inquiero.
—Sí —responde—, pero no necesito quedarme en tu departamento. Podemos vernos a diario y... cuando acabe este tiempo nos separaremos para siempre, Agus, no puedo retomar mi vida así, no te suelto...
—Lo comprendo...
—Tú te casarás con la mujer de tu vida y yo regresaré a mi vida junto al hombre que me ama como soy y me ha aceptado con todos mis claroscuros.
—Perfecto, es un trato —añado.
—Un trato —responde.
Y entonces, cuando llegamos a mi departamento y subimos, la invito a pasar y a sentarse en mi sofá, ella lo hace y al ver la guitarra que descansa en un estuche sonríe.
—¿Cantamos? —pregunta.
—Cantamos —respondo.
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