5. Intenso (Sofía)
Lo vi en el momento exacto en que se dio cuenta de que es un espíritu, creo que aún no sabe que está muerto, pero ha decidido seguirme. Ha sido mi error mostrarle que lo puedo ver, ahora lo sabe y creo que no me dejará en libertad tan fácilmente.
Es un idiota y no comprende que está muerto. Suspiro. En situaciones como estas odio más tener este don.
Ha decidido seguirme todo el día, apenas he podido concentrarme durante las clases de la universidad, finjo no verlo ni oírlo, pero se pasa susurrándome al oído. Me hace sentir incómoda porque por momentos me ofende, pero sé que pretende enfadarme para que le responda, y yo pretendo que él dude de que puedo verlo, así se cansa y se va. Me ha funcionado antes, no creo que esta sea la excepción.
Cuando voy de regreso a casa, vuelve a sentarse a mi lado en el metro, que ahora viene casi vacío.
—Por favor, se me acaba el tiempo —dice y me señala su reloj. Yo tengo la vista perdida en un libro que finjo leer, aunque no puedo concentrarme y repito una y otra vez el último párrafo.
Miro de reojo hacia el reloj, es extraño, nunca lo había visto, tiene un polvo negro que cae en un reloj de arena aplastado. Me pregunto si la abuela sabría algo de esto.
Puedo sentir a otro espíritu cerca, no levanto la vista, con uno es suficiente por hoy.
—¿Qué haces? —pregunta una voz femenina, sé que es del espíritu que sentía cerca recién.
—Intento que esta inepta me responda —dice.
—¿Cómo? Los humanos no pueden vernos ni escucharnos —añade la mujer.
—Ella sí puede, me vio y me habló... —responde él confundido.
—No seas tonto, pierdes tu tiempo, nadie puede verte ni oírte... ¿Cómo ha sido?
—¿Cómo ha sido qué? —inquiere él.
—Tu muerte... —responde ella.
—¿Qué? No estoy muerto... —Escucho las risas de la mujer.
—Ah, pobre, aún no lo sabes... Tuvo que haber sido de una manera trágica, solo los que mueren así no se dan cuenta de que lo están...
—¡Que no estoy muerto! —grita y estoy a punto de llevar una mano al oído porque eso casi me deja sin tímpano.
—¿Y entonces qué? ¿Estás de vacaciones en Fantasmalandia? —pregunta la mujer con tono de burla—. Intenta tocarla y verás que tu mano traspasa su cuerpo.
El chico lo hace, toca mi hombro y yo siento una sensación extraña, como si mil hormigas caminaran por mis venas. Es caliente y frío a la vez, quiero zafarme, porque es fuerte, pero si lo hago sabrá que lo puedo sentir, por lo que contengo mi respiración y no me muevo.
—¿Lo ves? Estás muerto, eres un fantasma, buuuu —dice la mujer con diversión—. Cuanto más rápido lo aceptes, más fácil será la transición.
—¿Qué transición? —inquiere él. Su voz ha perdido fuerza y ya no se nota tan rudo como antes.
—El paso al otro lado... al cielo, al paraíso, como quieras llamarle —añade ella desenfadada—, o al infierno, el fuego eterno o la desolación si es que te has portado mal —dice con voz dramática—. Normalmente nos quedamos aquí hasta que comprendemos algunas cosas que no hemos entendido en vida, es como estar suspendidos en un espacio sin tiempo... No estamos aquí ni allá...
—Pero... p-pero... no puedo estar muerto —dice él.
Levanto la vista para fingir que miro por donde vamos y la veo, es una mujer vestida con ropa antigua, de alguna época anterior quizá. Se ve bonita y hay tristeza en su mirada.
—Lo estás, corazón... será mejor que lo aceptes e intentes comprender qué es lo que te retiene aquí...
—¿Cómo sabré qué es eso?
—Ni idea, yo aún no lo descubro... —responde con tristeza.
—Pero yo tengo el tiempo contado —dice y muestra su reloj.
—No sé qué es eso, pero aquí no hay tiempos —añade ella—. Suerte en tu búsqueda, muchacho —dice y luego atraviesa el metal del metro que acaba de detenerse y sale.
Me queda una estación más y el chico a mi lado se ha quedado en silencio.
—No puedo estar muerto —susurra—, no. No... no puedo estar muerto —añade.
Lo siento, chico, lo estás
—¿Por qué tú puedes verme? —pregunta y vuelve a mirarme—. ¿Por qué no me hablas? Qué mala persona eres, qué egoísta y mezquina para no ayudar a alguien que necesita y verlo morir así...
Sus palabras me lastiman porque es lo que siempre me dice mi madre, aunque no de forma tan directa. También mi abuela solía decir que era un despropósito tener un don y no utilizarlo en bien de los demás. Pero yo no he elegido esto, ¿por qué debo hacer algo que no quiero?
El chico ya no habla, pero noto que una nube gris se va formando alrededor de su espíritu, es tristeza, desolación, desesperanza... Lo sé, porque es algo que la abuela me había explicado alguna vez cuando le pregunté por qué algunas personas estaban llenas de colores y otras no los tenían.
—La tristeza roba todos los colores de la gente, la soledad, la melancolía, la desesperanza —comentó mi abuela—, mata a las personas que aún están vivas...
—Pero si nadie muere al final —digo y ella sonríe.
—Muere el alma de quien pierde las esperanzas —respondió.
Yo no lo comprendí, pero con el tiempo lo supe. Hay muchas personas deprimidas en el mundo, cada vez son más, y andan así con todos esos colores oscuros bloqueando todas las energías positivas que nos llegan de afuera.
Suspiro y lo miro, me da un poco de pena, pero no la suficiente como para ponerme a hablarle. Él parece rendirse, porque en la siguiente estación, se levanta y se va.
Pobre Agus...
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