48. Espíritus (Sofía)
Estoy en el coworking que alquilo para llevar a cabo mis proyectos laborales e intento trabajar, mi mente está dispersa y vuelve a la escena de la cafetería una y otra vez. Cerca del mediodía decido salir a dar una vuelta y almorzar cerca, lo suelo hacer con Andrea, una muchacha que también hace oficina aquí, pero hoy iré sola.
Al salir del edificio donde trabajo lo veo de pie frente a un poste, está recostado con porte desenfadado y los brazos cruzados. Me detengo solo por un segundo, luego echo andar con la intención de que no me haya visto, sin embargo, oigo sus pasos tras de mí casi tan fuerte y tan rápidos como el latido de mi corazón.
El mundo parece haberse detenido al tiempo que yo avanzo con ganas de huir.
—No voy a perseguirte todos los días, en algún punto tendrás que quedarte y escucharme —dice cuando ya hemos andado dos cuadras. No puedo evitar sonreír al recordar el inicio de nuestra relación, yo huyendo e intentando ignorarlo, él parece recordar lo mismo porque alega—: No sé por qué, pero siento que ya he hecho esto en el pasado...
—¿Qué cosa? —pregunto y me giro a verlo.
Su cuerpo se estampa contra el mío ya que no se percató de que me detendría. Ante el impacto tengo que asirme a sus brazos para no caer, él envuelve con premura sus brazos en mi cintura y suspira.
Toda mi piel se estremece.
Todo mi cuerpo tiembla.
Él aspira profundo sobre mi cabeza.
—Hueles tan bien... —murmura.
Me aparto con la última gota de racionalidad que queda en mi cuerpo y respiro agitada.
—Lo siento —susurra cohibido. Sus ojos brillan de una manera tal que no puedo dejar de mirarlos, son dos piscinas verdosas que solo había visto perdidas en el vacío, la idea de que me estén mirando con tal intensidad me deja el alma desnuda y siento que pierdo las fuerzas.
—Agus... —murmuro.
—Sofy —responde—. Dime qué es todo esto, por favor... siento que voy a enloquecer...
—Hazme caso, regresa a casa con tu novia, cásate con ella y olvida todo esto...
—¿Por qué? —pregunta.
—Porque es lo mejor...
—¿Por qué? —inquiere.
No le digo nada más y comienzo a andar de nuevo.
—No voy a irme sin respuestas —dice y se coloca a mi lado con pasos largos—. No me conoces, soy muy terco.
—Créeme, te conozco —respondo casi como un impulso.
Él me observa con atención y yo lamento lo que dije.
—No puedo hacerlo, ¿comprendes? Hay algo... algo que me estira hacia ti...
Yo cierro los ojos y me detengo de nuevo.
—No voy a ser yo quien te recuerde nada, no tiene sentido. Es mejor así...
—¿También para ti? —inquiere.
—No lo comprendo —digo y lo miro un poco hastiada.
—¿Tanto daño te he hecho por eso no quieres recordar lo que sucedió? ¿Es eso? ¿Te he lastimado? —pregunta y hay un dejo de temor en su mirada, yo niego.
—No, no me has lastimado... no adrede, al menos... —respondo.
—¿Lo he hecho entonces?
—Pensé que estabas muerto —admito al fin—. Me tomó demasiado tiempo aceptarlo...
Él suspira y asiente.
—Entonces es cierto lo que dijo Malena, te conocí antes del accidente, ¿no? —inquiere—. ¿Tuvimos algo? ¿Cuánto duró? Porque no me dan los cálculos... si el accidente fue en julio yo solo llevaba unos días por aquí, al menos que... ¿Acaso teníamos algo a la distancia antes de eso?
Lo dejo conjeturar porque no sé cómo hacerlo callar, no sé cómo explicárselo sin que crea que estoy loca.
—A lo mejor vine aquí a verte y puse de excusa lo de que me estaba buscando a mí mismo. ¿Es eso? Malena me dijo que me habías cuidado y que estabas enamorada... ¿Es cierto? ¿Por qué lo hiciste? Tengo tantas preguntas, Dios mío... ¿Cómo nos conocimos, Sofía? ¿Cuánto tiempo salimos? ¿Cómo me comporté contigo cuando teníamos algo?
Aquella pregunta me desarma un poco, parece el Agus confundido que no desea haberme hecho daño.
—He cambiado, lo prometo... luego del accidente ya no soy el mismo de antes... Lo siento, si te hice daño, lo siento.
Sonrío, saber que es una mejor persona me hace bien.
—Agus, no me hiciste daño. Es decir, sufrí al perderte, al pensar que habías muerto, que ya no te vería jamás. Yo era muy joven y no tenía manera de ir tras de ti a Italia... Tuve que soltarte...
—Entonces ¿sí teníamos algo?
Suspiro.
—¿Quieres que vayamos a comer algo? —ofrezco sin hallar otra salida—. Trataré de responder algunas de tus preguntas.
—Gracias, Sofía —asiente.
Caminamos hasta una pizzería cercana e ingresamos. Buscamos un sitio y hacemos nuestro pedido.
—No será la mejor pizza italiana, pero es algo —comento a modo de romper el hielo, él sonríe y me mira con intensidad, yo bajo la vista y jugueteo con la servilleta, estoy nerviosa y no sé qué decir ni qué hacer.
—Dime, ¿cómo nos conocimos? ¿Cuándo?
—Hace aproximadamente cuatro años, llegaste al Cafetario a buscarme...
—¿Yo? ¿Por qué? —inquiero confuso.
—Porque solo yo podía ayudarte...
Él levanta las cejas visiblemente confundido.
—Fue más o menos a mediados de julio —admito y con eso pretendo responder a su pregunta sobre el accidente.
—Es imposible, el accidente fue los primeros días... Estaba en coma...
—Ajá —respondo y lo miro con intensidad.
Él no lo comprende, pero frunce el ceño como si lo pensara con fuerzas.
El mozo se acerca en ese momento y nos sirve lo que ordenamos. Entonces, me percato de que hay un espíritu cerca de él, es un hombre que lo mira con tristeza. Me concentro en el hombre y escucho lo que tiene para decir antes de hablarle al joven.
—Mauricio —digo y el muchacho se sobresalta—. Tu padre, Antonio, quiere que sepas que tú no tienes la culpa de nada, dice que no podrías haber impedido su muerte, aunque lo hubieses intentado... fue un accidente porque era su hora.
El chico abre los ojos como platos y casi deja caer los vasos que trae en la bandeja.
—Lo siento —me disculpo.
—¿Cómo lo sabes? —inquiere el chico que no parece tener más que unos dieciocho años.
—Está aquí, me pidió que te lo dijera.
—No... puede ser cierto —susurra y mira a Agus que está igual de sorprendido.
Lo he hecho adrede, para darle a Agustín la respuesta que necesita.
—Dice que de pequeño te llamaba Saltamontes porque no caminabas, saltabas —añado con una sonrisa. Es la pista que necesita para saber que su padre está aquí—. Quiere que lo recuerdes con cariño y que sigas tu vida.
Él asiente y luego me regala una sonrisa, al parecer, lo que le he dicho ha sido importante para él.
Se marcha y veo que el espíritu me sonríe también antes de desaparecer.
Agustín tiene la vista clavada en mí.
—Eso ha sido raro —murmura.
—Raro es nuestro segundo nombre —digo y él sonríe.
—Somos el señor y la señora Raros —añade y ahora soy yo quien sonríe ante su recuerdo—. Estaba en coma, tenía que regresar... tenía un tiempo...
—Exacto... Me buscaste porque yo podía verte y juntos intentamos que resolvieras tus asuntos antes de marcharte... antes de ver la luz.
—Pero no vi la luz, o la vi, pero... —comenta él y entonces lleva ambas manos a la cabeza—. El sueño... ¡El sueño! —exclama.
—¿De qué hablas? —inquiero y entonces es él quien se dispone a explicarme algo.
Les dejé dos capítulos :)
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top