47. ¿Quién es? (Agustín)

Estoy en un cuarto de hotel que he alquilado para pasar unos días y no puedo dormir, doy vueltas y vueltas en la cama, cada tanto reviso el celular por si tengo algún mensaje de un número desconocido, pero nada. La única que se ha comunicado ha sido Malena, que me preguntó cómo he llegado y si la he localizado.

Le dije que sí, pero que no logro recordarla, lo que pareció darle un poco de calma.

No es del todo cierto, algo en esa muchacha ha despertado una chispa en mí que no logro identificar. Su hermana no me dijo gran cosa, se mantuvo en que es con Sofy con quien debo hablar. Insistí en que fuera ella la que me pusiera al tanto para poder marcharme tranquilamente, ya que, si soy estricto, he cumplido el cometido de Malena: buscarla, darle las gracias y cerrar esta historia.

Pero no puedo cerrar esta historia, no sin comprender el vínculo que me unió a esta mujer.

Pierdo la vista en el techo y pienso en lo que me dijo Malena. Era una chica de diecinueve años a quien conocí en el viaje y con quien supuestamente tuve algo, la muchacha me cuidó por todos los meses que pasé tirado en el hospital.

Le pregunté a Malena por qué no dio parte antes, pero ella dijo que la muchacha no tenía los datos de mi familia.

Es una mujer hermosa, tengo que admitirlo, pero no se trata solo de una belleza física, se trata más bien de una belleza interior. Algo que brilla en ella, como si fuera una luz que atrae a todos los bichitos a su alrededor. Ese pensamiento también me confunde, la vi solo un rato y no sé cómo puedo saber, con solo unos minutos, cómo es alguien por dentro.

Si pudiera explicar lo que siento, si tan solo pudiera comprenderlo.

Es como si mi propia alma bailara una melodía silenciosa al verla, como si la reconociera, como si una voz interna me gritara por dentro... Y eso me aterra en las mismas proporciones en las que me genera curiosidad.

No puedo solo irme de aquí y dejarlo todo así. No puedo porque el murmullo en mi interior es tan fuerte que no lograría vivir mi vida sin acallarlo.

Cierro los ojos e intento dormir, pero mi mente me lleva al momento en que juntamos nuestras palmas. Yo vi que ella levantó una mano hacia mí e instintivamente hice lo mismo, mi cuerpo reaccionó como si supiera qué hacer, como si ya lo hubiésemos hecho antes. Y cuando mi piel tocó la suya, sentí como si todo mi ser vibrara en sintonía con el suyo.

Eso no tiene nada de sentido y temo volverme loco, pero ahora más que nunca sé que hay una parte de mi historia que debo recuperar. Y es agotador, porque ya he hecho este camino antes y pensaba que al fin mi vida iba a estabilizarse.

¿Cuántas veces puede sorprenderte la vida?

En algún punto me quedo dormido y comienzo a soñar. Esta vez estoy de nuevo en el prado, ese lugar ya parece mi segunda casa, así que me siento a gusto y espero que aparezcan los ancianos que suelen estar por allí.

Observo el cielo y los colores que lo pintan, y de pronto, el paisaje cambia por completo. Ya no estoy en el prado, sino en una playa, hundo mis dedos en la arena blanca y me dejo envolver por el sonido del mar. Escucho voces, son dos personas charlando, pero no logro identificar lo que dicen, solo se oyen murmullos.

Me levanto con la intención de caminar y buscar la fuente del sonido, pero por más que me mueva de uno a otro lado, estoy solo, con esas voces que no comprendo y que de pronto tengo una necesidad extrema de descifrar.

—Agustín, aprende a escuchar con el corazón... —Reconozco la voz del hombre que suele aparecerse en mis sueños, pero no lo veo.

—¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¿Qué son los murmullos que oigo?

—La voz de tu alma... escúchala... —susurra y luego hay silencio.

Despierto sobresaltado, me siento en la cama y me aferro a las sábanas. Mi corazón late de prisa y su nombre retumba en mi mente, en mi pecho y en todo mi cuerpo.

Sofía.

Sofy.

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