45. Encuentro (Sofía)

Hoy es el día más corto del año, el día en que pasamos del otoño al invierno, a mi abuela le gustaba pensar que estos días eran importantes, decía que se abrían portales y que sucedían cosas extrañas. Yo la verdad, nunca he creído en eso... sin embargo, hoy me he levantado con un presentimiento. Los presentimientos no son buenos o malos en sí mismos, son señales, una sensación que flota en el aire y te avisa que algo va a suceder, es como si el aire que te rodea estuviera electrizado.

Mi día transcurre normal, me levanto, voy al trabajo y, al final de la tarde, camino para el Cafetario para poder distraerme y pensar un rato. El día está frío, lo que solo puede significar que el invierno será crudo ya que recién inicia. Hoy es el día que todos mis recuerdos caen sobre mí y me llevan a Agus.

Tres años.

Llego al Cafetario y me ubico, no hay muchas personas, por lo que no creo tardar demasiado. Pinto unos cuantos retratos y cuando ya no quedan personas y he guardado todos mis instrumentos, voy a la barra y Amelia me prepara un café.

—¿Cómo estás? —pregunta y yo me encojo de hombros.

—Bien, nada nuevo. ¿Tú? ¿Cansada?

—Sí, ha sido una semana difícil —responde—. Todo es más complicado con la barriga —añade y acaricia su estómago con amor.

—Me imagino —sonrío con ternura.

La campanilla que siempre suena cuando alguien entra al local nos alerta de la llegada de un nuevo cliente, yo no me volteo, Amelia lo hace.

De pronto siento una sensación extraña, unas cosquillas en mis manos, en mi pecho... en todo el cuerpo.

—¿Sofy? —inquiere mi hermana y levanto la vista para mirarla. Se ha puesto pálida. En un instante creo que es porque se siente mal, pero luego veo que tiene la vista fija en la puerta. Sigo la línea de su mirada y lo veo.

Un déjà vu.

¿Agustín?

¡¿Agustín?!

¿Qué sucede?

Es Agustín, pero está distinto, se ve un poco más mayor y en mucho mejor estado de lo que recuerdo.

Mi mente da vueltas en círculos y no logro hilar pensamientos. ¿Amelia lo puede ver? ¿Qué hace aquí? ¿Por qué ha cambiado de aspecto?

Sus ojos están fijos en mí, como si tratara de reconocerme, como si lo hiciera y a la vez no lo hiciera, como si mil preguntas también sobrevolaran su mente.

—¿Agus? —inquiero con un hilo de voz.

—¿Quién eres? —pregunta él y yo levanto las cejas con sorpresa.

Amelia me mira y yo la miro.

—¿Lo ves? —pregunto y ella asiente. Por un instante pienso que puede ser a causa de su embarazo, la niña viene con el don. ¿Podría ser acaso que puede extender eso a su madre?

En ese momento otra persona ingresa al local.

—¿Puedes salir del camino? —se queja y empuja ligeramente a Agustín que está clavado en la puerta. Este se mueve por el toque y yo me confundo aún más.

Amelia es la única, además de Jorge y Clara, a la que le conté la verdad sobre Agustín, fue hace mucho tiempo, después de que él volviera a Italia, un día que estaba tan triste y ella me habló preocupada y sin comprender quién era ese chico del que me había enamorado.

Ninguna de las tres mujeres de mi familia comprendía de dónde había salido el chico del cual me enamoré y luego se había accidentado, pero Amelia sabía que yo había visto un espíritu aquel 21 de junio cuando estaba en su cafetería, y cuando se lo expliqué todo, logró entenderlo. Ella había visto a Agus cuando estaba internado y también le había mostrado las fotos que había guardado yo de sus redes sociales. Mi mamá y mi hermana menor quedaron con la idea de que fue un chico con quién tenía una relación a larga distancia y que había venido a verme.

Mi hermana camina hacia él y coloca su mano sobre su hombro.

—¡Es de carne y huesos! —exclama mirándome confusa.

—No puede ser...

—¿De qué esperaban que fuera? —inquiere él confundido.

Camino entonces hacia él para comprobarlo yo misma, mis ojos no se separan de los suyos y levanto una mano para tocarlo.

Apenas levanto la palma, él hace lo mismo. Y entonces, como si lo tuviéramos muy claro, unimos nuestras palmas como solíamos hacerlo en el pasado.

Una sensación de calor invade mi piel apenas toco su mano. No se trata de algo físico, es más bien una sensación de gozo espiritual.

Sonrío, no entiendo nada, pero sonrío.

—¿Quién eres? —pregunta él sin alejarse de mí. Al parecer se ve conmovido y confundido.

—Sofy... Agustín no entiendo nada... Pensé que... ¿estás vivo?

Mi pregunta suena tan ridícula que pienso que podría echarse a reír, pero no lo hace.

—Permiso. —Otro cliente ingresa empujándonos.

—Hay que despejar la entrada —dice Amelia volviendo en sí.

Yo asiento y me muevo hacia un lado.

—¿Por qué no se sientan en una mesa? —inquiere Amelia—. Les llevaré algo para tomar...

—Sí, es buena idea —responde Agustín—. Hace mucho frío afuera...

—¿Un café? —pregunta Amelia.

—Sí, para mí ya lo sabes y para él un café con leche con tres de azúcar, más leche que café —digo y tanto ella como él me miran confundidos—. ¿Lo sigues tomando así? —inquiero con temor y él asiente con la mirada cargada de estupor.

Amelia se retira, nosotros buscamos una mesa alejada y nos sentamos. Entonces nos perdemos en la mirada del otro sin saber bien por dónde comenzar a hablar. Yo no comprendo qué hace aquí, no puedo incorporar aún el hecho de que esté vivo, él parece no recordarme y me mira como si buscara alguna pista.

—¿Nos conocíamos? —inquiere al fin.

No puedo evitar la tristeza al oír aquello. Él no me recuerda y yo no he dejado de pensarle por años, pero claro, era algo que sabía que podía pasar si lograba sobrevivir al accidente, cosa que pensé que no había logrado.

—¿Saliste del coma? —pregunto sin responder a su pregunta. Él asiente—. ¿Estabas en Italia? ¿Vienes de allí?

—No, vivo en España ahora —comenta—, pero... —mira alrededor—. Todo esto se me hace conocido...

—Lo imagino... Cuéntame, ¿cuándo fue? ¿Cuándo despertaste?

—Hacia diciembre, un milagro de Navidad, según mi tío... Fue una recuperación muy lenta y dolorosa... horrible...

—Lo imagino... ¿Por qué has venido? —inquiero confundida, aturdida.

—Porque mi novia me ha dicho que tenía que venir a buscar a una chica a este sitio, alguien a quien tenía que agradecerle el estar vivo... Yo no recuerdo nada, pero ella insistió en que debía hacerlo si quería casarme con ella...

—¿Tu novia? —pregunto y el estómago se me encoje, sé que no tiene sentido, pero nada funcionó nunca de manera racional con Agustín, y eso, al parecer, sigue siendo así.

—Sí, Malena... ¿La conoces?

—Sí —respondo al recordar a la muchacha con quien me comuniqué tantos años atrás—. ¿Cómo está?

—Bien... pero cuando le pedí casamiento me puso esta condición.

—Extraño, ¿no? —inquiero sin comprender.

—Sí... muy extraño... tanto como la sensación que tengo...

—¿Qué sensación? —pregunto incómoda. No logro comprender cómo me siento.

—De conocerte, de que eres alguien... importante... —añade y luego se apresura a acotar—. No digo que no lo seas, me refiero a... —niega confuso.

—Sé a lo que te refieres —respondo y suspiro—. Mira, lo mejor sería que regreses a tu casa y te cases con tu novia, dile que has venido y me has encontrado, que hablamos y me has agradecido...

—Pero...

—Será lo mejor, Agustín...

—Mira... eso habría sido una buena idea hace una hora atrás. De hecho, era lo que pensaba hacer... Pero ahora no puedo deshacerme de esta sensación que me dice que hay algo grande tras todo esto... Cuéntame, recuérdame cómo nos conocimos y qué relación teníamos, por favor —pide y yo niego.

—Hay cosas que es mejor dejarlas así —suspiro.

—Pero tú no tienes derecho a decidir por los dos, yo quiero saber, necesito saber... —insiste.

Me levanto y niego, de pronto siento que esta situación me supera.

—Me voy, sírvete ese café a mi cuenta... Que tengas una buena vida, Agustín...

Apenas contengo mis lágrimas y necesito huir cuanto antes.

Él intenta decir algo más, pero salgo de allí con premura.            

¿Qué hará Sofía?

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