43. Sueños (Sofía)

Llevo soñando con la abuela unos tres días, caminamos juntas por una playa, ella me muestra flores y me habla de Martina, me dice que está orgullosa de mí y que quiere que me prepare porque vienen tiempos confusos.

—¿A qué te refieres? —pregunto, pero su respuesta es siempre la misma.

—Señales... el mundo está lleno de ellas y los seres humanos somos tan ciegos que no sabemos diferenciarlas, les adjudicamos a cualquier cosa, a una casualidad, a la naturaleza... a lo que sea, nos cuesta mucho creer que están allí para algo, para alguien, para quien lo descubra, para quien no tema ver más allá...

—Abuela, ¿y qué me quieres decir con todo eso?

—Que las señales siempre advierten, que si estás atenta sabrás hacia dónde ir... Hay que mirar con los ojos del corazón, con los del alma, no solo con el sentido de la vista, porque este a veces engaña... pero el corazón, Sofía, nunca lo hace.

—Vaya...

—Sofía, significa «la que tiene sabiduría», y la sabiduría no viene de la inteligencia, sino del alma... y el alma tiene memoria...

—Abuela, no entiendo nada —respondo y ella sonríe y se coloca una flor sobre la oreja.

—¿Crees que le gustará al abuelo? —inquiere.

—Seguro que sí —le digo con diversión.

—El tiempo, Sofy... el tiempo es solo una ilusión...

Y se va, con sus flores y sus sonrisas me deja llena de dudas y de inquietudes que no sé resolver. Y entonces me despierto y ando como esas locas por la calle, miro aquí y allá en busca de una señal, de algo que me aclare el sueño o los consejos tan crípticos de mi abuela. Y me convierto de nuevo en la chica rara, pero ¿qué más da? Hace rato que soy feliz en ese rol.

Me levanto de la cama cuando Jorge me besa en el cuello.

—¿Qué soñabas? —inquiere y yo sonrío.

—Con mi abuela...

—¿Otra vez? —pregunta mientras mordisquea el lóbulo derecho de la oreja y yo siento el cosquilleo en la base del estómago.

—Sí, dice que tengo que ver señales, estar atenta... Espero que no signifique nada malo...

—No lo creo —responde él y me mueve hacia el centro de la cama para colocarse sobre mí—. Buenos días, princesa.

—Buenos días —respondo con una media sonrisa. Siempre me llama así, y aunque me sienta cualquier cosa, menos una princesa, no le discuto.

—¿Qué planes tienes para hoy? —cuestiona entre besos.

Yo tardo en responder, me dejo llevar por las sensaciones que me aporta su cuerpo cálido y listo para mí.

—Ninguno en especial, es sábado, ¿qué quieres hacer?

—Quedarnos todo el día en casa, ver películas, comer, hacer el amor y dormir. Hace frío, no tengo ganas de salir.

—Me parece un plan perfecto —susurro y me dejo llevar.

Ya no necesitamos más palabras, nuestros cuerpos se encargan de apartar al invierno de nuestra cama.

Nos levantamos recién cerca del mediodía y nos preparamos algo para comer, la calefacción está prendida, por lo que no necesitamos abrigarnos demasiado.

—Yo elijo la primera película —dice él cuando nos disponemos a tirarnos en el sofá para iniciar nuestra maratón de cine.

Solemos hacerlo a menudo, vemos varias de seguido y para no discutir, la elegimos por turno. La regla es que ninguno puede interferir en la elección del otro.

—Ghost —dice y yo suspiro—. ¿Te acuerdas cuando la vimos en el cine? Estabas tan hermosa ese día.

Solo vi esa película una vez, y fue con Agustín. Claro que recuerdo que él y Clara también estaban, pero para mí, solo importaba Agus.

Mientras la miramos yo me pierdo en mis recuerdos, en las caricias que nos dábamos, en esos besos extraños en los que jamás probé el sabor de su piel. Porque no puedo decir que lo que hacía en el hospital cuando encontramos su cuerpo era sentir el sabor de su piel, solía besarlo mucho, acariciarlo y darle mimos, pero más que nada para ver si él sentía algo y reconectaba con su cuerpo, porque yo no sentía más que una piel dura, fría e inerte bajo la mía, no olía a él, no sabía a él, porque, aunque jamás lo hubiera tocado en vida antes del accidente, yo imaginaba cómo era su sabor y su olor.

Y de solo pensarlo, se me abre un hueco en el estómago.

¿Qué demonios es eso? Hace años que no lo recuerdo así, como si fuera algo tan cercano, como si hubiese sucedido ayer. Siempre intento verlo como un pasado que me costó bastante superar y que dio paso a una segunda etapa de mi vida.

Una vez leí que las personas estamos divididos en etapas, y cuando Agustín salió de mi vida, se cerró una muy importante... yo soy otra, después de él.

Siempre me planteo que cuando volviera a dormir y soñar con la abuela, le preguntaría por él, pero nunca lo hago, porque en los sueños yo no puedo manejar demasiado mi voluntad como cuando estoy despierta. Es la abuela la que guía la conversación, y yo aún no he logrado controlar eso.

Todavía sueño con ir a Italia, pasear por las calles del país que lo adoptó, escuchar a alguien cantar por allí y recordar cuando él me cantaba en italiano.

—Sigo pensando que los efectos son malísimos —comenta cuando acaba la película.

—La película sigue siendo vieja —respondo—, es un clásico... A mí me gusta...

—¿Porque ella se enamora de un espíritu? —inquiere y no tengo ganas de tener esta conversación ahora.

—Creo que ellos estaban enamorados antes de que él muriera, luego ese amor traspasó las fronteras mismas de la vida... Yo creo que es así, el verdadero amor, sigue al otro lado...

Él asiente y queda pensativo.

Jorge, Clara y Amelia siguen siendo los únicos que saben la verdad sobre mi relación con Agustín. Esta última se enteró mucho después y no es una conversación que tengamos a menudo, nunca lo volvimos a hablar, no más allá del camino del duelo en el que ambos me ayudaron a afrontar la pérdida. Mi familia tiene una versión diluida con la que se quedaron luego del accidente, y nadie más lo supo jamás.

—Si yo me muero no voy a venir del más allá para hablar contigo —dice de pronto.

—¿Por qué? —pregunto.

—Porque me gustaría que siguieras tu vida y fueras feliz... Si yo estuviera merodeándote siempre, no lo lograrías.

Me parece tierna su idea, pero, sobre todo, no puedo evitar recordar a Agus de nuevo. A nuestras discusiones a nuestras desavenencias cuando yo quería cuidarlo y él solo quería marcharse, cuando me pidió que no lo siguiera, que me quedara y fuera feliz.

Debía serlo, debía lograrlo por Agustín.

—¿Qué película quieres ver? —inquiere—. Es tu turno.

Y para sacarme todas esas sensaciones extrañas y pensamientos raros que se me colaban en la mente, me decido por una de acción.

Jorge me envuelve entre sus brazos y me besa en la frente. Él lo sabe, me conoce bien y puede leerme, sabe que a veces lo recuerdo, pero no dice nada, nunca dice nada.

Y a veces no sé si eso es mejor o peor.

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