35. Mensaje (Sofía)

A pesar del shock del inicio, Agus y yo conseguimos estabilizarnos en una rutina. Cada mañana, me levanto, lo peino, le lavo el rostro, se lo lleno de besos y cada tres días lo rasuro mientras conversamos sobre sus recuerdos o sobre mi futuro. También le hago masajes en los brazos, las manos, los pies y las piernas, porque Martha me dijo que son importantes para que no se le atrofien los músculos y me enseñó a hacérselos. Al principio, Agustín se enfadó y no quiso que yo se los hiciera, pero logré convertirlo en un juego en el cual él debe sentarse en el sofá y cerrar los ojos para intentar sentir dónde lo toco y decírmelo, de esa manera logro que se concentre en las sensaciones y que se vincule un poco más con su cuerpo.

Cerca del mediodía, cuando Martha junto a un enfermero hombre, vienen a hacer los cambios de sábana y asearlo, yo me marcho con él para comer algo y pasear. Luego, caminamos por la playa hasta una que está en un pueblo cercano y que es mucho más turística, allí hace una semana he comenzado a hacer retratos que vendo a los veraneantes, con eso estoy ahorrando dinero para poder trasladarlo.

El médico me dijo que no hay muchas esperanzas con Agus, al principio pensaron que sí, pero han pasado muchos meses y él no despierta del coma. Dicen que cuando pasa cierto tiempo es probable que el paciente quede en estado vegetativo o finalmente tenga una muerte cerebral. Me ha preguntado incluso si es donante de órganos.

Mientras yo dibujo, él me observa en silencio o a veces se marcha no sé a dónde, a pensar o estar solo, supongo. Y cuando llega el atardecer, caminamos de regreso a Las Hadas y allí nos quedamos en la playa hasta la noche, conversando, besándonos o acariciándonos, o lo que sea que hacemos cuando unimos sus energías a mi cuerpo físico.

Después de cenar algo por ahí, regresamos al hospital, donde yo vuelvo a darle besos y mimos a su cuerpo antes de dormir.

Agus no se ve bien, y no me refiero a su cuerpo, sino a su espíritu. Ha perdido la intensidad de los colores que su aura tenía cuando llegamos aquí y eso me preocupa, porque en vez de acercarlo a la luz, creo que se aleja. A pesar de que no suele decirme mucho sobre el tema, lo noto pesimista, y se niega en redondo a que me comunique con sus familiares.

Jorge dice que debo hacer lo correcto, que tengo que pensar en lo que es mejor para él. Hablo con ellos como habíamos quedado, pero es con él con quien más comparto y le cuento mis inquietudes cuando Agus se marcha o me quedo un rato a solas.

—¿Qué vas a hacer? El verano está a nada de terminar y tienes que regresar —me dice mientras conversamos por teléfono. Agus ha ido a uno de sus paseos y he aprovechado para llamar a Jorge.

—No lo sé, he hablado con el médico para trasladarlo, se necesita una ambulancia que debe tener ciertos requisitos, eso saldrá un poco de dinero... pero ya casi lo completo.

—Si necesitas más yo te lo presto.

—No te preocupes, el médico dijo que se encargaría de conseguirle una cama por allá una vez que tengamos la manera de trasladarlo... Pero insiste mucho en hablar con la familia, dice que no cree que viva mucho más y que su familia tiene derecho a despedirse —suspiro.

—Es cierto, Sofy, tiene razón...

—Pero Agus se niega... no sé qué hacer ni como contactarlos.

—Pídele que te de sus contraseñas de redes sociales, quizá por allí... ¿No tenía algo con él? ¿Pertenencias que guardaron en el hospital cuando llegó del accidente?

—Dicen que no hallaron nada, que probablemente le robaron las cosas luego del accidente...

—Yo pienso que, aunque no lo desee, debes hablar con alguien de su familia.

—Sí, yo también lo creo...

—Espero que vengan pronto, así podré sentir que hago algo más por ti que escucharte cuando me llamas. Llevas mucho tiempo allá, necesitas regresar a tu vida...

—Gracias, Jorge... por todo el apoyo —susurro.

Cuando Agus vuelve de su paseo y regresamos al hospital, aprovecho para hablarle.

—¿Me darías tu contraseña de Facebook o de Instagram para poder entrar a tu perfil?

—¿Para qué? Los fantasmas no tienen redes sociales...

—Quisiera revisar tus fotos y cosas así... a lo mejor alguna de las fotos te trae más recuerdos.

Él asiente y me la dice. Ingreso al Facebook y me sale un mensaje, lo abro y se lo leo.

—Hay un mensaje de una chica que se llama Malena, dice que necesita que te comuniques, que está preocupada por ti... Luego te dejó otro en el cual está enfadada, te acusa de ser un mentiroso y que no has cumplido con tu palabra de llamarle y decirle que estás bien. Y el último te ruega que te comuniques.

—Dios...

—¿La recuerdas? —inquiero y le muestro su foto de perfil. Él no responde, por lo que ingreso al perfil de la muchacha y veo que tiene varias fotos con él, se las muestro.

—Sí... la recuerdo —admite.

—¿Quién es? —inquiero y siento que el corazón se me quiere salir del pecho.

—Alguien con quien tenía algo...

—¿No era que no tenías novias?

—No era mi novia, era de España... nos conocimos en un... en un... —pone cara de pensarlo y luego asiente—, nos conocimos en un cumpleaños, es amiga de mi primo Renzo de un curso que él hizo en España. Cuando ella visitó Italia se quedó en casa de Renzo, allí nos conocimos, en su cumpleaños —añade y pone un gesto como si se enorgulleciera de recordar todo eso—. Nos liamos —agrega—, es muy buena amiga... la única que tenía, creo —añade—, y éramos amigos con derechos... aunque no exclusivos...

—Vaya —respondo sin evitar sentirme enfadada.

—Lo siento —susurra—. Debes comprender que yo no era como soy ahora.

—No, no eras un espíritu...

Quisiera seguir diciéndole cosas, pero no tiene sentido, me siento mal, porque por momentos pienso que nada lo tiene. Estoy enamorada del alma de un tipo que ni siquiera era así como lo conozco cuando vivía. Nada de esto terminará bien, si él muere, lo perderé, si ocurriera un milagro y lograra vivir y recuperara sus funciones, es probable que no me recuerde, que no recuerde nada de esto y vuelva a ser el idiota que era. Suspiro mientras repito en mi cabeza las palabras de Jorge: «Piensa en lo que es mejor para él».

—Le voy a escribir —digo y él me mira con sorpresa.

—¡No! —exclama.

—Lo haré porque si era tu amiga necesita saber dónde estás, de hecho, se nota preocupada —comento.

—Si lo haces se lo dirá a Renzo y lo sabrán todos. Me enfadaré contigo, Sofía.

—Hazlo —digo y lo miro amenazante.

—¿Estás enfadada porque te dije que tenía algo con ella?

—No, no por eso precisamente —respondo con vehemencia—. No puedo enfadarme por cosas que hacías antes de... esto —respondo y nos señalo—, pero no puedo vivir con la idea de que te mueras aquí y nadie de tu gente se entere... ¿No lo comprendes?

—¡A ellos no les importa! —exclama molesto.

—A esta chica parece importarle —respondo—. Lo siento, Agus, es lo que tengo que hacer.

Él no me dice nada, pero se levanta y se marcha.

Yo no lo dudo, y redacto un mensaje para esta chica, aunque mi corazón se haga chiquito al hacerlo.

«Malena:

Mi nombre es Sofía Valverde, soy amiga de Agustín y quería avisarte que él ha sufrido un accidente, sé que todo puede sonar un poco extraño, pero para explicarlo mejor necesitaría que me mandes un mensaje a mi número de celular que te dejo a continuación. Agustín está grave, lo ideal sería que te comunicaras en cuanto leas este mensaje.

Saludos

Sofía».

Le doy enviar luego de dejarle mi número y recuesto mi cabeza en el sofá. Entonces, sin poder evitarlo, dejo derramar las lágrimas que están contenidas en mi corazón.

Lloro por todo lo que no fue, por todo lo que pudo ser y no será, por todo el amor que tengo dentro y por la impotencia que me genera no poder hacer más por él. Lloro porque me siento celosa, y luego pienso que no tengo derecho a nada, me he apoderado de su cuerpo como si fuera alguien para él, y la realidad es que no lo soy. Ni siquiera sé cómo explicarle a su amiga quién soy y cómo lo conocí, porque lo cierto es que no lo conocí, no al Agustín que conoció ella.

Me siento mareada, aturdida y extremadamente cansada, mi vida también debe seguir, tengo que decidir qué hacer. He estado pensando en dejar la carrera y meterme a Diseño de una buena vez por todas, podría mudarme a vivir sola en casa de la abuela. Mi madre no lo comprenderá, pero no me importa, necesito volar por mi cuenta, necesito descubrir quién soy y quién puedo ser.

Lloro porque me siento frustrada, porque lo amo y no sé cómo más expresárselo, porque en cualquier final yo terminaré sufriendo y porque el tiempo se le acaba... y con él, se irá parte de mí.

Lo amo, y este amor que siento no es irreal, no es un invento, no es un capricho... pero nadie puede entenderlo, no puedo gritarlo, no puedo explicarlo, no tiene sentido alguno. Lloro porque por primera vez la muerte se me hace dolorosa, porque aunque sé que estará en otro lado, soy lo suficientemente egoísta como para desear que se salvara, que tuviera otra oportunidad, que se quedara a mi lado. Lloro también por mi abuela, porque si ella hubiese estado sabría qué hacer, podría haberlo hablado con ella, sabría que decirme.

Y lloro porque si se nos diera el milagro y él despertara, no sería él mismo, podría no caminar, no hablar, podría haber perdido muchas de sus funciones, y ¿qué clase de vida le esperaría en ese caso?

Y lloro porque sé que debo soltarlo, pero me duele hacerlo.

Bueno... ¿qué harían ustedes en el lugar de Sofy?

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