31. Hallazgo (Sofía)
Casi una hora después, llegamos a Las Hadas, es prácticamente un pueblo fantasma, hay poca gente y muy poco movimiento.
—¿Se supone que estoy aquí? ¿En la morgue del hospital? —inquiere y yo me encojo de hombros.
Algunos niños voltean a verme llegar por el sonido de la moto, me acerco a unos que no son tan pequeños y pregunto cómo llegar al hospital central.
—Está frente a la plaza —dice y me señala un camino que parece ser el principal—, siga derecho —añade.
Voy con la sensación de que todo el mundo se da cuenta de mi llegada, la moto ruge y este pueblito es silencioso y tranquilo. Algunos pescadores descargan sus redes mientras en un mercado callejero, la gente comienza a guardar sus cosas para retirarse a sus casas.
Llegamos a la plaza y vemos el Hospital, no es grande, pero tampoco es pequeño, hay un poco de movimiento en el ingreso y me acerco luego de estacionar la moto.
—Vengo a averiguar algo sobre un chico que se accidentó con su moto en los acantilados hace como... unos meses —digo porque no tengo certeza de la fecha.
—¿Vienes por Rulitos? —pregunta una mujer corpulenta de cuerpo moreno vestida de enfermera. Sus ojos brillan con esperanza cuando menciono a lo que vengo.
—¿Rulitos? —inquiero.
—Sí... hace meses que está y nadie nunca ha venido a preguntar por él. No tenía identificaciones ni nada que nos ayudara a buscarlo, o creemos que le robaron los documentos. Pusimos una foto en el periódico central, pero nadie lo reportó...
—Bueno... el chico que busco es este —digo y saco mi celular para mostrarle la foto.
—Sí, ¡Rulitos! —dice la enfermera—. Lo hemos bautizado así porque cuando comenzó a crecerle el cabello se le formaron unos rizos hermosos... —añade como si hablara de un bebé.
Yo miro a Agustín de reojo, pero no ríe, está asustado. Me gustaría tomarlo de la mano ahora, pero no puedo.
—Ya...
—¿Eres su hermana? ¿Su novia? —pregunta la enfermera—. Me llamo Martha —se presenta—. Somos pocos aquí, pero lo cuidamos muy bien...
—¿Lo cuidan? —inquiero con el ceño fruncido.
—Sí, sígueme... a lo mejor cuando te escuche... a lo mejor... —dice y me hace un gesto.
Caminamos por el pasillo del pequeño recinto, no hay más de veinte habitaciones así que al final descubro que no es un lugar demasiado grande, dos o tres enfermeras hacen rondas por las habitaciones y Martha me explica que hay un par de madres que acaban de dar a luz.
—Es lo que hacemos aquí, atendemos accidentados en motos de los acantilados y mujeres parturientas —dice con una sonrisa algo triste.
Entonces se detiene frente a una habitación y la abre.
—Rulitos está allí —señala una cama—, vaya, háblele... a lo mejor reacciona.
—¿Cómo? —inquiero estupefacta—. Yo creo que está confundida...
—No, es el chico de la foto que me has mostrado, solo que con el pelo más largo... le ha crecido estos meses —añade con tono maternal.
—No lo comprendo...
La enfermera camina y la sigo, nos detenemos frente a la cama y entonces lo veo.
El cuerpo de Agustín está extendido por todo lo largo de una cama que parece mucho más pequeña que él, su cabello le llega hasta el hombro y está lleno de rulos, también tiene barba dispareja y un montón de tubos saliéndole de la boca y el pecho. Una sábana blanca lo cubre hasta el cuello y tiene los ojos cerrados con profundas ojeras. Está delgado, muy delgado, pero aun así puedo reconocer sus facciones. Hay una máquina que hace un sonido como si inflara un globo y otra que cuenta sus latidos.
¡Sus latidos!
—¿Está vivo? —inquiero.
—Sí, es decir... lo estamos manteniendo vivo —explica—, está conectado al respirador —señala la primera máquina—, pero el médico dijo que está en un coma profundo... No podemos desconectarlo hasta que no encontremos algún familiar cercano... o se apague solito —dice la enfermera con tristeza mientras ordena algunos rizos que caen sobre la cama—. He intentado cortarle un poco la barbita, para ponerle los cables y que no le moleste.
Lo mira y lo acaricia con ternura. Yo volteo a mirar a Agustín, pero está como en shock. Yo también, aunque creo que aún no termino de asimilarlo.
—¿Hay alguna esperanza? —pregunto.
—No lo sé, supongo que científicamente te dirán que no... pero una nunca sabe —dice y luego me mira y susurra como si fuera a contarme un secreto—. Acá en el pueblo se ven muchos milagros... aunque no siempre —añade—, a lo mejor si estuviera en un hospital con más recursos. Perdió mucha sangre... si no lo hubieran encontrado habría muerto como otros chicos... Es tan joven, siempre me pregunté qué edad tenía, se parece a mi hijo —comenta la mujer con emotividad—, por eso lo cuido especialmente, porque pienso que en algún lugar hay una madre que no sabe dónde está su hijo y no puedo imaginarme un dolor igual. ¿Cómo se llama?
—Agustín... —respondo.
—Qué lindo nombre... Habrá que rezarle a su santito, San Agustín... por ahí nos hace el milagrito —dice la mujer—. ¿Te quedarás con él? Háblale, yo estoy segura de que ellos escuchan... de que su alma está en algún lado y que si logramos estirarla podría regresar... —se acerca a mí y me susurra—. Si recuerda por qué vale la pena vivir, a lo mejor quiere volver... aunque el doctor dijo que si eso llegara a suceder tendría muchas secuelas...
—Dios...
—Hace un rato casi se nos fue —dice la mujer como si necesitara escupir toda esa información—, por suerte el médico de guardia logró estabilizarlo...
Yo no puedo evitar pensar en el episodio de hace rato, cuando tembló y yo lo abracé.
—¿Eso a qué hora fue? —inquiero.
Ella revisa su reloj.
—Como a las cinco... más o menos.
Yo vuelvo a mirar a Agustín y ahora lo veo asustado.
—Necesita amor, señorita, es la mejor medicina. ¿Quién me dijo usted que es? —pregunta de nuevo.
—Su novia —respondo y me acerco al fin. Quiero tocarle, pero no me animo—, hace meses que lo busco...
—Pues aquí está, señorita... su Rulitos... Los dejo solos un rato —explica antes de marcharse.
Me acerco y lo miro. La piel está fría y tiene una tonalidad entre amarillenta y violácea, no puedo evitar llorar. Está vivo... pero no lo está, no comprendo, mi abuela nunca me habló de algo así.
—Agus... —llamo y él se acerca.
Coloco mi mano sobre la suya y entonces todas mis lágrimas caen como si hubieran estado contenidas, recién entonces me doy cuenta de la magnitud de nuestro hallazgo.
—¿Por qué lloras? —pregunta al fin después de casi media hora.
—No lo sé, estás vivo... Yo creí que... estaba segura de que encontraríamos tu cuerpo, pero no así... No sé qué hacer ahora... ¿Busco a tu familia? —inquiero.
—No... no quiero —dice con certeza—. Si voy a morir aquí, que sea contigo... —susurra.
—A lo mejor no mueres, Agus... a lo mejor...
—¿No ves las condiciones de mi cuerpo? —pregunta con tristeza—. Estoy... eso no es estar vivo...
—Vamos a ponerte bien, me quedaré contigo aquí, vamos a... al pueblo a comprar cosas, te cortaré el pelo, las uñas... voy a rasurarte la barba... A lo mejor Martha tiene razón, a lo mejor solo necesitas sentirte querido y cuidado para luchar y volver...
—No te ilusiones, Sofy, dijo que estoy en un coma profundo —suspira—. A lo mejor puedes desconectarme y donar mis órganos.
—¡No! —Me aferro a él y aprieto sus manos entre las mías—. Vamos a intentarlo, Agus, por favor —pido y lo miro.
—¿Te das una idea de lo triste que es? Tener veintitrés años y encontrar tu cuerpo en un hospital de mala muerte de un pueblo casi fantasma... Nadie me ha reclamado en meses... ¡Nadie!
—Pero yo lo haré —digo y me aferro a él. Me vuelco sobre su cuerpo y lo abrazo como si pudiera traerlo hacia mí, su corazón se acelera.
—Yo sentía, sentía mi corazón latir... cada vez que te acercabas, cuando... cuando estábamos juntos... —susurra.
—¿Qué sientes cuando te toco? —inquiero y mi mano acaricia su cabeza.
—Nada... siento más cuando me abrazas a mí —dice refiriéndose a su cuerpo espiritual—. No sé... no creo que esté unido a ese cuerpo ya...
—Déjame al menos cuidar de ti unos días, mientras pensamos qué es lo que haremos, mientras ordenamos un poco todo lo que ha sucedido —pido—, también necesito hablar con el médico y ver cuáles son las opciones.
—No tienes que hacerlo, Sofía. Querías unas vacaciones, un tiempo juntos y esto... esto no va a ser divertido —dice y lo noto opaco, sin brillo, ha perdido todos los colores—. Podemos solo... ir a la playa, disfrutar de lo que me queda y... luego tú regresas y yo me quedo aquí. A lo mejor no he visto la luz porque no estoy muerto, a lo mejor cuando mi cuerpo se apague la veo.
—¿Piensas que voy a dejarte aquí? ¿Así? —pregunto indignada.
—No quiero que me recuerdes así —dice y se sienta.
—No seas tonto, Agustín...
—Yo no soy eso —dice y siento como si llorara, pero no salen lágrimas de sus ojos de su cuerpo físico y su alma no puede llorar—. Me odio por terminar así... Yo solo quería...
—Ser feliz... —completo—. Y déjame ayudarte a serlo... Escucha, pasaremos juntos el verano que planeamos, aquí hay playa también, no será tan paradisiaca como la de Lacián, pero podremos hablar, pasar horas bajo el sol y cada día venir aquí y cuidar tu cuerpo... Si vas a morir, al menos quiero que tus últimos días sean buenos...
Agustín asiente, pero no lo veo convencido.
—Te amo —digo acercándome a él—, y esto es todo lo que voy a poder hacer por ti...
—Haces ya demasiado por mí —dice y yo niego—. También te amo, Sofy, por eso no quiero esto para ti, tú mereces ser feliz con alguien normal, como Jorge, que te lleve a bailar o a pasear...
—Yo soy feliz contigo, Agus... Cuando estuve en el concierto solo podía pensar en las ganas que tenía de verte y compartir contigo...
—No es justo, querías ser normal y ahora... esto es de todo menos normal...
—La normalidad está sobrevalorada —digo con una sonrisa—. Me gusta ser rara, si es contigo...
Llegué... y este capítulo al fin da un panorama de cómo están las cosas... ¿Qué creen que sucederá?
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