26. Identidad (Agustín)

Cuando ella llega en la mañana del domingo yo estoy en la cocina esperándola. Su madre le sirve un desayuno que ella se lo toma a toda velocidad.

—Hoy iré a pasar el día en lo de la abuela —informa y me mira de reojo como si me advirtiera que tiene planes conmigo, yo sonrío.

—¿Qué es lo que haces allí todo el tiempo? —pregunta su madre.

—Pinto —responde ella y pongo atención a la respuesta de la mujer.

—Pintas... ¿Estás segura de que no la ves? ¿Se te ha aparecido la abuela? —inquiere.

—No, mamá... Ella ya ha cruzado... y está bien... —suspira—. Por cierto, quería contarte que... pasaré el verano en la costa —informa como si arrojara una bomba en medio de un prado lleno de flores.

—¡¿Qué?! —pregunta su mamá alterada.

—Sí, en un par de semanas acaban los exámenes de la universidad e iré a la costa con unos amigos... Me quedaré allí el verano, buscaré algún empleo y regresaré para el inicio de clases —informa.

—¿Estás loca, Sofía? ¡Yo te necesito aquí en casa, no puedo con todo sola!

—Tienes a Mariana, no le vendrá bien aprender a hacer algunas cosas, y también ella puede ayudar a Amelia en el Cafetario —responde con seguridad—. No sé, mamá, pero tendrán que ingeniárselas sin mí, me tomaré estos meses para encontrarme conmigo misma —afirma.

Sus palabras me suenan a algo y ella me echa un vistazo como si buscara respuestas en mi rostro. Yo aplaudo su comportamiento y ella sonríe.

—Has estado muy extraña en estos últimos meses, ¿hay alguien? ¿Tienes un novio y piensas irte con él? —pregunta su madre.

—Si fuera así tampoco lo impedirías, quiero hacer mi vida mamá, estoy cansada de solo esperar...

—¿Esperar? Si nadie se mete contigo, Sofía, te hemos respetado en todo momento...

—No lo comprenderías, mamá... El problema no son ustedes, soy yo... y necesito ese espacio, de verdad... no te preocupes, estaré bien —promete.

—¿Vas a ir con un chico? —insiste.

—Sí —responde ella—. Y es un gran chico, mamá.

Otra vez vuelve a mirarme.

La madre se encoje de hombros y suspira.

—No hay nada que pueda hacer para sacarte esa locura de la cabeza, ¿no? —pregunta vencida.

—No —responde Sofy con orgullo.

—Cuídate al menos...

Sofía sonríe, se levanta para besarla en la frente y sube a su habitación. Me hace un gesto para que ingrese, pero me pide que me quede callado, vacía la mochila que llevó y la carga con nuevas ropas, luego se gira a mirarme.

—Vamos...

Llegamos a lo de su abuela luego de un rato, entramos a la sala que ya siento como propia y se sienta. Saca el celular y me muestra algo.

—Mira, eres tú —dice y abre una página en Facebook.

—Agustín Latorre... sí... ese soy —digo y sonrío.

—Vivías en Italia...

—Lo sé, eso mismo iba a decirte, lo deduje anoche —comento—. ¿Cómo lo sabes?

Me cuenta sobre la historia que mencionó Daria y a medida que me la comenta yo la voy recordando.

—¡Sí! ¡Lo recuerdo! —digo y ella sonríe con emoción.

—Tus perfiles son privados, no pude sacar mucha información... Lo único que sé es que, del aeropuerto de la capital, le dijiste a Daria que conseguirías una moto e irías a recorrer toda la costa...

—Sí, sí... eso lo deduje... También recordé por qué...

—Ella dijo que querías encontrarte contigo mismo —dice apresurada.

—Sí... pero lo que quería era... encontrar la playa a la que iba cada tarde con mi madre, quería pararme allí, de frente al mar... estaba seguro de que me encontraría con el niño que se quedó aquí —susurro—. Mi tío, el hermano de mi madre, se casó con Carla Rossi y tuvieron dos hijos: Renzo y Filippo, con ellos me crie cuando mi madre fue a dejarme a su casa. Yo no hablaba el idioma, tuve que aprender por la fuerza, en la escuela... Mi tío nunca estaba en casa y mi tía no me quería como a uno de sus hijos, decía que mi madre era una ramera y que me había tirado...

—Dios...

—Yo era mayor y ella decía que no era buena influencia para mis primos... es lo que recordé anoche —explico.

—¿Querías hallar a tu madre? —pregunta.

—No, solo quería volver a mis raíces... Tenía la sensación de no pertenecer, de no encajar... y la tonta idea de que aquí estaban mis respuestas, supongo que me estrellé en alguna parte de la carretera —digo con tristeza—, y me vine a este lado con todas mis preguntas...

—¿Será que tu familia italiana sabe que viajaste?

—No lo creo, si era como imagino es probable que no les haya dicho ni que salía del país...

—Por eso nadie te ha buscado... porque no hay noticias del accidente en ningún sitio... pero tiene que haber sido aquí por eso tu espíritu está aquí —dice y yo asiento—. Tenemos que hacer un recorrido por la costa y parar en cada ciudad e investigar si alguien sabe algo.

—¿Qué tan difícil te parece eso?

—No creo que sea tan difícil, son cuatro o cinco pueblos pesqueros antes de llegar a Lucián... no creo que hayas llegado allí —comenta y yo asiento—. Jorge dijo que hay una ruta antigua, está entre los acantilados entre las ciudades de Fortaleza y Las Hadas, dice que es una zona peligrosa que ya no se usa y que en el pasado mucha gente falleció allí. También dijo que se usa para carreras clandestinas...

—Acantilados... ¡Sí, había un acantilado! —digo y cierro los ojos—. Era de noche, yo estaba enfadado... no sé por qué, pero escucho el rugir de las olas golpear por las piedras... lo escucho junto al viento que sisea en mi oído.

—¿Qué más vez?

Me llevo las manos a la cabeza.

—Me duele... es la cabeza, me di con algo... —digo y me la sujeto.

Entonces lo veo, veo mi cuerpo tirado a un costado de la ruta a metros de la moto, hay mucha sangre y mis piernas se ven en una posición extraña e imposible, no hay nadie alrededor, solo el sonido del viento y del mar. Me alejo de mi cuerpo, puedo ver mi alma salir, estoy asustado, es como si viera la escena en cámara lenta en la pantalla de un cine. Intento entrar de nuevo, meterme a mi cuerpo, pero no funciona.

—¿Qué sucede? —inquiere Sofía con un tono suave como si no quisiera molestarme.

Abro los ojos y se lo cuento.

—¿Recuerdas algo del lugar? ¿Algo que nos ayude a reconocerlo?

—No... solo el acantilado, el sonido del mar... Había árboles... creo que... fui a parar por una piedra o algo así... tuve que haber perdido la dirección...

Su mirada se pone triste.

—Lo siento mucho, Agus... —dice y yo asiento.

—Solo quería... ser feliz... —susurro.

—Puedes serlo todavía, a lo mejor por eso estás aquí, a lo mejor es eso lo que debes hacer para poder ver la luz.

—¿Cómo? No me siento feliz, Sofy... estoy... perdido...

—No lo estás, ahora más que nunca no lo estás. Ya sabemos quién eres, de dónde vienes, a dónde ibas... Tenemos los datos de tu familia y la zona en la que pudiste haberte accidentado... Vamos a ir, pasearemos por la costa, disfrutaremos de unos días tranquilos en la playa, solos tú y yo... y luego, buscaremos ese sitio, para que puedas encontrar tu cuerpo. A lo mejor si lo encontramos, consigues un poco más de paz... mi abuela decía que las almas que no saben dónde están enterrados sus cuerpos no descansan hasta hallarlos... A lo mejor solo necesitas eso...

Yo niego, la miro a los ojos y suspiro.

—No creo que solo sea eso, hay algo más, lo sé aquí —señalo mi pecho—, pero no sé qué es...

—Lo descubriremos, te acompañaré... un verano increíble... una despedida —susurra.

La palabra despedida no me gusta, no quiero despedirme de ella.

—Está bien...

Ella sonríe con emoción y se pone de pie.

—Iré a darme un baño y a dormir un rato, estoy muy cansada... Luego si quieres podemos cantar un poco —comenta.

—Me parece bien —asiento, pero cuando se está por dirigir al baño, la llamo—. ¿Sofy? ¿Te has divertido?

Ella asiente.

—Sí, pero todo hubiera sido mejor si tú hubieras estado conmigo...

Yo suspiro.

—¿Has... avanzado con Jorge? ¿Ha sucedido algo? —inquiero porque si no lo hago moriré de angustia, ella sonríe.

—No... él y Clara creen que tengo una relación a distancia con alguien. Jorge es muy bueno, pero no siento nada por él, Agus, solo amistad... Y sabes muy bien que no soy de las que está con alguien solo por estar...

—¿Tienes una relación a distancia con un italiano? —pregunto animado, sé que no lo tomará a mal.

Ella sonríe y asiente.

—Tengo una relación a distancia con un chico que ha vivido en Italia toda su vida... Me gusta Italia, ¿sabes? Un día iré... ¿Dónde vivías?

—He estado pensándolo, creo que en Florencia —comento.

—Un día iré a Florencia... —asiente—. Y me encontraré contigo en las esquinas, en las calles, en el aire...

Se da media vuelta como para seguir hasta el baño y yo vuelvo a llamarla.

—Sofy...

—¿Sí?

—Te llevaré siempre conmigo... incluso cuando ya no esté aquí —digo y ella sonríe, pero hay un dejo de tristeza en su mirada.

—Y yo, Agus... pero no pensemos en eso aún. Si tus cálculos están bien, no te irás hasta el invierno, y nos queda el verano y el otoño...

Asiento. 

Este es el cap que correspondía a ayer :)

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