18. Canciones (Agustín)

La primavera está a unos días de llegar y yo noto que un cuarto de la arena que está en la parte superior de mi reloj ha caído ya, eso me da qué pensar, es probable que tenga un año en tiempo de la tierra si es que me guío más o menos por esto. Aunque no sé si hay alguna acción que acelera o que retrasa la caída del polvillo gris.

Estos días han sido distintos, luego de esa película he comprendido que debo dejar de estar todo el rato con Sofía, no porque no me guste hacerlo, sino porque ella necesita estar más de ese lado que de este. Me he acostumbrado a compartir con ella desde sus desayunos hasta sus momentos antes de ir a la cama, pero no es sano para ninguno de los dos.

Cuando vi a Sam despedirse pensé en el momento en el que tendríamos que hacerlo nosotros, ni siquiera sé si habrá un momento en sí o si simplemente desapareceré. Teniendo en cuenta que cuando morí solo aparecí de este lado, podría ser que, en algún punto, solo desaparezca y aparezca de nuevo en otra parte... No tengo idea, pero cuando me planteé cómo sería ese momento si sucediera como en la película, si viera la luz y tuviera que despedirme, me dio como un tirón en el pecho, como si ese momento fuera a doler.

Además, vi al chico muy interesado en ella, en decirle cosas divertidas, en volver a salir, y en los últimos días se han encontrado varias veces los tres para pasar el rato. Y me parece justo que tenga amigos y comparta, ya que según lo que me ha contado, siempre ha vivido una vida escondida y relegada.

Cuando está con ellos, a veces me aparto, quizá porque no quiero interferir. A veces no puedo evitar comentarle algo o hacerla reír y entonces queda como extraña para los demás y prefiero evitarle eso, pero también es porque me duele, me duele no poder estar allí con ellos tres, como uno más, hablando de tonterías o compartiendo momentos.

Todo esto me ha llevado a reflexionar sobre la vida que he vivido. Cada vez recuerdo más cosas, pero nada conclusivo que me ayude a encontrar mi cuerpo o a comprender mi muerte, más bien es como si mi mente comenzara a llenar espacios vacíos de mi pasado.

—Supongo que cada uno tiene sus pensamientos y recuerdos en algún lugar de su mente —explico para que Sofy lo comprenda—, es como si tuvieras una caja interior en donde lo guardas todo...

—Ajá —dice ella mientras nos relajamos en la casa de su abuela, el sitio donde más tiempo pasamos cuando ella tiene un poco de espacio entre sus actividades.

—Pues cuando recién llegué, esa caja estaba completamente vacía...

—Sí... porque no recordabas nada... —completa.

—Y ahora, cada vez que la abro, hay algo nuevo... Recuerdos que no hacen mucha diferencia, un día soleado en la plaza, el aroma de las flores que había en el patio...

—Pero nunca un nombre de una ciudad o tu apellido —añade pensativa y yo asiento.

Esos son los recuerdos que no aparecen, y resultan tan básicos que por momentos me molesta.

—Un día aparecerá todo y lo verás con claridad —susurra.

—Ponte a estudiar —insisto ya que mañana debe dar un examen.

Ella asiente y abre el libro que debe leer, yo me concentro en mis pensamientos y en lo que hablábamos recién, y cada cierto tiempo, la miro. Muerde el extremo del lápiz y hace pequeños garabatos al tiempo que frunce el ceño o cierra los ojos para repetir cosas y fijarlas en su mente.

—Nunca me has mostrado tus dibujos —interrumpo.

—Están en el cajón del escritorio —dice y señala—, en el tercero.

Yo lo abro y saco las carpetas. A estas alturas ya me siento experto en manejo de mi energía, incluso lo he logrado con la guitarra, aunque ella aún no lo sepa... Es una sorpresa que le tengo preparada.

Busco la carpeta mientras ella vuelve a concentrarse en su libro de leyes y no sé qué. Reviso los dibujos uno a uno, son bonitos, retratos de personas o momentos. Hay uno de su abuela, de su hermana menor cuando era más pequeña, e incluso, de ella misma. Luego hay algunos de gente desconocida.

—¿Quién es? —inquiero al ver uno de una niña.

—Alessia —responde con una sonrisa.

—Era bonita...

—Lo era...

—Deberías hacerlos para vender —añado—, ganarías más dinero que siendo la esclava de Amelia.

Ya no es novedad para ella que pienso que su hermana se aprovecha de su bondad.

—No creo que nadie pague un dólar por esos garabatos.

—Inténtalo, realmente son buenos... —susurro—. Podrías...

—¿Qué? —inquiere ante mi silencio.

—Dibujar a los seres queridos de las personas, a espíritus que puedes ver... Es raro... pero podría ser rentable —añado y ella sonríe.

—Sí, sería más loca de lo que ya soy, la loca que no solo ve y habla con los muertos, sino que, además, los dibuja...

—Pero serías la loca millonaria... La gente formaría fila para que tú le hicieras un dibujo de su padre o sus abuelos —explico.

Ella solo niega, pero no dice nada más.

—Deberías animarte a más, Sofía —insisto—. Y no me refiero solo a esto, sino a que deberías ser más tú misma.

—¿Eh? —inquiere y deja el libro para mirarme.

Me acerco a ella y me siento en la alfombra a sus pies, me encantaría poder poner mis manos sobre su rodilla, pero no lo hago. No sé qué sienta, salvo la vez que juntamos nuestras palmas no hemos tenido otro contacto de esa índole.

—He estado pensando —susurro—. Sé que tú tienes tu manera de pensar sobre la vida y la muerte y sé que no me ves como si yo en realidad estuviese muerto, pero lo cierto es que el tiempo en la tierra no me parece demasiado largo... Tenía veintitrés años —añado—, ¿qué pude haber hecho en ese tiempo? Al parecer solo vivir renegado de una familia que no me quiso y andar en moto —sonrío con tristeza—. ¿Qué huella pude dejar en el mundo? ¿A quién pude tocar o influir?

—Bueno... estoy segura de que a alguien habrás emocionado...

Niego.

—Mi punto es... la vida terrenal se me figura como unas vacaciones, vas a la playa y disfrutas de quince días haciendo lo que no sueles hacer en tu vida diaria, dejas de pensar en las responsabilidades y te relajas...

—No creo que la vida en la tierra sea un relajo —añade y señala su libro.

—No, me refiero a que creo que es un espacio para hacer algo diferente con oportunidades que no tienes normalmente. Tener un cuerpo físico te permite eso...

—Siempre pensé que más bien te limitaba... —comenta encogiéndose de hombros.

—Puede ser, pero no tenerlo también me limita... Nadie me ve, aunque existo, no lo puedo demostrar, al menos no en este agujero inter dimensional en el que estoy —añado—. Lo que quiero decir es que tienes un tiempo limitado para vivir esa vida que experimentas ahora, y aunque parece mucho, no lo es. ¿Qué quieres encontrar cuando estés donde yo estoy? ¿Quieres recordar tu vida como un cúmulo de hechos que no te llevaron a conseguir nada que te hiciera a ti realmente feliz?

Ella no dice nada, baja la mirada a su libro y suspira.

—Te he observado todo este tiempo, te pasas la vida fingiendo ser otra persona. Para tu madre eres la hija perfecta que nunca la contradice, que nunca hace nada mal, que estudia algo que no le hace feliz solo para complacerla. Para Amelia eres la hermana útil, la que siempre está, con la que puede contar todo el tiempo sin siquiera preocuparse de pagarle lo que corresponde... Para Mariana eres la hermana mayor que hace todo lo que ella no tiene ganas de hacer. ¿Para qué se va a esforzar si al final lo harás tú y ella lo sabe? Tu familia no es mala, no me malinterpretes... mi opinión tiene que ver contigo, no con ellas. ¿Cuándo serás tú misma? ¿Cuándo harás lo que tú deseas realmente? Dibujar, si eso te hace feliz o... dormir hasta tarde un día... no lo sé... descubrir cual es la huella que quieres dejar en el mundo —añado.

Ella me mira y sonríe.

—Me gusta mucho como hablas...

—A mí me gusta la chica que eres cuando estás conmigo: libre, divertida, talentosa... Me gustaría que todos te vieran como yo te veo y no que te mimetizaras en los que los demás esperan que seas cada vez que estás con alguien. Lo mismo con tus amigos, deja de pensar en lo que pensarán y anímate más. ¿Qué tiene de malo si creen que estás loca o eres rara? ¡Quién no lo es! —añado y ella sonríe y suspira.

—Me inspiras... a mí me inspiras... —dice sin dejar de sonreír.

—Tengo una sorpresa para ti —añado entonces sin pensarlo mucho más. Lo iba a hacer en otro momento, o más bien, estaba esperando un momento especial y creo que este es uno.

Camino hasta la guitarra que reposa en el sofá y me siento, la coloco sobre mí y comienzo una canción.

La miro y la veo emocionada, le regalo una sonrisa y le pregunto si se sabe la letra, ella asiente y la invito a cantar.

—No canto tan bien como tú —dice con vergüenza.

—No me importa, solo canta... —respondo y entonces lo hace.

Y pasamos el resto de la tarde entre músicas que nos gustan, conversando entre las notas de la guitarra y las letras de las canciones que nos hablan al corazón.

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