10. Resoluciones

Ruth Blackstone

¿Dónde estoy?

Es la primera pregunta que pasa por mi mente después de abrir los ojos. Lanzo un suspiro cansado y me permito sentarme en la esquina de la cama donde he despertado. Mi dedo traza una figura imaginaria mientras siento la textura suave de las sábanas.

Seda—confirmo.

La habitación está meticulosamente ordenada, las paredes son de un color claro que hacen contraste con las sábanas oscuras de la cama. La decoración es simplista, pero puedo asegurar que la mesa de noche a mi lado cuesta más que mi comedor.

Examino mi alrededor buscando por algún indicio de familiaridad, pero no lo encuentro. Trato de repasar los eventos de anoche una vez más, sin embargo, mi mente está en blanco.

Tal vez estoy en un hotel—pienso tratando de calmar mis nervios.

Me levanto con cuidado, poniendo mis pies descalzos en la alfombra. Detrás de mí, se encuentra un ventanal con la vista de la ciudad de Seattle. Pero lo que llama mi atención no es eso, sino una mesa sofisticada con una planta y un portarretrato.

Camino en dirección a la mesa, el día luce soleado en comparación con ayer. Mis ojos repasan la imagen del portarretrato, este tiene una fotografía de una mujer con un niño y una niña sonriente en un parque.

Acerco mi cuerpo con intención de tomar el portarretrato en mis manos, sin embargo, justo en aquel momento mi acción es interrumpida por el sonido de una puerta cerrándose.

Me doy la vuelta lentamente solo para encontrarme con unos ojos avellanas examinándome detalladamente.

—Bien, está despierta—escucho que dice, su voz es firme  y profunda lo cual hace que los vellos de mi nuca se ericen.

Theo viste una ropa casual, camiseta blanca y pantalones deportivos de color negro, su cabello aún está algo mojado y está usando uno de esos zapatos que usas cuando estás en casa.

La confusión en mi rostro es notable, arrugo mi frente y cruzo mis brazos preparándome a tomar una posición defensiva. Pero no digo nada. Mis ojos se quedan clavados en los suyos esperando por una respuesta, y cuando esta no llega, entonces decido tomar la iniciativa.

—¿Qué ocurrió? ¿Dónde estoy?

Él mira hacia su izquierda y luego truena uno de sus dedos, obligándome a observar a sus manos. Sus nudillos están hinchados y rojos, también tienen rastros de sangre seca.

Theo analiza mi mirada, sus ojos repasan lentamente mi rostro haciendo que la ansiedad crezca en mí. El ambiente se torna pesado, así que carraspeo tratando de disuadir su atención en mi persona, pero no funciona.

—Debería ir a chequearse—digo, rompiendo el silencio una vez más.

Theo asiente con su rostro serio. El silencio vuelve a hacerse presente y aún no tengo idea de cómo he llegado a aquí. Opto por volver a preguntar, pero cuando estoy apunto de decir algo, la voz de Theo llena la habitación.

—¿Café? —pregunta.

Parpadeo, confundida, su mirada es expectante y su mandíbula está tensa, como si hubiese comentado algo que lo molestara.

Asiento, él camina hasta la puerta de salida y luego hace una señal para que salga. Mis pasos son cortos y titubeantes, sin embargo, no dejo que la incomodidad de la situación me sobrepase.

Salimos de la habitación y caminamos hacia el desayunador de la cocina. Me siento en uno de los taburetes frente a este y observo los movimientos de Theo mientras me sirve media taza de café.

—¿Crema? —pregunta con un tono sutil.

—No—respondo, él asiente.

¿Pero qué carajos está ocurriendo?

Trago en seco mientras comienzo a sentir el nudo de nervios creciendo en mi estómago.

—¿Azúcar?

Muevo la cabeza en señal de aprobación. Theo se da la vuelta y toma una azucarera de porcelana, sus movimientos son ágiles y seguros.

—Dos, por favor—susurro.

Sus ojos se encuentran con los míos, su mirada es firme y penetrante. Tanto que, por un segundo, siento la necesidad de desviar mi mirada, pero no puedo.

Theo deja caer dos cubos de azúcar en mi taza y luego la pone esta frente a mí.

—Hoy se ve mejor.

—¿Cómo llegué aquí, señor Ambrosi?

—Yo la traje, después de que la sacara de la lluvia. Estaba en un momento de trance así que no sabía qué hacer con usted.

Dejo salir un suspiro y evito su mirada. ¿Eso significa que me vio en ese estado? No es que quiera hacerme la fuerte, pero... no es algo que permitiría en mis cinco sentidos.

Aclaro mi garganta antes de tomar un sorbo de café, estoy a punto de preguntarle qué ocurrió con mi ropa, pero soy interrumpida por el estruendoso ladrido de un perro.

Mis ojos se abren sorprendidos, el perro de tonos marrones se acerca a mi cuerpo y comienza a olfatearme de manera brusca.

Mi cuerpo se tensa y una risa nerviosa comienza a salir de mis labios, no le tengo miedo a los perros, crecí rodeada de ellos, pero no todos son iguales.

—Dash—dice Theo con un tono amenazante.

Dash, el perro, detiene lo que hace y se sienta mientras me observa.

Trago en seco y desvío mi mirada hacia Theo quien me observa con una ceja enarcada.

—Tiene un perro.

—Y usted no es muy amante de ellos, supongo.

Niego con mi cabeza, llamando su atención.

—Está equivocado, me gustan. Pero soy cautelosa con las mascotas de otras personas.

—Dash no es una mascota—Me corrige—. Es al único que le confiaría mi vida.

Alguien no es muy amigable que digamos.

Asiento, para luego observar en la dirección de Dash. Coloco mi antemano frente a su nariz y le doy tiempo a olfatearme. Luego me coloco de cuclillas y comienzo a acariciar su pelaje con suavidad.

Dash mueve la cola, pero luego se aparta y se va al lado de Theo.

—Es leal a su dueño.

Él asiente.

—¿Dónde puedo buscar mi ropa? Voy a pedir un Uber hasta mi hotel.

—¿No tiene dónde quedarse?

—Estoy cambiando el nivel de seguridad de mi apartamento.

—Entiendo.

Theo sale de la habitación y camina por un pasillo hasta desaparecer de mi vista. En unos segundos después, vuelve a aparecer con un juego de llaves en una de sus manos y un chaleco en la otra.

—Vamos, la llevo.

Mis ojos se abren sorprendidos al escuchar sus palabras.

—No—digo repentinamente. Él levanta una de sus cejas como si aquella palabra no fuera parte de su vocabulario—. Aprecio su oferta, señor Ambrosi. Pero no necesito que me lleve.

Él me observa por unos segundos y contempla hacia el otro lado de la cocina. Sus pies se mueven en dirección hacia un porta llaveros en donde intercambia un juego de llaves por otro.

Sus ojos interceptan mi mirada, pero rápidamente me evitan. Theo camina hacia la puerta del apartamento y justo cuando creo que se va a ir sin decir nada él se da la vuelta.

—Ana, mi persona de aseo, está aquí, si tiene alguna pregunta háblele a ella. Que tenga buen día, enfermera Blackstone.

—Usted también, señor Ambrosi.

Él asiente y procede a cerrar la puerta cuando sale.

Dejo salir todo el aire en mis pulmones y relajo mis músculos por un segundo. Solo hasta que me doy cuenta que Dash sigue observándome desde una esquina de la habitación. Siento mis músculos tensarse, pero trato de calmarme. No necesito añadir una mordida canina a mi listas de cosas con que lidiar.

Lo mejor es que encuentre mi ropa lo más rápido posible.

—¿Ana? —llamo haciendo que Dash levante las orejas.

Segundos después, una mujer de mediana edad y estatura baja se acarrea a mí con una cálida sonrisa.

—Disculpe si la molesto, pero me podría decir dónde está mi cambio de ropa.

—No, pero que dice. Yo con mucho gusto se la busco ahora.

Ana se da la vuelta y luego desaparece de mi visión, Dash camina hacia mí lentamente y comienza a olfatear mis pies descalzos recordándome que aún necesito encontrar mis zapatos.

Estoy a punto de volver a llamar a Ana, pero ella aparece de inmediato con mi ropa perfectamente doblada en una mano y mis zapatos en la otra.

—Muchas gracias, Ana. ¿Me puede decir dónde está el baño?

Ella asiente sonriendo para después apuntar hacia el pasillo.

—Es la última puerta a la derecha.

Asiento y camino a paso lento hacia el baño para no exaltar a Dash. Cuando finalmente llego a él, dejo salir un suspiro detrás de la puerta y cierro los ojos.

Necesito salir de aquí.

(***)

Abro la puerta de mi habitación de hotel y lo primero que hago es encender las luces. La habitación no es gigantesca, pero si acogedora. Tiene tonos cálidos, un pequeño refrigerador y un sofá aparte de la cama.
Algunos cuadros se encuentran en las paredes junto a un pequeño espejo cerca de la puerta de entrada.

Mi inspección es interrumpida cuando el timbre de mi celular suena. La foto de mi madre aparece en la pantalla y un suspiro cansado sale de mis labios. No ha dejado de llamarme desde que salí de la casa del señor Ambrosi.

Camino hacia el sofá y finalmente me siento en este para deslizar mi dedo en la pantalla y abrir la llamada.

Mamá, estaba en el trabajo. ¿Ocurrió algo? —miento.

—Al fin te dignas a contestarme el celular. Estaba a punto de llamar a Hades. Bueno, si lo llamé pero el tampoco me contesta el celular.

Ay no. Ella aún no lo sabe.

Mamá, Hades y yo ya no estamos juntos.

—Lo sé. Tu hermana me lo dijo semanas atrás pero me hizo prometer que no te diría nada.

—Si lo sabías, ¿por qué lo llamaste?

—Él también trabaja en el hospital.

—Es mi ex, mamá. Lo último que quiero es que sea parte de mi vida. Especialmente cómo terminaron las cosas.

—Está bien, está bien. Pero contéstame el celular, ¿eh? Que puedes tener todos los años que quieras pero sigues siendo mi bebé. Hablando sobre eso... en una semana es Acción de Gracias. No me importa si te tengo que arrastrar Ruth, tienes que venir a visitarnos. Tu padre y yo ya ni recordamos como te ves.

—Mamá, no exageres—digo rodando los ojos.

—¡Qué no exagere! Pero si hacen siglos que no te veo, Ruth. Me lo debes, y eso que ni te estoy reprochando por no decirme lo de Hades. Que me tuve que enterar por tu hermana.

Sonrío, me la imagino con las líneas de su frente marcadas, una mano en su pecho y su pose regañona. A pesar de todo, la extraño.

—Voy a ir de fin de semana para que no te quejes.

—No me quejo. Los Garfield estarán aquí, así aprovechamos y vemos si Tom sigue teniendo ese amor platónico hacia ti.

—¡Mamá! —Le reprocho.

—Entiendo lo de Hades, cariño. Pero él se lo pierde, y no te estás haciendo más joven.

—Creí que te gustaba Hades.

—Pero siempre estaré de tu lado. Sé que a veces crees que tengo mejor relación con tu hermana pero es porque ella es abierta conmigo, tú nunca lo has sido. Eres un poco conservadora como tu padre y te entiendo si no quieres decirme todo. Pero nunca olvides que estoy aquí, ¿de acuerdo?

Mis labios forman una sonrisa.

—De acuerdo. Te amo.

—Yo también, mi niña. Pero ahora tengo que irle a buscar unas medicinas a tu papá. Tiene varios minutos echándome de la casa. Pero por fin te conseguí.

—Cuídate, saludos a papá.

—Tu también.

Yo también. Solo espero que él no intente nada.

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