Paso #67: No pienses en las consecuencias
Cuando Amer y Kinn regresaron a su reino, después de una larga, larga, muy larga, muuuuuy larga, ausencia. En primer lugar, notaron que las personas del reino que deambulaban por las calles áridas, se hallaban en los huesos, hambrientos, y con los rostros hundidos por la depresión. Los pocos que aún conservaban la cordura, las reconocieron y se apresuraron de rodillas a saludarlas, sin dejar de inclinarse agradecidos.
—¡Han vuelto! Finalmente, ¡el sismance más hermoso de esta generación ha regresado! —lloró Aurora, desconsolada.
Amer utilizó sus lágrimas para limpiarse las botas llenas de polvo (quedaron relucientes), luego le dio unas palmaditas en la cabeza.
—Fue una travesía que nadie esperó, pero fue imposible de esquivar —anunció Kinn, hermosa en su vestido rojo, que le favorecía a sus prominentes y exquisitas nalgas—. Sin embargo, pudimos vencer las adversidades. Por eso estamos aquí.
—¡Mis señoras, por favor, regresen a sus tronos, y devuelvan la prosperidad a este reino olvidado por el sismance! —exclamó Ariana, con una mano sobre el pecho, denotando toda su pasión—. ¡Devuelvan nuestra gloria! Por favor, los reinos enemigos ya han empezado a hacernos bullying, sobre que nos habéis abandonado como los padres a sus hijos...
Kinn y Amer jadearon escandalizadas, así que, se apresuraron a regresar al castillo. Pero no sin antes, ordenarle a Sir Sol, que diera comida a los pueblerinos hambrientos, y también jabón y shampoo, porque apestaban mucho. Especialmente esas chicas llamadas María, Astrid e Isa, que habían hecho un voto de no bañarse hasta que las reinas regresaran.
—Pensé que ya nos habían olvidado, han pasado meses, por lo que muchos han abandonado sus casas, ¿has visto? —inquirió Kinn a Amer, quien, por cierto, se veía tan sensual en el uniforme negro que todos los del norte acostumbraban a usar, además de los guantes negros, y la corona simple de plata.
—Regresarán tarde o temprano, cuando la noticia de nuestro regreso se haya divulgado por todos lados —respondió Amer, mientras ayudaba a Kinn a subir las escaleras, con una mano en su codo—, y si no —se encogió de hombros, y le dio una sonrisa torcida—, siempre podemos atrapar más súbditos.
—Ah, ¿crees que aun sé cómo dar órdenes? —murmuró Kinn—, después de este viaje, me siento tan oxidada y agotada. ¿Podremos volver a nuestra antigua gloria?
—Sí —Amer asintió, solemne, y muy confiada—, mientras sigamos juntas —le guiñó un ojo, y entonces, ordenó a Sir Sol y a la escudera Mayi, que abrieran las puertas del castillo.
La escena que les recibió en el salón real del trono, fue tan impactante, que a Meri, quien llevaba las uvas favoritas de Kinn, se le cayeron, y luego vomitó cerca de un florero. Un momento después, Angy, la jardinera, las reemplazó.
Alguien había dibujado dos crucigramas malévolos en el suelo, con pintura roja, y en el medio de ellos, había dos cadáveres sin cabeza. Vieron a Mary, una de las plebeyas del pueblo, tenía un hacha en la mano, y lápiz labial rojo en la otra, por lo que ella debió ser la causante de manchar el piso. Abel, uno de los mayordomos, estaba tirando polvo místico, y Meri, una de las sirvientas, estaba poniendo la cabeza de Andrea dentro de un frasco de vidrio que estaba lleno de vinagre.
—Pero... ¿qué demonios pasó aquí? —exigió Amer, boquiabierta.
Andrea, una de las muertas, flotó hacia ellas en forma de fantasma.
—Se tardaron mucho —explicó—, entraron en crisis, y entonces decidieron matarme en sacrificio para que regresaran pronto.
—Wiiii —exclamó Mar, la segunda fantasma que giraba en el aire, muy relajada.
—¿Y tú por qué moriste? —preguntó Kinn.
—Es que primero lo hicieron por ustedes, y a mí me mataron porque estaban aburridas —Mar se encogió de hombros, despreocupada.
Ailux, la sacerdotisa que había estado sobre la tarima del trono dando un cántico extraño, finalmente las notó. Soltó un jadeo, y luego miró al resto con aires de suficiencia.
—¿Ven? —dijo, poniendo las manos en la cadera—. Les dije que el sacrificio funcionaría.
Amer se frotó en medio de sus cejas, y suspiró.
—Bueno, al menos solo fueron dos.
—Obvio, mis reinas, ¿acaso piensan que soy una sacerdotisa descontrolada? ¿Es porque soy de géminis? —luego llamó la atención de Abel—. Tsss, ve y esconde los demás cuerpos en el jardín real.
Tomando en cuenta lo horribles que habían sido los días anteriores al relato de Calipso, el día posterior fue tan aburridamente académico que, quizá, no valía la pena siquiera mencionarlo. No obstante, se mencionará de todos modos, porque los días tranquilos eran necesarios para dar cabida a los días más salvajes e intensos que el universo venía preparando, como si dos brujas estuvieran cocinando el plan más malévolo que ningún humano corriente podría imaginar y que lo haría sucumbir a horrores que ni el mismo Tártaro soportaría...
Pero ese era un problema para el futuro, como diría el bisabuelo Sammy Valdez, el presente, era un regalo, y había que disfrutarlo, como una buena sopa de bolas de toro.
Por otro lado, poco se hablaba de las clases del profesor Quirón, ya que enseñaba Historia, y la mayoría de los alumnos aprovechaban su horario para tomar una siesta. A diferencia de los demás maestros que, perseguían a los perezosos que dejaban babas (ejem, Percy, ejem) sobre sus pupitres, y los castigaban severamente a través de la humillación pública, al profesor Quirón le traía sin cuidado ser completamente ignorado, cual televisión prendida en un hogar de ancianos. Leo se preguntó, si en realidad, solo le gustaba escucharse a sí mismo. Pero, siendo justos, no todo el mundo era un incompetente para el estudio.
Por ejemplo, Annabeth Chase no se perdía ninguna de sus palabras, mientras hacía anotaciones larguísimas en un cuaderno, con la letra parecida a una máquina de escribir. Jason, a su lado, quizás porque había sido contagiado por ella, o porque sabía que sus apuntes serían la salvación del cerebro de algas que dormía detrás de él, puesto que su novia podría salvarlo de veinte coyotes del desierto, pero jamás de una mala nota, producto de su pereza. Entonces, un amigo tenía que hacer, lo que una novia jamás haría, ¡salvarlo del destino de la perdición que él mismo se estaba buscando y era totalmente merecido, pero de todos modos, un hombre jamás dejaría morir a otro hombre!
Si sus fuerzas flaqueaban, nada más se volteaba, veía el bellísimo rostro de Percy cuya reluciente baba se escapaba de entre sus seductores labios, y continuaba, lleno de motivación.
En fin, al dar sus clases, el profesor Quirón siempre luciría una mirada ausente, como si sus ojos se hubieran teletransportado en el tiempo, y estuvieran contemplando los sucesos del pasado. Normalmente, jamás interrumpiría su propio relato, pero ese día, algo, o mejor dicho, alguien, llamó su atención, devolviéndolo a la actualidad, para lanzar una pregunta:
—Señorita McLean, ¿por qué está cosiendo un calcetín?
Los estudiantes que estaban despiertos, se giraron para mirarla. Piper se encontraba encorvada en su asiento, como una anciana con mala vista que entrecerraba sus ojos para meter el hilo en el agujero de la aguja. Había tres pares de calcetines sobre su mesa, de diferentes colores, con diferentes estampados. Con corazoncitos, cochecitos, cachorritos. Y los que no tenían pareja, o estaban tan agujereados como si le hubieran dado metralla, estaban sobre la mesa de Frank, mientras el susodicho dormitaba como un oso, inmutable de los olores que aquellos objetos pudieran desprender.
Quizás ya estaba acostumbrado, después de todo, Clarisse no lucía como la hermana que olía a tulipanes y cosméticos bien perfumados, contrario a lo que Chris, con su nariz enamorada, pudiera opinar.
—Es mi castigo por botarle los dientes a Miranda y no disculparme —respondió Piper, mirando disimuladamente sobre su hombro, hacia donde Miranda estaba sentada, con expresión huraña, y las mejillas tan hinchadas que parecía una ardilla mordiendo cacahuetes—. Tendré que arreglar toda la ropa de los estudiantes que se ha roto, durante los últimos dos años.
—¿Y tienes que hacerlo en su clase? —lanzó Hércules, con un severo ceño fruncido que delataba su indignación. Vale mencionar que, nadie entendía qué estaba haciendo él, en la clase. Aparte de mirar con admiración a su padrino, solo se encontraba sentado al lado del escritorio de Quirón, con los brazos cruzados, y derrochando aires de superioridad—. ¿Tienes una idea de la oportunidad que se le está dando a una niña como tú? Mi padrino debería estar enseñando en prestigiosas universidades, es tan inteligente como humilde, es por esa razón que no le importa el estatus, y terminó enseñando en un lugar como éste. ¡Deberían aprovecharlo y agradecerlo!
—Hércules, no digas eso... —Quirón soltó un suspiro, luciendo muy apenado.
—Soy una mujer multitareas, ¿cómo sabes que no lo estoy escuchando mientras coso estos calcetines, eh? —se defendió Piper, y luego soltó un "auch" cuando se picó el dedo, lo que la hizo enojar aún más—. ¿Acaso no bailas al mismo tiempo que eres DJ? ¡Pues es lo mismo! Ten un poco de empatía, ¿quieres? Si no hago esto, estaré graduándome, mientras le coso los calcetines al señor D.
—Pues lo tendrías merecido —farfulló Miranda, ni muy bajo ni muy alto, porque su mal genio era imposible de manejar, pero aún temía perder los dientes delanteros que le quedaban.
Antes de que Piper considerara lanzar una aguja hacia una de las tetas de Miranda, velozmente, Annabeth llamó su atención, y le comentó muy educadamente que su forma de coser era errónea.
—No me digas, señorita Perfecta, ¿también sabes coser? —inquirió Piper, alzando una ceja.
—Por supuesto —contestó Annabeth, alzando su barbilla con orgullo—. También sé tejer, ¿no lo sabías? El suéter que mi madre usó la última vez que vino a la reunión de padres, ¿lo viste? —Se rascó la nariz, con falsa modestia—. Bueno, yo se lo tejí, con mis propias manos.
—Con razón era tan feo —murmuró Travis, con la mejilla aplastada contra la mesa, aparentemente, no dormido.
Entonces, Percy Jackson, un pésimo estudiante para oír las clases de Historia, pero un excelente novio para oír cualquier susurro malintencionado dirigido a su preciosa novia, aún con los ojos cerrados y un poco sonámbulo, lanzó su mochila como un frisbee y la estampó contra la cabeza de Travis Stoll, quién chilló, y luego fue nuevamente golpeado por un puño, de una Katy encabronada porque la habían despertado de su siesta.
Annabeth pensó en agradecer a su novio, pero en vista de que se había vuelto a quedar dormido, decidió dejarlo en paz, y se concentró en darle más indicaciones a Piper para el arte de coser.
El profesor Quirón, bendecido con una paciencia infinita, se limitó a dejar salir un suspiro, y acto seguido, continuó con su clase, explicando detalladamente sobre el genocidio de la Triple Alianza en América del Sur, y cómo la gran valentía (o la gran, gran, graaaan estupidez, muy probablemente fue ésto) de un país pequeño como un frijol, hizo que lograra enfrentarse a tres países al mismo tiempo, con lanzas de tres yardas y un desmedido deseo de vencer o morir locamente por la patria.
—Después del exterminio del noventa por ciento de la población masculina, se promulgó una ley, que dictaba que todos los hombres podían tener cuantas mujeres quisieran, siempre y cuando, pudieran tener muchos hijos, para sobrepoblar nuevamente la nación —contó Quirón, con voz profesional—. Había cuatro mujeres para cada hombre. Incluso los amigos, cuentan algunos historiadores, compartían solidariamente a sus esposas para el bien de la misión.
Entonces, Leo escuchó un pequeño bufido que estaba cargado de diversión. Cuando giró la cabeza, vio que se trataba de Calipso, quien todavía conservaba el amago de una sonrisa sobre sus bonitos labios. Fue algo fugaz, pero bastó para que la expresión siempre tensa en el rostro de Calipso, desapareciera, haciéndola lucir fresca como una flor recién abierta. No fue su intención quedarse mirándola como un bobo, en verdad, lo menos que deseaba a estas alturas era volver a incordiarla. Todavía se sentía extremadamente culpable por los acontecimientos del pasado...
Acontecimientos que preferiría no rememorar.
Estaba por apartar los ojos, cuando fue irremediablemente atrapado por Calipso.
El corazón de Leo subió hasta su garganta, luego volvió a bajar, poquito a poquito, al darse cuenta de que Calipso no se veía enojada, o asqueada, o irritada, o cualquier emoción parecida a las que mostraba antes, cuando un ser humano le echaba un ojito por más de cinco segundos. La diosa Calipso le había concedido la amnistía. Aquello hizo que algo dentro de su pecho cosquilleara, y lo rasguñara, como unas afiladas garras de gato que intentaban llamar su atención. Extremadamente dulce pero también doloroso. Había tanto caos que apenas podía oír sus propios pensamientos.
—¿Oíste eso? —dijo Leo, en voz baja, con un tono santurrón, tan bien practicado que parecía verídico—. Cuatro esposas, ¿eh? Suena a un buen lugar para vivir.
Calipso volvió a bufar, y luego rodó los ojos, de una forma adorable que Leo estaba seguro, no era adrede, y si ella lo supiera, nunca más lo volvería a hacer.
—Ni siquiera puedes con una —le alzó una ceja, con su lindo rostro, repleto de burla—, conoce tus límites, elfo.
"Shhhhhh", Hércules les frunció el ceño desde su silla, al tiempo que llenaba un vaso con agua, de la jarra con cubitos de hielo que había traído consigo. Ofreció el vaso mansamente como un buen ahijado, pero antes de que Quirón pudiera agarrarlo, la puerta de la clase se abrió con un estrépito tan fuerte, que todos los alumnos dormidos se levantaron como si les hubieran disparado en el trasero.
—Clarisse, ya no quiero comer caimán, gracias, ya no... —balbuceó Frank, abriendo y cerrando un ojo a destiempo, y luego conteniendo un par de arcadas muy ruidosas que hicieron que Piper se apartara de él, con afán de mantener los calcetines a salvo.
Todos observaron con hastío, a la señorita Derry que ingresaba alegremente en la clase, mientras hacía sonar sin parar, un triángulo gigantesco. ¿De dónde había sacado ese instrumento musical del infierno? Nadie lo sabía, pero lo que sí sabían, era que pronto desaparecería casualmente de su posesión. Los que, con el estrépito inicial no se habían despertado, ejem, Nico, ejem, finalmente lo hicieron con los constantes sonidos estridentes. Era una suerte que el italiano no tuviera un arma en la mano.
Inmune a las miradas de odio de la mitad de la clase, la señorita Derry, sonrió jovialmente, y entonces, habló:
—¡Vamos, anímense, anímense, chicos! Son jóvenes, están en la flor de la juventud, ¡deberían estar llenos de energía! ¿Por qué están durmiendo? ¡Levántense, canten y bailen!
Alguien tosió en el fondo, aparte de eso, nadie mostró un solo atisbo de emoción.
—¿Señorita Derry?, disculpe, pero debo preguntar —inició Hércules, sin tratar de esconder su descontento—, ¿qué está haciendo aquí? Está interrumpiendo la clase de mi padrino...
Quirón se levantó de su silla, y le dio unas palmaditas al hombro de su ahijado para que se tranquilizara.
—No, está bien, Herc, ya casi acababa de todos modos —dijo, con una sonrisa que creó arruguitas en la esquina de sus ojos—, señorita Derry, parece que ha venido a secuestrar a mis estudiantes. ¿Está probando nuevos métodos de terapia?
—Simplemente, pensé que era un buen día para que todos se diviertan, y se relajen un poco de los estudios —explicó la psicóloga, con una risita risueña.
La frase "Un buen día para que todos se diviertan, y se relajen", por supuesto que llamó la atención de todos los alumnos, sacándolos de su somnolencia. Nunca se habían visto estudiantes tan obedientes, cuando la señorita Derry les pidió salir al pasillo, ni uno solo quedó dentro del salón. Afuera, los alumnos de la otra sección ya estaban esperándolos en el pasillo, tomados de la mano, como si fueran niños del kinder. A Leo le tomó por sorpresa ver a Chris agarrando la mano de Andrew, y Andrew la de Jessie, revelando una escena tan hilarante como graciosa.
—Dimitri, querido, agarra la mano de tu compañero, ¿quieres, Dimi? —le pidió la señorita Derry, solicitud que, fue ignorada completamente. La psicóloga decidió rendirse, seguramente porque ya lo había intentado antes por mucho tiempo. En su lugar, instó a los nuevos a que lo hicieran, y luego, se dirigió a Hércules—. ¿Por qué no nos acompañas también? Sería bueno que el ex estudiante prodigio de este Instituto, sea parte, de la pequeña actividad de hoy.
Hércules, después de ser halagado, por supuesto que no la rechazaría. Se despidió de su padrino, y entonces, lideró el camino.
—¡Todos, no suelten la mano de su compañero! —canturreó la señorita Derry, instándolos a moverse.
Leo empezó a caminar, mientras se daba cuenta, de que era el único, como siempre, que no tenía a nadie a su lado. No le importó, aunque ver a los demás, todos unidos, le causó cierta irritación en el pecho.
Un movimiento brusco por el rabillo de su ojo lo distrajo, Leo viró su cabeza, y atisbó a Axel, acercándose peligrosamente hacia Calipso, con la mano estirada, a punto de agarrar la de ella.
Leo se mordió el interior de su mejilla, con fuerza, por la rabia contenida. Por impulso, dio un paso hacia atrás, bloqueando el camino de ese loco de mierda, y entonces, tomó la mano libre de Calipso entre sus dedos, con tanta fuerza, que ni siquiera una palanca podría separarlos. Esperó el rechazo de Calipso, y él estaba listo con la excusa sobre sus labios. No obstante, la sintió suspirar de alivio, y su mano le dio un apretón, como si estuviera agradeciéndole.
Leo se quedó mudo. Luego la adrenalina bombeó en su sangre, y la utilizó, para enfrentarse a Axel, quien seguía en el mismo lugar, estupefacto por no haber logrado su cometido. Leo lo miró con una sonrisa, y le guiñó el ojo, con una pizca de altanería.
Los rasgos de Axel se oscurecieron, pero nada pudo hacer, frente a las figuras protectoras de Leo y Will, que la alejaban de él, decisivamente.
En el momento en que los alumnos cruzaron las puertas del gimnasio, fueron soltándose de las manos, para luego alejarse en diferentes direcciones, cada uno con su respectivo grupo de amigos, parecían clasificarse en manadas, o en tribus, mirándose los unos a los otros con recelo. Los más destacados siempre serían el grupo de Nico y Dimitri. Se estudiaban como una jauría de perros hambrientos, sopesando las posibilidades de si saldrían ganando o no. Percy y Jason, compartían aires de superioridad, mientras hacían el amago de burlarse de los gemelos de Dimitri. Chris le susurraba a Jessie, probablemente, cosas muy ofensivas de todos, menos de Clarisse. Frank se veía como el más tranquilo, pero solo Clarisse, que había vivido con él desde que era un gordito llorón, sabía que estaba más alerta que un Ares respondiendo los hilos en Twitter.
Al mismo tiempo, los guardias de seguridad empezaron a extenderse alrededor del gimnasio. Leo perdió la cuenta con el uniformado número diez que se colocó cerca de las gradas, el que lo miró de una manera bastante escalofriante, con ojos negros sin vida y una mano en la cintura, donde debía estar sosteniendo su pistola. Muy pronto, estuvieron rodeados, haciéndolo sentir asfixiado, como si realmente, estuviera dentro de una cárcel.
Leo se quedó de pie en la entrada. Calipso se adelantó unos pasos sin darse cuenta, hasta que su mano enredada en la de él, la detuvo de seguir, y en consecuencia también a Will, ya que tampoco se había soltado.
Calipso miró fijamente a Leo, con curiosidad. Éste le sostuvo la mirada, por un rato, a la vez que, de forma casi imperceptible, su pulgar acariciaba los nudillos de ella, con extrema suavidad. Al segundo siguiente, Leo soltó sus dedos, uno a uno, y luego su brazo cayó al lado de su costado, como si estuviera sin vida.
—¿Qué haces? —preguntó Calipso, escrutando el rostro de Leo, en búsqueda de cualquier atisbo de emoción que le diera una pista de su extraño estado mental.
—Confía en mí —fue toda la respuesta que consiguió, haciéndola sentir decepcionada. Pero Leo no se dio cuenta, o simplemente, lo ignoró. Lo que de nuevo, hizo sentir a Calipso, una pesada tristeza—. No te preocupes, te dije que confíes en mí —repitió Leo, engatusándola con un tono de voz muy suave—. Ve, luego los alcanzo. Tengo que resolver algo antes.
Leo se embebió de los lindos ojos de Calipso que estaban un poco entrecerrados por la preocupación. También notó sus mejillas algo hundidas por la falta de una buena alimentación, por lo que, se encontró deliberando distraídamente, que quizás debería cocinarle una sabrosa comida mexicana muy bien condimentada, que le sería imposible de rechazar. La próxima vez, se dijo, muy pronto, aseguró en su fuero interno.
Después de darle una mueca irritada, Calipso le dio la espalda, y se alejó junto con un confundido Will, que miró a Leo con suspicacia.
Pasaron los segundos, más alumnos iban cruzando las puertas del gimnasio, y eran acomodados en el piso, según la señorita Derry los guiaba a base de empujoncitos amigables, aunque optó por no tocar a Dimitri con mucha insistencia, ya que medía como tres cabezas más que ella y su mirada no auguraba buenas noticias. Leo se miró las manos mientras esperaba, estaban quietas y calmadas, y antes de que pudiera reflexionar mucho sobre ello, una tranquila voz, que se dirigió a él, rompió su hilo de pensamiento.
—Pensé, que lo habíamos dejado en claro.
Axel fue el último en entrar, por lo que ahora se encontraban solos, sin que nadie pudiera escucharlos. El hombre se veía como siempre, de pelo muy negro, ojos serenos y llenos de complacencia. Aunque, parecía haber una pizca de irritación, en el pequeño tic de su párpado izquierdo. Algo muy inusual en él.
Un pequeño tirón, hicieron que los labios de Leo, dieran la extraña ilusión de estar sonriendo, como un espejismo, que cuanto más se mirara, menos parecía real.
—Así fue. Tú sabes que es falso, yo sé que es falso —asintió enérgicamente un par de veces, luego hizo un gesto con la mano—. Pero, ¿la has visto? Ella aún insiste en ponerte celoso, así que, solo síguele el juego, ¿está bien? —alzó sus manos delante de su pecho—. Oye, si no lo hace conmigo, lo hará con alguien más que no será tan amable como yo. Conoces a los tipos de aquí, solo querrán aprovecharse de ella y sobrepasarse hasta hacerla llorar, tú me entiendes.
—Y tú, ¿eres diferente? —inquirió Axel, con ojos penetrantes y calculadores.
—Tú sabes que, yo jamás, haré nada de eso —respondió Leo, luego dejó salir una gran exhalación—. Soy diferente al resto. A mí no me gustan las chicas que ya tienen dueño —movió su mano hacia la dirección de sus amigos, él no miró si alguno lo vigilaba—. Pregúntale a Frank si no me crees. Cuando supe que estaba interesado en Hazel, me alejé totalmente de ella. Y ahora míralos, hacen una bonita pareja, ¿verdad?
—Escuché algo sobre eso —Axel empezó a mirarlo con una luz diferente, ya no parecía tan cauteloso—, dijeron que primero te gustaba Hazel, pero que Frank te la había robado.
Leo miró el techo, al tiempo que soltaba un sonido exasperado.
—¿Robarla? ¡Oh, cielos! La gente y sus habladurías, no les hagas caso —sonrió un poco más—, lo único que debes saber, es que soy un buen aliado, un buen samaritano, si te gusta más de ese modo. Protegeré a tu amorcito, y de paso, le hablaré bien de ti, como el buen amigo que soy.
—Apruebo a un hombre que conoce su lugar —Axel lo contempló con aprobación, y luego, lanzó una pregunta, que Leo no esperaba—. Por cierto, también me he enterado de otras cosas —lanzó una mirada de soslayo hacia la multitud—. Escuché que en la fiesta, antes de que ocurriera aquella tragedia, mi Calipso bailó con este chico... Nico, ¿es así?
—Oh —la mente de Leo fluyó a gran velocidad, en un santiamén, la respuesta se formuló en sus labios—, sí, vaya, no quería que te enteraras así pero...
Axel le alzó una ceja, inquisitiva.
Leo frunció el ceño, apenado.
—Todo el mundo los vio bailar esa noche, y por desgracia, temo decirte que, parecían ser una pareja hecha por el cielo y la tierra.
—¡Eso es imposible! —escupió Axel, sus palabras llevaban un rastro venenoso, como una bestia que exhalaba amoniaco.
—¿Estás seguro? Mira, no busco hacerte enojar, hombre, yo te aprecio, estoy de tu lado. Pero, debiste verlos esa noche, se tocaban tan íntimamente como si lo hicieran todo el tiempo —Leo dio otro gran suspiro—, hombre, te lo digo, me necesitas. Seré honesto contigo, paso el rato con ellos casi todo el tiempo, y me he dado cuenta que ambos son un poco, demasiado, cercanos, si sabes a lo que me refiero...
—¿Lo dices en serio? —inquirió Axel, con una mirada penetrante—. Algunos dicen, que el italiano podría ser...
—Ah, ni termines esa oración, ¡es ridículo! —Leo soltó una carcajada—. Solo míralo, ¿en serio lo parece? No escuches a los idiotas de este Instituto, Humbert, escúchame a mí. Te ayudaré, para que vuelvas a sentir, el calor de una bonita reconciliación.
Cuando Leo regresó con los demás, todos ya estaban sentados en el suelo, formando un semicírculo un poco desordenado. La señorita Derry se hallaba en el medio, sonriendo y hablando con delicadeza, como si temiera asustarlos, aunque lo único aterrador que tenía era aquel vestido amarillo con un escote tan amplio que dejaba entrever cosas que Leo no ansiaba conocer.
Leo se sentó flanqueado por Calipso y Piper, ésta última seguía cociendo los calcetines de los demás, farfullando sin parar en voz baja, sobre el arrepentimiento de no haberle pegado más duro a Miranda, para que el castigo hubiera valido la pena.
Leo tenía la broma lista sobre su lengua, pero justo entonces, Jason, Percy, y Frank, quienes estaban sentados delante de él, se giraron para mirarlo, y toda su atención se fijó en ellos, y en sus ojos un poco desorbitados. Fue Frank, el que tomó la primera palabra:
—¿De qué hablaste con Humbert?
—Era extraño —susurró Percy—, ambos estaban sonriendo, pero sentí como si estuvieran a punto de quitarse la piel el uno al otro.
—Por cierto —Jason le dio un repaso rápido de pies a cabeza, y entonces, su voz adoptó un tinte cauteloso—. ¿Te encuentras bien? Estás muy quieto, Leo.
—Vamos Jason, no exageres. Incluso los hiperactivos como yo, podemos estar tranquilos de vez en cuando —terminó de decir Leo, dándoles una sonrisa de la que goteaba algo de desdén.
Se veía tranquilo, se escuchaba tranquilo. Parecía que la madurez finalmente había hecho estragos en el siempre alocado Leonidas Valdez, convirtiéndolo en una figura distinguible, capaz de volar hasta la cima del mundo en un corcel de acero. Su apariencia se veía intachable, entonces, ¿por qué lucía tan jodidamente monstruoso para sus amigos?
Jason lucía como si quisiera exigir más explicaciones, pero la señorita Derry les llamó la atención con una suavecita reprimenda, así que no tuvieron de otra que regresar sus ojos al frente.
—¡Quiero que abran sus corazones! ¡Quiero que dejen salir sus más profundos miedos, aquí, delante de todos, para que puedan desahogarse y sentirse libres, y satisfechos! —discurseaba la psicóloga chillona, haciendo exagerados gestos con las manos—. Recuerden, no tienen nada de qué avergonzarse. Nadie de aquí, se burlará de ustedes.
Travis y Connor se miraron con escepticismo.
Isaak sacó la lengua, y se metió un dedo en la boca en señal de asco.
Clarisse se frotó las manos, entusiasmada y lista para lanzar sus mejores insultos.
—Cada uno de nosotros, se va a parar, aquí, delante de tooooodos, y contará una anécdota que le dolió muchisisisimo... —pronunció empalagosamente, mientras se llevaba las manos al pecho—, ahora, empezaré yo, para que puedan seguir mi ejemplo. Entonces, cuando tenía diez años, mi padre me regaló en el día de los reyes, una barbie camionera, sin embargo, yo quería la barbie enfermera. Estuve, tan, tan, taaan decepcionada ese día, y le dije a mi padre, que desearía que estuviera muerto, comido por los camellos de los reyes magos...
Un conjunto de alumnos la miró boquiabierta, con una "pizca" de espanto. Nico miró lentamente a Will, y le susurró algo que sonaba a: "invítale de tus antipsicóticos".
El explosivo llanto de la señorita Derry, hizo brincar a la mayoría de los presentes. Fue una imagen horripilante, sus lágrimas caían a ambos lados de sus mejillas regordetas y ella no hacía siquiera el intento de limpiárselas, y luego, de improviso, de la misma manera en que alguien cerraría un grifo, el llanto de la psicóloga se detuvo, y aún con el rostro manchado de rimel, sonrió amplia y perturbadoramente como un sol dibujado por un niño de tres años.
—¿Ven? Ahora me siento mucho mejor después de desahogarme —dio un pasito hacia la izquierda, y apuntó el piso—, ahora les toca a ustedes. ¿Quién irá primero?
Un minutito después, Connor Stoll carraspeó de forma incómoda, de pie delante de todos, ignorando las risitas de burla.
—¿Por qué tengo que ser el primero? —se quejó con la señorita Derry, pero ésta simplemente le contestó:
—¿De qué hablas? Yo fui la primera. Anda, no tengas miedo, todos aquí, somos tus amigos...
Connor miró al grupo de estudiantes, lucían como un montón de sapos de ojos saltones, con la lengua en el borde de sus labios, listos para atacar.
—Como sea, terminemos con esto —suspiró Connor, llenándose de valor—. Así que, cuando tenía dieciséis años, tenía una cobaya muy bonita, la amaba, y se llamaba Penélope... Penélope era mi mejor amiga, hacíamos todo juntos. Bañarnos juntos. Ver películas juntos. Molestar a Travis juntos. Era el sueño de todo adolescente sin novia para distraerse, ya saben. Era una cobaya muy especial...
—Awwww —exclamaron todos, especialmente Percy, quien le hizo un corazón con los dedos.
—Éramos una pareja tan hermosa, que era normal despertar los celos de los demás... Pero jamás esperé, nunca imaginé... ser traicionado... ¡Por mi propia sangre, mi propio hermano! —apuntó Connor a Travis, con un dedo acusador, mientras todos estallaban en exclamaciones escandalizadas. Connor se tapó la cara, y habló—: Un día, después del dentista, encontré la puerta de mi habitación abierta... yo entré, rezando a todos los dioses de este mundo, pero... PERO, YA ERA TARDE. HABÍA SANGRE POR TODOS LADOS, POR EL PISO, LA CAMA, LAS CORTINAS...
Se escuchó un jadeo colectivo. Percy palideció, y tomó la mano de su novia que estaba a su lado, en búsqueda de apoyo.
—Encontré a Penélope, descuartizada cerca de la tele, sus órganos, desperdigados aquí y allá... —Connor procedió a llorar, y gritó—: PENÉLOPE, DEBÍ SER YO EL QUE MORÍA. TODO ES MI CULPA POR ABANDONARTEEEE... ¡PERO NADIE, TIENE MÁS CULPA, QUE EL IMBÉCIL DE TRAVIS QUE DEJÓ SUELTO A SU ESTÚPIDO PERRO!
Al instante, los estudiantes comenzaron a maldecirlo:
—¡Asesino!
—¡Estafermo del averno!
—¡Mátenlo! —gritó Percy, pero fue detenido por un apretón de su novia, quien lo devolvió a sus cabales.
—Me vengué de él unos meses después —continúo Connor, sonándose la nariz cual trompeta—. Lo malo es que, eso nos metió a los dos en este Instituto —se encogió de hombros—, meh, pudo ser peor.
—Bueno, eso fue, muy interesante —murmuró la señorita Derry, observando a Connor regresar a su lugar, sin importarle que Travis estuviera dándole la "mirada de la muerte". Entonces, volvió en sí, y buscó a otro en la multitud—. ¿Quién sigue ahora? Vamos, no sean tímidos —su mirada se detuvo sobre Nico di Angelo—, ¿qué tal tú, cariño? ¿Por qué no nos cuentas un poco más de ti?
Nico se puso de pie. Sin embargo, antes de que la señorita Derry, o cualquiera en el gimnasio, pudiera emocionarse ante tal acontecimiento inaudito, Nico habló, en voz alta y clara:
—Lo lamento mucho, señorita Derry —no lucía muy arrepentido, ni un poquito—, pero cualquier cosa que diga puede y será usada en mi contra, es por eso que, es imposible para mí hablar respecto a la tragedia de mi vida como los demás. Pero no sé preocupe —Nico se estudió distraídamente las uñas—, mi historia no es tan triste, ni de lejos, como la de Connor, aquello sí que se merecía un gran consuelo de todos... También, voto a que deberíamos darle una lección a Travis, quizás bañarlo en salsa barbecue y luego lanzarlo a los coyotes.
—¡Nico di Angelo! —lo nombró Connor, con un cariño inconfundible—. Por eso eres mi líder —se golpeó el pecho con el puño, y luego apuntó a Nico con el dedo—, eres grande, ¿oíste? ¡Salve Nico di Angelo!
Un coro de "Salves", hizo retumbar todo el gimnasio, incluyendo los aplausos efusivos. Valga la redundancia, pero obviamente, Dimitri no fue parte de la ovación. Por otra parte, Nico les respondió con un asentimiento de cabeza, todo galante, todo genial como un jurista, para luego volver a sentarse.
—De acuerdo —murmuró la psicóloga, ocultando la decepción en su expresión, con una de esas rápidas sonrisas de títere—, ¿alguien más?
Mientras la psicóloga ordenaba a Piper, acercarse al centro del círculo... Leo, en un momento de distracción, dejó que sus ojos vagaran por todo el lugar, hasta que, atisbó a Hércules sentado sobre una silla, al lado de un guardia, con quien parecía conversar muy jovialmente. Entonces, Hércules sacó del bolsillo de sus pantalones, y se lo pasó al guardia, que rio, y pronunció un agradecimiento. Leo entrecerró los ojos, y finalmente entendió que se trataba de una barrita de granola, la cual fue rápidamente morfada.
Miró tanto tiempo que atrajo la atención de Hércules. El hombre le dio una sonrisa de medio lado, pero de alguna manera, Leo sintió que sus ojos azules, eran un poco displicentes.
—Te dije que no te metieras con él.
Leo dio un pequeño brinco. Viró su cabeza para mirar a Calipso, quien, aunque mantenía una sana distancia, seguía siendo abrumador para su corazón.
—Aléjate de Axel, ¿qué haces buscándolo? ¿Qué pretendes? —continuó Calipso, tan bajito, que fue casi imposible descifrar sus palabras—. Él es muy peligroso, es diferente a cualquier persona que hayas conocido. No estás a su altura. Así que, déjalo en paz.
Leo la contempló fijamente por un rato. Mientras Piper, adelante, les decía que ni sus exs más asquerosos habían tenido calcetines tan apestosos como los que estaba cociendo ahora mismo.
—No estoy haciendo nada —contestó Leo, casi un minuto después. Él realmente no estaba haciendo nada, ya que, Calipso le había suplicado que no hiciera algo. Por ahora, el monstruo podía caminar a sus anchas, recostarse cerca de ellos, y vigilarles, como lo hacía, ahora mismo.
—Tu cara da un poco de miedo —comentó Calipso. Sus dedos se entrelazaron sobre su regazo, y apretaron con fuerza, hasta volverse pálidos—. Él es un psicópata. Y tú, no lo eres.
Leo exclamó un "awww", que llamó la atención de sus alrededores, pero pronto fue dejado a segundo plano, porque uno de los gemelos de Dimitri había roto en llanto, mientras se desahogaba diciendo qué extrañaba a su mami. A unos metros, Clarisse soltó un: "Buuu, que llorón, ¿te traigo tu biberón?" Lo que ocasionó el enojo y la risa de muchos.
—Casi... caaasiii... —canturreó Leo sobre el griterío—. Si no te conociera bien, diría que estás preocupada por mí, nena.
Mierda. Leo hizo una mueca dolorida. ¡No quería decirle "nena"! Simplemente, estaba tan acostumbrado a pronunciarlo, que le salió de forma instintiva... Cerró sus ojos, y se encogió, esperando el insulto a sus tatarabuelos.
Entonces, Calipso agachó la cabeza, y dijo:
—Hablo en serio —su pelo ocultó su rostro como una cortina, y Leo sintió el impulso de recogérselo detrás de su oreja—. ELFO NO METERSE EN PROBLEMAS. ELFO SER OBEDIENTE. ¿OKAY?
—Tranquila, Cali, todo está bien —le regaló una sonrisa de medio lado, que no se dio cuenta, que no le alcanzaba a llegar a los ojos—. En este momento, no estoy haciendo, nada.
—Primero que nada, me gustaría aprovechar este, pequeño momento improvisado, para decirle algo a todos.
Había llegado el turno de Axel, o quizás él se había ofrecido a hablar, después de todo, parecía muy cómodo hablándole a las multitudes. El gimnasio se quedó en silencio, lo que fue un poco sobrenatural, y le dio una sensación de irrealidad. Pero él parecía ser capaz de eso, y más, con su semblante pacífico, y su buena apariencia, atraía la atención de todos, como si se hubieran convertido en unos borreguitos que querían seguir a un buen pastor.
—Es más bien, un recordatorio —continuó Axel, sus labios sostenían una sonrisa tan amable, que pocos podrían notar la condescendencia que goteaba de ella—, sé qué muchos de ustedes se sentirán perdidos, en este lugar, desamparados, pensando, ¿qué será de mí en el futuro? ¿Es tarde para mí? ¿Seré un desperdicio para la sociedad y mis padres para siempre?
Una cacofonía de murmullos se elevó del grupo, todos asentían, y le daban la razón. Axel sonrió, complacido, y por un milisegundo, sus ojos se posaron en Leo.
A su lado, Calipso se puso rígida, y no levantó la cabeza, en ningún momento.
Calipso no mostraba su rostro al mundo, como si ella hubiera sido la culpable.
Pero el culpable estaba allí, con la frente muy en alto, orgulloso como nadie más.
La sonrisa de Leo se profundizó aún más, a medida que la voz de Axel, cobraba más fuerza.
—No se desesperen hermanos míos. No piensen que son los únicos que están sufriendo en este lugar olvidado por Dios. Todos hemos hecho algo de lo que nos avergonzamos desde el fondo de nuestras almas, o de lo cual nos sentimos orgullosos, aunque, lamentablemente, nuestros padres y la policía no opinaban lo mismo —echó una risita, y el resto lo acompañó, con ojos iluminados—. Yo, también cometí errores, dije cosas que no debí haber dicho, e hice cosas, que quizás no fueron las mejores aunque las hiciera con las mejores intenciones... La cosa es, que nadie es perfecto.
Axel agachó la cabeza, con un aire solemne y melancólico a la vez, lo que despertaba la simpatía de los que lo veían. Seguidamente, su voz adoptó una tonalidad vulnerable, que pintó sus palabras en un mosaico de ternura.
—Aunque, eso no es del todo cierto —se rascó un lado de su mejilla, con una adorable torpeza—, para mí, a la única persona que podría considerar completamente perfecta, siempre será, aquella a quien más amé, y sigo amando en esta vida... Esa persona siempre será, Calipso Belladona, la chica con el corazón más brillante y puro que un viejo collar de diamantes.
Un coro de "Owwww" explotó entre la multitud. También hubo aquellos que soltaron carcajadas de burla, y otros que susurraban sobre lo lamentable que era Axel, al haberse enamorado de una arpía que no lo valoraba.
Leo estudió a Calipso por el rabillo de su ojo, y notó que, se había visto relativamente compuesta, hasta que fue mencionado el collar de diamantes. Sus dedos temblaban, pero ella los controlaba, apretándolos paulatinamente.
—Lo siento, sé que estoy siendo ridículo —Axel se rio de sí mismo, con un rastro de timidez en sus suaves facciones—, es solo que, me es imposible no hablar de mi Cali con los demás, cuando se me presenta la oportunidad. A mí, me gustaría que todos supieran, que ella es increíblemente especial para mí. Siempre quiero gritárselo al mundo.
—Ah, esa perra feminazi es tan afortunada —susurró Miranda, claramente refiriéndose a Calipso, a quien miraba con envidia—, ¿está ciega? Tiene un buen chico, pero ella lo ignora. ¿Quién se cree? Solo es la hija de un político de cuarta.
—¡Humbert, tú eres mi ídolo! —gritó Jessie, aplaudiendo junto con otros hombres que apoyaban la confesión pública del chico, y exclamaban cosas parecidas como: "Ese es un hombre". "Los chicos buenos siempre se enamoran de las zorras". "Es tan romántico, no tiene miedo de gritarle al mundo que la ama, pero ella actúa de forma tan arrogante, mírala, ¿acaso tiene un corazón de hielo?"
—¿No deberíamos cambiar su apodo, "la despechada", por, "la descorazonada". Definitivamente no tiene corazón.
Pero Calipso siguió viéndose tan imponente como siempre. Una diosa, sin corazón, sin alma, sin dolor.
Media hora más tarde, todos conocieron lo que era el dolor verdadero.
La peor de las tragedias que Leo, y los demás escucharon ese día, fue la que vino al final de la clase. Originalmente, tendrían una hora libre, puesto que el profesor de educación física llevaba más tiempo incapacitado que Nico en el Instituto, pero, en vista de que Hércules iba a quedarse indefinidamente, y que no podía separarse en muchos pedacitos para ir a vigilarlos y acosarlos a todos, se ofreció voluntario para dar la clase.
Existía una muy notable diferencia entre un profesor de educación física promedio y Herc, ya que, para empezar, Herc no tenía puesta ropa deportiva, sino jeans. Y solo jeans... Porque se había quitado la camiseta y mostraba su six pack probablemente injertado porque no había modo de que alguien pudiera tener un cuerpo así de perfecto de gratis... Excepto el padre de Will, pero el padre de Will era un amigo proveedor de condones, así que a él se le perdonaba.
Bueno, también estaba el papá de Clarisse, y ese sí era un enemigo de la raza humana, pero Leo no quería pensar en él en ese momento. No fuera a ser que Herc adivinara sus pensamientos y comenzara con una rutina tan pesada como la que él los obligó a hacer como castigo.
Como fuera, el punto era, que Herc sí se veía como debía verse alguien que enseñara educación física, no había lonjitas fuera de lugar, ni panzas salta yardas en su anatomía. Lo cual le hacía saber a los sedentarios estudiantes, que la próxima hora sería una completamente llena de tortura, lo cual, posiblemente, los haría odiar a Hercules incluso más que antes.
Al menos se suponía que todos lo odiaban, pero Leo no dejaba de escuchar risitas y suspiros de sus compañeras, cada vez que Herc se volteaba hacia un lado u otro para estirar su musculatura.
Nuevamente, compartirían clase con la otra sección, lo cual, solo haría que la experiencia fuera peor, pero a Herc no le importaban mucho las rencillas existentes entre ambos grupos, por el contrario, se había propuesto ignorarlas por completo. Quizá era cierto lo que decían, y el ahijado de Quirón ya había superado el nivel de los delincuentes lo suficiente como para que no le importara ninguna jerarquía interna.
—De acuerdo, chicos —dijo, con una estúpida sonrisa atractiva sobre su rostro—. Como sé que llevan mucho tiempo sin recibir esta clase, y el sol está un poco pesado hoy, vamos a tomarlo con calma. Empezaremos con un calentamiento, dando diez vueltas corriendo al jardín, y luego iremos por un ejercicio más pesado, ¿de acuerdo? —Distrajo su atención al sujetar a Nico del gorrito de su suéter negro para traerlo de nuevo hacia el grupo—. ¿Tú a dónde vas?
—Yo no hago deporte —contestó Nico, con un tono de obviedad irreverente que hizo que a Herc le diera un tic en el ojo.
—Eso era antes, bro —le contestó, sin embargo, cambiando el tic por una sonrisa perfecta sobre sus labios—, cuando tenías ese collar que volvía locos a todos. Anda, no te va a matar correr un poco.
A continuación, tiró del gorro hasta dárselo a Will (muy perspicaz de su parte porque Nico hubiera golpeado, o matado, a cualquier otro, en un berrinche), y continuó dando indicaciones, como si las palabras de Nico valieran poco menos que nada.
—Los que terminen de correr antes, tendrán más tiempo para descansar, así que yo les recomiendo empezar ahora mismo —luego aplaudió tres veces, apresurándolos—: ¡Vamos, vamos, vamos!
Eso fue señal suficiente para que todo el mundo se moviera, Jason, Annabeth y Percy comenzaron a correr tan rápido como sus pies se los permitían. Los dos chicos llevaban la cabeza, pero Annie no se quedaba tan atrás. Clarisse le dio un puñetazo a Frank para alentarlo y le gritó:
—Si esos dos idiotas son más rápidos que tú, voy a meter tu cabeza en el inodoro, te tomaré una foto con el celular de Tanaka y se la enviaré a papá, para que escarmientes por flojo —para luego salir corriendo y superar a los tres cabecillas en segundos—. ¿Cómo te atreves a flojear y perder el tiempo con tus tres novias y tu novio?
Frank la miró un segundo, negó con la cabeza, pensando que era un caso perdido explicarle que a duras penas tenía una sola y guapísima novia, y luego empezó a correr detrás de ella, superando a sus contrincantes con el poder del miedo, que no era tan poderoso como el poder del amor de Chris Rodríguez, porque él alcanzó primero a Clarisse, pero con una expresión de odio en su rostro, sin salir de su papel de enemigo.
Will y Hazel tomaron cada uno una mano de Nico y comenzaron a correr, arrastrándolo como si se tratara de un gato al que le han puesto una correa para salir a pasear, lo cual no funcionó demasiado bien, apenas y conseguían hacerlo avanzar, pero no se rendían. Antes de hacerlo, Will le lanzó una mirada a Leo, encomendándole lo que ambos ya sabían: No dejar sola a Cali.
Poco a poco todos comenzaron a correr. A algunos se les hacía más difícil que a otros, como a Piper, que se le dificultaba bastante correr sin tropezar, mientras cosía un calcetín que parecía ser más hoyos que calcetín, o a Andrew, que tenía que bombearse con salbutamol cada cierta cantidad de pasos. Otros, como Drew e Isaak preferían simplemente agarrarse del brazo y avanzar tranquilamente, al paso de la tortuga, pero una tortuga muy sexy, había que decirlo.
De modo qué, Leo tenía que empezar a retozar cual caballo libre en la montaña también, pero, sin dejar sola a Cali, porque el imbécil de Axel aún estaba fingiendo como que estiraba, en lugar de seguir al resto de su posiblemente nueva secta satánica. Era bastante obvio que estaba haciendo tiempo para acercarse a Calipso tan pronto como ella terminara de atarse los cordones de los zapatos deportivos, en lo cual, ella se estaba tardando bastante tiempo.
Leo no pudo evitar recordar aquel día en que le había atado los cordones a él, hacía ya tanto tiempo, cuando las cosas eran geniales, y Leo estaba arreglando el autobús y podía ser realmente útil en algo. Notaba a Hercules haciéndole gestos disimulados, instándolo a quitarse de en medio y dejar que los dos tortolitos tuvieran la conversación reconcilia parejas que parecía estar a punto de suceder. Herc movía los ojos, como si con sus pupilas pudiera empujar a Leo para que dejara de ser mal tercio, pero Leo lo ignoró del mismo modo en que ignoraba a cualquier otro profesor que le pidiera ser prudente.
Se quedó mirando el suelo un momento, como si fuera idiota, lo cual bastantes personas parecían creer. Incluso vio como Herc estrellaba la palma de su mano contra su frente, y negaba en silencio, decepcionado; pero él siguió fingiendo que no se daba cuenta. En el mismo instante en que vio, por el rabillo del ojo, que ella empezaba a hacer el más mínimo amago de levantarse, se adelantó hasta ella, y la empujó para que comenzara a caminar, aunque de un modo más sutil que el que habían utilizado antes contra Nico.
Nico, quien por cierto ahora estaba obligando a Percy y Jason a formar un trono con sus brazos para cargarlo, porque Herc había dicho que debía hacer diez vueltas al jardín, pero no había dicho cómo. Lo cual, le vino a Leo de maravilla, porque Herc se enfureció con él, y le dijo que no podía hacer trampa, y regañó a los otros dos también por siquiera ayudarle a intentarlo. Jason y Percy le tenían más miedo a Nico, así que seguían en la misma posición, mientras un irritado Nico, usaba la cabeza de Percy como apoya brazos.
Es decir, Herc se distrajo lo suficiente como para no detener a Leo de robarse a Cali, lejos de los brazos aparentemente amorosos, pero verdaderamente enfermizos de Axel.
—Ya voy, ya voy, no empujes —se quejó Cali, y luego rodó los ojos cuando vio que se trataba de él. Después recordó que ya no estaban peleando tanto, y volvió a mirar hacia el frente—. No voy a correr, soy una chica en su periodo —luego susurró—, o al menos eso se supone...
—Está haciendo tiempo —susurró Leo, sin especificar quién "hacía tiempo". A continuación la soltó y se preocupó únicamente por caminar a su lado. No intentó correr, tampoco hablar, a decir verdad, ni siquiera la miró. Solo caminó, al mismo ritmo que ella, pero con la diferencia de que Cali iba por el camino más llano posible, mientras que él se subía y se bajaba de cualquier cosa que encontrara en medio: las llantas enterradas en la tierra, pintadas de rosa, que a veces servían de asientos; las rocas; el trasero de Travis Stoll a quien Dimitri le había hecho una zancadilla que lo había hecho caer de panza sobre el suelo y aún no se había levantado; cosas así.
Cali palideció, pero se negó a mirar hacia atrás. A su vez, comenzó a caminar ligeramente más rápido, lo cual Leo imitó. Durante un rato, avanzaron en silencio, pero Cali estaba empezando a sentirse torturada por ello. Leo estaba demasiado tranquilo, demasiado callado. Ni siquiera saltaba, solo se movía... Como fluyendo... Como lo hace el fuego cuando ha tocado aceite y ya con nada consigues apagarlo. Sin chisporrotear.
—No se está acercando, ¿verdad? —preguntó ella, solo para decir algo, porque no estaba soportando el silencio, justo cuando uno de los gemelos les pasaba al lado por tercera vez, intentando darle una palmada a Leo en la cabeza, la cual él esquivó al inclinarse, sin problemas.
—Nah, no vendrá mientras alguien esté cerca de ti, tranquila —contestó sin siquiera mirar hacia atrás—. Se arriesga demasiado, podrías decir algo que nos haga sospechar que su fachada de cristiano puritano no es más que una estafa. Al parecer le gusta jugar con el silencio, y el silencio es peligroso.
El silencio es peligroso... Definitivamente, un Leo silencioso le parecía a Cali algo tan peligroso que le causaba escalofríos. ¿Era porque Katy seguía susurrando burlas contra él, a pesar de lo que le pasó a Miranda? ¿Era porque estaba enfadado con Calipso? Pero lo más importante, ¿era permanente?
—¿Estás bien? —Cali no pudo evitar preguntarle—, porque te ves...
—¿Diferente? ¿Más guapo? ¿Más fuerte? —La transformación en su expresión fue incluso más aterrorizante. Primero había estado taciturno, y al segundo siguiente era el mismo de siempre—. ¡He estado levantando la mochila del mandilón de Percy que ahora le carga los libros a Annabeth, para ejercitar mis brazos! Gracias por notarlo. Ahora dilo un poco más fuerte para que el resto de chicas lo escuchen también.
Cali lo miró un par de segundos de más antes de contestar. No era el momento ni el lugar, lo entendía. Y si Leo estaba mal por culpa de ella, tampoco era como que pudiera arreglarlo en segundos, o preguntándole al respecto.
—Tonto —se limitó a contestar, y luego, porque vio que otros la escuchaban también, decidió seguir el juego de "somos los mismos de siempre" y agregar—: No sacarías músculos de esos bracitos ni aunque hicieras pesas con todos los libros que se ha robado Annabeth en su vida.
—¡Oyeeee! —Leo se quejó escandalósamente—. ¿Para qué necesito brazotes de todos modos? Como dijo el sabio Confucio: "Dadme una palanca y moveré el trasero de mi padre de cualquier lado en el que se caiga".
—Eso no lo dijo Confucio y la frase original no es así —le regresó Cali, con tono de suficiencia. Cruzó los brazos, mientras seguía caminando, pero sintió cierto grado de alivio al notar como Leo giraba sobre su propio eje y comenzaba a caminar hacia atrás, solo para burlarse de ella mirándole a la cara.
Esto no se trataba de ningún cambio extraordinario en su rutina. Calipso estaba acostumbrada a tolerar la presencia de Leo todos los días, cercana, diciendo estupideces y haciendo reír a los demás, mientras a ella solo le hacía rodar los ojos. Tampoco era como que estuvieran hablando más que antes. Ni mucho menos sentía menos ganas de estrangularlo que antes. En eso radicaba la esencia de lo que estaba ocurriendo, el alivio que sentía, se debía a que todo parecía estar igual que antes. Incluso si no era así, incluso si todo había cambiado... al menos... al menos podían fingir que no había habido cambio.
—Palabras más, palabras menos —Leo se encogió de hombros—. Pero, en serio puedo levantar a mi padre, que se cae al menos una vez al día, así que ya con eso estoy satisfecho.
Y justo en ese momento, Leo cerró la boca abruptamente, como si hubiera estado a punto de decir otra cosa, quizá un "y podría levantarte a ti también, chiquita. Tú solo avísame, cuando lo necesites, ¿eh?", pero no lo hizo. Si fue por prudencia, miedo, o por el simple hecho de que, pensar en cargarla, le hacía recordar a Axel cargándola, y eso le hacía querer vomitar, nunca nadie lo sabría. Ni siquiera el mismo Leo.
Entonces, empezó a sentirse el peso de los segundos en medio de ellos. A Leo no se le ocurrió otra cosa que decir, y terminó girando nuevamente, para a continuación mirar al piso y seguir caminando lentamente. Su nuevo cambio de humor quizá fue demasiado evidente, porque Piper paró en medio de sus vueltas, le metió tres calcetines en el bolsillo, sacó otro de su escoté y le dijo:
—Estos ya están arreglados, cuídamelos, ¿eh? —Sin dejar de trotar, pero también sin avanzar, y con la aguja aún en los labios—. ¿No vienes conmigo un rato?
—Nah, me duele la rodilla, creo que el idiota de Percy me lesionó esta mañana —le contestó, mintiendo tan rápidamente que era muy fácil creerle—. ¿No te dijo Jason, que su bro volvió a caernos encima?
—Ah, sí lo mencionó —dijo Piper, y luego empezó a avanzar otra vez, pero cuando ya estaba un par de metros lejos preguntó de nuevo—: ¿Seguro?
Leo solo desestimó sus atenciones con un movimiento de mano, luego metió la mano en su bolsillo, sacó los calcetines, los dobló, y volvió a meterlos, quizá le daba miedo perder alguno.
—Gracias —dijo Cali, casi en un susurro, llamando de nuevo la atención de Leo.
—¿Eh? —Leo al principio dudó de que ella realmente lo hubiera dicho, pero luego solo sonrió—. ¿A quién le apetece correr de todos modos?
Probablemente no a muchos, pero definitivamente sí a Leo.
—Hace rato... En realidad solo quería preguntarte si te sentías bien —Cali continuó hablando casi en un susurro, y sin mirarlo, porque definitivamente era más sencillo ser amable con él, si no le veía la cara.
—¿Por qué no lo estaría? —Leo evadió la pregunta.
—Te vi hablar con él en la mañana —dijo Cali— ¿lo olvidas?
—También hablé con él anoche —contestó Leo, quitándole importancia a todo, como siempre—. No me da miedo, Cali. No te preocupes por eso.
—¿Realmente estás bien? —ella insistió una vez más.
—No, estoy furioso —contestó él, y las palabras, a pesar de ser pronunciadas en voz baja, fueron tan poderosas que parecía como si algo hubiera hecho explosión—. Pero no voy a hacer nada que te ponga en más peligro, ni a ninguno de nuestros amigos. Así que solo déjame, se me pasará en algún momento.
Cali no contestó, por el contrario, pareció encogerse en su propio cuerpo, al mismo tiempo que su presencia, habitualmente fuerte, se encogía también en su pensamiento. Leo lo notó, casi de inmediato, y tardó un par de minutos en comprender que se debía al modo en que le había hablado. Acabó por soltar un suspiro y decir:
—Gracias por preguntar —ahora con una voz tan tibia como el jarabe de chocolate sobre el helado—. Lo digo en serio. Si vas a preocuparte por algo, que sea por estar a salvo tú. Yo estoy bien. Y en el peor de los casos, tengo tres aliados dispuestos a matar por mí, y un rey de los delincuentes que me debe un favor, ¿recuerdas?
—Creo que son más de tres —contestó Cali, dejando que una media sonrisa se dibujara sobre sus labios—. Pero, de todos modos...
—Lo sé —Leo no la dejó terminar—. Tú tranquila, ¿sí?
Y luego, cuando parecía estar a punto de ponerse serio otra vez:
—¿Crees que si caminamos incluso más lento, podamos gastarnos toda la hora de E.F. en estas condenadas vueltas, y nos declaren héroes nacionales de los delincuentes?
Eso hizo que Cali sonriera de nuevo, pero entendió la indirecta y comenzó a caminar más rápido que antes, aún así, contestó con un:
—No sé, pero definitivamente lo voy a intentar —lo cual hizo gruñir a Leo, y hacer el ademán de darse un tiro por la cabeza, con el dedo índice y el pulgar.
Sin embargo, y en contra de todo pronóstico, los planes de Calipso se vieron frustrados, porque, por primera vez en la historia mundial, existía un profesor de Educación Física que no era un completo inepto y estaba dispuesto a hacer bien su trabajo.
(N AK:Pero chicas, yo si tuve un buen profesor de EF mimimimi, bueno, bueno, defiendanl@ en comentarios o de paso quéjense del suyo :3)
Cuando Herc se cansó de verlos caminar como un par de tortugas con anemia, se aventuró a alcanzarlos, tomó a Cali de un brazo, a Leo del otro, y los forzó a correr, con una enorme sonrisa en sus malditamente perfectos labios, y un brillo en los ojos que cegaría a cualquiera que no tuviera lentes de sol.
Unos diez minutos después, todos los estudiantes tenían las mejillas en color rojo tomate, no como protagonista de romance adolescente, sino como pobre diablo forzado a entrenar. Frank y Clarisse daban saltitos para no perder el calor, ya que habían sido los primeros en terminar. Percy y Jason se peleaban por decidir quién había llegado antes, entre los dos, cuando ambos sabían que había sido Annabeth. Piper yacía en el suelo, acabando el último nudo del trigésimo calcetín, para poder empezar con el trigésimo primero.
A un lado, Drew Tanaka intentaba reanimar a Andrew Ford, o evitarle una crisis pulmonar a causa de la falta de aire, al hacerle viento con un abanico manual, posiblemente carísimo, y de la dinastía de Hirohito; para ayudarla, Will había tenido que abandonar al malhumorado Nico con Hazel, quien le echaba pequeñas gotitas de agua a la cara para intentar refrescarlo, pero que también estaba teniendo problemas con su humor, porque su cabello se había esponjado por el calor y parecía, según sus propias palabras, un arbusto sin podar.
Isaak estaba fuera de escena con el grupo, momentáneamente, porque estaba a punto de volver a caer en las manos de su peor es nada. Jessie estaba diciéndole que el color le quedaba muy bien en el rostro, lo cual, había hecho que Isaak le prestara atención. Valga la pena mencionar que, esto únicamente estaba ocurriendo porque Dimitri estaba desfallecido en el suelo, intentando volver a ver el mundo a colores, mientras los gemelos lo contemplaban sin saber qué hacer para ayudarlo, pero... todo el mundo sabía que las drogas y los deportes no hacían muy buen equipo. Chris fingía hacerle viento con un cuaderno de Andrew, pero no lo hacía con ganas porque estaba completamente ido, viendo el movimiento del cuerpo de Clarisse con cada saltito.
—Bien —dijo Hércules, en voz alta, al tiempo que lanzaba a Leo por un lado y se quedaba sosteniendo el hombro de Calipso, como quien no quiere la cosa. Muchas chicas habrían matado por la oportunidad, Cali quería cortarle la mano—. ¡Al fin terminamos! Buen trabajo, todos. Ahora, los ejercicios que haremos a continuación serán en duplas, por lo tanto...
No había terminado de decirlo cuando todos estaban desesperados buscando una pareja apropiada que no los hiciera quedar como idiotas frente a los demás. Excepto que Hércules los detuvo tan rápido como comprendió lo que ocurría:
—¡Yo formaré las parejas! ¡No las pueden elegir ustedes! —luego comenzó a señalar estudiantes con el dedo, porque no se sabía los nombres de todos, a pesar de que había estado espiándolos todo el día. Algunas excepciones fueron Piper, Nico, Percy, Dimitri y por supuesto Calipso. A la primera la conocía por irrespetar la clase de su padrino con sus calcetines, al segundo por el atentado, a Percy porque... ¿Quién no conocía a Percy? y a Dimitri, porque era muy feo como para ignorarlo seguramente.
A Calipso, sin embargo, la conocía por un motivo más estúpido, pero también más perturbador, porque sus palabras fueron las siguientes:
—...y Calipso, hará pareja con... déjame ver... —ni siquiera tuvo la decencia de fingir pensárselo más que un par de segundos—, ah, sí, este muchachón de acá.
Tomó a Humbert del brazo y lo acercó tanto a Calipso que ella empezó a inclinar el cuerpo hacia atrás. Luego, brutalmente se quitó de en medio y se fue a juntar otras parejas por allí. Calipso hubiera deseado que su primera reacción fuera salir corriendo, quizá incluso abrazar a Leo de nuevo, sin embargo, cuando se trataba de él, perdía el dominio de su cuerpo por completo, de una forma tan absurda que luego, cuando se encontraba a salvo y lejos, no podía hacer otra cosa más que sentir rabia contra sí misma. Por estúpida y cobarde.
Vio como los labios de él se movían, diciendo algo, pero ella tenía los oídos pitándole muy fuertemente, era casi el mismo sonido que emitía el ahora difunto collar de Nico di Angelo. Aun así, no fue hasta que sintió la mano de él contra su mejilla, que se dio cuenta de que no había tenido siquiera tiempo para inclinar la cabeza y no mirarlo.
Tenía tanto, tanto miedo.
Y él estaba tocándola de nuevo.
Su asquerosa mano la acariciaba otra vez.
Este, pudo ser el final del relato. Ella pudo haber cerrado los ojos, y estaba segura de que su cuerpo se lo hubiese recompensado con un desmayo, porque su corazón estaba latiendo tan fuertemente como el de un ratoncillo que ha sido arrinconado por un gato.
Sin embargo, durante los treinta segundos en los cuales estos acontecimientos ocurrieron, Leo ya había tenido tiempo para levantarse del suelo y hacer lo que mejor le salía en el mundo entero: Crear el caos.
Nadie habría reaccionado tan pronto como él, porque para empezar, los movimientos de Hércules fueron muy acelerados, y los estudiantes estaban agotados. Para terminar, posiblemente los demás eran mucho más prudentes que Leo... Para este punto, incluso Percy tenía un gramito más de prudencia que Leo.
Por tanto, tampoco nadie pudo detenerlo.
Leo vio todo, desde la proximidad de Axel hacia Calipso, hasta la desaparición fingida de Hércules, forzando el momento entre dos supuestos enamorados para que se reconciliaran. También observó el pánico en los ojos de ella.
Lo siguiente que supo, fue que ya estaba de pie, diciendo:
—¡Hey, Clarisse! —tan fuerte que era posible que el señor D lo hubiera escuchado desde su oficina—. Cuidado al saltar así, se te podría salir una bubbie.
Solo eso. No agregó más. No fue siquiera su mejor burla. Pero provocó justo el efecto deseado. Porque si algo tenía en común con la bestia, era que ninguno de los dos pensaba demasiado antes de reaccionar. Excepto que, quizá, Clarisse no pensaba en las consecuencias. Leo sí. Sabía las consecuencias, y aún así hacía las cosas.
A veces incluso utilizaba las consecuencias a su favor.
Pudo haber sido Frank. Estaba casi a la misma distancia, no era que a Clarisse le importara muchísimo su integridad física de cualquier modo, pero era demasiado pesado, no volaría bien. En cambio, el pobre Andrew tenía la perfecta estructura aerodinámica para la misión.
En un ataque de rabia por la simple mención de una de sus regordetas bubbies, Clarisse tomó a su víctima favorita, la levantó en el aire, luego de soltar un grito espartano, y lo lanzó con todas sus fuerzas, cual Tronchatoro, excepto que el pobre Andrew no tenía trencitas.
Como si todo ocurriera en cámara lenta, Andrew voló en dirección a Leo, mientras que sus lentes se quedaban olvidados en las manos de Drew, quien además había gritado un: "Clarisse, noooo", que no había servido de nada. Todas las cabezas de los estudiantes se giraron para ver cómo el pobre nerd balanceaba sus extremidades en el aire, cual pajarillo aprendiendo a volar, si no fuera porque él no tenía alas.
Algunos gritaron, otros se cubrieron los labios. Annabeth intentó inútilmente sujetarle una pierna, pero su mano solo encontró el aire. Piper se cubrió uno de sus ojos con un calcetín, luego notó el mal olor y lo alejó de vuelta. Jason deseó poder ser realmente un superman para atraparlo y rescatarlo, pero lo cierto era que nadie podía. Travis Stoll dijo en voz muy grave: "Ahí va el mejor nerd promiscuo que hemos tenido".
Hasta Clarisse, en cierto momento, cuando ya era demasiado tarde, y el pobre nerd daba vuelta, burlando a la gravedad, se sintió ligeramente arrepentida por su impulsividad.
Leo, por su parte, hizo lo mismo que había hecho con la palmada del gemelo hacía un rato: se quitó del camino, rápidamente, evitando el golpe, y se disculpó mentalmente con el pobre Andrew, pero... existían prioridades. Esta era una situación de vida o muerte, y alguien tenía que sacrificarse por el equipo.
Al no encontrar pared en Leo, Andrew voló un poco más, y cayó justo sobre el objetivo correcto: Humbert.
Peor (o mejor, dependía de la perspectiva) que eso: El trasero de Andrew Fort se estrelló de plano contra el rostro de Humbert, y luego, todo el peso del nerd, hizo que el cuerpo del psicópata también cayera al suelo en un fuertísimo golpe para él, pero que de algún modo amortiguó la caída de Andy.
Lo siguiente que Calipso supo, fue que el efecto de cámara lenta se había acabado, y a ella acababan de tironearla tan fuerte y rápidamente que sintió que había dejado el estómago en el lugar anterior.
Supo, por la calidez de la mano que la sujetó, que había sido Leo quien la había apartado del peligro, pero, cuando volvió a pestañear, era Will quien estaba frente a ella, escondiéndola con su cuerpo. Manteniéndola a salvo.
—Oh, oh —dijo Will, luciendo apenado—. Eso se ve muy feo, me parece que es una emergencia, habría que llevarlos a ambos a la enfermería. No puedo yo solo.
Y entonces, como por un milagro de Ares al contemplar las hazañas de su hija, Hércules se vio en la obligación de cancelar la clase, pues carecía de los conocimientos suficientes para debatir con el doctor sin diploma. De ese modo, la falsa paz del Instituto, regresó.
Paso #67: No pienses en las consecuencias. O, aún mejor, piensa en ellas, úsalas a tu favor. ¿Eres un chico malo, o no lo eres?
Hola hola, delincuentes! Esperamos que les haya gustado. Hoy es nuestro 7 sisniversario, nuestras bodas de lana, y como cada año quisimos celebrarlo con un capítulo largo. Los amamos por dejar todos esos comentarios >:v
Las personas que salen en la intro, son las personas que nos han acompañado en nuestro grupo de lectores, siempre les estaremos agradecidos por pasar el rato con nosotras. Dicho eso, nos leemos pronto, muak muak
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