Paso #66: Mantén cerca a tus amigos.

Calipso se tapó la cara con las manos, y apoyó sus codos sobre sus rodillas flexionadas. Su pelo castaño estaba ensortijado entre sus dedos, con pequeños nudos, aquí y allá, que se veían difíciles de desatar. Temblaba, como si la cama sobre la que estaba, estuviera hecha de hielo, y el frío le calaba hasta los huesos, dejando sus labios azules y su piel tan pálida que parecía haber sido drenada de toda su sangre como a un cerdo al que habían colgado con el cuello abierto para que se desangrara. Los pequeños ruiditos que soltaba, se parecía a los del animal agonizando en sus últimos segundos de vida.

Había envejecido unos cuantos siglos, y al mismo tiempo era solo una niña asustada.

El resto estaba inmóvil, como árboles helados, en medio de la profunda oscuridad de un bosque. Isaak, Will, Drew y Leo, cada uno en diferentes extremos de la habitación, la miraban como si fuera la primera vez que lo hacían, con una mezcla de estupor y horror, como si Calipso acabara de despellejarse la piel delante de ellos, dejando expuesta finalmente todas las heridas que se habían podrido y gangrenado en su carne, las cuales había luchado tanto por esconder. Por un período de tiempo insano para su salud.

—Entonces Axel es... ¿es Humbert? —Nadie se sorprendió de que fuera Drew quien hablara primero, después de todo, ella era experta manejando momentos incómodos. Es decir, toda su vida estaba pavimentada por sucesos incómodos que la habían convertido en la mujer fría y odiosamente incomprendida que era ahora.

Y, sin embargo, a pesar de la voz controlada y neutral que Drew había utilizado, sus manos, antes de entrelazarse delante de su vientre, se habían visto un poco temblorosas. La respuesta de Cali no fue articulada, pero no hizo falta, un simple bufido repleto de sarcasmo de parte de ella, era todo lo que se necesitó para entender. Drew bajó la mirada, y su rostro se endureció por la silenciosa ira que crecía dentro de sus ojos rasgados.

El segundo en hablar fue Will, quien primero se apretó las cuencas de los ojos con la palma de sus manos, luego apretó ambos lados de su cabeza, y finalmente se aferró a su cuello, ejerciendo presión.

—Hay que acusarlo —soltó casi tropezándose con sus palabras, luego se acercó a Calipso para tomar una de sus manos y apretarlas entre las suyas—. A la policía, al señor director...

—¿Acusarlo? —repitió ella, mirando a Will como si se hubiera vuelto loco—. Claro, porque estoy segura de que van a creerte. ¡Ja!, ¿eres estúpido Will? ¿Quién va a creerme? ¿Con qué pruebas irás a suplicar ayuda, eh? Nadie va a creerlo, cuando ni siquiera mi propio padre lo hizo.

—Ella tiene razón —dijo Isaak, mirándola directamente—. ¿Un grupo de locos satánicos secuestrando a una virgen en medio de la nada para sacrificarla...? Suena a una puta mentira.

—¡Isaak! —Lo nombró Drew en advertencia, pero él empezó a negar con la cabeza.

—¡No, no voy a callarme! ¡Menos ahora! —espetó con fuerza—. Si todo lo que dijiste es cierto, entonces, el día que todos tuvimos nuestras misiones, ¿cómo permitiste que Drew fuera a coquetear con el loco como se llame? ¿Cómo pudiste exponerla a ese peligro? ¡¿Por qué no dijiste nada?! ¿Qué diablos sucede contigo?

—¡Isaak, este no es el momento! —siseó Will, pero por primera vez, a Isaak no le importó, y siguió atacando:

—¿La odias tanto?, ¿esperabas que se encaprichara ahora con ella y le hiciera lo mismo que a ti? Es por eso que tienes a todos hartos, aunque todos fingen que les agradas, porque eres una maldita...

—¡CIERRA LA BOCA! —vociferó Leo, y de pronto, toda la habitación quedó muda. Quizás porque nadie se esperaba ese grito, quizás porque Leo lucía a punto de agarrar una jeringa y matar a alguien con ella. Isaak se mordió los labios con fuerza, en realidad se sentía arrepentido por haberse expresado con tanta crueldad, era solo que, Drew era su mejor amiga, y como Will era capaz de lanzarse al tártaro por Calipso, Isaak también podía enfrentarse a los gases nocivos de un campo de concentración por Drew. Además, él mejor que nadie, conocía los riesgos de enfrentarse a un grupo de religiosos conservadores.

Todavía recordaba aquel día, cuando hablaron con ese raro de Humbert. Tan solo había escuchado algunas palabras, pero una sensación aterradoramente perturbadora lo había hecho temblar allí mismo al lado de Drew, como si contemplara un abismo repleto de serpientes en el que lo amenazaban por tirarlo. El tipo ni siquiera le había concedido una mirada, actuando como si él no existiera, pero igualmente, todo el instinto de Isaak le gritó que huyera muy lejos de ese monstruo con sonrisa de ángel. Y si no lo hizo, fue por su gran lealtad hacia Drew.

Lo que Isaak no podía perdonar era que Calipso lo sabía, y aunque no había tenido la fuerza ni la confianza para contarles la verdadera razón, pudo haber inventado algo para que no se acercaran a él.

Era como si Calipso hubiera dejado un monstruo suelto, por lo que la convertía en una cómplice.

Mientras tanto, las lágrimas empezaron a caer otra vez de los ojos de Calipso, enormes gotas se estamparon contra las sábanas con un ruido sordo. Estaban a punto de crear un charco. Al contemplar esto, Will sintió una profunda desesperación, e inmediatamente le secó los bordes de los ojos con los dedos, de forma extremadamente cuidadosa, amorosa, amable y lleno de compasión. Sin embargo, su gesto no fue bien recibido, porque casi al instante, Calipso apartó su mano, y, aunque no lo hizo con fuerza, de igual modo, el corazón del doctor sin diploma, que ya estaba en trizas, volvió a quebrarse en pedacitos aún más diminutos que le hacían daño al respirar.

Lentamente, el rostro de Calipso se elevó, pero no miró a nadie en particular, mientras abría y cerraba los labios, con miles de pensamientos tratando de abrirse paso hacia ellos. Finalmente, las palabras empezaron a salir, primero lentas, dolorosamente lentas, y luego fueron tomando furor, hasta que parecían cuchillas siendo lanzadas al corazón de todos.

—Quizás tengas razón, quizás me arruinaron tanto que en algún lugar de mi corazón yo quise... —no pudo terminar esa oración, en su lugar, una risa hueca salió de su boca—. Y yo también estoy harta de mí, ¿sabes? Estoy harta de sentir miedo todo el tiempo. Estoy cansada de desconfiar de todo y de todos. Quisiera volver a ser lo que era antes de ese maldito día. Quisiera tanto poder volver a confiar en alguien, poder charlar sin tener que preocuparme de si esa persona va a traicionarme otra vez. Quiero reír como antes, quiero sonreír sin tener que fingir, que no me estoy pudriendo por dentro.

Calipso cerró los ojos con fuerza. En el pasado, jamás había podido soltar ni una sola palabra a nadie, ni siquiera a la psicóloga del Instituto, desde que su padre la despreció y le echó la culpa de su propio infortunio. Ahora, desde que abrió las puertas de su alma, no importaba quienes la escuchaban, solo parecía que ya no podía detenerse, todo se desbordaba de ella, todo lo que se había callado, se derramaba como alquitrán supurando de sus heridas.

—Es cierto que los odio. Odio tanto a los demás porque desearía ser ellos. Pero me odio más a mí misma, por ser yo. Desearía poder tomar el lugar de cualquier persona de este sitio —se agarró el pecho con las manos, y se dio dos golpes, que apenas le causaron dolor—. Quiero volver a sentirme bien, quiero no sentirme incómoda dentro de mi propio cuerpo. Detesto mi voz, mi piel, mi rostro. Cada día, cada hora, minuto y segundo de mi vida, solo siento asco de mí misma.

>>Quiero volver a ser normal. Quiero poder estar con ustedes y sentirme cómoda. Pero no puedo, y lo intento, créanme que lo intento todos los días...

—Cali, está bien, no tienes que explicarnos nada —la interrumpió Will, agarrando nuevamente sus manos, sin embargo, Calipso volvió a apartarse, cerrando sus manos en puños sobre su regazo.

—Ya no necesitas preocuparte por mí, nuestra amistad ni siquiera es real —le dijo, y lo miró, con ojos muertos que ya no tenían nada que perder—. Will, la única razón por la que dejé que te acercarás a mí, fue solo porque supe que eras gay, y podría estar a salvo a tu lado. Soy una cobarde, tampoco quería quedarme sola, así que, cuando vi que eras demasiado bueno y amable para tu bien, me quedé a tu lado porque sabía que eras el único que podría aguantarme, sin importar qué tan irritante o cruel fuera contigo.

La expresión de Will estaba congelada, con sus grandes ojos azules, adorablemente rojos y llenos de lágrimas que colgaban de sus pestañas, como pequeños diamantes que brillaban con los rayos de sol que se colaban por la ventana. Pero nadie notaba la calidez del sol, y ni siquiera el aire acondicionado estaba encendido. Las ventanas estaban abiertas, y el viento se colaba trayendo consigo polvo y arena del desierto que ensuciaba todo el lugar.

Poco a poco, Calipso apartó la mirada, avergonzada. Luego, con una voz bajita y tranquila, agregó:

—También te utilicé a ti, con mis más egoístas y horribles intereses —dijo—. Puedes abandonarme ahora si quieres.

Ella esperó entonces los insultos. Se preparó para el arrebato violento de Will, atrapado en la ira y la traición de haber sido engañado. Esperó ver el abrupto rechazo, de él, levantándose y alejándose de ella, para nunca más regresar y volver a mirarla. Estaba lista para recibir más odio, excepto que, la persona que estaba a su lado, no era alguien a quien le gustara perder el tiempo con sentimientos negativos que no le servirían de nada.

—No voy a irme, ¿estás bromeando? —Calipso observó sorprendida, que la sonrisa de Will, incluso rota, seguía siendo sumamente hermosa—. Me aceptaste siendo gay, incluso antes de que me aceptara yo mismo —se frotó un lado del ojo, y luego el otro, pero un par de lágrimas se deslizaron hacia abajo—. Además, nunca has sido cruel conmigo, siempre has sido buena y muy atenta. Y nunca me has irritado, en ningún momento... bueno, quizás esa vez que llamaste a Nico asesino, pero no fue nada serio, ¿ok? Mm, también la vez que te robaste mis manzanas, y cuando te llevaste mis cápsulas de vitamina C.

Calipso escrutó cuidadosamente su expresión, buscando cualquier indicio de mentira en Will. La incredulidad casi la hizo olvidarse de su dolor cuando se dio cuenta de que, en efecto, Will no parecía ni un poco ofendido.

—¿No estás enojado? —preguntó, sin poder contener el estupor en su tono.

—¿Por qué lo estaría? —Will soltó un suspiro, y de nuevo, agarró las manos de Calipso. Esta vez, ella no se soltó. Sus manos eran fuertes y reconfortantes, sin ninguna mala intención—. Cali, no importa cómo haya iniciado nuestra amistad. O las razones que te motivaron a estar conmigo. Al final, todos los momentos que hemos pasado juntos, han sido verdaderos, y cada acción tuya hacia mí, no ha carecido de la nobleza de tu corazón. Lo que verdaderamente importa es que, siempre has sido honesta, incluso mostrando tu desprecio hacia los demás, nunca has fingido que te agradan.

Por un momento, Calipso no supo qué decir, después negó lentamente con la cabeza.

—Ese es tu defecto, piensas que todos tienen un lado bueno, Will —dijo—, pero no todos lo tienen. Algunos simplemente nacieron podridos, y su destino es pudrir a tantos como les sea posible. —Y dicho eso, de repente, su voz se llenó de dureza—. Por favor, todos, intenten no divulgar sobre lo que les dije hoy. Y deben saber, que no se los conté para que me tuvieran lástima, y cambien su trato conmigo.

Isaak chasqueó la lengua, él seguía pensando que Calipso tenía la culpa por haber dejado que Drew se expusiera. Aún así, su enojo ahora era más ligero. No dijo nada, así que el resto de las personas fingieron no oírlo.

—Simplemente estaba cansada de que me sellaran la boca todo el tiempo. Necesitaba decirlo en voz alta. Porque a veces, me pregunto si todo mi dolor, solo proviene de un evento falso, que me lo imaginé, y la versión real es la que dio mi padre, al señor D —continuó, tocándose las cicatrices que le habían quedado debajo de los pechos, que juraría las sentía sangrando aún—. Pero no lo fue. Y, sin embargo, nadie más necesita saberlo, y, lo más importante, por favor, no se enfrenten a él. Si vino a este lugar, a pesar de estar aquí, es porque tiene un as bajo la manga. No se confíen. Ni traten de buscar justicia. Ya es tarde para mí.

—Nunca es tarde para nadie, Cali, ni siquiera para Darth Vader —dijo Will, con el ceño fruncido, luego, su frente se suavizó poco a poco, hasta que la calidez volvió a sus ojos dándole claridad—. Y definitivamente no es tarde para ti. Eres la persona más fuerte que he conocido, y estaré a tu lado, desde hoy, te lo prometo, no volveré a alejarme. Ni tampoco Leo, ¿verdad, Leo? —De pronto, Will se había girado hacia él, y el aludido latino, primero se quedó rígido por el pánico, acto seguido, su mirada se llenó de resolución, listo para dar el mejor discurso de su vida.

—Calipso, lo que pasó en el pasillo...

—¡¿QUÉ DEMONIOS PASÓ AQUÍ?! —De súbito, la puerta de la enfermería se había vuelto a abrir, y el director del Instituto no perdió el tiempo para entrar con sus regordetas piernas haciendo ruido, acompañado de Cherry y otros guardias de seguridad que no valían la pena recordar sus rostros—. ¡¿Qué fue todo ese escándalo allá afuera?! ¡Señorita Bellota me dijeron que estuvo corriendo como una loca por todo el instituto!, ¡y Willbur, también estuviste implicado, como siempre! ¡¿Y ustedes tres, qué hacen aquí? ¡Vuelvan a sus clases!

—¡Espere un momento señor D, necesito hablar con Calipso! —dijo Leo desesperadamente, pero el director solamente le dio un bufido.

—Hablar ni que nada, ¡guardias! —El grupo de seis guardias que habían entrado, dieron un paso hacia adelante—. Llévense a estos monos a sus jaulas. E informen a sus respectivos maestros que se les reducirá el sueldo por permitir que sus alumnos corran por allí como niños de la selva.

Los subordinados asintieron obedientemente, acto seguido, dos de ellos se dirigieron hacia el latino que no dejaba de parlotear su desacuerdo sobre ser expulsado de la enfermería. Leo les gritó que aún no podía irse, todavía tenía mucho que decirle a Calipso, no obstante, fue levantado y cargado hacia la salida como un maniquí que no pesaba nada, con sus pies zarandeándose en el aire, incapaz de tocar el suelo. Bajo insultos, Leo desapareció por la puerta. Se había ido como vino, haciendo un escándalo.

Cuando intentaron hacer lo mismo con Isaak, éste inmediatamente los detuvo, con la furia de un judío al que acaban de confundir con un cristiano.

—¡No me toquen! —Les advirtió, con un dedo amenazante dirigido a los dos guardias que levantaron los brazos en un gesto tranquilizador. Isaak bufó, seguidamente, caminó solito hacia la salida con un contoneo de caderas digno de Drew Tanaka.

Un momento después, echando un último vistazo hacia Calipso, Drew siguió a su amigo, yéndose con él.

Quedaba Cherry, dos guardias más, y un Will que seguía tomando las manos de su mejor amiga, y que no lucía como si fuera a irse pronto. La terquedad se notaba en sus profundos ojos azules, y en la forma en que elevaba su barbilla, con un aire retador.

Los dos guardias compartieron una mirada de burla al notarlo, como si Will solo se tratara de un pequeño y esponjoso cachorro de labrador tratando de lucir amenazador. No perdieron el tiempo y fueron a por el rubio de aspecto inofensivo. Lo que no esperaban, era descubrir que el rubio parecía ser como el pulpo con tentáculos más fuertes y pegajosos del mundo, al que por más que tiraban con fuerza, no se desprendía de la pobre Calipso, quien, a decir verdad, tampoco estaba lista para volverse a separar de su mejor amigo, y también se aferraba a él desesperadamente.

—¡Suéltate, muchacho!, ¡debes volver a clases! —espetó el director con fastidio, pero fue como decírselo a una pared.

—¡Voy a quedarme a su lado, no me importa lo que digan, ella me necesita ahora! —dijo Will, y puso máxima pegajosidad a su poder de pulpo que tanto había practicado, aferrándose a Nico di Angelo.

¡Era imposible sacar a Will Solace! Le estiraron los brazos: nada. Le estiraron las piernas: nada. Lo jalaron de su torso, ¡pero tampoco, nada! Era tan fuerte como una jodida trampa china. Al final, los dos guardias de seguridad, miraron al señor D con pena, comunicando su absoluta rendición.

El señor D se pegó en la cara con una mano, por pura frustración, acto seguido, le hizo un gesto a Cherry que estaba a su lado.

—Cherry, saca al rubio de mi vista.

—A sus órdenes, señor —contestó el gigante de ébano con cara de poder partir a tres hombres a la vez. Sin embargo, en el segundo que Cherry dio un pasito hacia adelante, Will le gritó:

—Cherry, si me sacas, no volveré a hablarte en toda tu existencia y la mía, ¡y estaré enojado de por vida!

El pasito que Cherry dio, regresó a su lugar.

—No puedo vivir esa miserable vida —El hombre apartó la mirada, desconsoladamente—. Puedo quedarme sin trabajo pero jamás con el desprecio de mi terroncito de miel.

—Ahg, no puedo creerlo —el director rodó los ojos, y se sostuvo el puente de la nariz, mientras hablaba—: ¡Bien!, señorita Bellota, ¿tiene algo que decirme? ¿Cuál fue la razón de su repentina crisis? ¿Algún hombre se atrevió a respirar su mismo aire? ¿Se peleó con Tataka sobre Taylor Swift?

—Señor D, no tiene por qué mostrar tanta preocupación —dijo Calipso, en tono sarcástico—. Solo tuve cólicos demasiado fuertes, y luego me desmayé por el período. Por favor, no haga más preguntas sobre cosas de mujeres que jamás comprenderá en su totalidad.

—¿En serio eso fue lo único que sucedió? —inquirió el señor D, escéptico.

—Créalo o no, ese no es mi problema.

—Tan feroz como siempre —el director bufó—, tienes razón, ¿de qué me preocupo? Tú, siendo así, está claro que jamás alguien se atrevería a meterse contigo.

Calipso no respondió, se limitó a bajar la mirada, y después de un pequeño lapso de pausa, decidió que ya no quería estar allí. Todas las paredes blancas, aunque un poco sucias, le estaban dando dolor de cabeza, y despertando más recuerdos con los que no quería lidiar ahora. Sus pies se sentían inestables cuando los utilizó para ponerse de pie, por lo que aceptó la mano firme de Will en su espalda, y el brazo que le pasaba para sostenerse, como una ancianita a la que llevarían al asilo.

—Si no tiene nada más que decirme, y no me pondrá un castigo por escapar de clases sin autorización, por favor permítame ir a mi habitación, señor D —habló Calipso, serena, pero con un atisbo de súplica casi imperceptible en la voz.

—Y déjame adivinar, Willbur, la acompañaras a su habitación con tu tan famosa inmunidad de médico, ¿no es así?

—Debo cerciorarme de que llegue sana y salva, y que... —le dio a su amiga una mirada arrepentida, antes de decir— no ocurran esos "accidentes" en el camino.

—¡Ay! En realidad, creo que está sucediendo ahora mismo —se quejó Calipso en voz especialmente alta—. ¡Oh, no! ¡Seguramente me manché todo el trasero! Revísame por favor, Will. ¡Necesitaré dos paracetamol y un par de toallitas nocturnas! ¡Y una bolsa de agua caliente! ¡Por favor que no falte la bolsa de agua caliente! —miró al director con reproche—. Es inhumano que me tenga aquí esperando, señor D. ¿Qué le pasa? Pero, no podía esperarse más de un macho, ¿verdad? ¡Todos los hombres son iguales, menos mi querido solecito!

Por un momento, la voz de Cali había vuelto a sonar tan ruidosa como siempre. El odio emitido hacia los hombres fue el mismo, los insultos fueron los mismos, la exageración, estaba ahí, presente, como siempre. Pero, era como si algo en el ambiente se negara a dejarlo pasar. Como si la verdad fuera tan ruidosa, que la misma mentira habitual, simplemente se veía con más claridad.

El director miró fijamente a Calipso, parecía querer insistir, intentar llegar a la verdad del asunto. Estaba claro, por el aspecto totalmente miserable de la chica que trataba con todas sus fuerzas ocultar, que algo había ocurrido. Sin embargo, al final, lo único que le restó hacer fue suspirar, y hacer gestos con las manos.

—¿Qué puedo hacer si te niegas a hablar? —La miró una última vez, y luego hizo otro gesto hacia los guardias—. Ellos cuidarán su camino hasta el dormitorio. No se desvíen, y traten de no detenerse a contar chismes a otros.

Cali permitió que Will la acompañara hasta la habitación, y se quedó con ella hasta que terminó el horario de las clases. No hablaron mucho, solo estuvieron acostados en la cama, mirando al techo y sintiendo la respiración y presencia del otro. Cali prefirió que fuese de ese modo.

Cuando Hazel y Drew volvieron a la habitación, Cali se despidió de Will y lo envió a su habitación, no sin antes asegurarle con una sonrisa sobre los labios que ya se sentía mucho mejor y que él no tenía que preocuparse. A regañadientes, Will obedeció, pero prometió volver por ella para la cena.

—¿Cómo estás? ¿Qué pasó? —Hazel se subió a la cama de Cali y la tomó de ambas manos. Parecía que hoy todos querían tomarla de las manos. Sonrió de forma débil—. ¡Tienes que contármelo todo! Le voy a pegar a Leo por ser un tarado y...

—No es para tanto, no fue nada —la voz dulce que Cali utilizaba siempre con Hazel, y algunas veces con Will apareció en su garganta sin problemas—. Solo quise saltarme las clases y aproveché la oportunidad. ¿Acaso te creíste el drama, cabecita hueca?

Le tironeó suavemente uno de sus rizos, como tanto ella como Nico solían hacerlo, y luego le presionó una mejilla con el dedo índice. Para Calipso era muy importante la opinión de Hazel. Jamás se lo había dicho, ni pensaba hacerlo, pero Hazel le recordaba un poco a sí misma... Antes de todo.

A su verdadera yo, la que le habían arrebatado.

Su dulzura, inocencia y pureza. Había sido una de las principales razones por las que se había encariñado con ella. Hazel estaba en ese lugar simplemente por perseguir a Nico. Era una chica adorable en medio de un montón de diablos. Había jurado cuidarla y protegerla. Pero, Haz no necesitaba saber nada de eso. Hazel no necesitaba saber sobre su dolor, o su verdad, o su infierno.

Notó como Drew caminaba por la habitación, como lo hacía la mayor parte de las veces, fingiendo que no oía o veía nada. La escuchó quitarse los zapatos, colocarlos gentilmente en el armario, y ponerse unas medias blancas limpias. Luego, por el rabillo de su ojo, la vio subirse a la cama, tomar una pinza y comenzar a esculcarse la cara, en busca de vellitos para quitar, que de todos modos no estaban ahí porque sus genes japoneses eran demasiado puros y perfectos.

Ella no dijo nada. Estaba tan tranquila e indiferente de los problemas mundanos como siempre.

—¿De verdad? —Haz parecía dudosa—. Todo el mundo está hablando de que te descompusiste, Cali.

—¡Soy una estupenda actriz! ¿No es así? —Cali volvió a dejarse caer sobre la cama—. Hasta el señor D se lo ha creído. Ha sido estupendo.

—Bueno, pero de todos modos, Leo no debió besarte a la fuerza —Hazel decidió seguirle la corriente, pero lo cierto era que no se lo creía del todo. Llevó ambas manos a la cara y soltó un suspiro exasperado—. ¿Por qué siempre están buscando modos de pelearse ustedes dos?, ¿eh? ¡Son como perros y gatos!

Entonces alguien tocó a la puerta, y las tres cabezas se levantaron para mirar en esa dirección. Al segundo siguiente, escucharon la voz de la persona al otro lado.

—¡Hey, Belladona! —era Piper, y no sonaba muy contenta que digamos—. Abre la puerta, ¿quieres?

—¿Para qué? —le regresó Hazel, colocándose frente a ella, como si quisiera esconderla detrás de su cuerpo—. Si vas a intentar hacer con Cali lo que hiciste con Miranda... ¡Cali no tiene la culpa de lo que diga la gente, Pipes!

—No vengo a pelear —Piper se esforzó en suavizar el tono de su voz, así que Hazel se levantó y abrió la puerta.

Piper llevaba puestos unos shorts de palmeritas y una camiseta sin mangas. La razón de que se hubiera quitado su uniforme tan pronto, era porque estaba roto, y había tenido que mandarlo a remendar. No importaba... El de Miranda había quedado inutilizable, y el de Katie no se había salvado tampoco.

—Leo quiere que te de el Walkie Talkie —dijo Piper con calma, que a leguas se notaba que se estaba forzando. Levantó el aparato en cuestión para hacer obvio el movimiento—. Dice que a pesar de que el señor D., lo sacó a la fuerza de la enfermería, aún necesita hablar contigo.

—Yo no necesito hablar con él —dijo Cali, pero fue más que todo un reflejo. Como si estuviera aterrada de siquiera intentarlo.

A Piper le dio un tic en el ojo y otro en la parte de la mejilla, a causa del esfuerzo físico que ejercía sobre sí misma para no lanzarse sobre ella y golpearla. Piper estaba intentando ser razonable, pero si tenía que tomar un bando, siempre tomaría el de Leo.

Especialmente porque era completamente ignorante de las implicaciones.

—Solo... dale una oportunidad de disculparse, ¿sí? —dijo Haz, apaciguando las aguas—, apuesto a que está arrepentido de verdad...

—No es como que sea el único que... —había empezado Piper, a la defensiva.

—¿Aún tienes ese esmalte verde turquesa que usaste el otro día? —interrumpió Drew, como si no se hubiera dado cuenta de que estaban en medio de una conversación importante—. ¿Y el amarillo girasol? A Hazel le quedará bien ese color —entonces se levantó, y tomó a Hazel de la mano para sacarla de la habitación—. ¡Vamos McLean, me lo vas a prestar! ¿De acuerdo?

Era una conversación de chicas tontas, ¿quizá?

Excepto que Drew jamás en su vida había usado un cosmético de la marca de la mamá de Piper, y preferiría morir antes de usarlo.

—¿Eh? ¡Ah! Sí... sí claro —afortunadamente, Piper atrapó la idea en el aire—. Vamos.

Sin embargo, antes de irse, encendió el Walkie Talkie y dijo:

—La puerca está en el corral. Repito, la puerca está en el corral. Puedes empezar con el asado. Cambio y fuera —para acto siguiente lanzarle el Walkie Talkie a Calipso, y largarse sin fijarse si Cali lo tomaba o no.

Gracias a la sensibilidad de Drew, Calipso se quedó completamente sola, en la habitación, con el Walkie Talkie en la mano, sin saber si debía o quería siquiera, utilizarlo o no.

La mano de Leo estaba temblando, pero no había notado que era porque estaba ejerciendo demasiada presión sobre el walkie talkie. Estaba sentado en el marco de la ventana, donde, con un movimiento en falso, podría caer al vacío, pero tampoco parecía enterarse de eso, era una posición demasiado común para él, como para que le preocupase. Si hubiera podido elegir, habría decidido hacer esto frente a frente, pero, dadas las circunstancias, sabía que no era posible. Había hostigado a Piper hasta que ella había obedecido sobre darle el comunicador a Calipso, sin darle ninguna otra explicación.

Leo había solicitado privacidad a sus compañeros de habitación, y por supuesto, ellos habían decidido dársela, lo cual significaba que estaban arrinconados, mirando a la pared, al otro lado de la habitación. Como un adicional muy generoso de su parte, Jason estaba cubriendo los oídos de Percy con ambas manos y viceversa.

—¿Qué quieres? —La voz de Calipso, con un ligero tinte robótico a causa de la interferencia entre ambos aparatos, le habló, desde el otro edificio.

Leo se tardó un momento en contestar. La verdad es que no sabía muy bien por dónde empezar. Aún se encontraba parcialmente en shock, y había pensado tantísimas cosas que podría decirle, solo para luego arrepentirse de todas ellas, por ser demasiado inoportunas, estúpidas, o incoherentes. Leo era el tipo de persona que soltaba un chiste malo para aliviar los tiempos espantosos... Pero, sabía que definitivamente no debía, ni podía, decir algo así en este momento.

En realidad, tampoco se le ocurría ningún chiste. El payaso barato en su interior, se sentía tan en luto como él.

—Lo lamento —dijo, pura y llanamente—. Todo lo que ocurrió hoy. Lo que hice, lo que dije y lo que escuché. Lo lamento.

Esta vez fue Cali quien tardó en contestar. Tardó tanto que por un momento Leo pensó que ni siquiera había escuchado lo que dijo. ¿Quizá no habían sido las palabras adecuadas? ¿Tal vez a ella ni siquiera le interesaba escuchar una disculpa? ¿Quizá se había molestado porque su disculpa había salido mucho más fácilmente que la que ella había planeado?

Pero no era lo mismo disculparse cara a cara que a un edificio de distancia. No era lo mismo tener que pararse frente a alguien y admitir que habías hecho algo mal, sin siquiera darte cuenta de que lo habías hecho mal, porque estabas demasiado aterrado como para ser consciente de tu propio cuerpo, que haber hecho algo mal por el simple placer de cobrarte tu propia estúpida justicia.

"Llegas después de, ¿qué? ¿Una semana? A pedir perdón, porque eres la chica perfecta que no puede soportar la culpa, y entonces yo te perdono, y tú vuelves tranquila a hacer tus cosas, a seguir ignorándome, mientras yo sigo cargando con las consecuencias de tus estupideces" —había dicho Leo, esa misma mañana cuando era absurdamente ignorante de las cosas. ¿No era lo mismo lo que él estaba haciendo ahora? Se estaba disculpando, sí, pero, ¿de qué servía? ¿Qué iba a arreglar?

Cuando un tronco se empapa, ya nada lo va a convertir en buena leña otra vez.

—Sé que dijiste que nunca hablo en serio —Leo le habló nuevamente al walkie talkie, porque tenía la esperanza de que ella estuviera escuchando—, pero te hablo en serio ahora. Yo... de verdad...

Soltó el botón cuando se dio cuenta de que no sabía cómo continuar, y estaba a punto de tirar el walkie talkie por la ventana, solo por la rabia contenida, aunque sabía que era como lanzar dinero al fuego, en este instituto. Era desperdiciar una de sus mejores herramientas. Antes de que cometiera uno de los peores errores de su vida de encierro, escuchó la estática nuevamente. Esa que le indicaba que el otro aparato estaba en funcionamiento y la persona en el otro edificio iba a hablarle.

—¿Podemos hacer como que hoy no pasó? —preguntó Calipso, pero a continuación corrigió sus propias palabras—. Si aceptas mi precaria disculpa, yo aceptaré la tuya, y quedaremos mano a mano. Y no volveremos a mencionar nada de esto jamás.

Excepto que cualquier acuerdo como ese, entre ellos, solo los involucraría a ellos. Todos los demás continuarían haciendo y diciendo lo que se les antojase. Leo seguiría siendo una burla, pero él podía lidiar con eso... Aún así, Cali tendría que lidiar con...

—De acuerdo —dijo Leo de todos modos—, si es lo que quieres, que así sea. Pero...

—Me encargaré de silenciar a Miranda, lo prometo— Cali interrumpió la conexión de Leo, a la fuerza, ocasionando un chirrido de interferencia entre ambos aparatos—. Es solo que... estos días no he sido lo suficientemente firme con ella. Pero puedo hacer que te deje en paz. Sé que puedo.

—No creo que sea necesario, Piper ya le arrancó los dientes hace rato —la tranquilizó Leo, intentando hacerla reír—. Se ganó una semana de castigo por ello. Lo que iba a decir, es que... Quiero que sepas que tienes un aliado en mí, ¿de acuerdo? Y que cada vez que quieras... que quieras alejarlo... A él, quiero decir... Puedes contar conmigo, ¿de acuerdo?

>>Se que armé todo un drama por ello. Sé que me enfadé y me quejé, y todo eso... pero... —cerró los ojos, antes de poder continuar—, pero, si hubiera sabido lo que sé ahora... Yo... Sé que es estúpido decirlo ahora. Sé que es tarde. Sé que de nada sirve. Solo... Puedes confiar en mí, ¿sí?

Pasó otro breve instante de silencio, pero Leo se quedó quieto, y en silencio. Volteó la cabeza y notó que Percy y Jason lo estaban mirando, a pesar de que supuestamente estaban cubriéndose los oídos el uno al otro. Tan pronto como vieron que Leo los descubrió se giraron rápidamente y fingieron ser inocentes.

—Yo... Sé que has estado alejándolo de mí —las palabras de Calipso salieron cuando pensó que ya no iba a recibir ningún otro sonido desde el otro lado—. Y lo hiciste simplemente porque sabías que yo intentaba evitarlo. Quiero que sepas que lo noté, y que lo agradezco, y que... y que si hubiera podido pensarlo, tan solo un poco más, tan solo brevemente con respecto a lo que pasaría contigo, a causa de mis acciones... quizá... —No consiguió terminar esa idea, así que fue por otra—: Yo... lo último que quería era lastimarte. No lo mereces. Solo, estabas muy cerca.

—Lo sé, lo entiendo —dijo Leo—. Era la persona más cercana. Pero, hey, para la próxima, quizá resulte más creíble la farsa con Percy, ¿eh? Jejeje, nadie se atrevería a competir con Percy y sus nalgas. Ni siquiera... Ni siquiera él.

Descubrió que ya no podía llamarlo "Humbert". Al menos no frente a Cali.

—No me refería a proximidad física —dijo Cali—. Siempre estás ahí. Siempre ofreces ayuda. Eres el cómplice por excelencia. ¿Sabes que te llaman así? ¿En los niveles inferiores? Cómplice de Jason. Cómplice de Piper. Cómplice de los Stoll. Siempre dispuesto a meterte en problemas sólo porque alguien te lo pide. Es... es fácil confiar en ti. A eso me refería. Es todo. Voy a devolver el Walkie Talkie a Piper. Adiós.

—¿Qué? ¡No, espera! Aún podemos... ¿Cali? ¡No te vayas!

—Recuerda, frente a ese tipo, no debes mostrar ningún cambio.

—Calipso... —la voz de Leo era suplicante, como la de un mortal rogando a una diosa.

—Adiós.

Luego de eso, ya no contestó más, y Leo no pudo quedarse encerrado en la habitación, fingiendo que todo estaba bien, cuando no había otra cosa más que sentirse encerrado en un maldito pozo. Y no había nada peor que encerrar a una serpiente en un pozo, si se quedaba quieto, mordería a la primera persona que se asomara a ofrecerle ayuda.

Así que, dio dos brutales golpes en la cabeza de Jason y Percy, mientras estaban descuidados, aún sin darse cuenta de que la conversación había terminado, y casi haciéndolos comerse la pared y se dispuso a salir.

Percy cayó al suelo, fingiéndose muerto, y estirando una pata en el aire. Pero, Jason se giró, sobándose el lugar golpeado y preguntando:

—¿A dónde vas? —Inmediatamente seguido de un—: ¿Todo bien con Cali?

—Iré a ver si los Stoll tienen algo para... ya sabes... quemar la garganta —se encogió de hombros—. No me busquen, seguramente me tardaré.

—¿Te acompañamos? —preguntó Percy, aún medio muerto, desde el suelo.

—Nah —fue la simple respuesta de Leo, antes de salir de la habitación compartida. En buena teoría, no debería andar solo, pero Jason y Percy respetaron su deseo tácito y le permitieron deambular por los pasillos del instituto, por su cuenta.

Al principio caminó lentamente, pero, conforme más gente encontraba a su alrededor, más rápido empezaban a avanzar sus pies por los pasillos. El plan original era ir a buscar suministros con los Stoll realmente, pero, ir con ellos implicaría escuchar sus burlas, y con todo lo que había pasado durante el día, Leo no podría tolerarlo.

Así que, cuando llegó a la habitación de los traficantes del Instituto, siguió caminando de lejos, sin siquiera tocar la puerta. No se detuvo cuando Andrew levantó la manita para saludarlo en medio de un ataque de Chris "robándole" la tarea. Tampoco se detuvo cuando escuchó a Jesse-peor-es-nada, preguntarle a Peter Papanatas si había visto a Isaak.

No paró su caminata por ningún motivo. No podía decirse que estuviera corriendo, pero tampoco era un trote normal. Cuando empezó a sentir que le faltaba la respiración, y que necesitaba sentarse, pero, más importante, cuando los guardias le prohibieron la entrada a la salida hacia el rascacielos, Leo se obligó a bajar todo el camino de vuelta hacia los pisos inferiores. Salió del edificio de los chicos, y fue a meterse a su taller.

Lamentablemente, su adorado taller que siempre había sido una zona de paz, ahora le recordaba cosas muy malas: Charlie, Nico intentando...

Ah.

¿Por qué tenían que cambiar las cosas y retorcerse de formas grotescas?

¿Por qué no podían quedarse como estaban? Cuando Nico era un homicida del cual huir, Cali su enemiga número uno, que le hablaba como si fuera estúpido, y Charlie estaba vivo. Y cuando Silena estaba en el instituto, y podías verlos besuqueándose por los pasillos. Entonces Leo se sentiría celoso. Como siempre, pero no como ahora.

No como ahora, sintiendo que estaba a punto de enloquecer.

Se sentó en un banquito de madera, sacó su encendedor robado del bolsillo, colocó los codos encima de sus rodillas, y se concentró en encenderlo y apagarlo. Ver la pequeña llamita extinguirse múltiples veces, lo tranquilizaba. Por supuesto, si el señor D se daba cuenta de que había conseguido hacerse con un encendedor, se lo decomizaría, pero, lo que no veía, no lo dañaba.

Cuando se le entumecieron las nalgas, por la posición, dejó el banco y fue a sentarse en el suelo, con su espalda recostándose contra la pared. Perdió la cuenta de cuantas veces encendió y apagó la llama, pero, para cuando se detuvo a tomar un descanso, su dedo pulgar ya tenía un callo.

Soltó un suspiro, cerró los ojos, y esperó a que estos se acostumbraran nuevamente a la luz de la tarde, puesto que se había encandilado por tanto ver la llama. Sin embargo, después de un par de minutos, comprendió que no conseguiría ver la luz de la tarde, porque el sol ya se había ocultado. El tiempo se había ido sin avisarle, su mente simplemente se había saltado las últimas horas del día.

No sabía qué hora era, pero, estaba bastante seguro de que ya había pasado la hora del toque de queda. Era extraño que nadie hubiera venido a buscarlo, pero, al mismo tiempo, se había ocultado en el taller, justamente porque nadie solía venir a esta zona. Sus amigos, por otro lado, quizá seguían dándole tiempo para recuperarse de, lo que ellos creían, era simplemente un corazón roto, debido al rechazo de una chica.

Escuchó el ruido antes de ver el cuerpo que avanzaba en su dirección. Sintió el calor del fuego, antes de comprender que el intruso iluminaba su camino con una vela. Primero fue el reflejo de la llama, en el vidrio de la puerta, y luego el chirrido de la misma. Leo se levantó de un salto, dándose cuenta, malditamente tarde, de que estaba en la zona más alejada del Instituto, completamente solo, y sin nadie buscándolo.

Esto, definitivamente, no era lo más predilecto.

El cuerpo avanzó hacia él, y por un momento, lo único que pudo observar fue a un monje, con una sotana blanca, y un sombrero en forma de cono, con el rostro iluminado por el fuego, creando sombras que endurecían sus rasgos faciales, dándole un aspecto abominable. No pudo evitar compararlo con un miembro del Ku klux klan. Se sintió aterrado, dio dos pasos hacia atrás, y entonces, con el miedo aún erizando todos los pelitos de su cuerpo, lo escuchó hablarle:

—No temas, solo soy yo —Humbert, quien no vestía una sotana, sino una pijama de abuelito en color blanco, y traía su vela sostenida en un platito color rosa. Incluso traía pantuflas blancas y esponjosas, como un conejo. Nuevamente, parecía un ídolo del kpop: perfecto y amable—. Escuché que estabas por aquí. Como no te encontré en tu habitación, quise venir a buscarte. Oh, Leo, me enteré de lo de hoy, ha sido tan desafortunado... Quería asegurarme de que... estás bien.

Por un momento, Leo se quedó absolutamente en blanco.

—¿Lo de hoy? —comprobar que era él, aunque tuviera pijama y no sotana, no tranquilizó a Leo, pero se forzó a hablar con tranquilidad. Su mano se fue hacia atrás, ocultando el encendedor, aunque no era como que pudiera defenderse con él, en caso de ser atacado.

—Me dijeron que tú y Calipso compartieron un momento a solas —especificó Humbert, tenía una extraña sonrisa sobre sus labios. Una llena de compasión. Se acercó hasta estar junto a Leo, y se sentó en el banquito, haciendo señales a Leo para que se sentara a su lado, en la mesa de herramientas—. Escuché que la besaste. Y que ella te rechazó.

Oh. Eso. Solo era eso. Solo era lo que todo el mundo ya había oído. Era tan extraño. Para Leo parecía que había sucedido meses atrás, no ese mismo día. De algún modo extraño, el tiempo se había revuelto en su mente, y la línea cronológica de los acontecimientos no parecía tener sentido.

Leo se sentó al lado de Humbert, pacíficamente, como dos buenos amigos a punto de tener una charla de hombres. Esperó un momento a que él dijera algo más, pero su acompañante se limitó a mirarlo fijamente, con la ilusión de una sonrisa sobre sus labios. Una que parecía estar cargada de lástima, una que le decía: "Tu vida apesta, hermano, y la mía es genial".

—No es la primera vez que una chica me rechaza —dijo en voz alta—. Puedes estar tranquilo, no me moriré por esto. Aunque, me pregunto por qué te interesa.

Humbert asintió con la cabeza lentamente, como solía hacerlo Quirón para ponerlos culpables y obligarlos a confesar alguna fechoría. Colocó la vela al lado de Leo, en la mesita, y entrelazó las manos por encima de sus piernas. A Leo le hizo sentir extraño, como si de pronto se encontrara hablando con un superior, alguien mucho mayor que él... Un adulto real.

Sus ojos se abrieron ligeramente al comprender que, si lo que Calipso decía era cien por ciento real, entonces en verdad se encontraba hablando con un "adulto real".

Entonces comenzó a fijarse más en otros aspectos físicos. Cali había descrito a un pelirrojo, pero el cabello de Humbert era negro, completamente negro. Tan negro, que era casi irreal. No era como el cabello de Nico, sin embargo, o el de Percy... Era distinto, aunque Leo carecía de los conocimientos necesarios para comprender o describir en qué se diferenciaban.

—¿Acaso no lo sabes? —Humbert no respondió de mala forma. Lo hizo de un modo que parecía estar simplemente diciendo un hecho, o peor, leyendo un diálogo de algún relato... quizá de algún pasaje bíblico—. No es por ti específicamente, es por ella.

En ese momento, no supo si fue porque Leo se movió ligeramente, o porque entró un ligero rastro de brisa por la ventana, pero, la llama de la vela se movió un poco, y el reflejo dio directo hacia los ojos de Humbert. Nunca antes les había prestado atención, y en la oscuridad, tampoco era como que pudiera mirarlos muy bien, pero si de algo estaba seguro, era de que no se veían verdes.

Solo en un segundo, justo después de desviar la mirada, comprendió lo que había visto en realidad.

Pestañas.

Pestañas rubias, quizá incluso anaranjadas.

—Está confundida —seguía diciendo Humbert, y ahora su pena sonaba genuina, pero Leo solo conseguía pensar en que, no había nada que no pudiese ocultarse con lentes de contacto, o tinte para el cabello—. Yo... Sé lo que ha estado haciendo. Sé que está intentando convencerme de que está contigo, pero... —suspiró profundamente—. No esperaba que te vieras involucrado hasta este punto. Lo que ha hecho ha sido tan malo, pero por favor no la culpes, simplemente se ha desviado un poco del camino, debió haber sido influenciada por sus malas amistades.

¡JA! Como si Leo no hubiera estado matándose por conseguir puntos con Calipso desde el inicio del año. ¡Cómo si Leo fuera un iluso que se enamoró de la noche a la mañana! ¡Como si lo suyo fuera simplemente una obsesión pasajera! ¡Cómo si todo esto fuera completamente nuevo y Leo fuese el novato del instituto!

Humbert llevó ambas manos al rostro por un momento, se veía tan triste, que cualquiera pensaría que realmente lamentaba que el corazón de Leo no fuera otra cosa más que un saco de box en esos momentos (y en general durante toda su vida). Cuando volvió a levantar el rostro, sin embargo, había decisión en su mirada, una pequeña marca de expresión se dibujó entre sus cejas y sus labios no temblaron al agregar:

—Realmente lamento, que todo esto te lastime, pero... Tienes que entender, que Calipso me ama a mí y que eso nunca va a cambiar —su voz sonó firme, sin miedo, sin siquiera un rastro de duda—. No tiene nada que ver contigo. Realmente creo que eres un chico excelente, de buenos valores e ideales firmes, pero... Calipso es mi destinada.

—¿Destinada? —La simple expresión hizo que Leo sintiera escalofríos, porque eran justo las mismas palabras que Calipso había utilizado en su relato. Leo le había creía a Calipso, pero, si hubiera existido una mínima duda al respecto, se habría despejado en ese momento.

—Estamos destinados a estar juntos —explicó Humbert, con paciencia—. Ella es perfecta para mí. Mi promisionem.

Leo se encontró moviendo su mano hasta sujetar la muñeca de Axel. Sintió una especie de rabia al notar que él no se asustaba en lo más mínimo, como si lo menospreciara, como si... Como si estuviera convencido de que Leo era inofensivo.

¿Qué había dicho Calipso antes? ¿Que Leo era el "cómplice por excelencia"? Quizá se trataba de eso. Axel, y todos los demás creían que los alcances de Leo solo variaban en relación a la persona que tuviera al lado. Como Axel era un ángel, Leo lo sería también. ¿No es así?

Era verdaderamente muy fácil subestimarlo, en todos los aspectos.

—Amor Omnia Vincit —recitó, haciendo referencia al tatuaje de Axel, que adornaba la muñeca que Leo estaba sujetando—. Es por ella, ¿no es así?

—Me temo que sí —contestó Axel, nuevamente mostrando la sonrisa de conmiseración—. Es solo cuestión de tiempo, pero ella volverá a mí. Hay algunos sentimientos que el tiempo no puede borrar. Pero, estoy seguro de que encontrarás a tu indicada, también. Es solo que... No es Calipso.

>>Aferrarte a ella, solo te traerá dolor. Nos amamos, es... es completamente natural para nosotros. Estamos destinados a estar juntos. Dios lo ha escrito de ese modo.

Leo lo soltó lentamente, y por un instante se quedó mirando en una dirección fija en la distancia. No había ni un solo músculo en su cuerpo que estuviese en movimiento voluntario, si acaso había algo moviéndose, era solo su pecho, en una respiración lenta, tranquila. No había rastro de ninguno de sus tics. Su cuerpo, estaba en realidad, en reposo absoluto, casi, como si hubiera muerto.

—¿Sabes, Humbert? —fue lo que dijo después de un rato de silencio, con la voz más pacífica que había salido alguna vez de sus labios—. Mi madre era una mujer religiosa, me enseñó algunas cosas también. ¿Crees en el cielo?, porque lo que más me ha convencido, durante toda mi vida, sobre la existencia del cielo, es que definitivamente existe el infierno.

>>Y llegamos a él, ardiendo.

Se levantó de la mesita, lentamente, para retirarse a su habitación a dormir. El encendedor yacía en el bolsillo de su pantalón. Axel frunció el ceño un segundo, pensando en las palabras de Leo y luego se levantó para acompañarlo.

—Creo que ninguno de los dos lugares es exactamente como se nos describe comúnmente —fue su respuesta, y para sorpresa de Leo, había una especie de brillo en sus ojos, una emoción que lamentablemente Leo pudo identificar—. ¿Te gustaría que nos reuniéramos para hablar de ello algún día?

Leo no contestó a la invitación, simplemente se limitó a decir:

—Descansa Humbert, nos vemos mañana —al tiempo que le daba un golpecito en el hombro, como lo hacen los amigos.

—Leo... —Axel lo detuvo, antes de que consiguiera dar dos pasos—. Sobre Calipso...

—Amor Omnia Vincit —Leo dibujó una sonrisa en sus labios y le dio un guiño de despedida. Axel sonrió de vuelta.

Como lo hacen los buenos amigos.

Paso #66: Mantén cerca a tus amigos.

Pero aún más cerca... 

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