Paso #62: Levanta tus defensas
Aquella noche, el señor D también sufrió, como en otras noches, un interminable y brutal ataque de insomnio. Para estas alturas, ya había perdido la cuenta de cuántas medias noches había presenciado con sus ojos abiertos y los pies arrastrándose por los pasillos del Instituto, en una constante vigilia, como si con eso pudiera solucionar algo, remendar alguno de sus errores. Podía tomar alguna píldora para obligarse a descansar, pero, en vista de las últimas circunstancias, realmente no quería encontrarse con la guardia baja.
Afuera todo estaba tan oscuro que parecía que la luz se había extinguido por completo del mundo. Era una noche de luna nueva, por lo cual parecía que no existía ninguna. Uno o dos coyotes solitarios gemían y aullaban de vez en cuando; y había visto una lagartija solitaria corriendo para ocultarse en la rendija entre el techo y la pared.
Caminaba por los pasillos del edificio administrativo, con una linterna en mano, iluminando el camino y todas las esquinas que le parecieran sospechosas. Ya había dado una ronda por los edificios de habitaciones, no había encontrado nada. Los estudiantes dormían con tranquilidad, sin problemas, o al menos fingiendo que no los tenían, como solo los chicos de esa edad podían hacerlo.
Tanto Cornelio, su jefe de seguridad, como Quirón, su segundo al mando, habían tratado de convencerlo de que no era necesario, pero, se sentía un tanto inútil, irresponsable, y la culpa se hacía cada vez más difícil de cargar. Quizá era esta la que luchaba por aplastarlo cuando se acostaba boca arriba para dormir. Quizá era por eso que roncaba tan fuerte.
Fuera como fuese, esta vez fue una buena ocasión para mantenerse despierto, ya que, incluso si se hubiera ido a dormir temprano, lo habrían despertado cuando el reloj marcaba las doce con cuarenta y cinco. Esa fue la hora exacta en la que Argos apareció de pronto, justo cuando él estaba bajando una de las escaleras, para informarle de su llegada. No era normal que un padre llegara a visitarlo de noche, pero, a este, definitivamente no podía negarle nada.
—Llévalo a mi oficina —le dijo con firmeza a Argos, al tiempo que asentía—, estaré ahí en un momento.
No fue a buscar a Quirón, tampoco a Cornelio, ni a Cherry. Apenas había pasado una semana desde el incidente, y la culpa lacerante debía caer solo sobre él. Había esperado que el señor di Angelo le gritara en el hospital, quizás había estado demasiado afectado para hacerlo, y muy ocupado atendiendo a su hijo en ese momento. Pero, ahora era el momento de recibir lo que realmente merecía, y prefería ser el único que cargara con ello. De igual modo, se desvió hacia el baño, para mojarse un poco la cara, antes de recibirlo.
Después, se apresuró a encontrarse con el señor di Angelo en su oficina. Dudó un momento antes de ingresar a su propio recinto, estuvo a punto de dar un par de golpecitos en la puerta para anunciarse, hasta que se dio cuenta de que era ridículo, puesto que, primero, lo estaba esperando y, segundo, era su despacho personal. Abrió la puerta despacio, e ingresó. Ya estaba aclarándose la voz para hablar, cuando notó que Hades no estaba solo. Nico, estaba sentado en la silla de al lado.
Casi soltó un jadeo por la sorpresa, al mismo tiempo, sintió gran alivio al verlo repuesto tan pronto.
—Buenas noches —saludó finalmente, con una voz baja y respetuosa— Señor di Angelo —asintió en su dirección por un momento y después se permitió mirar a Nico.
No era una buena práctica aquella de tener estudiantes favoritos, pero admitía que tenía cierta debilidad por di Angelo. Realmente creyó que había mejorado. De verdad... De verdad creía que estaba siendo de utilidad para él. Pero, por el contrario, ahora estaba mirándolo, con esos ojos negros como la noche, repletos de ojeras, y una venda rodeándole el cuello, reemplazando el collar.
El señor D, aún no había encontrado el collar. Había sido obra de alguno de los mocosos amigos de Nico, lo sabía, pero ninguno soltaba la lengua para identificar al responsable. Había que concederles que eran tercos como mulas, y fieles cual perros guardianes.
—Me alegro de verte, Nico —no pudo evitar agregar, al tiempo que daba la vuelta a su escritorio, para sentarse y mirarlos de frente. No agregó más, solo esperó. Si iba a ser pulverizado por el señor di Angelo en frente de su hijo, que así fuera.
—No me han expulsado, ¿verdad? —fue Nico el primero en hablar, pero de inmediato Hades levantó la mano y lo hizo callar. Debían haber establecido un pacto previo porque, por primera vez en la vida, Nico obedeció sin rechistar.
—Señor Dioniso, he decidido que lo mejor es que Nico continúe en la Academia Yancy —dijo Hades yendo al grano, su rostro impertérrito—, junto con su hermana. Trasladarlo a otra institución sería desfavorable para todos. Así que lo he traído esta misma noche, para que pueda reanudar sus clases el día de mañana. Ahora mismo irá a instalarse a su habitación.
No era una pregunta. Ni siquiera era una afirmación, era más que todo una orden. Por lo que Nico se levantó y tomó la mochila que traía consigo y que hasta ese momento había estado recargada contra el piso y se apresuró hacia la puerta.
—Nos vemos —le dijo a su padre, sin mirarlo, y luego salió. De inmediato, bajo una discreta y silenciosa orden del señor D, Argos, quien aún estaba en la oficina, haciendo vigilancia en una esquina, empezó a seguirlo, escoltándolo hasta el edificio de las habitaciones masculinas.
El señor D esperó en silencio, durante un tiempo prudencial, hasta estar seguro de que Nico se había alejado lo suficiente como para que no fuera capaz de escucharlo. Debía moverse con pies de plomo. Tan pronto como estuvo seguro de que no había riesgo, finalmente habló:
—¿Está seguro? —preguntó—. Señor di Angelo... Le he fallado. Siendo que el último atentado de Nico fue en este lugar... ¿Verdaderamente quiere exponerlo a enfrentarse a este recuerdo? Ni siquiera puedo prometerle que intentaremos algo nuevo porque...
—He considerado todas las opciones, Dioniso —Hades lo interrumpió— Y donde tú has fallado una vez, yo ya fracasé tres.
—Estoy en desacuerdo con usted —inició Dioniso, pero Hades no pareció prestarle demasiada atención, por el contrario, se levantó y le dio la espalda, caminando lentamente por el espacioso suelo de la oficina.
—No importa si está en desacuerdo, ni siquiera importa si es usted quien está en lo correcto y no yo —dijo Hades—, él estará más seguro aquí de todos modos.
Dioniso estuvo a punto de sugerir otro lugar, un centro de rehabilitación o algo por el estilo, pero lo cierto era que no conocía ninguno bueno. Para ser sincero, esa había sido la principal razón por la cual se ofreció en primer lugar a tomar el caso de Nico: porque en ningún otro lugar podrían entenderlo. Se había sentido así de estúpidamente poderoso en aquel momento. Había abierto los labios para decirlo, sin embargo, algo en la posición de la espalda de Hades, le decía que debía esperar. Había algo que él iba a decirle, solo estaba intentando encontrar las palabras.
Debía ser algo muy malo, si tardaba tanto tiempo en prepararse.
—Hay algo más, ¿no es así? —No pudo evitar preguntar. Tenía la plena seguridad de que la respuesta le dejaría con los huesos congelados.
Hades se giró para mirarlo, y el señor D se levantó sobre sus pies. Su estómago dio un golpecito contra el escritorio, algunos papelitos se balancearon por el golpe. Hades no pareció siquiera notarlo, era como si las pupilas negras que yacían en sus globos oculares, sólo pudieran encontrar otras pupilas. Otros ojos, pero no más abajo de su ser. Solo mirar, a quien lo mira de vuelta, tratando de descifrar la profundidad de su alma.
—María ya no va a aguantar mucho tiempo más —anunció, una de sus manos subió hacia la muñeca contraria, comenzó a dar vueltitas al botón que encontró allí— aún no le han dado de alta, pero lo harán, y tendrá que volver a prisión. Está demasiado delgada, se le notan los huesos en todas partes. No es por falta de alimento... es... es algo más. Algo que la está matando lentamente.
—Nico quiere verla... —dedujo el señor D. No le parecía que Hades estuviera utilizando la carta del amor, en su defensa. Eso, obviamente, no era lo que quería decir, así que Nico, debía ser la otra opción.
—Claro que quiere —contestó Hades—, pero no puede, y lo sabe. Cualquier comunicación con ella invalidaría su testimonio. No es él el único que ha entrado en desesperación: La agente Manganiello está peor que nunca. No ha dejado de visitar a Nico desde que lo encontró fuera del instituto. Se encierran durante horas, pregunta tras pregunta. Creo que Nico ha desarrollado una especie de adicción hacia ella, es su cocaína: la odia, sabe que puede matarlo en cualquier momento, pero no está dispuesto a dejarla.
—¿Por qué no pone una orden de restricción? —preguntó el señor D, con el ceño fruncido.
—Porque el archivo de María está archivado desde hace tiempo, ella es la única que aún insiste en encontrar la verdad... En... en liberarla —se cruzó de brazos, al tiempo que llevaba el puño de su mano izquierda hacia su rostro, parecía estar a punto de morderse las uñas, pero sin llegar a hacerlo. Ese hombre necesitaba urgentemente un café—, si le bloqueo el paso a ella, María se pudrirá en la cárcel hasta su muerte. Para estas alturas, ya no guardo ninguna esperanza de entender lo que pasó aquel día...
Los ojos del señor di Angelo se desviaron hacia una esquina, mirando algo que jamás había estado en esa habitación, y que había sucedido hace muchísimo tiempo... y lo peor era que... él ni siquiera había estado ahí para presenciarlo. Hades literalmente intentaba recordar algo que nunca había visto ocurrir. Dioniso podía comprender ese dolor, pero no le gustaba verlo en alguien más.
—Solo quiero la verdad —concluyó Hades, después de un espacio de silencio y con más resolución que antes—, pero no estoy dispuesto a sacrificar lo que tengo, por lo que perdí. Si denuncio a Sophie, María muere en la cárcel, y si María muere, Nico no va a tardar demasiado en seguirla, por su absurdo y maldito síndrome de culpa del sobreviviente; como ya nos lo dejó bastante claro hace unos cuantos días.
>>Solo tengo una opción, y esa es mantenerlo a él lejos de Sophie, mientras le doy a ella más herramientas para descubrir la verdad. Estoy contratando a un equipo de detectives, ella estará a cargo, por supuesto... No tendríamos acceso a los archivos sin su maldita autorización. Mi plan es sacar a María, sin la intervención de Nico. Y una vez que ella esté fuera... él, él quizá pueda olvidarse de...
No terminó la idea. A decir verdad ni siquiera parecía estar seguro de su propio plan, pero era lo único que tenía, y después de tantos años de caer por un precipicio, sin descanso, estaba dispuesto a sujetarse de cualquier rama, por muy delgada que ésta se viera, e incluso si sabía que le quedaba un eterno trecho hacia arriba, qué escalar.
—Además... él quiere estar aquí. Jamás había tenido amigos antes —el señor di Angelo volvió a dejar caer sus manos, para avanzar nuevamente hacia el escritorio del señor D y recargar los brazos sobre la madera de caoba—. Me refiero a... Nunca. Sus hermanas eran todo lo que conocía. Pero, esta vez... Había al menos una docena de chiquillos en el hospital. No voy a alejarlo de eso. Usted tenía razón, él verdaderamente estaba mejorando... fue ese... ese maldito reportero.
—Alguno de esos chiquillos fue quien le quitó el collar —intervino el señor D, no podía simplemente guardarlo para sí mismo. Si el padre de Nico quería que él también cargara con sus problemas, bueno... ¡Él tenía que estar dispuesto a compartir la carga en ambas direcciones!—, aún no he descubierto cual, pero sé que fue uno de ellos. Me temo que quizá no son la mejor influencia a la que podría estar expuesto.
—Se lo habría quitado con ayuda o sin ella —Hades le quitó importancia con un movimiento de mano—, cuando Nico quiere algo, lo consigue sin importar las consecuencias. Y en cuanto a las influencias... la única mala es aquella de la que no puedes sacar ningún provecho, y dudo mucho que mi hijo se acerque a personas así.
Luego hubo un breve espacio de silencio, en el cual ambos se miraron sabiendo que había algo más por decir todavía, con respecto a ese tema. Dioniso lo sabía: no era idiota. Si Hades lo sabía o no, no estaba seguro. Lo cierto era que ninguno de los dos lo había puesto en palabras hasta el momento.
—Y está el muchacho... el hijo de Solace —dijo Hades—. Me temo que en ese caso, la mala influencia es Nico.
—Le sorprendería... —Dioniso se rascó la mejilla, así que iban a ir por la ambigüedad, sin decirlo explícitamente. De acuerdo— Wallace no es ninguna santa paloma.
Luego hubo otro breve espacio de silencio. A pesar de su negativa inicial, y de persistir en aceptar sus errores para que el señor di Angelo agarrara a sus hijos y los llevara a otro lugar... Realmente no quería que se fueran. Aún podía intentarlo, aún creía que... que serviría de algo. Pero, ya había perdido a un chico, y había estado a punto de perder a otro.
—Podría ocurrir otra vez —dijo, en voz lenta—, podría tener otra recaída. Podría haber otra noticia que lo trastornaría y...
—Hicimos un trato —Hades lo interrumpió—, si pasa cualquier otra cosa, que esté relacionada con su madre, él me llamará antes de tomar ningún tipo de... decisión. De igual modo, yo me comprometí a darle, cualquier mala noticia tan pronto como me entere de ella —luego volvió a incorporarse con la espalda recta, para agregar—: Su trabajo es mantenerlo protegido, Dioniso. Mientras el mío averiguar lo que ocurrió aquel maldito día... Y, mientras tanto, Nico ha prometido confiar en nosotros. Ese es el acuerdo.
El señor D asintió, lentamente, por fin dándose por vencido, aunque realmente empezaba a sentirse un poco optimista. La reunión no acabó ahí, por el contrario, se extendió por lo menos una hora más, por lo menos una hora más, y cuando el señor di Angelo finalmente salió de la oficina del señor D, lo hizo con una frase que se quedaría grabada en la mente del director por el resto de su vida:
—Lo hace mejor de lo que cree, Dioniso. Definitivamente lo hace mejor que yo. Impresionante, para alguien sin hijos, como usted.
Tan pronto como el señor di Angelo se fue, Dioniso intentó tragar saliva, pero su garganta estaba completamente seca. Intentó carraspear, pero no mejoró en nada el sonido de su voz. Eso no lo detuvo, de cualquier forma, de tomar su radio y comunicarse con sus hombres de confianza:
—Cornelio —llamó—. Lamento la hora, pero los necesito en este mismo momento, en mi oficina. Hay algo que necesitamos discutir.
No solo el señor D, sino también Quirón, la señorita Derry, e incluso Frank, le habían sugerido a Will que, quizá, un cambio de habitación sería lo más propicio para él. Pero Will se había negado rotundamente a eso, incluso había suplicado para que le permitieran quedarse en esa habitación. Siendo que lloraba más cuando le decían que debía irse, que cuando le decían que debía quedarse, al final todos terminaron cediendo ante su capricho.
¿Si era saludable? ¡A quién demonios le importaba!
Las primeras noches, habían sido horripilantes, y no había alcanzado a dormir casi nada. Frank fue lo suficientemente amable para dormir a su lado cuando se lo pidió, todas y cada una de las veces, pero incluso sumergido en su nube de pesadumbre, Will sabía que eso no estaba ayudando a nadie, sino simplemente acabando con los dos. La cuarta noche no cerró los párpados, obligándose a sí mismo a permanecer despierto para no tener pesadillas y así no despertar a Frank. Pero, en algún momento, cabeceó un segundo y acabó ocurriendo lo mismo de los días anteriores.
La quinta noche, se desplomó sobre la cama de Nico, en lugar de en la suya. Calipso había cambiado las sábanas, pero una de las almohadas aún olía a él. Se durmió abrazándola y finalmente pudo descansar un poco. Hasta que llegó la medianoche, y terminó por tener otra pesadilla.
Para el final de la semana, Frank ya ni siquiera esperaba a que le pidiera quedarse, solo se apeaba de la litera de arriba, y se metía con él, en la cama de Nico. La pobre almohada había recogido tantas lágrimas de Will que quizá ni siquiera tenía tiempo durante el día para secarse por completo.
En esa noche, Will aún no se había despertado de su pesadilla, aunque sí que la estaba viviendo. Se movía, intranquilo, en la cama de Nico. Detrás de sus párpados, solo lo veía a él, su novio, una y otra vez, colgándose del techo. A veces saltaba, a veces resbalaba, pero siempre caía. Y Wil siempre se quedaba sin hacer nada.
Como un maldito cobarde.
No se despertó cuando la puerta se abrió y Nico entró a la habitación, después de haber sido escoltado por Argos. Hubo un pequeño espacio de tiempo en el que Nico estuvo a punto de regresar por donde había entrado, porque lo primero que había buscado al entrar, fue el cabello rubio de Will, yaciendo tranquilamente sobre su correspondiente almohada, pero la cama de Will estaba vacía.
¿Era siquiera su habitación si Will no estaba en ella?
Pero, Argos salió tan pronto como lo dejó dentro, y cerró tanto la puerta normal, como la segunda puerta de protección, con llave, tal y como se estaba manejando en el Instituto todas las noches. Excepto que lo hizo manualmente, quizá para evitar hacer demasiado ruido. Nico se giró hacia su cama, con el terror latente de que, quizá, sus compañeros de habitación habían desertado de su compañía, tal y como había ocurrido en todas las ocasiones anteriores, pero se tranquilizó al escuchar los leves ronquidos de Frank, en la parte superior de la litera.
Entonces observó su cama, y ahí encontró lo que había estado buscando en primer lugar. El temblor en su suspiro de alivio, fue demasiado doloroso para ser sano, pero no pudo evitarlo.
Sin pensarlo demasiado, dejó caer la mochila en el suelo, se quitó la camiseta (porque en ese maldito Instituto siempre hacía un calor del infierno), los zapatos y, como traía un pantalón gris de chándal, simplemente se metió así bajo la sábana, al lado de Will.
Fue entonces cuando él despertó violentamente, en un estado de estupor máximo y a punto de gritar. Más por inercia que por ninguna otra razón, Nico lo sujetó fuertemente de ambos hombros, al segundo siguiente le cubrió la boca con una mano, lo cual probablemente lo asustó muchísimo porque comenzó a llorar casi de inmediato.
Llevó ambas manos a su rostro y se cubrió los ojos, y comenzó a balancearse, al frente y hacia atrás, repitiendo una y otra vez "No, no, no, no".
—¡Will! ¡Will! ¡Will! —Nico estaba susurrando—. ¡Cálmate! Lo siento, no fue mi intención despertarte.
Pero, Will seguía en una especie de shock, llorando y balanceándose, como si se mantuviera dentro de una pesadilla demasiado vívida. Nico tuvo que obligarlo a bajar las manos, y una vez que lo hizo, se aferró a su rostro con fuerza. Sus pálidas manos sosteniendo las mejillas de Will, que parecían haber empalidecido demasiado en los pocos días en que no lo había visto, casi hasta igualarlo.
Esto era todo culpa suya, lo sabía. Lo había destrozado, le había quebrado el alma, y lo peor era que no sabía cómo arreglarlo. Intentaba, con todas sus fuerzas, no pensar en la mariposa amarilla, porque no necesitaban ser dos los que lloraban desconsolados.
—Will, soy yo. ¡Mírame! —eso tampoco funcionó.
El problema era que Will lo estaba mirando, sí, pero cuando lo hacía, no conseguía otra cosa más que imaginarlo colgando, con sus pies laxos, y las sábanas alrededor de su cuello. Lo veía morir una y otra vez, sin hacer nada. Sin ayudar en lo más mínimo. Y el miedo se apoderaba de su cuerpo tan fuertemente, que lo alejaba de la realidad y le impedía regresar.
Entonces, Nico lo besó. No fue suave, prácticamente fue un cabezazo. Le dolieron los labios, le pareció sentir el sabor de la sangre, posiblemente se había roto la piel interior, pero no se detuvo. Will se quejó, intentó separarse, luchó por alejarse, pero Nico no se lo permitió. Sintió las manos de Will subir hasta sus brazos, luego lo sintió arañarlo, no se detuvo aún así.
Por el contrario, lo profundizó. Con fuerza, lanzó a Will contra las sábanas y lo obligó a quedarse quieto. Se colocó sobre él, a horcajadas. Entonces introdujo la lengua en su boca y lo besó como no lo había hecho desde que la noche que se escaparon a las Vegas: con furia y desinhibición. Si era un buen método para sacarlo del shock o no, o si era lo que Will necesitaba, no lo sabía, pero tampoco iba a detenerse a preguntar.
Si algo había aprendido durante todas sus visitas a distintos psicólogos, era que la mayoría no sabían de lo que estaban hablando. Probablemente existiría uno, en algún lugar del mundo, que pudiera realmente ayudar, pero los que él conocía, solo hablaban mierda, tras mierda, tras mierda.
—Soy yo, ¿sí? —Nico solo se separó un momento para poder decírselo—. Estoy aquí. Estoy bien. Lo siento, lo siento. Perdóname por hacerte esto. Perdóname.
Lo repitió varias veces, y en medio de cada palabra empezó a besar a Will en distintas partes de su rostro, primero la frente, después la nariz, luego los labios, para desviarse hacia las mejillas, deteniéndose apenas en la barbilla, y volver a los labios. Una y otra vez. Hasta que entendiera, hasta que comprendiera que estaba de vuelta.
Lentamente, y con sus extremidades temblando a sobremanera, Will dejó de resistirse. Sus manos empezaron a subir, buscando algo. Primero tocaron sus brazos, luego se deslizaron por su torso, parecía querer acariciar, pero no lo hacía por completo, existían demasiadas dudas en cada uno de sus toques. Sus ya tan conocidas manos de pulpo, parecían haber perdido todas las ventosas.
Descendió hasta su pantalón, apenas entreteniéndose con la piel desnuda del torso de Nico y la calidez que esta emitía. Al sentir la tela, pareció que esta le quemaba, porque se alejó de allí de inmediato y subió. Mientras los labios de Nico aún se posaban suavemente sobre distintas partes de su mandíbula, Will escaló rápidamente el cuerpo de Nico dirigiéndose hasta su cuello.
Buscó y rebuscó. Sus dedos se movieron temblorosos sobre toda la superficie desde su clavícula hasta el inicio de su mandíbula, pero no lo encontró: el collar no estaba ahí. Eso pareció confundirlo más, así que Nico volvió a atacar sus labios, lo acarició con la lengua, tocó con la punta de ella todo lo que pudo encontrar dentro de su boca, y cuando eso tampoco fue suficiente, Nico le mordió los labios.
Lo hizo fuerte, primero el inferior, luego el superior. No lo suficiente como para romperle la piel, pero sí bastante para hacerle notar que no estaba soñando. Al mismo tiempo llevó ambas manos hacia su torso, a la parte baja, donde estaban las últimas costillas antes de dar espacio al estómago. Presionó con todos los dedos de sus manos, clavando las uñas y posiblemente dejando marcas en la piel, debajo de la camisa holgada con la que Will estaba durmiendo.
—Nico... —al inicio, la voz de Will fue a duras penas un susurro sin entonación, luego se volvió una incógnita—: ¿Nico?
—Soy yo —dijo Nico, una vez más—, Will, soy yo, ¿sí?
Y al segundo siguiente, fue Will quien se apoderó de sus labios. Sus manos subieron hasta enredarse en su cabello y cerró los dedos tan fuerte que Nico sintió un tirón, pero le permitió hacerlo. Seguía subido a horcajadas sobre él, y podía notar que él estaba aún acostado, pero ahora estaba completamente despierto.
Para Will fue como si por fin hubiera encontrado el oxígeno que le hacía falta. Después de haber estado toda la semana muriendo lentamente, ahora al fin conseguía respirar. Tal y como si fuera un vampiro, bebió de los labios de Nico tanto como pudo. Si realmente hubiese sido ese tipo de criatura, sin lugar a dudas lo habría drenado por completo.
Con movimientos ya más tranquilos, Nico consiguió bajarse de encima y recostarse a su lado, sin dejar de besarlo. Sus manos acariciaron el rostro de Will, ahora con suavidad. Quitó algunos rizos rubios que se habían pegado a la piel de su frente, aún sudorosa a causa de la pesadilla. Le acomodó todo el cabello hacia atrás, y repitió el movimiento un par de veces más, solo para acariciarlo.
Entonces, la frente de Will chocó contra la de Nico y los ojos azules lo miraron, como siempre solían hacerlo: grandes, pacíficos, en busca de respuestas. Se sostuvieron las mejillas mutuamente, y casi como si explotara, Will lo abrazó y comenzó a repetir su nombre sin descanso.
—Nico, Nico, Nico, Nico, Nico — había una especie de plegaria en el modo en que lo pronunciaba, como si le estuviera suplicando que no se marchara nunca más. Nico estaba a punto de empezar a disculparse nuevamente, pero entonces, escuchó:
—¿Will? ¿Otra pesadilla? Ya voy, espérame... —Frank sonaba adormecido, como si estuviera tan cansado que a duras penas hubiera podido separar las pestañas de un solo ojo, mientras el otro seguía negándose a obedecer.
En realidad, era bastante probable, porque a pesar de que dijo que "ya iba" la litera de arriba no se movió demasiado. Quizá estaba intentando encontrar fuerzas para levantarse. Siete noches de mal sueño eran suficientes para destruir hasta al mejor soldado.
—Vuelve a dormir, Frank —dijo Nico, en voz alta—. Solo soy yo, regresé.
Y esta vez la litera de arriba sí que se movió. En realidad, el camarote completo se movió como si un elefante estuviera balanceándose sobre la tela de una araña. A continuación, la cabeza de Frank, junto con la mitad de su pecho, se asomó hacia abajo, cual murciélago al dormir.
Fue en ese momento en que Nico notó que la habitación estaba completamente oscura. Ni siquiera se notaba la lucecita verde del aire acondicionado. ¿Por eso hacía tanto calor? ¿Por qué lo habían desconectado? Quizá, quizá Will tenía demasiado frío como para mantenerlo encendido.
Por ese motivo, a duras penas pudo reconocer el brillo en los ojillos de Frank, que lo miraba como si fuera el muñequito que había construido con lego en el kinder, y con el cual jugaba como si fuera su único amigo. Después de un momento, también pudo reconocer una sonrisa. Una sincera.
—¡Nico! —fue todo lo que Frank consiguió decir. Sonó, incluso, un poco demasiado ensoñador.
—Hola, Frank —contestó, y antes de darse cuenta, también estaba sonriéndole, lo cual solo hizo que la sonrisa de él aumentara.
Will seguía abrazándolo, estaba acurrucado contra su pecho, y Nico no podía verle la cara, pero parecía estarlo abrazando como si fuera un oso de peluche. A Frank eso no le importó en lo más mínimo, se veía genuinamente feliz, por tenerlo de vuelta en la habitación.
—Vuelve a dormir, Frank —dijo Nico—. Hablaremos mañana.
Frank asintió una sola vez. Lo miró por un par de segundos más, y después, desapareció nuevamente en la parte superior de la litera. Cuando Nico creyó que ya no iba a decir nada, él lo hizo:
—Que bueno que estés de regreso— dijo.
—Sí... —Nico no pudo evitar contestarle.
El señor D, siguió mirando a través de la ventana, poco se veía desde su oficina hacia el exterior, más allá de los altos muros que rodeaban el Instituto que mandó construir hacía tantos años, utilizando cada centavo de sus ahorros, por un sueño y una promesa que debía cumplir. En aquel entonces, había estado aterrado de que todos sus esfuerzos fueran en vano, pero lo ocultó bien detrás de una máscara arrogante y malhumorada, tan bien, que al final se había convertido en una parte de él. Sus ojos miraron las estrellas del cielo oscuro. La brisa silbó fantasmalmente al entrar por los orificios de la ventana, y le dio un escalofrío.
Las noches en el desierto de Nevada no eran precisamente heladas, pero aquella noche su propia alma emitía tanto frío que cualquiera a su alrededor hubiera deseado llevar consigo una chaqueta encima.
A sus espaldas, el director podía oír los murmullos del ahijado de Quirón, Hércules, sobre algo referente a que los estudiantes del Instituto eran completamente insufribles. Además apestosos, preguntándole a Cherry si es que acaso habían cambiado las reglas, y ahora bañarse estaba prohibido en aquel lugar. Cornelio se limitaba a escucharlos solamente, de pie, era el que estaba más cerca del Señor D, con la mano sobre la radio, lista, y la otra sobre su cadera. Después de otro rato de cháchara de Hércules, Cherry pareció llegar a su límite y exclamó:
—¡Espera un momento! —Lo apuntó con un dedo musculoso y acusador—, esta es una reunión de las autoridades más importantes del Instituto. ¿Qué haces tú aquí, eh?
—No quería quedarme aburriéndome en mi habitación, así que seguí a mi padrino —se encogió de hombros, totalmente despreocupado.
—Quirón, tu ahijado ya no tiene siete años, no puedes llevarlo contigo a todos lados —acusó Cherry, indignado—. Además, nuestras conversaciones son altamente confidenciales.
Quirón carraspeó, ligeramente incómodo.
—Está bien, Cherry. Yo me haré responsable si sucede algo.
—¡Já! ¿Y de qué manera lo hará? —se burló Cherry, cruzándose de brazos—. Las tragedias son irreversibles. No es como que hayamos podido revertir la muerte de aquel niño negro, ¿recuerdas? Y hablando de él, ¡sigo diciendo que fue un acto de racismo! El chico era muy bueno en los deportes y tenía buenas notas. ¡Podrían haberle matado porque no soportaban ver a un negro mejor que sus culos blancos!
—Cherry, por favor... —Quirón se frotó la frente.
—Bueno, tampoco hay que descartar la posibilidad —concedió Cornelio, aunque fue más para calmar las aguas—. Ojalá hubiese instalado los nuevos mecanismos de seguridad en ese entonces —murmuró después de un rato, su voz apagándose en la última sílaba— quizás la historia hubiera sido distinta...
Un pesado silencio cayó sobre ellos. La tensión era palpable, y asfixiante, especialmente para Hércules que se sentía un intruso en ese lugar.
—También estaba distraído ese día... Todos lo estábamos... —agregó Cherry, decaído—. Pasó cerca de mí y yo solo...
—Todo fue mi culpa —soltó Quirón, cerrando sus ojos con fuerza. Probablemente iba a continuar con un discurso de todos sus fallos como mentor y una posible renuncia, pero antes de que pudiera abrir los labios otra vez, el señor D habló de nuevo, acallándolo de súbito.
—Ninguno de ustedes tuvo la culpa de lo que sucedió —dijo, con las manos entrelazadas detrás de su espalda, aún mirando por la ventana. Su rostro estaba un poco oculto tras las sombras, dándole un aire misterioso. Levantó un poco el mentón, y continuó—: Por ahora, concentrémonos en proteger a los alumnos que aún siguen con nosotros. Cornelio, ¿qué tal están funcionando las nuevas puertas metálicas y todo lo demás?
—Sí —asintió el guardia en jefe, y empezó a contar—: Nadie puede activarlas una vez están cerradas. Le dije a los demás guardias que solo tenían autorización de abrirlas cuando les sea necesario cambiar de turno. Con respecto a los alumnos, no tienen permitido pasar en lo absoluto, a no ser que sea una emergencia, de igual modo, deben esperar la autorización para la reactivación de las puertas. La orden solo podemos darla Cherry, yo, y por supuesto, el director. Las he instalado en las escaleras, arriba y abajo. Una puerta ocho metros dentro de los pasillos, y otros lugares estratégicos como la azotea, el portón del Instituto.
—Admitiré que eso me da un poco de miedo —susurró Herc a su padrino, pero en el eco de la oficina, todos oyeron su voz—. Imagina quedarte atrapado. Y aplastado.
—Agregué huellas dactilares digitales —carraspeó Cornelio—. Reconocimiento facial, para saber con exactitud quién sale y quién entra. Las cámaras tienen detector de movimiento ahora, tampoco se apagan aunque nos quedemos sin energía eléctrica. Mmm... Oh, he instalado más luces, porque había bastantes puntos oscuros en las cámaras. Ah, también arreglé el parlante del director, al cual el joven Leo Valdez le había hecho un pequeño ajuste.
—Bien hecho, Cornelio. No tengo ninguna queja —el señor D asintió—, estamos haciendo todo lo posible, ¿no? Pero... también pensé eso... Antes de que ese chico muriera... ¿Sería demasiado poner un GPS a cada alumno de este Instituto? Una cámara, una grabadora en cada habitación, en cada baño...
Cornelio envió una mirada preocupada hacia Quirón, quien lucía un poco verde. Desde hacía rato, él se veía bastante enfermo.
—Podríamos... pero... —comenzó Cornelio, pero el director lo interrumpió:
—Sería cruzar los límites, lo sé —soltó un suspiro—. Lo peor es que, aunque hiciéramos todo eso, tengo el horrible presentimiento de que no bastaría. Me siento como un animal de la selva, tratando de proteger a mi manada, confiando en mi ferocidad, en mi rapidez, en mis pequeñas y patéticas trampas para atrapar al cazador, sin saber que éste, ya se encuentra con cinco pasos de ventaja. Sólo necesita un disparo, y se acabó. Y ese maldito cazador se llevará a todos, sin importarle nada.
—Incluso el mejor cazador, en ocasiones, cae, frente a la naturaleza, señor —dice Cherry, con una mirada firme—. Al confiar demasiado en sus armas, y sin apartar sus ojos de la mira, no se da cuenta que tiene a un animal a sus espaldas, a punto de saltarle a la yugular —golpeó su puño contra la palma de su mano, habló con confianza. Su pose llena de poder, el brillo en sus ojos hacía que todos, excepto el director, lo contemplaran algo emocionados—. Nosotros seremos esa pantera, escondida, para acabarlo antes de que dé el disparo definitivo. Estábamos distraídos. Ahora ya no. Jamás pensamos que algo como la muerte de un alumno sucedería, es decir, son delincuentes, sí. ¿Pero, asesinos?
—¿Dices que todo esto viene de alguien de afuera? —preguntó Cornelio, un poco sorprendido—. Pero... ¿por qué? ¿Quién estaría interesado en unos adolescentes?
—¿Qué pregunta es esa, Sánchez? Puede haber un montón de razones —lanzó Cherry de vuelta, sin embargo no mencionó ninguna.
—Sea cual sea, si no tenemos un indicio de ellas, es mejor no perder el tiempo, girando como gallinas sin cabeza —dijo el señor D, y finalmente se volteó hacia ellos, aún con las manos tras la espalda. Las sombras taparon la mitad de su rostro, dándole un aire severo. Sólo un ojo oscuro, con cierto brillo de locura en él, algo que hacía temer a cada uno de los presentes en esa oficina, se posó en cada uno de ellos, mientras hablaba—: En mi patética, solitaria, y miserable vida. Sólo tengo una misión. Un propósito que me mantiene en pie obligatoriamente, y no me permite emborracharme las veinticuatro horas del día hasta morir como tanto desearía. Vamos a proteger a esos mocosos malagradecidos y apestosos insufribles, señores.
>No me importa con quién deba pelear, si me disparan. Me levantaré. Si me cortan las piernas. Me arrastraré. Si me cortan las manos. Lo morderé hasta la muerte. Pero nadie, y oigánme bien, ¡nadie volverá a morir en mi preciado Instituto! Soy el único que puede evitarlo, este es mi trabajo, que elegí para limpiar y expiar los errores de mi propio pasado. Por lo tanto, no importa que tan graves hayan sido los pecados de mis alumnos, llevaré su carga, y los salvaré. Pero, nadie volverá a morir. Ellos tendrán su segunda oportunidad. Aquella que nadie allá afuera, sería capaz de darles. Yo abriré el camino para ellos de nuevo, aunque me odien por obligarlos.
Un silencio cargado de emoción. Una suave brisa que movió los mechones del pelo del director. Un momento después, Hércules empezó a aplaudir, conmovido.
Con una gentil mano, Quirón detuvo sus aplausos, y negó suavemente. Hércules se sonrojó y se quedó quietecito después de eso. Cornelio, un poco dubitativo al principio, finalmente dijo lo que pensaba:
—Señor, ¿realmente le preocupa que la madre del muchacho pueda venir a hacerle daño? Pero, está resguardada, ¿no es así? —suspiró—. Y pronto estará nuevamente encerrada en una de las mejores cárceles del país.
—Nunca estaremos tan seguros como esperamos estar —repuso Dionisio suavemente— En fin. Pueden irse ahora —el señor D asintió, con una pequeña sonrisa—. Pongo en sus manos, mi completa y más honesta confianza. No me decepcionen.
Pronto, los fuertes ronquidos de Frank volvieron a oírse. Hizo vibrar hasta las tablas de la cama de Will y Nico, quienes, en este punto, ya no se sentían preocupados de ser escuchados por el chico canadiense, ya que siempre dormía como una roca. En este punto, sólo las trompetas de su padre podrían despertarlo o, más recientemente, los gritos de su compañero de al lado, quien, para su suerte, ya había encontrado un sustituto mucho mejor.
Will levantó su rostro, y lo acomodó dentro del hueco del cuello de Nico. De inmediato reconoció el aroma del hospital impregnado fuertemente en él, el olor a pastillas y detergente. No provenía de Nico en sí, sino más bien de las vendas alrededor de su cuello. Le provocó un estremecimiento por todo el cuerpo. Quería decirle que fuera a darse un baño, incluso con el barato olor del jabón del Instituto sería mejor que el que tenía ahora. Pero eso significaba separarse de nuevo, y Will no estaba dispuesto a eso. El solo pensamiento le hizo volver a aferrarse a él, rodeando una de sus piernas con la suya como una boa constrictora.
La suave risa de Nico le hizo cosquillas en la oreja.
—Parece que me has extrañado —dijo, y entonces Will se dio cuenta que su voz apenas se había recuperado. Seguía teniendo cierta ronquera, algo diferente a su tono suave y grave de lo habitual. También, no sabía si era su imaginación, pero parecía un poco más delgado.
Un poco de pánico inundó a Will en ese instante, cuando encontró a un Nico diferente de sus recuerdos. Le hizo sentirse extraño, como si fueran personas distintas y... y todos sus miembros estaban empezando a temblar otra vez. No tenía frío, pero se estremecía tan fuerte que le dolían los huesos.
—Pensé que estabas muerto —soltó Will, casi vomitando las palabras—. Todavía pienso... Por favor dime que no volverá a ocurrir —Will sintió que se mareaba, pero ignoró la sensación—. Tengo miedo. Nunca me he sentido más asustado. Tengo mucho miedo. Dime por favor que tengo que hacer para que no lo vuelvas a intentar... —su voz se rompió al final, un suspiro tembloroso movió sus hombros, que fueron rápidamente acariciados por las suaves manos de Nico.
—Mírame —cuando no le hizo caso, Nico sujetó su barbilla con los dedos y lo obligó a mirarlo. Había dolor en esos vivos ojos negros, las facciones de su rostro estaban contraídas por la preocupación—. Si hay acaso una razón para no morir, esa eres tú, ¿entiendes? Nunca me importó morir. Jamás tuve miedo... Pero esta vez, no podía dejar de pensar en ti. Tú, eres lo mejor que hay en mi vida. No tienes que hacer nada más, solo estar a mi lado.
El dedo índice de Nico rozó su mejilla, y tomó con la punta, una gruesa gota de lágrima, que luego de un rato se deslizó por sus nudillos.
—Sí tú aún quieres estar conmigo, claro —continuó Nico. Su tono era algo tenso, dubitativo—. Entendería si... ya no quieres estar conmigo después de lo sucedido. Puedes ser completamente sincero. Voy a respetar tu decisión. Y siempre te estaré, inmensamente agradecido de que me hayas salvado, aunque no lo merecía...
Un sollozo escapó de la garganta de Will. Hizo que Nico enmudeciera, y apretara los labios. Antes de que pudiera decir algo más, de pronto las palabras de Will empezaron a brotar unas tras otras, sin pausa ni para respirar.
—No fui yo. Yo solamente me quedé mirando sin hacer nada. No hice nada por ti mientras estabas agonizando.
Los ojos de Nico se agrandaron un poco por la sorpresa. Miró a Will sin decir nada, sus emociones bien controladas detrás de su clásica máscara inescrutable.
—Si no fuera porque Frank estaba conmigo ese día, tú ni siquiera estarías aquí, a mi lado, así que no tienes nada que agradecerme —escupió Will, furioso consigo mismo—. No merezco que me consueles, ni que quites mis lágrimas. Estarías muerto si fuera por mí. Todo este tiempo creí que... Podría ayudar a las personas que amaba cuando realmente me necesitaban pero... Me odio a mí mismo ahora. Me acabo de dar cuenta que soy como alguien que siempre he despreciado... Un inútil, un miedoso que se queda de pie sin hacer nada...
En una de esas oscuras y desesperadas noches, Will y Frank habían tenido una conversación. Frank le había dicho que no era necesario contarle a Nico sobre lo que había ocurrido aquel día si eso no era lo que quería. Si eso le hacía tanto daño. Él no se lo diría, ni los demás. Así que, quizás era mejor enterrarlo desde ya, y seguir adelante. No era necesario que Nico lo supiera, no era un dato importante.
En respuesta, Will lo había mirado horrorizado.
¿Cómo podría él no contarle a Nico? ¿Cómo podría vivir sin decírselo? ¿Y que no era importante? ¡Era super importante que Nico supiera que no le debía nada a un tipo que casi lo dejó morir! Y, si no se lo había dicho en el segundo en que Nico había abierto los ojos en el hospital, solo era porque había muchas personas en aquella habitación: su padre, el padre de Nico, las enfermeras y aquella extraña mujer policía. No soltar la verdad en ese milisegundo casi le había hecho vomitar sangre, ¿y ahora le decía que podría considerar ser un farsante por el resto de su vida?
Will no era ese tipo de persona. Si hubiera algo que confesar, lo diría al instante. Y si fuera algo que lo hacía sentir culpable, con mayor razón.
Will empezó a llorar otra vez, pero sin hacer un solo ruido. Sentía como sus párpados volvían a hincharse para convertirse en un mapache al día siguiente, junto con labios tan hinchados que parecería que una abeja los había picado. Cuanto más duraba el silencio, más ganas tenía Will de apartarse y salir corriendo. Y justo cuando lo iba a hacerlo, sintió de repente los brazos de Nico rodearle la espalda, y posar una mano sobre su cabeza. Un suspiro salió de él, y juntó sus pechos, el de Nico desnudo, se dio cuenta tardíamente Will.
—No creo que me alcance la vida para disculparme lo suficiente contigo —dijo Nico al final, mientras juntaba sus frentes, y le acariciaba la nariz con la de él—. Por favor, sé que es difícil, porque eres demasiado bueno para tu propio bien. Pero, por favor, no cargues ninguna culpa, por mí, Will. Tú no tienes nada de culpa. ¡Nada!
—¿Cómo puedes decir eso? —inquirió Will, indignado. Trató de alejarse de Nico, pero él lo evitó, poniendo más fuerza en sus brazos.
—En primer lugar, no tenías por qué ver eso. Fue completamente culpa mía. No merecías verme en ese estado, y si pudiera, te juro que... Sé que no sirve de nada pero te juro que no quería hacerlo, es como te dije en el hospital, Will —explicó Nico, con voz llena de emoción—. No quería morir. Todo fue por culpa de esa... estúpida mesita. Sí, quería tratar de traer de vuelta los recuerdos, pero no estaba en mis planes casi decapitarme. En segundo lugar, siendo sincero, si yo te hubiera visto en esa misma situación... —se mordió el labio—. O en una situación parecida, tampoco habría podido hacer algo...
Will abrió los labios, justo cuando una gota cálida aterrizaba sobre su labio superior. Fue ahí cuando se dio cuenta de que Nico también estaba llorando, aunque su rostro aún se veía tan calmado como siempre, sin ninguna arruga, como si ni siquiera fuera consciente de ello. El estupor fue suficiente para que Will se lo quedara mirando, algo asombrando, mientras seguía escuchándolo.
—Creo que si te viera en el suelo, y parecieras muerto, ni siquiera podría acercarme a comprobarlo... Creo que directamente agarraría algo y me mataría para ir inmediatamente a tu lado, a donde sea que estés.
—Por favor nunca hagas algo tan idiota como eso —dijo Will rápidamente, sintiendo como el enojo le calentaba un poco la sangre, y lo despertaba, y lo revivía después de un largo letargo. Por supuesto, solo Nico sería capaz de provocar tal reacción en él—. No eres Romeo, ni yo, Julieta. Si me ves muerto... tú... tú... solo no vuelvas a intentar morirte o voy a atormentarte por el resto de tu vida en forma de un muy molestoso fantasma, ¿okay?
—Okay —concordó Nico obedientemente, mientras sus hombros temblaban un poquito por la risa—. Me gusta cuando me regañas.
—Eso es porque eres un masoquista —murmuró Will, formando un puchero con los labios. Levantó tímidamente una de sus manos y limpió las blancas mejillas de Nico. Él se dejó hacer, y cerró los ojos, para finalmente, tomar su mano, depositar un beso sobre su palma y luego, depositar otro suave y húmedo beso sobre los labios de Will.
Will sintió inmediatamente mariposas en su estómago. Chillaban enloquecidas de amor, mientras sentía como se sonrojaba de placer.
—Es normal que te hayas quedado en shock —susurró Nico, sin apartar su boca de la suya, por lo que el movimiento acarició sus labios—. Si hubiera sido yo... solo hubiera enloquecido. Para nada podría guardar la compostura. Pero tú, fuiste corriendo y entraste en una sala de hospital no autorizada, ¿recuerdas? Estás loco. Tienes suerte de que tu papá haya estado allí, ¿lo sabes? —le dio otro besito—. Amé que hayas estado allí. Te amo tanto. Mi corazón es tuyo, así que, a partir de hoy, solo tú tienes el poder de matarme, ¿está bien? ¿Es un buen trato?
—¿Estás seguro? —Will agachó la mirada—. Quizás no soy la persona que merece estar contigo.
—Si alguien no merece a alguien, ese soy yo —respondió Nico, seguro—. Podemos hablar de esto toooooda la noche, si quieres. O podemos, besuquearnos hasta quedarnos dormidos, por toooodos los días perdidos, ¿qué decides?
Will sonrió en contra de su voluntad, pero rápidamente se obligó a calmarse.
—Siento que me has perdonado demasiado rápido.
—Porque no hay nada que perdonar.
—Casi te dejé morir.
—Si hubiera ocurrido —dijo Nico con firmeza—, nadie más que yo, sería el culpable. Y quizás esa maldita mesita de mierda. ¿Dónde está? La quiero hacer papilla.
—No tengo idea... —murmuró Will distraídamente. Su mente ya estaba en otro lado—. Entonces, ¿me amas?
—Parece que sí —Nico le acarició la mejilla, mirándolo con adoración—. Debes estar satisfecho, todos tus días de acoso cobraron frutos, ¿eh?
Como a Will le daba mucha vergüenza recordar sus días de acosador en serie, trató de desviar la atención de Nico, tomándolo del cuello y besándolo apasionadamente. Por supuesto Nico sabía porque lo hacía, pero se dejó, felizmente, ser persuadido. Un momento después, aún con las mejillas húmedas, pero los ojos un poco más secos, Will se apartó un poquito de él.
Lo miró y lo tocó una vez más. Tenía miedo de que se esfumara como si fuera parte de un sueño. Pero esos ojos, esas manos cálidas, y labios suaves y jugosos, eran demasiado reales incluso para una mente tan hiperactiva como la de él. Aunque era cierto que, estos últimos siete días, su mente seguía en un extraño trance sin ruido.
En fin, Will no se preocupó por eso, ya estaba cansado de preocuparse, a decir verdad. Se limitó a abrazar a Nico y susurrar:
—Yo también te amo.
—Eso es bueno —regresó Nico—, yo también te amo.
—Yo también los amo mucho chicos —dijo Frank, interrumpiendo el momento, con voz dulzona—. Y yo también creo que Will no tuvo la culpa de nada. Es muy duro consigo mismo. Pero no me hizo caso. Al menos te creyó a ti. Ay, ¡qué bueno!
Un silencio lleno de significado dentro de la habitación. El aullido de los coyotes en la distancia. Y el suave rumor del viento entrando a través de las rendijas de la ventana... Finalmente, luego de un rato, Nico habló:
—¿Estabas despierto?
—Siempre estoy despierto —contestó Frank casualmente—. Pero me gusta darles privacidad.
Otro pesado silencio.
—Es broma, no todas las veces estoy despierto —se rio Frank, hasta que las tablas debajo de su colchón vibraron por la patada que Nico envió. Su voz estaba llena de felicidad, cuando añadió—: En fin, estoy realmente feliz de que hayas regresado Nico. Bienvenido de vuelta al Instituto.
—Gracias, Frank —respondió Nico, con un tinte de burla en su voz—. Sabes, es extraño cuando recuerdo el pasado, la época que tenías tanto miedo de mí que casi mataste a Leo por no evitar que acabaras en la misma habitación que yo —dejó salir un suspiro melodramático—, ahora míranos, nuestra amistad ya ha evolucionado hasta el punto de que incluso me besaste en los labios. Oficialmente estamos un paso más adelante que Jason y Percy.
—Debes decir "No homo" cada vez que digas algo así —Frank intentó ilustrarlo. No se le pasó por alto que parecía ser su modo de darle las gracias y pretender que no había ocurrido nada.
—¿Cómo puedo decir yo, "no homo"? —devolvió Nico, y sonó genuinamente confundido—. No me ofendas de ese modo, por favor.
Entonces, después de mucho tiempo, Will soltó una carcajada. No era una que se pareciera a otras que había soltado en el pasado, limpia y alegre. Esta era una nueva risa, contenía un poco de dolor, pero también alivio, y verdadera felicidad. Nico estaba de vuelta. Frank volvería a dormir en su cama sin ser utilizado como un oso de peluche absorbente de lágrimas.
Estaba todavía muy lejos de sentirse plenamente bien, pero era un comienzo. Una nueva oportunidad, para Will, para Nico, para el director, de volver a hacer las cosas bien. La noche era inspiradora, mañana era un nuevo comienzo.
—CONNOR, OTRA VEZ NO HAY PAPEEEL —se escuchó una voz en algún lugar del edificio de hombres—. ¡YA ESTUVO! ¡MAÑANA MISMO VAMOS A REVISARTE ESE ANO CON LA ENFERMERA!
Sí, era bueno estar finalmente en casa.
Paso #62: Levanta tus defensas: Protege a tu gente, pon todos tus escudos como una barrera impenetrable... Pero, aprende a bajarlos con tu persona favorita.
🌞☠️🐼🌞☠️
HOLA HOLA DELINCUENTES
:3
Por si no nos siguen y no se han enterado, la sis Amer se graduó hoy :3, graduación de honor, así de cool es su aurora favorita.
Felicitenla, yo ya lo hice 😌 7w7
A pesar de todo, nos esforzamos para tenerles su capitulatzo hoy.
Dejennos muchos comentarios y...
PREGUNTAAAAAA
Cual es su personaje favorito de esta historia y cuál es su shipp favorito y por qué???
Y cuál es su personaje extra favorito de todas las historias del sismance.
Los míos son Pacifik, Andrew y Dylan.
Nos leemos pronto.
Muak Muak
Un memazo de despedida
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