Paso #59: Vive; II

La habitación parecía extraña. ¿Cuántas veces Frank había reído o conversado con Nico allí? También Will. ¿Cuántas veces se había sentado sobre esa mesita o puesto los pies sobre ella? Ahora las sábanas estaban extendidas y sujetando un cuello pálido que ya no tenía un collar, y la mesita en el suelo, para los pies de Nico que ya no le servían. Nico estaba allí. El hermano de Hazel. El hermano de su novia. El novio de su amigo Will. Y su amigo. También su amigo.

Sus pies se movieron antes de que se diera cuenta, zancadas pesadas, aunque ágiles, listas para correr una milla si era necesario.

Frank, quien a veces era un poco torpe y sentía miedo de casi todo, de pronto sacó la navaja del bolsillo delantero de sus pantalones y se lanzó hacia adelante para cortar las sábanas, agarrar a Nico, y acomodarlo en el suelo cuidadosamente. Toda la secuencia de movimientos fue realizada de forma fluida y concisa. No había espacio para la duda o el miedo. Cada segundo contaba. Cada microsegundo. Cada nanosegundo. El corazón frío, la mente clara, Frank nunca había estado más despierto en su vida que en ese instante.

El mundo jamás se había visto más real delante de sus ojos.

—¡Comienza con el RCP! —ladró Frank sin mirar a Will, demasiado ocupado desenredando la tela restante que había quedado en el cuello de Nico, tanto que, ni siquiera fue consciente de lo diferente que se había oído su propia voz—. Voy a buscar ayuda.

Se levantó con una velocidad que solo los hombres que habían entrenado desde niños podrían lograr. Pasó al lado de Will, y salió al pasillo, gritando por alguna alma que estuviera en ese momento, haciendo ruido para llamar la atención de alguien, mientras se preguntaba en su interior: ¿dónde estaban los guardias? ¿Dónde estaban los estudiantes? Por fortuna, justo cuando Frank bajaría por las escaleras, Andrew estaba subiendo por éstas, apresuradamente, con los pequeños ojos agrandados detrás de sus lentes culo de botella.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —inquirió llegando hasta él, sin zapatos en los pies—. ¡¿Por qué gritas, Frank?!

Y él no quería ser brusco, pero se encontró agarrando a Andrew del cuello de su camiseta con rudeza, y mirándolo directamente a los ojos como si quisiera golpearlo tanto como Clarisse lo hacía. El parecido fue tanto que Andrew se estremeció de miedo.

—¡Llama al señor D y a las enfermeras ya mismo! ¡Nico está herido! —gritó, y lo empujó, casi haciéndole caer, excepto que Andrew se había agarrado del barandal.

—¿Herido? ¿Cómo...?

—¡VE, ANDREW! VE, MALDITA SEA —vociferó Frank, y por primera vez, lució exactamente como su padre lanzando órdenes. Un digno hijo de Ares La Rue.

No se quedó un segundo más de la cuenta con Andrew, inmediatamente, corrió sobre sus pasos aún más rápido para regresar a su dormitorio. Cuando Frank llegó, por unos valiosos, preciosos segundos, se quedó helado debajo del umbral, a causa de la incredulidad de encontrar a Will Solace, el chico doctor que siempre se preocupaba por otros más que por sí mismo, completamente quieto, en el mismo puto lugar, donde lo había dejado.

Ni un músculo, ni un parpadeo, ni un cabello se había movido de Will Solace, mientras seguía contemplando a Nico tendido en el suelo, como si no lo reconociera del todo, como si fuese un extraño. Frank jadeó sonoramente por la sorpresa. En este mundo, existían dos formas de reaccionar a las situaciones de extrema crisis. La primera, era la adrenalina. La segunda, el shock. Y en ese momento, los papeles estaban perfectamente repartidos.

Frank Zhang nunca había querido darle un puñetazo tanto a alguien como a Will. Si no lo hizo, fue porque había otras prioridades.

—¡¿POR QUÉ NO HAS EMPEZADO EL RCP?! —tronó, golpeándolo en el hombro cuando cruzó rápidamente a su lado. Se tiró de rodillas al lado del cuerpo perturbadoramente ceniciento de Nico, y le rasgó la camiseta con un tirón poderoso de sus manos. Su impoluto pecho estaba inmóvil como una estatua de marfil. Automáticamente, Frank palpó su cuello, y envió una plegaria de agradecimiento cuando sintió algo de pulso—. Gracias a Dios... gracias a Dios... Está bien, haré las compresiones tú sopla aire... —pero nadie estaba a su lado—. ¡WILL! ¡QUE MIERDA HACES ALLÍ TODAVÍA!

Pero Will no se movió, sin embargo, el sonido pareció despertarlo un poco. Él empezó a hiperventilar, llevándose las manos alrededor de su propio cuello como si quisiera ahogarse también. Sus uñas dejaron marcas rojizas sobre su piel.

Frank ya había empezado con el RCP, con el talón de una mano sobre su pecho y la otra entrelazada sobre ella, Frank se inclinó con los hombros verticales sobre Nico. No perdió el ritmo ni cuando chilló nuevamente hacia Will:

—¡¿QUÉ ESTÁS HACIENDO?! ¡TU NOVIO ESTÁ AQUÍ, MURIENDO, VEN A AYUDARLO!

—Nico... no... No... —Eran los balbuceos de Will, antes de romper en llanto, y caer de rodillas en el mismo lugar. Sus sollozos eran horrendos de oír, romperían el corazón hasta al hombre más insensible.

Pero Frank lo miró horrorizado, rayando hasta la locura.

—¡WILL! —gritó, y su voz se quebró por la desesperación.

Pero esta vez, Will no tenía manos para ayudar a Nico, solo tenía manos para limpiar sus propias lágrimas. Nada de esto podía ser real. El Frank que lo miraba decepcionado no era real. El Nico inconsciente no era real. Y él no era real. Si fuera real, ¿no habría tomado el lugar de Frank y trataría de salvarlo? No se quedaría gritando y sollozando sin hacer nada, ¿verdad? Will Solace no era así. No podría ser así de inservible.

En medio del desierto, la habitación se sentía calurosa, y el sudor corría por la espalda y las sienes de Frank. Pero él sólo sentía frío sobre la piel.

El sol era brillante y los cielos azules, pero todo se sentía en penumbras.

Por alguna razón, Frank no sucumbió al pánico, aun cuando vio a una de las personas más sólidas, derrumbarse delante de sus propios ojos. No. Se volvió incluso más fuerte. Una extraña tenacidad lo embargó, mientras seguía con el RCP y observaba el rostro tan joven de uno de los criminales más peligrosos del Instituto. Nico, que a pesar de tener un aspecto engañosamente delgado y atractivo, podía hacer temblar hasta a un hombre que le doblaba en altura, como lo era Frank. ¿Era justo que alguien así acabara de esta manera?

—Eres tan testarudo como una roca, Nico —gruñó Frank, mientras una lágrima surcaba su mejilla—, no te atrevas a rendirte ahora...

Entonces, sin pensarlo dos veces, Frank sujetó su frente al igual que su mentón, y aterrizó su boca sobre la de Nico, para empezar a soplar aire. Tuvo que abrir los labios de Nico utilizando los suyos, y tuvo que empezar a alternar las compresiones con el soplo de aire en sus pulmones. Era mecánico, en tanto inclinaba la cabeza de Nico y de vez en cuando chocaba sus dientes con los suyos, mientras su cabeza no dejaba de repetir un mantra: "Por favor, que funcione". "Por favor, que funcione". "Por favor, que funcione".

"Por favor, que funcione".

"Por favor, que funcione".

"Por favor, Nico".

"Sea cual sea tu dolor, te ayudaremos a resolverlo. Te lo prometo".

No supo cuánto tiempo pasó. Pero, Frank no se detuvo ni un solo segundo. Soplar. Apretar. Soplar. Apretar. Su mente estaba en blanco. Ya ni siquiera oía a Will, aún arrodillado en el suelo, exactamente, en el mismo lugar donde se había caído. Ni un centímetro más. Ningún centímetro menos. Parecía que Will se quedaría allí eternamente, porque allí se había detenido el curso de su vida. Ya no podría avanzar. Nunca podría.

Estaría atrapado en este momento, por eones.

Entonces, el señor D., apareció. Se tropezó en la entrada, y el aliento se le escapó de los pulmones cuando vio a Nico en el suelo, los restos de la sábana a un lado, Frank haciendo RCP sobre su tórax. Entró en la habitación y casi se cayó de bruces cuando su pierna chocó contra Will, al que no vio ya que estaba sentado en el suelo, pues parecía estar atrapado en un profundo trance. Lo ignoró, y se apresuró hacia Nico.

Se preguntó cómo había ocurrido tal atrocidad. Pero vio el cuello desnudo de Nico, desprovisto de aquel aparato que él mismo se había aplicado, y lo entendió. Al menos en parte.

Solo cuando finalmente llegaron los paramédicos y le colocaron un respirador a Nico, Frank se detuvo, y se obligó a hacerse a un lado, para que los profesionales, eficaces y diligentes, levantaran a Nico, lo pusieran sobre una camilla y lo sacaran del edificio que, a estas alturas, estaba atestado de gente curiosa, ya que la llegada de un helicóptero con pegatinas a los costados, indicaba que habían llegado de urgencias para ayudar a alguien. Estaban ansiosos de saber de quién se trataba.

Solo entonces, Frank se miró las manos y las encontró temblando, hasta que atisbó a Hazel corriendo hacia Nico, y las obligó a serenarse, apretándolas en puños.

El miedo era palpable en el ambiente, como un monstruo que roía los corazones de aquellos que estimaban y se preocupaban del chico que habían tomado como líder. El señor D. avanzaba velozmente detrás de los paramédicos que corrían llevando la camilla. Él tenía un teléfono pegado a su oreja, y con la mano izquierda lanzaba órdenes a los profesores y guardias que se acumulaban a su alrededor, instruyéndoles sobre lo que debían hacer mientras no estuviera. Apenas fue lo suficientemente rápido para atrapar a Hazel en el aire antes de que ella se lanzara sobre la camilla.

—¡SUÉLTAME! —vociferó Hazel, con toda la fuerza de sus pulmones. Zarandeándose como un animal rabioso entre sus brazos—. TENGO QUE IR. ¡TENGO QUE ESTAR A SU LADO!

Sin soltar el teléfono, el director entregó a Hazel a Frank, quien acababa de alcanzarlos. Acto seguido, la miró a los ojos, y le dijo:

—No puedes venir. Solo hay lugar para una persona en el helicóptero y debo ser yo —la agarró de los hombros, y colocó más firmeza cuando ella empezó a negar desesperada—. Estoy llamando a tu padre. Llamaré a Quirón de vez en cuando para mantenerte al tanto, ¿ok? —luego, en dirección a Frank—: La señorita Derry ya fue informada. Llévala con ella.

Después, el señor di Angelo debió haber atendido el teléfono, porque dejó de prestarles atención a ellos y se dispuso a hablarle al aparato en su oído. Aún no había colgado cuando empezó a subirse al helicóptero, que los llevaría hasta el hospital más cercano en Las Vegas.

Para Will, todo seguía sin tener sentido. No había escuchado ni una sola palabra de lo que le decían. Sabía que había sido empujado y arrastrado, tenía la leve sospecha de que era Calipso quien estaba sosteniéndole el brazo, pero bien pudo ser una presunción debido a la costumbre. En su mente solo se repetía una imagen que no podía comprender del todo: Nico colgando. Y un eterno silencio después de eso.

No había visto el rostro de Nico cuando estaba suspendido en el aire. Estaba tan asustado, que apartó la mirada justo cuando lo haría por inercia. Simplemente mantuvo sus ojos debajo del mentón de Nico, y luego cuando éste estuvo en el suelo, solo se fijó en sus zapatos.

Por primera vez en su vida, Will no había querido ver el rostro de Nico.

Él conocía las expresiones que quedaban en las personas que se ahorcaban. No quería ver esas horripilantes muecas en el hermoso rostro de Nico. No podía. Simplemente no podía. No quería. Ver esas facciones suaves y bellas, estiradas y arrugadas... No. Oh, no. Dios... Ni siquiera podía recordar la última vez que lo besó. ¿Fue antes del desayuno? ¿Fue en el receso? ¿Siquiera había sido hoy?

No importaba, porque Will ya no podía verlo, y podría estar muerto en los siguientes dos minutos, y él no estaba haciendo nada para ayudarlo. Y su cabeza estaba tan silenciosa... tan... ¿Por qué había tanto silencio? Y de repente se dio cuenta, que tampoco veía nada. Todo estaba borroso. ¿Todavía seguía en la habitación verdad? Estaba en el suelo y Nico colgando... no... Nico estaba postrado en el suelo...

Will estaba perdiendo la percepción de su realidad.

Entonces lo abofetearon.

Fuerte. Tanto que por un segundo ni siquiera sintió dolor, sino más bien una extraña frialdad en su rostro, seguida por calor, mucho calor, y ahora sí, finalmente, dolor.

Fue ahí cuando se dio cuenta de que ya no estaba en la habitación, estaba en el patio. Había estado arrastrando a Calipso desde que ella lo agarró. Sus pies luchaban aunque nadie les había dado la orden para hacerlo. Su cuerpo no parecía concebir que él no podía subirse al helicóptero con el señor D, y que esta podría ser la última vez que viera a Nico en su vida. Había estado soltando terribles sollozos, implorándole a Calipso que lo liberara para poder seguir a un helicóptero que ya estaba en el aire. Pero, Calipso ya no era quien lo sujetaba, sino que Percy y Jason, cada uno de ellos se aferraba a uno de sus brazos, porque no era fácil mantenerlo quieto. Hazel estaba frente a él. Le estaba gritando... ¿tanto como le había gritado a Leo? No. Más que gritar, le estaba hablando entre dientes.

—¡Cállate! ¡Basta! —Era lo que le decía— ¿Crees que ayudas a Nico llorando? ¡Deja de llorar, solo lo vuelves peor! Si él te viera así, tendría una crisis.

Will paró.

En realidad no. No se detuvo. Las lágrimas siguieron corriendo desesperadas por su rostro, y tuvo que llevarse una mano a la boca para morderla y así silenciar sus aullidos. También dejó de empujarse en una lucha inútil por escapar. Asintió, dócilmente, y tuvo la seguridad de que solo lo hacía porque era Hazel, y ella tenía incluso más derecho que él a sentirse destrozada... Pero, de algún modo ella se lo estaba tomando mejor.

De igual modo, el silencio en su cabeza seguía siendo torturante. No había nada. No habían pequeñas vocecitas de angelitos haciéndole compañía, solo había miedo. Y desesperación. Y negación. Y ganas de echarse al suelo y llorar más, como un niño destrozado, hasta que su papá viniera y lo llevara a casa, y lo abrazara, y le dijera que solo había sido una pesadilla. Que nada de lo que ocurría era real.

Hazel, por su parte, avanzaba en medio de las etapas de un evento traumático con más velocidad. Su primera reacción había sido la ira, por eso le había gritado a Leo, anticipando lo que ocurriría. Su segunda reacción, fue desesperación, al ver a Nico en la camilla, cuando lo sacaban del edificio. Su tercera reacción, fue... más complicada.

Ella no estaba llorando. Sus ojos, ni siquiera estaban húmedos, por el contrario, parecían más vivos que nunca. No iba a quedarse esperando a que el señor D llamara a nadie para mantenerla al tanto. ¡Su puta madre iba a mantenerla al tanto! Después de encargarse de acabar con el escándalo que Will estaba haciendo, comenzó a caminar de un lugar a otro a punto de crear un agujero en el suelo, pensando, y hablando más para ella que para los demás.

El helicóptero se alejaba en el cielo, hasta desaparecer por completo, pero los estudiantes estaban vueltos locos. La mayoría estaban gritando sus propias teorías sobre lo que había ocurrido. Algunos decían que debía tratarse de una venganza, por la muerte de Charlie, orquestada por Silena; otros decían que simplemente Dimitri se había cansado de que Nico se paseara como si nada por los alrededores del instituto y había decidido acabar con él de una buena vez por todas.

Y es que incluso la verdad era confusa para quienes lo habían visto con sus propios ojos: Will, para empezar, estaba completamente conmocionado, sus pensamientos no avanzaban demasiado en ninguna dirección, era como una hormiga a la que habían quitado de la fila de las demás hormigas y ahora no hallaba su camino al hormiguero. Frank, por su parte, aún tenía la adrenalina en lo más alto de su escala. Él no había tenido tiempo para pensar más allá del momento. Su modus actual se resumía en buscar problemas y encontrar soluciones inmediatas. Ni siquiera cuando fue atacado por el cocodrilo, se había sentido de este modo.

—¿Qué...? —Leo fue quien rompió el silencio en el grupo de amigos, quienes, hasta el momento, solo parecían patitos, que se han quedado sin su mamá, mirando el cielo, en dirección hacia el helicóptero que ya no se veía a la distancia—. Es que no lo entiendo... ¿Qué pasó? Yo...

Era casi imposible distinguir caras, pero en medio de todos, Drew Tanaka se abrió espacio, alcanzando a Andrew. En la distancia, Chris parecía querer hacer lo mismo, pero, ahora más que nunca, no se atrevió a alejarse de su Golova, quien, con los brazos cruzados, aún miraba en dirección hacia Hazel.

Si la quería amenazar, o deseaba robársela a Frank ahora que Nico no estaba, no quedaba claro para nadie.

—Will, Frank, ¿van a explicarnos qué diablos fue lo que pasó? —Percy hizo la pregunta que nadie se atrevía a hacer. Pero, Frank solo frunció el ceño y Will sintió un nudo en la garganta como si tuviera sus propias sábanas rodeando su cuello.

Sigilosamente, Andrew se acercó a Will. Una de sus manos sostenía la de Drew, pero la que tenía libre, la utilizó torpemente para darle palmaditas en la espalda. Will se sorprendió un poco. El ratoncillo era la primera persona que probaba consolarlo, Calipso sólo había tratado de detenerlo todo el tiempo. Ni siquiera Isaak, con la ausencia de Nico, se atrevió a ser tan descarado para hacer un movimiento en ese momento. Manteniendo su distancia al borde del grupo, pero sin dejar de mirarlo con unos ojos agrandados por la sorpresa y la preocupación.

Entonces un montón de chismosos comenzaron a acercarse al grupo, intentando escuchar cualquier información que pudieran de ellos.

—¿Qué se supone que están haciendo? ¡¿ACASO ALGUIEN LOS LLAMÓ?!— Clarisse gritó, a todos, y la mayoría salieron corriendo como perseguidos por el diablo—. ¡ESO ES! ¡LARGO DE AQUÍ O LES ARRANCARÉ LOS TESTÍCULOS PARA COLGARLOS DE SUS OREJAS!

Luego le dio un puñetazo a Frank en el hombro, tal vez estaba dejando en claro su fuerza para asustarlos más, o quizá solo estaba felicitando a su hermano por su excelencia en la misión de rescate.

—Hazel... —esta vez fue Annabeth quien habló, separaba las palabras en silabas, estaba molesta, aunque quizá solo era un modo de intentar evitar mostrar el miedo— ¿Qué... pasó?

—Calmate, cálmate, cálmate —se decía Hazel en voz alta, ignorando por completo a Annabeth. Luego, de súbito, se giró hacia los demás—. Hay que fugarnos ya —después hacia Frank—. ¿A qué hospital lo llevaron? Tenemos que ir con él.

Frank negó con la cabeza antes de contestar. Aún la tenía sujeta de una mano, mitad dándole estabilidad, mitad evitando que se marchara.

—Haz, no —dijo—. Los escuché decir que lo llevarían al Central..., pero no podemos, ni debemos ir. Hay que confiar en los médicos, no hay nada que nosotros podamos hacer más que estorbar si vamos. Además, él señor D dijo que debes ir con la señorita Derry.

—Déjenme dejar esto claro, Frank... chicos... —los miró a todos, en vuelta redonda alrededor de ella—. Nos vamos a fugar. Si ustedes no quieren venir conmigo, de acuerdo. ¡Díganmelo ahora! Y me iré a buscar a Dimitri para que me lleve él. ¿Entienden?

Frank decidió en ese instante, que si tenía que llevarse a Hazel cargada sobre sus hombros y correr todo el desierto hasta las Vegas, lo haría.

De todos modos, a pesar de que la amenaza de Hazel era evidentemente desesperada, no estaba siquiera levantando el tono de su voz. Era una Hazel consciente de lo que decía, de pies a cabeza, como si de pronto fuera la líder de un escuadrón del ejército. No. Peor. Con el rey ausente y caído... ella había tomado la corona para sí misma.

—Haz... es que no es tan fácil esta vez —Annabeth fue la única valiente en contestarle—, el Instituto está repleto de policías y guardias privados, ni siquiera entiendo cómo es que...

—¿Hazel? —Escucharon la voz de la psicóloga, y Hazel salió de inmediato corriendo, como si de pronto se hubiese subido en el caballo más rápido del mundo. Frank corrió tras ella, por supuesto. No sabía si iba a tomarse en serio lo de pedir ayuda a Dimitri, pero no pensaba arriesgarse a comprobarlo. Por tanto, todos los demás huyeron tras ellos también.

En medio de la conmoción y tantos estudiantes aún intentando averiguar algo, arriesgándose a perder la vida en manos de Clarisse La Rue, lo último que pudieron ver de la mujer regordeta, vestida de amarillo, fue que traía una jarrita con té en sus manos, probablemente para Hazel, y que su mirada estaba tan húmeda que parecía estar a punto de echarse a llorar como Will.

Hazel solo se detuvo cuando Frank la sujetó de la mano, detrás del edificio de mujeres, donde para variar, no había oficiales a la vista. A pesar de que había cerca de cincuenta policías resguardando las inmediaciones del instituto, Cornelio iba a tener que aumentar aún más las medidas, porque visiblemente, aún se encontraban desprotegidos. Pero, Hazel no iba a desaprovechar la oportunidad.

—Nos robaremos una patrulla, solo así conseguiremos salir —dijo, sin siquiera mostrar culpa o preocupación al respecto.

—Hazel... —de nuevo era Annabeth, y ya lucía incómoda, y parecía estar haciendo un esfuerzo sobrehumano para no agarrarla de los hombros y sacudirla con violencia—. Primero tienes que decirnos, ¿qué diablos está pasando? ¿Fue Dimitri? ¿Qué le hicieron? ¿Por qué estaba solo?

—No estaba solo, se suponía que estaba con Leo —contestó Hazel rápidamente, y esta vez no había rastro de enojo en su voz, aún así, Leo se encogió, como si le hubiera abofeteado tan fuerte como a Will—. Pero, no hay tiempo. Les explico después. Lo más importante ahora es escapar...

—¡Hey! —Chris salió por el agujero del edificio de mujeres, aquel que utilizaban para colarse en las noches. Su respiración estaba acelerada, lo cual quería decir que había corrido desde donde fuera que estuviera Dimitri, había entrado por la puerta principal del edificio de chicas, subió todas las escaleras y las volvió a bajar, solo para encontrarse con ellos—. ¿Qué diablos pasó?

—No lo sé. ¿Por qué no le preguntas a tu jefe?— le regresó Drew, quien por primera vez hacía acto de presencia verbal. Lucía molesta, aunque eso podía ser debido a que Andrew la estaba arrastrando de un lugar a otro.

—¿En serio intentó matar a Nico? —Isaak, que venía a rastras con ella, lucía anonadado—. ¿Es decir... Dimitri mató a Charlie?

—Dimitri no tiene nada que ver con lo que pasó hoy —contestó Chris—. Es decir... Literalmente lleva todo el día a mi lado. Yo me habría enterado de cualquier movimiento...

—¡Si no dejan de hablar me voy a ir sola! —Hazel levantó la voz por encima de todos— ¡Derry me está buscando! No me queda tiempo. ¡Hay que salir ya!

—¡Vale! Los cubro un rato —Chris, para su sorpresa, fue el primero en cumplir su capricho—. Pero, se darán cuenta de que no están. ¡En especial que faltas tú!

—No importa, siempre y cuando no nos alcancen —le regresó ella, y después añadió—: Gracias.

Clarisse también asintió con la cabeza en dirección a Chris antes de que él desapareciera de nuevo por el agujero, yéndose a causar quién sabe qué problema, que posiblemente le sacará canas verdes a su mamá. Cuenta la leyenda, que en alguna ciudad lejana, la señora Rodríguez sintió un fuerte dolor en su hígado, como un presagio.

—Piper, ¿me vas a ayudar o no? —Hazel se volteó hacia su amiga. Ella tuvo un momento de sorpresa, que se convirtió en duda, y finalmente en decisión. Asintió con la misma seguridad que lo había hecho Clarisse un segundo antes, y se acomodó el escote para dejar la parte superior de sus pechos visibles bajo su blusa.

—Hace tiempo no coqueteo con un policía, pero las viejas costumbres se arraigan —dijo—. Puedo conseguir las llaves. ¿Qué auto quieres?

—Debe ser uno grande para que quepamos todos —intervino Frank, y la mirada de Hazel se iluminó tres luxes.

—El Nissan Frontier —dijo Leo, quien ahora estaba tan pálido que parecía a punto de vomitar. Su voz era apenas un susurro—. Es la única patrulla con carrocería tapada. Caben cinco dentro del compartimento y los demás iremos como equipaje. También es 4x4, así que iremos más rápido por el desierto.

—De acuerdo —Piper asintió de nuevo—. No sé de autos, tienes que venir conmigo para que me digas cuál es.

—Los demás los esperáremos en la puerta trasera —dijo Annabeth, no parecía del todo satisfecha por estar haciendo las cosas sin tener toda la información a mano, pero terminó haciendo un plan, por supuesto. Sacudió un rizo rubio fuera de su vista y añadió—: Hay que desviar las cámaras... Tendremos como dos minutos y medio de acción. Un paso en falso y nos descubrirán. ¡Dios! Aún hay luz del sol... Esto no será nada sencillo.

—Subiré a mi habitación y traeré mi laptop —Andrew habló con la firmeza de un político en su campaña. Ni un solo tartamudeo—. Me encargaré de las cámaras y también de la nueva alarma en el portón de salida. Convertiré esos dos minutos y medio en cinco. ¡Vamos! —Tironeó de Drew, nuevamente, pero esta vez Drew sí opuso resistencia.

—¡Espera un segundo! ¡Yo no quiero ir! Además, si salgo, mi papá me va a matar —explicó la asiática, exasperada.

—¡Pero, es mi amigo! —refutó Andrew, poniendo una carita triste—. Quiero ayudar también pero no puedo hacerlo solo.

—¿De qué estás hablando? Tú eres el que sabe de computadoras...

—Sí, pero si estoy solo, me pondré nervioso y cometeré errores —continuó Andrew—. Te necesito a mi lado porque eres la única que me da calma.

Lo dijo con tanta normalidad, como si no acabara de soltar palabras tan profundas que hizo sonrojar a una usualmente fría Drew Tanaka.

—Oh, si lo pones así —se rio tontamente, e Isaak rodó los ojos a sus espaldas. Seguidamente, Drew ya no tuvo fuerza de voluntad para negarse ni un segundo más y se dejó arrastrar nuevamente por la ratita.

—¡Espérenme! —Isaak correteó tras ellos—. ¡No voy a quedarme aquí solo!

A partir de ese momento, un casi desconectado Leo Valdez guió a una experta en seducción para que consiguiera la patrulla que les serviría a todos. ¿Que eran un grupo demasiado grande esta vez, y deberían echar a algunos miembros? Como tirar peso inútil de un avión. Podrían, pero no había tiempo para peleas. Así que allí estaban, Piper no había podido quitarle las llaves al policía pero aprovechó la distracción que Chris había provocado, asumiendo que el ruido de cristales rotos y muebles cayendo por las escaleras había sido obra suya.

Una bandada de policías corrió en aquella dirección, como buitres oliendo la carne descompuesta. Mientras tanto, sin tiempo que perder, Frank y Jason abrieron la puerta de la carrocería trasera y con gestos presurosos, le indicaron a los chicos que subieran y se acostaran para hacer espacio, y pasar desapercibidos. Leo, Percy, Jason, Will, Issak, Piper y Annabeth fueron allí. Adentro, en la parte trasera, Andrew, Drew y Clarisse se posicionaron lo más agachados posibles, y finalmente, Frank tomó el lugar del conductor, y Hazel, el del copiloto.

Los vidrios estaban polarizados, una reja de alambre separaba a Hazel y a Frank con los chicos de atrás, donde deberían ir los presos.

—¿Todos listos? —preguntó Frank, mirando a Andrew por el espejo del techo.

La ratita de Instituto tecleaba velozmente, tanto como lo haría una rata mordisqueando un pedazo de tubo para su escape. Así mismo, Andrew estaba creando los agujeros para que ellos salieran de aquella prisión—instituto, y al cabo de un minuto, asintió.

—Voy a mover las cámaras cuando salgamos, ve —dijo—, con suerte, el portero no nos detendrá... Pero si lo hace... —los ojos de Andrew eran de acero—, controlaré la puerta para que no salga y abriré yo mismo el portón automático del instituto. Entonces, será mejor que aprietes el acelerador.

—Hombre, el castigo será tan malo para nosotros —farfulló Clarisse, apretujada en una esquina.

—¿Quieres quedarte? —inquirió Frank, empezando a mover el vehículo.

Clarisse soltó una risa seca, antes de declarar:

—Ni en broma, donde tú vayas, yo iré hermanito.

Una pequeña sonrisa se posó sobre los labios de Frank, luego, al unísono, todos contuvieron el aliento, especialmente Andrew, cuanto más se acercaban a la salida. Hazel estaba tan tensa en su asiento que cualquier gesto podría romperla, miró, con los ojos bien abiertos y el sudor corriendo por sus palmas, al portero apretar un botón sin siquiera echarles un vistazo, permitiéndoles la salida. Y entonces, el desierto se presentó delante de ellos, extenso, tortuoso, como los segundos que había tardado el portón en abrirse.

Frank aceleró, y se adentró hacia el mar de arenas calientes.

Andrew soltó un suspiro de alivio. A su lado, Drew agarró sus mejillas como si se tratase de un cachorro y le dio un beso en la esquina de la boca.

—Buen trabajo —le acarició la barbilla como premio—, te dije que sí podrías.

Andrew simplemente sonrió, y tomó la mano de Drew, entrelazándola con la suya.

Una vez que ya no estaban en movimiento, Hazel se quedó, al fin, quieta. Sentada en el lugar de copiloto, su ceño estaba ligeramente fruncido, y sus labios se notaban secos, más allá de eso, parecía tranquila. Preocupantemente tranquila. Ella parecía haber envejecido setenta años, de un segundo a otro, como si hubiera pasado una eternidad en el purgatorio, y ahora hubiese sido puesta de nuevo en el mundo de los vivos.

Frank la ojeó varias veces por la comisura de su ojo, pero no encontró un solo rastro de la locura que había visto en los orbes de Will en la habitación. Quizás fuera porque ella no había visto a Nico colgando, o quizás realmente era más fuerte que cualquier persona que Frank hubiera conocido. De todos modos, no había mucho que pudiera decirle, y la única forma en que podía ayudarla, era llevarla lo más pronto posible con su hermano. Así que, una vez más, Frank aceleró, poniendo su vida y la de sus pasajeros al límite, y rezando para que ningún animal se cruzara en su camino.

Por otra parte, el camino era irregular y lleno de imperfecciones, atestado de pequeñas rocas y huecos que provocaban un viaje difícil y doloroso para las personas que iban acostadas dentro del cajón de la carrocería tapada con una lona oscura y gruesa. De vez en cuando, Will se zarandeaba tan violentamente de izquierda a derecha que terminaba lastimando a Percy y a Isaak que lo flanqueaban lado a lado. Pero a Will no le importaba. De hecho, el dolor era bien recibido.

—Lo siento —murmuró Percy por quinta vez, cuando su codo hirió una parte sensible del estómago de Will, aunque este no hizo el menor ruido de queja. Un momento después, Percy probó cuidadosamente sus palabras—: Oye, sea lo que sea que haya pasado, recuerda que Nico es el chico más fuerte de todos. Y no hablo de su posición en el Instituto. Él... estará bien.

Silencio, solo se oía el ruido del motor, y el estruendo de las rocas chocando contra las ruedas y la carrocería.

—Sí, Will —añadió Isaak, con voz suave—, además, él jamás te dejaría solo mientras yo esté aquí —se rio sin ganas—, no se atrevería a dejarme el camino libre.

Will escuchó las palabras, pero dejó que se perdieran en la oscuridad que lo rodeaba. Estaba flanqueado de amigos. Pero nunca se había sentido tan solo. Atrapado, allí, era como si lo hubieran tirado en un ataúd, vivo, hasta que la desesperación lo matara.

El señor D estaba sentado en la sala de espera. Sus codos se recargaban contra sus rodillas, y su cuerpo estaba inclinado ligeramente hacia delante. El teléfono celular yacía en medio de sus manos, con la pantalla apagada. No había recibido aún el mensaje de Quirón, o de Herc, que le confirmara que ya habían encontrado el collar. Él tampoco había llamado, tal y como había prometido, puesto que aún no le habían dado buenas noticias.

Al menos, tampoco le habían dado malas noticias.

Había perdido la noción del tiempo, no sabía cuánto llevaba esperando, y tampoco hacía cuánto había llegado. Lo único que sabía, era que Hades aún no aparecía en el Hospital, así que no debería ser tanto. Aún así, se sentía como si el reloj hubiese dejado de adelantar en su minutero.

Estaba listo para tomar la responsabilidad por lo que había ocurrido. Sabía que, de una u otra manera, era su culpa. Nuevamente, estaba fracasando en su juramento. Y no esperaba siquiera excusarse al respecto. Había fallado, dos veces, en menos de un mes. Era un fracaso absoluto. No sabía qué cara iba a presentarle al señor di Angelo cuando apareciera, pero sabía que no iba a oponer resistencia si este decidía golpearlo.

Justo cuando estaba pensando en él, la puerta se abrió y el padre de uno de sus estudiantes ingresó. Pero no era Hades, sino Apolo. Venía corriendo, ajustándose su bata de doctor, y lanzando órdenes a las enfermeras que se le aparecieran por en frente. No le dirigió ni una sola mirada al señor D, sino que se metió en el cuarto en el que habían metido a Nico.

El señor D no se dio cuenta de que se había levantado, sino hasta que comprendió que debía sentarse de nuevo. Había otras cuatro personas en la sala de espera, uno de ellos tosía, otro tenía una pierna rota, y los dos restantes parecían ser acompañantes. Se entretuvo dando golpecitos con los dedos a sus rodillas. Luego enderezó la espalda y sonó un par de huesitos. Después se levantó y dio unas cuantas vueltas por la estancia.

Aún no había noticias.

Quirón tampoco le escribía nada.

Pasaron unos cuantos minutos más, y entonces, la puerta de entrada volvió a abrirse de un golpe. Esta vez, sí era Hades. El señor D se preparó para recibir el puñetazo contra su rostro. Lo sintió aproximarse rápido, y cuando estuvo frente a él... Solo lo estaba mirando.

No golpeó. No preguntó. No hizo nada. Solo lo miró, con unos ojos negros tan oscuros que ni siquiera lo acusaban. Parecía más desamparado de lo que lo había visto nunca. Su pecho se levantaba y bajaba tan rápido que bien podría haber venido corriendo desde donde fuera que estuviera antes de ser notificado. El señor D abrió los labios, pero por un segundo no salieron palabras.

¿Qué iba a decirle? ¿Que lo sentía? ¿Que era un fracasado? ¿Que su hijo casi había muerto por su ineficiencia? ¿Que la muerte aún era una probabilidad? Ni siquiera sabía a ciencia cierta qué había pasado con el collar. ¿Cómo iba a explicar eso?

—Lo están atendiendo en este momento —fue lo que consiguió pronunciar, sabía que de nada le serviría decir algo más. De nuevo se había puesto de pie.

Hades solo asintió con la cabeza, y se dejó caer en una de las sillas a su lado. Estaba tan pálido que parecía un muerto, su cabello, normalmente ordenado Lucia como si hubiera sido tironeado en una eterna frustración, y sus hombros estaban tan caídos que podría haber tenido pesas colgándole de los brazos. El señor D fue a conseguirle un vaso con café y luego de dárselo, se quedó completamente olvidado en su mano. Después lo puso en el suelo. No tomó ni un solo sorbo.

El tiempo se volvió lento de nuevo.

—Pensé que estaba mejorando —susurró el señor di Angelo, en lo que parecía ser un lamento—. Creí que...

El señor D solo asintió. Realmente no sabía qué decir. Puso una mano sobre el hombro del italiano, y luego la retiró. Se sentía tan inútil.

Pasó una eternidad antes de que la puerta en la que había entrado Apolo se abriera de nuevo. Cuando lo hizo, el señor D se levantó otra vez, y casi por reflejo, pero tardío, Hades lo hizo también. El pobre hombre parecía ser un esqueleto que aún tenía posibilidad de movimiento, pero ni su alma, ni su sangre estaban en él nunca más.

Apolo habló un momento más con un par de colegas. Por una de las pocas veces en su vida, su rostro estaba completamente serio, sin rastros de la sonrisa que hacía que a todas las mujeres les temblaran las piernas. Dio un par de instrucciones, firmó una hoja de papel, encima de una tablilla, y finalmente se giró hacia ellos.

Sus ojos miraron primero a uno y luego al otro. La preocupación se mantenía también sobre ellos. Sin embargo, cuando se acercó, soltó un suspiro y dijo, sin rodeos:

—Está estable, va a estar bien —su voz sonando absurdamente ronca, como si él mismo estuviese luchando por no echarse a llorar.

Hades estuvo a punto de caerse al suelo. Su cabeza se inclinó hacia el frente, y Apolo, con sus habilidades de doctor experimentado se preparó para atajarlo. Pero, él no cayó. Solo recargó su cabeza contra el hombro de Apolo un segundo, y luego se incorporó. Lentamente dio un par de besos a cada una de las mejillas de su amigo de reuniones, al mejor estilo italiano, y al final se alejó de nuevo.

A Apolo empezaron a temblarle las manos. Quizá se sonrojó un poquito. El señor D carraspeó.

—Gracias —pronunció suavemente Hades, sin darse cuenta de nada más—. ¿Está despierto? ¿Puede moverse? ¿Puede hablar?

—Ahora no lo está, pero despertó hace un momento y contestó nuestras preguntas de rutina. Decidí sedarlo para que descanse un rato, estaba bastante... inquieto. Sí puede moverse, afortunadamente lo encontraron a tiempo, y las tácticas de resucitación se aplicaron de la manera correcta. Tiene lastimada la piel del cuello, también su garganta se vio afectada, sufrirá disfonía unos días, pero no parece haber daño en el resto de su cuerpo. Ordené realizar otros exámenes solo para descartar cualquier malestar, pero... es... es casi milagroso. Tu hijo es resistente, se recuperará en algunos días.

>>Ahora bien... —Apolo pensó un momento antes de agregar lo que quería decir—, su salud psicológica es lo que más me preocupa... ¿Se hizo esto a sí mismo? Señor di Angelo, él necesita ver a un psicólogo...

—Lo ha hecho. No ha visto a uno, ha visto a cientos —renegó Hades, luego llevó ambas manos hasta el rostro—. Ya no sé qué más...

Apolo entonces, cayó en cuenta...

—¿No es... no es su primera vez? —fue una pregunta, pero no parecía esperar respuesta. Su mano se levantó y se colocó sobre el hombro de Hades. El señor D se sentía miserable, pero no se le ocurría nada qué decir. Y aún no tenía noticias del Instituto.

—Es la tercera —contestó el señor di Angelo. Apolo empalideció hasta verse tan enfermo como su consuegro— Pero está fuera de peligro, ¿verdad?

Apolo tardó un poco en asentir. Su mano seguía aferrada al hombro de Hades. Tragó saliva antes de volver a hablar.

—Sí... Yo me voy a encargar de él, mientras esté aquí, ¿sí? —era su modo de dar palabras de apoyo. Hades pensó que, para tratarse de una persona "especial", realmente era muy buen doctor—. Fue buena idea pedir que me transfirieran al hospital más cercano al Instituto solo para estar más cerca de Will, ¿eh?

Fue entonces cuando la puerta de la sala de espera se abrió una vez más, y un grupo de vándalos sin oficio ni beneficio entró, prácticamente lanzando patadas hacia los lados, a quien fuera que se atreviera a bloquearles el paso. Solo les faltaban un par de pistolas, para que pareciera que estaban a punto de asaltar el Hospital. Con Clarisse, Frank, Percy y Jason cubriendo los cuatro puntos cardinales, no era que necesitarán armas de fuego, de todos modos.

—¡¿Pero, qué diablos?! —el señor D sintió como su presión arterial subía súbitamente. Y Apolo se apresuró a recordarle que no debía sufrir un infarto—. ¡PERO, SI REFORCÉ LA SEGURIDAD! ¡CHERRY ESTABA A CARGO DE USTEDES! ¡CÓMO DEMONIOS! ¿QUÉ AUTO SE ROBARON ESTA VEZ, MOCOSOS SINVERGÜENZAS?

Nadie le prestó atención. Hazel se separó de ellos y salió corriendo hasta alcanzar a su papá. Sin miedo a ser reprendida por una fuga que ella había orquestado en primer lugar. No lo abrazó, ni nada por el estilo. Solo se paró a su lado, mirándolo a los ojos y con un frialdad impresionante preguntó:

—¿Sigue vivo? —Hades asintió con la cabeza. Hazel exhaló profundamente, y, a continuación solo dijo—: Bien.

Después de eso se fue a sentar en el piso. Lejos de cualquiera de las dos puertas, y se quedó mirando hacia la nada. Hades la contempló casi con envidia, al parecer quería hacer lo mismo. Se inclinó y recuperó su vaso de café, luego caminó hacia donde estaba ella y se lo dio. Después volvió con Apolo y el señor D.

El señor D estaba sujetando con fuerza la oreja de Andrew Fort y le regañaba efusivamente por volver a permitir otra fuga, sobre todo en la situación actual. Le dejó en claro que su laptop iba a ser nuevamente decomisada, antes de soltarlo.

—Y su celular también, señorita Takahasi —agregó, apuntándole con un dedo regordete, a lo cual Drew respondió sacándole la lengua—. No voy a escatimar en esfuerzos para acabar con sus ansias de escapar. Ni una sola vez más volveré a menospreciar al señor Fortimer.

—Tranquilo, señor D —Annabeth intentó apaciguarlo. Se había acercado con Percy y Piper a cada lado, al mismo tiempo que le enviaba miradas nerviosas al señor di Angelo—. Al menos esta vez no explotamos la camioneta, ¿verdad? —levantó las manos en señal de ánimo—. Concentrémonos en lo positivo.

—¡Se robaron una patrulla, señorita Cheese! —exclamó el director, soltando finalmente la oreja ya roja de Andrew—. ¡¿Cómo se supone que le explique eso a la policía?!

—Dígales que era una emergencia —intervino Piper—. Además, ese policía fue muy fácil de confundir, señor D.

—¡Estoy de acuerdo! —se quejó Jason—. Tiene instintos pedófilos, señor D. ¡No hay otra explicación!

—¿Entonces Nico está bien? —Leo se adelantó para reafirmar—. Está bien, ¿verdad?

Apenas mencionó a Nico, los demás se apresuraron a repetir también la pregunta, todos a la vez, sonando como un grupo de pollitos enloquecidos tratando de conseguir comida de la mamá gallina más gorda.

Annabeth: ¿Nico va a vivir?

Issak: ¿Va a quedar paralítico?

Clarisse: ¿Necesitará una cirugía?

Percy: ¿Podemos donarle sangre?

El señor D empezó a sentirse mareado, tratando de contestar a todos, mientras daba palmaditas a uno y a otro para calmarlos. Mientras tanto, el señor di Angelo solo contemplaba la escena con una expresión muda que denotaba algo de sorpresa.

—Tranquilos, tranquilos, están asustando a las demás personas... —estaba diciendo Apolo, un poco divertido, cuando de improviso, una figura pasó casi volando a su lado, como una brillante mariposa amarilla dando sus mejores aleteos para llegar antes a la flor más brillante del jardín.

Había sido Will, que corriendo velozmente como luz refulgente, había cruzado toda la estancia para ingresar en la sala de emergencias donde probablemente tendrían a Nico. Ni siquiera miró a su padre, claro que mucho menos había pedido permiso. Las puertas chirriaron cuando fueron abiertas con un golpe y luego quedaron moviéndose hacia atrás y adelante. Todos quedaron atónitos por un momento, luego, Apolo se despabiló, y rápidamente se fue a alcanzar a su hijo.

—¡WILL! ¡NO PUEDES ENTRAR ALLÍ, LO SABES! —La voz de Apolo fue apagándose a medida que se adentraba en el pasillo detrás de esas puertas.

Varias enfermeras empezaron a murmurar de inmediato, y luego hicieron gestos hacia las personas en la sala de espera para que bajaran la voz, a pesar de todo el escándalo que ya se había hecho en ese lugar. Aún así, hicieron el intento.

Por otro lado, el padre de Nico se quedó observando por dónde padre e hijo "Solaces", habían desaparecido. Después, dio un repaso con la mirada sobre cada uno de los chicos y las chicas, con rostros expectantes por saber cómo estaba su hijo. Finalmente, sus ojos acabaron sobre el director.

—¿Todos estos son amigos de Nico? —preguntó Hades, sus brazos estaban caídos hacia los lados, su cabeza un tanto inclinada hacia la izquierda y su ceño fruncido, como si hubiera algo que no entendiera—. ¿Se escaparon para venir a ver cómo estaba?

—Sí, y créame señor di Angelo, voy a solucionarlo —empezó el señor D—. Solo deme unos minutos y conseguiré un modo de enviarlos de vuelta al...

—Gracias por venir. —Lo interrumpió el señor di Angelo, como si aún no se lo creyera. Su simple voz ocasionó que todos los chicos se quedaran quietos al fin, como si le temieran en exceso.

Sin embargo, para Hades, simplemente era impresionante. Había estado en esta situación tres veces antes, y en todas esas ocasiones, Nico había estado completamente solo. Ahora... Ahora estaba rodeado de amigos. Era... simplemente...

Distinto.

Nuevo.

Quizás esta vez, sería la última. Y Nico podría curarse con la ayuda de sus amigos. Aquel pensamiento le brindó un poco de paz. Entonces, con un cansancio demasiado arraigado, que a duras penas le permitía mantenerse entero, terminó por dejarse caer en la misma silla de antes, y soltó una larga exhalación. Finalmente, sintió esperanza. Y fue allí, cuando todo parecía empezar a mejorar un poquito, que la puerta se abrió una vez más, y ella apareció.

Sus ojos cafés con motas amarillas. Su sonrisa falsa. Su cabello atado en una coleta. Y su piel, completamente libre de imperfecciones.

Sophie Manganello estaba de regreso.

Paso #59; Vive. Sea cual sea tu dolor, te ayudaremos a resolverlo. Te lo prometo. Solo aguanta un poco más. Todo mejorará, tarde o temprano, porque nada dura para siempre. Ni el llanto, ni el sufrimiento, ni la incertidumbre, ni el pesar... Siempre habrá noches, y con cada noche, volverá un amanecer.

A veces se necesita ayuda.

Está bien necesitar ayuda.

Puedes lograrlo. 

El 24 de Julio celebramos el cumpleaños de su majestad la Reina, RLkinn, señora de sus corazones y señora de mis calzones y de este fandom cochino.

Presenten sus respetos, y que tengan un buen inicio de temporada de Leo, el rey de todos, al igual que el sol, que reina nuestra galaxia y su zodiaco. 

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