Paso #57: Toma la responsabilidad

Nico había estado a punto de sugerirle a Will que se fueran a otro lugar juntos, cuando la vida en el Instituto cambió drásticamente por culpa de una de esas tragedias que marchitan el alma de aquellos seres queridos involucrados. No hubo ningún indicio, como ocurría en las películas. Los coyotes no habían aullado lamentándose, el cielo no se había oscurecido con tormentas y relámpagos; no se había sentido ninguna diferencia entre el último segundo y el primero desde que Charlie había muerto. Simplemente había estado tomando jugo de uvas, y devorando camarones, escuchando a Jason reírse de la cara de Percy antes de irse, y mirando a Will a hurtadillas, con las palabras cosquilleando en su lengua:

"¿Quieres ir a otro lado conmigo?"

Entonces Annabeth había salido tropezando de la puerta que daba a la alberca, y chocado contra un guardia que había estado de pie cerca del marco, vigilando, aunque sus ojos siempre estaban fijos en los traseros de las señoritas que pasaban cerca de él. Sujetó a Annabeth de los brazos antes de que se estampara contra el suelo, y parecía que estaba por regañarla cuando de forma violenta, ella se deshizo de su agarre para salir corriendo, buscando desesperadamente a alguien: al director. Y cuando lo encontró, ahora fue ella quien lo agarró de sus brazos enfundados en traje morado, diciendo algo, con efusión y gestos desesperados.

El rostro del Señor D se puso pálido, luego balbuceó algo a Quirón, y salió corriendo por donde había venido Annabeth. En cuanto a ella, después de taparse los labios con una mano temblorosa que se divisaba a leguas, se giró para ver al grupo de amigos que había abandonado con Percy, hace sólo unos minutos. Y su expresión, era una con la que Nico estaba familiarizado.

—¿Qué está pasando? —murmuró Leo al lado de Will, activando aún más la alarma en cada uno de ellos.

Luego Nico se había movido hacia adelante, y en consecuencia, su grupo también le pisó los talones, incluyendo a Annabeth, al verlos ir por donde ella había huido. De lo que no se dio cuenta fue que otras personas iban adhiriéndose a ellos, como una manada de hienas siguiendo al que les proveería diversión. Pero no había nada de divertido en la situación, pronto lo supieron. Percy seguía en el mismo lugar donde Annabeth lo había dejado, de pie en el borde de la piscina, caían espesas gotas de sangre de la punta de sus dedos y tenía la parte trasera de su pantalón completamente húmeda de sangre. Sus ojos verdes brillaban en la oscuridad, abiertos y horrorizados mientras se preguntaba:

"¿Cómo voy a volver a nadar aquí?"

En tanto el director, llegando a su lado, se dejaba caer sobre sus rodillas de forma descuidada (aunque parecía que no fuera a sentir algo incluso si lo abofeteaban en la cara), para estirar el brazo y... De pronto, el señor D se detuvo. Su mano extendida a punto de tocar a Charlie, lentamente, retrocedió, y la cerró en un puño al costado de su cuerpo. No dijo nada por unos segundos, luego todo lo que podía decir eran maldiciones, saliendo a borbotones de sus labios una y otra vez.

—Mierda, mierda, mierda, ¡carajo, maldición!

Nico tragó saliva duramente, como si le hubieran metido arena del desierto en la boca que le raspaba la garganta. Su mente se llenó repentinamente, de todos los momentos en los que había hablado con Charlie, que, si bien nunca habían sido amigos íntimos, de todos modos, había sido un compañero y en definitiva, no merecía haber acabado como lucía ahora: hinchado, pálido, flotando como si fuera un trozo de pan poniéndose azul. Y por supuesto, la gente no debería estar mirándolo como si fuera un objeto de atracción. Por primera vez, agradeció que el director prohibiera los celulares, o hubieran estado grabando y tomando fotos desde hace rato, y Nico quizás no se hubiera controlado.

Los muertos no deberían ser fotografiados por el morbo.

Todavía merecían el mismo respeto que cuando estaban vivos.

Súbitamente, un grito estridente cortó la extraña y frágil quietud del momento. Inmediatamente después, le siguieron desconsolados sollozos y lamentos que parecían helar la sangre. Silena había llegado al frente, abriéndose paso entre una multitud que la miraba incómoda. Se sentía confusa acerca de esto, hasta que divisó a su amado novio flotando en la piscina, indudablemente muerto, sin esperanza de que fuera una broma. Porque todos lucían demasiado serios, y totalmente aterrorizados de una mujer con el corazón destrozado.

Llorando, Silena corrió hacia la piscina. Parecía que tenía planeado lanzarse al agua, hasta que el Señor D. la detuvo rodeando un brazo alrededor de su clavícula, y su mano libre la afianzaba del brazo. Ella se sacudió airadamente, sus pies lanzando patadas y sus uñas postizas casi rasgando la piel del hombre que la sujetaba mientras seguía gritando, y su hermoso rostro se desfiguraba en una mueca horrible que era de crudo dolor y desesperación.

Fue algo bastante lamentable de contemplar.

—¿Qué fue lo qué pasó? —murmuró uno.

—Charlie ha muerto, ¿qué no ves? ¡Y vaya forma de hacerlo! —murmuró otro.

—No, no, me refiero a, ¿cómo? —volvieron a preguntar, mientras otras voces iban en crescendo, como una ventisca de arena—. Estaba bailando con Silena, hace sólo unos minutos.

—Solo había ido a orinar un momento.

—¿Creen que fue un ajuste de cuentas?

—Pobre Silena.

—Me alegro de no haber sido él, hombre...

—Pobre Silena, nunca volverá a ser la misma después de esto.

Silena al fin se liberó de los brazos del director, pero cayó inmediatamente al piso, desgraciadamente a causa del charco de sangre que había dejado su novio muerto. El horror la hizo hipar cuando vio sus manos pegajosas de líquido rojo. Soltó un alarido, y entonces, sus ojos se elevaron por inercia, y se encontraron con los de Nico, vacíos y opacos, mientras seguía rígidamente de pie en el mismo lugar, casi haciéndose uno con las sombras.

—Él lo hizo... —Las palabras de Silena eran temblorosas pero contundentes. Fue subiendo de tono con cada palabra que soltaba hasta que se volvió estridente de oír—. ¿Quién más podría haberlo hecho? ¡TUVISTE QUE SER TÚ! ¡NO HAY NADIE PEOR QUE TÚ EN ESTE SITIO!

—Espera Silena —dijo Piper, de forma tentativa y preocupada— no digas esas cosas...

—¡¿POR QUÉ? TODOS SABEN QUE ES UN MALDITO HISTÉRICO SIN TORNILLOS. ¡TODOS LO DICEN! NO FINJAN AHORA, MALDITOS HIPÓCRITAS —se puso de pie, tambaleante—. ¡POR QUÉ TODOS DEBEMOS PAGAR ESTAR CON UNA MIERDA COMO ÉL!

No era algo particularmente doloroso de oír, además, él mejor que nadie en el Instituto, sabía lo que era soltar acusaciones y griteríos irracionales cuando el dolor y la culpa te embargaba. Se preguntó vagamente si esto era algún tipo de karma por aquella ocasión sobre Hazel y el director, al mismo tiempo que recibía, sin mover un solo músculo, la fuerte bofetada de Silena en su mejilla derecha. El golpe hizo eco contra las paredes, junto con algunas exclamaciones por parte de los espectadores. Pero Nico no soltó un solo sonido, ni siquiera cuando fue zarandeado como si estuviera dentro de una licuadora.

Él no era de los que subestimaban la fuerza de las mujeres, pero francamente, no se había esperado que Silena tuviera tal poder para moverlo que, si estuviera cerca de una pared, era seguro que ya tendría la cabeza partida como una sandía, con los restos de sus sesos haciéndole compañía a los de Charlie. Nico solamente la miró en los intervalos que podía. Entendía solo la mitad de las cosas que decía, ya que su voz se quebraba en cada frase, volviéndose ininteligibles y como quejidos que provenían de una herida profunda en su corazón.

—¡TODO ESTO ES TU CULPA! ¿POR QUÉ NO MORISTE TÚ? OJALÁ TE HUBIERAS MUERTO EN VEZ DE CHARLIE. ¿POR QUÉ TUVISTE QUE EXISTIR AQUÍ? —chillaba, golpeando su pecho con los puños—. TÚ ERES EL MALDITO LOCO, TÚ DEBISTE MATARLO. ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ?

Quizás habría sido bueno que él realmente lo hubiera matado. Así podría haberle dado un porqué a Silena, para que la pregunta dejara de atormentarla por el resto de su vida. Pero no podía, y él estaba inusualmente mudo mientras recibía otra bofetada, luego un puñetazo en la barbilla, luego un jalón en el pelo, luego una patada, y de nuevo otra bofetada, y otro jalón, y gritos, y más gritos, y amenazas y miradas de odio, conocidas, familiares... Hasta que Will se puso en medio de ambos, y recibió el centésimo golpe que había estado dirigido a él.

—¡Basta, Silena! ¡Por favor, basta! —No había gritado, pero la voz severa de Will bastaba siempre para poner orden en cualquier lugar—. ¡Nico no es un asesino! Estuvo conmigo y sus amigos todo el tiempo, ¡él no lo hizo!

Pero, Silena no lo estaba escuchando, su mente ya había ido a otra dirección mientras se aferraba a él ahora, y prácticamente le suplicaba de rodillas como si pensara estúpidamente que aún se podía hacer algo.

—Will... Oh, Will... por favor sálvalo —lloró otra vez, y Will frunció los labios en una mueca contraída, como si Silena le hubiera arrancado un órgano con una sola mano—. Por favor haz algo... tráemelo de vuelta... Te lo ruego...

—Ya es demasiado tarde... lo lamento... —susurró Will, dos lágrimas se deslizaron por sus pómulos—. Llegamos muy tarde...

—Tú siempre encuentras la solución a todo, eres el único que puede Will, ayúdame, ayúdame...

—Silena... Lo siento, lo siento tanto —cada vez que se disculpaba, ella sufría un temblor más fuerte que al anterior mientras volvía a deshacerse en llanto. Will la sujetaba de los brazos con fuerza. A lo lejos Percy miraba en silencio, con los ojos desorbitados. A su lado Annabeth seguía con la mano sobre la boca. El lugar había enmudecido tanto, que todos pudieron alcanzar a oír los últimos murmullos de Will—: Lo lamento, ya no hay nada que pueda hacer. Lo lamento, soy un inútil. Perdóname a mí, Silena.

Ella comenzó a balbucear, sus palabras ya no eran comprendidas por nadie más, y a decir verdad, posiblemente tampoco por ella. Trastabilló unos cuantos pasos lejos de Will, excepto que realmente no podía alejarse de él, porque la estaba sosteniendo para cuando sucediera. Era solo cuestión de tiempo, su palidez, su estado de histeria, su mirada desorbitada, todas eran señales que alguien como Will definitivamente podría notar.

Finalmente, las piernas de Silena cedieron, y ella se desmayó en los brazos de Will, con la cabeza colgándole a un lado, mientras las lágrimas seguían fluyendo por sus mejillas, cual canilla rota. Will se dejó caer en el suelo, lo más suave posible, y acomodando a Silena contra él, le acarició la mejilla y quitó algunas hebras húmedas que se le habían pegado en el rostro. Su semblante lleno de pecas que resaltaban más por su lividez, transmitía toda la culpa que sentía.

Sin embargo, ahora había algo que sí podía hacer: encargarse de ella, quien aún seguía viva.

Las voces volvieron de forma gradual, al mismo tiempo que una decena de guardias entraban en el lugar, con expresiones severas y fustas en la mano y la otra sobre la pistola escondida en la funda detrás de sus chaquetas. Cornelio entró con ellos, primero trastabilló cuando vio el cadáver de Charlie flotando en el agua. Se llevó una mano al pecho, justo sobre su corazón, luego miró hacia la desvanecida Silena en brazos de Will, y su faz se entristeció aún más, como si algo se rompiera en su subconsciente. Sus labios parecían formular las palabras:

"Esto es por mi incompetencia".

Seguidamente, cerró los ojos y se obligó a enfriar su mente, al abrirlos de nuevo envió órdenes a los guardias para que fueran sacando a los alumnos del sitio, con el menor ruido posible. Por lo que una fila de estudiantes empezaban a desaparecer por ambas puertas del recinto, con Cherry ayudando a Cornelio, mientras éste último se dirigía hacia el director, para colocarse a su lado y poner una mano sobre su hombro, en señal de apoyo.

—Avisa a la enfermera... —murmuró el Señor D, echando un último vistazo hacia su difunto alumno— para que asista a la chica.

—Entendido —contestó Cornelio, y sacó su radio para enviar más órdenes a través de ella.

En ese momento, Piper y Hazel se movieron para llegar junto a Annabeth, que se había acercado más a Percy y le rodeaba el brazo con una mano de nudillos pálidos. La rubia apenas notó a Piper medio abrazándola a su costado, pero cuando Hazel acarició su mejilla helada y le puso un mechón detrás de la oreja, algo de la neblina de sus ojos se disipó y en su lugar, gruesas lágrimas cayeron hasta su barbilla, creando una línea de rimel que daba la ilusión de estar quebrada.

Cuando Percy la vio por el rabillo de su ojo, intentó automáticamente pasar los dedos por su mejilla, sin embargo, se detuvo en el último segundo de hacerlo, al recordar que tenía las manos llenas de sangre. El gran tiburón del Instituto formó un vago y triste puchero sobre los labios. Consideró la idea de tomar sus labios con sus labios, pero el momento no era absolutamente adecuado para efectuar tal acción. Iba a pedirle a una de las chicas que lo hicieran por él, no obstante, antes de voltearse siquiera a ellas, Piper ya estaba limpiándola con un pequeño pañuelo que sacó del interior de su escote.

—Está bien, ¿estás herida? —le preguntó después, utilizando un tono de voz bajo que de todos modos fracasó, puesto que el eco ya se había encargado de llevar sus palabras a todas las orejas curiosas.

—Estoy bien —contestó Annabeth débilmente—, Charlie ya estaba ahí cuando llegamos.

—¿Sabes qué pasó? —preguntó Hazel esta vez, frotando sus manos con las suyas. De vez en cuando, también miraba a su hermano de soslayo. Quería ir con él, pero sabía que Nico no agradecería sus palabras de consuelo. Así que solo le quedaba esperar, hasta que Nico la llamara por iniciativa propia.

—No tengo idea —dijo Annabeth, regresando su atención—. No vimos, ni escuchamos nada...

El sonido de un carraspeo la interrumpió. Había sido el Señor D, que ya se había parado y ahora miraba a todos con unos ojos tan fríos y distantes como nunca antes nadie había atestiguado. Se veían negros y turbios, y quizás, hundidos con algo de locura mientras hablaba para todos:

—No puedo imaginar un final más amargo que éste —suspiró, y alzaba la mirada al techo—. Parece como si fuera un castigo. Sigo cometiendo los mismos errores.

Cornelio lo miró, negó silenciosamente, pero no agregó consuelo. Sabía que cualquier cosa que dijera, jamás sería suficiente.

Al transcurrir un instante que pareció congelarse en las arenas del tiempo, el director del Instituto volvió al presente, y se giró para empezar a llamar a sus estudiantes más peligrosos, nombrándolos, según los veía:

—Percy. Clarisse. Nico... —su mirada se detuvo sobre Leo, pasó de largo— Dimitri, Chris y los gemelos. Van a acompañarme a mi oficina. Ahora.

Aquello debería haberlos asustado. Ah, sin embargo, nada nunca, superaría el terror que había generado este director, diciendo todos y cada uno de los nombres, de forma correcta y sin ningún titubeo o error. Eso había sido suficiente, para que los escalofríos recorrieran sus cuerpos, cual víboras viscosas subiendo por sus espaldas.

Dimitri, que se había negado rotundamente a salir de allí bajo las órdenes de los guardias, parecía muy arrepentido ahora de haber desobedecido. Estaba en la zona derecha cerca de los bancos, junto con sus secuaces. Chris lucía con ganas de vomitar por el verde de su tez. Los gemelos en cambio, se veían como siempre: matones que parecían haber sido clonados para captar instrucciones básicas y se les había olvidado insertar el cerebro.

Al igual que Nico, entendían la seriedad de las circunstancias y no eran capaces de soltar siquiera una diminuta protesta. Ni siquiera Will, que se moría de ganas de defender a su novio, intentó hacer algo. Tan solo viró el cuello hacia Nico, alzando la cabeza un poco desde su posición aún sentada, para enviarle una expresión que transmitiera confianza. No era momento para las estupideces.

Aún así, siempre estaría ese estúpido que haría preguntas tontas al profesor:

—¡¿QUÉ?! —exclamó Jesse, indignado. Había estado escondiéndose detrás de la enorme figura de Dimitri, pero ahora, caminó hasta llegar a tres metros de la alberca y apuntó al Señor D con un dedo—. ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ TIENE QUE LLEVÁRSELOS?

—Jesse —pronunció Dimitri entre dientes, con rostro de querer darle un puñetazo al aludido— vuelve aquí y cállate.

—No, Golova, esto es injusto —soltó Jesse para sorpresa de su jefe, para luego seguir hablando—: Nosotros llevamos todo este tiempo aquí y jamás ha pasado nada, —señaló a Herc, que estaba de pie al lado de Quirón, dando un respingo cuando Jesse lo acusó abruptamente—. Ese sujeto aparece aquí una noche ¿y de pronto muere alguien? ¡No me jodas! ¿Quién creen que es el culpable?

Hércules tragó saliva, y no ocultó que se veía tremendamente afectado. Sin embargo, él miró solamente a Quirón, como si su opinión fuera lo único que le importara en este momento. Con ojitos de borrego degollado, expresión lastimosa, toda su preocupación estaba dirigida a su padrino; pero Quirón, él parecía no poder apartar los ojos de Charlie, con algo indescifrable en ellos.

—Muchacho, no te metas en esto —ordenó el director, dirigiéndose hacia Jesse.

—Solo estoy diciendo lo que todo el mundo piensa —dijo Jesse, como un eco de las palabras de Silena.

Y Quirón intentó dar un paso al frente, pero por el tropiezo, quedó claro que tenía dificultades para caminar. Casi cayó o se desmayó hacia adelante, de no ser por Hércules sujetándolo de su estómago y espalda, mientras con voz afligida, exclamaba:

—Estuve en los controles todo el tiempo, ¿cómo podría haberlo hecho?

Quirón se llevó una mano a la frente, y no contestó. Por otro lado, el señor D, se limitó a decir:

—Cherry, acompaña a Quirón y Herc a la enfermería —luego se dirigió hacia Cornelio, fiel a su lado—. Que alguien se quede aquí haciendo guardia, hasta que llegue la policía —y finalmente, hacía Argos— tú acompaña a las chicas rezagadas a sus habitaciones, por favor. Y llévate a cinco guardias contigo. Tengo el presentimiento de que esto no fue planeado de antemano. Pero, por si acaso. Tengan cuidado.

Argos asintió, y empezó a seguir las órdenes. No quería ser grosero, pero les hizo un gesto a las chicas para que se apuraran a dirigirse hacia la salida. La única que se quedaría, sería Clarisse, quien envió a Frank un desinteresado encogimiento de hombros, como si no tuviera de qué preocuparse. Quizás fuera cierto, pero Clarisse había matado hasta a un caimán solo siendo adolescente. Ahora, más adulta, más grande, y más musculosa, nadie podía negar que, si ella quisiera, podría matar a un ser humano.

Aunque utilizar una pistola no parecía ser su estilo.

Annabeth se despidió de Percy con un ligero beso en la mejilla. No le dijo nada, pero trató de transmitirle todo su apoyo y amor a través de sus ojos. Percy sonrió vagamente en respuesta, y le apretó la mano, antes de que se marchara, respaldada por Hazel y Piper. En el camino, Hazel rozó la mano de su hermano. Por supuesto que quería hacer más que eso, pero la repentina presencia del director, que se había acercado hasta pararse enfrente de Nico, evitaba que se lo llevara consigo para mimarlo y protegerlo de las horribles palabras de Silena.

El señor D posó una mano sobre el hombro de Nico, con tanta fuerza que seguramente le dejaría un moretón en la piel.

—Andando, Nico —dijo observándolo directamente al rostro, como si quisiera desarmarlo, uno por uno, hasta encontrar cada secreto que guardaba.

Nico envió una última mirada hacia Will, y finalmente, fue obligado a moverse junto con los demás estudiantes peligrosos del Instituto, en una fila con guardas respaldando la retaguardia. Cuando solo quedaron Will y una Silena, desmayada en sus brazos, en el lugar, con un montón de hombres de seguridad estudiando y vigilando la escena del crimen, Cornelio se aproximó a Will, con una pequeña y triste sonrisa en su faz.

—¿Te quedarás a cuidarla?

Will asintió. Había un nudo en su garganta, pero luchó para sacar las palabras.

—Es lo menos que puedo hacer por ella —dijo—. Llegué muy tarde. Otra vez. Si tan solo hubiera estado aquí, quizás hubiese salvado a Charlie.

Sintió de repente, una mano acariciando los rizos dorados de su cabeza. Al levantar la mirada, vio que la sonrisa de Cornelio había adquirido calidez. Casi de una forma paternal. Entrecerró los ojos, y le dio un par de palmaditas cerca de la frente.

—Solo lleva en tus hombros lo que te corresponde, Will —le dijo, dando una casi imperceptible caricia, tan solo un mínimo gesto de consuelo, ni más, ni menos.

Se los quedó mirando un rato, a él y a Silena. Dio un suspiro repleto de tristeza, y luego se fue a hablar con otros guardias. El resto de la noche, Will se quedó mirando la alberca hasta que la enfermera llegó para llevarse a Silena, y ni así la abandonó, se fue con ella a la enfermería, mientras las amables palabras de Cornelio se repetían en su mente.

Pero echarse la culpa era típico de Will.

Había una especie de viento espeluznante moviéndose a través de los pasillos del edificio administrativo, que se colaba por debajo de sus camisetas y hacía erizar todos los pelitos de sus cuerpos. El señor D encabezaba el grupo, y caminaba de forma veloz, como si no quisiera detenerse ni un solo segundo, para no pensar en lo que acababa de suceder. Arrastraba a Nico, obligándolo a caminar tan rápido como él, sosteniéndolo del codo con un par de dedos duros cual pinzas, haciéndolo trastabillar de vez en cuando.

Después de ellos, avanzaba Clarisse, quien a pesar de estar acostumbrada a sobrevivir a la intemperie y en situaciones de peligro, frotaba sus brazos, como si el frío estuviera pudiendo contra ella por primera vez en la vida. Quizá su vestido no ayudaba, pero el ceño fruncido y su mirada perdida en distintos puntos del piso, hacía creer a los demás que ni ella aceptaría un abrigo, ni le serviría de absolutamente nada si se lo dieran.

Tras Clarisse, iba Percy, muchísimo más pálido que los demás, a un punto que su piel podía competir en color con sus ojos verdes, sus rodillas temblaban, a duras penas podía avanzar, pero intentaba dominarse hasta donde le fuera posible. Lo que estaba más claro que el hielo, era que ninguno de sus compañeros de atrás le iba a ayudar a avanzar si es que sus piernas fallaban: Los gemelos compartían una que otra mirada de vez en cuando; Dimitri intentaba hacer lo mismo con Chris, pero este estaba concentrado forzándose a sí mismo a recordar que debía actuar como un esbirro fiel y obediente, manteniéndose lejos de Nico y Percy, pero sobre todo de Clarisse, así que solo miraba hacia el piso. Dos guardias se movían detrás de ellos, ambos armados.

Después de lo que pareció una travesía infinita por los pasillos de un infierno congelado y ventoso, el señor D alcanzó la cerradura de la puerta de su oficina, y con una mano un tanto temblorosa, introdujo la llave e incentivó a todos sus estudiantes a entrar. Dejó que ingresaran los guardias también, pero él se quedó en la puerta, esperando algo, o a alguien.

Ninguno de ellos tomó asiento, a decir verdad, ninguno de ellos se movió siquiera. Era como si el aire de pronto se hubiera convertido en gelatina y fuera tan difícil atravesarlo para moverse, como respirar. Tal vez todos estaban demasiado concentrados en sus propios pensamientos como para poder hacer algo más que mantenerse en pie. Ni siquiera se fijaron en toda la sangre que manchaba las prendas de Percy, o en el olor metálico que empezaba a desprenderse de ellas.

Quizá Percy sí estaba muy consciente de eso, porque cada vez palidecía más y más.

Después de un rato, la psicóloga llegó, corriendo apresurada, aún vistiendo su pijama amarilla, que apenas la ocultaba un poco, junto con una bata del mismo color. Tenía las mejillas sonrojadas por el esfuerzo y sin ni un solo rastro de maquillaje en el rostro, lo que evidenciaba que había sido sacada de la cama con la mala noticia. Su pecho se levantaba y caía con prontitud, y una especie de temblor que dejaba entrever su nerviosismo.

Miró al señor D, con una pregunta en sus ojos nublados por la humedad, enrojecidos en las esquinas. El director se limitó a dar un asentimiento con la cabeza y mirar hacia abajo, con su ceño y labios fruncidos. La señorita Derry llevó al instante una mano a su pecho. Su rostro que acostumbraba mostrar una sonrisa, se tiñó de dolor y dibujó una expresión descorazonada, fue casi como si envejeciera diez años. Sus ojos, casi siempre entrecerrados a causa de su excéntrica alegría, parecían ser al menos tres veces más grandes que antes, y mostraron arrugas en las comisuras.

Ella hizo el intento de ingresar a la oficina, pero el señor D la detuvo, negó con la cabeza y en un susurro le confió:

—Me temo que ahora mismo la necesito más en la enfermería que aquí —el silencio era tal que incluso así los estudiantes consiguieron escuchar lo que le dijo—. La señorita Beuregard... No pudimos detenerla antes de que... lo viera...

Las dos manos de la psicóloga se elevaron hasta cubrirse los labios, como si estuviera a punto de echarse a llorar. Luego se estabilizó a sí misma con una inhalación profunda, como solo los adultos eran obligados a hacerlo, y asintió con la cabeza para empezar a alejarse de la oficina del director.

—Yo me encargaré de... —intentó decir y luego se corrigió—, haré lo que esté en mis manos...

Tan pronto como ella se marchó, el señor D entró, por fin, en su oficina, y avanzó hasta estar al otro lado de su escritorio. Corrió su silla un poco hacia la izquierda, a pesar de que eso lo dejaba lejos del centro, acercándose a di Angelo. Nada de eso pasó desapercibido para los demás, mucho menos para Nico. El señor D sacó el aparatito que le avisaba si el collar de Nico se activaba, de su bolsillo, y se quedó mirándolo un momento, como si estuviera decidiendo cómo formular las preguntas que necesitaba hacer.

Aún así, sabía que debía apresurarse. La policía no iba a tardar en aparecer y él necesitaba... necesitaba respuestas, un panorama más claro, o cuando menos, menos nublado. Podía preguntar cualquier cosa, pero sus palabras deberían ser muy bien calculadas, porque un paso en falso, podría alejar a cualquiera de estos chicos... Una palabra mal pronunciada, una mirada malinterpretada, y perderían todo rastro de confianza en él.

Pudo haber preguntado: ¿Qué pasó?, o ¿Por qué?, pero, cuando finalmente levantó la mirada y se enfrentó a los chicos más peligrosos de su Academia, frente a él, el señor D simplemente dijo:

—Si tienen algo que decirme... háganlo ahora —un suspiro se escapó en medio sus palabras, sin que él pudiera detenerlo—, les creeré, pero, si hay algo importante que sepan, y no me lo dicen, yo no podré ayudarlos más tarde, cuando llegue la policía.

El silencio se volvió incluso más espantoso que antes. El aire ya no era de gelatina, sino sólido, y lo que corría por las venas de las personas en aquella oficina, no era sangre, sino hielo.

—¿Puedo ir a cambiarme? —preguntó Percy, en un susurro, y el señor D negó con la cabeza.

—Encontraste el cuerpo, la policía tendrá que examinarte, eres... eres parte de la escena del crimen, Jackson —le contestó—. Te harán muchas preguntas, a ti y a la señorita Chase.

—Yo... Solo estuvimos bailando e íbamos a ir a un lugar más íntimo. —A Percy le tembló la voz—. Si... si hubiera sido yo... Annabeth estaría salpicada de sangre también... Y no habría corrido a buscarlo. Créame, yo no fui.

El señor D lo miró un momento, en silencio, y entonces Percy continuó hablando.

—Antes de eso, estuve en la pista de baile todo el tiempo... Nico... Nico dijo que lo pisé varias veces, mientras él bailaba con Calipso, ¿No es así?

Nico pareció despertar de su letargo, asintió lentamente con la cabeza y luego sus labios se abrieron para hablar, pero tardó un momento más en hacerlo. En su cabeza solo se repetían los gritos de Silena una y otra vez, y una especie de fuerza mental, como si un deja vu luchara por aparecer, el cual no le permitía concentrarse. En un segundo su cabeza estaba llena de Charlie, y toda la sangre a su alrededor, luego era Silena gritando, y después se transformaba en Hazel herida en el camino hacia el Instituto, y él mismo con un arma, y Will intentando que la bajara.

—Estábamos todos juntos —acabó por decir después de un rato—. Yo estaba bailando con Calipso, Percy y Annabeth estaban tras de mí... Jason y Piper también... Will estaba con Leo. Creo que vi a Hazel y a Frank y... Y después si estábamos todos en círculo, no recuerdo que dijimos, pero nos estábamos riendo. Ni siquiera pasaron cinco minutos... Percy no pudo robar un arma, disparar, lanzar el cuerpo al agua, dejarse caer sobre la sangre y ocultar el arma en tan poco tiempo. ¿Verdad?

—¿Estás seguro de que viste a todos tus amigos cuando hablaban en círculo? —preguntó el señor D, y Nico pareció estar a punto de desmoronarse. De un momento a otro sus ojos empezaron a mirar hacia todas direcciones en el piso. Sus labios temblando con alguna especie de tic.

—Yo... No... No lo sé. Creo que...—su respiración se aceleró, su rostro se volvió anormalmente blanco.

—Lo estábamos —intervino Clarisse—. Yo también estaba ahí, puede verificarlo con mi hermano, pero si no le cree a él, entonces puede verificarlo con Belladona. A ella todos le caemos mal, no nos cubriría. Antes de la batalla de baile, Nico y yo estábamos en la piscina, después en la pista de baile. Después de eso, yo estaba cerca de la mesa de bocadillos. Y no sé si lo ha notado, pero no es como que pueda pasar desapercibida.

—Es... es cierto —Percy se aventuró a interrumpir a la bestia—. Incluso en un día normal, Clarisse se mueve de forma muy ruidosa, si está en la habitación no la pierdes de vista. Con ese vestido puesto, creo que sería imposible para ella desaparecer por un momento y aparecer de vuelta como si no hubiera pasado nada.

—Además, ninguno de nosotros tres tenía nada en contra de Charlie —terminó Clarisse, después de haber estado viendo de una forma extraña a Percy. Ella, definitivamente no había estado esperando ayuda por parte de él. Nico, por su parte, a duras penas podía mantenerse lo suficientemente tranquilo como para que su collar estuviera callado. De pronto sentía la urgente necesidad de salir de ahí, correr hasta asegurarse de que Hazel estaba sana y salva en su habitación, y luego comprobar lo mismo con Will.

—Pues nosotros también estuvimos juntos todo el tiempo —intervino Dimitri, después de una ligera pausa, como siempre, forzando el sonido de las "r's"— Y no estábamos solos. Había más de seis perr... —pareció darse cuenta de que al señor D no le estaba gustando la línea que tomaba su vocabulario y se detuvo—, ¿cuál es la palabra?

—Señoritas... —colaboró Oto, aunque era evidente que esa no era la palabra que "había olvidado" Dimitri. El ruso asintió con la cabeza—. Kelly, Tammy, Sandy, Mandy, Candy y Tea. Todas ellas estaban con nosotros.

—Pueden decirle que no salimos del gimnasio en ningún momento —Elfi, apoyó a su hermano, y al ser una de las pocas veces en la que el gemelo hablaba, el señor D se vio casi sorprendido por ello. Así que, a pesar de todo, sus estudiantes si comprendían la gravedad de todo esto. Al menos, entendían la importancia de tener una coartada.

El señor D los escrutó uno a uno, lentamente, como si los instara a decir otra cosa más. No se le escapó que ni Dimitri, ni los gemelos habían negado "tener algo en contra de Charlie", ellos simplemente estaban describiendo dónde habían estado.

—Chris —dijo en voz alta, y el aludido dio un respingo. Estaba tan poco acostumbrado a ser llamado así, especialmente no por el director, que por un instante casi sintió que había sido su madre quien lo había llamado—. No has dicho nada... ¿Estás de acuerdo con lo que dicen tus compañeros?

—No tengo nada que agregar— contestó, sin siquiera pensárselo un poco.

—¿Estás seguro?

—Yo soy un simple carterista— regresó Chris— Ni siquiera entiendo por qué me llamó. Seamos sinceros, si uno de nosotros lo hubiera hecho, no habría utilizado precisamente esta noche para intentarlo... Es decir... ¡Lo estábamos pasando genial! —No había alegría en sus palabras, solo simple exasperación—. ¿Por qué no revisa las cámaras en lugar de preguntarnos?

—Es justo lo que estamos haciendo— el señor D se levantó de su asiento, su silla crujió y otro suspiro se escapó de sus pulmones—, quería asegurarme de que... No encontremos sorpresas y... — se detuvo en sus propios pasos, a tan solo un par de centímetros de distancia de Nico—, quería asegurarme de que sepan, que pueden contarme... contarme cualquier cosa.

Sujetó nuevamente el codo de Nico, como si tuviera miedo de que este de un momento a otro pudiera robarle la pistola a alguno de los guardias que los acompañaban y pudiera comenzar a dispararle a los estudiantes presentes. Nico no se quejó, pero a decir verdad, aún tenía la mirada un tanto perdida. Percy, en cambio, estaba en una extrema necesidad de expulsar su rabia contenida en alguna dirección. Viendo que Nico era casi acorralado, no pudo aguantar más.

—¡Le dijimos que él no lo hizo! —Su voz estaba muy cerca de convertirse en un grito, y para su sorpresa, Clarisse se movió hasta sujetarle el brazo a él del mismo modo en que el director lo hacía con di Angelo. Solo hasta ese momento se dio cuenta de que había dado dos amenazantes pasos hacia el frente, como si quisiera tirarse encima del señor D para golpearlo.

Además, había oído el clic de las pistolas detrás de él. El cosquilleo en su nuca le avisó que estaba siendo apuntado.

Cuando Percy llevó su mirada de nuevo, desde Clarisse hasta el director, notó que este lo miraba con las cejas levantadas, así que tuvo que retroceder de nuevo y tomar una inhalación profunda, intentando calmarse.

—Lo... lo siento, no fue mi intención.

—Voy a llevarlos a sus habitaciones ahora. —El señor D no comentó nada al respecto, sino que procedió a indicarles las siguientes órdenes—. Vamos a establecer un toque de queda. No los quiero, bajo ningún motivo, fuera de sus habitaciones. Les estaremos informando qué sucederá con las clases, y... es posible que la policía les haga preguntas. Pero de momento, no se muevan ni siquiera para preguntar cómo están sus amigos de otros cuartos.

>>Nico... Hazel ya está sana y salva en su recámara. Por favor, sigue las órdenes en esta ocasión —se aseguró de dejarlo claro. Luego miró de nuevo a los demás—. Y si alguno recuerda algo que yo necesite saber... Esperen hasta que un guardia haga la ronda en sus pasillos. Estarán entrando a sus habitaciones para monitorear. Infórmenles, y ellos los traerán hasta mí.

A continuación, avanzó, empujando a Nico, en medio de los demás y haciéndole una señal a los dos guardias para que los acompañaran de vuelta hacia las habitaciones de los hombres. Estaba aún a un par de metros de la puerta, cuando esta se abrió de súbito, y un apresurado Cherry ingresó, con la alarma reflejada en su rostro, y un nivel de preocupación tal, que ni siquiera se fijó en que había estudiantes ahí, antes de soltar:

—¡Señor D! ¡El sistema de cámaras!— una gota de sudor bajaba por su frente — ¡Fue ultrajado por la fuerza!

—¡Pero, qué...! ¡Mierda!— el señor D exclamó entre dientes— ¡¿Quién demonios estaba de guardia?!

—Bolton, señor— contestó Cherry de inmediato y las malas noticias no acababan ahí— Lo encontramos inconsciente, con sangre saliendo de sus labios. Aún tenía pulso, pero no sabemos si lo logrará. La enfermera está aplicándole RCP en este momento.

—¡Maldita sea!— se quejó de nuevo el señor D. Por un momento, miró a sus estudiantes, como si estuviera considerando dejarlos al cuidado de sus guardias e irse corriendo al cuarto de cámaras. Pero, se arrepintió al instante y dijo en voz alta— Primero, los llevaré a sus habitaciones, después me encargaré de eso. ¡Cherry!, vuelve allá y manténme al tanto.

Los chicos volvieron a sus habitaciones, el señor D, no pegó un ojo en toda la noche, y la policía después de tomar varias fotos, hizo el levantamiento del cuerpo de Charlie. El desierto seguía siendo el mismo, cruel y frío, con la luna solitaria y caída como si estuviera agotada. Agotada de la maldad de los humanos.

El primer día, después de la muerte de Charlie, empezó temprano, y acabó incluso aún más temprano. Los estudiantes no tuvieron permitido salir de sus habitaciones en ningún momento. Les llevaron las tres comidas del día a cada cuarto y los surtieron de suministros y sobras de los bocadillos de la fiesta.

Percy y Annabeth fueron llamados por la policía para interrogación antes del amanecer, y cuando volvieron a sus habitaciones, Percy al fin pudo cambiarse la ropa y tomar un baño. Eso no ayudó demasiado, estuvo más de la mitad de la mañana abrazado al inodoro, vomitando todo lo que había ingerido la noche anterior, sin que Jason ni Leo pudieran hacer algo para ayudarlo. Aún así, no visitó la enfermería.

En la recamara de Nico no había otra cosa más que silencio. Ninguno de ellos durmió mucho, pero tampoco comentaron nada entre sí. Will, quien siempre era el primero en iniciar las pláticas, estaba recostado en la cama de Nico, con su cabeza sobre las piernas de él, siendo gentilmente acariciado. Mientras que Frank estaba en la cama de Will, quizá solo para no estar arriba, solo. La mayor parte del día, se la pasó mirando hacia la ventana, con la esperanza de ver a Hazel, o a Clarisse, en algún momento.

Las habitaciones de las chicas, no distaban mucho del comportamiento de los varones. Hazel, se mantuvo sentada al lado de su propia ventana, intentando visualizar lo que ocurría en los jardines, con la esperanza de encontrar algún policía que hablara muy fuerte, y ella pudiera escuchar alguna noticia. Calipso temblaba bajo sus cobijas, con un muy fuerte dolor de cabeza, y Drew la observaba, sin decir nada.

La única que podía conseguir información de otro lugar del instituto era Piper, quien, junto con Leo, intentaba hacer durar la batería de los walkie talkies tanto como fuera posible, para no quedarse completamente incomunicados, con los demás.

—¿Cómo sigue Percy?— preguntó, cuando el cielo ya se había oscurecido nuevamente, dando paso a la noche— Cambio.

—No ha vomitado en toda la tarde— contestó Leo, con su voz sonando tan bajito como era posible, era extraño, no sentir ni un solo rastro de alegría en sus palabras— Pero se negó a cenar, para no recaer. Cambio.

—¿Sabes algo de Frank y los demás?— preguntó Piper entonces— Cambio.

—Nada— devolvió Leo— Lo siento, cambio.

—No es tu culpa. Voy a apagarlo ahora. ¿Hablamos mañana? Cambio.

—Intenta no tener pesadillas, te quiero— devolvió Leo— Cambio.

—Y yo a ustedes— dijo Piper— Cambio y fuera.

—Cambio y fuera.

En el segundo día después de la muerte de Charlie, les permitieron salir a los jardines, pero no entrar al área de deportes. Alguien mencionó haber visto llegar a los padres de Charlie, pero por lo que sabían, quizá todo había sido solo un rumor. Se suponía que ese día, la morgue entregaría el cuerpo, para que pudieran hacerle un funeral. No había siquiera rumores de que los fueran a dejar asistir.

Además de eso, no pasaron muchas cosas dignas de recordar. Todo el mundo estaba sumido en silencio, la mayoría no hablaba incluso cuando la policía les preguntaba. La mayor parte de información testimonial, la obtuvieron de Annabeth quien, de algún modo, consiguió mantenerse lo suficientemente entera para repetir una y otra vez lo que había sucedido y como Percy y ella encontraron el cuerpo. Lo hizo pálida, sin ningún tipo de bochorno al describir que iban a escaparse para hacer... Cosas. Todo lo relataba con un talento casi insensible, mientras acariciaba con su mano izquierda, la perla que colgaba de su collar.

El tercer día, como no pudieron asistir al funeral, Quirón y Cornelio se encargaron de organizar una ceremonia, donde encendieron velas en honor a Charlie, y Percy ofreció unas palabras, ya que ni sus compañeros de habitación, ni Silena, se sentían en condiciones para hacerlo. Todo ocurría de forma muy difusa, casi como si fuera una horrible pesadilla interminable, y ellos ni siquiera tenían una fotografía de Charlie, que poner, en medio de las velas, más que aquella de su expediente, lo cual daba un extraño y triste mensaje con respecto a él. A pesar de todo solo había sido un chico.

Un chico que cometió un error, y acabó encerrado, hasta el día de su muerte.

Will visitó a Silena en la enfermería, luego de la ceremonia, y encontró que ya no se encontraba allí, sino en su habitación, haciendo sus maletas, porque sus padres habían solicitado su inmediata liberación: La llevarían a otro lugar, más adecuado para ella, donde pudiera recibir la terapia que evidentemente, ahora necesitaría. Fue la recomendación de la psicóloga Derry, y el señor D no se negó a ello.

Cuando Will la alcanzó, ella ya estaba caminando, tomando la mano de su padre, como si fuera una pequeña niña. Ella seguía llorando. A decir verdad, parecía que no había parado de llorar, desde el día de la tragedia. Cuando lo vio, ella pareció aterrorizarse, pero en lugar de sujetarse fuertemente de su padre, se abalanzó hacia Will con tanto pánico que hasta su padre se asustó.

—¡Will! —Ella lo sujetó de ambos brazos, en una posición a la que habían tomado antes de que colapsara, dos días atrás—. ¿Lo vas a traer de vuelta ahora? ¿Puedes hacerlo?

Will se quedó mudo, contemplándola horrorizado con ganas de echarse a llorar con ella.

—Silena, amor —su padre le sujetó los hombros y la alejó de él amablemente, pero firme. Ella pareció volver al presente, y comenzó a sollozar, más fuerte que antes. Cuando habló de nuevo, lloraba, con una descorazonadora cordura, que contrastaba con su ataque anterior.

—¿Qué voy a hacer sin mi Charlie? ¿Por qué le pasó a él esto? Yo quería casarme con él... —gimió— Charlie dijo que quería una hija llamada Juls... conmigo...— luego ella levantó la mirada de vuelta hacia Will, y lo abrazó, colgándose de su cuello, temblando a sobremanera, advirtió— Aléjate de él Will... ¡Aléjate! — lo miró a los ojos— O terminarás como mi Charlie... Te va a matar Will. ¡Aléjate!

El padre de Silena tironeó de ella hasta que lo soltara, se disculpó con pesadumbre, y después se apresuró a reunirse con su esposa, quien abrazó a Silena y ambas lloraron juntas. Y Will volvió a su habitación, y se refugió de nuevo en brazos de Nico, sin hablar.

El cuarto día, los padres llegaron a una reunión de emergencia, organizada por el señor D. Los autos entraron en fila, y fueron detenidamente examinados por algunos agentes de la policía, antes de que se estacionaran bajo las estrictas indicaciones de un guardia de seguridad encargado del orden. Trataron de no dejar pasar ningún rincón. Bajo el tapete de los asientos. En la guantera. Los pequeños escondites dentro de los asientos, y detrás. En la carrocería. Incluso el interior del capó, se tomaron un momento de mirar, haciendo caso omiso de las quejas, y palabras groseras de Zeus, que no podía creer el atrevimiento de ser tratado siquiera mínimamente, como un sospechoso.

Hades se bajó de su coche, y al igual que el resto, fue examinado por un policía de manos intrusivas y un detector de metales. De nuevo, Zeus volvió a chillar por el atrevimiento, mientras algunos padres se giraban para lanzar una larga mirada hacia los altos y frondosos muros que rodeaban totalmente el Instituto, con cámaras y alambres activados con electricidad suficiente para dejar tieso a cualquier hombre con solo un toque.

Sin embargo, por primera vez, les pareció que el muro era demasiado pequeño e inseguro. La muerte daba esa sensación.

Los que estaban libres de "sospecha", fueron guiados por más guardias, mientras había guardias cerca de las ventanas, más contra las murallas, y más en los edificios de los chicos y las chicas, hasta que llegaron al Gimnasio donde habían hecho la última reunión que tenía por tema conseguir el permiso para la fiesta. ¿Quién hubiera imaginado que aquello terminaría con estos resultados? ¿Con el peor de los escenarios? También era inevitable sentir culpa, a pesar de no haber cometido el crimen, ya que, pensamientos como: "Sí no hubiera dado el permiso". "Quizás si me negaba más".

Pero, nadie podría sentirse más culpable que el mismo director del Instituto. La persona que había manipulado para conseguir el permiso, solo por un capricho fugaz... simplemente por haber querido hacer feliz a sus alumnos... Al final no había servido de nada, ¿verdad?

El señor D estaba inmerso en sus pensamientos, de pie sobre un atril, con Quirón a su derecha y Cornelio a su izquierda, y rodeado de más guardias con sus trajes oscuros, y lentes oscuros, y pistolas atrapadas en fundas saca rápidas. Algunos de los padres estaban sentados sobre las sillas blancas, silenciosos pero turbados, miraban el suelo o sus propios dedos mientras escuchaban el griterío de los otros, los que estaban quejándose y despotricando los unos con los otros y contra el director. Ellos eran, por supuesto, Zeus, la señora Rodriguez, Apolo y Ares, entre otros.

—¿Qué pasa con la seguridad? ¡Es totalmente un chiste! —gritaba Zeus—. ¡El director debe estar despilfarrando nuestro dinero! ¡Un maldito niño acaba de morir!

—¡Nuestros hijos están en grave peligro! ¿Quién me asegura que esto no volverá a ocurrir? —gritaba la mamá de Chris—. ¡Exijo quedarme a vivir con mi hijo! ¡Exijo que se me permita protegerlo las veinticuatro horas al día! ¡Soy su madre, me corresponde!

—¡El padre de Silena tomó la mejor decisión al llevarse a su hija de este lugar y pienso hacer exactamente lo mismo! —gritaba Apolo, por primera vez, sin ninguna sonrisa o alegría pintando sus palabras—. ¡Voy a llevarme a mi hijo conmigo! ¡Y reto a cualquiera a detenerme! ¡Sabrá entonces, quién, soy yo!

Era un caos, que en otras circunstancias, quizás el director hubiese aplacado. No obstante, su espíritu estaba muerto, lamentablemente no lo suficiente como el del propio alumno Charlie, pero lo bastante para hacerlo sentir desdichado y sin fuerzas de levantar la barbilla siquiera. Y por sobre todos, la voz que más dominaba como siempre, era el de Ares:

—¿Una puta fiesta? Se los dije. Era una pésima idea. Se los dije. ¡Esto es culpa de aquellos que tuvieron la idea y la promovieron! —pateó su silla, provocando un ruido estridente, que hizo saltar del susto a Afrodita a su lado, quien sólo había permanecido sentada y en silencio desde que había llegado (lo que, tomando en cuenta lo cotorra que era al igual que su hija, era más aterrador que la reacción del mismo Ares armado)—. Déjenme manejar esta situación. Traeré a mi tropa. A mis mejores soldados para llenar este lugar, hasta la última alcantarilla. Dejaré limpio este lugar de imbéciles, aunque se escondan bajo los retretes del inodoro. ¡Debo hacerlo yo, porque ustedes son una manga de inútiles!

—Cariño —Afrodita tomó aliento, e instó con una mano a Ares, a que se sentara otra vez. Él la ignoró—. Este es momento de que nos unamos, no de pelear.

Ares soltó un bufido burlesco en respuesta, como si acabara de decir una de las estupideces más grandes del planeta.

—No seas ridícula, mujer —le dijo, tosco, soltando un manotazo hacia una mesa— nunca se ha ganado una guerra con abrazos y condolencias. Hay un muerto aquí, necesitamos actuar.

—Lo que necesitamos hacer es sacar a nuestros hijos de aquí —espetó Apolo, enviándole una mirada fulminante desde el otro extremo, a la mitad de los asientos.

—¡JA!, las primeras ratas bajando del barco, ¿no es así? —atacó Ares de vuelta—. Si hay un asesino aquí hay que encontrarlo, no escapar como mariquitas. Bah, ¿pero por qué me molesto siquiera en hablar con alguien como tú? Nunca entenderías las responsabilidades de un hombre de verdad.

Las palabras le dolieron más a Afrodita que al mismo Apolo. Apolo estaba acostumbrado a ser tratado de forma poco noble por los demás, debido a su excentricidad, él, sin embargo, no era tan vulnerable como podía llegar a parecerlo. Él se limitó a rodar los ojos, pero Afrodita estuvo a punto de echarse a llorar. Una mano subió hasta su pecho, y miraba a Ares como si no lo reconociera en absoluto. Abrió los labios para decir algo, pero nada podía salir de ellos, que fuera capaz de apaciguar a su amante, ni para solucionar la situación.

Hefesto le dio un par de palmaditas en el hombro, dándole cierto consuelo y llamando su atención al mismo tiempo, cuando ella lo miró, él negó con la cabeza, y le otorgó una sonrisa compasiva. No valía la pena discutir con un hombre que no sabía hacer otra cosa más que pelear, y que nunca aceptaría un punto en su contra.

—Creo que lo mejor es que todos guardemos la calma hasta que nos expliquen bien la situación— intervino el papá de Leo en voz alta— Ni siquiera nos han dicho qué medidas se han tomado. Yo no puedo sacar a mi hijo de aquí antes de su graduación, fue el acuerdo con las autoridades.

—Pues es una lástima —devolvió Apolo—, pero mi empatía llega hasta este punto. ¡No voy a arriesgar más la vida de Will!

—Yo quisiera hacer lo mismo que el señor Apolo —dijo Atenea—. Pero, como lo mencionó Hefesto, algunos no tenemos esa opción, gracias a otros —miró mal en dirección al Concejal Belladona, y este no se dio por aludido ni en un gramo—. Necesitamos que se nos ofrezca una solución.

—¡No necesitan sacar a sus mocosos de aquí! —gritó Ares de vuelta, escupiendo en su camino unas gotas de saliva por encima del señor Fort—. ¡Lo que necesitamos es encontrar al asesino! No se limpia un terreno baldío barriendo toda la tierra, sino quitando la maleza, ¡Maldita sea! ¿En qué jodido idioma tengo que decírselos?

—¿De qué dirección sale el sol? —renegó Hermes en dirección a la mamá de Katy—. ¡Todos aquí sabemos que si alguien tiene historial de asesinatos en su expediente, ese es el hijo de di Angelo! Mis hijos nada tienen que ver, ellos no matarían ni a una mosca, mucho menos a un muchacho de color que es mucho más grande que ellos.

De pronto, un montón de papás comenzaron a apoyarlo, usando insultos y malos deseos en contra de los di Angelo y todas sus futuras descendencias. Apolo estuvo a punto de pararse en una mesa, pero no lo hizo, solo la golpeó con ambos puños, quizá demostrándole a Ares que él sí era un "hombre de verdad" tal como él.

—¿Son idiotas o qué les pasa? —gritó por encima del bullicio—. ¡Nico no ha hecho nada! Ya déjenlo en paz.

Él no tenía pruebas, tampoco pretendía exponer ningún otro argumento, pero era fiel cual perro labrador a quienes le habían abierto los brazos de su estrecha familia a él y a su hijo como si fueran bienvenidos sin problema alguno, y no se iba a echar para atrás ni siquiera en un momento como este. Hades no había tenido tiempo siquiera para procesar que lo estaban atacando, antes de que Apolo interviniera, pero, cuando lo hizo, se lo quedó observando de un modo extraño, como si hasta entonces, Apolo no hubiera sido algo más que un bonito estorbo, y recién hubiera notado que era más que eso.

—¡Señores! ¡Señoras! —Cornelio se irguió en medio de todos ellos, con las manos en alto, y el arma en su cinturón expuesta a la vista—. ¡Por favor! ¡Cálmense!

—¡Usted no entiende! ¡Usted no tiene hijos! —Se quejó la mamá de Chris.

—Claro que los tengo, señora Rodríguez —Cornelio, gentil tal cual era, no se molestó con ella, poco a poco los demás comenzaron a notar que, en contraposición con la calma que mostraba el guardia líder del instituto, ellos parecían locos, y comenzaron a calmarse—. Pero, incluso si no los tuviera, sus hijos son preciados para mí. Me rompe el alma que algo como esto haya ocurrido —su expresión se nubló de tristeza conforme pronunciaba las palabras—, mas no ganaremos nada culpándonos los unos a los otros sin tener pruebas.

>>Y doctor Solace, comprendo completamente su miedo, pero le aseguro que estamos tomando todas las medidas necesarias para que esta situación no pase a más. Lamentablemente no podemos regresar en el tiempo, pero sí podemos reforzar nuestras medidas de seguridad a futuro. Le comento que tengo contactos muy importantes en la pol...

Entonces, como si la vida estuviera decidida a cobrarle al señor D todos los errores que había cometido en su vida, una alarma de emergencia comenzó a vibrar y escucharse desde el bolsillo de sus pantalones. Sintió su rostro palidecer, al tiempo que sacaba el aparatito de la alarma de Nico, que ahora estaba emitiendo un llamado demasiado potente. Levantó la mirada, y notó como el señor di Angelo se había puesto de pie también, y lo miraba directo a los ojos.

"Oh no" —fue lo único que pensó, antes de aventarse violentamente hacia el frente, corriendo, en dirección hacia la puerta.

No necesitó darle la orden a Cornelio para que éste entendiera que ningún padre debería seguirlo, él la entendió, pero, nadie decía que no al señor di Angelo.

Sobre todo no, cuando se trataba de su hijo.

Paso #57: Toma la Responsabilidad: Hay una sola cosa que puedes hacer en la vida, y esa es elegir. Incluso si no eliges, estarás eligiendo no hacerlo. Pase lo que pase, si es bueno o es malo, si lloras, o si ríes, es tu vida, son tus acciones, serás tú quien tendrá que cargar con el peso de tus decisiones. Tu responsabilidad.

Tu culpa. 

🤎🤎🤎

FELIZ 5to Sisniversario, lectores delincuentes nuestros. Nos place informar, que nos encontramos celebrando, nuestras Bodas de Madera, por los correspondientes cinco años, en los cuales les hemos traído sin descanso, muchos capítulos de muchas historias. 

Gracias por permanecer a nuestro lado tantos años. Es un gran placer tenerlos con nosotros, fieles, cual Percy a Annabeth, cual los angelitos por el trasero de Nico, cual Chris por Clarisse. 

Comenta tu frase favorita del sismance, aquella que más te ha calado en el alma 🤎 Si no recuerdas la frase, puedes indicar la escena 🤎

En este día tan especial, les invitamos a vestir el marrón por nuestras Bodas de madera que estamos celebrando, de este modo, si nos pasan foto, podremos unirlo en un hermoso collage y subirlo en Instagram para que este momento quede en la historia. Si usan una blusa marrón sirve, si pasan foto de un accesorio marrón también, igual maquillaje, igual su perro o si son canela pasión también sirve!!

Pd: La canción se llama El enamorado y la muerte.

Ahora unos memesitos de celebración 🤎🤎



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