Anexo #8: Calipso Belladona.
Este Anexo contiene escenas que dañan la sensibilidad. Lee bajo tu propio riesgo, el sismance no se hace responsable ni aceptará críticas después de esta advertencia.
***
—No sé por dónde empezar —Ella se sentía como la vez en que fue a la biblioteca municipal donde había un montón de libros a su alrededor, apilados y ordenados sobre miles y miles de estantes que rodeaban todas las paredes y llegaban hasta el techo. Estaba completamente abrumada mientras se preguntaba, ¿por dónde debería empezar?, ¿cuál libro cuenta la historia verdadera?, ¿cómo saber si la historia que se está leyendo es la falsa o la real? No quería ser engañada por falsos testimonios, o recibir una versión minimizada de los hechos, por más crueles y horripilantes que fueran.
¿Por qué alguien no contaría la historia real? ¿Por qué el escritor censuraría la realidad? ¿Por miedo? ¿Por moral? ¿Culpa? Eso no quita que no hubiese ocurrido, así que, ¿para qué mentir o suavizar las crudezas de la vida?
Eso era lo que pensaba.
Lo conocí, cuando mi padre empezó su campaña política. Su representante de marketing le dijo que debían crear una imagen humilde, bondadosa y honrada, una que al pueblo le gustara. Aparte de lanzar las típicas promesas y mentiras que ya la gente tenía memorizadas, debían de probar con nuevos métodos para convencerlos de que mi padre era alguien de fiar. Por tanto, los correligionarios sugirieron, y luego invitaron al Señor Belladona a asistir a los cultos de la Iglesia más famosa de la ciudad, conocida por atraer a una gran cantidad de personas por sus brillantes milagros y sus agradables discursos.
Incluso tenían su propio canal en la televisión, era todavía mejor, significaba más publicidad.
Así que, un día, el candidato a concejal, el señor Belladona, agarró a su despampanante esposa y a su adolescente e ingenua hija, para que lo acompañaran a la iglesia evangélica, y de este modo, demostrar al país que eran la mejor y más perfecta representación de una familia tradicional estadounidense con una fuerte creencia hacia Dios. Cuando llegamos al lugar, nos dieron asientos en primera fila, que ya habían sido reservados de antemano. Las cámaras estuvieron sobre nuestros rostros durante toda la ceremonia, pero no fue un problema para mí, desde muy pequeñita, ya había aprendido a lucir un semblante sereno y gentil, aunque estuviera ardiendo de nervios por dentro.
Era una de esas cosas que mi madre me había enseñado: "Mantén la cabeza en alto, si quieres llorar, hazlo en tu habitación y grita con una almohada en la cara, pero nunca demuestres tus verdaderos sentimientos al resto del mundo, porque al resto del mundo no le importa lo que te pase". No lo dijo, y yo no se lo pregunté, pero estaba segura de que también se incluía a ella misma. Lo único que compartía con ella eran algunas características físicas, y que alguna vez, lo que resulta casi imposible de imaginar, había estado dentro de su vientre. Pero, desde que tengo uso de razón, sólo puedo percibir a mi madre como una figura sin rostro, una voz elegante en la sala de estar, un accesorio en el brazo de mi padre.
La única función de mi madre, era ser una esposa trofeo. No me quería, pero al menos, tampoco me odiaba. Sencillamente, no le importaba en lo absoluto, en la misma medida en la que no le importamos a los extraños.
Entonces, sucedió después de que terminara la ceremonia. Mi padre y mi madre estaban lejos, conversando con el pastor, fingiendo que no se enteraban que estaban siendo grabados, mientras concienzudamente lucían sus mejores expresiones de humildad. Yo estaba sentada en un banco, cuando giré casualmente mi cabeza y lo vi, de pie al lado de un par de personas, él se veía lo suficientemente apuesto para llamar la atención, pero no lo suficiente para opacar al resto. Era mayor que yo, por varios años. Tenía rasgos suaves y bonitos, el tipo de rostro del que nadie desconfiaría, que no causaría envidia, sino que era agradable de ver. Su cabello era naranja como las zanahorias. Y era alto, y delgado, de complexión estilizada como un guepardo joven.
No hubo truenos ni relámpagos, no cayó una repentina oscuridad o sonó una música aterradora de fondo. No hubo ninguna sombra o premonición en mi inocente corazón. No sentí nada, más que curiosidad al ver sus brillantes ojos verdes, cual esmeraldas pulidas.
—Uhm, disculpa, ¿tú eres, Calipso Belladona? —Él había caminado hasta colocarse a mí lado, luciendo un poco tímido y adorable, con su pelo bien peinado y sus manos entrelazadas detrás de su espalda, como un niño bien educado. Pero fueron sus ojos, sus grandes e ingenuos orbes esmeraldas, los que me engañaron más que cualquier otra cosa en el mundo—. Lamento si soy inoportuno, no quisiera incomodarte. Soy un extraño, lo sé, pero te he visto bastante solitaria, y he sentido el extraño impulso de acercarme y quizás, si no te desagrada, hacerte compañía hasta que tus padres hayan terminado su charla con los míos. ¿Qué te parece?
Eso fue lo segundo que me capturó, su increíble y locuaz forma de hablar, como si sus labios solo conocieran las palabras correctas. Hizo que me sintiera algo torpe con mi respuesta:
—No es ninguna molestia —sentí como mis mejillas se calentaban, y me deslicé en el banco para darle espacio para que se sentara.
—Gracias —me regaló una sonrisa genuina, lo supe porque las esquinas de sus ojos se llenaron de arruguitas lo que le dio una apariencia adorable—. Me llamo Axel, por cierto. Es un placer.
Caí, como siempre se cae con el primer amor, y le creí como todas las jovencitas le creen al chico que las hace sentir únicas y especiales en su momento más vulnerable. Era la fórmula de conquistar más barata del manual, ¿pero cómo iba a saberlo? No tenía amigas para que me lo dijeran, ni una madre que me lo advirtiera, ni un padre al cual preocuparle. Mi sosa vida se comparaba a estar atrapada en una pequeña isla perdida, siempre sola, siempre melancólica. Así que imagínese cómo mis esperanzas recayeron sobre la primera persona en el mundo que me hizo sentir importante, que me hizo sentir que también existía, y no era solo una extensión de mi padre que podía utilizarse como un accesorio para su imagen.
Desde ese día, y los siguientes que le siguieron, mi vida consiguió algo por lo que alegrarse. Había llegado un salvador. El que me sacaría de mi prisión. Axel era el héroe que siempre había esperado, desde nuestro primer encuentro, jamás había vuelto a dejarme sola. Acompañé a mi padre cada vez que iba a la iglesia, incluso fui sola, para poder hablar con él. En todas las ocasiones, Axel no me decepcionó. No importaba que chica tan deslumbrante o hermosa se le acercara, él ni siquiera les daría más de dos palabras de despecho para luego ir corriendo junto a mí. Una vez, avergonzada, le pregunté si no sería mejor hablar con aquellas mujeres que parecían más simpáticas que yo.
—Ellas podrán tener un cuerpo terrenal hermoso, pero carecen de algo que solo he visto en ti, mi querida Calipso. De todas las mujeres que han entrado a este lugar, jactándose de ser buenas y humildes, solo tú —me tomó de las manos, y la frialdad de sus dedos me envió un escalofrío por los nudillos— eres la única que posee verdadera pureza dentro de su alma, una luz propia, que consume todas las demás de este lugar. Tú, aún no lo puedes comprender, pero créeme, he aprendido a ver a través de las personas, para poder elegirlos adecuadamente para mi misión. Y tú, tú eres mi elegida, Calipso, mi promisionem.
—¿Elegida para qué? —pregunté indecisa, pero emocionada, al contemplar el brillo en los ojos de Axel, como si al verme, estuviera contemplando el paraíso.
—Para algo grande, algo grandioso —su rostro se acercó—, tú eres la pieza clave que necesitaba para sentirme completo. Calipso, ¿crees que Dios te puso en mi camino por pura casualidad?
Había viento ese día, detrás de la iglesia, y los rayos del sol se posaban sobre el cabello rojo de Axel, convirtiéndolo en una llamarada de fuego. Estaba cautivada, mirándolo embobada, me parecía que era la persona más inteligente y pura del mundo, con creencias tan firmes, y un corazón tan valiente, porque estaba listo para cambiar el mundo cuando todos los demás temían hacerlo.
—Tú y yo, estamos unidos por el destino —susurró Axel a centímetros de mi oído, mientras sus dedos acariciaban mis mejillas con la delicadeza de una pluma—. Has llegado para dejar una marca en mí, y espero poder dejar también una en ti, para siempre.
Nos hicimos novios, y nos llamaron la pareja más perfecta y adorable que jamás habían visto. Éramos jóvenes probando la dulzura del primer amor, pero los adultos nos deseaban prosperidad y un pronto matrimonio. A mi padre no le gustaba mucho la idea, pero tampoco me prohibió seguir viendo a Axel, ni evitó que él viniera a visitarme a mi casa en los días establecidos. Lo único que le importaba era que no hiciera un escándalo y arruinara su campaña política, es por eso que limitaba cada aspecto de mi vida, tanto que apenas tuve oportunidades de salir a citas con Axel como las parejas normales.
Me asustaba muchísimo que Axel se hartara de mí, que pensara que era aburrida, y una esclava de mi padre al que no podía desobedecer. Aunque mi querido novio jamás mostró su disgusto por quedarse conmigo en casa, solo viendo películas y comiendo algo que habíamos ordenado, charlar tomados de la mano sobre el sillón, jugar juegos de mesa. Empecé a sentirme culpable por no tener tanta libertad como las otras chicas, así que, pensé en una solución para mantener satisfecho a mi novio, algo, que pudiera darle sin salir de mi cautiverio.
Así que, un día, cuando ni mi padre ni mi madre estaban en la casa, y sabía que no llegarían hasta la noche. Invité a Axel, a pasar la tarde conmigo. Cuando llegó, inmediatamente notó y alabó lo bien vestida que estaba, y mencionó lo delicioso que mis labios sabían, después de haberles aplicado un bálsamo con sabor a frambuesas. Entonces, nos sentamos sobre el sofá de siempre, hablamos sobre las trivialidades de siempre, y luego de un par de besos suaves y húmedos, tomé su mano y comencé el camino hacia mi habitación, al mismo tiempo que ráfagas de frialdad empezaban a correr por mis brazos.
Traté de ignorar el miedo, el pánico que crecía dentro de mí. Nosotros nos amábamos, hacer "eso" era lo normal entre parejas, ¿no?
—Mi pequeña Cali, ¿a dónde nos dirigimos? —Me preguntó Axel confundido, ya que nunca había visto mi habitación antes, y parecía empezar a sospechar algo.
—Solo quiero... mostrarte mi cuarto... ¿Está bien? —dije con mucho esfuerzo, sin levantar la mirada. Solo veía mis pasos y el azulejo delante de mí, mientras trataba de mantener el miedo a raya.
Hubo un silencio a mi lado, Axel se había quedado callado por un rato, hasta que finalmente preguntó:
—Tus padres no están en casa, ¿verdad?
No respondí, sentía que mi cara iba a romperse por la presión de mi sangre ardiendo. Pero entonces, Axel se detuvo, y me obligó a detenerme también, estirando mi brazo al mismo tiempo, para que estuviera delante de él. Lo miré por unos segundos. Axel lucía muy sorprendido, como si no pudiera creer lo que estaba pasando, también, parecía que, dentro de sus bellos ojos esmeraldas, algo parecido a la decepción, brillaba como una luz verdosa más oscura.
—¿Para eso me llamaste aquí? —preguntó, y sonaba un poco, herido.
En ese momento, nunca en mi vida me sentí más avergonzada. Quería hacerme chiquita para esconderme lejos de él, pero solo podía agachar la mirada y soportar el calor insoportable sobre mis mejillas.
—Pensé... Pensé que quizás eso te gustaría... —observé nuestras manos entrelazadas. Su piel era tan blanca que era casi traslúcida, con todas sus venas visibles—. Ya que no podemos salir como el resto... yo... yo quería por eso...
Un largo suspiro interrumpió mi balbuceó.
—Mi tonta Calipso —Axel apartó cariñosamente mi pelo lejos de mi cara, y depositó para mi sorpresa, un casto beso cerca de mis párpados—. ¿Cuántas veces debo decírtelo? Con tu presencia, me basta y sobra. No me importa el lugar donde estemos, mientras estés a mi lado, yo seré feliz. Tu luz interior es lo suficientemente intensa para llenar cada rincón de mi espíritu y mantenerme dichoso cada segundo en que permanecemos juntos.
Mi estúpido corazón se aceleró escuchando esas preciosas palabras. Dejé que él me estrechara dentro de sus delgados pero fuertes brazos, mientras seguía hablando:
—Además, creo que todavía no es el momento adecuado para dar ese gran paso, cariño —me acarició la espalda con dulzura—. No necesitas preocuparte por esas cosas. Sé qué no estás lista. Yo tampoco estoy listo, a decir verdad. No debemos apresurarnos. Sin embargo, hay algo que me gustaría preguntarte, algo que jamás había puesto en duda pero en vista de tus acciones el día de hoy... —Axel me apartó suavemente de su abrazo, y me alzó el rostro, colocando sus dedos sobre mi barbilla—. Calipso, ¿ya habías hecho esto... con otros hombres?
Él se veía realmente preocupado por mi respuesta, sus cejas se fruncían tanto que estaban por unirse. También lucía muy triste.
Por lo que me apresuré rápidamente a explicarle:
—¡No, te prometo que esta iba a ser mi primera vez! —forcé a mi timidez a hacerse a un lado, y confesé en voz baja—: Eres mi primer novio. Yo también quiero que sea especial y en un momento perfecto. Pero tenía miedo de que te cansaras de esperarme... Te amo, así que pensé que, estaba bien hacerlo contigo ahora.
Axel soltó un suspiro, su alivio era casi palpable después de oír mi respuesta. Acto seguido, me sonrió de forma deslumbrante, y con un cariño que parecía incluso sobrepasar el que ya me tenía.
—Me alegra tanto saber eso, mi pequeña Calipso —susurró, y me dejó un beso sobre la sien—. Lo sabía. Sabía que no eres una chica libertina como las de tu edad. Aún conservas tu pudor. El jardín de mi amor, está cerrado, virgen, esperando por mí. Ah, cuánto más estoy a tu lado, más pienso que estuvimos destinados a encontrarnos, cariño.
Recuerdo que quería preguntarle si él ya lo había hecho. Pero entonces recordé que él era mayor que yo por unos años, y que la respuesta era obvia, pero no menos dolorosa de escuchar. Así que me quedé callada.
—Y descuida... —sus manos acariciaron mis hombros, y luego tomaron mis manos, para llevarme de vuelta hasta la sala—, te prometo que el día que estemos juntos, será el día más inolvidable de tu vida.
Desde ese día, caí todavía más por él, de forma completamente irreversible, dejé que me absorbiera completamente, convirtiéndome casi en una versión de Axel, que incluso había copiado su propia risa, y había olvidado cómo sonaba la mía. Pero una rana no se daba cuenta del agua hirviendo donde estaba nadando hasta que ya era demasiado tarde. Aun así, ¿cómo iba a darme cuenta? Si era todo un caballero. Era tan amoroso. Era tan amable.
Para Axel, tenerme a su lado era más que suficiente. Alimentó mi ego, llamándome la mujer más perfecta sobre la faz de la tierra, en cuerpo y alma, diciéndome que no tenía un solo defecto y jamás cometía ningún error. (Ahora que lo pienso, ¿lo amaba? ¿O amaba que me hiciera sentir superior a todo el mundo?) Axel era caballeroso, jamás se sobrepasaba ni siquiera con sus besos. Siempre era pudoroso y cauto con sus acciones. Me sujetaba siempre como una escultura de hielo a la que no quería ensuciar.
Él no era como los novios de mis compañeras de colegio, quienes las presionaban para tener sexo a cada rato.
Yo estaba tan feliz, había encontrado a un hombre perfecto que me respetaba.
Yo era la mujer más maravillosa de su vida.
Él era el hombre más maravilloso de la vida con una misión que le fue encomendada.
Entonces, la iglesia organizó un retiro espiritual, y entre los líderes de marketing y yo, conseguimos convencer a mi padre para que participáramos de él. Era un viaje a Minnesota, de cinco días. Mi madre se negó a ir, porque detestaba las excursiones al aire libre y estar lejos de lo que ella llamaba "civilización". Pero, papá y yo sí asistimos. Yo estaba encantada, estaría cerca de Axel durante cinco días seguidos. Sentía que iba a conocer el paraíso.
Nos hospedamos en un complejo de cabañas bastante ostentoso, y durante los primeros días, todo marchó de maravilla. Teníamos días de lectura de Biblia, tardes de actividades en familia y noches de alabanza. Todo era del modo en que debía... Entonces fui tonta. Y robé a mi padre, y me fugué con mi novio, pero mi novio tomó el dinero y me abandonó a mí en medio de la carretera.
Un guardabosques me encontró en medio de la carretera... Yo... yo robé a mi padre, y mi novio me abandonó, y eso fue todo. Esa es toda mi historia.
—Ya la escuchó, mi propia hija se atrevió a robarme, y huyó con ese maldito que le pintó la cabeza de pájaros rosas y sueños estúpidos que solo una mujer podría creer —rugió Atlas, interrumpiendo el testimonio de su hija sin ninguna educación—. Las mujeres son siempre las únicas tan estúpidas como para creer ese tipo de cuentos baratos.
—Y eso convierte a los hombres en los únicos en inventar esos cuentos baratos —le contestó el interrogador al tiempo que escribía una nota en el nuevo expediente—. ¿No es así, Concejal?
—Solo los bastardos —refunfuñó Atlas, cruzándose de brazos y dando el interrogatorio como finalizado—. Es todo, ¿no es así? El hijo del pastor ya se encuentra en manos de la justicia, arrestado por el robo. Y ahora mi hija entrará a esta institución para corregir su comportamiento y mantenerla lejos de él. Fin de la historia.
—¿Es todo lo que ocurrió, señorita Belladona? —preguntó el interrogador—. ¿O hay algo que desee agregar?
Hubo un breve silencio, en el cual Calipso se mantuvo mirando hacia un punto del escritorio, como si fuera la madera más cara que hubiera visto en su vida. Ella no levantó el rostro, cuando finalmente se decidió por contestar:
—No, señor —al tiempo que soltaba un suspiro, típico de las chicas a quienes acaban de romperles el corazón—, mi padre tiene razón. Robamos el contenido de su caja fuerte, y nos fugamos. Creímos que sería muy romántico, o al menos yo lo creí. Después de eso, cuando ya estábamos lo suficientemente lejos, Axel me sacó del vehículo, me abandonó en la calle, y se fue con el dinero.
—¿Lo ve? —Atlas bufó con sorna—. Disparates de una mocosa enamorada. Es todo. Archive ese documento y muéstrele las instalaciones a mi hija. Por la cantidad que estoy pagando, espero que se le otorgue un equivalente a un Penthouse.
—No se preocupe, señor Belladona —dijo el interrogador, indiferente—, su hija está ahora en buenas manos. Le garantizo que su conducta será corregida.
Y luego, con la misma rapidez con la que había comenzado, el interrogatorio terminó, y Calipso fue abandonada a su suerte una vez más, convirtiéndose en una más dentro de las instalaciones, conocida como la despechada a la que su novio la había abandonado por no ser lo suficientemente buena para él. El expediente se cerró, con una nota en la tapa que decía:
Anexo #8: Calipso Belladona.
Testimonio interrumpido.
Se pone en duda su veracidad.
Archivado.
—¿Por qué alguien no contaría la historia real? ¿Por qué se ocultaría la verdad? —murmuró Calipso en la actualidad, mirando el suelo con grandes ojos redondos, llenos de sufrimiento—. Eso era lo que pensaba.
La habitación de la enfermería quedó completamente en silencio. Las gotas de lágrimas que caían de los ojos de Calipso no hacían sonido alguno. Will, Leo, y Drew, se quedaron estáticos, cada uno en su respectivo lugar, con la vista fija en aquella mujer que nunca se había visto tan rota antes.
Entonces, de repente, los ojos de Will se fueron agrandando, cuando una idea, horripilante, pareció surgir dentro de su cabeza.
—Cali, ¿mentiste en tu interrogatorio? ¿Qué fue lo que realmente sucedió en la fuga? —su voz apenas salió en un susurro, si no fuera por el total silencio, jamás se habría escuchado.
Leo miró a Will con duda, no entendía por qué éste lucía cada vez más en pánico, o quizás su mente no quería entenderlo, tratando de protegerse. Luego se fijó en Drew, quien también lucía pálida, y se llevaba lentamente, una mano para taparse los labios.
—Cali... —Will llamó a su amiga.
—¿Quieres saberlo? —Calipso se rió, un sonido parecido al gemido de un animal agonizando—, ¿qué más da? ¿Qué trato de salvar? Yo ya estoy muerta desde hace mucho tiempo. Morí con él, cuando mi padre decidió matarlo. Escucha entonces, Will, escucha mi anexo. El verdadero. El que jamás confesé.
Ocurrió en el cuarto día de nuestro encuentro espiritual. Creo que papá ya se había cansado de mí, de fingir que teníamos una relación, de fingir que yo siquiera le importaba en absoluto, de... de pretender que Axel le agradaba.
No recuerdo qué sucedió, pero sé que estábamos en la sala de la cabaña. Quizá dejé mis zapatos en un lugar que no correspondía, o no me peiné adecuadamente, o tal vez había encorvado la espalda... algo como eso. Pero, papá comenzó a gritarme. Siempre que me grita es lo mismo, solo me callo y no digo nada, porque se pondrá peor si me defiendo. Así que esperé a que acabara.
Esa vez, quizá se había retenido demasiado, o tal vez yo hice alguna mueca que no le gustó, pero sé que se enfureció más. Lo sentí acercarse hacia mí, y no noté lo que iba a hacer hasta que ya era demasiado tarde.
Ah, no. Espera... Ya lo recuerdo.
Él dijo algo malo sobre Axel, y en medio de mi nube rosa del amor, fui lo suficientemente tonta como para defenderlo. No estaba dispuesta a defenderme a mí misma, pero si alguien decía algo malo sobre él... ¡Ja! Ahí sí era capaz de encontrar mi voz. No alcancé a decir más de dos palabras, de todos modos. Un "eso es mentira", que sería seguido por un "Axel no es así" si la bofetada no me hubiera silenciado en el acto.
—Mocosa malagradecida —siseó mi padre, furioso—, eres una sinvergüenza. Luego no vengas a mí llorando cuando ese tipejo te deje abandonada como una basura.
Era la primera vez que me golpeaba, por lo que me quedé en shock. Quizá me golpee contra un mueble también, ese recuerdo tampoco está muy claro. Pero, sé que lloré mucho. Sé que me dejé caer en una esquina de la cabaña y lloré tanto que pensé que me había quedado seca. Aprendí por las malas que había estado exagerando. ¿Pero, ahora, incluso tenía que soportar sus golpes? ¿Iba a ser así a partir de ahora?, ese pensamiento me desesperó como nunca antes, delante de mí, se abrió un camino oscuro de donde jamás obtendría ni un destello de su cariño o algo de su tolerancia.
Las lágrimas empaparon mi rostro y mi cuello, hasta que Axel vino a buscarme, y entonces tuve que limpiarme rápidamente la cara para verme bonita frente a él. Lo último que necesitaba era que me viera menos que perfecta y se desilusionara de mí. No creía poder soportar el desencanto de mi novio que siempre me había apreciado como si fuera una entidad celestial. Si una persona tan buena y amorosa como él dejara de quererme, definitivamente sería por culpa mía. Si eso pasara, entonces finalmente me dejaría morir.
Así que, me levanté del piso y corrí hacia el fregadero, me lavé el rostro, y me sorbí los mocos, intentando fingir que todo estaba bien, pero, cuando sentí sus brazos alrededor de mi cuerpo, supe que, como siempre, Axel sabía que había discutido con mi padre. Él no hizo preguntas, de todos modos. Solo me dio un beso sonoro en la mejilla y se apartó de nuevo. Lo escuché sentarse en el sillón y casi pude sentir su rabia emergiendo de su cuerpo, como si no pudiera tolerar el modo en el que mi padre me trataba. Él siempre fue así, siempre se enfurecía con papá, y me repetía múltiples veces que yo no merecía tales maltratos. Él fue la primera persona que realmente se preocupó por mi bienestar.
Cuando al fin tuve la fuerza para girarme a mirarlo, su expresión seria cambió para mostrarme una sonrisa triste. Sus ojos brillaban, como si quisiera echarse a llorar tanto como yo. Mi dolor era el suyo, y cada vez que yo estaba aterrada, él era mi único consuelo. Él se preocupaba por mí, mucho más de lo que yo lo hacía. Era mi lugar seguro, mi soporte en la vida.
—He estado pensándolo mucho, mi niña —pronunció al mismo tiempo que sacaba de la bolsa delantera de su pantalón, un cordel brillante, todo plateado y resplandeciente que se me hacía familiar—, y creo que llegó la hora de que demos un paso más, juntos.
—¿Ese es el collar de mamá? —Los diamantes eran reales, tanto que podía ver pequeños arcoiris ocasionados por la luz, y mi posición; estaban incrustados en plata. Conocía esta joya tanto como conocía a mi madre—. ¿Por qué lo tienes tú?
—Lo tomé prestado para ti —Axel se levantó del sillón y avanzó hasta estar frente a mí. Con la sonrisa triste aún sobresaliendo en su rostro, extendió los brazos hasta mi nuca, y me lo puso—. Así. Siempre pensé que tu lo lucirías mejor que ella. Las piedras irradian pureza, al igual que tú. Realzan tu belleza natural, la que tu madre ha destruido con todos esos químicos y cirugías sobre su rostro.
—Gracias... —dije, al tiempo que mis dedos subían para acariciar una de las flores formadas por los diamantes. Ni siquiera intenté defender a mi madre, estaba demasiado desilusionada de mi familia para hacerlo—. Pero no debiste traerlo. Mamá se enfadará mucho conmigo cuando se entere.
—Pensé que no tenía por qué enterarse —Axel volvió a poner su expresión seria sobre su faz—, pero, ahora... Mi niña, mi promisionem, ¿y si nos vamos?
—¿Irnos? ¿De qué estás hablando? —negué con la cabeza, sin comprender—. ¿A dónde iríamos?
En lugar de contestar, él me preguntó algo completamente distinto. Sus manos, que habían estado posadas en mi cintura, subieron hasta sostener mis manos. Él no tocó ninguna otra parte de mi cuerpo. Sus toques siempre eran respetuosos.
—Mi niña —dijo, con sus ojos esposados a los míos, sus índices a duras penas sostenían los dedos de mis manos, era apenas un toque—, ¿qué serías capaz de hacer por mí? ¿Qué serías capaz de hacer por nosotros?
—Todo, mi amor —contesté—, no entiendo por qué me preguntas esto. ¿Estás molesto conmigo?
—¿Todo? ¿Lo prometes? —Él volvió a preguntar—. ¿Me amas lo suficiente como para sacrificarlo todo por mí?
—Claro que sí —volví a contestar—. Te amo más que a mi propia vida.
Él cerró los ojos por un momento y luego sonrió. Sentí toda la calma que se supone que sientes al llegar al cielo. No pude evitar sonreír con él, y, al tiempo que me daba un ligero, pero duradero, beso en los labios, me abrazó, tan fuertemente que yo sabía que no podía haberme equivocado al amarlo tanto.
—Yo también te amo, mi promisionem —dijo, al separarse de mí—, y por eso te pido que confíes en mí. Tomaremos el dinero que tu padre guarda en la caja fuerte. Con eso, y este collar, podremos irnos sin preocupaciones. ¿De acuerdo?
—Eso... ¿eso no sería robar? —pregunté, con el rastro de una duda en la voz, no obstante, con una sonrisa suya, él despejó todas mis inseguridades.
—Solo son bienes terrenales, y tu padre no carece de ellos, ni tampoco los necesita. Además, tómalo como si fuera tu dote. Es solo el pequeño precio para nuestra felicidad. ¿No estás de acuerdo?
Asentí una sola vez, y con ese ligero movimiento de cabeza, sellé mi destino.
Un cuarto de hora más tarde, llevábamos todo el contenido de la caja fuerte de mi padre en mi mochila. Tomados de la mano, caminábamos por el trillo que nos llevaría hasta la carretera principal, donde tomaríamos un taxi hasta la estación de trenes más cercana. Yo me sentía tan feliz como jamás lo había estado en mi vida.
Conseguimos hacer sin problemas las primeras dos cosas de nuestro plan, pero, supe que había habido un cambio en lo que habíamos hablado, cuando al bajarnos del taxi, no pude ver por ningún lado la estación de trenes, sino únicamente una carretera vacía, bastante lejos del lugar en donde se llevaba a cabo el convivio. La nieve era como un pelaje blanco sobre la tierra a nuestro alrededor, las copas de los árboles estaban llenas de escarcha y más nieve. Mi respiración era lo único cálido en ese lugar, pero, sentía que pronto se congelaría junto con mis huesos.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté, y luego, bromeando, pero con un rastro de duda en algún lugar de mi pecho, agregué—: ¿acaso cambiaste de opinión y ya no quieres fugarte conmigo?
—Nada de eso, mi niña —No hubo ni un solo temblor en su voz. Me besó nuevamente en los labios y me acomodó el gorro, para que no tuviera frío debido a la nieve—. Estamos en el lugar donde debemos estar.
—Pero pensé que tomaríamos un tren —dije, confundida.
—No, no es un tren— negó él, y luego, sus ojos verdes se iluminaron y apuntó con un dedo—: ¡Ahí están! Ven, son nuestros amigos... Nuestros hermanos.
Entonces noté que un par de autos se acercaban por la desolada carretera. Manejaban despacio, quizá para asegurarse de que el asfalto congelado no les diera demasiados problemas, sin embargo, eran autos para montaña, así que parecía que todo estaba bien. Empezaron a disminuir la velocidad cada vez más, hasta que finalmente se detuvieron frente a nosotros.
El primer auto era conducido por un chico que tenía pinta de ser agradable. Mostraba una sonrisa que atravesaba su rostro, desde una oreja hasta la otra. Sus ojos se mostraban tan vivos que parecía ser una de esas personas bromistas. Era muy delgado, sin embargo, y bastante más mayor que yo. Parecía estar en sus veintes.
—Hey, A...—inició a saludar el chico de la sonrisa, pero Axel lo interrumpió antes de que pudiera decir su nombre.
—¡Dannyl! Gracias por venir por nosotros —dijo, al tiempo que saludaba levantando la mano derecha. Le sonrió a la chica al lado de él, en el asiento copiloto, que le saludó también con un movimiento de mano, y entonces, procedimos a entrar en los asientos traseros
—Hola —saludé tímidamente (¡Era una cosilla tan insignificante en aquel momento!)—, gracias por ayudarnos.
—Mi niña —Axel procedió a presentarnos—, estos son Daniel y Janet. Son grandes amigos nuestros, como te mencioné. Mis hermanos de más confianza. Chicos, esta es Calipso: mi destinada.
Sonreí. Yo adoraba cuando él me presentaba de ese modo, como si yo realmente fuera parte del plan de Dios con respecto a su vida. Él se refería a mí como si fuera su esposa, pero no del modo en el cual lo hacía mi padre con mi madre, como si ella fuera solo un trofeo al cual presumir, sino más bien, como si de verdad me quisiera. A mí, no solo a mi cuerpo. No solo a mi rostro joven y bonito. Yo, mi alma, mi personalidad y espíritu.
—Es todo un placer conocer a la maravillosa elegida de Axel —contestó Danny, enviándome una mirada a través del espejo—, mi buen amigo, siempre habla de ti. Ya siento como si te conociera de toda la vida.
Eso me hizo reír, pero no contesté nada más, porque Axel nunca me había hablado de ellos, lo cual era un tanto... extraño. Aunque, quizá eso se debía a que cuando estábamos juntos solíamos hablar de cosas de la iglesia, de nuestros sueños juntos, o de nosotros, así que, quizá, simplemente no había tenido tiempo para mencionarlos.
—Eres justo cómo Axel nos dijo que eras —añadió Janet, girando su cuerpo desde su asiento para mirarme con mucha curiosidad y entusiasmo—. Puedo sentirlo igual que él. Tú eres diferente. Lo presentí desde unos kilómetros con solo ver tu figura borrosa sobre la calle, brillando como un ángel sobre la nieve. ¿Cómo la encontraste, Axel?
—Hice un trato con el destino —contestó Axel, enviándome un guiño juguetón. Yo solté una risita.
—¡También he estado buscando tanto! —Janet soltó un sonido lastimero.
Me dejó confundida sobre eso de que quería que fuera su turno. Pero no conseguí la confianza para preguntarle, por lo que seguí escuchándola sin interrumpirla.
—En el auto de atrás vienen más de nuestros hermanos —explicó Janet, extendiendo el brazo hacia atrás para estrechar mi mano, una sonrisa igual de grande que la de su compañero, se dibujaba sobre su rostro—, Joseph, Sarah, Jena y Artur. Pero, los conocerás más tarde, junto a los demás.
—¿Los demás? —pregunté, también tenía una sonrisa sobre mis labios, pero sentí cuando empezó a desvanecerse. Me giré hacia Axel—. No entiendo, pensé que solo seríamos nosotros...
—No te preocupes, es una sorpresa —Axel puso un brazo sobre mis hombros y me devolvió la confianza que había perdido por un segundo—, te dije que era hora de dar el siguiente paso, ¿no es así? Quise que todo estuviera organizado para ti sin que te esforzaras en absoluto. Te amo, mi niña.
>>Hoy todo se trata de ti. Es tu día especial. El momento correcto que estábamos esperando.
Me dio un beso casto sobre los labios, y ya no me preocupé por nada más. La conversación se desvió después de eso, hasta que, llegados a cierto punto, yo ya no entendía de qué estaban hablando. Escuché algo sobre precios por pagar y recompensas, luego hablaron sobre la nieve y la noche, y finalmente, sobre el frío. Creo que debí quedarme dormida en algún punto en medio de eso.
Axel me despertó cuando ya era de noche, lo supe porque no podía ver nada. Al parecer me había estado cargando durante la mayor parte del camino como una princesa, y no sé cómo fue que me quedé dormida tan profundamente para no notar que habíamos abandonado los autos. Me sentía mareada, pero verlo a él me permitió tener un despertar tranquilo y sin alarmas.
El frío traspasaba mi abrigo, incluso mis zapatos. Pinchazos de dolor se disparaban por mi espalda por temblar con tanta fuerza. Miré mis dedos azulados, y luego las ramas sobre mi cabeza, creando huecos que tampoco dejaban ver nada porque el cielo estaba oscuro por las nubes. También me fijé que había un silencio absoluto que se sentía algo sobrenatural.
—¿Dónde estamos? —pregunté, frotándome los ojos y asegurándome de poner mis pies firmemente sobre el suelo. Axel me tenía sujeta de la cintura así que, incluso si no conseguía estabilizarme, estaría segura—. No me di cuenta de que me quedé dormida. ¿Qué hacemos aquí?
Axel me puso el dedo índice sobre los labios y me pidió silencio. A pesar de que estaba oscuro y casi no podía observarlo con claridad, pude notar que su sonrisa estaba mucho más radiante que de costumbre, como si estuviera muy emocionado por algo. Sus ojos también brillaban de una forma distinta. Solo podía describirlo como una especie de felicidad ansiosa. No pude evitarlo, y me emocioné también.
—Solo espera un momento —dijo, y noté que sus ojos estaban más abiertos que antes—. Ya casi está todo listo. Cierra los ojos un segundo más.
Obedecí. Le permití poner la palma de su mano sobre mis párpados y mostrarme el camino al empujarme lentamente. Por un rato, lo único que pude escuchar eran nuestras pisadas sobre la nieve. Hacía frío, pero después de adivinar que parecía haber una sorpresa esperándome, yo me sentía tan feliz que la única incógnita en mi cabeza era: ¿cuándo me mostrará la sorpresa?, al lado de un muy patético: ¿me besará?
No pensé en mis padres en absoluto. Mi atolondrada mente de enamorada estaba por completo ocupada por Axel, no había espacio para nadie más. Ni siquiera para mí misma. Quizá por esto me volví tan egoísta, ¿sabes? Tal vez ese es el motivo por el que ahora me pongo a mí misma como única prioridad.
Después de un rato, finalmente nos detuvimos. El pecho de Axel chocó contra mi espalda, se mantuvo abrazándome, y cubriéndome los ojos, pero podía escuchar su respiración entrecortada sobre mi oreja, como si su emoción lo estuviera volviendo completamente loco, como si no pudiera soportar ni un solo segundo más de espera.
—Ya es hora —escuché que decía la voz de Danny—, debemos empezar a apresurarnos o no nos dará tiempo, antes de la media noche.
—El tiempo está de nuestra parte, no te preocupes por eso —contestó Axel, para, a continuación, darme un beso en la mejilla, y finalmente permitirme ver—. Ya llegamos. Estás lista, ¿verdad?
Frente a mí, había una especie de mesa de piedra, muy, muy extraña. No entendí nada. ¿Acaso íbamos a sentarnos a cenar aquí? Estábamos en medio de un bosque, había muchísimos árboles, y al mirar hacia atrás, al sitio del cual veníamos, no pude reconocer un camino. Era como estar en el medio de la nada. Yo lo hubiera entendido, si estuviéramos en verano o primavera, y si fuera de día. Entonces, seguramente se trataría de un picnic. Pero, era de noche, y había nieve por todas partes.
A nuestro alrededor, solo había eso: nieve y pinos.
—¿Dónde estamos? —pregunté, girándome, pero Axel solo me dio una sonrisa, no contestó. Sin embargo, el resto de las personas a mi alrededor, empezaron a murmurar de forma extraña y emocionada:
—Ah, es perfecta. Él tenía razón, tiene buen ojo.
—Realmente perfecta.
—Es tan hermosa y pura.
—Sus ojos están llenos de inocencia, no hay una sola pizca de malicia, es perfecta.
Perfecta. Perfecta. Perfecta. Dijeron en una cacofonía de voces, mientras me miraban de pies a cabeza, como si fuera...
Entonces, con extrema suavidad, como siempre, la mano de Axel tomó la mía solo para entregársela a una de las chicas, como un padre entregando a la novia. No era Janet, y algo me dijo que tampoco Sarah. Debía tratarse de una de las chicas que aún no me habían presentado. Una de "nuestras hermanas", que habían estado esperando por nosotros.
—Ven, linda —me dijo ella, al tiempo que tironeaba mi mano y me miraba con esa expresión tan jovial, que todos parecían mantener sobre sus rostros.
Como todas las personas que se encontraban en el lugar no hacían otra cosa más que sonreírme con cariño, mientras se movían de un lugar a otro, preparando quién sabe qué cosas, decidí que no era momento de hacer preguntas, y obedecí lo que me decían. Vi un par de chicos moviendo dos tambores... No... eran bongós. ¿Tendríamos música? ¿Se trataba esto de una especie de noche de alabanza?
—Lo siento, no me has dicho tu nombre —le dije a la chica que me sujetaba la mano y me conducía hacia la mesa de piedra.
Pero, ella no contestó. Solo se quedó mirándome, con esa sonrisa sobre sus labios, que estaban empezando a entreabrirse. Nuevamente tuve la impresión de que era alguien que no podía controlar más la emoción que sentía, pero esta vez, hubo algo en sus ojos que me pareció un tanto extraño, casi siniestro. Era como si sus globos oculares fueran por completo redondos. Jamás había visto una mirada tan redonda en mi vida.
No fue hasta que ella empezó a empujarme hacia la mesa, que desgraciadamente comprendí que había algo que estaba yendo muy, pero muy mal.
—¿Qué estás haciendo? No entiendo —dije, con nerviosismo en mi voz, pero aún así, ella seguía sin responder. Su sonrisa empezó a desfigurarse incluso más que antes, tal y como si alguien estuviera estirándole las comisuras de la boca desde atrás de su cabeza con pinzas.
Quise liberarme de su agarre, solo entonces noté la fuerza anormal con la que me sujetaba.
—¡Suéltame! —ordené, aún en mi ignorancia—. Me estás lastimando. ¿Axel? ¡Axel!
Pero, mi novio no vino hacia mí, como lo hacía normalmente, sino que, por el contrario, uno de los chicos, a quien reconocí como Joseph, se acercó, y aprisionó mi otra mano. Su tirón no fue tan amable como lo había sido el de la chica. Él tironeó tan fuerte que me hizo caer de espaldas sobre la mesa. Pero en ningún momento, dejó de sonreír.
—¡Basta! ¿Qué están haciendo? —Ahora sí estaba empezando a aterrarme mucho, comencé a zarandearme—. ¡Axel! ¡Ayúdame! ¿Qué hacen? Me duele.
Pero, hubiera sido lo mismo si me hubiera quedado muda. Ya nadie estaba prestando atención a mis gritos. Jalé mis brazos, intentando que me soltaran, pero ambos eran muchísimo más fuertes que yo. Era como si yo fuera una niña y ellos un par de osos. Yo jamás, jamás en mi vida, me había enfrentado a humanos tan fuertes. ¡No tenía ningún sentido!
Me estaban subiendo sobre la mesa, obligando a todo mi cuerpo a extenderse por encima de ella, como si se tratara de una cama. Yo empecé a patearlos, pero si mis golpes les dolían, no lo mostraron. Ellos no hacían otra cosa más que reír. ¿Por qué reían? ¿Era una broma? ¿Qué clase de monstruos eran?
Vi que sus brazos tenían múltiples marcas. En el momento no lo entendí, pero, ahora comprendo que eran marcas ocasionadas por agujas. Más específicamente: heroína. Lo investigué, y todos los síntomas encajan, aunque nunca los vi inyectarse. Es un opioide, aunque tú debes saberlo mejor que yo. El estado de euforia los debía hacer sentir como superhéroes, invencibles, no había espacio para el dolor, solo para el triunfo.
Pateé, arañé, golpeé, intenté todo lo que se me ocurrió, pero lo único que conseguí fue que más personas vinieran a sujetarme. Dejé de identificarlos por nombres, de pronto todos se convirtieron en monstruos para mí, y estaba rodeada de ellos. Había doce personas, pero creí que podían ser millones. Dos tomaron mis pies, y los extendieron tan fuertemente que ya no pude siquiera intentar flexionar las rodillas. Era como haber regresado a las clases de ballet, excepto que diez veces más doloroso.
Me amarraron a la mesa de piedra. Sujetaron mis cuatro extremidades con sogas que raspaban mi piel. Grité, grité tanto como pude, pero nadie me prestó atención. Empecé a llorar, empecé a exigir piedad, pero ninguno de ellos se dignó a mirarme como otra cosa, más que como un cuadro hermoso al que esperaban destruir.
—Por favor, por favor, déjenme ir —les lloré—. ¡No le diré a nadie! Lo prometo, no hablaré de esto, pero por favor déjenme ir.
Prefería mil veces enfrentarme a la furia de mi padre por haberme escapado, que a lo que fuera que ellos estaban planeando hacerme. Llamé una y mil veces a Axel, hasta que mi voz se puso tan ronca que parecía que me habían golpeado la tráquea, cuando no era así, pero él no vino a rescatarme.
Por un momento, llegué a pensar que me había abandonado. Que había tomado todo el dinero de mi padre, y se había ido sin mí.
No tuve tanta suerte.
Cuando Axel finalmente vino hacia mí, sus ojos esmeraldas estaban tan brillantes como los de los demás monstruos, su sonrisa se extendía sobre su rostro, tan ampliamente como la de un loco recién fugado del psiquiátrico. Él no se quedó en el piso, como los otros, sino que se subió a la mesa, colocando las rodillas en el espacio en medio de mis piernas y acercándose tanto hacia mí rostro como le era posible.
Sus manos subieron hacia mi rostro, sentí las palmas de sus manos, heladas, secando mis lágrimas, con extremada ternura, al tiempo que, con el mismo tono de voz que siempre me decía que me amaba, me dijo:
—Shhh... No, no, no llores, no tengas miedo —elevó su mano nuevamente hacia su rostro, y llevó una de mis lágrimas hacia sus labios, la lamió, sin asco alguno—, ya hablamos de esto, ¿recuerdas? Vamos a dar nuestro siguiente paso. Es el camino hacia la perfección, amor mío.
—Axel, déjame ir, por favor —supliqué—, esto no es gracioso. ¿Por qué me estás haciendo esto?
—No, no, mi amor —insistió él, con ternura—, todo es parte del plan de Dios. El único dios al que veneramos. Amor omnia vincit, ¿recuerdas?
—Axel, déjame —lloré, me estaba deshaciendo en lágrimas—, por favor. Quiero ir a casa. Suéltame.
Pero, no me liberó.
—Tenemos una misión, amor mío —dijo, en cambio, al tiempo que levantaba un cuchillo hacia el cielo, en el que vi mi reflejo aterrorizado—, esta será nuestra prueba de amor.
Entonces cortó mi ropa. Lentamente, primero el abrigo, después la blusa, finalmente el pantalón. Me quitaron los zapatos, las medias, todo. Quedé completamente desnuda. Lo único que no me permitía morir de vergüenza, era el terror que sentía y lo superaba todo. Solo había una única prenda en mi cuerpo, y ese era el collar de diamantes de mi madre.
—¡Hermanos! —dijo Axel en voz alta, llamando la atención de todos ellos, que vinieron a rodear la mesa de piedra. Todos con la misma sonrisa, todos emocionados, todos con hambre en sus ojos redondos como las esferas de una muñeca demoniaca—. ¡Esta es la noche en que estaremos tan cerca de nuestro Dios como nos es posible! Todos quienes hemos sido seleccionados para esta hazaña, hemos cumplido con la preparación necesaria, para crear el puente que le permitirá a nuestro Dios y señor, volver a esta, la tierra del pecado, para traer paz a nuestros corazones.
>>Esta noche, yo, Azazel, vuestro representante seleccionado, nombrado en honor del ángel que viajó a la tierra con toda la fuerza de Dios, para enseñar a los humanos el verdadero camino, presento a nuestro señor este sacrificio: ¡Calipso, pura de alma y de cuerpo!, para que tome su cuerpo como hogar y puente, para venir a salvarnos.
>>Mis hermanos, hemos de cumplir con nuestro mandato. La razón por la que estamos aquí. ¡Hemos de traer a nuestro Dios, a la vida mortal!
Mis gritos de terror no interrumpieron su discurso. El suave ritmo de los bongós marcó el tiempo de mi tortura.
—Mis hermanos, sean libres de absorber su pureza. ¡No se contengan! Tómenlo todo, quítenle todo, hasta que se sientan saciados, hasta que su luz también ilumine dentro de ustedes. Ella es el regalo puesto en tierra para que nosotros seamos limpiados.
Después de eso, todo fue muy difuso, o al menos mi mente debió haber bloqueado una parte de mi comprensión para evitar que me volviera loca, no lo sé.
Ellos tomaron turnos.
¡Se turnaron para hacerlo!
Axel fue el primero, como lo prometió. Fue quien, por decirlo de algún modo, rompió la barrera, desgarrándome en carne viva.
—El santuario de mi amada jamás había sido tocado antes, hoy es mío. Y de mis hermanos. Nunca he sido más feliz. Gracias, Calipso, muchas gracias.
Y, todos y cada uno de ellos se apoderaron de mi cuerpo como si les perteneciera, uno a uno, luego varios a la vez. Hombres y mujeres. Todos ellos. Hubo manos, tocando todas y cada una de las partes más privadas de mi cuerpo. Hubo dolor, frío y miedo puro. No existió una sola parte de toda mi anatomía que no fuera humillada y mancillada; lamida o mordida; humedecida, salpicada, o violentada. No hubo protección, no hubo descanso.
Ellos profanaron partes de mí que ni siquiera conocía que podían ser utilizadas de ese modo.
Descubrí que llorar o suplicar era inútil, eso solamente los emocionaría más. Mi cara llena de sufrimiento los excitaba, tener conocimiento de eso, era casi tan terrible como lo que me hacían.
No hubo piedad.
Ni siquiera cuando empecé a suplicar por que me mataran de una buena vez por todas. Ni siquiera cuando mis piernas estaban tan inundadas por líquidos ajenos que sentía que iba a ahogarme en ellos.
Quería vomitar. Lo hice. Pero eso tampoco los detuvo. Cada vez que uno de ellos terminaba su labor, tomaban el cuchillo, y marcaban una línea dolorosa sobre una de mis costillas, debajo de mis pechos. Fueron doce líneas, seis en cada lado. No sé qué significa, jamás me lo explicaron, supongo que era parte del ritual.
Cuanto tuve doce cortes, y mi torso estaba sangrando tanto que podía sentir la sangre caliente deslizándose por mi espalda y hacia mis glúteos, mezclándose con las demás sustancias a las que no quería poner nombre, Axel volvió a encaramarse sobre la cama de madera, y gritó nuevamente:
—¡SEÑOR! TU BANQUETE ESTÁ SERVIDO —había lágrimas derramándose por sus mejillas, lágrimas de furor. Dijo el nombre de su dios, pero no quiero repetirlo, déjame aclararte que no es el mismo que el de la mayoría, por el contrario, es completamente lo opuesto. Empieza con "L", y ya sabes como termina—. ¡SEÑOR! VEN. VEN A NOSOTROS.
Luego se desplomó sobre mi cuerpo desnudo.
Si todo lo anterior no te ha dejado traumado, y con ganas de vomitar. Y si eso se debe a que no has entendido muy bien, déjame hacerlo más claro para ti. Azazel, fue uno de los ángeles caídos del cielo. Aparece en el libro de Enoc. Lo conocen en varias religiones: tanto Nico, como Isaac, pueden confirmar lo que digo. Uno de los siervos más fieles del gran villano.
Debí desmayarme en algún momento, porque recuerdo que todo se quedó muy oscuro, y cuando volví a ser consciente de mí misma, todo se encontraba en silencio. Axel se había deslizado, y la mayor parte de su cuerpo yacía en el suelo, mientras que solo su cabeza y uno de sus brazos estaban sobre la mesa de piedra. Yacía dormido.
Su rostro era bonito, de rasgos finos como la estatua de un ángel, y su cabello pelirrojo se había vuelto más rojo a causa de la sangre que se le había pegado, cuando sus manos manchadas, peinaban su pelo. Era tan blanco que era casi translúcido, y los copos de nieve que habían empezado a caer lentamente, parecían una manta sobre su cuerpo.
Me moví por puro instinto de supervivencia, comencé a tironear tanto de mi mano derecha, tanto, tanto, hasta conseguir aflojar la soga, que terminé por sacar mi mano del lazo que me mantenía cautiva. O al menos lo que quedaba de mi mano. La sangre fue un lubricante justo para permitir que el músculo se deslizara en medio de la atadura.
Me arranqué el collar, y a como pude, utilicé los diamantes para cortar la soga de la otra mano. El nudo estaba muy fuerte, no pude soltarlo... Yo... Yo no pude soltarlo. Contuve otro grito, aunque quizás no podría soltar un sonido por mi garganta destruida. Me tardé mucho. Demasiado, cortando todas las ataduras, pero ninguno de ellos despertó. Todos dormían, en el piso, como si fuera una cómoda cama, sus rostros estaban pálidos como los de un cadáver. Iban a morir de hipotermia, yo misma me estaba congelando hasta la médula.
Me levanté, temblando, tenía sangre por todas partes. Miles de líquidos pegajosos se deslizaban de mi cuerpo, ninguno me gustaba más que el otro, pero la sangre era la única que amenazaba con matarme. La sangre y las lágrimas, porque si no conseguía calmar mis sollozos, uno de ellos despertaría y me mataría seguramente.
Pero yo tenía miedo. Me quería morir, sí, pero a la vez tenía tanto miedo a la muerte que no podía simplemente, quedarme ahí. ¿Qué sería de mí cuando todo acabara? ¿Qué sería de mí si me mataban? ¿Me dejarían en medio del bosque para que me comiera cualquier animal?
¿Me extrañaría alguien? Mis padres ni siquiera notarían mi ausencia, solo creerían que me fugué exitosamente con mi novio.
Todo esto era culpa mía.
Papá tenía razón, siempre tuvo razón sobre Axel, y yo no le creí.
Fui tan estúpida. Tan malditamente estúpida.
Mi ropa había quedado inservible, así que tuve que ir, cojeando por el dolor, a arriesgarme a robar el abrigo de uno de los monstruos. No supe de cual. Hacía tanto frío.
La nieve era blanca, y el cielo era negro.
La sangre era roja.
Primero caminé con una leve cojera, mis piernas casi no funcionaban, luego, con la adrenalina en mi cuerpo, empecé a correr. Corrí tan rápido cómo pude. Iba descalza, y las ramitas y rocas que había sobre la nieve empezaron a lastimar mis pies. Luego, fue el hielo. Se metió en la piel de las plantas de mis pies como si se trataran de agujas. Pronto, mis pies también estaban sangrando, y detrás de mí, cada uno de mis pasos se quedaba pintado en rojo, sobre la nieve blanca.
Las ramas de los árboles arañaron mi rostro, me quedé pegada en ellas múltiples veces, me caí de bruces sobre el piso una infinidad de ocasiones, pero no dejé de correr. No me detuve, hasta que mis pulmones amenazaron con explotar, e incluso entonces, seguí avanzando, pero más despacio. Todo estaba oscuro, no sabía hacia dónde me dirigía, lo único que sabía era que, si me detenía, me alcanzarían, y estaría muerta.
Y yo quería estar muerta.
Pero morir me aterrorizaba.
Llegué a la carretera, y estuve a punto de ser atropellada por un auto. Me dejé caer al suelo, y comencé a gritar de agonía por el dolor en mis caderas. A gritar y a llorar. A llorar como una niña. Como una niña pidiendo en alaridos, por un abrazo de su madre. Pero mi madre nunca llegó. Y aunque hubiera llegado, jamás podría darme consuelo.
El tipo del auto era un guardabosques. Jamás pregunté su nombre. Me llevó de vuelta a la civilización, sin decirme absolutamente nada, quizás estaba nervioso de que lo malinterpretaran por ayudarme. De vuelta con mi padre. No dejé de llorar en todo el camino. El guardabosques llamó a la policía, pero, cuando mi padre llegó, se encargó del asunto.
Y por encargarse, me refiero a que lo camufló. Sobornó a múltiples personas, para que nadie hablara de lo acontecido, porque... ¿Qué imagen dejaría eso, para su campaña política?
Yo quería llorar, ser abrazada, consolada, pero cuando busqué sus brazos, solo encontré una bofetada contra mi rostro. Todo esto era mi culpa. Yo me lo había buscado. Siempre fue mi culpa, y estaba exagerando todo. Y también fue mi error contarle todo a mi padre, ¿crees que eso consiguió que me ganara un poco de su piedad? ¡Fue peor!
Después de salir del hospital, uno donde mi padre controlaba a todos los doctores para que la noticia no saliera a la luz. Llegué a casa. Y en mi habitación, llorando como siempre, porque parecía que era lo único que sabía hacer desde esa trágica noche, le conté a mi padre sobre algunas cosas que me habían hecho, un poco censuradas porque ni siquiera podía decirlas en voz alta. Quería que mi papá me protegiera después de eso, quería todavía que me abrazara, y me dijera que todo estaría bien aunque fuera una mentira y aunque yo estaba repitiendo miles de veces que quería morir.
Pero, lo que conseguí fue:
—¿Cuántas veces te había dicho que me hicieras caso, eh? Ahora ya estás así, destruida para siempre. Te arruinaste para toda la vida —me miró de pies a cabeza, con asco—. Te fugaste para ser su puta. Querías ir a tener sexo con él hasta en los árboles. Te descuidaste por esa razón, quisiste cometer sinvergüenzuras, pero resultó que te encontraste con un sinvergüenza peor que tú.
Me quedé boquiabierta, mientras soltaba hipidos por llorar.
—¿Qué? ¿Esperas que yo te consuele? —se burló mi padre—, de mí, no conseguirás nada, menos por una estupidez que tú sola te lo buscaste.
Ah, recibiendo tal respuesta de mi propio padre, me hizo darme cuenta que era mejor callarme para siempre. Si la persona que me engendró, quien debería quererme y creerme, me trataba como una basura por culpa de lo que había hecho. Si él me juzgaba. No quería oír lo que otras personas dirían de mí. Ni siquiera me molesté en contarle a mi tonta madre. Ella tampoco preguntó, de vez en cuando pasaba por mi habitación, y me veía llorando en el suelo desconsolada, pero me tiraba una mirada de lástima antes de marcharse, porque parecía ser que mis sollozos le molestaban.
Por un mes, de alguna manera aguanté seguir viviendo, era un zombie, con pesadillas y ataques de pánico todos los días, y sin la fuerza de poder acabar con mi vida. No solo mi mente me causaba agonía. Apenas podía caminar por mi cojera y cuando lo hacía, las partes que me dolían como en carne viva, me recordaban lo que había sucedido y entonces colapsada aún peor. Mi voz tampoco volvía a la normalidad, siempre estaba ronca y grave. Escucharme también era horrible. Así que no hablé por mucho tiempo.
Y entonces, un día, me di cuenta de que estaba embarazada.
Tuve los síntomas, y mi período no llegó. Tenía náuseas todos los días pero pensé que podría ser por... Ya sabes. Pero de todos modos, compré dos pruebas de embarazo a escondidas. Y fui al baño y lo confirmé. Estaba embarazada. Las dos pruebas. Positivas.
Al principio estaba en shock. Recuerdo que me senté por mucho tiempo sobre la tapa del inodoro, con el rostro totalmente seco. Por primera vez en un mes, no estaba llorando. O estaba entrando en pánico. O teniendo una crisis. Mis ojos estaban fijos sobre esos aparatitos blancos, mis manos las sostenían sin ningún temblor.
Luego las tiré a la basura. Fui a mi cama, me arropé con las mantas, y me quedé dormida casi de inmediato.
En la madrugada lo supe. Iba a tener al bebé, fuera como fuera.
Era simplemente instinto. La idea se instaló dentro de mi mente sin ninguna dificultad. Y no, no lo estaba aceptando por obligación o porque eso era lo correcto por hacer. No. Simplemente, yo, quería, a ese, bebé.
A pesar de lo que todos podrían aconsejarme, sobre lo correcto e incorrecto de mi situación, no me importaba, porque por primera vez después de mucho tiempo, volvía a recuperar algo de fuerza y la razón era la criatura que estaba creciendo dentro de mí. Y no, no me interesaba saber cuál de todos los hombres lo consiguió. Lo único que sabía, es que mientras volvía a llorar, sonreía tocándome el vientre. ¿Y qué? Él no tenía la culpa. ¿Era una locura? Quizás ya me había vuelto loca y no me di cuenta.
Me reí por lo hilarante de la situación y al mismo tiempo, por el inesperado e inaudito rayo de luz de esperanza que me estaba atravesando. Nos tenía un poco de lástima. Porque ambos estábamos solos contra el mundo. Yo no podía, ni quería tratar a esa criatura del mismo modo en que me habían tratado a mí. Él no sería basura descartable, no como yo.
Estábamos solos...
Estaba tan sola...
Tuve dos semanas para hacerme a la idea de que pronto me crecería la panza, y antes de que me diera cuenta, me convertiría en una madre adolescente. Cuando pensaba en eso me ponía tontamente feliz. Y lo aprovechaba. Después de todo ese dolor que había experimentado. Me aferré a esa felicidad como una loca. Yo estaba preparándome sobre cómo decírselo a mis padres. Ellos estarían tan enojados conmigo, ¿pero qué no dicen que los nietos ablandan a los viejos más estrictos?
—Te traje tu medicina —mi padre entró a mi habitación una noche, trayendo un vaso de agua y una pastilla. Eran para la ansiedad, los que el doctor me había recetado—. ¿Has estado durmiendo mejor?
Asentí dos veces. Todavía recordaba sus palabras crueles, así que era reacia a contestarle. Lo miré de soslayo, y me imaginé hablándole en ese mismo instante sobre el bebé.
Mejor no.
—Tu rostro ha vuelto a recuperar su color —mi padre asintió complacido—. Muy pronto podrás regresar a la escuela. No te olvides de tomar tus píldoras.
Ojalá lo hubiera olvidado.
Tuve dos días para convencerme de que finalmente tendría a alguien a mi lado, a quien cuidar, y llenar mi corazón de algo más que odio. Y entonces, al tercer día, lo perdí.
—¿Sabes por qué Will Solace? —gritó Calipso hacia su amigo, que la miraba con los ojos abiertos de par en par—. Claro que lo sabes, no eran tranquilizantes. Eran pastillas abortivas.
Traicionada por mi propio padre. Engañada por mi padre. No podría haber caído más bajo en el pozo de la desesperación, pero descubrí, viendo como la sangre fluía por mis piernas, que si se podía. No era tan tonta para no saber que había sufrido un aborto espontáneo. Algo cayó cuando fui a bañarme. Era lo que se suponía iba a ser mi hijo, ¿no?
Mi alarido debió haber roto todos los vidrios de la casa.
Mis manos querían sostenerlo y al mismo tiempo no.
Resulta que mi madre descubrió mis pruebas de embarazo, las que estúpidamente tiré en el bote de basura del baño. Estúpida. Estúpida. Estúpida. Se lo contó a mi padre, y él se encargó del asunto. Personalmente, se deshizo del...
—Sabía que tendrías miedo de contármelo —respondió mi padre, despreocupadamente, cuando lo enfrenté, toda húmeda, con una bata mal puesta sobre mí, con lágrimas y la cara más enloquecida que un psiquiátrico podría ver. Estábamos en la cocina, él se tomaba un café y leía el periódico. Yo estaba a punto de colapsar, física y emocionalmente—. Así que me adelanté y resolví el problema por ti. Dijeron que podría doler, pero en fin, pensé que sería mejor que cargar con esa cosa por más tiempo.
Me giré y caminé los escalones, sintiendo agonía con cada paso, soportando los cólicos y los espasmos. Dejé un rastro de sangre detrás de mí. Como aquella fatídica noche. Llegué a mi cuarto, y me sonreí en el espejo que colgaba a un lado de mi habitación. Me sonreí diciéndome que estaba bien.
No, no estaba bien, me desmoroné en mi habitación. Mi pecho casi se rompió con los sollozos que salían de mí, me faltaba el aire pero apenas era consciente de eso. El dolor era todo lo que conocía ahora, y no paraba, desde esa noche, parecía estar maldita, condenada a sufrir por toda la eternidad. Me habían arrebatado a mi bebé. Me lo habían sacado de mis entrañas sin mi permiso. Había sido ultrajada. Violada otra vez. No me importaba lo que decía el resto, él era mío, tenía más de mí, que de cualquier otra persona que ni me importaba saber.
Pensé, que él traería un rayito de luz a mi vida, pensé que tendría al fin una compañía incondicional, y podría darle todo lo que alguna vez yo deseé en silencio. Por unas semanas, existió una inocente criatura que iba a ser completamente mía y dependería de todo mi cuidado. Volvieron a arrebatarme la felicidad, mi futuro. Volvieron a condenarme a la soledad. Una soledad que pensé que finalmente acabaría con la llegada de esa pequeña alma a la que yo había dado cabida en mi maltrecho cuerpo, demostrando que todavía era capaz de soportar y crear un milagro.
Estoy segura de que todos me llamarían loca, e incluso me dirían que fue la mejor decisión.
Dirían, que es mejor no tener ningún rastro de aquella trágica noche, pero...
Yo lo había amado desde el segundo que supe que estaba dentro de mí, y desde ese día, hasta siempre, hasta el día que muera, yo lo recordaré como el hijo que alguna vez pudo haber sido. Lo amo incluso ahora, con un instinto maternal primitivo, salido del interior de mis entrañas donde alguna vez pudo haber crecido.
Y no deseo oír ningún tipo de consuelo parecido a que quizás fue lo mejor. No quiero oír ningún argumento sobre que no había sido tan malo perderlo. Por eso había decidido que jamás se lo contaría a nadie, porque no quería oír en lo absoluto sobre que, quizás, mi padre tenía razón y una vez más, yo solo estaba exagerando.
Pensé que me lo llevaría a la tumba, al final no pude resistirme a contarles sobre él.
No me interesan las miles de personas que dicen no querer tener hijos, yo jamás los obligaría. No me interesan las miles de personas que dirían que yo sería una horrible madre. No me interesa la opinión de nadie. Era mío. Era mi decisión.
Era mi...
Era mi vida.
Y ahora ya no existe. Así como yo no existo.
Mi opinión nunca existió. Nadie me pidió permiso para tocarme, ni para ultrajarme, ni para arrebatarme lo único que creí que me pertenecía incluso más que mi propia vida. Nunca nadie se ha parado a preguntarme qué es lo que quiero o pienso.
Así que, perdón si soy egoísta. Perdón si estoy siendo una "ridícula", Valdez. Es solo que acabas de recordarme lo que siempre he sabido:
Que a nadie le importo. Que mi opinión no importa. Y que todos me utilizarán para su placer, cómo y cuándo quieran.
Y ese... ese es mi testimonio. Porque ocultar la verdad, no significa que no haya ocurrido. Así que, ¿qué más da si lo sabes, no?
Qué más da si ahora todos ustedes van, y divulgan esto. Quizá incluso sea mejor. ¡Grítenlo! Ya quiero ver cómo Axel los convencerá de que solo estoy diciendo mentiras.
Así como los ha convencido, de ese absurdo nombre falso.
Al final, lo único que importa son las palabras del dulce chico con una sonrisa amable, y no las de la loca despechada que quedó con el corazón roto y otras partes de mí que jamás volverán a ser igual.
Ahora váyanse, está bien si me quedo sola.
Porque siempre he estado sola.
***
Nota del sismance:
Este es probablemente el capítulo más horroroso que hemos escrito, y lo sabemos. Pero a ver, Cali es uno de los personajes más complejos que hemos escrito, y eso puede saberse en las reacciones que provoca en todos ustedes.
Unos la odian, otros la aman.
Todos sabíamos que su anexo iba a estar de la vershhh
Sabemos que ha sido muy duro, pero, queríamos abarcar varios temas.
—Pero Kinn, Amer, really? REALLY?
Para cada personaje tomamos los canon del libro original, y los utilizamos tanto como podemos dentro de un nuevo universo. También puede verse esto en el nombre que usamos para cuando mencionamos al grupo. Ejem: "Tormenta Marítima de Fuego", ¿recuerdan? Algo que los caracteriza.
Para Calipso, es la divinidad. Y todos conocemos el mito original.
Solo quería decir eso, para que sepan el por qué.
Y ahora, antes de despedirnos, quiero decirles que, como siempre... La cantidad de amor en nuestras historias, siempre será proporcional a la cantidad de dolor. Es nuestra garantía.
Esperamos leernos pronto. Y prometemos, que valdrá la pena.
Es todo hasta la próxima.
Muak Muak.
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