Anexo #7: Nico di Angelo
—Érase una vez, existió un feliz matrimonio que, con amor, concibió dos hijos, primero una niña, y después un niño, con dos años de diferencia entre cada uno de ellos. El papá, era un empresario muy afortunado que encontraba oro en cualquier negocio; la mamá, por otro lado, era una mujer tan hermosa, que era amada por todo el mundo, cuando era más joven, incluso fue actriz durante una época. Juntos formaban una hermosa familia feliz.
Hasta que, tan solo unos meses después del nacimiento del segundo vástago, la tragedia llegó a sus vidas, y la mamá dejó de estar en las fotos familiares... No. Ella no murió, simplemente se fue, sin dar explicaciones de ningún tipo. Solo decidió que la vida feliz que recibía de su esposo, no sería tan feliz, como la que podría recibir de aquel otro hombre.
Mi familia es muy propensa a sufrir de depresión... Ya ve, no aguantamos ser pulverizados hasta que parecemos arena fina, solo para luego ser escupidos, moldeados y vueltos a formar como si fuéramos arcilla. Así de delicados somos, y sí... Esto es sarcasmo. Reto a cualquiera a pasar por todo lo que yo he pasado, y mantener todos los tornillos de su cabeza en el lugar correcto. Dicho lo anterior, mi padre entró en depresión. Se embriagó hasta los codos, se consiguió una nueva chica y la trajo a casa.
Así, nació su tercer bendición, a tan solo dos años de distancia de la segunda, con una piel tan oscura como el ébano, y unos preciosos ojos dorados. La nueva mamá estaba encantada por ello. ¡Siempre le había gustado el oro!
Por eso se largó, después de vaciar la cuenta personal del papá.
¡Abandonado dos veces, en menos de tres años! Todo un campeón en los temas del corazón. Pero, ¡hey! Al menos aún le quedaban sus tres retoños, ¿no?
El hombre era bueno para hacer negocios, podía notarse bastante bien, puesto que su fortuna no hacía otra cosa más que crecer día con día, pero definitivamente no era bueno en mantener a su familia unida. Necesitaba que alguien le ayudara, así fue que, cuando la primera esposa regresó a casa... sin una sola moneda en su bolsillo, él la aceptó de vuelta, y si bien ya no podía prometer amor eterno, puesto que su corazón se había quedado olvidado en algún lugar del camino, al menos pudo ofrecer estabilidad económica, a cambio de la imagen de una familia feliz.
Solo pidió una cosa: que sus hijos crecieran conociendo lo que significaba el amor familiar.
Así que, mamá nos crió en perfectas condiciones. Hizo lo mejor que pudo, siempre fue dulce y amorosa. Nos llevaba a la escuela personalmente, nos llevaba a McDonalds, pero, no demasiado para no mal acostumbrarnos. Nos compraba los mejores juguetes, y nos enseñaba a cuidarlos. Nos enseñaba cómo había sido el mundo antes, y como se esperaba que fuera en el futuro.
Ella hizo que siempre me llevara bien con mis hermanas. Me enseñó que debía obedecer a Bianca, porque ella era la mayor y generalmente sabía lo que estaba haciendo. Me dijo que debía proteger a Hazel, porque yo era mayor, y podía ayudarla en las cosas que le resultaban difíciles. No recuerdo que ejerciera alguna diferencia con respecto a Hazel, que no era su hija, siempre nos trató como a iguales. Y siempre nos instaba a estar juntos.
Excepto por una vez.
Yo tenía diez años, no entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando, pero Hazel no había ido con nosotros en aquella ocasión, sino que había salido con papá. No nos dijeron por qué en ese momento, pero algún tiempo después me explicaron que fue por algo con respecto a la patria potestad y algo sobre declarar finalmente como ausente a su madre, para poder luego declararla muerta o algo así.
Cómo no íbamos a viajar con mi papá, mamá decidió que iba a darnos un regalo a cada uno, y que nos llevaría de paseo a un parque recreativo, donde había un mariposario. A Bianca le dio una videocámara digital para que pudiera tomar fotografías a todas las mariposas que viera. Bianca era una especie de genio nerd que siempre quería aprender y llegar a casa para contar todo el recorrido a papá. Además quería mostrarle las mariposas a Hazel, y con eso podría hacerlo. Esta cámara era vieja, pero funcionaba.
Yo, como era un absoluto idiota que no podía quedarse quieto ni siquiera un par de minutos, y saltaba de un lugar a otro dentro del auto, distrayendo no solo a mi mamá, sino también al conductor, y golpeando accidentalmente a Bianca, recibí un Walkman. Las esperanzas de mi madre, eran que la música consiguiera aplacarme un poco. Fue inutil. Empecé a bailar como un subnormal.
Ya casi no recuerdo cómo se sentía. Desearía que fuera tan fácil como cerrar los ojos y recordar todos los acontecimientos, pero no lo es. Nunca lo es.
Aquel día, fue un viernes 13, en primavera. El día estaba iluminado, pero fresco, había llovido la noche anterior, así que se podía saltar en los charcos, así que, por supuesto, yo saltaba de uno a otro, sin importar si con eso conseguía manchar de barro los pantalones blancos de Bianca, quien rodaba los ojos cada dos por tres. Lo hice un par de veces, antes de que mi madre me llamara para tomarme de la mano y darle a mi hermana un respiro. Me amarró uno de los cordones de mi zapato, dejó que Bianca caminara un par de pasos por delante, y luego continuó llevándome de la mano.
—Ven, está todo tan resbaloso que me da miedo caerme —me dijo— ¿Te importaría caminar conmigo para que me ayudes?
—Lo haré, no te preocupes— le contesté—. No te caerás.
Entonces ella acarició mi rostro y sonrió, para después seguir caminando con tranquilidad por aquel parque. El lugar estaba lleno de flores, por todas partes. Las mariposas, se suponía, estaban en el mariposario: una gran cúpula envuelta en malla, de la cual no debían salir; pero como era temporada y había demasiadas de ellas, muchas se escapaban y podían verse desde afuera.
Primero dimos una vuelta alrededor de todo el lugar: mamá dijo que quería dejar lo mejor para el final. Yo me balanceaba de un lado a otro, sin soltarle la mano, llevaba mi Walkman en uno de los bolsillos de mi pantalón, lo cual hacía sobresalir la tela, pero no me importaba. Los audífonos estaban en el otro bolsillo, haciendo ver mis piernas desiguales. Bianca caminaba sola, al frente de nosotros, tomando fotografías de cada mariposa extraviada que se encontraba, sin importar si todas eran iguales.
Como era una especie de niña ñoña, se ganó de inmediato el cariño de uno de los guías del lugar, quien paraba a su lado cada vez que ella lo hacía, para explicarle el tipo de mariposa que estaba fotografiando. Probablemente él no esperaba que ella recordara los nombres, pero Bianca lo hacía. Los memorizaba por completo.
—Esta es una monarca, ¿verdad, señor? —decía cada vez que encontraba una en color naranja con bordes negros.
—¡Exacto! Sí, que lo es —contestaba el señor en cada ocasión—. ¡Estás aprendiendo mucho!, ¿no es así?
Durante la mayor parte de la mañana, no hubo motivo para que Bianca y yo no estuviésemos felices como lombrices. Ni siquiera ese momento en el que sin querer empujé a un niño rubio con lentes que jugaba a ser superman, y su mamá me miró muy mal, como si quisiera golpearme. Hasta le sacamos una que otra carcajada a nuestra mamá, y ella siempre era muy seria. Entonces tuvimos hambre, y mamá dijo que nos compraría algo del carrito, corndogs, o lo que sea que vendieran.
Bianca se colocó la cámara alrededor del cuello y se quedó de pie junto a ella, pero yo me distraje un segundo. Le solté la mano a mamá, solo porque algo llamó mi atención: era una mariposa que no habíamos visto hasta el momento. De inmediato tiré del dobladillo de la ropa de Bi para mostrársela.
—¿Ya viste esa? —le pregunté—, es nueva.
Pero, Bi no me prestaba mucha atención. Bianca se concentraba en una sola cosa a la vez, y justo en ese momento, mamá estaba preguntándole si quería aderezo, así que ella no me miró.
—¡Bi es amarilla! —Tironeé de nuevo—. ¡Amarilla como el sol! ¡BI! ¡TIENES QUE VERLA! SE VA A IR.
—No, serán sin picante —le contestó ella al señor del carrito, para luego girarse hacia mí—. ¡Sí, ya te escuché! Si es amarilla debe ser una mariposa tigre, ¡ya no molestes!
—¡No es esa! Esa tenía rayitas negras— le regresé—. ¡Biiiii! ¡Ah! La voy a traer.
Quise salir corriendo, pero antes de que lo hiciera, mamá me levantó en brazos, robándose la fuerza de mi impulso. De inmediato olvidé lo que estaba haciendo y dejé caer, por inercia, el peso de la parte superior de mi cuerpo hacia atrás, sosteniéndome con mis piernas de su cintura, quedando completamente de cabeza, pero sin tocar el piso.
—No puedes atrapar a la mariposa, amor. Las mariposas doradas son difíciles de encontrar. Está bien mirarla, pero no te acerques demasiado —dijo mamá, levantándome para besar mi cabeza y ponerme de vuelta en el piso. Tenía brazos delgados, pero siempre me levantaba como si yo pesara lo mismo que una pluma—. Sus alas son frágiles, si las tocas, vas a romperlas, y ya nunca más podrá volar. Y estarán tristes por siempre.
—¿Ya no podrá volar? —pregunté, sin motivo alguno, porque le creía.
—No, amor —contestó ella—. Ahora sé un buen niño y no te alejes, ¿sí?
—Está bien —dije. Y lo cumplí por dos segundos. Después agregué—. ¡Solo voy a verla de cerca y ya!
Y salí corriendo de todos modos.
Me pareció escuchar el suspiro que indicaba que Bianca acababa de rodar los ojos, y luego un—: ¡Ah! Yo iré a traerlo.
—Está bien si le tomas una foto a la mariposa, Bi —dijo mamá—, sólo no se alejen demasiado.
Pero, la mariposa que yo había visto, tan amarilla como el sol, ya se había alejado, así que yo tuve que correr incluso más para alcanzarla. Escuché a Bi llamarme un par de veces, pero no me detuve.
—¡Nico no corras a...! —Fue el último llamado, y algo en él me dio curiosidad, así que giré la cabeza. Quizá fue porque no había terminado de reprenderme y se había callado. Antes de poder ver nada, me tropecé.
Giré la cabeza de nuevo hacia el frente, pero ya estaba cayendo. Vi la mariposa una vez más. Sus alas eran tan claras y brillantes, el amarillo era de un color similar al de la yema de un huevo, pero era bonita. Muy bonita. Luego algo extraño pasó, yo estaba cayendo, pero nunca toqué el piso, alguien me levantó en el aire.
Y después no pude respirar.
Alguien me llevaba en sus brazos, pero no era mi mamá. Era un hombre mucho más alto y fuerte. ¿Pesaba tan poco como una pluma en verdad? Me tapaba la boca, no podía hablar y tampoco respirar, pero podía ver. Y vi a mi mamá girándose, estaba tranquila, y luego ya no. No nos vio. Ella no nos veía, y ahí se asustó.
Yo igual.
Después de eso, ya no la vi. Empecé a patear al hombre, me revolqué, grité aunque no se me escuchaba nada, pero no conseguí que me soltara. No conseguí que nadie me viera. ¿Era tan diminuto? ¿tan débil? No me rendí, rasguñé. Mordí. Creí que le había hecho daño, pero el resultado fue el mismo. Me lanzó en el interior de un auto negro, caí en el regazo de Bianca, quien me abrazó de inmediato y me apretó contra ella.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué nos hacen esto? —Les preguntó ella, y a continuación gritó: ¡MAMÁ! ¡MAMÁAAAA! ¡ESTAMOS AQUÍ!
Entonces una pistola apareció frente a nuestros rostros. Bi de inmediato cerró la boca, y me obligó a esconder el rostro entre su cuello y su cabello. Ella jamás me había abrazado así de fuerte. Yo entendía que estaba pasando algo muy malo, pero nada más. No sabía quiénes eran, ni qué estaban haciendo, ni por qué estábamos en un auto distinto al nuestro. ¿Y por qué mamá no podía venir con nosotros?
—Ahora, van a cerrar sus putas bocas y no me van a dar más problemas, ¿de acuerdo? —Era una de las voces más roncas que había escuchado jamás, mucho más que la de mi papá—. Si se mueven, les haré daño.
Bianca asintió con la cabeza, y durante lo que pareció ser mucho tiempo, los dos nos quedamos tan quietos como podíamos. Bi apenas respiraba, pero yo casi no podía hacerlo, porque ella me estaba apretando muy fuerte. Ni siquiera sentía mis brazos ya.
No pasó demasiado tiempo antes de que el auto se detuviera y nos sacaran de él, para conducirnos dentro de un edificio. Yo nunca había estado en un lugar como ese. Había alfombras rojas cubriendo el piso, también muchísimas puertas, a pesar de estar casi por completo vació. Nuestros pasos hacían eco por todo el sitio, y yo intentaba caminar de algún modo en que pudiera evitarlo, pero no sabía cómo. Bi me tomó de la mano y caminó ella a la cabeza, siguiendo las instrucciones del hombre con la pistola. Había otras tres personas de su mismo tamaño, que nos rodeaban, impidiéndonos correr. Al menos, todos ellos se veían gigantes.
Entramos en un ascensor, y después abrimos una puerta. Había una cama en ese lugar, era grande, como esas en las que quieres saltar como si fuese un trampolín, pero, yo sabía que no debía dar movimientos bruscos. Nos sentaron en la cama, y nos dijeron que nos quedáramos quietos. Solo el hombre de la pistola se quedó con nosotros, pero no nos puso atención, se limitó a hablar por teléfono.
—Los tenemos en posición...— había dicho un nombre, pero era uno muy difícil, o tal vez no lo dijo y yo lo imaginé— No están llorando. Son un par de psicópatas, o solo son demasiado estúpidos para entender lo que ocurre... No. Nada de eso. Sí, ella ya está enterada. Recibió su paga...
—Nico, hermanito escúchame— Bianca sujetó mi rostro y me obligó a mirarla, hablaba en susurros, y lo hacía en italiano— Hay que hacer todo lo que nos dicen, ¿entiendes? No hay que jugar, no hay que hablar, no hay que hacer ruido, ni llorar, ¿sí? Mamá y papá vendrán a ayudarnos pronto.
—Tengo miedo— le contesté, ella sostuvo mi mano y negó con la cabeza.
—No te preocupes, vendrán por nosotros pronto, ¿sí?— luego se quitó la cámara digital de alrededor del cuello, y me la puso a mí en el cuello— será como jugar a los espías, como el otro día, cuando Haz era la ladrona, ¿recuerdas?— se giró para mirar al hombre de la pistola y luego, cuando verificó que no nos estaba mirando, presionó un botón en la cámara, y después, llevó uno de mis dedos hacia el borde de la cámara— Aquí, con este botón, grabaremos todo, y presionando esta parte, sale la tarjeta. Si nos descubren, hay que esconder la tarjeta, hasta que vengan por nosotros. ¿de acuerdo?
Asentí al tiempo que la miraba directamente a los ojos, y después el hombre colgó la llamada. Ella me dio un beso en la nariz. Sus ojos negros estuvieron por un momento tan cerca de mí, que todo se volvió negro. Completamente negro. Y después, apareció un punto dorado, que se hacía más y más grande a cada segundo, y se convertía en la mariposa que volaba, huyendo de mí, mientras yo corría tras ella.
Desperté de súbito en el hospital, gritando y sollozando como un recién nacido, forzando mi salida al mundo exterior. Ni siquiera recordaba exactamente porque lloraba, solo sentía tanto terror que todo mi cuerpo seguía temblando, como los residuos de una pesadilla, que pronto descubriría, aún no había acabado. Todo era demasiado brillante después de una absoluta oscuridad. Era como si hubiera muerto y revivido... Y en cierta forma era verdad, una parte de mí, había muerto aquel día junto con mi hermana. Y al igual que a ella, jamás la recuperaría, jamás volvería a ser lo que era antes.
La inmediata revelación dolió, dolió más que mi cabeza palpitante, o mis piernas, o los moretones en mi espalda. Dolió más que la vía insertada en mi mano izquierda, demasiado apretada, en la que circulaban un montón de extraños líquidos.
Y allí estaba mi padre, corriendo inmediatamente hacia mí para calmarme, aunque no escuchaba nada de lo que decía. Por un largo rato, solo podía observar articulaciones de labios, mudas. Luego el doctor tomó su lugar, apartándolo de forma educada, pero firme, sacó una pequeña linterna del bolsillo delantero de su bata y la horripilante luz blanca, disparó un aguijón de dolor a mi cabeza. ¡Ah, mi cabeza! Nunca, me había dolido de tal forma, parecía rasgarme desde adentro y quemaba. Todo quemaba, hasta la piel de mis brazos se sentía extraña.
Entonces, escuché la primera palabra, y luego llegaron las siguientes, de forma lenta pero cada vez más clara, como si estuviera subiendo el volumen con el botón de mi Walkman.
—¿Sabes por qué estás aquí, tesoro? —preguntó la enfermera de la izquierda, mirándome con tristeza—. ¿Qué es lo último que recuerdas?
La voz de mi madre gritando... sus ojos llenos de...
—¿Lo último que...? ¿Qué? No entiendo... —mi respiración se agitó involuntariamente. Mi padre me observaba desde el pie de la cama, indiferente ahora. El doctor me estudiaba. Las tres enfermeras a su lado también. Y había una tercera persona en la habitación, una mujer, a la que no presté mucha importancia al principio, puesto que el pánico se aferró a mí como el hielo extendiéndose sobre un lago en invierno—. ¿Cómo llegué aquí? ¿Dónde están mamá y Bi? —Observé a mi padre—. Estábamos viendo mariposas y de pronto...
Con una mano temblorosa, mi padre se echó mechones de pelo hacia atrás, lejos de su rostro que se veía terriblemente pálido y con los ojos inyectados en sangre. Parecía que acababa de llorar... parecía que iba a romperse otra vez como un tazón pegado con cola escolar. Mi padre lucía como un niño al que su madre abandonó.
—Había una mariposa volando cerca de mí, la seguí y luego... —"Espera", mis ojos se abrieron como platos, "¿por qué no recordaba nada más después de eso?" Una extraña frialdad quemó mis brazos y mi sangre—. Ah... yo... Ah, la seguí y entonces...
¿Eh?
¿Por qué todo estaba negro?
¿Qué hay de los demás?
Bajé mis párpados para que el mundo desapareciera y poder concentrarme mejor. ¿Qué era lo último que había hecho? Correr tras una tonta mariposa... Mi risa rebotando en mis oídos... ¿Qué era lo último que había escuchado? La voz de mi madre hacía eco dentro de mi cabeza, pero no alcanzaba a descifrar las palabras y el griterío sin sentido era como cuchillas raspando mi cráneo. Así que me tapé rápidamente las orejas con la palma de mis manos, tratando de escuchar mejor.
Era como estar enterrado bajo tierra y tratar de oír las voces que llegaban desde la superficie.
Solo el susurro de las lombrices abriéndose paso podrían darme un pequeño consuelo.
Luces y movimientos se deslizaban detrás de mis ojos, pero estaban tan oscuros y borrosos. Atraparlos era como sostener las sombras entre los dedos: imposible. Había colores brillantes y luego ojos castaños y una voz profunda. Demasiado gruesa. Hice otro esfuerzo, con el que sentía que mi cabeza iba a estallar pero no me importó. La obligué a colaborar, como si estuviera exprimiendo hasta explotar todas las células que podían darme algo de información.
Estaba por atrapar a la mariposa, pero entonces me tropecé y empecé a caerme... ¿dónde me había caído? ¿Por qué había sangre en mi campo de visión? Mi respiración se agitó más, y sentí un par de brazos que me zarandeaban, diciéndome que vuelva en mí, pero me negué, y seguí forzándome, y más y más... ¡Conseguí recordar algo más! Yo... Espera... No entendía... ¿Mi madre acababa de golpearme? Había odio en su mirada... ¿Mi madre realmente me odiaba? ¿Por qué? Luego había más sangre en mis recuerdos difusos y un dolor en el cuello... y en la cabeza... y entonces... entonces...
—¿Por qué hay un vacío en mi cabeza? —pregunté al doctor con voz diminuta, atónito.
Y el Doctor pestañeó sorprendido, y luego observó a mi padre, quien parecía tan sólo un espectro observándome sin saber exactamente qué hacer conmigo.
Pero, alguien sí sabía, la mujer que había permanecido callada todo ese tiempo, en una esquina de la habitación, finalmente se movió más cerca. Entonces la miré un poco más, y noté que era policía, por su uniforme y la placa en el bolsillo delantero de su camisa azul marino.
—¿No recuerdas nada de lo que pasó?, ¿es eso? —interrogó, a la vez que alzaba una pequeña libreta a la altura de su pecho, con un bolígrafo listo. Su voz había sido suave, pero había algo en sus ojos que hizo que los temblores regresaran a mí.
—¡Por Dios oficial! ¡¿Qué no ve que el niño acaba de despertarse?! —gritó indignada otra de las enfermeras, de complexión robusta y aretes gigantes—. No sea inconsciente. ¡No es momento de preguntas! ¡Tiene tan solo diez años! ¡No es un criminal para ser tratado de esta forma!
—Por supuesto que no lo es, señora —devolvió la oficial, amable, dándole clic al botón de su bolígrafo. Clic. Clic. Clic. Cada uno de esos diminutos sonidos, me hicieron pestañear, y despertaron una extraña sensación de ahogamiento en mí—. No me malinterprete, no estaba actuando como oficial de policía en este momento, sino como una persona con genuina preocupación hacia este pequeño que acaba de pasar por una experiencia tan traumática. Me disculpo si pareció lo contrario —añadió, y entonces, mirándome con ojos dulces, acortó la última distancia entre nosotros para, apoyar una mano sobre mi mejilla, y darle una ligera caricia—, lamento si te he asustado, ¿sí? Me llamo Sophi, soy tu amiga, y puedes confiar en mí. No dejaré que ningún hombre malo vuelva a tocarte un solo dedo.
Ella siguió acariciando mi mejilla, y luego empezó a tocar mi pelo, rascando mi cuero cabelludo con la punta de sus uñas. De inmediato, aparté mi cabeza.
—No me importa lo que usted diga, debe retirarse ahora mismo —continuó la enfermera molesta, y luego se giró hacia mi padre, que estaba como en blanco—. Señor, su hijo necesita que lo proteja más que nunca —susurró—. Acaba de perder a su hermana. Ayúdeme, a ayudar a su hijo, y pídale a esta señora del Estado que se retire de esta habitación, ya mismo.
—Papá, ¿dónde está mamá? —hice la pregunta que se transformaría en un portal para recibir la agonía que me perseguiría por el resto de mis días.
—Tranquilo, tranquilo, niño bonito —dijo, la oficial de policía, esta vez rodeando mis hombros con un brazo—, tu mami pronto estará aquí conmigo, porque tú nos ayudarás. Sé que lo harás.
Vomité en ese instante. Apenas alcancé a girarme hacia el otro lado, y dejé salir todo lo que había en mi estómago, que no era mucho. Por un momento, pensé que el líquido era tan rojo como la sangre, no sé si lo era, pero incluso si sí lo era, no habría podido detener todo el flujo sanguinolento.
Aquí existía otro espacio en blanco en mi memoria. Por un segundo estuve vomitando, y después, simplemente estaba otra vez sentado, la habitación no olía a vómito, y la oficial de policía acariciaba mi espalda lentamente. Su cabello castaño estaba suelto, y las puntas me ocasionaban comezón en el brazo izquierdo.
—... entonces vamos a necesitar que hagas un esfuerzo por recordar, ¿de acuerdo, dulzura? —comprendí demasiado tarde que ella me estaba hablando—. Así mami podrá salir de prisión y venir a abrazarte mucho, mucho, mucho. ¿Te parece bien?
Su labios estaban sonrientes, pero esa sonrisa estaba ausente de sus ojos. Su rostro era terso, y bonito, sin un solo lunar, como si no tuviera imperfecciones en absoluto. Sus cejas eran finas, y sus ojos eran castaños, pero tenían motas amarillas de vez en cuando. Solo podía notarlo por lo cerca que estaba de mí. Amarillo... Amarillo como esa maldita mariposa.
Yo quería recordar... Ellos debieron pensar que estaba tratando de ocultar la información adrede. Creían que la quería proteger, pero, yo realmente no podía recordar, por más que lo intentara, hasta que sentí ganas de meterme los dedos a través de los ojos y alcanzar la parte de mi cerebro donde los recuerdos debieron quedar impregnados. Era desesperante y asfixiante, saber que probablemente tenías la respuesta en tu cabeza, pero no poder acceder a ella, ¡ridículo!, ¿no? ¡Era mi propio cerebro negándose a servirme! Los doctores dijeron que era una forma de protegerme del trauma, ¡pero al diablo! O, que inconscientemente estaba reprimiendo los recuerdos nocivos.
¡PURA MIERDA, YO QUERÍA RECORDAR!
La segunda opinión del doctor era que, debido a un golpe especialmente fuerte, necesitaba tiempo para sanar, y dejar que los recuerdos regresaran de forma natural.
—Nada de forzarlos —había dicho el doctor, con voz amable y un aire melancólico—. El cerebro es el órgano rey más complejo de nuestro cuerpo. No lo presiones, Nico, él sabrá mejor que nadie, el momento indicado para recordar.
¿El momento indicado? ¿Cuándo sería eso? ¿Y mientras qué? ¿Mi madre se pudría en la cárcel por mi culpa?
—Por supuesto, debemos ser pacientes —asintió la oficial de policía, enviando una mirada de soslayo a mi padre, que por alguna razón había empezado a negar con la cabeza, a algo que el Doctor le susurraba con rostro tenso—. Haré saber a mis superiores sobre esto, para que no perturben su paz...
—No puedo creer esto —siseó de golpe mi padre, y casi apartó bruscamente al doctor con un empujón de su mano. Pisoteó en mi dirección desde el lado derecho, y tomó mi muñeca entre sus manos, con un apretón doloroso—. ¿Cómo es posible que no recuerdes nada? ¿Es una broma?
—¡Señor!, tiene solo diez años... —comenzó la enfermera pero fue interrumpida.
—Y mi esposa está en la cárcel, y la única persona que puede ayudarla perdió la memoria, ¡¿me están jodiendo?! —El apretón se hizo más fuerte, sacándome un quejido—. Nico, sé que quieres ayudar a tu madre, así que te ordeno que recuerdes ahora mismo. ¿O es que quieres que se quede allí atrapada para siempre? Solo si dices lo que sucedió podremos tenerla de vuelta con nosotros, ¡podemos vengar a Bianca! ¡A tu hermana!, ¿no quieres eso? ¿Es que no quieres que esos malditos tengan su merecido?
Estaba hiperventilando. Solo me di cuenta porque el doctor se lo hizo ver a mi padre, aunque a este poco le importó.
—Es que lo intento, ¡juro que intento recordar pero es como si faltara una parte de mi cerebro, papá! —empecé a llorar, y me llevé las manos a la cabeza—, está allí, lo sé... pero...
—Inténtalo más fuerte, hazlo —gritó el, normalmente calmado, señor di Angelo—, ¡¿quién más lo hará si tú no puedes?!
Un grito ronco atravesó mi garganta. El sobreesfuerzo sólo sirvió para hacerme sentir que mi cerebro ardía con lava hirviendo, tanto, que por un segundo de locura, deseé golpearme la frente contra cualquier pared que tuviera delante. Cualquier cosa para detener el dolor dentro de mí mismo. Al final, no sirvió de nada, aparte de conseguir otra advertencia más severa del doctor, para mí, y especialmente para mi padre, sobre limitar los esfuerzos inútiles por ahora, mientras estaba sanando.
—¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto? —exigió mi padre, frustrado.
—No lo sabemos con certeza —contestó el doctor—, pero puedo recomendarle un terapeuta para que ayude a su hijo a...
Dejé de escuchar, y de pronto, me embargó una sensación de irrealidad. Era como si no fuera yo, en ese momento, como si estuviera fuera de mi cuerpo, observando todo como un espectador. Mientras tanto, la oficial de policía que no se había alejado de mí lado, me sonrió, y frotó mi mano reiteradas veces. (Yo quería que dejara de hacer eso). Luego, con voz dulzona, me dijo: "Descuida, en un par de semanas, tendrás a tu mami de vuelta..."
Pero pasó un año.
Fue horrible.
Luego dos años.
Fue una tortura.
No estaba mejorando, y mi padre ya había perdido toda esperanza en mí para ayudar a sacar a mi madre de la cárcel. Estaba empeorando, y desde aquel momento en que desperté en el hospital, solo había visto los ojos fríos y decepcionados de mi padre, cada vez más notorios. Tenía a mi pequeña hermana Hazel haciéndome compañía la mayor parte del tiempo, tratando de darme calidez como una diminuta vela en medio del Polo Norte, lo que, no servía de mucho. Pero no era su culpa. Todos los días extrañaba a mi hermana y a mi madre, y cada día se hacía más difícil, más insoportable solo seguir existiendo.
Porque la razón de que una de tus personas favoritas en el mundo esté lejos de ti, era todo culpa tuya, y por tu incapacidad de recordar, de rememorar aquel día, para gritar con toda certeza al juez, que ella, tu madre, no había sido la responsable de arruinarles la vida y matar a tu hermana.
Yo tenía un mejor panorama de lo que había sucedido, por lo que me habían contado, y no por lo que por mí mismo recordaba. Estuvimos secuestrados dos días. Mamá fue quien avisó a papá, y le pidió el dinero necesario para el rescate, porque a pesar de tener acceso a las cuentas, ella jamás lo hacía sin permiso. Después, por un par de horas, nadie supo de mi madre. Papá no pudo contactarla, ni siquiera su amiga, la policía Sophie, había podido localizarla. Al final, cuando nos encontraron, el cuerpo de Bi, desfigurado, yacía en el suelo, empapado en sangre. Y mamá estaba levantándome, rabiosa, del cuello de mi camisa.
Las huellas digitales de mamá, estaban en el tubo que funcionó como arma homicida. Pero, yo sabía que no había sido ella, a pesar de que todo apuntaba en su contra. Era simplemente estúpido pensar que la mujer dulce que conocimos todos esos años, se había vuelto loca y había acabado con la vida de su propia hija.
El fiscal decía que yo iba a ser el siguiente, que ya me había golpeado un par de veces. Jamás me dejaron escuchar la versión de mamá. Jamás pude contestar las preguntas de Sophie Manganello, mucho menos las del juez.
Nunca me permitieron visitarla, ni escribirle cartas, ni recibirlas de ella. No querían que nada influyera en mi testimonio, tampoco querían exponerme al peligro de estar junto a ella, o de, siquiera, mirarla una vez más. Me quitaron a mi hermana, y a mi madre en un mismo día... y también a mí mismo.
Lejos había quedado aquel niño feliz y risueño que persiguió una mariposa amarilla en aquel parque. No quedaba ningún vestigio de él. A veces, incluso me preguntaba si no había muerto con Bianca, y estaba atrapado en alguna especie de bucle, vagando como un fantasma en pena, en mi propio infierno personal. Quizás esa era la verdad, y eso explicaría porque aquella Oficial de Policía jamás me había dejado en paz desde que abrí los ojos en aquella camilla del hospital: porque era mi demonio de tortura personal, para toda la eternidad. Porque en eso se convirtió.
Una pesadilla. Casi siguiéndome por todos lados. Una sombra constante. Asfixiante. Su objetivo era implacable, y poseía una mente astuta tras una sonrisa cariñosa que con el tiempo se volvió nauseabunda con solo imaginarla. Estuvo en el hospital. Estuvo en mis sesiones con los terapeutas. Con mi padre. En mi escuela. Enviándome mensajes cuando obtuve mi primer celular, llamándome por teléfono cuando apagué mi celular.
—Ya... ya te dije todo lo que sabía... —solté una vez por teléfono, sacando las palabras a la fuerza a través de mis dientes—, estoy tratando, en serio...
—Sé que lo intentas, cariño —contestaba ella, paciente, completamente contradictoria a su actitud—, sé que tú realmente no quieres que ella se quede allí para siempre. Si pudieras recordar, ya lo hubieras hecho, ¿verdad?
Mordí el interior de mis labios, hasta que saboreé la sangre, y luego corté la llamada, y me senté en el suelo, allí mismo. Por un momento, sólo me quedé en blanco, solo estuve allí mirando el teléfono sobre la mesa y entonces, el llanto salió de mi boca en forma de aullido, y luego le siguieron desesperantes sollozos que ya no pude controlar. Ah, había logrado cinco meses sin llorar, y ahí iba mi récord, en la mierda. Eso solo me hizo sentir más miserable... No, ah, desde que desperté en aquella puta cama de hospital, no había hecho más que sentirme miserable... siempre estaba mal. Siempre.
Siempre me sentía mal. ¿Cuánto más iba a seguir así? ¿Cuándo iba a cambiar o mejorar?
Por mi culpa mi madre seguía en la cárcel. ¡Ya habían pasado dos años! ¿Y en lugar de ayudarla? De servir para una puta mierda, ¿estaba aquí? ¿Llorando como un maldito inútil? ¿Qué derecho tenía yo de sufrir cuando ella probablemente lo estaba pasando peor?
A Bianca jamás le habría ocurrido esto. ¡Ella sabría mejor que nadie! Ella habría podido recordar qué mierda había pasado en aquella ocasión. Ella realmente habría podido sacar a mamá de prisión porque siempre fue buena en todo, y no una inútil como sí lo era yo. Le quité a Hazel la única hermana que habría valido la pena tener, le quité la única madre que había decidido quedarse. Y a mi padre, la única mujer que había amado de verdad. Yo debí haber muerto, no Bi. Así todos ellos podrían vivir felices, sin mí.
Non meritava consolazione.
No merecía seguir existiendo.
Voleva morire. Gesùs, realmente quería morirme.
Así que decidí que, si no podía ayudar a mi madre, al menos podría echarle una mano a la muerte, y facilitarle la labor de llevarme con ella de una buena vez por todas.
Me fui a mi habitación, y preparé las sábanas, y una silla, y una nota para Hazel. Algo sobre que la quería y que no se sintiera culpable. Ella no tenía la culpa de nada, hizo hasta lo imposible por hacerme feliz. Lamentablemente, yo ya estaba demasiado roto para sanar. ¿A mi padre? Solo que lo sentía. ¿Y a mi madre? Que la amaba, y que esperaba que me perdonara por ser un inutile, y que no se sintiera culpable por engendrar un hijo tan inservible. Y allí estaba, tenía doce años cuando decidí saltar de la silla, y colgar... Pero entonces, ocurrió lo inverosímil.
Estaba perdiendo el aire. La triste cosa a la que llamarías vida se me estaba escapando de mi ser, y de pronto, entre la inconsciencia, el único momento donde mi cerebro inútil probablemente bajaba las barreras de protección, pude acceder a esos malditos recuerdos que tanto necesitaba...
En el momento en que todo empezaba a oscurecerse, estaba ahí, nuevamente, en ese edificio, en esa cama de hotel, con Bianca a mi lado, y aquella mano envolviéndose alrededor de mi cuello, hasta hacerme desmayar... Los recuerdos estaban, al fin, al alcance de mi mano. Me di cuenta: había encontrado una manera para recordar.
O casi... porque entonces morí.
Por un par de minutos. Mi padre me encontró antes de que mi alma bajara al inframundo, y digamos que me arrastró de vuelta.
Desperté, nuevamente, en el hospital, con un puñado de médicos a mi alrededor, Sophie Manganello sentada junto a mí, y una única novedad: Hazel acompañaba a mi descompuesto padre en esta ocasión. Mi pobre hermana estaba temblando de pies a cabeza, pero sostenía la mano de mi papá como si fuera algún tipo de soporte sólido para él.
En un primer instante, después de abrir los ojos, descubrí que aún tenía algunos datos en mi mente, pero, conforme más intentaba aferrarme a ellos, con más insistencia se escapaban por en medio de mis dedos:
—Había al menos cinco personas —intenté decir, pero mi garganta no fue tan fuerte como para ayudarme a pronunciarlo. Mi voz estaba tan frágil que ni siquiera yo mismo habría podido reconocerla. Fue en ese momento, cuando vi a mi padre llorar por primera vez en la vida.
Yo no era estúpido, sabía que había llorado en múltiples ocasiones, por Bianca, y por mamá. Es solo que siempre lo hacía a solas, donde no podíamos verlo. Esa vez, sin embargo, simplemente se desplomó como las torres gemelas. Una vez que comenzó el diluvio, no se detuvo. No lo hizo caóticamente aún así, sino bajo control, las lágrimas simplemente cayeron de sus ojos, sin tregua, pero ni un solo sonido salió de sus labios.
Fue como si ya se hubiera cansado de gritarme, y no le quedara fuerza ya para nada. Las batallas que había tenido que enfrentar, lo dejaron siendo un anciano, encerrado en un cuerpo que aún podía llamarse joven.
Hazel se acurrucó contra él y le dio un vaso de agua, mientras sollozaba incontrolablemente, sorbiendo sus mocos y respirando en medio de quejidos, dolorosamente. Ella tenía tan solo diez años, no se suponía que tuviera que ser fuerte, pero lo intentaba.
—Había al menos cuatro sujetos —le dije a la agente Manganello dos semanas después cuando finalmente se las arregló para encontrarse conmigo a espaldas de mi padre—. No, fueron cinco. Eran al menos cinco. Sí. Todos hombres.
—¿Qué hay de María? —Manganello, quien había estado caminando por mi habitación, se acercó hasta mí, y sujetó mi muñeca suavemente, se sentó frente a mí, en mi cama— ¿En qué momento llegó? Si dices en testimonio que tu madre no estaba ahí hasta después de la muerte de Bianca podremos...
—Yo... No lo sé, no recuerdo esa parte, pero... fanculo... —yo intentaba mantener mis pensamientos en orden, sin embargo, mientras más me preguntaba, más detalles se iban de mis manos, me bloqueaba, juraría que habría podido olvidar hasta mi propio nombre.
—¿Pero, qué? —Ella empezaba a preguntar cada vez más rápido, su sonrisa se alargaba en su rostro, como si tuviera un par de pinzas sosteniendo cada una de sus mejillas—. Dulzura, necesito que seas más específico. Necesito que no cambies la versión.
Acariciaba mi mano en cada momento, como si intentara tranquilizarme, pero, con el tiempo, el contacto físico estaba empezando a generarme náuseas por culpa de ella. No eran sus manos las únicas que me irritaban, eran las de todo el mundo. Incluso las de mi padre. Había apartado a Hazel de mi la última vez que había intentado besarme la mejilla. La hice llorar.
—Nico, dulzura —Manganello sostuvo mi rostro con ambas manos—. Concéntrate. ¿En qué momento llegó tu mamá?
Pero, yo no lo sabía. ¿Ella nos había vendido? ¿Ella quería matarnos? ¿Cómo llegó a nosotros antes que la policía? ¿Por qué me sujetaba del cuello de la camisa? ¿Por qué me había estrangulado y golpeado? Pero, ella no me había estrangulado, ¿o sí? ¿Siquiera me había golpeado? ¡¿Por qué no podía devolver el maldito tiempo?!
—Ella... Ella estaba en el parque con nosotros, y me dijo que no me apartara... ¿Por qué me habría dicho eso, si quería hacernos daño? —Fue lo único que alcancé a contestarle—. Ella no nos lastimó jamás.
—¿Estás seguro? —Me preguntó la oficial.
Ella quería obtener un "sí" o un "no", pero lo único que consiguió fue mi desesperación. Mis manos subieron hasta mi rostro, mis uñas empezaron a incrustarse en la parte baja de mis ojos, y me estaba haciendo daño, pero no podía parar. Creo que incluso me empecé a balancear sobre mi propio cuerpo.
—¿Qué está haciendo usted aquí? —La voz de Hazel me hizo dar un salto tan grande que me golpeé la cabeza contra el respaldar de la cama. Ella estaba furiosa, no medía ni siquiera metro y medio en aquel entonces, pero vaya que podía emitir rabia—. Mi papá no le dio permiso de venir, ¡salga!
—Hazel, nena... Solo estoy hablando con tu hermanito, somos amigos, ¿recuerdas? —le dijo la agente Sophie, pero Hazel comenzó a gritar como la sirena de una ambulancia.
Ella tuvo que marcharse, y mis visitas se restringieron incluso más, por un tiempo.
Cuando me recuperé y papá dejó de estar paranoico con respecto a dejarme solo durante demasiado tiempo, volví a encontrarme con los terapeutas, pero papá no accedió a que me preguntaran cosas sobre el secuestro. Por un tiempo, se negó por completo a que me hicieran preguntas sobre esa época, pero después, yo mismo empecé a instar a mis psicólogos a excavar en busca de información. Si tenían que abrir mi cabeza con una sierra, en el proceso, podían hacerlo.
Ero stanco.
Empecé a investigar en internet, formas de recuperar la memoria, y encontré todo tipo de información, algunos decían que debía concentrarme en el último objeto que recordara, y eso me guiaría hacia el lugar de mis recuerdos que estaba perdido. Lo hice, y empecé a investigar más sobre la mariposa amarilla.
No encontré una foto que se pareciera a la que yo había visto en internet. La más similar, era una Eurema, pero aún tenía mis dudas, sobre si sería realmente esa, o no. Le pregunté a papá por la cámara de Bianca, pero me dijo que ella no tenía ninguna, y que si la hubiera tenido, la había perdido en aquella ocasión. No era parte de la evidencia, y no había modo de recuperar las fotos. Quise, entonces, volver al parque de mariposas, pero lo cierto es que no me atreví.
Sufría un ataque de pánico cada vez que pensaba en regresar a ese lugar.
Decidí olvidar la mariposa, y me concentré en la hipnosis, pero esta tampoco dio resultado. O los "magos" que conseguía no sabían hacerlo, o era una tontería y del todo no funcionaba. Los psicólogos tampoco estaban teniendo progreso, y poco a poco me volví más irritable e inestable.
Explotaba en rabia con facilidad, le gritaba a Hazel con demasiada frecuencia para que saliera de mi habitación. Comencé a enojarme todo el tiempo, no solo con mi familia directa, sino también con Sophie, quien no paraba de insistir con sus preguntas y sus caricias. Me molestaba a sobremanera que ella podía hacer eso, pero si un hombre, imaginemos a mi padre, se acercaba a una niña de doce años para acariciarle las manos o el rostro, posiblemente llamarían al FBI. Sophie, sin embargo, estaba a salvo.
Perdí la cabeza finalmente, a los catorce años, cuando me enviaron con un psiquiatra y este me recetó antidepresivos. ¡Potrei ficcarmelo su per il culo! Solo los había utilizado tres días, cuando en un brote de histeria decidí que ya no podía soportarlo más, y que el único modo de recordar, sería justamente el que había utilizado anteriormente, por accidente.
Así pues, convencí a mi pobre e inocente hermana de vigilar la puerta del baño, mientras yo tomaba un baño y "utilizaba un nuevo método de meditación" que descubrí en internet, para intentar recuperar mi memoria.
—Pero, no es nada peligroso, ¿verdad? —me dijo ella.
—No es peligroso —le mentí, sin remordimiento alguno—, pero, necesito que entres antes de que pasen diez minutos, solo para despertarme, ¿de acuerdo? No quiero salir arrugado de la tina.
Ella rió con esa risa tan tierna que solía tener—: Bueno, pero tendré los ojos cerrados, ¡No te quiero ver desnudo! ¡Qué asco!
—Buona decisione —le seguí el chiste—. ¿Tienes tu reloj?
—Lo tengo— dijo ella—. Cronómetro listo.
Entré al baño, y puse mi walkman al lado. No me desvestí. Me metí en la tina vacía, y a falta de sábanas, utilicé las cortinas en esta ocasión. Las envolví bien alrededor de mi cuello, talladas, y después me dejé caer hacia abajo, como si fuera a acostarme. En esta ocasión, el aire abandonó mi cuerpo de forma más lenta, y conforme se iba, los recuerdos empezaban a regresar.
La mariposa volaba, y yo la perseguía. El color amarillo se distorsionaba hasta convertirse en ojos castaños, con motas doradas. Y esas motas doradas desaparecían, para convertirse solamente en café. En los ojos de ese hombre. El hombre que llegó al segundo día.
Durante el primer día, el sujeto del arma se entretuvo jugando con nosotros. En algunos momentos simplemente nos apuntaba con su pistola y simulaba disparar. En otros, se colocaba detrás de mí, y me obligaba a apuntarle a Bianca con ella. Me hizo disparar un par de veces, la primera vez, no había bala. La segunda, con el arma cargada, pero mirando hacia el cielo. Me explicó lo que era un silenciador, y por qué no importaba las veces que disparara, nadie nos escucharía.
Me hizo apuntar, y jalar el gatillo, jugó conmigo como si yo fuera el control de su nueva consola de videojuegos, hasta que me dio miedo y terminé llorando y Bianca le suplicó que me dejara en paz. Aún después de detenerse, aún me parecía escuchar el chasquido que indicaba que la bala estaba en su lugar.
Bianca y yo caímos dormidos por el cansancio cuando ya había entrado la noche. Ella apagó la cámara, para ahorrar batería. (Fue raro que no nos la quitaran, quizá pensaban que no servía o tal vez solo estaban demasiado seguros de que no nos serviría de nada), y cuando despertamos, ya era la mañana siguiente. Lo hicimos justamente, cuando él entró por la puerta profiriendo una carcajada triunfal tan tenebrosa que me hizo empezar a temblar de nuevo.
Era un hombre grande, rapado, y su espalda era tan ancha que apenas podía atravesar la puerta con normalidad, parecía un soldado recién salido del ejército, y por el modo en que le obedecían los demás, probablemente lo era. Su voz era gruesa, y, a pesar de su risa jovial, cuando nos miró no había más que odio en sus ojos cafés.
Quizá nos habló, o quizá no. Creo que tal vez simplemente se burló de nosotros. Al medio día nos dieron de comer, y en la tarde, Bi volvió a encender la cámara, cuando no nos veían. Me permitieron ir al baño una vez, y después, nos sacaron de la habitación, y nos llevaron al rascacielos.
Fue aquí cuando todo empezó a pasar como en cámara lenta. Mamá llegó, y yo grité, extendí mis brazos para correr hacia ella, pero Bianca me detuvo, me jaló con fuerza y me colocó detrás de su cuerpo, protegiéndome de ella. Pero, ¿cómo podía protegerme de mi propia madre? ¿Y por qué? Yo la quería abrazar.
El hombre se burló de nuevo, de nosotros, y esta vez se acercó.
—¿Qué pasa? ¿Quieren abrazar a mami? —nos preguntó, para soltar otra carcajada después de eso. Entonces, se puso muy serio, y le escupió a Bi en la cara—. Son patéticos.
—¡Deje a mi hermana en paz!— le dije, saliendo de detrás de ella— ¡¿Por qué ha hecho eso?!
—Nico, cállate, y quédate detrás de mí —Bi me empujó aún más, hacia atrás. Su mano alrededor de mi muñeca estaba empezando a lastimarme.
Después algo sucedió, no estoy seguro de qué, pero Bianca tenía sangre en el labio, y yo me empujé hacia el hombre, le estaba dando puñetazos en la rodilla y él me levantó del suelo. Entonces comencé a patearlo, con todas las fuerzas que me quedaban. Él me sujetó del cuello, y me elevó mucho más arriba. El sol de la tarde empezó a lastimar mis ojos.
Mientras luchaba por respirar, en mis fosas nasales solo conseguía ingresar el asqueroso y fétido olor del tabaco, su rostro se difuminaba y volvía a aparecer frente a mis ojos. Bianca gritaba y de pronto, yo estaba volando hasta estrellarme contra una pared. Golpeé mi cabeza, y ahí ya no pude ponerme en pie de nuevo.
Todo se veía borroso, no escuchaba casi nada, con excepción de la voz de Bi.
—Nico, ¡corre! —gritaba—. ¡Vete! ¡Lárgate ya!
Pero, yo no podía ponerme en pie, mis piernas no reaccionaban, me ardía el pecho, no podía enfocar bien. Elevé la mirada y vi el primer golpe. Mamá tenía un palo en sus manos, era mamá. Sé que era mamá porque era visiblemente más pequeña... No era un palo, era un tubo. Le golpeó la pierna y Bianca cayó al piso, de rodillas.
Después hubo un empujón, y una patada, y más golpes. Bianca empezó a sangrar, pero me miró. Sus ojos negros estaban fijos en los míos, y me decía que me fuera. ¡Vete! ¡Vete! ¡No mires! ¡Lárgate!. Pero, mi cuerpo estaba mirando en su dirección, y no podía ponerme en pie, y no podía salir corriendo.
Mi dedo rebuscó en mi pecho, presionó el botón de detener. Luego fue al costado, y extraje la tarjeta de memoria. Mis manos estaban temblando, yo estaba gritando y sollozando, no podía enfocarme. Pero, tampoco podía correr. Quería vomitar. ¡Necesitaba vomitar!
Todo se volvió incluso más oscuro, a pesar de que el sol seguía en el cielo. Escuché las sirenas de la policía, y todo empezó a ocurrir más rápido. El hombre se acercó hacia mí, y me pateo la cara, me arrebató la cámara del cuello. Escuché el chasquido de la bala colocándose en su lugar, y luego silencio.
Después, ellos simplemente estaban corriendo. Luego se habían ido. Pero, mamá seguía ahí, se acercó hacia mí, lentamente, toda cubierta de sangre, y con fluidos saliendo de sus ojos, nariz y labios, como un animal rabioso. Se inclinó, sujetó la tela de mi cabeza, y me levantó.
Me dio un golpe en la cara. El golpe más fuerte que jamás había recibido.
Alguien más llegó. Y yo no supe nada más, mi subconsciente quedó nuevamente silenciado cuando perdí el pulso.
Desperté otra vez, en el hospital, y en esta ocasión, los sollozos de Hazel eran más fuertes que nunca antes. Ella se aferraba a la sábana y rasguñaba mi cuerpo, por encima de ella, gritaba tan fuerte, que una doctora la estaba regañando, diciéndole que si no se calmaba, tendría que sacarla de ahí.
Descubrí que no había pasado demasiado tiempo desde que entré al baño, y algo incluso más aterrador: no podía moverme. Todo mi cuerpo estaba quieto, sin responder. Muchos recuerdos estaban en mi cabeza, pero no podía abrir la boca para decirlos.
Algún tiempo después, descubrí que los diez minutos habían sido demasiado tiempo, y cuando un cuerpo se queda sin oxígeno durante demasiado tiempo, lo menos que puede pasarle, es olvidar. Durante varios días, estuve conectado a un respirador, hasta que, poco a poco, mi irremediablemente persistente anatomía, comenzó a funcionar de nuevo, con normalidad.
Conforme el movimiento regresó, sin embargo, los recuerdos volvieron a irse, y para cuando fui capaz de hablar, solo pude contestar una de las preguntas de Sophie Manganello:
—Mamá llegó, cuando ya estábamos en la azotea, pero, definitivamente, antes de que Bianca muriera.
La situación me aterró lo suficiente como para no querer intentarlo de nuevo. Lo juro. Morir es una cosa, pero, ¿vivir siendo prisionero de tu propio cuerpo? Eso me haría incluso más inutil de lo que ya soy. Yo definitivamente no quería eso. Me juré a mí mismo, y se lo juré a mi familia, que no iba a volver a hacerlo. Nunca más. Prefería morir. Literalmente.
No temo morir. A veces, con demasiada frecuencia, para ser sincero, lo deseo. Creo que tampoco le temo a matar. Muchísimas veces me he jalado el cabello, hasta arrancármelo de la cabeza, odiándome por no haber aprovechado el arma cuando la tuve en la mano, para matar a ese imbécil y escapar con mi hermana.
Porque sí, mi cerebro suele olvidar los detalles más importantes, pero el hijo de puta no quiere olvidar las cosas que me torturan. ¿Y si lo hubiera matado en un momento de descuido? ¿Estaría Bi con vida? ¿Estaría mamá a salvo? ¿Seríamos una hermosa familia feliz?
¿Y si robara el arma de la oficial Manganello y me volara los sesos?
Oh, pero eso no ayudaría a nadie, ¿verdad? Por el contrario, solo dejaría un lugar muy sucio que limpiar, y además implicaría un montón de dinero gastado en obras fúnebres. Aunque, no estoy muy seguro de si alguien lloraría mi ausencia... Tal vez Haz... a lo mejor papá.
En cuanto a mi madre... para esas alturas ya ni siquiera sabía lo que pensaba de mí. Probablemente me odiaba.
Tanto como yo me odiaba.
Mi padre y yo aparecimos con una solución distinta casi a la vez, y ambos condicionamos la propia, si el otro quería tener la suya. O serían las dos, o no sería ninguna, así de fácil. La suya, fue este lugar. La academia Yancy para chicos busca problemas. El panfleto que me mostró literalmente decía: "Si lo ha intentado todo, hasta azotar a sus hijos, y nada funciona, si quiere que sus hijos tengan un futuro próspero, entonces usted está en el lugar indicado". Tan pronto como recibió la invitación oficial, vino a mostrármelo.
Mi solución, por otro lado, apareció un día, mientras pasaba el tiempo vagando por Internet, encontré esta preciosura metálica, que me recordaría todos los días mi juramento. Tuve que rogarle a papá para que me dejara ponérmelo. Pero, si para él era difícil confiar en mí, para mí ya resultaba imposible. El collar serviría para recordarme no volver a intentar ahorcarme en búsqueda de información. Y, si volvía a caer, al menos serviría para avisar a quien sea que tuviera el controlador de la alarma, para que este viniera a rescatarme pronto.
—Cada vez que mi pulso se agitara, la alarma se dispararía, y la otra persona podría notar la anomalía, si el pitido seguía, debía venir inmediatamente y comprobar de que no hubiera recaído.
—¿Es doloroso? —preguntó.
—No... a veces me pica un poco y es incómodo pero, no —respondió Nico—. En realidad, me siento más tranquilo y seguro con esto puesto... la mayoría del tiempo.
—Así que... ¿esa es la verdadera razón por la que has intentado ahorcarte? —El hombre suspiró, abatido—. Porque cuando estás perdiendo la consciencia... tu subconsciente toma el control y te da los recuerdos que quieres...
Nico bajó la mirada, un momento después, asintió lentamente.
—La primera vez sí quise suicidarme... —dijo en voz bajísima—, pero la segunda vez, fue porque quería recordar. Y era la única forma que conocía... No lo he vuelto a intentar desde entonces.
—Entiendo —contestó, y cerró la carpeta.
El día que Nico entró al instituto, estaba ligeramente nublado, como si hubiera traído la melancolía al lugar con él. Su padre le había tocado el pelo, dos palmaditas, las primeras muestras de cariño después de muchos años. No dijo mucho, tan solo que se cuidara, y subió al coche, dejando solos a Nico y a Hazel para que se despidieran.
Su hermana menor no había parado de llorar desde que le dijeron que no volvería a ver a Nico hasta muchos años después, por lo que sus ojos estaban tan hinchados como si le hubieran picado abejas y la nariz le chorreaba con mucho moco. Se aferró al suéter negro de su hermano con sus pequeñas manos, y sollozó:
—Hermanooo... espérame, por favor. Encontraré el modo de estar aquí contigo, solo espérame un poquito.
—No, Hazel, no puedes venir aquí, entiéndelo —respondió, cansado—. Este lugar es peligroso, no eres una delincuente.
—¡Pero tú tampoco eres un delincuente Nico!
—¿Cómo lo sabes? Quizás sí lo soy.
Hazel negó con la cabeza, haciendo mover sus rizos.
—No, te conozco. Eres bueno —le tomó la mano—. Entraré en este Instituto, espérame.
—¡No, Hazel! No lo hagas, hablo en serio —gritó—, si lo haces, voy a enojarme contigo. En serio. Y te diré cosas feas, muy hirientes.
—No me importa, vendré para poder salvarte... Y cuidarte... no como esa vez que casi te dejé morir en el baño... Lo prometo.
Y cumplió su promesa.
Y yo cumplí la mía de herirla si lo hacía.
Y entonces la hirieron de verdad, y de nuevo estuve a punto de enloquecer. Disparé al aire, y casi maté al señor D., pero no era realmente a él a quien quería matar, me recordé. Intenté portarme bien después de eso, pero ocurrió lo de Charlie y la reacción de Silena despertó viejas sensaciones dentro de mí... pero todavía podía controlarme... todavía podía soportar, de todos modos, no podía por el collar en mi cuello.
Pero entonces Dimitri me recordó por qué había intentado ahorcarme en el pasado, y lo efectivo de aquella perturbadora acción. Perturbadora. Pero efectiva. Y finalmente...
He estado visitando a la psicóloga con menos frecuencia. No tengo nada personal en contra de ella, pero no me agrada. Creo que ya no me agrada ningún psicólogo. Si todos los que he visto hasta ahora no han conseguido ayudarme, ¿cómo lo haría ella y sus muñecos? Sé que no es su culpa, no voy a mejorar si no quiero mejorar.
Y yo no quiero mejorar. No sin antes recordar. No sin antes poder decir lo que pasó en aquella maldita ocasión.
Además, ni siquiera sé exactamente qué es lo que se supone que debería decirle. ¿Que mis ataques de rabia descontrolada no han desaparecido? ¿Que sigo perdiendo la cabeza cada vez que siento que alguien no me cree cuando les digo la verdad? ¿Que quise arrancarme los ojos del cuerpo cuando pensé que iba a perder a mi otra hermana? ¿Que no me di cuenta de que estaba apuntando al director, ni de que había robado su arma?
¿Que creo que estoy volviéndome genuinamente loco?
¿Que tengo un enfermizo amor masoquista por esos rumores, sobre yo siendo un homicida, porque desearía haberlo sido?
Pero, creí que estaba bajo control. Creí que, a pesar de todo, estaba manteniéndome a mí mismo a raya, y que las pesadillas sobre el cuerpo de Charlie, y Silena gritándome, y de pronto convirtiéndose en Bianca, y finalmente ambas culpándome...
Culpándome por estar vivo. ¡Porque yo merecía morir! ¡Porque era más fácil para todos si era yo quien moría!
Porque había cientos de personas que merecían vivir mucho más que yo, pero morían, y yo seguía aquí, gastando oxígeno, ocupando espacio, lastimando personas.
Creí que estaba manteniendo todo eso bajo control. Creí que la señorita Derry estaba siendo dramática cuando me habló sobre pedirle a Will que me diera algunas clases de yoga, para bajar mis niveles de ansiedad.
Pero, cuando vi aquella fotografía en el periódico de Cornelio, realmente sentí que una parte de mi alma se quebraba como la cáscara de un huevo. Intenté decirme que estaba siendo paranoico, que sólo estaba alucinando y que no tenía nada que ver con mi mamá. ¡Había cientos de cárceles de mujeres! ¡Cientos de conflictos! ¡No tenía que ser exactamente la misma en la que estaba mi madre!
Conseguir el diario en el taller, con Leo, fue un enorme alivio, en realidad. Sé que lo habría seguido buscando, si no lo hubiera encontrado tan fácilmente. Incluso si no lo buscaba, eso no cambiaría nada. La realidad seguiría siendo realidad, a pesar de que yo cerrara los ojos para negarme a verlo.
Si mi madre había muerto, por estar inocentemente encerrada, seguiría estando muerta, incluso si luchaban por no contarme.
Y la mujer que se veía en la fotografía amarillista, con apenas su propio brazo cubriendo su rostro ensangrentado, seguiría siendo ella, aunque en el titular no pusieran su nombre, sino un simple:
"ESPOSA DE ADINERADO EMPRESARIO, ESTARÍA ENTRE LAS VÍCTIMAS MORTALES DE VIOLENTA RIÑA EN CÁRCEL DE MUJERES.
El conflicto habría sido a causa de un enfrentamiento entre dos importantes pandillas".
Ni siquiera habían censurado las heridas de su cuerpo. El único motivo por el cual no se veían sus ojos negros, ahora sin vida, era porque parte de su brazo estaba cubriendolos. Ella ni siquiera merecía estar ahí.
Pero había muerto, igual que Charlie.
Igual que Bianca.
Y ya era tarde para intentar liberarla. Se había pasado sus últimos años encerrada, había perdido su vida ahí, estaba siendo humillada incluso después de fallecer, al exponer su cuerpo de este modo... al reducirla a no ser otra cosa más que "la esposa de alguien", solo porque yo no había podido recordar.
Porque mi cerebro no funcionaba del modo en que debería.
Porque toda la terapia del mundo, no pudo restaurar mis recuerdos.
Mientras caminaba hacia mi habitación yo no estaba pensando en nada. Creo que una parte de mi memoria se fragmentó nuevamente, porque varios pasos del camino, no los recuerdo en absoluto. Solo cuando estuve dentro, y estaba arrastrando la mesita de noche hasta el lugar indicado, me di cuenta de que iba a hacerlo nuevamente.
Si no pude dejar que mi mamá viviera en paz, al menos, conseguiría dar paz a su memoria, al contar la verdadera historia, y limpiarla de toda culpa.
Até la sábana en la viga del techo. La envolví alrededor de mi cuello y estaba a punto de saltar, cuando me di cuenta de que algo era diferente en esta ocasión. La mariposa amarilla, que siempre se dibujaba en mi mente en estos momentos, se desfiguró, y se convirtió en una enmarañada mata de rizos del mismo color. El recuerdo del cielo, de aquel maldito día, coloreó la forma de sus ojos en una nueva imagen, y la sonrisa falsa de la oficial Sophie se contrapuso contra la sincera, de él.
¿Yo realmente iba a hacerle esto? ¿De verdad iba a lastimarlo a él de este modo?
—Sus alas son frágiles —había dicho mamá aquel día—, si las tocas, vas a romperlas, y ya nunca más podrá volar.
Y estarán tristes por siempre.
No. No podía. No debía.
Juro que no quería saltar.
Juro que me arrepentí tan pronto como estaba listo para hacerlo.
Juro que, en esta ocasión, realmente no quería morir.
Pero el chasquido del arma crugía en mi cabeza, para después convertirse en el grito de Silena, que me hacía ver sus ojos, y sus ojos se volvían negros. Y de pronto era Bianca, y luego mi madre, y luego volvía a Charlie, y la piel de Charlie se convertía en la de Hazel, y Hazel estaba herida, y yo tenía un arma en mis manos, y el señor D estaba mirándome, y todos me temían, y yo quería recordar...
—No lo haré —me dije—. No lo haré.
—Lo haré, no te preocupes —le había dicho a mi madre aquel día—. No te caerás.
Y como una cruel broma de la muerte, que se había cansado ya, de que jugaran con ella, mi pie simplemente resbaló. La mesita que había sido capaz de aguantar a tres personas sentadas sobre ella en un día normal, colapsó en esta ocasión, y el cuerpo de Nico quedó colgando, en su nuevamente solitaria habitación.
—Perdón... —fue lo último en lo que pude pensar—. Perdón, Will. No me odies.
Todo se oscureció, y el aire se fue,
y mi memoria volvió,
y...
Erase una vez, existió un feliz matrimonio que, con amor, concibió dos hijos, primero una niña, y después un niño.
Anexo #7: Nico di Angelo: ¡PELIGROSO!
Para sí mismo. Mantener en vigilancia permanente.
La atención psicológica es imprescindible. Convencerle de abandonar el collar, una vez que se encuentre listo. Archivado.
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Actualización de Archivo: Recaída.
Una vez más, toda la oscuridad se convirtió en la mariposa amarilla, y conforme su conciencia volvía, y escuchaba su nombre ser llamado en múltiples ocasiones, un agradecimiento resplandeció en el brillo de las dos lágrimas que caían de su cuerpo.
Al final, la muerte quiso darle una lección, sí, pero fue lo suficientemente buena, como para firmar una última tregua con él.
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