Anexo #5: Clarisse La Rue

—Todo comenzó cuando nací sin un pene. Mi padre había querido a un varón. Así que cuando vio que no lo tenía, se enojó tanto que me dejó tirada en el centro de maternidad por una semana, hasta que los directivos del hospital lo amenazaron con la policía para que pagara la cuenta y me sacara de allí.

— ¿Y su madre, señorita La Rue?

—Muerta, por mi culpa— la muchacha se encogió de hombros, indiferente— Ya ve, me había ganado el "cariño" de mi padre ni bien recién parida de las entrañas de su señora.

Su hermano a su lado, soltó un largo suspiro apesadumbrado. De inmediato detectó que no era la primera vez que el chico lo emitía, ni la última vez que él lo escucharía. El muchacho, de brazos y piernas fornidas como un joven deportista, estaba sentado sobre una silla que parecía demasiado pequeña para él; con los hombros rígidos y las manos colocadas debajo de sus muslos separados, en una posición dócil.

Miraba el suelo solamente, mientras su hermana continuaba con perezosa ambigüedad:

—Con el paso de los años, a medida que iba creciendo. Supongo que un día me vio y se dijo: Bueno, parece un hombre... Y procedió a vestirme como un chico y a hacerme cortes de cabello masculinos, hasta los trece años cuando quedó claro por mis bubis en constante crecimiento — sus manos hicieron un gesto vago hacia sus pechos. Él, incómodo, evitó mirarlos — que realmente era una niña.

El hombre asintió, lentamente con la cabeza. Su mano con el bolígrafo listo, permanecía quieto aún suspendido sobre el papel. Su mirada se alternaba entre la chica y el chico, pensando, como en todas las veces, la manera de sonsacarles información que si fuera valiosa. Él no solía hacer interrogatorios en dueto, pero en esta ocasión, le pareció que era lo correcto.

—Debió haber tenido una infancia muy dura— probó a decir, pero la chica despachó su compasión con un rápido gesto de la mano.

—No fue para tanto a decir verdad, porque un año después de mi nacimiento... — Clarisse alzó la mano y con una fuerza impetuosa, la dejó caer sobre el muslo de su hermano provocándole un susto en el acto. Ella, sin advertir su brusquedad continuó—: Este muchachote germinó de las piernas de otra mujer (¡Ya ve que tan dolido estaba por perder a mi madre!), y entonces toda la atención de mi padre recayó sobre él. A veces sentí envidia, otras lástima y... admito que en ciertos momentos disfruté de que nuestro padre fuera cruel con alguien que no fuera yo— miró a su hermano con algo parecido a la culpa—. Lo siento.

El aludido se limitó a asentir, manso, como un perrito con la correa demasiado apretada para poder moverse.

—Así que... —inició él, rascándose un lado de su nariz con la punta de su bolígrafo— ¿cuándo o cómo fue exactamente que acabaron convirtiéndose en un dúo de vándalos callejeros?

—Eh... — balbuceó Clarisse, quedándose con la boca muy abierta mientras deliberadamente pensaba en algo. Al final lo resumió con un—: Ni puta idea.

—Tendrá que ayudarme un poco, señorita La Rue— dijo el hombre— De lo contrario estaremos aquí todo el día.

Ella dejó caer la cabeza hacia atrás y soltó un grito de frustración máxima, la silla rechinó, sufriendo por la fuerza del movimiento, pero aún así, la chica no parecía más dispuesta a hablar. Su hermano, entonces, volvió a emitir aquel suspiro dócil que tan bien calzaba con su personalidad tímida. Y, para su sorpresa, empezó a hablar con una gentileza que difería con su corpulento cuerpo:

—Verá... Yo puedo hablarle de mi hermana— dijo, y Clarisse no se inmutó ni un poco por su intervención. Por el contrario, siguió mirando hacia el techo— Lo primero que me viene a la cabeza, procede, de hecho, desde mi primer día de clase en el kinder... Debíamos de tener como, seis y siete años.

>>Era una misma institución, a pesar de que íbamos en grados distintos. Clarisse ya tenía una reputación antes de que yo llegara, pero yo no conocía dicha fama. Para mí, Clarisse solo era mi hermana mayor, una de las principales fuentes de alimento y diversión. Nunca la había visto como una persona... ¿Cómo describirlo? Feroz... Creo que esa es la palabra... feroz.

Ella siempre fue más fuerte, aprendió a ir al baño sola, a comer, a caminar, a luchar y a atarse las agujetas de los tenis, todo por su propia cuenta. Creo que era porque no le agradaba mucho mi madre, o mi abuela... No lo sé. Pero lo cierto es que siempre fue muy independiente. Yo, por otro lado...

Tan pronto como puse mis rechonchos y diminutos pies, envueltos en botitas brillantes, en aquel lugar, fui una presa fácil para los depredadores. Era solo una bolita de carne y grasa, diminuta. Un bodoque. Lo sé porque he visto fotografías, y porque mi padre no me permite olvidarlo. Imagine al niño de rasgos asiáticos más inofensivo de la historia y podrá hacerse una buena idea de como me veía. ¡La peor vergüenza que podría caer sobre el linaje de mi padre!

Las maestras me adoraban, les gustaba agarrar mis mejillas con fuerza y pellizcarlas, así que, supongo que por esa razón, siempre estaban enrojecidas. Ya de todos modos tengo los ojos rasgados, pero en aquel entonces se notaba incluso mucho más que ahora. Cualquier cosa por la que pudiese ser víctima de bullying, yo lo poseía, ¿okay?

Recuerdo que mi padre nos llevó ese día a los dos hasta la institución. Ya sabe, podrá ser un hombre serio del ejército y generalmente no el mejor ejemplo a seguir para un par de niños, pero... Se interesa por nosotros. A veces... Así que cumplió con su labor de llevarnos y despedirnos en la puerta, porque era el primer día.

Pero, en el momento en que el reloj marcó la hora de la siesta, conocí por primera vez lo que podía ser el infierno. La maestra salió del salón para ir a tomar café con sus compañeras de otras clases y entonces los niños más fuertes y agresivos se levantaron como zombies de sus lechos, para atacarme.

—Hey, gordo— recuerdo que me llamó uno de ellos, Billy— ¿Por qué eres tan gordo? ¿Eh, gordo?

—¿Y dónde están tus ojos?— preguntó Millie, su novia. Ellos habían tenido una enorme historia de amor, desde las 8:00 a.m. cuando inició la clase, hasta las 10:30, cuando llegó la hora de la siesta. Decidieron que era una unión destinada a garantizar la pureza entre los niños de aquel salón. Su misión era importante.

—¡Sí! — había apoyado Alice, al tiempo que jalaba sus propios párpados hacia los lados, intentando que se parecieran a los míos— De seguro no ves nada. ¡Estás bien ciego!

—¿Y por qué eres tan blanco?— preguntó Chuckie acercándose a su mejor amigo, su relación había sido incluso más larga, ellos se conocían desde las 7:50 a.m. porque habían llegado más temprano.

—Yo lo veo amarillo— devolvió Billy— Amarillo, gordo y ciego.

—¿Sabes lo que le hacemos a los amarillos, gordos y ciegos como tú?— preguntó Chuckie.

—¡Y además feo!— Terció Millie.

—¿Los vuelven sus amigos?— pregunté, inocentemente, al tiempo en que abrazaba mi biberón... ¡Sí, ya era grande para usar biberón! Pero mamá aún me permitía llevarlo conmigo a todas partes.

Ellos nunca me dieron una respuesta, pero resultó bastante obvio que no querían ser mis amigos, pues se abalanzaron sobre mí y comenzaron a golpearme los cuatro a la vez. Los golpes de Alice no me molestaban tanto, solo daba manotazos, pero los de Chuckie y Billy sí dolían. Y luego estaba Millie que además mordía. Me empujaron y me caí. Me golpeé la cabeza y se me hizo un chichón gigante en la frente, parecía que me estaba creciendo un cuerno.

Cuando la maestra volvió, yo estaba llorando, pero tenía demasiado miedo de ellos como para acusarlos. ¿Qué me harían si por mi culpa se metían en problemas? Nadie más me defendió, ninguno de nuestros compañeritos abogó a mi favor. Esos cuatro chicos ya llevaban media vida en el kinder manteniendo el control. Medio día les había bastado para autoproclamarse los dueños del salón. Se habían convertido en una mafia y todos los respetaban.

Mi vida desde las 11:00 a.m. hasta las 12:00 p.m. estuvo llena de terror. Conseguí sobrevivir escondiéndome en la parte de atrás del salón, cerca del baño, donde casi nadie me molestaba. Vivía lleno de miedo y desolación, en la incertidumbre, sin saber si conseguiría volver a casa después de aquella traumática travesía por el mundo de los niños grandes.

Cuando al fin fue medio día pude regresar a casa, me eché a llorar en mi lugar especial, mi escondite detrás de las escaleras. Mi padre me preguntó que me había pasado, y yo pensé que, si había alguien que pudiese socorrerme y ayudarme en medio de aquella desgracia, ese sería mi padre. Él era grande, fuerte, mucho más valeroso que todas las mamás del resto de mis compañeros juntas... Así que confié en él. Se lo conté todo.

Otro error.

Mi padre se enfadó conmigo. ¿Cómo era posible que yo hubiese permitido que me ganaran? ¿Cómo había perdido mi primera pelea escolar? ¡El ganaba luchas sobre el pavimento seco desde que tenía tres años! ¿Qué me pasaba? ¿Por qué caracoles no me había defendido? Era un niño grande y resultaba una vergüenza que tuviera un mordisco en mi mano propinado por una niña. Lo entendería si fuera de un niño de tercero... ¿Pero una niña rubia de kinder? ¿que era de paso, de la mitad de mi tamaño?

Me dio un par de nalgadas bien merecidas y me envió a dormir sin cenar.

En aquella época mi madre ya se había marchado al otro lado del mundo para combatir... Mi padre acababa de cumplir una misión super importante y secreta, así que le dieron una licencia obligatoria de dos años para que descansara... Pero bueno, con el tiempo... Es... Mi... Mi madre no volvió, ¿de acuerdo? No pude verla ya nunca más. Así que mi padre estaba a cargo. Mi abuela estaba en Canadá. Ella no venía de visita muchas veces, pero siempre nos enviaba regalos para navidad. Es una buena mujer, aunque muy estricta. No la culpo, le ha tocado vivir una vida muy dura y...

Bueno, eso no importa. Se preguntará qué tiene que ver todo lo que pasó en mi primer día de clases, con mi hermana, y yo voy a explicárselo.

Estaba en mi habitación, encarcelado y hambriento, no sabía si sobreviviría toda la noche sin comida ni agua; y para ser sincero, tampoco estaba seguro de querer intentarlo. El día siguiente sería incluso peor, puesto que yo tendría que soportar las agresiones de esos niños desde primera hora... ¡Eso era el doble de lo que apenas y había podido aguantar!

Me dejé caer sobre la alfombra, al lado de mis figuras de lego, y esperé la muerte.

Y justo cuando había perdido todas mis esperanzas, la puerta de mi habitación se abrió, y Clarisse entró con un verdadero manjar solo para mí. Se lo había robado de la cocina, mientras mi padre veía la televisión. Era un sándwich de pan francés, jamón y tomate. ¡Incluso había recordado que no debía ponerle queso, porque me dolería la pancita! Estaba un poco aplastado pero no importaba. También traía un vaso de jugo de frutas.

Me miró comer, mientras me hacía algunas preguntas. Ella escuchó todo cuando se lo conté a mi padre, así que estaba interesada por saber quienes eran mis agresores, sobre cómo se llamaban, cómo eran físicamente. Yo pensé que solo estaba sacando conversación, pero a la mañana siguiente, me enteré de lo que realmente había tenido en mente.

La mañana del segundo día, llegamos más temprano. Clarisse de inmediato se fue a su salón o al menos eso había creído yo. No me había dado tiempo ni siquiera de quitarme mi mochila de Pikachu, cuando Chuckie y Billy llegaron con sus respectivas novias (sí, el amor seguía progresando), que ya se habían convertido en matriarcas del Kinder y venían dando órdenes.

Imagine un bebé pingüino, que está solo en medio de un territorio completamente desconocido. Ni siquiera puede caminar rápidamente por lo gordito e inofensivo que es... Y de pronto, se ve rodeado de una parvada de petreles por el norte, un tiburón por el sur, un par de orcas por el este, y un león marino por el oeste. ¿Cómo iba a defenderse el pobre animalito?

Así me sentía. Estaba acorralado, había llegado el fin de mi vida y había sido tremendamente corta, pero muy feliz. Mi madre se había encargado de ello. Sin embargo, ella ya se había ido de viaje y yo me encontraba solo, y no había nadie allí para defenderme, ni en casa para consolarme. Tan pronto como los vi, me quedé petrificado y estaba a punto de empezar a llorar mientras me hacía pis.

Ahora, imagine a una osa gigantesca, apareciendo de la nada para dar un par de zarpazos y gruñidos a todos los otros depredadores del lugar.

Mi hermana siempre ha sido una guerrera. No tenía una estrategia muy bien definida, pero... ¿Quién la necesita cuando posees fuerza suficiente?

Clarisse golpeó tan fuerte a Billy que lo hizo caer de culo contra el suelo e inmediatamente empezó a llorar por todo lo alto. Las chicas salieron corriendo chillando y no las volví a por el resto del día. Chuckie, por otro lado, era más alto que mi hermana, a pesar de ser un año menor que ella, aún así... resultó con un brazo roto. A su madre le dijeron que se había caído del pasamanos y en cierto modo era cierto. Ningún niño fue lo suficientemente valiente para confesar que había sido mi hermana quien, sujetándolo de la camisa, lo había obligado a subir hasta lo más alto, y luego lo había emputado con una patada.

Pero lo que realmente importó para mi en aquel entonces, fue el modo en que ella se quedó de pie, sobre el pasamanos, como si fuera Mufasa presentando a Simba, y con voz potente, mientras Chuckie lloraba en el suelo con el brazo torcido en un ángulo extraño, diciendo:

—Lanzaré de aquí a todos, uno por uno, si siguen molestando a mi hermanito— recuerdo que todos la miraban impresionados, incluso yo — ¿Qué me ven, tontos? ¡Ya váyanse!

Y luego de ese día, nadie quiso hablar conmigo nunca más. Estaba bien... de todos modos no tenía amigos en mi salón y ahora al menos ya no me molestaban. Jugaban conmigo de vez en cuando si la maestra me veía muy solo. Pero yo descubrí algo... algo que nunca más podría olvidar, y que de hecho, mi hermana me dijo en aquel segundo día.

Ella bajó del pasamanos, se acercó a mí y pronunció estas palabras:

— Eres mi hermano, Frankie — había puesto una mano sobre mi hombro— y nadie se mete con mi hermano.

Eran palabras sencillas. Algo simple para un adulto, pero que tenía demasiado significado para un par de niños solitarios. Y comprendí en aquel entonces que, pasara lo que pasara, Clarisse siempre iba a estar ahí, conmigo. Éramos hermanos; podríamos pelear por juguetes, por comida, por atención... pero al final, siempre jugaríamos en el mismo bando. No importaba la situación en la que estuviera, sin siquiera voltear la mirada sobre mi hombro, sabía que ella estaría ahí. Y viceversa.

Me convertí en su sombra a partir de aquel momento. Generalmente no hacía más que observarla, pero, de pronto, me encontraba a mi mismo corriendo tras ella conforme perseguía a otros niños para arrebatarles la pelota con la que estaban jugando, solo por la adrenalina que aquello le hacía sentir. O, me quedaba junto a ella cuando le quitaba el dinero de la merienda a los niños más grandes. Creo que ella ni siquiera notaba que yo estaba ahí, pero para mí... Era como ver a una especie de superheroína poderosa. Estoy bastante seguro de que la admiraba más que a mi padre.

—No seas cursi— lo reprendió Clarisse, dándole un golpe por la nuca que lo obligó a inclinarse hacia el frente, casi haciéndolo chocar contra el escritorio de su interrogador. —Además si te notaba. ¿Con qué dinero crees que compraba tus tarjetitas coleccionables? Sabes que padre no las aprobaba.

Frank sonrió, pero sabía que no debía contestar nada al respecto, si no quería que su hermana le diera otro golpe como el anterior. Miró nuevamente al hombre frente a él, y continuó relatando:

—Lamentablemente, el tener a alguien que me protegiera resultaba "contraproducente para mí", según mi padre, puesto que al esconderme detrás de mí hermana todo el tiempo, estaba convirtiéndome en un blandengue papanatas. Mientras los demás hijos de sus camaradas militares ya estaban aprendiendo a matar palomas y a disecar gallinas, yo apenas iba aprendiendo que los niños de seis años ya no tomaban biberón. Mi padre tenía una reputación que mantener, así que en los años consecutivos, él empezó a llevarnos en viajes de caza y campamentos extremos.

Para convertirme en un hombre.

"Y también a tu hermana, dicho sea de paso"— había dicho mi padre —total, medio se parece a uno".

—¿Y, qué tal fue el viaje en familia? — preguntó, con una mueca que se extendía sobre su faz al imaginarse la respuesta.

—Un jabalí me persiguió el primer día— contestó el joven, con expresión exhausta—. Fue horrendo.

—Lo dejó con traumas— corroboró su hermana, mediante un susurro escueto.

Tenía sólo siete años cuando ocurrió; primer viaje, primer día, primera caza, la primera y no última experiencia cercana a la muerte a partir de ese día. Estábamos en medio del bosque, los tres, agazapados detrás de unos arbustos con toda la ropa de camuflaje sobre nosotros y un jabalí comiendo nuestra carnada adelante. Todo iba en orden. Y de pronto, mi padre estaba poniendo una pequeña veintidós en mi mano sudorosa.

—Frank Zhang, el momento de mostrar tu hombría ha llegado— apuntó hacia el animal—. Ve y mata ese jabalí, ahora.

No resultó como él esperaba. Me había colocado delante del animal apuntándole con un arma hacia la cabeza, pero terminé tan asustado que me acobardé y tiré el arma en el suelo para salir corriendo como alma que lleva el chupa cabras alrededor de bosque. Y por supuesto, llamando la atención del jabalí que se suponía debía convertirse en mi víctima. ¿Sabe que son criaturas tremendamente rencorosas y furiosas? En el momento en el que ven algo que no les gusta, o se sienten amenazados, se lanzan en picada a matar todo aquello que se les ponga por el frente, son capaces incluso de derribar árboles enteros.

Al final, mi hermana volvió a salvarme ese día, cuando había estado a punto de sufrir una embestida en toda la nalga izquierda, Clarisse apareció de entre los matorrales y cual feroz leopardo se lanzó sobre el jabalí aplastándolo en el acto con todo su peso, ni siquiera sé cómo consiguió hacer que no se revolcara debajo de ella. Incluso en mis recuerdos parece surrealista...

—Le incrusté un cuchillo en el pecho, justo sobre su corazón y dejó de moverse al instante— colaboró la muchacha, con semblante orgulloso.

—Lamento que hayas tenido que pasar por eso— le dijo el hombre a Frank, con ligera preocupación—. Al menos fue una experiencia que tuviste que vivir una única vez en tu vida, ¿no es así?

—Claro que no— se rio Clarisse, moviéndose en su silla bruscamente mientras le enviaba una mirada divertida a su perturbado hermano—. En las siguientes días, incluso durante varias semanas, nuestro padre siguió llevándonos para que su muchacho pasara la prueba de matar al jabalí. Sobra decir que falló en todas las ocasiones y yo tuve que matarlos en su lugar — ella se encogió de hombros— no me quejaba, la carne de Jabalí era deliciosa. Igual a la de un cerdo pero más pesada. Provee mucha más energía.

Frank carraspeó suavemente a su lado.

—Es porque es un cerdo salvaje, Clarisse.

—Yo digo lo que es un cerdo y lo que no, Frank— replicó Clarisse imperiosa, cerrando su puño de forma amenazante sobre el respaldar de la silla.

Frank simplemente alzó las cejas con sutileza y lo dejó pasar. El hombre pudo observar que él no le llevaba la contraria en absolutamente nada. Era extraño, solía ver hermanos peleándose entre sí, por el simple y sencillo hecho de pelear, pero estos dos... El chico parecía un conejo al lado de un rottweiler, pero un conejo que tenía la plena confianza de que jamás sería mordido. Lo escuchó continuar con el relato:

>>Muchos piensan que ser "un hombre" es fácil, tal vez lo sea, pero en mi caso, costó mucho. Muchísimo. Fue como si hubiera nacido con la piel puesta de forma incorrecta, por lo que mi padre tuvo que despellejarme vivo como a un zorro y luego volvérmela a colocar según su parecer, juraría que la transición fue igual de dolorosa. O parecido a la agonía de las quemaduras en las plantas de mis pies luego de que mi padre me obligara a caminar en un tipo de "juego tradicional" de pasar sobre carbón semi apagado descalzo.

—Si se tiene el valor para una cosa, se tiene el valor para la otra— dijo mi buen padre, justo antes de empujarme sobre las brasas.

Lloré mucho aquel día, y a pesar de superar el reto, conseguí hacer que se decepcionara incluso más de mí. "¡Los hombres no lloran, Zhang!"

El día que me convertí oficialmente en el fiel vasallo de mi hermana, ocurrió en una calurosa noche cerca del río Misisipi, en donde había estado mirando el agua fluir mientras me regodeaba en sentimientos de autocrítica y autocompasión hacia mí mismo. La razón era sencilla, unas horas antes cuando aún estaba cenando en el comedor con el resto de los campistas, ellos habían estado molestándome constantemente con esta chica llamada Drew Tanaka.

Nos molestaban diciéndonos que como ambos éramos asiáticos, entonces debíamos ser novios.

No era que fuera desastroso, en realidad ella era muy linda, pero se notaba que la idea la incomodaba como si estuvieran tratando de emparejarla con el monstruo del Himalaya. Lo cual, por supuesto, arruinó aún más mi confianza ya maltrecha. Drew estaba sentada sola como era lo habitual en una mesa cerca de los basureros y no me miró ni un solo segundo mientras las voces a nuestro alrededor aumentaban.

—Ambos son chinos y no tienen ojos— apuntó Alice con voz burlona y despectiva. (Sí, aquellos chicos habían superado sus largas historias de amor de dos días, pero jamás superarían los malos chistes sobre mi ascendencia), sentada en la mesa contigua a la mía que compartía con Clarisse y algunos de sus amigos—. Harían la pareja perfecta. ¡Vamos, Drew! Levántate y ven a pedirle su número al chino.

Ella ni siquiera se inmutó, siguió untando queso crema sobre su pan, elegantemente sentada con las piernas cruzadas debajo de la mesa como si estuviera tomando el té con la reina Isabel en lugar de cenar en una habitación maloliente a caca de equinos, puesto que los establos estaban prácticamente al otro lado del comedor. Tenía el dedo grácilmente levantado mientras sostenía el cuchillo con queso crema. Y el pelo recogido en un moño francés. ¿Cómo demonios se había hecho ese peinado? Magia de mujeres.

A mi lado, mi hermana seguía devorando su muslo de cerdo entre los dedos con el aceite y la grasa fluyendo de sus labios.

—Gracias por la imagen descriptiva, hermanito— dijo la Clarisse de la actualidad, mirando a Frank con los ojos entrecerrados.

>>Ese era uno de los pocos momentos en los que Clarisse no podía defenderme. Ella era buena contestando los golpes, puñetazos e insultos, pero demasiado torpe cuando se trataba de las jugarretas de las chicas. Así que evitaba meterse en ese tipo de pleitos para no empeorarlo más. Además, no estoy seguro de que estuviese prestando demasiada atención a las habladurías de la gente.

—En realidad, ella es japonesa, yo chino. No es lo mismo — recuerdo haber contestado, nervioso.

—Da igual, ambos son asiáticos, ¿no? — devolvió Billy, con socarronería— Ve a por ella, animal. Dicen que la china se mete con cualquiera, así que incluso tú, un bobo ex-gordo, puede tener una oportunidad para follarla.

¡Ah! Me escandalicé con la palabra con "efe" dicha con tanta vulgaridad, como si hubiera lastimado mis oídos. Hice una mueca exagerada, y los demás se rieron al instante por mi reacción virginal y poco varonil. Pero bueno. Como decía, ahí estaba yo, contemplando el flujo del río sentado sobre una roca mohosa mientras jugaba a hundir mis pies entre el lodo resbaladizo de la orilla. No me había dado cuenta de que la mitad de los campistas habían salido ya del comedor y habían venido a tomar soda a orillas del río sobre manteles puestos sobre el césped, hasta que oí sus risas en crescendo desde la distancia.

Clarisse no estaba en ese grupo, pero había visto a mi hermana y a un tal Fernando alias Cara de Caballo, lanzarse miraditas durante toda la cena así que... podía imaginarme con asco donde estaba y probablemente "qué" estaba haciendo. También debía estar muy lejos. Por lo que por primera vez durante mucho tiempo, volví a sentirme increíblemente solo en la vida. Había una multitud de personas detrás de mí, incluso una asiática que podría comprender el sentimiento de estar en un país donde eras tan diferente al resto y te excluían por ello, aún así... seguía sentiéndome tremendamente solo.

A pesar de que alguien estaba vigilándome en ese momento para atacarme. Para recordarme verdaderamente quien mandaba en este mundo.

—Déjeme adivinar — inició el interlocutor, dejando salir un suspiro compasivo—. ¿Billy o uno de sus bullies lo tiró al río y trató de ahogarlo?

—Ojalá— contestó Frank tomándolo por sorpresa—. Un aligator salió del río con la boca muy abierta y atrapó mi pierna.

—¿Disculpa?

>>Estaba demasiado distraído dentro de mi propia cabeza, demasiado triste para darme cuenta de la ligera perturbación en el flujo del río que ahora venía hacia mí, hasta que de pronto, un enorme aligátor (también le dicen caimán del Misisipi) salió de las aguas de aquel río con las fauces abiertas y chorros de agua fluyendo de los orificios al lado de sus grandes colmillos. Soltó un rugido espantoso que jamás podré olvidar y se lanzó hacia mí, cerrando las fauces de su gigantesca boca justo en el espacio vacío donde cinco segundos antes había estado sentado como un bobo.

Caí en el fango sobre mi trasero, delante de mí el caimán retrocedía un poco para mirar con extraña inteligencia hacia el lugar donde debía haber atrapado a su presa. Detrás de mí, se oyeron de improviso gritos y chillidos de sorpresa al visualizar al enorme animal de probablemente tres metros, volver la cabeza hacia mí, y encontrarme casi delante de sus narices, bien carnoso y sabroso para ser devorado.

Hice lo que cualquiera haría encontrándose en tal situación: Gritar por mi Mami y salir huyendo. ¡Pero esa cosa era rápida! No sabía que los caimanes corrían tan rápido como malditos autos de fórmula uno. Además, sumado a mi torpeza de nacimiento (me resbalé por culpa del lodo y caí de frente) el aligator me reconoció como presa fácil, y entonces, lo siguiente que sentí fue un dolor abrasador recorrerme desde la pantorrilla hasta la rodilla donde las fauces del animal se había cerrado con fuerza como si fueran de acero.

Grité, el dolor me abrumaba, pero el miedo era más predominante al ser testigo en primera fila y completamente consciente de la manera en que mi pierna chorreaba sangre y soltaba sonidos nauseabundos como de carne y hueso hundiéndose. Mi segundo instinto (puesto que el primero que me había aconsejado huir falló catastróficamente) me impulsó a golpear al animal en el hocico, luego en los ojos, pero lo único que gané con eso, fue enfurecerlo aún más.

Para esas alturas, yo ya estaba actuando por pura necesidad de supervivencia. Si debía perder la pierna a cambio de mi vida, estaba dispuesto a hacer el trueque.

En venganza, el caimán zarandeó su cabeza como intentando despedazarme la pierna derecha. El jalón no le funcionó, pero me provocó tanto dolor que se me pusieron los ojos borrosos, signo inequívoco de que había estado a punto de perder el conocimiento por la agonía. No volví a golpearlo, en su lugar, intenté inútilmente abrirle las fauces utilizando la fuerza de mis manos. Sentía las escamas del cocodrilo duras e impenetrables entre mis dedos, sus colmillos duros y afilados, y con creciente horror, descubrí que no tenía la fuerza necesaria para liberarme.

Empecé a ser arrastrado hacia el río por la fuerza del animal en mi pierna. Cada tirón y jaleo, más doloroso que el anterior. Detrás de mí, podía oír vagamente, voces gritando por ayuda. Gritos de auxilio pidiendo que alguien hiciera algo para salvarme. Pero, nadie hizo nada. Nadie siquiera se acercó a tomarme de la mano. Tampoco podía culparlos, la experiencia que estaba pasando ahora mismo superaría a cualquiera en su sano juicio, pero al mismo tiempo, me sentí increíblemente decepcionado de cada uno de ellos, y en especial, de mí.

Tenía doce años y había pasado la mayor parte de mi vida siendo instruido para ser fuerte, genial, y valiente. Pero aquí estaba la fea realidad: Era un completo inútil.

No había nada que pudiera hacer, noté, mientras era arrastrado y el dolor hacía estragos en mí. No pude sostenerme de la roca, no pude golpearlo lo suficiente para que me soltara, tampoco podría haberle hecho cambiar de opinión aunque me entendiera. Las lágrimas empezaban a aparecer y yo iba a sollozar dejando en el recuerdo de todos los presentes, una imagen patética e inútil de mí, momentos antes de ser asesinado brutalmente por un aligátor americano de la especie saurópsido (recordé eso mientras agonizaba).

Y entonces, vi mi vida pasar frente a mis ojos, y a mi hermana diciéndome mientras un niño lloraba con un brazo roto al fondo: "Eres mi hermano, Frankie" — poniendo una mano sobre mi hombro— "y nadie se mete con mi hermano". Luego recordé todas las veces que ella se había lanzado a acuchillar a todos los jabalíes en el segundo exacto que iba a ser atrapado; y de la nada, Clarisse estaba allí de nuevo, tirándose a horcajadas sobre el enorme Caimán como si fuera de juguete, para inmediatamente incrustar la punta de una navaja en el único hueco de la cabeza del cocodrilo donde no estaba cubierto de su armadura.

La navaja cedió contra su carne, tres veces, mediante pura y fría precisión de Clarisse, y entonces, el cocodrilo dejó de moverse y ella sacó mi mordisqueada pierna de las fauces del animal muerto, la cual, si quiere ver, me ha dejado una muy bonita cicatriz. Y colorín colorado, este cuento no cuento se ha acabado. Mi hermana nuevamente fue mi heroína, y ambos abandonamos ese campamento porque tuvieron que llevarme a emergencias del hospital más cercano.

—¡Oh! Y la piel del Caimán ahora son unas lindas botas en los pies de nuestro padre. ¡Ah! Y también alcanzó para un cinturón y unos guantes muy guays — exclamó Clarisse, entusiasta—. Fue mi mejor regalo para el día del padre. Y la carne de Caimán también es deliciosa. Debería probarla alguna vez.

—No es ninguna queja, ¿pero sabían que el Caimán Aligátor Americano de la especie saurópsido está en peligro de extinción? — inquirió el hombre, suavemente.

—¿Y eso qué narices? — escupió Clarisse—. Más en peligro de extinción estaba mi hermano. No iba a dejar que se convirtiera en su botana.

—Y estoy muy agradecido por eso— suspiró Frank.

—Apuesto a que ahora has desarrollado fobia contra los lagartos, ¿no es así?— preguntó el hombre—. Estaría plenamente justificado.

—No... Luego de esa vez, mi padre me inscribió en clases de cuido a los cocodrilos para asegurarse de que se convirtiera en mi animal favorito. Como si fuera mi tótem seleccionado o algo así... No le funcionó, siguen sin agradarme los cocodrilos... Pero creo que ya no me asustan. Al menos no irracionalmente.

—¡El padre del año! —musitó Clarisse a lado, agachando la mirada.

Hubo un pequeño instante de silencio, por lo cual el chico decidió volver a hablar:

— Así que, de allí proviene mi completa dependencia. Y la historia de cómo fuimos atrapados aquí ya la sabe: Las viejas costumbres no se pierden, y mi hermana incluso ayer estaba robándole el dinero del almuerzo a los universitarios que pasaban por aquel callejón. "La plata o los huevos", es muy buena extorsión, si me lo pregunta a mí. Además, me arriesgaría a decir que la verdadera razón por la que estamos frente a usted, es porque a nuestro padre le gusta alardear de que tiene hijos tan peligrosos y rudos que han acabado en el instituto de delincuentes más popular del mundo.

—Y tú estabas a su lado, nuevamente... como siempre— no lo preguntó, lo afirmó.

—Somos hermanos— declaró Clarisse firmemente—. Estamos ahí el uno para el otro. Me habrían atrapado muchas veces más, anteriormente, si no fuera por Frank.

—Y yo estaría muerto si no fuera por Clarisse— concluyó Frank—. Podrá creer que soy estúpido por confesarlo, pero yo haría cualquier cosa que ella me ordene. Y lo haría con gusto.

En dicha afirmación, el interrogador detectó algo más. Un detalle que el chico quizá estaba intentando ocultar. Por un momento casi se le escapa, pero tenía demasiada experiencia como para perderlo tan fácilmente. Miró de uno al otro para asegurarse:

La chica seguía observándolo con completa obstinación, como si estuviera harta de estar ahí, y ansiosa por salir a encontrar nuevas víctimas a las cuales acosar. Mientras que su hermano tenía la mirada relajada, los hombros caídos, en una posición de agotada paciencia. Eran tan diferentes, pero no era ningún impedimento para estar atados el uno al otro. ¿En serio pensaban que podían ocultárselo? ¿O es que acaso ellos mismos no se habían dado cuenta de dicha circunstancia?

La historia relatada había sido lo suficientemente clara, pero el modo en que se complementaban en el relato, la forma en que reaccionaban el uno al otro... Era más que obvio. Frank no estaba en lo más mínimo preocupado por ser internado en el Instituto para Delincuentes Juveniles... ¿Por qué? Porque estaba más seguro junto a ella, fuese donde fuese, que solo, en su casa. Además, debía albergar la esperanza de poderle ser útil en algún momento, de cuidarle la espalda, tanto como pudiera.

¿Pero ella? Ella era otro caso.

Ares había cometido un error y ni siquiera se había percatado de ello.

Durante toda su vida, se convenció a sí mismo de que su hija era como un chico más, como un hombre. Y ella se había esforzado por ser ese hijo poderoso y macho inigualable que él había añorado... Pero no podías engañar a la biología por mucho tiempo, Clarisse, como cualquier chica, se mantenía a la expectativa, esperando que, algún día, su padre, o alguien... quien fuera, la admirara por ser ella misma.

Frank la admiraba más que ninguna otra persona. Eso era... Por eso estaban en medio de aquel círculo vicioso en el cual, cada vez se hundían más en el mundo de la delincuencia. Clarisse no pararía, siempre que se mantuviera entreteniendo a su hermanito, siempre que consiguiera sorprenderlo una y otra vez, sin importar cuantos nerds muriesen en el camino. Y Frank la alentaría, todos los días, seguiría siendo su sombra, viendo a otros sufrir sin problema alguno, porque era su hermana era la única persona en el mundo que daría su vida por él.

¡Vaya caso curioso había venido a caer en sus manos!

—Ya veo— el hombre asintió con desgana, en referencia a las últimas palabras de Frank, y luego cerró finalmente su carpeta—. Eso es todo, muchachos. Vayan a recepción, y se les asignará una habitación a cada uno, en el respectivo edificio.

Los hermanos se levantaron. Frank acomodó su silla, con sumo cuidado, y Clarisse la dejó prácticamente despatarrada, ya renca, por haberse estado balanceado durante toda la reunión. Salieron por la puerta y al encontrarse en el pasillo del edificio administrativo, Clarisse estiró los brazos hacia arriba, haciendo crujir todos los huesitos de su espalda y cuello. Frank miró hacia los lados intentando identificar algo que se mostrara mínimamente amistoso.

No se hacía ilusiones, no esperaba, ni deseaba, encontrar amigos en este nuevo lugar. Sabía que nunca jamás podría confiar en ninguno de ellos, tanto como podía confiar en su hermana, así que, no estaba interesado. Sin embargo, quería, de algún modo, no ser el rechazado social que había sido durante toda su vida. Además, tenía curiosidad... Aquella institución estaba llena de criminales... ¿Podría Clarisse imponer su dominio sobre ellos también? ¿Sería su hermana así de cool?

—¿Qué me ves?— la susodicha le gritó a una diminuta estudiante que iba pasando al lado y había tenido la desfachatez de respirar a su lado. La chiquilla salió corriendo, se tropezó, estrelló su cara contra el piso, perdiendo un diente en el golpe. Se levantó llorando y volvió a correr conforme la sangre salía de su boca.

Frank silvó, impresionado, mientras que Clarisse soltaba una lenta y divertida carcajada.

—Sí, creo que me va a gustar este sitio— dijo ella.

—Creo que has llegado a tu hogar— le regreso Frank, y entonces, justo cuando había estado a punto de decir algo más, algún tipo de broma, fue cuando la vio. Por un momento se sorprendió tanto, que olvidó incluso que había estado hablando con Clarisse.

Sus ojos rasgados se encontraron con otros similares, pero al mismo tiempo muy distintos. La piel de porcelana brillaba de juventud, y no a causa del sudor como le ocurría a otras personas, su cabello negro, lacio y largo como el Misisipi, se mantenía en control absoluto, a pesar de que estaba suelto y entraba viento por la ventana.

Ella caminaba por el pasillo, como si se tratara de una pasarela de modelaje, sus hombros rectos, su mentón levantado con orgullo, sus labios mostrando una ligera sonrisa soberbia que no había podido ver en ella en aquel campamento, pero que, en definitiva, encajaba perfectamente bien con su soltura y aristocracia. Frank pudo comprender, de inmediato, por qué a ella le había parecido tan ofensivo que la incitaran (prácticamente obligaran) a entablar una relación amorosa con él...

Esa relación hubiese estado destinada al fracaso: Ella se movía como si el mundo fuese una fiesta de la clase alta, y su nombre encabezara la lista de invitados. Mientras Frank, era un inútil siervo que no tenía permitido siquiera servir los bocadillos. No era que le molestara... No tenía ningún tipo de sentimiento romántico hacia ella... Si algo le dolía, posiblemente eso sería el orgullo.

Pero Drew lo miró por un instante, mientras caminaba por ese pasillo. Sus ojos se detuvieron por un efímero segundo en los brazos de Frank, y luego, al subir hasta su rostro para verificar si le interesaba o no comprar el paquete entero, desvió la mirada con desgana. Ni siquiera pareció reconocerlo. ¿Tan poca cosa había sido Frank? Es decir... ¡Lo había atacado un maldito cocodrilo! ¿No le interesaba ni siquiera para decir "hola" a un viejo conocido?

Drew se marchó tan pronto como apareció. Frank la siguió con la mirada durante un momento, hasta que ella se encontró con un par de amigas, les sonrió exageradamente, y, cuando no la veían, rodó los ojos e hizo una mueca de asco. Frank no comprendió... ¿Por qué? ¿Por qué los populares eran tan difíciles de comprender? ¿Que acaso no existía una sola chica hermosa en el mundo que no fingiera frente al resto del mundo? Alice, Millie, Drew... Todas parecían ser iguales.

—¿Qué no era esa tu novia china?— preguntó Clarisse, con un tono impactante y sinceramente inocente.

—Japonesa, Clarisse— le contestó Frank, paciente—. Es japonesa.

—Ah... — devolvió, y luego colocó el brazo sobre el hombro de Frank, obligándolo a inclinarse un poco, puesto que él era más alto. Y de pronto, ambos estaban mirándola, como imbéciles, perdiendo el tiempo sin más.

El interrogador había salido tras ellos, sin que le prestaran la más mínima atención, siguió la mirada de ambos hacia otra de las estudiantes que era relativamente reciente en la institución. Luego volvió a concentrarse en los hermanos... no parecían ser un caso imposible.

"Aún hay esperanza para ellos"— pensó— "Solo necesitan aprender que no están solos en el mundo. Y que hay otros animales en el zoológico en los cuales confiar".

Anexo #5: Frank Zhang / Clarisse La Rue: Confesión archivada.

Distánciarlos poco a poco. 

Peligrosos si están juntos, pero cada uno de ellos es capaz de poner un límite al otro.

Romper el círculo vicioso. 

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