Anexo #4: Annabeth Chase

Colocó los dedos en el borde de la bandeja, y la empujó hacia ella, casi tocando el borde de la mesa, no obstante, nada en la expresión de la muchacha delataba que ella fuera a agarrar alguna de las galletas con chispas de chocolate que le servía. Su rostro se mantuvo intacto, con su barbilla perfectamente alzada con el orgullo aristocrático, que solo la inteligencia podía conceder.

—Sírvase algunas, si gusta. — Le dijo, ella se cruzó de brazos y negó con la cabeza. No parecía que fuera acceder, así que se encogió de hombros quitándole importancia. — De acuerdo, como quiera— carraspeó, en tanto sacaba una nueva carpeta y un bolígrafo azul, alzó la mirada — Empecemos con...

Ella alzó una mano para detenerlo, un gesto un tanto impertinente que dejó pasar, y se concentró en escrutar su rostro, mientras la muchacha, con gesto aburrido, buscaba algo dentro del bolsillo delantero de sus jeans. La rubia sacó una hoja doblada en cuadrado, utilizó sus dedos para desdoblarla con tedio, luego se inclinó y dejó el papel escrito delante de él sobre su escritorio.

Lo miró, era una lista. Una lista con sus fechorías escritas (con una caligrafía parecida a las letras de computadora) y meticulosamente ordenadas, con números, lugares, fechas e incluso horario de los hechos cometidos, como si se tratase de cualquier otro proyecto para la escuela, en el cual conseguiría un diez, si él lo calificara. Tuvo que ocultar su impresión rápidamente. Ser un delincuente estaba mal, sin importar que tan maravillosamente coordinado o disciplinado sea uno al delinquir, pero, debía admitir que Annabeth Chase podría haber sido una profesional en el negocio, y jamás ser descubierta si realmente lo quisiera.

¿Por qué dejó que la atraparan entonces?

— Lo cierto es, que no soy como el resto de los delincuentes que terminaron aquí. No tuve una infancia o experiencia traumática que desencadenó en otros eventos aún más traumáticos, o vendió a su madre por un grave caso de adicción que lo justifica. — murmuró lo último, con las cejas ligeramente arrugadas. — Mis razones fueron en realidad, bastante superficiales, y creo que eso me convierte, en todos los sentidos, en el peor de los delincuentes de aquí.

>>Es decir, ¿delinquir por el mero placer de hacerlo? ¿Solo para descubrir si era lo suficientemente lista para encubrirme a mi misma? No hay nada noble en ello, lo admito, solamente hubo motivaciones arrogantes y frívolas, nacidas de una cabeza adolescente con la excusa más banal y soez que resulta ser: "Orgullo".

El hombre volvió a observar la hoja de papel. Su concentración de inmediato se fue hacia la letra remarcada con negrita, aquella que estaba separada en seis grandes títulos que luego se desarrollaban y se extendían detalladamente en otras líneas, cuál ramas partiéndose en otras ramitas más de un árbol; y él supo de inmediato que si se lo pidiera, la chica podría escribir una tesis entera con respecto a este pequeño índice de datos.

—Explíqueme, entonces, Señorita Chase— se las arregló para poner cara de pocker— ¿Qué ocurrió para que ese "orgullo" decidiera que era momento de rebelarse?

Por un par de segundos, la duda parece instalarse en su rostro para hablar, pero, al mismo tiempo, sabía que era en vano quedarse callada. Solamente alargaría el tiempo más de lo necesario. Hizo una pequeña mueca, y luego, estira un brazo y pone su dedo índice sobre la hoja de papel en el escritorio, punteándolo un par de veces, mientras su voz fría y calculadora, empieza a narrrar:

Los motivos por los cuales estoy aquí, pueden desglosarse del siguiente modo:

Número uno: Mi madre.

No me mal entienda, amo y admiro a mi madre, tampoco seré una mocosa inmadura como para culparla a ella por todo lo que yo haga o no haga. Estoy muy por encima de eso, créame. Pero si vamos a hacer esto, lo mejor será que sepa como funciona nuestra pequeña familia disfuncional. ¿Qué no es un aspecto importante a estudiar de todos los psicópatas? ¿Por qué sería pertinente ignorarlo en una simple estudiante delincuente? Quien puede lo más, puede lo menos, ¿no?

Vivimos solas, lo hemos hecho de este modo durante el último par de años, desde que mi padre tuvo que viajar a Washington por una oferta de trabajo. Antes de eso, yo vivía con él. Ajá, cómo puede anticiparlo, soy algo así como un perro que mi padre le encargó a mi madre, para que cuidara durante su ausencia. Sí... Y ocurre, que mi madre es algo alérgica a los perros que desobedecen o cometen el más mínimo error.

—Ha llamado tu profesor de historia, — Dijo mi madre un día, entrando en mi habitación sin tocar — Me ha advertido, que últimamente te ha descubierto demasiado distraída y pensativa en clases, y teme que estés descuidando de tus responsabilidades. ¿Qué te ocurre?

—Ocurre que, —empecé, con mis ojos puestos en un vídeo musical en mi laptop— a veces soy víctima de ciertas disertaciones existenciales como cualquier otro ser humano vivo sobre la tierra, y le diría, (si este tuviera las agallas para hablarme) que si mi comportamiento no es de su agrado, en ese caso, debería dejar de ordenar prácticas tediosas en clase, y en su lugar, enseñar, que es por lo que se le paga, por cierto.

No tolero la ineficiencia, no puedo siquiera mirar decentemente a alguien mediocre. ¡Me da asco! ¿Cómo puedes quedarte ahí quieto, sin hacer nada cuando sabes que te están pagando por laborar? Si su propio afán no consigue que su trasero se mueva para hacer algo productivo, una pensaría que al menos el dinero sería un buen motivante. ¿¡Qué no lo es todo el tiempo!? Para empezar el dinero es el eximente que me tiene aquí frente a usted, y no en otra institución correccional de peor categoría y mayor riesgo. Bueno, eso no es importante ahora.

El punto es que no puedo respetar a alguien que no provoca el más mínimo grado de admiración ante mis ojos. La simple idea de ser agradable con ese execrable profesor resultaba un insulto para mi propia dignidad. Al resto de estudiantes no parecía importarles. A ellos les resultaba algo completamente agradable. ¡Adoraban a ese viejo perezoso! Pero yo no.

Sin embargo a mi madre nunca le ha gustado, ni le gustará la impertinencia. Cuando ella dice algo, debe obedecerse, no existe el diálogo, no existe el debate. La verdad correcta está únicamente en sus labios y cualquier cosa que no salga de ellos, es pura y simple bazofia. Es lamentable... Muy lamentable que su hija haya heredado el mismo deseo eterno e irrefrenable de estar siempre en lo correcto.

Cada vez que ella intentaba obligarme a obedecer un mandato porque "era lo correcto" yo no podía evitar pensar que debía estar en contra. Mi propio orgullo me obligaba a poner un "pero" en el cielo. ¡Y sí! Ya sé... Ya sé que ella en realidad casi siempre, tiene la razón, pero... ¡Ahg! ¡Es tan difícil!

Después de ver esta lista, usted debe creer que soy una obsesiva compulsiva, pues debería haber visto a mi madre, ¡es tres veces peor que yo! Hay horario para todo, para desayunar, lavar los cubiertos, hacer la tarea, limpiar su coche. Todo debe salir a la perfección, además, ¡Ay de mí, si ha encontrado una mancha que he olvidado limpiar! ¡Ay de mí, si he sacado un nueve, y no un diez! Todo mi futuro arruinado, toda mi vida se basará ahora en el fracaso. Ella es como la vocecita de tu conciencia, diez veces más irritante que Pepito grillo, repitiendo día y noche cómo debes actuar o incluso comer, soportando a la vez, su altanero tono como si fuese una diosa de la sabiduría o algo así.

Y sí, admito que consideré escapar de casa demasiadas veces... ¿Pero a dónde iba a ir? ¿Con quién? No podía, ni quería perseguir a mi padre ni a su nueva esposa. Esa mujer ya había dejado muy en claro lo que pensaba de mí. Además, yo estaba bastante segura de que si llegaba a desaparecer durante más que solo un par de horas, mi madre iba a llamar al FBI y a la CIA para que me encontrarán y arrestaran a mi secuestrador.

Bah, una completa demencia. Créame, cualquiera se volvería loco estando a su lado. Quien sabe, puede que yo ya lo esté. El caso es que fue un fuerte motivante también, no el más importante o el más influyente, pero sí que ha puesto su granito de arena; porque a veces es satisfactorio ir en contra de tu madre, esa sensación de rebeldía, como si estuvieras despistando a la policía mientras roban un supermercado. Yo quería... No, necesitaba ansiosamente, demostrarle cuán harta me tenía.

Quizá incluso un paso más allá de eso.

Yo necesitaba probar que ella estaba equivocada en algo. Lo que fuera.

No importaba si el único punto en el que podía hacerlo, era convencer a todo el mundo, incluso a ella misma, de que una de sus tan famosas afirmaciones era total y completamente falsa. Una de esas frases que sabes que se quedan grabadas en la mente de cualquier persona, debido a la insistencia y reiteración con la que son pronunciadas: "Annabeth refleja excelencia en su comportamiento".

Supongo que al final conseguí mi propósito.

Número dos: El bullying.

¡Oh! Pero qué cliché, ¿no es cierto? ¡Cuántos chicos en el mundo sufren lo mismo que tú, Annabeth! ¿Podrías ser más auténtica? No serás la única, ni la última en sufrirlo. Y tiene toda la razón, pero sabe, a pesar de la cantidad de libros, de películas, o canciones que hablan de ello para concientizar al hombre de inteligencia promedio, la verdad es que nunca desaparecerá del todo. Sin importar cuan común, o sobreutilizado se vuelva este tipo de abuso.

A veces es incluso ridículo escuchar a alguien protestar del bullying hacia los nerds en plena actualidad. Pero lo cierto es que siempre dolerá. A algunos les afectará más que a otros, y nos burlaremos de su debilidad mental ante provocaciones de idiotas. ¿Pero, en verdad sabe el daño que causa? Aquella baja autoestima nacida del bullying, no es solo un invento de los libros juveniles para ganar dinero. Como sea, fingí por mucho tiempo que no me afectaba tal trato, hasta que me convencí verdaderamente de ello.

No me afectaba que me miraran con desprecio, cuando era la única con un diez en clase.

No me afectaba en ser la única sin regalo de San Valentín en el instituto.

—¿Por qué nadie le ha entregado su regalo a Annabeth, aún? — La profesora había reclamado ese día, mientras la mitad de mis compañeros reían, y la otra mitad mostraba desinterés — Quedamos en que todos debían recibir un presente hoy, el sorteo fue realizado por esa razón.

—Nadie ha querido darle un regalo, y punto, profesora — respondió alguien, su tono adoptando algo de mofa—. Nadie la quiere. —Añadió, y se rió, junto con alguno de los compañeros.

La profesora optó entonces, en soltar un largo y aburrido discurso para todos. Sobre la importancia de ser solidarios, y amables los unos con los otros, siempre. No sabía qué era más vergonzoso, la maestra tratando de defender mi marginación o el no haber recibido siquiera un caramelo de lástima de parte de alguien.

Aunque no importaba. No tenía relevancia alguna para mí. Pero cada una de esas acciones se quedaba grabada con fuego en mi memoria, pero daba igual. Debía darme igual.

No me afectaba que pusieran pegamento en mi silla o escondieran mi bolso en un bote de basura en el baño de los hombres. Porque, por un largo tiempo, creí que esos pequeños "juegos", significaban que en realidad les agradaba. Es decir, pensaban en mí, me incluían en sus bromas, y estúpidamente; creí que el ser molestada era mejor que ser completamente invisible. Feliz de no ser "nadie".

Ah, ¡los delirios que causan la soledad! Aún quiero golpearme por aquellos días...

Luego, cuando estaba cerca de los quince años, finalmente lo entendí. Yo era el objeto favorito de sus bromas, no porque me apreciaran o creyeran que era "simpática", sino porque me odiaban. Querían que fuera la burla de la clase, un despojo de la humanidad que debía servir solamente para ellos, en el ámbito del escarnio, al no ser de utilidad para sus propios intereses.

De nuevo, cuando tuve esa revelación, simplemente decidí que lo más sabio era ignorarlos.

Era bastante estúpida en ese tiempo, pero para desgracia de mis compañeros de clase, tampoco lo suficientemente idiota como para pasarles copias de mis tareas terminadas. Oh, cuánto me aborrecieron por eso. Lo recuerdo, sin importar cuánto intenté ayudarlos con estratégicas indicaciones para que así ellos pudieran guiarse y hacer la tarea por sí mismos.

—Hacerlo ustedes mismos, les dará satisfacción personal — les dije una vez, cuando me negué a dejarles copiar mi tarea de matemáticas. Recuerdo cómo me miraron al recibir esa respuesta, oh, fue de tal odio puro, que tal vez fue capaz de remover algo de culpabilidad en mí. Pero no el suficiente como para ceder.

Ellos querían copiar nada más. Lo que a mí me costó seis horas terminar, sin ayuda de nadie, ellos lo querían ociosamente en diez minutos. Efectuando sólo el esfuerzo de escribir para copiar. ¿Cómo ganar enemigos?, por Annabeth Chase. Paso #1: Rechaza sus demandas. Resultado: Desprecio. Exitosamente ganado. ¡Felicidades! Eres la paria del curso.

No creo haberme dado cuenta, cuándo empecé a odiarlos hasta el pico culminante.

Número tres: Un chico.

¿Qué? ¿Ya se está cansando del cliché? Sí, todo esto suena como una absurda novela de baja categoría, lo sé: Niña incomprendida, padres nunca están en casa, no tiene amigos pero en el fondo es una rubia atractiva lista para enamorarse del chico popular. En ese caso, le recomiendo que no coma ninguna de esas galletas que me ofreció, porque esto podría incluso hacerlo vomitar, apenas empiezo, y la historia no se pone mejor, se lo aseguro. Todo esto no es más que una absurda y vil ironía de la vida.

No. No, tampoco se preocupe demasiado, no terminaré cogiendo con él como toda una experta del sexo.

Su nombre no es importante, así que vamos a llamarlo "Pedro de la Fuente" créame, es menos patético que el nombre real. Había muchos chicos de esta clase en el instituto al que solía asistir. Piper podrá confirmárselo... ¡Qué digo! Posiblemente ella ya le habló durante horas sobre ellos. Puede imaginárselo con la misma cara y la misma voz del que ella haya mencionado, si lo desea. Al final no importa. Ninguno de ellos importa, al igual que el bullying no importaba.

Verifiquemos que no ha perdido el hilo del relato, ¿okay? Frente a usted tenía a una niña rubia con demasiado intelecto; tanto que se le desbordaba del cerebro y se volvía estúpida cuando más necesario era ser lista. Una niña que no tenía amigos en absoluto, ni una sola alma a su lado y que había decidido que estaba mucho mejor de ese modo.

Bien, pues un día entró un chico nuevo al instituto, Pedro de la Fuente, lo habían transferido desde Massachusetts, y no tenía con quién hacer su proyecto de Química. ¡Vaya sorpresa! Yo también estaba sola como un cactus en el desierto, así que nos emparejaron a la fuerza. Él no sabía de mi hermosa reputación y del odio del resto de toda la escuela, así que pensé que por una vez, solo por una vez, tenía una oportunidad de al menos hacer un amigo. (Ni siquiera tenía tantas esperanzas de que un amor trascendental iba a nacer entre nosotros).

—¡Hola!— le dije con mi mejor sonrisa— Soy Annabeth, es un placer. He estado pensando en unas cuantas ideas para el proyecto de Química. Podemos discutirlas después de clase, si quieres.

—Por supuesto— contestó él— Pero mi casa aún es un desorden, ¿podemos verlo en la tuya?

Y claro, yo estaba encantada. El chico era atractivo, y además no parecía ser un idiota. ¡No era una chica exigente en cuanto al amor se refería! Para empezar ni siquiera sabía qué tenía que esperar de ello. El tema nunca me interesó demasiado, pero una vez que vislumbré la posibilidad frente a mí, su brillo fue tan potente que fue capaz de cegarme por un momento.

Como Ícaro planeando muy cerca del sol, demasiado feliz para darse cuenta del peligro cada vez más inminente. No lo sabía en ese entonces, pero estaba a punto de caer en picada y convertirme en una mancha de sangre y sesos como él.

Pedro de la Fuente y yo pasamos un agradable rato mientras hablábamos sobre el proyecto. Bueno, en realidad yo era la única que estaba hablando, él simplemente se limitaba a asentir con la cabeza a todo aquello que yo decía y de vez en cuando agregaba comentarios como: "Wow, eres brillante, Annabeth". ¡Le juro que eso solo lo hacía más atractivo para mí y mi ego! Caí tan fácil como Julio César, y con la misma cantidad de cuchillos en mi espalda, quizá incluso más.

Propuse el tema. Él accedió. Propuse los objetivos. De nuevo asintió, y me encargué de llevar la mayor parte del desarrollo para realizarlos yo misma, por dos motivos: 1. Quería hacer la mayoría del trabajo, sola, porque así me aseguraba de que todo estuviera bien y en orden. 2. Porque Pedro admitió que no tenía idea sobre cómo se hacía un proyecto, y lucía muy mono, preocupado. Así que, él tenía menos de la mitad. Un ejemplo:

Mientras Pedro construía murallas, con ladrillos de arena, yo ya estaba construyendo mi tercer templo griego con cincuenta columnas jónicas a su alrededor. Sí, muy equilibrado, eh.

Pero no me molestaba, después de todo yo lo había decidido así. Teníamos tres semanas para trabajar en el proyecto, el viernes de la última semana, todos debíamos entregárselo a la profesora. Pedro y yo pusimos horarios para vernos en mi casa, para "trabajar" en el proyecto juntos, lo cual terminaba siempre conmigo escribiendo y poniendo todas las ideas, incluso con sus partes, mientras él se la pasaba mirando vídeos en su celular, o hablando por mensaje con otra persona cuyo nombre yo ignoraba, claro está. Sin embargo, siempre sabía cómo distraer mi breve irritación por este hecho.

O tal vez, yo solo era muy fácil de convencer, lo único que él debía hacer era halagar mis ideas, mis escritos y ciertos atributos tales como: "Tienes una bonita voz. Si fueras mi maestra, creo que nunca sacaría menos de un diez". O mi favorito: "Incluso irritada, te ves adorable", entonces, volvía a calmar mi estado de estrés.

Sí, fui débil. Me vendí por un par de palabras bonitas. No estoy orgullosa de ello, ¿ok?

Al terminar una de nuestras frecuentes reuniones, ocurrió algo que aún ahora me provoca escalofríos. Mi madre llegó temprano ese día, entró a la casa justo en el momento en que yo acompañaba a Pedro de la Fuente hasta la salida para marcharse. Ella lo vió, lo evaluó de arriba a abajo y al final le sonrió. Lo presenté como un "amigo y compañero de proyecto". Pedro fue encantador con ella, ella más que amable con él. Pero cuando al fin se fue...

—No me agrada ese muchacho, Annabeth— dijo mi madre, mirándome directamente a los ojos— Me da mala espina.

—A ti todo el mundo te da mala espina, madre— le contesté, rodee los ojos y me gané una bofetada, por supuesto. Pero no me arrepentí de mi gesto. Le di una última mirada de odio y subí por las escaleras hasta mi habitación para encerrarme.

Como fuera, dejé pasar su advertencia, la ignoré como los ojos hacen con la nariz, y continué mi vida como si nada hubiera pasado. Al día siguiente me encontré con él y ni siquiera hubo comentarios con respecto a mi madre.

Una semana con cuatro días pasaron, era jueves, y solamente nos faltaban tres páginas y una conclusión para acabar el proyecto. Pedro era un encanto. Yo estaba feliz, él estaba feliz. El resto de la clase no lo estaba, porque sabían que el nuestro sería el mejor trabajo de todos. Para este punto todo estaba saliendo de maravilla. Yo podía oler la envidia de nuestros compañeros, desde la distancia; las chicas querían estar con Pedro, los chicos simplemente querían terminar los jodidos deberes de una vez por todas.

Hasta este punto todo suena completamente normal y genial, ¿no? Debe estarse preguntando: "¿qué tiene que ver todo esto con sus delitos, señorita Chase? Vayamos al grano de una vez por todas", ¿no es así? Pues le dije que tuviera paciencia, todo esto es un antecedente con alto nivel de importancia, y a continuación le diré por qué:

El viernes, vi a Pedro hablar con Layla luego de clases, en un salón vacío y algo oscuro. De seguro usted ya sabe quién es Layla, ¿no? ¡Ja! Apostaría mis dos soberbios ojos a que Piper le habló de ella. ¡Cómo no lo haría! Bueno, no hace falta entonces que yo haga una gran introducción para mencionar a la hermana de mi amiga. Ese día ellos hablaron, aunque yo no podía oír que se decían, pero ella estaba sonriendo del modo en que siempre lo hace cuando pide algo, y la expresión de Pedro en ese momento, no era diferente a otros hombres que se han convertido en viles víctimas de ella.

Tuve un mal presentimiento, como Cleopatra presintiendo la caída de su imperio, sabiendo que se venía una caballería que solo acarrearía su ruina y su humillación; y lo único que podía hacer, era quedarse viéndolo o suicidarse.

Me detuve de inmediato, y consideré entrar al salón para "unirme" a esa conversación furtiva, sin embargo no sabía de qué modo hacerlo sin parecer una psicópata celosa, así que tomé una larga inhalación de aire, y decidí simplemente confiar en él. Seguí caminando hacia la entrada, añorando llegar a casa para terminar el proyecto. Al hacerlo, estuve a punto de chocar con alguien. ¿Adivina quién? Ajá, Piper. Estaba buscando a su hermana para volver a su hogar juntas, como su madre le obligaba a hacer todos los días.

Ella me sonrío. No se enojó por haber estado a punto de chocar con la nerd, no hizo una mueca de asco, ni siquiera me llamó por uno de los tantos apodos insultantes que me habían puesto (¡Odio los apodos, en serio! Desearía poder romper el rostro de todos esos imbéciles que se atrevieron a ponérmelos).

Pero no.

Su sonrisa fue lo único que obtuve de ella.

Piper nunca fue como su hermana. Nunca. Siempre existió cierto brillo de esperanza dentro de ella. Fue un tanto... decepcionante, verlo apagarse. ¡Pero bueno! No vamos a hablar de ella. Ya debe estar cansado de Piper. Esto solo nos lleva a la siguiente razón que me tiene aquí, frente a usted, señor; y que en realidad está tremendamente relacionada a la anterior ya semi—desarrollada:

Número cuatro: Layla.

Pedro decidió que ya no quería ser mi compañero en el proyecto, y me lo dijo el domingo, a través de un mensaje de texto muy soso y seco:

"Hola, Annabeth, estuve hablando con Layla, y la pobre no tiene compañero de proyecto. Así que, me ofrecí a ayudarla. Espero no te enojes ;( además, ni siquiera me necesitas. Eres muy inteligente y podrías terminarlo sola. Nos vemos ♡"

Para luego, aparecer el lunes con nueva compañera: Layla.

¿Me dolió? Sí. Aunque mis ojos tengan la dureza de una piedra, mi corazón era bastante sensible entre toda la sangre y fluidos. Su rechazó tocó mi orgullo y mi autoestima, pero yo no iba a rogar como Hefesto a Afrodita. Me tomé tres días para enlutar, y auto consolarme patéticamente, mientras imaginaba los nuevos chismes que nacerían después de su abandono. Era obvio, que quedaría como la única mal parada en la situación.

Terminé mi proyecto el domingo, mi pequeña depresión había desaparecido como todo lo demás que no debía importarme. Después de todo, siempre fue más mío que de ambos. El proyecto tenía más ideas mías que suyas, estaba escrito en su mayoría por mis propias palabras, me pertenecía por derecho; realmente fue estúpido pensar que no me molestaría tarde o temprano, que Pedro se llevara un crédito que no le correspondía. Luego de meditarlo, incluso me sentí feliz de que me hubiese abandonado, excluyendo los malos rumores que nacieron por su culpa.

Sin embargo, cuando caminé ese día por los pasillos de la escuela, un hueco en el estómago me atacó como si un agujero negro estuviera tragándose una galaxia completa en mi interior. Era un mal presentimiento. Un augurio tan horrendo como el que Aquiles debió haber sentido antes de morir con esa flecha en su talón. 

Conforme caminaba, podía escuchar los murmullos de las personas que iba dejando atrás. No es que eso fuera algo anormal. La gente solía burlarse de mí sin siquiera disimularlo, pero esta vez además cubrían sus bocas, haciendo que el complejo de persecución en mi cabeza me pusiera mil veces más alerta de lo habitual. Sentía que estaban guardando una enorme y desagradable sorpresa en mi contra, pero incluso mis peores sospechas no conseguirían idealizar lo que me esperaba.

Tan pronto como llegué a mi casillero, metí unas cuantas cosas y saqué otras. El proyecto que tenía que entregar en la primera clase, reposaba en una carpeta etiquetada con mi nombre. El nerviosismo me hizo tragar saliva y cerrar con demasiada fuerza la puerta de metal. ¿Qué demonios me pasaba? Nunca creí en eso de las corazonadas que te dan advertencias, pero admito que incluso ahora, no puedo encontrar una explicación científica para mi malestar temprano de aquella mañana.

Al girarme, me encontré con Piper McLean; me miraba con los ojos multicolores abiertos de par en par. Por un momento creí que simplemente intentaba llegar hasta algo que estaba detrás de mí, o una cosa por el estilo. Ella nunca me había dirigido la palabra. Es más, con excepción de lo que había pasado la semana anterior, creo que ella ni siquiera me había visto nunca antes. Sin embargo, al intentar quitarme de su camino, ella se movió conmigo, haciendo que fuera imposible escapar de su escrutadora mirada.

—Dime una sola palabra, y pondré tu nombre junto al nuestro— dijo, saltándose cualquier tipo de saludo, me mostró una carpeta en rosa pastel, que supongo tenía su propio proyecto— Quizá no obtengamos un Diez, pero al menos será mejor que...

—No gracias— dije de inmediato y forcé una sonrisa en mi rostro. Para empezar, me importaba muy poco entregar de manera individual un proyecto. ¡Qué no era el fin del mundo, vamos! Ya había hecho esto muchas veces, la humillación por ser abandonada no me daba miedo... ¡La humillación era mi perra! Además, en las instrucciones estaba muy claro que solo se admitirían parejas; ni tríos, ni grupos. Su plan no tenía ni pies ni cabeza, como la mayor parte de sus ideas.

—Annabeth— ella me detuvo de nuevo. No fue simplemente el hecho de que me llamara por mi nombre, sino que además me sujetó del brazo— Lo digo en serio, chica. Es lo mejor.

—¿Pero de qué hablas?— ya estaba empezando a perder la paciencia— Y suéltame, no me gusta que me toquen.

Obedeció al soltarme, pero insistió en hablarme:

—No sé qué es exactamente, pero Layla...

—Mira no tengo tiempo— la corté sin más— Lo que haga o no haga tu hermana me tiene sin cuidado. Ya me voy.

Y la dejé ahí, simplemente me fui, no sin antes darle un último vistazo a su mirada de perrito que me perseguía a cada paso. "¡Qué chica tan rara!" fue lo único que mi mente soberbia consiguió pensar. Porque... ¡Vamos! Era Piper McLean, su cerebro no era algo de lo que pudiera presumir, todo el mundo lo sabía. Si tuviera un poco de materia gris dentro de esa cabeza suya, ya hace mucho que se habría dado cuenta de lo nociva que era su hermana para ella misma.

Negué con la cabeza y me dirigí hacia el salón. Los susurros a mis espaldas no cesaron, pero ya estaba acostumbrada a recibir miradas condescendientes y divertidas, como si yo fuera un chiste andante, así que daba igual. Simplemente decidí ignorarlos, como siempre. "Sus palabras no importan", me dije; "Él no importa", insistí. ¡Qué más da!, culminé.

La clase transcurrió con completa normalidad, entregamos los proyectos, y luego todos nos largamos a casa. Como siempre. Era solo un típico día igual que los otros. Me pareció que Piper intentaba alcanzarme en medio del pasillo mientras todos caminaban de un lugar a otro, pero luego lo descarté. ¡No era bueno para su reputación que la gente la viera cerca de mí, dos veces en un día! Debía ser simplemente mi imaginación.

Bueno... No lo cansaré demasiado con cosas insignificantes. El verdadero martirio empezó el día siguiente, cuando el director no solo me mandó llamar, y a mi salón, sino a toda la puta escuela al gimnasio de actividades extracurriculares. La gran mayoría de estudiantes estaban nerviosos, otros, encontraban la situación divertida; yo parecía ser la única imbécil que no comprendía nada de lo que pasaba. Mi barco iba a hundirse tanto como el Titanic, y ahí estaba yo, alardeando cual reina Isabel, creyendo que envié a Cristóbal Colón al mejor de sus viajes.

No debí haber asistido aquel día a la escuela, debí haber prestado atención a las señales. Atención a la advertencia de Piper. A la advertencia de mi madre. Pero no lo hice. Cerré los ojos, porque dentro de mi mente solo había una persona que era lo suficientemente inteligente para tener la razón absoluta, y esa era yo misma. ¡Ja! No puedo creer que yo pueda ser capaz de ser tan estúpida, en serio.

No sé qué era lo que yo esperaba que pasara, sinceramente ni siquiera lo estaba relacionando con el proyecto de ayer. Pero cuando el director empezó a hablar, el agujero negro volvió a activar su funcionamiento dentro de mi pecho. Ya ni siquiera recuerdo la mayor parte de sus palabras, pero recuerdo que ese día, me sentí como Juana de Arco a punto de ser quemada viva.

"Este comportamiento jamás se había visto en esta institución", "estoy tremendamente decepcionado de ustedes", "Es que ni siquiera puedo creer que ustedes pensaran que la profesora de Química lo pasaría por alto". A pesar de que él estaba siendo bastante claro, yo aún no lo entendía. ¿Qué demonios había pasado?

No fue hasta que escuché mi nombre en todos los parlantes del lugar, que comprendí que todo esto era mi culpa. YO había dejado que, no solo mis compañeros, sino también el resto de la escuela copiara mi proyecto. YO había permitido que se diera el peor plagio en la historia escolar. YO, Annabeth Chase, brindé y recomendé muy amablemente a todo el mundo para que copiara de mi escrito de Química como la Santa Biblia. Había testigos que habían dicho incluso que YO les había dicho que solo así conseguirían aprobar.

¿Adivina quiénes eran los testigos? ¡Ajá! Layla y Pedro de la Fuente.

"¡Pero qué es esta basura!"— recuerdo haber querido gritar — "¿De qué demonios habla? Es que nada de esto tenía lógica. Para empezar no era mi puta culpa que la profesora de Química dejara el mismo proyecto para todos los niveles; después, si tanto me odiaban, ¿Cómo demonios iban a hacerme caso cuando la supuesta Annabeth les dijera que copiaran la tarea? ¿Es que acaso nadie iba a darse cuenta de estos huecos en blanco? ¿Es que realmente ni siquiera los profesores confiaban en mí? ¿Tenían esa percepción sobre mí?"

Acusada por algo que cuidé no cometer desde el primer grado. La ironía de aquello fue tan exquisita, que incluso Momo, brindó mi nombre con compunción ese día.

Pero me quedé callada, no dije nada. Tal vez, ¿el shock? La reprimenda general duró unos veinte minutos, la individual, en la oficina del director con sus "Estoy muy decepcionado de ti, Annabeth", tardó al menos dos horas, y media hora más cuando mi madre llegó. Sí, la interrumpieron de su ardua jornada laboral solo para que viniera a atender este asunto con su hija.

En casa, la discusión no se detuvo hasta más allá de media noche.

A la una de la mañana de aquel miércoles, fue cuando al fin me permitieron llorar en paz.

https://youtu.be/cwLRQn61oUY

Razón número cinco. Mi venganza

Y... sí, hasta ahí llegaremos con la narrativa cliché. Porque si bien es cierto, no pude evitar caer en los problemas típicos de chicas nerds, con corazones rotos y orgullos pulverizados; sí que podía tomar las riendas de mi propia historia y darle un giro drástico a la trama. ¡No había leído la divina comedia y todos aquellos libros para nada! Y es que sería sencillo, si iba de la mano de todas aquellas páginas amarillentas y letras diminutas.

Entonces dije: Agárrate los calzones Momo, porque Annabeth Chase va a revolverte las tripas de risa hoy... y algo más que eso.

Admito que ese día la rabia me hizo perder la cordura. No me permití pensar la situación con la cabeza fría, porque muy dentro de mí, sabía que si lo hacía, me acobardaría y no haría absolutamente nada para salvar mi honor. Había sido enjuiciada y condenada con prueba falsa, justo como George Stinney Jr., pero, a diferencia de él, yo tenía la suerte de seguir aquí, y podría levantarme de mi tumba metafórica para cobrar la cuenta.

El día de mi venganza llegó acompañado de un hermoso sol de verano. Justo el detalle perfecto para empeorar los efectos que ocasionaría mi pequeña bromita. Sí, sé que nunca confesé haber hecho esto antes, y en realidad no estoy aquí por haber sido atrapada en este evento. Nunca pudieron probar nada, pero si van a hacer una ficha sobre mí, que probablemente se va a filtrar entre todos los pasillos de este instituto para delincuentes, lo mejor es que esté bien dotada de detalles y empiecen a tener miedo de mí, para que nunca más, nadie vuelva a intentar burlarse de Annabeth Chase.

Oh, sí, señor. A pesar de todo lo que le he contado, no soy tan estúpida. Sé en donde me están metiendo. Sé lo que soy: Una nerd, en una Correccional de menores. Si esa ficha que usted está escribiendo (aunque piensa que no me entero), no tiene una buena carga de delitos graves, me van a comer viva. Así que le pido un favor. No pierda ni un solo detalle de todo lo que voy a contarle a continuación, de todos modos sirve porque el método que utilicé para realizarlo, es exactamente el mismo que emplee para entrar a la Biblioteca de noche, y al museo, y a aquella exposición de arte y.... Bueno, ya entendió, ¿no?

Me gustaría describirlo como un homenaje a mi cosa favorita en el mundo: los libros. Primero, por supuesto, una novela histórica: Todo acto realizado por una persona en contra de otra, conlleva una venganza, todos los "malvados" personajes históricos han pagado por sus crímenes, ¿no es así? Hitler, Rasputín, Napoleón. Pues eso, por supuesto, me decía que yo no podía dejar pasar este altercado, sin más.

Sucedió el viernes en la cafetería. Había creído que estaría algo nerviosa por dentro, o con el corazón latiendo como tambores antes del sacrificio. Sin embargo, me encontraba inusualmente con una fría serenidad. Tal vez era mi propio cerebro protegiéndose, el punto es, que incluso me permitió disfrutarlo un poco. Tenía la calma necesaria para comer un sándwich de jamón y queso, sola en mi mesa, mientras el resto de mis compañeros conversaban y comían , lejos de mí, entre amigos.

Hasta que vi a Piper McLean. Llevaba una bandeja en sus manos al igual que sus amigas, y ella iba a pasar de largo, sin dirigirme una sola mirada como era lo usual; pero ese día, justo cuando estaba por cruzar mi mesa y mezclarse con el montón, me incorporé, y luego me puse delante de ella tan abruptamente que incluso sufrió un respingo asustado. Lo hice tal y como ella lo había hecho, anteriormente. Quizá solo fue un acto reflejo del mismo que ella había realizado aquel día... Pero se lo debía. O al menos así lo sentía mi conciencia.

—Tú me caes bien — Le dije sin rodeos, formando una pequeña sonrisa. Sus amigas habían seguido caminando, dejándola unos cuantos pasos atrás. — Así que, recomendaría que no comas nada de la cafetería hoy.

Luego, agarré el wrap de tofu y aguacate de su bandeja, y la dejé sobre mi mesa con una expresión irónica, dándole después; una mirada penetrante que esperaba que fuera más amigable que amenazante.

—¿Piper? — una de sus amigas la llamó, al percatarse de que se había retrasado — ¿Vienes o qué?

Ella, obviamente, siguió su camino hasta su amiga. No sin antes, darme un pequeño fruncimiento de sus cejas con confusión, sin embargo, ella no había vuelto a agarrar su comida, y su gesto de confianza, la puso en mi lista de amigas desde ese instante y hasta ahora.

Solía esconderme, pasaba mis días tratando de ser invisible como si mi sola existencia fuera una molestia para el resto. Pero ese día, incluso me senté sobre el borde de la mesa, mi persona destacando sobre el montón de estudiantes, mi pie descansando sobre la silla; devorando mi comida más por gula que por hambre. A lo lejos, Layla estaba sentada sobre la rodilla de Pedro de la Fuente, y de vez en cuando, me lanzaba miradas risueñas de arpía.

— ¡Annie! — Sus pestañas revolotean sobre su cutis perfecto—. ¿Te has puesto labial y polvo? Eso es tan raro, ¿cuál es la ocasión, amiga?

Así que ella pensaba que era una tonta nerd que podría pisotear y humillar como a su hermana, que debo bajar la mirada porque estaría loca si tratase de devolver el golpe. Pero su gran error fue infravalorarme.

—Hoy es un día especial para mí— contesté, sonriéndole de vuelta con la misma gracia.

Como un regalo divino de los Dioses, el primero en sufrir los efectos de mi pequeño experimento fue Pedro. El apuesto chico, con sonrisa de modelo, se mostró pálido durante varios minutos hasta que no pudo soportarlo más y tuvo que pararse violentamente de la mesa, provocando que Layla cayera al suelo de culo, de forma poco elegante, ella incluso chilló con protesta. Además, el vaso de coca cola se había derramado un poco sobre su falda.

En cuanto a Pedro, sonreí, mientras lo vi correr; para solo detenerse frente a un basurero (porque no alcanzaría llegar al baño) para acto seguido, soltar todo el contenido de su estómago de la forma más asquerosa posible que le quitó todo el poco y último atractivo que veía en él. Incluso salió por su nariz, mientras chillidos y arcadas en el fondo empezaban a sonar por doquier.

Pedro expulsó el vómito como una manguera de presión. Porque es lo que consigues cuando combinas ciertos elementos en el estómago. Unos cuantos ingredientes mezclados estratégicamente, de modo que crearán suficiente daño, pero que pasarán desapercibidos, habían sido lo único que necesité. Colarme en la cocina para distribuirlo sobre todos los platillos en preparación, ni siquiera había sido difícil. Un par de pláticas por aquí, pasos rápidos y sigilosos por allá, como si yo fuera la protagonista de una novela policíaca, y luego salir con mis manos vacías.

No dejé evidencias, ni testigos.

Tengo memorizada la receta exacta de la mezcla que utilicé. Mi amada profesora de Química estaría orgullosa, pero no confesaré eso... Como ya mencioné, es posible que la información en esta ficha se filtre, y no quiero que algún imbécil haga lo mismo, y termine yo, siendo víctima de mi propio truco.

Sabe, en algunos libros... Suetonio y Dión Casio relatan que mientras Roma ardía en llamas, Nerón cantó y gorjeó, vestido para la ocasión, el Iliou persis. (Aunque, según Tácito, Nerón se hallaba en Antium en el momento del incendio, y además agrega que el que Nerón ejecutara la lira o la cítara y cantara mientras Roma ardía había sido solo un rumor). Bueno, sea como fuere, digamos que mi reacción ante el desastre que ocurría a mi alrededor, fue con el ánimo del primer Nerón.

Lástima que no había traído una lira, pero al menos, había venido bonita. Era un día especial y yo vería la novela trágica desarrollarse frente a mis ojos, antes de ir a cumplir el absurdo castigo injusto.

Pedro de la fuente fue simplemente el primero en mostrar los efectos de mis maravillosos talentos culinarios. Esta vez, tengo que admitir que admiré un poco el talento de Layla para parecer linda, porque se levantó detrás de él, intentando seguirlo para ayudarle de algún modo. Me habría conmovido si no supiera ya de antemano que ella solo quería llevárselo a la cama.

Como sea, obtuvo también su merecido cuando, recién después de haber dado un par de pasos en su dirección, Alexa, una chica amiga suya, vomitó con la misma intensidad que el chico, pero esta vez justo sobre los zapatos de Layla. Creo que sus piernas nunca volvieron a ser las mismas. Ella gritó, y también sufrió arcadas. Lástima que de alguna forma, pudo contenerse e ir corriendo hacia el baño. Solo se resbaló un par de veces, pero no se cayó. Era una pena, había recordado que ella comía poco de la comida de la cafetería porque tenía muchos carbohidratos. Pero bueno, yo no iba a ponerme exigente, ya había sido humillada (su cabello tenía algo de vómito) y eso era suficiente para mí. Quizá este altercado no pasaría a formar parte de "la historia" del instituto, como sí lo haría mi "plagio masivo", pero al menos se quedaría para siempre en mi memoria.

Entonces todo el mundo empezó a vomitar. Desde el chico que se rió porque nadie me había dado un regalo de San Valentín, hasta la última chica que se jactó a mis espaldas por el copión masivo de mi proyecto. Algunos terminaron vomitando en sus carteras baratas, y el director vómito sobre el estuche de su laptop.

Un chico soltando líquido por la ventana, una chica vomitando a medida que caminaba, incapaz de detenerlo con una mano, mientras lloriqueaba. Toda la sala estaba llena de sollozos y arcadas. El pánico masivo, provocando alaridos de terror también. La mezcla verde con amarillo manchó todos y cada uno de los azulejos del comedor. Los estudiantes que habían comido menos cantidad del tónico, intentaban correr para llegar al servicio sanitario más próximo, pero resbalaban en el camino. Los que habían comido más, ni siquiera podían respirar con normalidad, erupcionaban cual Vesubio en Pompeya, derramando el contenido de sus entrañas, sobre el piso, sobre sus amigos, y sobre los profesores.

Y yo reí en silencio mientras miraba todo, una comedia fantástica—realista desarrollándose frente a mí, y regocijándome. En cierto momento, incluso, pude ver a la profesora de Química resbalándose y estrellando su rostro justo en un charco de vómito. Fue hermoso.

Justo cuando estaba levantándome para irme (mis zapatos de goma me protegerían de todo el desastre), me encontré nuevamente con Piper McLean. En realidad, ella estaba al otro lado del comedor (tapándose la nariz con una mano, pero intacta), nuestras miradas se entrelazaron por un momento, como en novela juvenil. No me miraba con terror, ni con rabia, ni siquiera con asco. Lo único que podía ver en sus ojos era sorpresa y... algo más... Respeto.

Ella sonrió. Sabía que todo esto era mi culpa. Sentí temor por un momento, mi pequeño gesto de cortesía hacia ella podía significar también mi fin, si ella decidía delatarme.

Debido al caos que todo había ocasionado, cancelaron las clases de la tarde y por lo tanto, suspendieron mi castigo de ese día. Cuando estaba caminando hacia la salida, McLean me alcanzó y esta vez no requirió ningún esfuerzo de su parte, puesto que la mayor parte de los estudiantes habían sido llevados a la enfermería, o al hospital, o a sus casas. Pensé que iba a extorsionarme: su silencio por... ¿qué? ¿Las tareas del resto del año?

—¡Hey!— saludó, sin embargo, con toda la calma del mundo— ¡Qué locura lo de hoy! ¿no? —no contesté, simplemente me quedé mirándola, esperando por la sentencia, ella sonrió incluso más que antes— Todas mis amigas terminaron vomitando hasta por la nariz... Mi hermana está en el hospital ahora mismo, con mi madre...Pero creo que ella solo está exagerando— tampoco dí una respuesta con respecto a eso. Hubo un pequeño espacio de silencio y lo siguiente que dijo fue— También me caes bien, ¿quieres venir a mi casa y ver películas toda la tarde? ¡Haremos palomitas!

No hace falta que le explique que acepté, y desde entonces no volví a alejarme de ella. Es la única persona a la cual considero una amiga. La única chica que considero confiable... ¿Qué? ¿Lo de su debilidad ante los chicos? JA... Es lo más ridículo que he escuchado. Ella no es débil ante los hombres, ellos lo son ante ella.

Vamos terminando, ¿quiere? Ya estamos cerca del final.

Razón número seis. El hurto a la biblioteca y el vehículo de Belladona.

Espero que haya podido seguir el hilo del efecto dominó de todo lo que le he contado, sería no solo una estupidez, sino también una pérdida de tiempo haber desglosado todos los puntos hasta llegar a este. Haré un breve resumen, en caso de que se haya perdido: Mi madre me generaba ganas de desobedecer, el bullying me provocaba ansias asesinas; mi madre me dio un consejo con respecto a un chico y yo hice exactamente lo contrario, por lo cual la hermana de mi (ahora) única amiga realizó el plan más estúpido para obtener a un chico sexy y pisotearme en el camino, por lo cual, yo terminé haciendo bullying a todo el puto instituto, desde las sombras.

Pero conseguí una amiga.

Su grupo me recibió con alegría, ya que Piper había sido la primera en adoptarme. Me llamaron "su nueva amiga", empezaron a usar motes cariñosos... Pero jamás conseguí volverme cercana a ellas, no me agradaban del todo. Las toleraba, y eso era lo único que yo podía y quería garantizar. Nunca me encariñé realmente.

No fue difícil dejarlas ir, cuando ellas decidieron que Piper ya no era la "chica inocente" que tanto apreciaban y que "se estaba echando a perder". Y bueno, eso dice mucho de ellas, ¿Es que van a abandonar cualquier barco tan fácilmente, cada vez que algo no les guste? Bah... En cuanto a mi respecta, ellas nunca la quisieron lo suficiente.

Como sea, Piper y yo nos mantuvimos, incluso luego de su cambio. No estábamos juntas todo el tiempo, por supuesto. Ella necesitaba su espacio para ligar, yo necesitaba mi espacio para ser nerd y sacarle canas verdes a mi madre. ¡Cada quien a lo suyo, vamos! Pero comíamos juntas en el instituto. A veces iba a su casa y su madre nos daba caramelos dietéticos; en otras ocasiones ella venía a mi humilde hogar y mi madre no dejaba de hacer mala cara hasta que se iba.

Entrar a los museos en horarios "no adecuados" se volvió mi nuevo hobby y nadie se daba cuenta hasta el día siguiente, cuando revisaban las cámaras de seguridad. Violar las cerraduras era sencillo, algunas veces incluso conseguía las llaves antes del cierre y solo debía volver en la noche. Nunca me robaba nada, así que realmente no tenían mucho que recriminarme, pero llamaban a mi madre de igual modo y ella se molestaba muchísimo.

Aumentaban la seguridad después de cada entrada sigilosa, pero nunca consiguieron detenerme. Igual con la biblioteca, entraba con regularidad por las noches, cuando no podía dormir. Algunas veces me quedaba ahí leyendo, otras, sacaba los libros... ¡Pero los devolvía después! ¡Es que ni siquiera tienen un motivo justo para quejarse! Nunca provoqué ningún daño a nadie, excepto a mi madre que empezó a sufrir ataques de estrés, aunque eso tampoco era mi culpa... Yo no le dije que se preocupara por mí.

En fin, una noche fui a realizar mi habitual visita a la biblioteca, quería tomar un libro de historia griega antigua: "Los secretos detrás del pan y circo del senado", sonaba controversial y tenía suficientes páginas como para llamar mi atención. Lo había visto hacía un par de días, pero, ¿Por qué llevármelo de día, cuando podía hacerlo de noche? Era peligroso, y me gustaba. Tomé un autobús, me salté la valla, abrí la ventana con la cerradura más separada de todas (aún no habían conseguido localizar cual de todas era la que tenía el punto débil) y entré.

Tomé el libro y salí de nuevo sin que nadie pudiera detenerme. Fue entonces cuando me di cuenta de que había cometido un error. Normalmente dejaba todos mis objetos personales en casa, no quería dejar más evidencia que la de las escasas cámaras de seguridad y si llevaba objetos como mi monedero, por ejemplo, corría el riesgo de olvidarlo en el camino.

La mayoría de las veces traía conmigo un billete que me alcanzaba para el autobús de ida y vuelta, pero esta vez contaba con muchas monedas que empezaban a ser un estorbo demasiado pesado en mi bolsillo, así que para deshacerme de unas cuantas, había contado el pasaje antes de salir de casa. Completo. Lo había gastado al venir aquí. ¿Y ahora de dónde demonios iba a sacar el dinero necesario para regresar?

Pfff... zapateando con rabia por mi reciente error causado por la distracción, empecé a caminar en la dirección hacia mi casa. Ya era tarde, quizá las diez u once de la noche. Ni loca iba a llamar a mi madre para que viniera por mí, además, no tenía una moneda ni siquiera para intentar llamar a alguien por un teléfono público. Mi celular estaba en la seguridad de mi casa.

¿Pero qué es lo peor que podría pasar? ¿Un grupo de malandrines persiguiéndome por los callejones, para robarme el celular, y al final tratar de violarme porque no lo traía? Pfff, como si esas cosas pasaran.

Entonces, llegado cierto momento, me encontré frente a frente (de nuevo) con Piper McLean, luego de doblar una esquina. Por un momento nos quedamos mirándonos como diciendo: ¡Guay, mira qué coincidencia! Ella miró el libro bajo mi brazo y de inmediato supo de dónde provenía. Yo noté el labial rojo que decoraba su boca, y supe hacia dónde se dirigía.

— ¿Por qué caminas a esta hora de la noche?— pregunté para iniciar la conversación— Se te congelará el trasero con esa falda tan corta.

—Solo tenía pensado caminar hasta el supermercado— contestó, señalando hacia el establecimiento— Quería sacar dinero del cajero... pero parece que mi madre se enteró de que tenía planeado ir a visitar a mi nueva conquista... ¿Recuerdas al joven albañil? Bueno... Todas mis tarjetas están bloqueadas, estoy completamente quebrada. ¿Y tú?

—Al parecer mis bolsillos están tan vacíos como los tuyos— contesté— ¿Vas a una cita sin tacones? ¿A qué se debe el cambio?

—El chico no es muy alto, y tiene un serio complejo con lucir enano frente una chica— se encogió de hombros— Aún así es lejos, llegaré empapada en sudor si camino hasta allá — soltó un suspiro exasperado— ¡Pero que desgracia! ¡Ayúdame Annie! Usa tu brillante mente para encontrarnos una solución.

—¡Y qué quieres que yo haga!— dije como respuesta— Yo solo hurto libros de la biblioteca, no au...

Me detuve antes de terminar la frase, sabiendo por su mirada que había hablado de más. Pero ya era tarde, la idea se había metido en su cabeza malévola y ahora ya no había modo de sacarla de allí. Casi como en una coreografía, nuestras miradas se desviaron a la vez hacia un automóvil particularmente bonito que estaba aparcado cerca. Mis ojos se quedaron sobre él por un momento y luego volvieron a Piper.

Justo entonces, Hermes la iluminó con el deseo impío de los ladrones.

Ahora una sonrisa estaba sobre los labios de Piper, y Autólico el príncipe de los ladrones de la Antigua Grecia, había reencarnado en ella. Se acercó al vehículo y puso una mano sobre la puerta, estaba a punto de intentar abrirla. Ambas sabíamos lo que pasaría, si sonaba la alarma, tendríamos que correr como alma que lleva el diablo... pero no sonó. Quien sea que fuera el dueño había olvidado poner la alarma, el muy imbécil.

Jamás quisimos hurtar el auto del concejal, bueno, queríamos hurtar un auto. Pero no SU AUTO. Pero ya dejamos en claro que yo no tengo buena suerte en esta vida. El resto de la historia ya la conoce. Nos detuvieron por exceso de velocidad y Piper intentó ligarse al policía para que nos dejara ir. ¡Debe ser gay, el hombre, de otro modo no me explico su reticencia! Y... aquí me tiene.

Entonces la rubia deja salir un suspiro pesado, lleno de cansancio, sus ojos ya no se veían tan duros ahora. Parecían más bien, nubes cálidas, frente a la luz del sol, esperando ser llevadas por el viento sin más. Tal vez hablar le había hecho bien, aunque ahora se veía extrañamente drenada, y peligrosamente, visible. Alzó su mirada, sus siguientes palabras temblaron un poco aunque parecía que hacía todo lo posible para que no se notara.

—Solo... Me harté, quería... no. Necesitaba hacer algo por mí misma, necesitaba ver a otro ser humano humillándose frente a mí, que no fuera yo. Estaba tan harta de eso —Añadió bajito, de pronto, todo ese aire de superioridad y confianza desapareciendo frente a él, quedando: Una chica rubia asustada, fingiendo ser fuerte, porque no le dieron otra opción. Para finalmente, quedarse sin baterías.

— ¿Qué es lo que más odia, señorita Chase? — Le preguntó.

—Odio no tener la razón, — susurró, con el miedo ahora aflorando — Odio no saber qué es lo correcto o no, desde ese día... Y entonces, ¿qué me queda? Si no puedo confiar en mi propio cerebro, en mis propios instintos, que son prácticamente lo único que tengo ¡¿Qué será de mí?!

>>¿Cómo podré confiar en alguien más si no confío ni siquiera en mí misma?

—Gracias, señorita Chase— dijo el hombre, mirándola con seriedad— Eso es todo, puede retirarse y unirse a la próxima clase, debe estar a punto de empezar.

—Por supuesto— dijo ella recomponiendo el gesto y levantándose del asiento— ¿Puedo pedirle una cosa más? Cuando mi madre pregunte sobre este interrogatorio... Omita la razón número 1, ¿Sí? Lo último que necesito es su lástima.

El hombre no contestó, ni siquiera asintió, simplemente se quedó observándola abandonar la oficina y cerrar la puerta. Luego anotó en la parte frontal del expediente sobre su escritorio:

Anexo #4: Annabeth Chase, confesión archivada.

Criterio razonable, permite el diálogo.

No bajar la guardia, el menosprecio y la infravaloración genera su mal comportamiento.

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