Anexo #2: Piper McLean
-Ya, solo háblale, que no tienes nada que perder.
En realidad, sí que tenía muchas cosas qué perder, y una de ellas era mi dignidad. Pero, ¿a quién le importaba eso en aquellos tiempos? Bah, era como simple decoración para algunos; y además, estaba un 90% segura de que tal vez tendría una respuesta positiva, si tenía en cuenta que él siempre coqueteaba conmigo de una forma muy sutil, pero clara.
- Allí está, ¡es ahora o nunca! - Chilló una de mis amigas cuando divisó al chico que me gustaba, parado delante de su casillero para abrirlo y sacar sus libros. Mis manos temblaban como gelatina, pero mis pies fueron lo suficientemente resistentes para soportar mi peso cuando ellas me empujaron hacia él. - Simplemente ve al grano, Pipes.
- Hola, Marco. - Saludé al chico guapo de mi clase, sonriendo nerviosa y floreciendo ante su cálida mirada chocolatada. - ¿Oíste ese loco plan de los del centro de estudiantes? ¿Sobre las chicas pidiendo pareja para el baile de verano en vez de los chicos? Muy loco ¿no?
Tenía quince años, la primera vez que le hablé al chico que me gustaba. Aún no me habían roto el corazón. Aún era la Piper que me enorgullecía al verme reflejada en el espejo. Solo era una actividad sin importancia, un estúpido baile de Sadie Hawkins, pero yo estaba realmente emocionada por al fin ver una oportunidad, ahí, brillando justo en frente de mis ojos.
- Algo arriesgado pero original. - Se encogió de hombros, sonriéndome de vuelta divertido. ¡Oh! Pero deberías haber visto aquella sonrisa tan bella, yo simplemente quería robármela para siempre. - ¿Qué tal te ha ido a ti?
- Lo sabré después de tu respuesta. - recuerdo haber murmurado, con mis pestañas moviéndose alocadamente de arriba para abajo como una loca. - ¿Qué dices, Marco? ¿Listo para la mejor fiesta de tu vida? Hay diversión garantizada si vamos juntos, ya sabes, como buenos amigos claro... No creas otra cosa, no, no. - Se rio ante mi palabrería, me llenó de una fugaz alegría. - ¿Entonces vamos juntos al baile?
Muy pocos sabían quién era el chico que me gustaba. Solo mis amigas más íntimas y mi propia conciencia, conocían mi pequeño secreto. Había tenido mucho cuidado para que mi hermana no se enterara, y pudiese hacer de las suyas. Pero supongo que algunas cosas, tarde o temprano, salían a la luz. Por más que lo intentaras ocultar, cuando existía motivación, había resultados.
- Lo siento Piper. - Me respondió en tono avergonzado, desviando su mirada a otro lado y haciendo que el ambiente a nuestro alrededor se volviera muy, muy incómodo. - Pero, ya acepté la invitación de tu hermana... Me lo pidió ayer, yo... iré con ella al baile.
De pronto tenía ganas de aplaudirme a mí misma, por ser la "Señorita Estupidez" de este año. Claro, si yo misma los había visto hablar ayer muy juntos y apartados del resto detrás de las gradas del instituto. Debí haberlo adivinado.
- ¿Ah? - Solo quería meter mi cabeza en un hoyo en ese entonces, pero me las arreglé de alguna forma, para contestarle con un atisbo juguetón en mi voz. - ¡Pero si eso es fantástico! - Era horrible. - Estoy tan feliz por ti, ¡mi hermana y mi amigo favorito juntos! - Estaba destrozada. -¡¡Yeey!!
- Sí, ni siquiera yo me creo lo suertudo que soy. - Me dijo, contento de verme fingir alegría por él. - Es genial. ¿Yo? ¿Con la chica más sexy de la noche? ¡Estupendamente loco!
Ambos reímos. Él me contó, lo feliz que estaba, y como de maravillosa era mi hermana. Yo, fui destruyendo mis tontas fantasías de estar a su lado, una por una, sin piedad.
Aún recuerdo esa noche, los había estado espiando durante toda la fiesta con cara de perro abandonado, sin posibilidad de ser animada de ninguna forma por mis amigas, siquiera. Solamente era capaz de aguantar las miradas burlonas y egocéntricas que me enviaba mi hermana; al mismo tiempo que abrazaba, besaba, y bailaba contenta, con mi desafortunado amor platónico. Todavía puedo oír sus risas, cada una de ellas me parecieron una cachetada.
-¿Por qué no vas y coqueteas con él, Piper? - me dijo mi amiga en el oído, por sobre la música electrónica. - ¡Dale a tu hermana un poco de su propia medicina!
- No. - Le había contestado en ese entonces, apartando la mirada con pena, para seguir tan solo bebiendo mi ponche. - No creo que pueda, no soy como ella... No sé hacerlo.
Al final de la noche, había sido lo suficientemente estúpida para seguirlos cuando ellos salieron del gimnasio, tambaleándose por el exceso del alcohol en su sangre a la par que se repartían besos apasionados en los labios del otro. Llegaron hasta la clase de química acalorados, y me bastó mirar por dos segundos en su interior, para comprobar que la ropa había dejado de ser necesaria entre ellos.
Bueno, yo no necesitaba oír los chillidos de mi hermana como cerda en celo a partir de allí, así que los dejé solos. Bailé y bebí toda la noche y fui feliz con tan solo una hamburguesa al final de la fiesta.
¡¿Oh?! ¿Pensaste que aquel chico lindo y corriente, me había roto el corazón? ¿Y por eso crees que soy como soy hoy en día? ¡Oh vamos! Me ofende que pienses eso siquiera. ¿Tan frágil me ves? No, aquello no rompió mi corazón. Simplemente, fue la primera piedrilla que cayó a un lado de la balanza para hacerme tambalear... Eso solo fue el inicio, el primer grano de rencor formándose en mi corazón. Ja. Pero no, las chicas no cambiamos nuestras Converse por tacones de la noche a la mañana. Y mucho menos por un solo chico, cuyo único error, fue enamorarse de otra persona.
No, esto va mucho más allá de lo que se imagina. Esto se trata de romperlo a uno por dentro. Una y otra, y otra, y otra, y otra vez. Siempre lastimándome... Hasta que toqué fondo.
~~~
Yo, siempre fui la pequeña sombra de Layla. La que se mantenía atrás, relajada de no ser el centro de atención. Nunca me había molestado adoptar ese papel, el de la "chica opacada por su hermana", hablo. Estaba bien con eso. Aunque mis amigas siempre me insistían en que debía cambiar. Excepto Annabeth, a ella le valía madres Layla. Definitivamente ella nunca tuvo problemas con sentirse inferior ante nadie.
- ¡¿Por qué no vamos de compras?! -Dijo emocionada Karla, sentada en el suelo de mi habitación, mientras Carol le pintaba las uñas. - ¡Aprovechemos esta oportunidad para cambiar tu guardarropa, Piper! Ropa más sexy, más atrevida. ¡No tienes nada más que Jeans y playeras! ¡Es deprimente!
- Así es. - Carol concuerda, sin darse cuenta que Annabeth le ha puesto los ojos en blanco. - Vamos, Piper. ¡Tienes que seguirle el paso a tu hermana! ¿Vivirás siempre opacada por ella? No eres fea, amiga, demonios si yo estuviese en tu lugar, todo el día sacaría provecho de mi belleza...
- Sí fueses más como ella, pero mejor. - Me guiña un ojo, Karla. - Apuesto que le ganarías en todo. Ya no tendrías que aguantar que te robe al chico guapo.
En vez de contestarle, miré a Annabeth, a mi amiga más inteligente y confiable. Ella siempre decía que solo debía esperar a que alguien más le diera su merecido, alguien que fuese, igual, o peor que ella. "NO debes ser una copia barata, sé tú misma". Solía decirme. "Llegará alguien tan malo como ella, y le hará frente". Pero nunca llegó nadie así de genial... Durante tres años, solamente vinieron chicos que gustaban de mí y yo de ellos, para que al final de la noche, terminarán en la cama de la promiscua de mi hermana.
Siempre era el mismo resultado. Una y otra, y otra, y otra, y otra vez. Terminaban enredados en las piernas de Layla. Una y otra y otra vez. Terminaba llorando y callando mi envidia, mientras me decían "cuñada" aquellos que yo quería. Y otra vez, pasaba toda la noche mirando mi reflejo en el espejo, preguntándome que había malo en mí.
Entonces lo conocí, realmente, verdaderamente, pensé que él era el indicado. Porque él era perfecto, no había hombre más detallista y atento que él. Guapo, ojos verdes y cabello castaño, adornado con luces doradas, como un pastizal de trigo. Hombros anchos y figura atlética, su sonrisa era encantadora y cautivadora. Sentía tanta alegría por haberlo encontrado en mi vida tan solitaria. Nuestra relación era perfecta, y una envidia para todas las chicas del instituto. Él no tenía ojos nada más que para mí.
Yo, supe que me casaría con él... Ambos estábamos enamorados perdidamente, él me besaba con la mirada, me llenaba de alegría con cada toque. Me sentía protegida y atendida como nunca antes, entre sus brazos, recostada en su pecho mientras pasábamos horas hablando de fantasías e ilusiones.
Cometí el pequeño error, por un diminuto momento, de creer que mi vida era perfecta. Me dejé llevar por los sueños de un amor real y sincero. Creí que todas esas hermosas palabras tiernas, esas promesas a la luz de la luna, esas flores, recuerdos de porcelana, corazones de cartulina, chocolates con dedicatoria, eran reales... Cometí la equivocación de creer en un tipo de amor, que ahora sé que no existe.
Ese día, yo había tenido que quedarme a hacer una tarea en casa de mis amigas. Aún recuerdo el sonrojo completamente notorio que sufrió mi rostro cuando el mensaje de mi hermana vibró en mi teléfono celular, avisándome que mi adorado novio había llegado a casa con un enorme ramo de flores para darme una sorpresa. Ella incluso me envió la foto del ramo.
Mis amigas comenzaron a lanzar chiflidos y grititos emocionados, alabando el detallismo del chico que yo amaba. Completamente orgullosas del brillo en mis ojos, de la esperanza en mi corazón. Incluso Annabeth sonrió con aceptación cuando le mostré la fotografía. Mi chico había pasado la prueba, nadie encontraba ni un solo defecto en él.
- Corre, corre. - Me había apurado Karla, contentísima. - ¡Ve a casa y besuquea a ese bombón todo lo que se merece! ¡¿Qué estás esperando?!
Recuerdo que salí prácticamente corriendo hacia mi propia casa, olvidándome por completo de mi absurda tarea. Solo pensando en poder encontrar de nuevo al chico de mis sueños, y besarlo como siempre lo hacía, como si no hubiese un mañana. Como si el tiempo mismo nos perteneciera y las cosas a nuestro alrededor no fueran más que pequeñas rocas que se unían para empezar a formar nuestro maravilloso castillo de cuento de hadas.
Llegué a casa con mi corazón rebotando contra mi pecho, mi respiración entrecortada por falta de aire, y mis piernas cansadas, casi como si hubiese corrido un maratón. Me miré por un momento en el vidrio de la ventana, mis mejillas estaban sonrojadas por el ejercicio, mi cabello despeinado a causa de la fuerza del viento, pero mis ojos brillaban de un modo que nunca pensé que lo harían. Humedecí mis labios con saliva para que no estuvieran secos, y entonces entré a la casa.
Ahí estaba, en la sala, el maravillosamente grande ramo de rosas. Había una de cada color, rojo, blanco, rosa, naranja, violeta. Era simplemente perfecto y encantador. Él sabía lo mucho que yo amaba la variabilidad de colores, él me conocía a la perfección. Todos mis gustos y preferencias, todos mis sueños y aspiraciones. Él era el chico ideal, aquel con el cual yo estaba dispuesta a pasar el resto de mi vida.
¿Qué? ¿Piensa que era muy joven en aquel entonces? ¿Muy joven como para tomar una decisión así de importante? Bueno... Puede ser, pero yo tenía un anillo en mi dedo ¿sabe? Él me lo había obsequiado, el día en que me prometió, con su suave pero potente voz, que me amaría por siempre. Solo esperaríamos a cumplir la mayoría de edad, para entonces, iniciar nuestra verdadera vida, juntos. Ese era el plan. ¡YO TENÍA UN MALDITO ANILLO!
Así que subí las escaleras, lentamente, intentando tranquilizarme un poco, pues, cada vez que pensaba en verlo, mi corazón latía con ganas, y un nido de mariposas comenzaba a batirse en mi estómago. Yo estaba completamente enamorada de él, y por defecto, también completamente ciega y sorda. Porque no escuché nada hasta que llegué a la puerta de mi habitación.
Escuché algo arrastrándose, para luego caer al piso. Tengo la, probablemente absurda, creencia de que todos tenemos instintos. Una ligera voz, en la parte trasera de tu cabeza que te susurra justo antes de que algo salga mal. Esa pequeña vocecita que te jala las orejas y te dice: "Alto. Despacio. Tu vida está a punto de derrumbarse, solo date un segundo antes que todo se convierta en mierda."
Con un profundo vacío en mi estómago, empujé la puerta de mi habitación, con cuidado, sin hacer ruido, solo lo suficiente para poder mirar adentro, y entonces... lo vi. Los vi. A ellos. Ambos.
Mi novio estaba besando de una forma tan jodidamente apasionada a mi hermana, como nunca lo hizo conmigo. Ella estaba completamente desnuda. El que había funcionado como su vestido rojo, hasta hacía unos momentos, estaba completamente roto, desparramado en el suelo. Él, el supuesto hombre de mis sueños, intentaba deshacerse de su camisa, mientras que sus pantalones y su bóxer ya se encontraban en el suelo. No pasaron más de dos segundos antes de que estuviera completamente desnudo.
Mi hermana estaba sentada sobre el escritorio de mi cómoda, su trasero desnudo reposaba sobre mis notas, mis cuadernos, sobre las cartas de amor que él me había dado. Podía ver la parte frontal de mi novio, completamente desnudo, algo que nunca había tenido la dicha de presenciar frente a mis propios ojos, reflejándose en el espejo, en el cual yo me arreglaba para él todos los días.
Ese espejo, en el cual yo me acomodaba el pelo, me colocaba mis pendientes de plata con forma de palomas. Ese lugar en el cual yo y mi reflejo habíamos tenido esas largas conversaciones acerca de lo mucho que queríamos que los años pasaran rápido para al fin poder tener nuestra boda de en sueño. Me mostró, en ese momento, el segundo exacto en el cual él empezó a darle estocadas salvajes a mi hermana, haciéndole el amor con locura y desesperación. Como si no hubiese nadie más en este mundo para él, que solo ella, y su vagina.
Al mismo tiempo que los quejidos de ella inundaban mis oídos, recordé todas las palabras que él había susurrado en mi oído, todos esos momentos en los cuales él, con voz dulce y cariñosa, me prometió estar a mi lado siempre, porque "no existía otra chica como yo". "Yo era perfecta", "Mi belleza no tenía, límites"
"-Mi amor- me había dicho anteriormente- No hay nadie más con quien yo desee estar. ¿Qué podría buscar en otras chicas? Si lo tengo todo en ti".
"Te amo como nunca había amado a nadie".
"Eres mi vida".
"Eres todo lo que me importa en el mundo, todo gira alrededor tuyo".
"Quiero que nos casemos, quiero que conquistemos el mundo entero, tú y yo".
"Juntos".
"Por siempre y para siempre"
Mientras las uñas de Layla se incrustaban en su espalda, para demostrarle el placer que sus gritos ya por sí mismos proclamaban, observé la figurilla de porcelana que él me había regalado el día en que me entregó mi anillo. Era una estatuilla, con dos ángeles, hermosos, tiernos y desnudos, sosteniendo un corazón. Él había dicho que era el símbolo de nuestro amor puro... Y ahora estaba destrozado en el suelo, roto en mil pedazos.
Recordé mis largas tardes haciendo búsquedas en internet de aquel que se convertiría en mi vestido blanco perfecto. Las decoraciones que utilizaría para adornar la iglesia. ¿El sabor del pastel? ¿La cantidad de capas? ¿Los zapatos? ¿La música? ¿Invitaciones? ¿Recepción? ¿Vinos? ¿Champagne? Mi boda ya estaba completamente planeada en mi mente. ¿Cómo es que esto estaba pasando? ¿Cómo es que permití que pasara?
Observé como la cabeza de uno de los ángeles rodaba hasta mis pies, y cuando estuvo tan cerca de mí, que mi cabeza estaba inclinada hacia abajo, fue cuando me di cuenta de que, de mis ojos caían cataratas de lágrimas, que se estrellaban contra el piso, dejando las gotas impresas sobre la madera decorativa. Allí estaban, formando un charco de lágrimas muy rápidamente. Levanté mi mirada una vez más, quería salir corriendo, pero mis pies no obedecían mis órdenes, como si estuviera estancada en arenas movedizas.
Apenas fui capaz de escuchar, en medio de los gritos de ella, el chirrido de la madera de la cómoda, crujiendo, con cada fuerte estocada que se incrustaba en las entrañas de mi hermana, profundamente, deleitándola, complaciéndola, y provocándole espasmos y temblores, que terminarían culminando en una explosión de éxtasis absoluto. Fijé mi mirada en su dirección, y entonces, (como si esto no fuera suficiente) con el destino burlándose de mí, ella abrió sus ojos, y me sorprendió mirándola.
Me mostró su sonrisa de diablo por un momento y sus ojos bailaron con orgullo al darse cuenta que su plan había resultado mejor de lo que había esperado. Entonces, ella abrió la boca, extendió sus brazos y luego se abrazó, aún más fuerte a él, acercándolo más. Metiéndose más adentro todo lo que él era capaz de darle, y sin quitar su mirada de la mía, gritó aún más fuerte que antes.
-¡SÍ! ¡OH, SÍ! MÁS FUERTE, MÁS, MÁS- vociferó sin piedad- RÓMPEME EN DOS. HAZLO. ¡OH, MI AMOR! ¡DÁMELO TODO, POR FAVOR!
Mis ojos se desmesuraron de horror, más de lo que ya estaban, y mis manos temblaron deseosas por tapar mis oídos para dejar de oírlos. Pero no, no lo hice. Debía escucharlo todo, debía romperme más para sentir más odio. Para nunca más volver a amar.
-DI MI NOMBRE- exigió ella, solo para poner la cereza sobre el pastel. Las náuseas empezaron a subir por mi garganta.
-Layla- susurró él, pero entonces, la pasión comenzó a dar sus resultados, y con cada vez más desesperación, él empezó a moverse más rápido, mientras repetía una y otra vez su nombre, hasta que al final, lo gritó, para liberarse completamente en la que de seguro fue la mejor eyaculación de su vida- LAAYLAAAAA. OH, MI REINA.
¿Qué? ¿Piensa que ésta es una descripción excesiva de lo que pasó ese día? Ja. Déjeme decirle una cosa. Las palabras, nunca, nunca, describen a la perfección la realidad, y estar ahí, viéndolo en vivo y en directo, fue mucho peor que escucharlo en la voz de alguien más. No se lo deseo a nadie.
¿Qué hice después? No la maté, lamentablemente, no estoy aquí por eso... fui al baño, y luego de vomitar, una y otra, y otra, y otra vez. Mientras los gritos de los amantes seguían al fondo, una y otra vez llenos de placer carnal. Fui a la sala, me senté delante de mis flores y me quedé allí en un tipo de trance. ¿Qué acaso no era ese mi premio de consolación? Eran hermosas, demasiado hermosas. Tanto como mi hermana.
- ¡Oh, que bonitas flores cariño! - Chilló mi madre al ver el ramo, minutos después al llegar de su trabajo. - ¡¿Te las regalo tu novio adorado?! ¡Ay que felicidad!
Ni un solo músculo se movió de mi cuerpo, mi madre seguía observando y admirando las flores sin darse cuenta de nada aún. Luego, unos apresurados pasos se oyen bajando de las escaleras. Mi hermana, y mi novio, habían bajado a recibirnos.
-Cariño. - Comenzó él saludándome, con una mezcla de nerviosismo y exagerada dulzura. - ¿Hace cuánto estás aquí? ¡Quería darte una sorpresa, justo salgo del baño!
Pero vaya sorpresa que me había dado. Claro que lo logró. Él se acercó dónde estaba sentada, estuvo a punto de tocarme con sus asquerosas manos, (aquellas que acariciaron a Layla) pero antes de que lo hiciera, me levanté y me aparté de él con un movimiento convulso. Mi madre mostró sorpresa ante mi arrebato, nos miró con confusión, tal vez creyendo que las rosas eran de reconciliación, entonces.
- No me toques... - Mi voz sonó en un susurro ronco, ni siquiera me molesté en mirarlo. - No te atrevas.
-Piper... - Él me llamó, atreviéndose a sonar entristecido.
-Solo dime, ¿por qué...?
-Pipes... Yo, yo te amo... - Esas malditas palabras, ¿En qué momento se convirtieron en tan insoportables para mis oídos?
"TE HE VISTO, HIJO DE PUTA" recuerdo haberle gritado, y luego agarrando el ramo de flores con todo y cántaro; para tirárselo en la cara, deseando que le hiciera tanto daño, como me había hecho a mí. Con mi madre mirándonos estupefacta, él huyó como un cobarde de la casa. Ni siquiera lo dudó. Salió corriendo, justo cuando mi hermana había bajado completamente por las escaleras.
-Tantas veces que te he advertido, que ese chico no era para ti. - Su sonrisa afilada, con su bellísimo rostro lleno de crueldad, rompió ese día algo dentro de mí, (como si todo ya no estuviese lo suficientemente roto). - Y tú pensando que estaba tan enamorado de ti... Pobrecita ilusa.
Empecé a respirar con dificultad, la ira dominaba por completo cada molécula de mi cuerpo. Quería golpearla, quería sujetarla del cabello y luego lanzarla por la ventana para que se estrellara de una vez por todas contra el piso, y su adorable cara perfecta dejara de serlo.
No pude lanzarla por la ventana, mi madre lo evitó. Pero si logré insertarle unos buenos cuantos puñetazos y arañazos en su cara. Enterré mis uñas en su carne, intentando con toda mi fuerza desfigurarla. Lancé patadas, golpes, mordiscos, mi único objetivo era acabarla por completo, sin embargo, ella tampoco era presa fácil. Ella sabía defenderse. Yo no era la única que había decidido explotar después de todo. Ella era especialista en este negocio.
-¡No peleen, ustedes son hermanas! - Gritaba mi madre, repetidas veces tratando de separarnos mientras Layla y yo nos hacíamos daño mutuamente en el suelo. - ¡Por favor basta! ¡¿QUÉ ALGUIEN ME DIGA QUE LES HA PASADO?
¿Como sucedió?
El barco naufragó El cielo se ha abierto y entregó un desastre ¿Qué hacemos cuando todo está fuera de control?
¿Cómo explicarle a mi madre? Que una de sus hijas era una increíble PUTA. ¿Qué clase de madre estaría inmediatamente de acuerdo con eso? Ella pensaba que solo era otras de nuestras típicas peleas. O tal vez su intuición ya le había dicho lo que había pasado. Sea como fuese, yo no iba a decírselo. No sería yo quién también la destrozara.
La única forma en que mi madre pudo separarnos fue con ayuda del Guardia de Seguridad, este hombre me agarró de los brazos y me obligó subir hasta las escaleras para encerrarme en mi cuarto por órdenes de mi madre. Esto era lo último que quería, pero no pude hacer nada más que golpear la puerta una y otra vez, pidiendo que la abrieran. Yo no quería estar aquí, yo no quería seguir oliendo su perfume apestando el ambiente, apeligrando con ahogarme.
Mis manos están deterioradas
Mi corazón se estropeó
Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer
Cuando mis puños ya ardían de dolor, al haberse estrellado en múltiples ocasiones contra la puerta de madera, creando fisuras en ella, y cortando mi propia piel. Me recosté contra la pared, con mis ojos completamente perdidos e insaciables, derramando más líquido del que probablemente había ingerido en mi vida entera. Irremediablemente mi atención se posó en el espejo, en el que minutos antes había visto la peor aberración de mi vida entera. Aquella porquería que mi mente ahora no sería capaz de olvidar nunca.
Aquí viene otra
(Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer)
Casi como en un trance, caminé lentamente hasta estar frente a él, comencé a recoger, una por una, todas mis cartas de "amor eterno" que ahora estaban completamente profanadas. Las rompí, en mil pedazos, y los dejé caer al piso. Manchadas con mi sangre, ensuciando la alfombra debajo de mí. Si hubiese tenido fósforos, los habría quemado también.
Me tira hacia abajo (Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer)
Aquí viene otra (Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer) No me envíes hacia abajo
Ellos serían los que no podrían unirse nunca más. No yo. Quedarían destrozadas eternamente, ¿pero yo? Mi hermana rompió algo dentro de mí ese día, tan fácilmente, como si fuese mi corazón un simple trozo de papel. Pero no estaba acabada, recién empezaba. Alguien más estaba emergiendo en medio de todo mi dolor, y esa sería la Piper que se enfrentaría a su hermana de ahora en más. Una Piper mejor, una más fuerte que peleará hasta ganar porque estaba jodidamente cansada de ser pisoteada una y otra vez.
Mi corazón esta esperando para poder entenderlo
Lánzame algo. Ayúdame a darle vuelta
En un arrebato de energía y entusiasmo, corrí hacia mi armario y empecé a sacar toda mi ropa. Las lancé sobre la cama sin piedad, sin cuidado. Si lo pensaba demasiado, no sería capaz de hacerlo. Tomé unas viejas pero afiladas tijeras de mi escritorio, y comencé a deshacerme de todo aquello que no me serviría nunca más. No a la nueva Piper.
¿Que hacemos cuando todo está fuera de control?
Tomé mis camisetas y arranqué las mangas, con las tijeras creé escotes amplios en ellas; las desfiguré y moldeé, rompí y recorté, todo lo necesario para crear un nuevo estilo. Algo que mi hermana usaría. Algo que lograra enloquecer a cualquier hombre de este mundo, con tan solo mirarme una sola vez.
Tomé todos mis jeans, viejos y desgastados, y les corté las piernas, hice agujeros altos, rasgué las bolsas traseras y delanteras. No dejé más tela de la que fuera necesaria para cubrir mi intimidad. E, incluso así, permití que se mostrara lo suficiente de ella, si es que llegaba a sentarme de forma "socialmente incorrecta". En segundos tenía un montón de shorts provocativos, que harían perder la concentración a cualquier hombre comprometido o no.
Mis manos están deterioradas Mi corazón se estropeó
Puse todos mis zapatos deportivos en sus respectivas cajas, y los etiqueté con un marcador permanente, con el enunciado "Para Donar". Estaba segura de que mañana, al medio día, todos ellos irían de camino a alguna asociación solidaria en contra de la pobreza.
Le di vuelta a todas mis pertenencias. Les di nueva vida. Las prostituí como si fueran perras de la calle. Pero, es que eso debía ser. Debían combinar conmigo. Con la nueva perra barata en la que me convertiría de ahora en más. Dejé todo lo aburrido y sencillo, dejé todo lo recatado y humilde. Les susurré a mis prendas como hechizándolas, para que me ayudaran a moldearme a mi misma.
Me miré a través del espejo roto de mi cómoda, lo único que quedaba de la antigua yo era lo que traía puesto. Me arranqué mi remera como si me quemara, y cayó a lado del vestido rojo de mi hermana.
Tomé el vestido roto de Layla, que aun reposaba en el suelo de mi habitación. Luego, me quité absolutamente toda la ropa que tenía puesta. No dejé ni siquiera mi aburrido sostén. Hice que la tela suave se ajustará a mí, y solucioné los desgarros que no le permitían a la prenda sostenerse de mis hombros, al realizar un nudo, con los trozos rotos.
Un nudo.
Con los trozos rotos.
Juntos, este vestido y yo, nos arreglaríamos mutuamente. Haríamos un nudo, con nuestros pedazos rotos y desgastados. Y nos levantaríamos de nuevo del suelo. ¿Estábamos arruinados? Ja. Solo si nosotros lo permitíamos. Nadie podía hacerme caer, yo la haría caer en la gigantesca sombra que crearía.
Me observé nuevamente en el espejo. La suave textura de la seda roja se pegaba a mis pechos, casi de forma transparente, haciendo notar dos puntos firmes. Luego se deslizaba por mi cintura torneada y desencadenaba de nuevo en mis caderas, ensanchándose un poco, y terminando abruptamente. Cubriendo nada más que lo necesario para no aparecer como exhibicionista.
(Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer)
Aquí viene otra(Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer)
Me tira hacia abajo
Después de dos toques en mi puerta, esta se abrió, mostrando el muy apenado rostro de mi madre. Completamente lleno de lástima. La lástima es la peor cosa que un ser humano puede inspirar en otro y también en sí mismo. Te convierte en un ser inservible y objeto de burlas.. Tuve asco instantáneamente en el momento en que lo comprendí. ¿Mi madre teniendo lástima de mí? ¿Qué clase de basura había sido durante toda mi vida?
-Cariño...- inició ella, pero se detuvo al observar el desorden de cosas rotas que se desparramaba por mi cuarto. Abrió sus labios nuevamente, para decir algo, pero no la escuché, no me detuve ni un solo momento. Pasé a su lado, abandonando mi habitación. Ella me siguió, completamente alarmada, pensando que yo me dirigía hacia donde sea que estuviese Layla. Pero no era eso lo que yo estaba buscando, sino que, por el contrario, entré en la habitación de mi madre. Aquella que en algún momento compartió con mi padre, antes de su divorcio.
"El amor eterno no existe"- me castigó mi mente- "Solo la pasión, y ésta también se acaba tiempo después".
No me detuve, hasta estar frente a su propia cómoda y abrir el cajón donde guardaba todos sus cosméticos. Me miré una última vez, y me despedí de aquella chica que el espejo me reflejaba. Comencé a aplicarme todo lo que encontré. Como tantas veces la había observado hacerlo. Primero el corrector, por sobre las ojeras que mi llanto había causado, luego la base, formando mi propia máscara personal, aquella que mostraría al mundo a partir de ese momento y en adelante. Los polvos faciales eliminaron todo rastro de brillo en mi piel.
(Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer)
Aquí viene otra
Sin dudar ni un segundo, deslicé el pincel del delineador sobre mis párpados, alargándolo hasta darle una nueva forma a mis propios ojos. El lápiz cumplió su labor también, en la parte inferior. Tomé un par de pestañas postizas y las pegué sobre las mías. No contenta con eso, utilicé también el encrespador, haciendo la falsedad, aún más grande y erguida.
Colocar el rubor sobre mis mejillas y el labial rojo para darle un poco más de color a todo mi nuevo rostro, y luego delinear mis cejas para afilarlas y volverlas perfectas, fue simplemente el toqué de gracia.
(Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer)
No me envíes hacia abajo
Noté una herramienta más sobre la cómoda de mi madre. Unas tijeras tan afiladas como las mías. ¿Había algo más que debía cortar aún? Entonces me fijé en mi largo pelo castaño, y supe lo que debía hacer. Sin nada de cuidado ni remordimientos, me corté el cabello en capas desiguales y extravagantes, dejándolo hasta mis hombros. Un corte de pelo, era lo que hacía definitivo el cambio en alguien, un decreto silencioso y valeroso que proclamaba tu nuevo ser.
No estaré aquí estancada por siempre
Debo seguir mi propio camino
No estaré aquí, sin esperanzas, para siempre
Pero aún faltaba algo. Observé una vez más, los viejos pendientes de plata, con forma de palomas, que mi madre me había regalado. Recibí muchos obsequios antes y después de ellos, de oro, con rubíes incrustados, incluso con diamantes. La mayoría de las joyas que había en mi casa eran más caras que estos sencillos aros. Mi mano se dirigió lentamente hacia los lóbulos de mis orejas, para retirarlos de una vez por todas. La última parte que quedaba de mi antigua yo.
Un par de brazos se abrazaron a mi espalda, dejándome inmóvil. Sus lágrimas cayeron sobre mis hombros, y el calor de su cuerpo irradió un minúsculo grado de ternura en mi roto corazón. Mi madre. Esta bellísima mujer que hace unos segundos sintió lástima por mí, ahora estaba aferrándose a mi cuerpo, aferrándose a la última parte de su hija con desespero antes de desaparecer completamente. Haciendo que yo misma, sintiera lástima por ella, por haber tenido semejantes hijas. Una puta y una inútil. Tremenda pérdida debimos ser.
-No te pierdas por completo, Pipes- susurró con dolor en mi oído- No te pierdas.
Debo seguir mi propio camino
No estaré aquí estancada por siempre
(Aquí viene otra)
Di una fuerte sacudida para quitármela de encima, y caminé nuevamente. Tomé un par de zapatos suyos, de tacón, en color rojo. Y me fui. A pesar de escuchar los trágicos sollozos de la mujer que me dió la vida. Me alejé de casa, a traves de la calle, simplemente a pasar el rato, y a escuchar a los idiotas que querían gritar cuanta vulgaridad pasó por sus cabezas al verme.
Debo seguir mi propio camino
(Me tira hacia abajo)
No estaré aquí, sin esperanzas, para siempre
Pasaron tres meses luego de eso, y rápidamente me había acostumbrado a la nueva yo. La abrazaba, la adoraba y la presumía ante mis compañeros hombres. Coqueteaba sin pudor alguno a los chicos que a mis amigas le gustaban, susurré cuantas obscenidades se me ocurrían para ganarme admiradores y robarle los pretendientes a mi hermana. Caminaba con un contoneo seductor en los pasillos y fingía asombro cuando, por casualidad, el viento dejaba ver un poco más de mis muslos debajo de mi falda.
(Aquí viene otra)
Debo seguir mi propio camino
(Aquí viene otra)
Era una guerrera, y ganaba terreno de esa manera. La cual mi mejor amiga Annabeth Chase, jamás aprobó, pero nunca intervino. Ella fue la única que permaneció a mi lado, aún cuando nuestras amigas se alejaron cuando yo las traicionaba, robándome la atención de sus enamorados. Esa es otra ley de la vida. Ley de mujeres, más bien, la "bonita" solo es tu amiga cuando está destrozada, triste y desvalida, si, por el contrario, representa una amenaza, entonces ya nadie se acerca a ella.
La enemiga de una mujer, siempre es otra mujer que resulta ser más hermosa que ella.
(Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer)
Me tira hacia abajo
Esa era la parte mala, pero tampoco me importaba mucho. Aunque a mi madre sí que le molestaba, porque día tras día recibía quejas de mi colegio acerca de mi "vulgar" comportamiento. Con el tiempo, mi madre dejo de mirarme con lástima, y dio paso al enojo. Yo me estaba convirtiendo en una mala imagen para ella, y para mi padre. Desobedecer a mi madre era otro plus satisfactorio en todo esto al fin y al cabo. Nunca me había gustado que ella me prohibiera salir con chicos que no fueran de mi "clase social".
Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer
Aquí viene otra
Así que hacía eso. Y eso era lo que exactamente estaba haciendo el día en que aquellos sexys policías me detuvieron con mi amiga. Iba a encontrarme con el hijo de un albañil a las afueras de la ciudad, a mis padres les molestaba, me daba igual, pero a mi hermana le gustaba, y eso si que me daba mucho entusiasmo.
Nos quedamos, nos quedamos, no podemos quedarnos para caer
-No es mi culpa que el concejal Belladona haya sido tan estúpido como para dejar sus llaves dentro de su auto. - Se mofa, cruzándose de piernas y sonriendo con socarronería. - Dígame, ¿quién no aprovecharía una oportunidad como esa?
Se quedaron un momento en silencio. La habitación estaba ligeramente en las sombras y el ambiente estaba tenso, Piper empezó a inspeccionar sus uñas postizas sin lucir para nada arrepentida, con sus ojos multicolores ocultando un montón de pensamientos y emociones que dejaran ver su verdadero yo. Ella estaba escondida perfectamente en una oscura caja fuerte, y casi nadie podría ayudarla a salir.
- ¿Cuál es su nombre?- preguntó el hombre, notando que ella no lo mencionó en ningún momento, como si fuera tan doloroso aún, que su simple mención rompería todos sus huesos de un solo golpe. - ¿El nombre del chico?
- ¿Acaso eso importa?- le regresó ella despectiva. - Ya no hay nombres, no hay historias. Solo cuerpos. Cuerpos balanceándose al ritmo que la pasión grita. El único nombre que me importa, ahora, es el mío. Así podré pedírselos a ellos. - ella rió con amargura- Tal y como lo hace mi hermana. "Di mi nombre" les diré. Eso es todo lo que conquistará mis oídos de ahora en adelante.
Ella cruzó una pierna de forma sensual, mientras lo observaba, tal y como lo haría una villana de telenovela, con el mismo énfasis macabro, para luego continuar con su discurso.
-Sobreviviré en esta cárcel, señor. No me será difícil. Está llena de gente mentirosa, traicionera, interesada. Todos buscan únicamente su bien personal, todos están repletos de deseos insaciables por conseguir cada vez más de lo que quieren. Su pequeño... fetiche personal. ¿Y sabe qué? Creo que... me divertiré bastante. - La chica rio con un ligero brillo travieso reflejándose en sus ojos - Esta marioneta, ya aprendió a manejar sus propias cuerdas.
La chica tomó una respiración profunda y miró hacia la ventana, con sus ojos completamente brillantes, pensando quizá, en las posibilidades de lo que pudo ser y no fue. Sus ilusiones rotas en mil pedazos, con todo lo que quedaba de su antiguo ser.
-Incluso creo que me sentiré un poco como en casa- continuó diciendo, al tiempo que se las arreglaba para poner en su rostro una sonrisa coqueta, aquella que ahora le dedicaba a cualquier hombre, sin importar lo poco deseable que este fuera
- Sí, todo esto será muy familiar.
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Anexo #2: Piper McLean, confesión archivada.
Extremo cuidado.
Altamente peligrosa y embustera.
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