Anexo #1: Jason Grace

Ese día empezó como cualquier otro de mi vida normal y corriente, cuando aún tenía los ojos sellados con un pañuelo de mentiras, y estoy seguro de que ahora nunca más podré borrarlo de mi memoria. Se mantendrá en mis pensamientos como si el maldito cuervo de Edgar Allan Poe apareciera en mi subconsciente cada vez que veo a una chica bonita, y me repitiera una y otra vez su tétrica frase de: "Nunca más". Porque nunca más, mi vida volverá a ser la de antes, después de esa aberración.

La noche anterior, me había acostado tarde, terminando un proyecto de Historia que me costaría el cincuenta por ciento de la nota final, por lo tanto era más que importante hacerlo. Recuerdo que me levanté ligeramente tarde, y aún muy cansado, por consiguiente, me vi obligado a preparar las cosas para ir a clases de forma muy rápida, tomé una ducha y luego bajé a desayunar, nada fuera de lo normal. Mi padre era el único que se encontraba en casa cuando finalmente salí.

Me dijo algo así como: - Estudia, consigue los amigos adecuados y no agaches la cabeza. Sé un hijo digno de tu padre. Sigue mis reglas, y vas a ser grande algún día.

Era lo usual de todos los días, en ese entonces yo realmente creía cada una de sus palabras. Les tenía, tanta, confianza a cada sílaba que su boca soltaba. Mi padre, un hombre intachable que ha conseguido todo lo que tiene, y tengo, por sus grandes dones y habilidad en el mundo laboral. Pulcro y decente ante los ojos de todos, ¿cómo podría ser yo el primero que arruinara su perfecta reputación? Era impensable.

Subí a mi auto, un Mercedes gris, y partí hacia el que en ese entonces era mi instituto. Tenía muchos amigos por doquier, se podría decir que era popular. Chicas por aquí y por allá, nunca me faltaron novias. Siempre fui del agrado de todos mis profesores, ya que me tomaba muy en serio cada clase y cumplía con todas las tareas que me daban. También jugaba fútbol, era el capitán, por alguna razón mis compañeros siempre me elegían para ser líder para cualquier cosa.

Ehh... ¿Qué por qué me llamaban superman rubio? Bueno, mis compañeros siempre decían que era muy gentil, que era capaz de lanzarme sin dudar dos veces de un risco, solo para salvar a un desconocido. No sé por qué creían eso, yo definitivamente no me tiraría de un risco sin dudar dos veces... En realidad, si que lo pensaría dos veces para poder encontrar la forma adecuada y una soga para lanzarme y ayudar.

También recuerdo que me decían que era muy bueno corriendo, tan rápido, que cuando lo hacía mis pies no parecían tocar el suelo y era como si fuera volando alrededor del campo. Alzando envoltorios y vasos de plástico para luego tirarlos a la basura. Apagar todas las luces antes de salir del instituto y cerrar con llave la puerta de ésta porque se supone que era lo suficientemente fiable para el director, como para portar la llave del Instituto.

- Le tengo gran estima a tu padre. - Me dijo una vez el director, poniendo una férrea mano amigable encima de mí hombro. - Confío en que serás grande algún día, así que no te olvides de tu querido colegio cuando eso pase, ¿de acuerdo? Recuérdanos siempre. - Él solo quería algo de ingreso por parte de mi padre o mía en el futuro, el director es muy ambicioso.

Así transcurrió todo mi día escolar, sin nada fuera de lo común que registrar. No fue hasta poco antes del medio día que me di cuenta de que olvidé la maldita autorización firmada por mis padres que necesitaba para poder ir a ese viaje intercolegial. Probablemente si no hubiera estado tan adormilado en la mañana no lo hubiera olvidado, pero ahora... Tenía dos opciones, conseguir una nueva boleta (lo cual no era difícil, solo tenía que ponerme en contacto con la persona adecuada) y falsificar la firma de mi padre, o la opción b, aprovechar la hora del almuerzo salir del instituto, viajar a casa y recoger la boleta que ya debía estar firmada en algún lugar de la casa.

Nunca me gustó meterme en problemas absurdos, no era mi forma natural de actuar, por lo tanto, decidí tomar la opción b. Ojalá y hubiera elegido la "opción ilegal". Debí hacerlo, siempre me lo repito... Pude haber sido malo ese día, y de esa manera evitarme muchas cosas peor que malas. Por segunda vez en el día, me dirigí hacia mi automóvil y esta vez conduje hasta mi... bonita casa. Esta vez no había nadie a excepción del portero, el jardinero y unos cuantos obreros, pero dentro de la casa no se encontraba ni una sola alma. Anita, la señora de la limpieza, debía haber salido a realizar las compras del mes.

Entré a paso veloz (ignorando las miradas escrutadoras de los empleados de la casa, como si quisieran detenerme pero no tenían el valor para hacerlo) me dirigí hasta la oficina de mi padre y luego de una pequeña e inútil búsqueda alrededor de la mesa, salí de allí y fui a buscarlo en su dormitorio. Recuerdo subir las escaleras como siempre lo hacía antes de que todo cambiara, aún recuerdo la normalidad antes de que llegara el desastre y lo derrumbara todo a mi alrededor.

Encontré fácilmente la boleta encima de la mesita de noche, allí estaba llamándome para ser llevada, misión cumplida me dije. Pero luego, antes de irme, descubrí otra cosa mucho más interesante sobre la cama de mis padres. Bien dicen que la curiosidad mató al gato, aunque pensándolo bien, de alguna u otra forma ese día estaba destinado para que yo pudiera deshacerme de la venda que tapaba mis ojos, y en vez del gato, lo que mataron ese día fue mi ingenuidad.

Era una nota, de mi querida madre, pero no iba dirigida a mi padre, sino a alguien más. Estaba realmente desconcertado, ¿era algún tipo de juego sexual entre ellos? Me pregunté en ese momento, ¿acaso era algo así como roles entre adultos? Las amenazas que se encontraban redactadas en esa pequeña hoja de papel eran tan... descriptivas, que incluso sentí pavor.

*nota confiscada y guardada de las manos del culpable*

Aún tenía la carta en mi mano, cuando escuché ruidos de personas acercándose. No supe por qué, pero de pronto me sentí como un ratón diminuto, que debía escapar. Correr a donde fuera y encontrar un refugio seguro para no ser atrapado por el gato. Y eso fue lo que hice. Me oculté lo más pronto que pude, en el primer lugar que encontré a la vista, que, en este caso, fue el armario de mis padres.

Apenas y logré cerrar la puerta del mueble, cuando mi padre entró en la habitación, pero no creo que lo hubiera visto o importado en lo más mínimo tampoco. Él estaba concentrado en... Otras cosas. No venía solo, sino que tres chicas lo acompañaban. ¿Cómo lo sabía? Porque la puerta del armario tenía esas celosías, que nunca he comprendido para que sirven, pero que en ese momento (desafortunadamente) me permitieron observar todo lo que sucedía afuera. Si yo no hubiera tomado la carta, ellos la habrían visto, pero el papel ahora estaba completamente arrugado dentro del puño cerrado que formaba mi mano derecha.

Al parecer a mi padre le gustaba la variedad, puesto que las tres chicas eran, cada una, completamente diferentes entre sí. Exóticas bellezas que jamás pensarías que son capaces de cosas tan, aberrantes. La primera, que venía abrazada del brazo derecho de él, era rubia, con los ojos azules, exactamente como los míos; la segunda, era pelirroja, con una melena larga y completamente lacia, probablemente a causa de la plancha; la tercera era una chica afroamericana, con el cabello cortado en un mohawk. Todas ellas poseían figuras perfectas, delgadas y con buenas proporciones; y eran tan solo un par de años mayores que yo.

Era como si hubieran llegado con una misión en específico, porque no perdieron ni tres segundos de su tiempo para empezar a desvestirse. No solo ellas, también mi padre. Quise cerrar los ojos, quise desaparecer, esconderme, morir en ese mismo momento de alguna u otra forma, sin embargo no pude hacer nada. Mi cuerpo se negaba a reaccionar, mi mirada se mantenía fija en ellos, como si existiera un par de cables que detenía mis pupilas en esa dirección. Fui un excelente espectador que sentía cuchillas en la espalda con cada segundo que pasaba en ese pequeño lugar.

- Se siente caliente, ¿no es así? - Le ronroneo la rubia cayendo de rodillas frente a la entrepierna de mí padre mientras sus manos luchaban por sacarle el cinturón y los pantalones. - No se preocupe, nosotras vamos a bajarle toda esa fiebre, mi amor.

- Completamente. - Corrobora la chica de pelo lacio en voz baja, sus dedos terminan por desabrochar la camisa y luego sus manos estaban recorriendo su pecho con una mirada que ojalá no hubiera visto. - Solo déjanos a nosotros todo el trabajo, tú solamente observarnos y disfruta de nuestro servicio exclusivo.

- ¿Ah si? - La voz de mi padre sonaba diferente, tal vez por el deseo o por los labios de la negra que trataba de besar los suyos. - No pierdan más el tiempo, bellezas. Soy todo suyo, cualquier cosita que se te ocurra hacer con tus traviesas manos, ¡ni lo pienses dos veces! - Se rio con júbilo, con las risas tintineantes de sus chicas acompañándolo.

Nunca en mi vida imaginé que tendría que ver a mi padre en esa situación, la expresión de morbo en su rostro, sus ojos brillantes y completamente llenos de lujuria, mientras las chicas le bailaban seductoramente, lo acariciaban de todas las formas posibles, besaban su rostro y todo su cuerpo... Cada parte de su cuerpo.

Hasta ese momento, yo aún me mantenía en shock, no podía moverme de donde estaba, no podía dejar de ver el espectáculo sexual que se estaba montando frente a mí. Tampoco recuerdo en que momento empecé a llorar en silencio, solo sentí mis lágrimas goteando desde mi barbilla como si alguien hubiera roto un grifo y ahora mis ojos jamás dejarían de derramar lágrimas.

Sé lo que debe estar pensando, Señor. Tres chicas sexys, completamente desnudas frente a los ojos de un adolescente hormonal debería ser el paraíso para mí ¿no? Pues déjeme decirle algo: Nunca. Nunca en mi vida sentí tanto asco y repulsión como en ese momento. Y sinceramente no sé qué clase de enfermo mental sentiría excitación con algo así, y que Dios me libre de esa clase de personas.

¿Entiende lo que es? Ver a mi padre siendo manoseado por ellas. Ver a tres hermosas chicas rebajándose a una porquería así. ¿Sexo en grupo? Con un tipo que debe al menos doblarles la edad y que de paso está casado y tiene hijos. ¿Tan poca estima se tienen ellas? ¿Lo hicieron por dinero? ¿Por diversión? No puedo imaginar las razones por las cuales dejarías tu dignidad en la puerta de afuera para acostarte con alguien que, ni siquiera, es lo suficientemente hombre como para entregarte una milésima de sentimiento. ¿Cuán dañadas deben estar psicológicamente para aceptar algo así? Alguien tan hermosa, como lo eran ellas... Créame señor, que a partir de ese día yo jamás podría volver a mirar a una bella chica, sin recordar ese momento. Sin recordar que tras unos rostros perfectos e inmaculados, posiblemente podrías encontrar de la misma medida tanta morbosidad.

Cuando los sonidos empezaron, los gemidos descontrolados, las palabras soeces y solicitantes de "más", mi cuerpo se dejó caer al suelo. Recuerdo estar en cuclillas, recostándome contra un abrigo de piel de mi madre y junto a unos zapatos mocasines de mi padre. Ellos siempre lo compartieron todo; habitación, armario, la mentira que me regalaban todos los días. Parecían un matrimonio tan... real. Pero todo era un completo engaño.

"Más duro" "Más rápido" "Mueve ese dulce culito sobre..."

Lo sé, pude haber salido corriendo en ese momento, pero yo ya no quería ver nada. No quería dañar mi mente, más de lo que ya estaba. Así que, puse mis manos sobre mis oídos para intentar amortiguar el sonido de las suplicas ahogadas que se producían más allá de mi pequeño refugio, pero era como si los cuatro estuvieran gritando justo cerca de mi oído retumbando dentro de mi mente, como si toda su suciedad se hubiera instalado dentro de mi cabeza, completamente estampado en cada una de mis neuronas para siempre.

Necesitaba pensar en otra cosa. Llegó un momento en el que quise tan desesperadamente arrancarme la cabeza, que incluso considere cortarme el cuello con la hebilla de un cinturón de mí padre. Lo imaginé, pasar la hebilla y dejar que la sangre sucia de mí padre saliera de mis venas, y manchara todas sus cosas, como me lo hizo a mí. O tal vez, ahogarme con alguna corbata y ya. No creo que nadie pueda entenderme verdaderamente nunca, lo que se sintió estar allí. El pánico, la desesperación, nunca los había sentido, todo eso era tan nuevo para mí que cuando me las encontré cara a cara, quedé totalmente indefenso e inútil.

Entonces recordé que aún tenía la carta en mi mano, completamente arrugada en una bola de papel. La extendí e intenté leerla aprovechando las pocas líneas de luz que entraban a través de las celosías. La pulcra letra de mi madre dibujaba un texto completamente estilizado, pero hasta ahí llegaba la belleza en el papel, porque el resto era completamente horrible.

Lo leí una y otra vez, y lo susurré a través de mis labios entreabiertos con tanta devoción hasta que las palabras parecieron flotar del papel y confundirse en mi mente. Cada una de esas palabras se grabó en mi memoria como si hubieran sido tatuadas con hierro fundido. No puedo siquiera olvidar un segundo de ese maldito y espantoso día. Aún tengo pesadillas todas las noches, el pavor suele consumirme rápidamente hasta envenenar cada pensamiento de mí mente. Y ese texto, solo hace más que incrementarlas. Puedo recitarlo ahora mismo incluso:

"Estimada amante de mi esposo: Eres una perra. Una sucia perra barata que merece todas las maldiciones existentes de este mundo que los Dioses puedan recitar. Si algún día tu nombre cae a mi poder, ese será el peor día de tu asquerosa vida, porque sufrirás tanto que desearás, me suplicarás, que te mate por misericordia. Pero no importa cuánto me grites mientras te corte los pezones que mi esposo ha besado, ten en cuenta que carezco de piedad para inmundicia como tú. Así que disfruta todo lo que puedas de amado esposo, que por cada placer que has recibido, yo te lo devolveré con agonía.

Att: La esposa."


El malestar en mi pecho no hizo más que aumentar con esa nota. Ella lo sabía. Sabía que mi padre la engañaba. Sabía que él se burla de ella. ¿Y a quién culpa? A la amante. Dentro de su pequeño cerebro de pájaro mi padre era completamente inocente. Solo una víctima de una mujer que se aprovechó de él, con sus coqueteos y encantos. Pobre, pobrecito de mi indefenso padre. No sabía quién de los dos era el peor, si mi adúltero padre, o mi estúpida madre.

JA. Creí que me volvería loco en ese momento, porque una risa completamente cargada de ironía se había instalado dentro de mí y amenazaba con salir en forma de una estruendosa carcajada, lo cual solo revelaría mi posición. Leí y releí, una y otra vez la carta, mientras a mi lado escuchaba los sonidos de placer de las amantes de mi padre llegando al éxtasis. No sé cuánto tiempo pasó. No tengo idea de cuánto tiempo estuve encerrado en ese armario, pero cuando salí, una parte de mí se quedó olvidada ahí dentro, y probablemente murió por falta de oxígeno, porque estoy seguro de que nunca volverá a mí.

Abrí la puerta lentamente intentando no hacer ruido, esforzándome en siquiera respirar con demasiada fuerza, pero de todas formas ahora que lo pienso, no importaba si me descubrían. No importaba nada. Toda mi vida había sido una completa mentira, y ahora yo tendría que mentir también con ellos. Quizá era mejor para todos que me notaran, que se dieran cuenta de que yo sabía la cruda verdad. Ver el rostro de mí padre, la expresión que pondría si me viera. ¿Qué haría o diría? ¿Se mostraría culpable? O, ¿quizás orgulloso o mentiroso?

Pero no. ¿Quiere la verdad? Desde mi punto de vista no es como ocurre en las telenovelas, para nada, uno no sale con coraje y valentía a enfrentarse a la situación, no tiene frases ingeniosas o filosóficas. O la fuerza suficiente para escupirle en la cara viéndose totalmente cool aún destrozado. Cuando al fin puse un pie fuera de ese recóndito escondite, tanto las amantes de mi padre, como él mismo, estaban completamente dormidos, entre las sábanas de la cama King Size, que él debería compartir exclusivamente con su esposa.

Vi que una de ellas tenía marcas de mordidas, la segunda estaba dormida con su celular encima de uno de sus pechos (un iPhone caro) y para la tercera ni siquiera le alcanzaba la manta, sus piernas eran torneadas y sus pechos estaban firmes por la silicona, no había mujeres más hermosas que aquellas. ¿Serían todas las mujeres bellas, monstruos escondidos?

Intenté caminar lo mejor y más rápido que pude de esa habitación, sin embargo, todo mi cuerpo temblaba como una hoja de bambú. Una vez en el pasillo, utilice mis piernas que tanta fama tenían de ser las más veloces entre mis compañeros de equipo. Las probé y fui casi a volandas con mi mente a kilómetros y mi garganta hormigueante de asco hasta mi habitación.

Cuando finalmente estuve en el cuarto de baño de mi habitación, caí arrodillado frente al retrete, y comencé a vomitar todo el almuerzo de la cafetería. Las náuseas eran insoportables, sentía que el estómago entero saldría por mi boca. Incluso cuando ya no fui capaz de expulsar nada más, cuando mi organismo estaba por completo vacío, las arcadas no cesaron por un largo rato. Me sentí tan mareado entonces, que lo único que pude hacer fue dejarme caer hacia atrás, hasta quedar por completo acostado sobre el piso, mirando al techo. No fue hasta después de varios minutos, que me di cuenta de que mi cuerpo se estremecía en sollozos, y las lágrimas inundaban mi rostro y caían hasta inundar mis orejas, al tiempo que mis dientes hacían presión entre ellos mismos, para evitar soltar el grito de frustración que mi garganta quería proferir.

No sabía, ¿qué se supone que debía hacer después?

Había entrado en la casa y ahora salía por la puerta siendo una persona completamente distinta, yo no podía volver a ser lo que era antes. Nunca más, no quedaba más nada del anterior Jason. Ese día, fue la primera vez que me escapé de las clases. No podría haber asistido de todas formas. Ya no me importaba nada, ni el viaje, ni el intercolegial, ni los puntos. Nada. ¿Qué más daba todo eso? Cuando mi vida era una mentira absoluta.

Los días después, todos se dieron cuenta que había algo diferente en mí. Tal vez lo vieron en mi cara, en mi forma de hablar o moverme... El caso es que llegó un punto en donde ya no pude soportar sus incesantes preguntas de: "¿Qué te sucede?" "¿Estás bien, cuéntanos que te ocurre? "Puedes hablar de lo que sea con nosotros".

Ellos solo querían que les contara para luego divulgarlo como un chisme, a nadie le importaba lo que verdaderamente me pasaba, solo querían indagar y luego burlarse entre ellos. Así eran las personas, ahora lo veía, todos eran falsos y egoístas con oscuros deseos, capaces de destruirlo todo para lograr un solo objetivo. Puede que a algunos de ellos realmente le importase, aún entendía que no todos eran unos completos desgraciados. Podría ser que de cada diez, uno era sincero al preguntarme si necesitaba "hablar".

Sea como fuese, yo ya estaba demasiado dañado como para volver a confiar de nuevo, no podía hacerlo. Cada que veía una cara enfrente de mí, pensaba en lo embustero que debía ser aquel disque amigo, cada que veía un rostro bonito y coqueto, solo rememoraba aquel momento y aquellas chicas seductoras y mórbidas capaces de todo. Yo ya no podía creer, la desconfianza era todo lo que tenía después de eso. Lo que una vez me pareció sensual y atractivo, ahora me parecía un engaño y una ilusión destructora. Como una bella flor carnívora, que espera pacientemente llamando con su dulce olor y apariencia agradable, atrapar y matar al pobre bicho.

Me alejé de todos, de todos a los que, alguna vez, llamé mis amigos, y huí de cada mujer con colorete en las mejillas, brillo en los labios y colores delineados traviesamente en los ojos, que se acercaba a mí. Porque aquellos advertían una condena segura para cualquier hombre de baja moral, y estaba temeroso de encontrar mi propia moral y descubrir que era la misma que mi padre poseía. Quería vivir en mi propia mentira.

Me han dicho que soy apuesto, pues eso no ayudaba a espantar a las mujeres como sabrá. Pensaban que por mostrar algo de escote y poner voz aniñada ya me tenían en su cama, bah, idiotas cabezas hueca, eso es lo que son. Con forme más pasaba el tiempo, más me daba cuenta de que las personalidades de esas chicas son tan falsas como el maquillaje que utilizan. Ninguna tiene ni un solo rastro de sinceridad en sí mismas. Solo saben fingir, ser muñecas de plástico, perfectamente creadas para agradar al mundo.

Conocí a Leo Valdez dos semanas después de aquello. Yo me había convertido en una persona muy callada e introvertida, pero eso no detuvo a ese elfo, para acompañarme en cada almuerzo y en cada salida de clases de todos los días. No sabía que le había llamado la atención en mí, nunca respondió mi pregunta. Él simplemente apareció un día junto a mí, contándome estúpidos chistes y auto-nombrándose mi "compinche".

- ¿Por qué repentinamente quieres ser mi amigo? - Demandaba con voz cansina todos los días. - ¿Por qué no me dejas solo como el resto?

Él solo contestaba. - No soy para nada como el resto. - Esa siempre era su respuesta.

Al principio logró ser una gran distracción para mí, la mayoría de sus chistes eran bastante malos, pero había algunos otros pocos rescatables que te hacían reír a carcajadas por lo malos que eran. Fue divertido estar con él, ayudaba bastante a no pensar siempre en lo mismo, cada segundo de cada día. Descubrí que tenía muchas cosas en común con el elfo-loco de mí clase. Supongo que las apariencias y por supuesto, los rumores, siempre engañan. Debería ya saberlo.

Pero luego de nuevo no fue suficiente, supongo que el engaño tenía sus fases al igual que alguien que ha perdido a un ser amado. Me despedí de la tristeza, y le di la bienvenida a la ira. Un monstruo tan gigantesco que consumía todo pensamiento coherente y lo cubría todo en un velo rojo. Así fue como me sentía todos los días. Quería destruirlo todo, como lo hizo mi padre conmigo, quería romper cosas, quería gritar y echarme a correr mientras tiraba piedras alrededor de la casa. Pero supongo que no podía hacer eso, aún era cobarde. Así que hice lo que todo adolescente soñó alguna vez cometer.

Incendiar su instituto, hasta los cimientos. Leo Valdez me ayudó más que contento. No le pregunté sus razones al igual que él tampoco las mías, y nunca me interrogó acerca de mi radical cambio de personalidad. Eso era algo que me agradaba de él. Nunca me forzaba a contarle nada. Si yo necesitaba estar en silencio, él se mantenía jugueteando con artefactos tecnológicos o armando pequeños juguetes móviles. Si yo necesitaba romper cosas, él traía un cartón completo de huevos para estrellarlos contra la casa de quien fuera. Usted entiende lo que quiero decir, él nunca hacía preguntas, simplemente se mantenía a mi lado.

Toda nuestro brillante plan ocurrió en una noche, tardó minutos en quemarse todo, y yo tardé pocas horas para disfrutarlo, antes de que el humo me impidiera respirar y lograra detenerme.

- ¡La mejor travesura de todos los tiempos! - Gritó Leo, su rostro estaba algo anaranjado por las llamas y sus manos brillantes por la gasolina que se derramó en ellas.- ¡Disfrútalo Jason Grace! ¡NO LO PIENSES NI DOS VECES MÁS! ¡DESTRUYE TODO COMO LO HICIERON CONTIGO!

Quise preguntarle cómo sabía que alguien me había dañado, pero luego reflexioné, que tal vez había sido muy obvio para todos. Siempre me dijeron que era como un libro abierto. Así que eso fue lo que hice, asentí y le sonreí a mi nuevo mejor amigo desde ese día.

¡Por cada sonrisa falsa que mi padre le dio a mi madre, queme una maldita silla y una mesa, por cada caricia y beso de judas que le dio a mi madre, destruí un jodido foco! Y por cada "Te amo, mi vida", de parte de mi padre a mi madre... rompí una ventana, gritando con tanta fuerza que mis cuerdas vocales fallaron y sangraron. ¡¡Lo destruí todo, y saqué todo el dolor en mí; la vergüenza, la ira y la traición!!

Recuerdo ver mi reflejo en los vidrios de cada ventana antes de destruirlas, recuerdo que el fuego los convertía en espejos. Me miré en cada espejo, estudié mi rostro parecido al de mí madre, y me fijé en mis ojos azules. Tan azules como los de aquella prostituta que estaba de rodillas frente a la entrepierna de mí padre. Casi idénticos como esos ojos lujuriosos, solo los miré y un centenar de flashbacks de sonidos e imágenes inundaron mi mente.

Grité de rabia, cuando me di cuenta que ni siquiera podría ver mi reflejo con normalidad nuevamente, nunca, ya no más. Mis propios ojos serían un recuerdo de aquel día, una tortura especial para mí. Así que cuando encontré la estatua de mármol del busto de mi padre, (hecha en agradecimiento por los donativos que dio a ese instituto) sostuve con fuerza en mis manos el fierro largo que encontré en un sótano, y empecé a destruirlo, varias veces, imaginando que era a él a quién golpeaba verdaderamente.

Grité o lloré, o tal vez las dos cosas al mismo tiempo. Todo fue borroso a partir de allí. Sollocé como un niño pequeño, y le exigí a la estúpida estatua respuestas de todas sus mentiras y aberraciones. Vociferé con rabia que me contestara, con Leo Valdez observándome en silencio a mis espaldas, con perfecta comprensión reflejada en sus ojos, sin siquiera juzgarme, ni considerarme desquiciado por un solo segundo.

Él no dijo nada en absoluto en todo ese rato, y le agradeceré por ello, siempre. No se burló, no hizo chistes acerca de mi extraña forma de llorar con hipos y jadeos forzosos, ni siquiera cuando empecé a tambalearme patéticamente sobre mis propios pies, mirando el cielo estrellado sobre mí, suplicando a gritos que cayera un rayo y terminara con mi vida... Solo se quedó detrás de mí hasta que ya no pude seguir haciendo añicos la estatua, ya que mis manos estaban completamente resbalosas por el sudor y la sangre para sostener el fierro. Por algún motivo que desconocía, hasta que vi que los vidrios diminutos se habían caído e incrustado en mi mano y en mis brazos.

Con la sangre que emana de mis manos prometí, con los Dioses siendo testigos de mis palabras esta noche. No enamorarme jamás de un rostro hermoso, que los Dioses eviten aquello a toda costa, porque si llegara a pasar, sabré que soy tan superficial como lo es mi, amado padre. Prometí, con toda la fuerza que había dentro de mí, con todo lo que quedaba de mi muy destruido y aplastado espíritu, que nunca, nunca, me dejaría engañar por los encantos que la belleza ofrecía. Yo nunca permitiría que mis ojos me traicionaran. Nunca le entregaría mi corazón a alguien que solo lo haría añicos a base de mentiras y traiciones. Yo no sería una basura materialista y superficial como mi padre... y tampoco prostituiría mi alma, como lo hicieron esas chicas. La falsedad del amor nunca se apoderaría de la poca dignidad que me quedaba.

Luego de eso, lo segundo que me detuvo a seguir destruyendo todo, fue la policía. Vinieron patrullas y nos llevaron hasta la comisaría más cercana para llamar a nuestros desafortunados padres. - Terminó de contar el joven, nombrado como Jason Grace.

Lo observó sentado enfrente suyo, con una extraña y anormal paz en sus músculos y un fuego azul brillante en sus ojos que detonaban un hambre de venganza y destrucción. Le hizo una última pregunta al culpable.

- ¿Qué fue lo que le dijiste a tu padre? - Preguntó cuidadosamente, sus dedos tamborileando sobre su bolígrafo. - Luego de enterarse de lo que has hecho con tu instituto...

Los ojos de Jason brillaron con odio puro, sus labios se mantuvieron en una línea recta y su rostro adoptó en segundos un semblante orgulloso y solemne. Como si estuviera a punto de decir algo que lo llenaba de orgullo. Como si sus siguientes palabras significaran la cúspide perfecta de su vida.

- Solo actuaba como un digno hijo de mi padre. Igual que tú, ¿o es que acaso no estoy a la altura aún de tus aberraciones? - Habló emocionado, con sus pensamientos transportándose a aquel día. Luego sus ojos, completamente brillantes y repletos de dolor, impactaron con los suyos como una descarga eléctrica de mil voltios. - Eso fue lo que le contesté, Señor.

Anexo #1: Jason Grace, confesión archivada.
Máxima seguridad.
Reputación de Zeus Grace en alto riesgo.

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