9. Vecinas III (34)
–Khaos, ¿has frito a mi Subcapitana? –preguntó Roca en la penumbra.
–No mucho, creo que todavía se mueve –contestó él y la pinchó con el dedo.
–Maldito loco –gimió Nameless masajeándose la zona afectada, que venía siendo toda la que quedaba por encima de sus hombros.
–¿Qué has sentido? –se interesó Ludo.
–Mi cabeza arder –gimió incorporándose.
–Me refería a si has visto algo. Lo de las chispas no ocurrirá en la versión definitiva.
–Ah, que bien –celebró sarcástica–. Y no sólo lo decía por las chispas. He sentido las paredes... y las he visto, las de este cuarto y las de otros. Y creo que también he visto... gente. Eso casi me fríe el cerebro.
En el pasillo, sonaron unos gruñidos rabiosos y, acto seguido, se escucharon una serie de disparos, que acallaron las amenazas.
–Mierda, Ludo, has dejado la puerta abierta y un chucho de Kill ha entrado a comerse mis reservas –reprochó Jeff asomando por la puerta del pasillo, escopeta en ristre–. Hola, chicas.
–La ecolocalización funciona –le comunicó el joven científico loco–. Al menos hasta que se fríen los circuitos –suspiró recogiendo la diadema de cables–. Tengo que hacer unos ajustes.
–Claro, claro, colega. Oye, ¿por qué no te tomas un vaso de agua? Debes de estar sediento después de tanto curro.
Ludo se lo tomó sin sospechar nada y, segundos después, ya estaba tambaleándose.
–¿Som...níferos? –preguntó aturdido.
–Sí, tío, que quiero dormir y con tus chisporroteos y escapadas nocturnas, chungo me lo pones –contestó colgándose el rifle a la espalda para tener las manos libres y coger en brazos a su compañero–. Bueno, chicas, que durmáis bien –se despidió saliendo del cuarto.
Roca cerró la puerta antes de que se colara otro perro y Nameless suspiró desplomándose de vuelta en su cama.
–Y eso es lo que pasa cuando planeas cosas con Khaos y le interesas –señaló su Capitana.
–Yo pensaba que lo de las gafas de visión nocturna iba a ser como mi trabajo de fin de curso... –musitó rascándose donde había tenido pegadas las ventosas.
–Jah. Me apuesto lo que quieras a que estarán para pasado mañana y que no se van a parecer nada a unas gafas.
–Ya me he dado cuenta... Parece que planea ponerle antenas a mi cerebro.
–Khaos es inteligente. Las gafas de visión nocturna como tú las conoces tienen un gran problema: que te deslumbren. Con la ecolocalización, no tendrás ese problema.
–Ya, pero... Va a ser una locura.
–Como todos los inventos Khaos. Pero no sé de qué te quejas. Vas a ser la rata que mejor se mueva en la oscuridad.
–Empiezo a sospechar que te hace ilusión... –gruñó y volvió a tumbarse.
–––
La verdadera jornada sí que empezó con las protocolarias zambullidas en el barreño. Para la segunda, Nameless ya estaba lo suficiente despejada como para empezar a hacer comentarios graciosillos.
–Gracias por lavarme las legañas –dijo justo antes de tomar aire para la siguiente inmersión.
–¿Dedicas el tiempo ahí abajo a pensar esas chorradas? –preguntó Roca cuando la sacó, pero no le dio tiempo para responder.
–Nah, procuro no pensar nada –contestó cuando emergió de su cuarta zambullida.
–¿Ah, sí? –se interesó su Capitana la siguiente ocasión en la que le permitió tomar aire.
–Fue lo que... uy –inspiró hondo justo antes de que su nariz tocara la superficie del agua– me recomendó Morilec –terminó al volver fuera.
–Ah, bien –consideró Roca y la empujó por séptima vez–. Cumpliendo consejos de Morilec, ¿eh? –continuó cuando tiró de su nuca y Nameless se olió problemas–. ¿Eso significa que puedo hacerlo más en serio?
–Mierda –suspiró resignada.
Las siguientes tres inmersiones no fueron tan llevaderas. Roca le estrechó la ligadura de las muñecas, le agarró la nuca con más fuerza y empujaba y tiraba de ella con mayor brusquedad. Nameless aguantó como pudo, procurando no tragar agua para no empezar el día con arcadas.
–¿Estás llorando? –le espetó su despiadada Capitana, tras el décimo intento de ahogarla.
–Es... agua –tosió Nameless, con la mejilla contra el suelo–. ¿Me sueltas?
–No. De hecho... –volvió a agarrarla– voy a probar hasta dónde aguantas. Es domingo, no pasa nada si te ahogo un rato.
–¡Déjame, chalada sádica! –respondió debatiéndose y logró pegarle una patada a Roca, pero a cambio recibió un cabezazo en plena frente, que la derribó como a un títere sin cuerdas.
–¿Y ahora qué? –retó Eisentblut, con evidentes ganas de pelea.
Nameless enfocó la mirada con dificultad sobre el arma que la encañonaba.
–Quedamos en que... no hasta dentro de cinco semanas –le recordó, por si acaso.
–¿Te crees que soy una heroína, atada por mis propias normas? –planteó con puro desprecio.
–Si no cumples tus promesas, ¿qué nos queda? –cuestionó Nameless a la desesperada, teatral, por si hacerla reír rebajaba su condena.
–De acuerdo –aceptó Roca–. Nada de disparos –añadió enfundando el arma–. No importa, se me ocurren muchas cosas... –agarrándola de los brazos, la empujó y estampó contra la pared– que hacerte con las manos desnudas. O con un cuchillo –remató poniéndole el filo de uno en el cuello.
Nameless no supo qué responder, aunque, de todas formas, temía abrir la boca y pincharse ella sola.
–Sé lo que estás pensando –aseguró Roca desde muy cerca–. Piensas que no puedo rajarte el cuello, porque Satán no me deja, pero no quieres decir nada porque sabes que entonces te responderé que siempre puedo cortarte algo menos indispensable, como un dedo –terminó con una mueca sádica.
Nameless parpadeó. No, no había llegado a pensar en aquello, se había quedado atascada en la fase de terror paralizante.
–¿Qué, no sueltas ninguna de tus gracietas? ¿Los cuchillos también te dan miedo? –cuestionó Roca, como si la sorprendiera que su fobia no se limitara a un solo tipo de arma.
–De... una en una... por favor –logró pedir Nameless.
–¿Los cortes? Sí, te los haré de uno en uno –prometió maligna su Capitana.
–Las... torturas –contestó, sorprendiendo a Roca–. Estoy mejorando con lo del agua, ¿no? De una en una, por favor –terminó de decir del tirón, cuando se hubo asegurado de que, por mover un poco la boca, no se abriría en canal a sí misma.
–¿Me estás rogando que te... torture a plazos? –quiso asegurarse su Capitana, atónita.
–Vas a hacerlo de todas formas, ¿no? Vamos, hace una semana todavía estaba en mi cama siendo civil.
Aquello provocó que Roca le apretara el cuchillo contra la garganta.
–¿Se supone que eso tiene que ablandarme? –siseó furiosa.
–No –gimió Nameless, sobre todo porque estaba segura de que ahora sí que la estaba cortando–. ¿Crees que una civil aguantaría lo del barreño? Estoy avanzando. Dame tiempo.
Roca apretó los labios, resopló por la nariz con fastidio y se apartó al fin.
–Qué asco me das cuando ruegas con argumentos –gruñó, obligándola a ponerse de cara a la pared.
–¿No te daría más asco que rogara sin más, lloriqueando y tal? –planteó Nameless; quería pensar que, en la escala de rata despreciable, no estaba en el peldaño más bajo.
–Sí, pero me resarciría rajándote –le susurró al oído, lo que la hizo estremecer.
–Entonces sí que tendrías una Subcapitana penosa –respondió, más relajada al verse por fin libre de ataduras y amenazas.
Roca le lanzó una mirada de advertencia, aunque a saber si era porque ya la considerara penosa o simplemente porque estaba parloteando demasiado, y le ordenó vestirse. Al mirarse en el espejo, Nameless descubrió que sí que tenía una línea carmesí en el cuello, pero no había sangrado casi nada, de modo que prefirió no quejarse y ponerse la ropa de deporte.
Después de las incontables vueltas de rigor en torno al edificio principal del Instituto, comprobaron que en domingo tampoco madrugaban los villanos, como era de esperar. En el campo de tiro tampoco había nadie, Darkheart debía de haber trasnochado en otra parte.
Nameless cogió el rifle de francotiradora antes de que Roca pudiera endosarle algún pistolón y se subió al altillo. Mientras se colocaba, se fijó en que su Capitana la miraba fijamente.
–¿Qué pasa? –preguntó, por si estaba haciendo algo de lo que pudiera arrepentirse después.
–Qué rápida. ¿Ya no pones pegas? –inquirió su Capitana y podría haber colado por sorpresa normal, si no hubiera sido por la minúscula sonrisa socarrona.
–¿Para qué? –contestó encogiéndose de hombros–. Al menos a éste ya le tengo pillado el callo y no me desgracia la nariz como esos monstruos que usas tú.
Roca frunció el ceño y borró la sonrisa. Nameless se temió que su Capitana le tuviera tal cariño a los pistolones excesivos que acabara de ofenderla.
–Si Morilec te enseñara a usar una de éstas –señaló la colección de pistolones excesivos–, ¿dejarías de quejarte como una civil?
"¿Quejarme como una civil?", repitió para sus adentros. Como civil, lo que quería hacer era gritar y huir de aquellos monstruos desmesurados.
–No son mi estilo, pero al menos ella explica con calma. No me pone una pistola en las manos, me obliga a disparar sin explicarme nada y amenaza con matarme porque casi me achato la nariz con el retroceso –respondió del tirón, para ver si Roca pillaba la indirecta de que, explicándole las cosas, todo iba mucho mejor que amenazándola de muerte de continuo.
–De acuerdo –respondió su Capitana con sequedad y le lanzó una caja de munición más–. Voy a buscarla.
La estupefacción porque Eisentblut accediera a buscar ayuda en otra persona la aturdió lo suficiente como para que ya fuera demasiado tarde para decirle que no quería quedarse sola allí. Aunque, bien pensado, seguramente aquello provocaría que Roca la usara de diana por cobarde.
De modo que inspiró hondo, cargó el rifle y, siguiendo el pausado ritual que le había enseñado Sica Morilec, comenzó a disparar y agujerear el maniquí. Y lo cierto era que, sin la presión de qué pensarían los demás de los resultados, no se le daba demasiado mal.
Al menos hasta que otro alumno entró en la galería de tiro.
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Lo siento, pero me gusta demasiado que Roca sea tan psicópata sádica, pero de una forma tan... "festiva", ¿cotidiana?
En la siguiente parte conoceréis a un nuevo personaje~
(Plot twist: en realidad no me siento mal porque Roca sea tan psicópata sádica, sólo lo disfruto >:3)
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EDIT: Cuando pedirle favores a Sica era una opción e__e;;
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