17. ¿Relax? (4ª parte)



Después de la comida, a Nameless le entró modorra. Se había pasado toda la mañana haciendo ejercicios muy duros... y había dormido fatal... y lo tensa que ahora se ponía cuando tenía a Sica cerca realmente le drenaba mucha energía... Se recostó contra la pared y se estiró en la cama de Jeff, que no le puso pegas. Cerró los ojos un momento. Tal vez tendría que empezar a a echar siestas durante el día, cuando fuera un poco más seguro bajar la guardia... y así por la noche podría...

–Eh, ¿te vas a quedar dormida? –tuvo que preguntarle Roca.

–Umm –fue todo lo que pudo responder Nameless.

–Deja que descanse, tiene que hacer la digestión –intervino Jeff.

–¿No vais a ir al taller hoy? –preguntó Eisentblut, buscándole la siguiente actividad a su Subcapitana.

–Luego quiero ir al pueblo a comprar unas revistas –contestó Ludo–, y si me pongo a cacharrear, se me va la hora seguro.

–Si no estás cacharreando, ¿qué estás haciendo ahora? –inquirió Jeff.

–Me refiero a ponerme en serio.

Nameless estaba cada vez más adormilada... pero entonces sintió una vibración en las tripas y supo que, muy a su pesar, tendría que levantarse e ir al baño. Se incorporó con pesadez. También parecía que se había quedado fría.

–Oye, Nam, ¿te apetece cacharrear con bombas? –sugirió Ludo.

–No, gracias –murmuró arrastrando los pies hacia la puerta.

–¿Estás bien? –se preocupó Jeff.

–Sí, voy al baño... y me lavaré la cara con agua fría para despejarme –prometió.

Pero, nada más entrar en el cubículo, tuvo que sentarse sobre la taza del váter al sentir un sofoco que la mareó, al mismo tiempo seguía teniendo frío.

–––

Panocha no respondió al momento, estuvo callado como una olla a presión, en mitad de una estancia llena de tíos sudorosos que lo tenían como referente. Aquello no podía acabar bien. Furia también era una olla a presión. Mantis le recordaba casi a diario: "Si gritas, te llamarán histérica y te harán menos caso. Si ellos gritan, es pasión, o cabreo justificado; si nosotras gritamos, somos unas histéricas. Habla con toda la calma que puedas, inventarán otros insultos, pero al menos será después de escucharte y ofenderse". Hacía poco más de diez días que conocía a Mantis y ella ya se tomaba la libertad de recomendarle cómo gestionar su rabia. Pero al menos había comprobado que era cierto, y resultaba divertido ver sus caras durante los segundos en los que se veían contra las cuerdas. Aunque luego el contraataque fuera peor. Y allí venía, lo veía en las venas hinchadas de Panocha...

–Tiene razón –intervino Hart, con su habitual lentitud, pero en el instante preciso–. El otro día me cargué un saco. Son muy flojos.

–Ah, Hart –dijo el profesor como si acabara de reparar en él–. Sí, tienes una fuerza considerable. Tienes que trabajar el control.

–¿Y yo también? –preguntó Furia con tono retador. Lo retaba a decirle a ella cualquier otra cosa, a ser tan evidente.

–Tú...

Si había mirado a Hart con cierta amable indiferencia, para ella reservaba el mismo asco con el que miraría una babosa que acababa de dejar un rastro por sus zapatillas preferidas. Ella era una anomalía en su sistema cuadriculado y dual. O eso decía Mantis.

–Ah, estás aquí, Furia –saludó la propia Mantis.

Panocha puso peor cara. Para él, la larguirucha luchadora de artes marciales era peor que una babosa. Mantis jamás gritaba, era imposible sacarla de sus casillas y tenía la lengua más rápida y afilada que sus propias manos. Panocha había aprendido en unos pocos días, pero después de varias escaramuzas verbales en público, que más le valía no meterse en discusiones contra Mantis. A no ser que tuviera un castigo a mano para callarla.

–¿Vais a pelear o ya habéis peleado? –preguntó la recién llegada apoyándose en uno de los postes del ring–. Quiero proponeros algo.

–¿No ves que estoy hablándoles? –le espetó el profesor.

–Oh, disculpe, profesor Panocha –contestó ella y, si él convertía "Diana" en el nombre de una niña a la que regañar; Mantis lograba que "Panocha" sonara a burla–. Como no hablaba, he supuesto que había terminado –explicó sin perder la sonrisa. Mantis era de sonreír bastante, pero delante de los tíos, aún más. Y no de la forma tonta y complaciente que ellos preferían, sino condescendiente, como si guardara toda una baraja de ases y ellos llevaran la bragueta bajada después de mear–. Prosiga.

Panocha casi rechinó los dientes. No le gustaba que le dieran permiso, menos un alumno, mucho menos una alumna, todavía peor siendo Mantis.

–Diana, ¿te crees que puedes liar la que has liado y macharte como si nada a jugar? –abroncó muy serio, luchando por recuperar el control.

"¿Liar la que he liado? ¿Un montoncito de arena?"

–Anteayer Martillo se emocionó pesas y rompió aquella cristalera –señaló Mantis.

–¿A qué viene eso ahora? –inquirió Panocha con frialdad.

–A que cogió y se fue con sus amigotes, riéndose, y usted le dijo "No para nada, ahora lo limpian".

–¿Espías a tus compañeros? –acusó el profesor.

–Estaba haciendo pesas y casi me dieron los cristales.

Furia sabía que Mantis mentía, porque las dos habían estado en el otro extremo, haciendo dominadas con calma después de la nochecita que habían tenido por Veda. Pero Mantis retocaba la Verdad para hacerla más potente y audible.

–¿Por qué a Martillo no le echó la bronca y a Furia sí? –continuó su amiga.

–Él está en último curso y tiene cosas más importantes que pensar...

–Así que si eres novato, tienes que tener cuidado con lo que rompes, pero si estás en tercero, ya no –resumió Mantis–. Extraña curva de enseñanza.

–Los jóvenes tenéis que disciplinaros.

–¿Qué más da la disciplina si en tercero hay cosas más importantes?

–Nadie te ha pedido tu opinión, Mantis –indicó con un tono que cortaría la digestión a casi toda la Academia.

No a Mantis.

–No la necesito para darla. Y es una observación basada en hechos.

–Cállate de una vez. Pesada –gruñó él por lo bajo–. Diana, no puedes romper dos sacos y pretender...

–A Hart tampoco le dijisteis nada.

–¡Que te calles! –rugió Panocha–. ¡¿Tanto te gusta oír tu voz, niñata engreída?!

–Es verdad –confirmó Hart–. A mí nadie me echó la bronca cuando rompí el saco. Hasta me dieron una palmadita por fuertote.

Panocha, que todavía no había recuperado la compostura después de lanzar insultos a la sonrisa condescendiente y segura de Mantis, se quedó tan blanco como, al subir un escalera, encontrar un escalón de menos. No estaba acostumbrado a que los tíos le llevaran la contraria, siempre estaban más a gusto de su parte, aunque tuvieran que mentir.

–¿Ya está? –aprovechó para preguntar Furia–. ¿Podemos ponernos a pelear?

–¡No! –se negó el profesor.

–¿Por qué no? –inquirió ella hastiada.

–Porque... puede que no estuviera cuando lo de Hart, pero, de haberlo estado, sin duda le hubiera dicho...

–Sí que estaba –contradijo Mantis.

–¿Me vas a decir tú si estaba o no? –se envaró Panocha.

–Estaba –insistió ella–. Pero Hart no le interesa mucho, así que...

–Eres una...

–...no le prestó mucha atención y...

–...mentirosa.

–...siguió con los de tercero.

–Sucia mentirosa.

–¿Quiere que miremos en las grabaciones de seguridad?

–¡No digas estupideces! –exclamó al sentirse acorralado. Pero entonces recordó–. De acuerdo –aceptó desdeñoso–. Cuando me dejes terminar, vamos a mirarlo.

Mantis no respondió, pero no le apartó la mirada ni borró la sonrisilla. Tras pensarlo un segundo, asintió encantada, lo que incomodó a Panocha.

–De acuerdo, prosiga.

Lo que fuera que hiciera sentirse ganador a Panocha, se le amargó cuando volvió a escuchar a la alumna dándole permiso.

–A ver, Diana... –retomó el profesor.

"Joder, y ahora se pone paternal".

–Las chicas...

–¿Las chicas? –repitió Mantis con tonillo triunfal en el fondo. Le gustaba desquiciar a la gente hasta que se dejaban de hipocresías y terminaban diciendo lo que de verdad pensaban.

–Sí, las chicas sois más responsables –continuó Panocha para Furia, y pretendía disfrazarlo de halago.

–Si por "responsables" se refiere a que pasamos la escoba mientras los tíos lo dejan todo tirado, ya ve que no –Furia señaló su pequeña playa, que una señora de la limpieza ya estaba aspirando.

–¿Y te sientes orgullosa de ello? –se escandalizó el profesor.

–¿Me tendría que sentir mal? No veo a los tíos sintiéndose mal.

–Diana, Diana –dijo panocha aumentando la paterno-condescendencia al hincar una rodilla para bajar a su altura–. Mantis te está metiendo ideas raras en la cabeza. ¿Ves a alguna otra chica dejando las cosas por ahí tiradas?

–Veo tíos rompiendo cosas y no limpiando nada, y a tías no rompiendo nada y limpiándolo todo.

–¿Ves? Eso es porque sois más responsables. Eso crea el equilibrio. Os nece... –Panocha no terminó la frase cuando lo abrasó la ira asesina de Furia.

¿Qué mierda de argumento era ése? ¿Por qué lo decía como si fuera un halago cuando era un INSULTO? Cómo lo odiaba, qué ganas de reventarle la cara a hostias, qué ganas, qué ganas...

Panocha se puso en pie, no soportaba estar a su altura y se refugió en sus casi dos metros. Furia no alzó la mirada, se quedó taladrando su pecho con los ojos, deseando atravesarlo de un puñetazo, podía hacerlo, si lo golpeaba como a los sacos.

–Sí. Bueno. No olvides lo que te he dicho –añadió Panocha, intentando ocultar el temblor de su voz–. Hart, ven conmigo.

–¿Por qué? –se quejó el chaval.

–Porque... porque sí, porque tengo que hablarte de una cosa.

–Dígamelo aquí –rezongó Hart.

–¿Para que Mantis esté interrumpiendo todo el rato? ¡Vente! –ordenó.

Arrastrando los pies, Hart se bajó del ring. Y Mantis entró y fue a ponerse junto a Furia, que se había quedado en mitad, irradiando ira homicida.

–¿Qué querías proponer? –preguntó Furia con un tono tan contenido que le salió un murmullo grave, casi gutural.

–Quemar este antro hasta los cimientos –contestó Mantis con seriedad.

Furia la miró de reojo. No reaccionó, la ira le ocupaba demasiado espacio, pero se preguntó si lo diría realmente en serio.

–Es broma, es broma –aseguró Mantis recuperando la sonrisa, ahora torcida, pero de ojos amistosos–. A no ser que quieras –añadió tentadora.

Furia sacudió la cabeza para quitarse la idea. ¿En qué estaba pensando? Allí había gente inocente, y no podían destruir la Academia. Aquello estaría mal. Sólo pensar en ello ya...

Mantis le puso una mano en el hombro.

–No, lo que de verdad quería proponeros, a ti y a Hart, si Panocha nos lo devuelve, es ir a pasar la tarde al pueblo.

–¿Pueblo...? –repitió Furia. El cabreo iba remitiendo al perder de vista al que lo generaba, pero la resaca la dejaba atontada.

–Sí, ese lugar con casitas, comercios...

–Ya sé lo que es –cortó irritada. Lo que le faltaba ya, que ahora Mantis la pinchara a ella.

–Ey, lo has hecho muy bien –contestó su parlanchina amiga dándole una palmadita y afianzando la mano–. Nada de gritos, buenos argumentos a los que sólo podía responder chorradas como pianos, y ha salido con el rabo entre las piernas.

–¿Y de qué ha servido?

–Bueno, no te ha llegado a echar la bronca y está claro que te tiene miedo. Poco a poco, Furia, poco a poco desgastaremos la montaña.

¿Montaña? ¿Se refería a la mole que era Panocha? No creía que se pudiera desgastar. Sólo des... tru...

–Venga, vamos –dijo Mantis interrumpiendo sus violentos pensamientos.

–¿Eh? ¿Al pueblo ya?

–No, ahora a buscar a más gente con la que ir –contestó tirando de ella–. Vamos, Veda.

Veda se había quedado plantada junto al ring, a nivel del suelo, con toda la pinta de sentirse fuera de lugar. A Furia no le extrañaba, ella misma podía usar todos los aparatos del gimnasio con una sola mano y, aun así, se empeñaban en hacerle sentir que no era su terreno.

Mantis fue directa a la zona de aparatos para desarrollar los brazos y la espalda. Furia se peguntaba a quién demonios buscaba su amiga allí, hasta que vio a Daniel con la cara desencajada mientras intentaba cerrar los brazos y alzar los pesos. Alguien le había puesto más de lo que él podía manejar, o tal vez se lo hubiera encontrado así y no hubiera sabido cambiarlo o no se hubiera atrevido.

–Ey, Dani –saludó Mantis.

El aludido abrió los brazos y los pesos volvieron abajo con un golpe. Daniel se sobresaltó y miró alrededor con cara culpable, como si hubiera creado un estruendo en una biblioteca y no un ruidito en un lugar con constante jaleo.

–¿Cuántas vas? –se interesó Furia.

–Tres... –contestó él con la mirada gacha y avergonzada–. Y creo que ni siquiera las hago bien...

–Voy a aligerártelo –dijo ella y se acerco a cambiar la clavija de sitio con maña y seguridad.

–No, eh...

–Inténtalo así –indicó Furia–. Hasta dónde puedas, no hay por qué hacer el movimiento completo.

–Vale...

Daniel era un chaval de altura media, incluso algo alto para la media masculina. Tenía los hombros anchos, pero no era nada musculoso, por lo que parecía que se había dejado puesta la percha. Para el gusto de Furia, era bastante guapo, pero él parecía incómodo en su piel, sobre todo en un entorno como el del gimnasio.

–¿Has decidido echar músculo? –preguntó Mantis.

–¡Eh, ¿qué hacéis vosotras?! –les increpó uno de tercero–. Yo le he puesto...

–Un pulso –dijo Furia para interrumpirle–. Quien gane, lo entrena –propuso muy segura y mantuvo un duelo de miradas.

–Yo... asívoy... mejor –intervino Daniel, que iba camino de cumplir las diez repeticiones, muy costosamente, pero podría.

–Pues así no te vas poner en forma nunca –le contestó ofendido el de tercero–. Bah, haz lo que quieras –desdeñó alejándose, huyendo del pulso con Furia. Pero antes de estar bien lejos se le pudo escuchar algo sobre una "jodida lesbiana".

–Una cosa es ponerse en forma y, otra, ponerse como una figura hecha de globos –comentó Mantis, lo suficientemente alto como para que el veterano lo escuchara–. Y más en dos días. Desde aquí veo diez botes de proteínas, y a saber qué es lo que no veo.

–Me han... dicho que... –jadeó Daniel– con mi... constitución... no podría... –al llegar a diez repeticiones, soltó las manos de los agarraderos sin pensárselo dos veces– aprobar los exámenes trimestrales.

–¿Tú no? Pues entonces voy apañada –lamentó Veda, que quería esconderse en el cuello de su camiseta.

–Creo que, de todas formas, con él van a ser más duros –opinó Mantis–. Por chico, ya sabéis, tiene que ser fuerte, más fuerte que nosotras –añadió con el tono apático que indicaba lo mucho que la aburría aquel tipo de pensamiento.

Daniel resopló abatido. Él sería más feliz trasteando con cacharros electrónicos, pero los profesores consideraban aquello secundario para un héroe.

Hart no tardó en volver, con cara de tedio absoluto.

–¿Qué te ha dicho Panocha? –quiso saber Furia.

–Nada, su blablablá sin sentido de siempre, o puede que más sin sentido. Creo que sólo quería jodernos el combate –gruñó él.

–A ver, gente –proclamó Mantis antes de que Furia se pusiera rabiar contra Panocha–, ¿qué os parece si vamos al pueblo los cinco? Comemos y vamos.

–Yo debería seguir entrenando... –murmuró Daniel.

–Nada, te haremos subir muchas escaleras –prometió ella tirando de su brazo–. Y con la ayuda de Furia ya verás cómo es más fácil y ameno a partir de ahora. Veda, tú quieres mirar esas revistas tuyas, ¿no? Venga, venga.

Furia enarcó las cejas al ver cómo se llevaba al grupito. A Mantis se le daba bien manejar a la gente. Furia se encogió de hombros y también la siguió.

–––

Cuando la puerta del baño femenino del primer piso se abrió, Nameless empujó negligentemente la de su cubículo con un pie, no quería que ninguna villana la viera en aquel estado. Tenía la cara apoyada contra la pared de azulejos de la derecha, chorreaba sudor y se sentía mareada y drenada de energía.

–¿Nameless? –preguntó Sica. Ah, si era ella, poco importaba que intentara cerrar puertas–. Suenas a que te encuentras mal –añadió asomándose, aunque Nameless juraría no haber hecho ningún ruido. Morilec se quedó mirándola fijamente y ella no tuvo fuerzas para intentar descifrar su expresión–. ¿Te han...? –se acercó a tomarle la temperatura–. ¿Te han envenenado?

–Lo que me... faltaba ya... –jadeó Nameless poniendo los ojos en blanco.

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Si es que Nam no gana para disgustos >_<

Y, bueno, ya conocéis a Daniel, así que ya conocéis al grupito heroico al que vamos a ver sufrir asiduamente.

Si también queréis matar a Panocha y, por consecuencia, al Patriarcado, podréis demostrar vuestro odio invitándome a cafés en Ko-fi [https://ko-fi.com/cirkadia]
(-Un momento, eso no sería más bien demostrarte su amor?
 -Bueno, me demuestran su amor al mismo tiempo que su odio por Panocha.
 -Pero tú lo has creado.
 -Para destruirlo algún día.)

Y os recuerdo que mis cosas están en Libreteka [http://libreteka.es/es/]

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