Capítulo 1.

Hoy era de esos días en donde Giyuu solo deseaba desaparecer y no tenía que ser por un motivo de tristeza, más bien, solo quería esfumarse. Porque para él, eso significaba paz. Eso es todo lo que quería.

Aprovechó las horas de receso para darse el lujo de perderse de todos los demás, ya las clases en general iban a acabar dando a continuación las vacaciones de verano. Así que, ¿por qué no?

Fue a la azotea, un lugar que por equis razones estaba prohibida la entrada. Eso no importó mucho al joven, después de todo, ese era su lugar. Ahí podía sentirse tranquilo, una forma muy suya de desaparecer. Era jodidamente placentero para él simplemente tumbarse y observar el cielo hasta que sienta hambre o caiga en cuenta de que las clases ya dieron fin.

Su tranquilidad seguiría de no ser porque escuchó algunos sonidos provenientes de la ventana que daba a la azotea y, por ese motivo, ya supo de quién podría tratarse.

—¡Oye, Giyuu! —exclamó una cierta voz que conocía bien— ¿¡Por qué estás aquí!? Las clases aún no han acabado.

El de cabellera oscura no dijo nada al momento y desde su lugar solamente decidió reincorporarse lo suficiente como para que su espalda se apoyara contra una pared cercana. Bajó su mirada hacia el suelo antes de responder a su compañero.

—Solo quería estar solo —contestó sereno—. No tenía ganas de ir a clases, lo siento.

El joven ya se esperaba una respuesta como esa por lo que se limitó a suspirar con resignación a la par que se recostaba a un lado de él.

Eso llamó un poco la atención de Giyuu.

—¿No tienes clases también, Sabito? —preguntó mirándolo de reojo.

—Sí, pero de que sirve sí no estás ahí —contestó cansado—. Lo dejaré pasar por esta vez.

Inevitablemente una ligera sonrisa fue formada en sus labios y a la vez, fue correspondido con otra sonrisa cómplice de su amigo.

Sin duda alguna a Giyuu le gustaba la soledad y la paz, pero Sabito... Él era la excepción. Desde que se conocieron, se podía observar como en gran medida ambos eran distintos, mas al darse la ocasión, pudieron darse cuenta de que había una buena compatibilidad. Y así, Tomioka aceptó la compañía de Sabito.

Porque Sabito, de alguna forma, le daba paz.

Ambos, pasaron un largo rato conversando. De temas superficiales a otras más profundas y luego, saltando a cómodos silencios que se permitían disfrutar. Y esa era una de las cosas que más amaba Tomioka, el silencio. Con Sabito podía pasarse horas sin decir ni una sola palabra y no sentirse incómodo por intentar corresponder a la conversación.

Giyuu sin duda alguna sabía que Sabito lo entendía siempre, eso es algo que le demostró desde el momento en que decidió abrirse a él y aceptar su cercanía. No le reclamaba ese tipo de cosas. Buscaba ayudarlo a mejorar y para él, era su ejemplo a seguir.

Su amigo era el más fuerte de todos, su compañía le hacía sentir a gusto. La persona más importante en su vida.

Giyuu sonrió al recordar inesperadamente el día en que se conocieron y entre otras circunstancias que ambos pasaron juntos, mas su pensar fue interrumpido cuando vio que Sabito sacaba de su bolsillo trasero un celular y tecleaba con suma rapidez lo que podría ser un mensaje de texto.

No quiso ser metiche, eso no iba con él pero la curiosidad le pudo más haciendo que, sin pensarlo mucho, quisiera ver de reojo con quién se encontraba hablando. Después de todo, no era común que él hiciera ese tipo de cosas.

Desde siempre supo que Sabito no era un amante de la tecnología, por lo que cosas como el celular las utilizaba si era totalmente necesario. En parte, creyó que podría haber algún problema pero incluso si de eso se tratase, nunca estaría comunicándose por mensaje.

De repente, el chico de cabellera melocotón se levantó del suelo y guardó con algo de prisa su móvil. Tomioka se mantuvo silencioso, sin embargo, la duda creció aún más en él.

—¿Sucedió algo? —interrogó rompiendo su silencio, aún sentado en el piso.

Un tanto distraído el contrario lo miró desde arriba y sonrió con cierto nerviosismo, poco común en él.

—Ya es la salida, tonto —respondió en un tono de obviedad, escapando de sus labios una leve risa—. El tiempo pasa volando.

—Ah, ¿sí? —murmuró algo sorprendido— Bueno... Podemos esperar un poco más para irnos. No tengo ganas de llegar a casa.

Sabito carraspeó levemente.

—Yo... Tengo que hacer algo —dijo esquivando la mirada confundida del contrario—. No podré acompañarte.

—¿De verdad no ha ocurrido algo? —volvió a interrogar un tanto preocupado— Si es así, puedo ir contigo...

Giyuu se sintió decidido al decir esas palabras. Si realmente había un problema que dejaba intranquilo a su compañero, no dudaría en quedarse a su lado en todo momento. Su amigo había estado para él siempre que lo había necesitado y aunque tal vez no podría ser de ayuda, deseaba estar presente para serle de algún soporte. Pero toda aquella película mental fue desmoronada cuando Sabito negó una vez más.

—No seas paranoico, ya te dije que no es nada —contestó caminando hacia el mismo lugar por donde había entrado—. Todo está bien, no te preocupes.

Dicho eso, el de ojos lavanda no esperó a que respondiera y solo se marchó. Dejando solo.

Una sensación inesperada se instaló en su pecho por la partida de su compañero, es decir, ambos siempre iban juntos en las salidas e incluso llegaban así al instituto. Pero su mente lo regañó para sus adentros. No podía pretender tenerlo todo el tiempo pegado a él, no tenía ese derecho. Más que suficiente era con todo lo que ya le daba, era inaceptable desear algo más.

Gruñó un poco cuando decidió levantarse, una vez más sentía lo mismo. ¿Qué era eso que lo dejaba intranquilo ahora? Todo comenzó cuando Sabito repentinamente decidió irse sin su compañía. Pero lo que más lo extrañaba era que no se trataba de la primera vez que le sucedía algo así.

Siempre que Sabito iba en otras direcciones, se juntaba con los demás alumnos... Comenzaba a sentirse incómodo.

No sabía por qué. La respuesta más acercada que pudo formular fue que se trataba del hecho de ser su único amigo. Era obvio para él el miedo a perderlo.

Mientras se alejaba de su instituto junto a su mochila que colgando en uno de sus hombros, observó con detenimiento a los otros alumnos del lugar. Muchos de ellos en grupos, riendo, conversando. Sin duda la socialización no era un fuerte para él.

Pero al menos nadie lo odiaba. O eso pensaba.

Como había dicho antes, no quería llegar aún en casa. Decidió seguir el camino más largo, aunque ahora que lo pensaba, siempre tomaba ese.

Para su suerte ese camino estaba totalmente desolado, así que disfrutó de su silencio y la tranquilidad de su lento recorrido hasta su hogar. Entre sus vagos pensamientos, volvió a él la imagen de Sabito. Aún le preocupaba. Estaba convencido de que la actitud que mostró antes de irse fue un tanto extraña. O tal vez solo estaba siendo paranoico, como había dicho su amigo.

Inconscientemente ya su mano iba camino a su bolsillo trasero y sacó su móvil para echarle un vistazo. Una leve esperanza de encontrar alguna notificación de parte suya se hizo palpable, muy a pesar de que su aparato celular no hizo sonido alguno en todo ese tiempo para avisarle. Aún así, tenía esa expectativa.

Pero nada.

Suspiró. Mientras caminaba, revisó su chat con Sabito y releyó los últimos mensajes que se habían enviado. Pasando por su mente la posibilidad de mandarle un mensaje o tal vez llamarlo. No había nada de malo en eso, ¿no?

Sin darse cuenta ya estaba entrando al patio de su casa y aún con el celular en mano, con la otra libre, se dedicó a intentar abrir la cerradura de su puerta. Muy a su pesar.

—Lo estoy pensando demasiado —bufó frustrado al entrar a su casa—. Solo hazlo y ya.

Sus ojos pasaron rápidamente por cada esquina de su hogar y se achicaron con una leve sensación de desagrado. Observó lo tétrico de éste, sumado el hecho de que no había limpiado en una semana.

Eso era algo usual, pues a veces no tenía ganas de hacer absolutamente nada. Y sin prestarle mucha atención a su alrededor, su hogar rápidamente se volvía un basurero.

A Sabito sin duda le daría repelús.

Aquello le sacó una sonrisa. Pensar en él lo aliviaba e incluso sin su presencia podía causar que pudiera alegrarse.

Y antes de que se diera cuenta ya se encontraba marcando su número, esperando en línea entre tonos a que contestara. Después de un corto periodo, por fin respondió.

—Sabito, siento ser tan repentino pero...

—¿Quién eres?  —preguntó la voz a través del teléfono.

Tomioka sintió sus latidos golpear su caja torácica con nerviosismo y aquella inquietud una vez más se hizo presente en su cuerpo como balde de agua fría que lo tensó por completo.

Ya que después de todo, esa voz, no era de Sabito.

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