Víctimas o victimarios
Ni el crepitar de las llamas lograba tapar los gritos de odio de la multitud. El cuerpo de Erica era abrazado por el fuego en una hoguera improvisada, pero aun así todavía podía escuchar a los pobladores gritar en un estado de exaltación absoluto.
Estaba inmóvil, atada a un mástil y rodeada de personas embriagadas de furia, y sin embargo ella solo podía pensar en la falsa sensación de control que se había adueñando de la gente que la rodeaba.
Justamente esa sensación de poder desmedido sobre otro, de desprecio absoluto por la vida ajena, era lo que los condenaba a una muerte dolorosa.
Cuando las llamas comenzaron a extinguirse, Erica supo que ya era tiempo de dejar de jugar con sus presas y con sus falsas ilusiones de triunfo.
El fuego no podía matarla, no a ella. La ingenuidad de los humanos le resultaba por momentos graciosa y por momentos irritante. Seres tan básicos y crueles no merecían el regalo del perdón.
Sus ojos se volvieron más oscuros y sus colmillos pedían sangre y venganza.
Ni los gritos de miedos, ni los pedidos de clemencia, ni el llanto desesperado del que se ve acorralado, lograron apaciguar su ira desatada.
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