En lo profundo del desván polvoriento de la antigua casa de los Johnson, entre cajas olvidadas y recuerdos amontonados, se encontraba una muñeca. Una muñeca de porcelana, con ojos de cristal que parecían seguirte a dondequiera que fueras. Pero eso no era lo más inquietante. Los Johnson siempre habían sentido que algo no estaba bien con esa muñeca. La encontraron en un mercadillo de antigüedades años atrás, y desde entonces, extraños sucesos comenzaron a ocurrir en la casa. Luces parpadeantes, susurros en la noche y objetos que se movían misteriosamente. Una noche, cuando la tormenta rugía afuera y los truenos hacían temblar los cimientos de la casa, la muñeca desapareció de su lugar habitual en el desván. Los Johnson la buscaron por toda la casa, con el corazón latiendo con fuerza en sus pechos. Finalmente, la encontraron en la habitación de la pequeña Susie, su hija. La muñeca estaba sentada en una silla mecedora, con la cabeza inclinada hacia un lado, como si estuviera observando a la niña dormir. Los Johnson sintieron un frío escalofrío recorrer sus espaldas mientras contemplaban la escena. Habían descubierto el oscuro secreto de la muñeca poseída. Y ahora, la veían sonreír.