En un pequeño pueblo, donde nunca pasaba nada extraordinario, llegó un nuevo vecino. Alto, de ojos claros y sonrisa encantadora, se integró rápidamente. Nadie sospechaba que bajo su piel humana se ocultaba un ser de otro mundo.

Se llamaba Elian, y su misión era simple: preparar la Tierra para la llegada de su especie. Aprendió nuestras costumbres, imitó nuestras emociones y ganó nuestra confianza. 

Una noche, el cielo se iluminó con luces desconocidas. Los habitantes del pueblo salieron a ver el espectáculo, pensando que era una lluvia de meteoritos. Pero no eran meteoritos: eran naves descendiendo sobre la Tierra.

Elian se quitó la máscara humana y reveló su verdadera forma. Con una mezcla de tristeza y determinación, se dirigió a los vecinos del pequeño pueblo. "Lo siento", dijo, "pero este es el destino de vuestro mundo".

El pueblo fue solo el comienzo. La invasión se extendió por todo el planeta. La resistencia humana fue valiente, pero inútil. La Tierra había caído, y con ella, la esperanza de la humanidad.