10. Muerte en los Alpes
El tren nocturno a Suiza serpenteaba por los Alpes como una serpiente de acero. En su interior, los pasajeros dormían ajeno al misterio que se desplegaba. Un grito rompió la calma, y el cuerpo de un hombre yacía en el pasillo, una daga brillante clavada en su pecho.
El detective Léon, con su gabardina y sombrero característicos, se movió entre la multitud. Sus ojos grises escudriñaban cada detalle, cada rostro. Interrogó a los pasajeros, buscó pistas, pero nada. No había huellas, no había testigos, solo un reloj de bolsillo junto al cadáver.
Las horas pasaron y la frustración creció. Léon no era hombre de dejar un caso sin resolver. Pero mientras la luz del alba se filtraba por las ventanas, una verdad inesperada se reveló. Hablando en sueños, Léon confesó el crimen, su voz un susurro fantasmal. Los pasajeros lo observaron, horrorizados, al darse cuenta de que el detective sonámbulo había resuelto el caso con una confesión inconsciente.
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