7. Un obsequio, un gran corazón
Albert
—Quería vacaciones, pero no de esta manera. Tirado todo el día en cama sin nada que hacer. Ni siquiera ayudarte en los quehaceres, postrado en esta cama y solo levantarme para ir al baño solo eso, porque hasta la comida me la traes. Ojala no me hubiera doblado el tobillo.
—Ya Albert, deja de quejarte por favor. Recuerda las veces que hemos leído aquel verso de: ¿Todas las cosas nos ayudan a bien?
—Si... mamá. —Respondí quejumbroso.
—Bueno. Te dejo para que descanses, saldré con tu papá un rato a hacer las compras. Sabes que tengo que aprovechar los viernes —Sonrió.
—¿Descansar más? Ya estoy cansado de descansar... Pero bueno anda, que aquí los esperaré —Dije en forma de mal chiste.
Mi madre se retiró de la habitación sin una pisca de humor mostrada.
Quien diría. Yo, acostado en una cama gigante en el cuarto de huéspedes, en la planta baja, súper cómoda, con dos almohadas debajo de mi tobillo derecho haciéndole soporte, y viviendo como un rey aburrido y discapacitado.
Supongo que al menos ese era el lado positivo que mi madre quería que le sacara a la situación ¿no?
El teléfono sonó y yo sin poder alcanzarlo a simple metro y medio de mí. Repicó y repicó hasta quien sea que fuera se cansó y dejó la insistencia. A solo minutos de que el teléfono sonara, mi celular lo hizo el cual si tenía a la mano. Era Gabriel.
—Hey loco ¿Cómo sigues? —Dijo apenas contesté.
—Pues ahí llevándola, pero bien, cansado de estar acostado en esta cama.
—¿Qué harás hoy? Digo, o sea ¿Saldrás a algún sitio, cita médica no sé? —Preguntó.
—No, nada de nada. Estar en casa y comer, descansar, ver televisión y nada más. ¿Me acompañas en mi ocupado día? —Reí.
—Está bien, como en una hora o dos horas llego allá, es que estoy cuidando a mi primito y mi tía ya debe de estar por llegar.
—Está bien. Aquí te espero.
—¿Comediante? —Colgó.
¿Nadie entendía el simple chiste?
Agarré mi telefono desahuciado y comencé a jugar Tetris y Snake minuto a minuto aburriéndome cada vez más.
De pronto escuché el auto de mi padre llegar, más el ruido de bolsas de plástico con las compras,supuse. Mis oídos se habían agudizado los últimos días. Le miraba el lado positivo a las cosas.
__________
Como lo prometió, a la hora llego Gabriel. Escuché su voz desde que llamó a la puerta, no estaba lejos de ella. Mi madre le abrió y al rato la puerta del cuarto se abrió.
—¡Hombre! Pero si estas como todo un rey —Exclamó.
—Sí, claro, si quieres buscas el abanico y te unes a mi reinado.
—No gracias tío —Dijo con acento español— Así independiente estoy bien. Gracias.
Ambos reímos un rato, el siempre imitaba el acento de España lo que le salía siempre muy bien. Yo en algunas ocasiones lo intenté, pero salía un acento extraño. A pesar de que no era tan difícil.
—¿Nadie preguntó por mí en el salón? —Pregunté por curiosidad.
—Ah sí. Esta chica... Lucía. Preguntó porque habías faltado y le expliqué, también lo hizo la profesora Carla.
Por un momento pensé que había sido Sofía quien había preguntado por mí, pero si hubiera sido ella, sería todo muy extraño.
—Ah ok. ¿Jugamos al Xbox?
—¿No te aburre? —Preguntó.
—Cuando juego sólo sí. Pero cuando las pocas veces mi padre juega conmigo es entretenido.
—Bueno lo encenderé —Dijo.
—Entonces tienes que ir a pedirle el otro control a mi papá, que siempre se lo lleva para usarlo en el de él.
—Uh aquí si uno quiere tener un poco de entretenimiento hay que compartirlo con todos y hacer de todo.
—Quieres jugar al Xbox ¿Sí o no?
—Vale está bien, solo lo hago porque quiero ser buen amigo y jugar, solo por eso.
—Di la verdad, me quieres, me amas, no puedes vivir sin mí —Le reproché en broma.
—¿Te callas o quieres que me vaya?
—Ya anda a buscar el control —Dije riendo.
Mientras Gabriel buscaba el cable recordaba la tan agradable compañía que había tenido con Sofía aquel día bajo el árbol, quizá no sabía lo que me pasó... O solo no quiere saber nada de mí, ya no sabía si debía seguir intentando acercarme a ella o no.
Todo ese día pareció pasar en cámara lenta, el tiempo no lo veía progresar, de verdad estaba cansado de estar acostado en esa cama. Mientras Gabriel buscaba el cable y quizá se había quedado platicando con mi padre un rato acerca de juegos —No era nada raro—, yo me levanté con ayuda de la muleta y me acerqué a la ventana esperando llegar a ver el techo de la casa de Sofía a la distancia o la casa del árbol, pero no. Había olvidado que estaba en la habitación de huéspedes, por lo que la vista hacia fuera no tenía ninguna motivación para mí, solo vería hasta la casa del frente, en momentos olvidaba que estaba en la planta baja.
—¡Volví!
—Ya era hora, pensé que más bien te habías quedado a jugar con mi papá.
—¿Qué comes que adivinas? —Añadió en sarcasmo.
Conectó el control y encendió el Xbox, de la mochila que había tirado en toda la entrada de mi cuarto sacó un CD y lo introdujo en el aparato, era un juego según él, nuevo. Era una edición de prueba, que su tío le había quemado en un CD. Raramente la Xbox lo aceptó y comenzamos a jugar, se trataba de un hombre el cual era agente del FBI y ya retirado le habían secuestrado a la familia y su misión era ir buscando sospechosos hasta encontrar al culpable, tenía que ir desarmando bandas peligrosas y otras más. Tenía su "cosa" ese juego, no era malo.
Mientras jugábamos me entraron unas ganas inmensas de ir al baño, pero simplemente no podía, estaba muy atrapado con el juego. Frente al televisor estuvimos jugando un buen rato hasta ya no saber qué hacer. Ya el sol había alcanzado su base y pronto comenzó a ocultarse. De pronto el celular de Gabriel comenzó a repicar, era su tía. Lo llamó para que fuera de nuevo a cuidar a su primito, esté quería aprovechar para ganar dinero y según la tía necesitaba salir urgente. Por lo que Gabriel ya se tenía que ir.
—Bueno Albert, nos vemos luego. Excelente tarde ¿no?
—Si... No me quejo.
—Bueno me voy, cuídate. Espero que te mejores —Dijo.
—Dale, gracias. Igual cuídate.
—Ah te iba a decir si ¿Me prestabas el control? En la casa el que tenía era del vecino pero no me gusta quitarle nada prestado y bueno para entretenerme con mi primito un rato.
—Te dijera que sí, pero ese no es mío. Tienes que ir a decirle a él. No creo que te diga que no.
—Bueno nos vemos.
Salió del cuarto con el control en mano, y a los segundos escuché la puerta sonar, pensé que iría al cuarto de papá pero no. Yo lo conocía bien. Se fue así como si nada con el control en la mano. Ahora yo me las tenía que ver con mi padre. No era la primera vez. Ya habían pasado varias veces que le tuve que mentir a papá por encubrir a Gabriel, a pesar de que era mi mejor amigo, mi madre no lo pasaba del todo por su actitud, mi padre un poco pero cuando se ponía insoportable me echaba unas miradas. Tuve que aprender a mantener un equilibrio entre los cuatro cuando él venía a casa.
Al minuto que Gabriel salió me llegó un mensaje, pero no lo revisé al momento, me sentía sudado y preferí darle más importancia a una ducha, gracias a Dios estaba dentro del mismo cuarto, había un poco de calor y me sentía sucio también. Pero antes, me tenía que envolver un trozo de bolsa negra, desde la punta de los dedos del pie hasta casi llegar al muslo de la pierna. Me metí en la ducha dejando caer el agua por todo mi cuerpo para que barriera con el sudor primero. Luego me lavé el cabello, disfrutando cada momento de la ducha, por un momento me pareció escuchar un sonido de alguien entrando, por lo que cerré la llave y escuché, pero nada más pasó, seguí con mi tarea.
Cuando salí me cambié de ropa colocándome un short de cuadros negro con gris que me quedaban un poco holgados y una franelilla blanca para hacer juego.
Escuché varias voces en la sala, pero las ignoré, imaginé que podría ser alguna vecina de mamá. Tomé el cepillo, me paré frente al espejo y peiné mi cabello hacía atrás. Cuando vi una cajita de regalo al borde de mi cama que logré ver reflejado a través del espejo me llamó la atención. Aunque no era mi cumpleaños, no sé porque estaba allí. Terminé de peinarme y me senté al borde de la cama y recordé también el mensaje que había llegado. Pero el regalo había ganado mi total atención, aunque tome la caja en mano, era pequeña azul con una cinta que lo rodeaba de color negro y con una pequeña nota que decía:
"Un pequeño obsequio para alguien de gran corazón"
No nombraba ningún remitente. Gabriel no creía que fuera. Estaba perplejo mirando la caja, hasta que la abrí y encontré una estatuilla de un modelo a escala de la Torre Eiffel. Me quedé asombrado ¿Cómo sabían que me gustaba algo así?
La tomé en mano la miré era de metal igual que la original, medía como unos quince centímetros de alto. Inmediatamente la coloqué a un lado y rápidamente tomé el celular en mis manos y revisé el mensaje que era de Gabriel, decía:
Gabriel:
Llegó Sofía.
No entendía nada. Esas dos palabras no tenían sentido para mí. Bueno el nombre de Sofía sí, pero no para ese momento.
Pareció llegarme un flash de sabiduría y pude encajar las piezas del rompecabezas: Ella estaba en mi casa.
¿En qué momento habían dejado el regalo en el cuarto? ¿Quién había entrado?
Rápidamente me cambié la franelilla por una franela con mangas y el short corto holgado por uno un poco más largo.
Salí con la muleta en mano y todas las miradas cayeron sobre mí desde la sala.
—Bonita media, ¿Dónde la compraste? que quiero una docena —Dijo el señor Frank.
No sabía porque lo decía, miré mi pierna derecha y caí en cuenta, aún tenía la bolsa negra húmeda envuelta en mi pierna. Solo se me ocurrió sonreír mientras como pude me la quité y tiré a la basura.
Ahí en la sala estaban solo mis padres y el señor Frank. ¿Entonces porque Gabriel me dijo que Sofía había llegado? Creo que solo vio el auto y sacó conclusiones rápidas, algo común de él.
La puerta delantera de la casa se abrió y vi entrar a la esposa del señor Frank: Miranda. No me había dado cuenta que detrás de la señora Miranda venía ella. Mi respuesta había sido contestada. Inmediatamente me sonrojé y comencé a sudar. Ambas me miraron y dijeron un "hola" a una voz. Contesté tímidamente de igual forma. No sabía qué hacer, si sentarme o quedarme de pie.
Quería ser un avestruz en ese momento, pero no solo enterrar mi cabeza sino todo yo.
El señor Frank estaba sentado en uno de los muebles mirando entrar a la casa a su esposa e hija. Esta vez fue mi mirada la que encontró la de ella mirando el suelo por cualquier motivo; que su vista no diera con la mía quizás.
—¿Cómo sigues? —Preguntó la señora Miranda.
—Bien... gracias. —Dije sin salir de asombro.
—¡Qué bueno! —Interrumpió el silencio ambientado el señor Frank.
De verdad no sabía qué hacer, quería verla, tenía las ganas de verla y hablarle, pero todos me intimidaban al ser yo, quien estuviera recibiendo la atención. Como aquella vez de niño me habían hospitalizado por neumonía y las enfermeras y mi madre luchaban por saber cómo me sentía y darme aquellos medicamentos recetados por el médico, no es que no me gustara recibir tanta atención, solo que no tanta. No estaba muy acostumbrado a eso.
Al parecer ella no quería hablar conmigo, solo me observaba de reojo; mientras yo la miraba directamente a sus parpados estando ella unos centímetros detrás de la señora Miranda. Ellas aún estaban de pie, el ambiente lo sentía pesado.
—Tomen asiento, que están en su casa —Dijo mi madre.
La señora Miranda se sentó junto a su esposo y Sofía se sentó en el mueble individual dándome completamente la espalda.
—¿Te gustó el regalo? —Preguntó la señora Miranda.
—Si... está muy bonito. Gracias —Logré decir.
—Dale las gracias a Sofía que fue quien lo escogió.
Ella... ¿había escogido uno de los monumentos a escala que más me gustan? ¿Cómo lo sabía?
En ese momento ella me dio una mirada mostrando una sonrisa hermosa.
Mamá le hizo señas a la señora Miranda que la siguiera a la cocina. Y papá se dispuso a hablar con el señor Frank de quien sabe que cosas, no presté atención.
Y por lógica tenía que entablar conversación con ella, así que salí detrás de la barra de la cocina, cuando mi madre y la señora Miranda se acercaron, me acerqué al mueble individual.
—¿Cómo estás?
—Mejor ¿Cómo estás tú? —Respondió.
—Pues, bien, todo sanando.
—Qué bueno —Dijo sin añadir más.
Todo parecía que quedaría allí. Tenía que avanzar, tenía que hablarle ahora, porque ¿Entonces como avanzaría?
—¿Quieres que vayamos afuera? —Sugerí.
—Está bien.
Llegamos al porche del frente, donde había unas sillas tipo camperas y solo había una sola pero amplia como para tres personas; así que dejé que se sentara ella mientras yo con mi muleta estaba de pie.
—Siéntate que aquí cabes, además con tu pie así, no debes estar tanto tiempo de pie —Dijo.
Nada me hubiera alegrado más que estar sentado junto a ella. Tomé asiento a su lado, ambos admirando la calle frente a nosotros y más allá la casa de enfrente.
Lo que siempre se me tornaba difícil era como entablar una conversación con alguien ¿Cómo le daba inicio a la nuestra? ¿De qué le hablaba? ¿Qué le interesaba?
—¿Qué paso con tu tobillo? Desde que llegué noté que te cambiaron las vendas por yeso —Preguntó.
—Es que ese día que fui a clases, pero no debí hacerlo. Mi madre lo sugirió pero no le hice caso y de improviso me puse la venda para no perder clases, pero solo empeoré todo. Hice mucha fuerza con ese pie y más que toda la fuerza se la lleva el tobillo y bueno... —Dejé la explicación en el aire.
No sabía si continuar, sentía que estaba siendo muy egocéntrico al hablar solo de mí.
—¿Y bueno...?
—Bueno... que no sé si este hablando mucho y ya te ande mareando —Sonreí.
—Claro que no. Si te pregunté, es porque quiero saber.
—Bueno... que por tanta fuerza que hice con el tobillo que quizá me tengan que operar del tobillo en esta semana. Mi madre anda averiguando eso. Y si es así perderé bastante clases, tendré justificativos médicos, pero no será lo mismo. Y no solo eso. Sino que la operación puede traer consecuencias... Puede que el tobillo no vuelva a hacer su función y... tendré que andar siempre con muletas.
—¿En serio? ¡No es posible! —Noté su asombro en su respuesta.
Estaba surgiendo una conversación fluida. Así fuera yo el que estuviera hablando más. Y sin casi notarlo una sonrisa estúpida se asomó en mi rostro.
—Bueno cualquier cosa que necesites no dudes en contar conmigo. De verdad. No te de pena. Sé lo que se siente perder clase y estar todo perdido. Tu madre tiene el número de Miranda... de mi madre —Se corrigió— y puedes llamar cuando quieras, te puedo prestar las libretas para que te vayas actualizando. No sé, tú dirás.
—Muchísimas gracias, lo tomaré en cuenta. Ah y gracias por escoger ese regalo para mí. —Dije.
Se había puesto a mi absoluta disposición en ayudarme con los estudios. De verdad sentía agradecimiento.
—Sofía —Escuchamos decir al señor Frank— Nos vamos.
—¡Ah, ya nos vamos! —Se levantó y entró para despedirse de todos. Yo me quedé ahí afuera porque igual todos saldrían a despedirse. Todos salieron. Nos despedimos y los vimos montarse en su auto y alejarse una calle y cruzar a la izquierda.
—Esa chica te tiene embobado ¿no? Albert —Dijo mi padre.
No pude evitar mostrar mi asombro al haber escuchado eso.
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