4. Visita inesperada.

Sofía

—Mamá te he dicho que me he caído y el chico este... el hijo de... Cándida, la señora que va a la iglesia... Albert —Conseguí decir al fin—, él me ayudó a levantarme y me sugirió ir a la enfermería y por eso tengo estas vendas ridículas.

—Está bien, está bien. Te creeré. —Dijo Miranda en tono sarcástico.

—Es que no sé porque no me crees, no tengo necesidad de mentir.

—Si claro. Excepto cuando descompusiste la lavadora dándole un martillazo diciendo que había sido tu padre mientras reparaba la tubería. Además no lo digo porque desconfíe de ti, sino que ahora muchos jóvenes se aplican bullying entre sí, y pues por un momento pensé que tu habías sido víctima de algún abuso de confianza en la universidad —Dijo Miranda.

¿Descomponer la lavadora? Ya lo recuerdo. Ese día agarré un ataque de ira destrocé parte de mi cuarto, el cual tuve que organizar antes que se dieran cuenta, mi rabia aún no había sido del todo liberada, bajé hasta el estacionamiento y lo primero que vi fue el martillo y lo lancé con toda la fuerza que tenía hacia donde cayera, mi horror fue grande al escuchar un gran estruendo contra la lata de la lavadora que se hundió del golpe y dejó de funcionar en el momento, mi madre había dejado lavando unas prendas.

—Ufff que eso fue hace ya tres años —Me estaba molestando ya—. No sé porque tienes que sacar a relucir eso ahorita. Y ¡No! No me hicieron bullying en las universidades poco hacen eso, y si lo hacen no soy uno de esos abusados ¿Acaso se te olvida que ya tengo dieciocho años recién cumplidos, como para andar mintiendo tan tontamente? —Dije mientras me levantaba de la mesa para ir al cuarto, dejando el plato del almuerzo a medio comer.

Lo último que escuché al salir del comedor solo fue interrumpido por el tenedor que rastrilló la ensalada sobre el plato de porcelana de donde comía Miranda.

Acostada entre dos sillones puf rellenos con anime en mi cuarto, comencé la lectura de "El Principito" por segunda vez, porque me atraía la perspectiva en que se indicaban las palabras de un niño inocente en un mundo indiferente. Paré por unos instantes la lectura recordando la mañana que había tenido:

-------

El saludo de Albert y su ayuda cuando me caí, mejor dicho cuando me tumbaron. Por cierto ese Gabriel me caía pesado, siempre estaba donde no le incumbía. Pero era raro que Albert se haya acercado a mí. De seguro quería que le prestara los ejercicios resueltos de recursos financieros que hay que entregar para la próxima clase, claro como sabe que soy buena en ellos. No se los prestaré.

Lo siento, pero conmigo perdiste —Dije para mí en un murmuro.

Me levanté de los pufs, dejé el libro en la mesita junto a la lámpara y me acosté en la cama mirando por la ventana como una pequeña ave azul iba y venía trayendo ramas y comida para sus pichones. Y entre llegadas y salida del ave de aquel agujero en el árbol que estaba en el jardín frontal de mi casa, me sumí en un profundo sueño.

-------

Abrí los ojos y la claridad de los rayos del sol que se colaron por mi ventana quemaron mi vista. Vi todo muy claro, cerré los ojos adaptándome a la claridad, me senté al borde de la cama para revisar la hora en mi teléfono:

—Son las 8:54 am —Me respondí. Esa bendita alarma no sonó. Me tenía que alistar para ir a la universidad, llegaría tarde, al menos podría quizá entrar a la segunda clase. Me levanté y tomé la toalla para ir al baño.

No me daría ninguna ducha, no había tiempo ¿O sí?, sí, mejor si, así fuera para quitarme solo el sudor de la noche. Me metí al baño, no duré ni siete minutos y salí, entré al cuarto tiré la toalla a los pufs y me acerqué al ropero. Comenzando a pasar ganchos con ropa uno tras otro de derecha a izquierda, como si de un eje rotatorio se tratara. Y de un momento a otro caí en cuenta: era sábado.

—¡Ah! —Grité de rabia— ¿Por qué a mí? —Di un sollozo de tristeza por haberme levantado tan temprano para nada.

Me tiré a la cama boca abajo dando un pequeño aullido entre mis manos.

—¿Sofía, estas bien? —Exclamó Miranda desde abajo.

Abrí la puerta del cuarto y respondí:

—Si... Estoy bien. No pasa nada.

Cerré la puerta y me dejé caer de nuevo en la cama como si mi cuerpo fuera de acero, entrando en una pequeña crisis mañanera.

¿Cómo era posible que me hubiera confundido? Ah —Grité para mis adentros una vez más. Quise conciliar el sueño de nuevo pero fue inútil. Solo me quedé mirando el techo color verde claro, contemplando cada grieta de pintura que en él existían,solo veía resquebraduras blancas por los espacios verdes que ya no estaban.    

-------

Media hora más tarde Miranda tocó la puerta del cuarto.

—Pasa —Exclamé.

—¿Vas a comer?

—Sí.

Al mucho rato bajé,entré al comedor acomodado, en medio había una pequeña barra tipo bar, con sus sillas individuales y detrás de ésta, la cocina, refrigerador, lavaplatos, la despensa y demás. Miranda me sirvió unas tortillas que bien sabía preparar. Era una de esas personas que le encantaba estar en la cocina todo el tiempo que fuera necesario. Ese sitio, era su santuario. Luego de terminar volví al cuarto y me deje llevar por la música del grupo argentino Rescate.    

------

Dos horas después la puerta de mi cuarto volvió a sonar por el toque de la mano de Miranda.

—Hija te llama allá abajo un joven —Dijo desde fuera de la puerta.

—¿Un chico? —Pregunté desde el interior. Acaso podría ser... Joh..

—Sí, un joven... —Cortó mi madre— apresúrate que esta allá en la puerta esperando que alguien salga. Y hay mucho sol.

—Está bien, dile que espere un minuto —Me acerqué a la ventana del cuarto que daba la vista justo por encima de la puerta principal.

Pude ver que era nada más y nada menos que... ¡Albert!, aquel chico que se estaba acercando a mí solo por interés.

¿Qué hacía él ahí? ¿Sería que decidió venir a pedir los ejercicios, tan descaradamente? ¿Qué hacía él aquí?Me pregunté de nuevo, como si repitiendo la pregunta dos veces la respuesta fuera a conseguir.

Me cambié el pijama que cargaba rápidamente, me puse unos monos azul holgados y una franelilla amarilla. Bajé las escaleras y giré a la derecha, ahí justo tenía la puerta, miré una vez más por el visor de la puerta para asegurarme que mi cerebro no me había hecho una jugada de identificación. Pero si, era él. Me puse un poco nerviosa en cómo le iba a contestar en tal caso de que éste me pidiera los ejercicios que había que entregar dentro de tres días. Después de pensar un poco le abrí la puerta.

—Hola, Sofía... emm disculpa si te interrumpo, solo vengo a...

—¿A pedirme los... —Comencé a preguntar con ironía. Pero me interrumpió.

—¡No, no! Para nada, no vengo a pedirte nada... —Exclamó Albert asombrado por la pregunta que yo estaba formando.

—¿Entonces a que vienes? —Le interrumpí secamente.

—Solo vengo a saber cómo sigues de las rodillas —Señaló mis rodillas que estaban adornadas con pequeños vendajes.

Por un momento me dejó confundida ¿Ver si seguía bien de una estúpida caída?

—¿En serio vienes solo a ver como sigo de las rodillas? —Pregunté extrañada.

—Sí ¿Tiene algo de malo? ¿O te incomoda que yo venga a preguntar solo eso?

—No, no es eso, disculpa por lo te acabo de hacer. Pero... sí, estoy bien, ya los raspones se están cicatrizando. Gracias por preguntar —Respondí al momento que tomé la puerta esperando que se despidiera y así cerrarla y darle fin a ese capítulo de mi vida.

No salía de duda que él andaba solo actuando para que luego le prestara los ejercicios.

Noté que un silencio nos había envuelto en aquel marco de la puerta y a él le comenzaba a brotar una gota de sudor por la sien izquierda que bajó hasta su mejilla, en ese momento él la sintió y la seco con un pañito verde de mano que cargaba. El silencio se desgarró con la voz de Albert que hizo una pregunta:

—¿Y qué harás este... hoy o mañana? —Dio un paso adelante disimuladamente acercándose más a mí.

¿Y qué pensaba este? ¿Por qué se me acercaba? ¿Acaso quería despedirse con un beso en la mejilla? ¡Asco! Estaba todo sudado. Los nervios en mi mente me inundaban también, ni sabía por qué.

Vi como a él le comenzó a temblar la voz como un sismo. Empuñaba y aflojaba su mano derecha como su estuviera mucho más nervioso que yo. Mirando sus ojos marrón oscuros o negros, no los diferencié, pestañas largas apuntando hacia el cielo azul. No tenía mal cuerpo, no del tipo atleta pero si de los que se cuidaban un poco, su cabello totalmente negro y brillante levantado como un bosque de pinos. Quizá era por el gel para cabello que cargaba ese día. Una piel...—comencé a buscar alguna descripción pero no la encontré.

------ 

¡Despierta y Contesta ¿Qué te sucede?! —Me obligué a parar de mirarlo y detallarlo minuciosamente.

—No lo sé tal vez iré a casa de Gisell a hacer algunas investigaciones juntas y pasar el día allá —Mentí nerviosamente.

—¡Ah qué bien...! Bueno... te dejó, solo pasaba a saber cómo seguías. Tengo varias cosas que hacer hoy.

—Está bien... De verdad te agradezco por tu interés. No te hubieras molestado, ya sanaran. —Señalé mis rodillas ridiculizadas.

—Si... sanaran. —Mientras se me acercó buscando mis labios por un momento, pero al ver que giré la cabeza busco la mejilla para besarme.

Quería hacerse el galán, el lanzado, para ver si caía redonda a sus brazos. Pero yo no era cualquiera. Por amabilidad solo di un beso al aire que estaba a solo centímetros de su mejilla. Éste pareció escuchar el beso en el aire lo cual fue suficiente para él.

—¡Buenas, buenas! —Esbozo mi padre que iba acercándose a la puerta donde estábamos.

—¡Papá! —Exclamé sorprendida. Más por pena que por sorpresa, ya que se notaba que los dos teníamos un poco de nervios e incomodidad.

—¿Ah? —Dijo Albert sorprendido. Retirándose un poco de mí.

—Hola joven —Le tendió la mano. —Hola hija —Tomó mi cabeza con una sola mano mientras la frotaba sobre mi cabello y luego entró a la casa.

—Bueno... me voy. Feliz tarde —Consiguió pronunciar nervioso Albert.

—Adiós —Articulé sorprendida mientras cerraba la puerta.

Caminé hacia dentro, ala sala adaptándome al ambiente cálido promedio y a la poca claridad que había a diferencia de la de afuera. Mi mirada encontró la de Miranda que me sonreía pícaramente mientras me hacía seña deque tomara asiento justo a su lado en el sofá. No pude más que forzar una sonrisa falsa que cualquiera podía notar a leguas. Tomé asiento sin apartar mi mirada de la pecera que estaba en el centro de la mesa con un tanto de algas y unos pececillos que nunca llegaron a crecer como lo llegue a imaginar. Pensé que me daría una charla completa de que no era edad para estar teniendo novios,pretendientes, ni mucho menos tener sexo; sin ella saber que ya había tenido un par de novios mucho antes. De los cuales algunos intentaron propasarse, pero les dejaba advertido con una cachetada bien asentada que nada más que un beso y abrazos pasarían.

------  

Pero no fue nada de lo que pensé que escucharía.

—¡Sofía! ¿Quién es ese chico tan guapo? —Pregunto Miranda.

—Ah... él es... él, hijo de... es Albert —Tartamudeé.

—¿Con que ese chico fue el que te ayudo cuando caíste? —Se preguntó interesantemente, pero no necesitó respuesta porque ya había escuchado la corta conversación.

—Sí —Respondí secamente.

—Pues si hubiera sido él, el que me ayudara a levantarme luego de una caída no dudaría en aceptarla —Rió pícaramente para ver mi reacción.

—¡Miranda! ¿Por qué dices todo eso?

—¿Cómo que por qué lo pregunto? ¿Acaso no te das cuenta que él se siente atraído por ti? y quién sabe si los vientos que soplan... y pueda ser también: tú por él.

Intente ocultar mi rubor natural tras ponerme las manos en las mejillas, mientras formaba una expresión de supuesto aburrimiento y desinterés.

—¿Quién te dijo que él me gusta?

—Sofía... Cariño cuando unas personas se atraen no es necesario tener pruebas físicas, con solo observar las actitudes basta.

—¡Que él no me gusta, ni me llama la atención!

—Claro Sofía está bien, solo recuerda que la negación, a veces, es el primer paso a la aceptación —rio por lo bajo.

—Sí, si si Mi... —Corregí—Mamá como digas. —Conseguí decir irónicamente, mientras me levantaba e iba al cuarto.

—Está bien cariño, de seguro no quieres tener ese tipo de conversación conmigo. Pero solo ten en cuenta que ese chico gusta de ti y muy probable tú de él. Solo que aún ni tu misma te das cuenta —Escuché al subir las escaleras.

Y de pronto las palabras que había dicho Miranda sin ningún sentido para mí en ese momento, los comenzó a tener en el cuarto cuando tuve un flash back:

El momento de la ayuda, el saludo; ahora la visita con el intento del beso en la boca. Y aún más las palabras que había dicho Miranda: "Recuerda que la negación, a veces, es el primer paso a la aceptación.", "...y quién sabe si los vientos que soplan y pueda ser también: si tú por él."    

------  

Para ese momento no supe que pensar, mi mente divagaba. Podría ser que el "a veces" se aplicara a mí. Debía ser lo más posible

Para distraer totalmente la mente, me coloqué los audífonos y finalmente ya pasado el mediodía me perdí en un profundo sueño con la música de Skapalltata.

Un pájaro carpintero perdió la noción de conciencia y comenzó a picotear el vidrio de la ventana de mi cuarto. No se dio cuenta que lo que intentaba herir era su propio reflejo contractado por la luz. Lo que me hizo despertar de ese sueño que habría querido recuperar en la mañana. El pájaro seguía picoteando el vidrio y no se rendía hasta querer ver su otro "yo" herido.

Ya bien despierta miré el techo, giré la cabeza y miré la hora del reloj que marcaba las 3:30 pm. El pájaro seguía en su lucha.Tomé una de mis pequeñas almohadas y la lancé contra la ventana haciendo que éste huyera en su vuelo. Aunque agradecí el despertar de un extraño sueño. Me dispuse a darme una ducha y tomé la decisión de ir a la biblioteca popular en busca de algún libro que leer. Le pedí suficiente dinero a Miranda para el pasaje del transporte y como para comprar un libro en tal caso de que encontrar alguno económico.

------  

Ya en la biblioteca entré, mostré mi carnet como cliente registrada y me dirigí hasta el final para comenzar a caminar y mirar esos estantes llenos de libros descoloridos, indicando que tenían un par de años allí, quizás sin ser usados. Por un momento me sentí sumergida en un mar de palabras en las que de pronto no quería tener ningún salvavidas, solo dejarme caer por el peso de mi cuerpo y encontrar palabras poco mencionadas. Miré hacia arriba, izquierda y derecha y quise llevarme un montón de libros, pero solo permitían llevarse dos. Proseguí por aquellos estantes que al menos tres metros y medios de altura tenían. Pude ver: Los de John Katzenbach, Julio Verne, Suzanne Collins, Edgar Allan Poe, Velma Wallis, Gabriel García Márquez, entre muchos más. Más adelante encontré una escalera desplazable con la que buscaban los libros que estaban a mayor altura, estando allí arriba me di cuenta que había una pequeña canasta de hierro improvisada soldada a la manilla de la plataforma donde terminaba la escalera desplazable, seguro hecha por el esposo de la bibliotecaria, el cual era herrero, que en este caso no era ninguna solterona. Coloqué varios libros mientras me deslizaba suavemente de un lado a otro mientras tomaba uno de la decimocuarta fila, otro de la décima y así iba revisando libro a libro. Encontré una pequeña revista la cual tomé entre en mis manos, le eché una hojeada y con el pulgar puesto sobre la portada leí:

"Albert es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora."

El nervio de nuevo me invadió la mente y pensé que el universo conspiraba contra mí para meterme a Albert por los ojos. Me tranquilicé un poco y quité el dedo pulgar que tapaba unas palabras y esta vez sí leí bien:

"Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora." —Desdoblé la esquina de la hoja y decía: Proverbio hindú.

No sabía qué me estaba pasando, porque lo tenía a él en mente. Mejor seguía revisando.

Comencé a leer las sinopsis de algunos libros mientras los colocaba en mi balanza mental de agrado de la lectura que quería tener. Sintiendo que los de ciencia ficción tenían un par de gramos más que los de historia, pero no tan a nivel como los de drama y suspenso. Mientras de nuevo me dirigí a la decimocuarta fila para colocar un libro en su lugar, ya que no había podido tener el peso suficiente para ser leído, e inmediatamente algo me sacó de ese trance en el que me tenían los libros, y fue una voz; una que ya había escuchado antes, pero no sabía en qué sitio. Y estando al final del estante a casi cuatro metros de altura busqué la voz entre los demás estante que llenaban la biblioteca la cual era grande y espaciosa.

Algo se apoderó de mi cuerpo haciéndome tiritar como si tuviera frío, pero no; eran solo nervios. Sin hacer tanto ruido me desplacé hasta la orilla de uno de los inmensos estantes y allí vi a una persona y de la nada como un disparo certero en mi mente: ¡Albert! Del susto me desplacé fuera de su vista y agaché en la plataforma que estaba apoyada esperando no ser vista por aquel chico. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top