30. En busca de...
Sofía
Eran hermosos los zarcillos que me había regalado. Quise ponérmelos en ese mismo momento. Pero ya tenía muchos colores encima de mi vestimenta. Y cuando le di mi regalo me emocioné al saber que quería unos así. La estaba pasando muy bien.
Luego cuando terminamos comiendo barquillas me llegó algo a la mente, algo que no había podido olvidar por nada, el pareció notarlo. A pesar que mi mirada estaba perdida el preguntó:
—¿Sofía, que tienes, que te pasa? —Quise mentir, pero no podía y menos a él.
—Es que... hay algo que acabo de recordar y me preocupa, me desespera o algo así, no sabría cómo describirlo.
—¿Qué cosa? —Preguntó. Parecía preocupado.
—Es que este es el último semestre y nuestros caminos podrían ser distintos. Tú podrías irte a otro estado si te sale alguna oferta de trabajo o incluso yo. La administración de nuestros tiempos será diferente. Y...
—Sofía, ¿Por qué te adelantas a hechos que aún no suceden? —Me interrumpió.
—Porque me es inevitable pensarlo. Porque me gustas mucho, porque te quiero. Porque me has hecho sentir muy bien este mes. Y espero no sea solo este mes sino por los años que siguen.
—Yo también he pensado en eso. Pero me detengo e intento distraerme. Son cosas que para el ahora no son buenos, es mejor enfocarse en cada cosa lo de cada día —Él tenía mucha razón, pero tenía que contarle lo que se añadía a eso también.
—Albert es que también eso tiene que ver con algo que me pasó hace años.
—¿Qué cosa?
—Mi último novio... —Le conté todo. Desde que fuimos novios a escondidas porque yo tenía menos edad y lo que pasó luego, la carta que me dejó, el no saber más de él. Y todo eso.
Me tranquilizó, me hizo saber que ya sabríamos como hacer concordar nuestros tiempos. Pero que no había que preocuparse por eso ahora. Mis ojos se cristalizaron y él con su mano apartó las lágrimas que querían dañar el momento.
Nos quedamos allí unos minutos y el cambió de tema. El recuerdo se olvidó. Y me dejé de preocupar en ese momento. De seguro luego volvería pero no ahí. Era un momento especial y nada lo debía dañar.
Seguimos caminando, luego me quiso ofrecer un jugo a lo que rechacé. Ya estaba full, sentía que si comía algo más, vomitaría.
Luego de haber pasado una hora conversando me dijo que fuéramos a la sala de juegos.
Entramos y compró una tarjeta, la recargó. Lo primero que hicimos fue jugar al baloncesto mientras la canasta se iba moviendo. El acumulo bastantes puntos y la maquina nos dios solo veinte tiques. Luego era mi turno, le pude sacar a la maquina sesenta tiques más a lo que me burlé de él, que una mujer pudiera ser mejor que él en baloncesto.
Luego pasamos a la plataforma de baile, ahí si me ganó él. Solo que esa atracción no daba tiques, solo era para diversión y era lo que importaba. Después de cuatro canciones me derrotó y se enorgulleció de ello.
Al final jugamos hockey de aire, ahí quedamos empatados. Luego dimos otra última partida hasta que me volvió a ganar. ¡Qué día!
Salimos de la sala de juegos y nos sentamos de nuevo alrededor de la fuente. Me besó y yo dejé que me guiara, luego me miró y guiñó su ojo. Quería ese momento para recuerdos así que saqué el celular y le dije para tomarnos una foto y así hicimos. Luego le pedimos a la señora que tenía un niño a su lado que nos hiciera el favor de tomar una foto pero de lejos y aceptó.
Pasó media hora y ya nos íbamos. Eran las 8:00pm. Aún podíamos quedarnos otro rato más, pero no había mucho por hacer.
Salimos, y el pidió otro taxi que nos llevó a mi casa y se despidió con un abrazo y un profundo y demostrativo beso. Luego se fue caminando hasta su casa.
Esa noche soñé con todas las cosas tal cual había hecho en el día.
Había sido un día espectacular.
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Los días que seguían eran todos para estudiar, el último semestre se estaba volviendo más difícil. Parecía que no tenía fin. Albert y yo teníamos poco tiempo para nosotros, pero lo recuperábamos en los fines de semanas, a veces. A pesar de tener una relación sabíamos que el salir bien en nuestras asignaturas también era importante.
Ya faltaban cuatro meses y medio para terminarlo. Estábamos en la mitad de Agosto. Recuerdo estudié para seis exámenes y un par de exposiciones. Albert me ayudó en algunas en las que me costaba entender o solo me bloqueaba y ya. Sin razón alguna.
Aún con tantas ocupaciones quería comenzar a buscar trabajo. Pero no quería sentirme egoísta así que decidí conversarlo con Albert, ya que si lo conseguía todo podría desestabilizar nuestra relación, mis estudios e incluso mi vida en general.
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Un miércoles del mes de Agosto en clase se lo comenté:
—Albert, sabes que he estado pensando algo...
—¿Sí, cómo qué será?
—Estaba pensando si... buscábamos trabajo —Me miró, no dijo nada. Pero su mirada me decía que no le agradaba mucho la idea.
—No lo sé. Si me agradaría pero si lo hacemos tendremos menos tiempo para nosotros, para las cosas de las universidad y quien sabe que otras cosas ¿Tomaste eso en cuenta?
—Sí claro. Pero sabes que hay que lidiar con muchas cosas a la vez. Y el tiempo es valioso, por eso creí que podríamos buscar trabajo y así cuando nos graduemos quizá ya estemos establecidos y nos hará el resto más fácil.
—Me parece buena idea, pero... no lo sé estoy inseguro del tiempo que tenemos.
—Anímate. Nos podría asegurar un futuro.
—Déjame pensarlo y te aviso —Asentí.
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Pasaron tres semanas y ya estábamos en septiembre, en ese momento fue que me dio la respuesta. El espacio que se daban entre una clase a otra, en uno de esos minutos se me acercó mientras me daba un abrazo.
—Sofía... ¿Sabes que pensé lo que me dijiste hace casi un mes?
—¿Sí? Ya era hora. Pensé que ya lo habías olvidado.
—No. Solo tomé mi tiempo para pensarlo —Hizo una mueca de sonrisa pero sin sonido.
—¿Entonces...?
—Vamos mañana.
—Está bien, no tengo problema. Pero quiero que sepas que ya yo imprimí un currículo y se lo entregué a mi padre que él lo iba a dejar en la oficina de recursos humanos de la empresa donde su amigo trabaja —Me miró sorprendido, hizo como para decir algo, pero luego calló.
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Justo después de un día viernes de tener clase nos fuimos a varias empresas de la ciudad, preguntando para entregar el currículo. Imprimió cuatro, y los llevamos.
Entre clases Gabriel le pidió uno para dárselo al tío a ver si corría con alguna suerte. Serían cinco currículos con ese.Ahora solo quedaba esperar.
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Los meses continuaron. Nadie nos llamó, de ninguna empresa fuimos contactados aún.Supongo habría que tener mucha paciencia. Llegó octubre y culminamos algunas unidades de algunas asignaturas. Me seguía viendo con Albert, todo seguía muy bien. Cada vez mejor, él me contó cosas de su vida, de su infancia. Cosas que aveces lo atormentaban. Y de la misma forma hice yo. Todo fuera para seguir creciendo entre nosotros y fortalecer cada vez más la confianza.
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Un día después que salimos de clases, me fui con Albert a su casa, porque teníamos que hacer unas investigaciones y estudiar para unas exposiciones, hacer ensayos y demás. Al llegar a su casa la señora Cándida iba saliendo con el señor Gilbert. Iban a una consulta cardiológica.
—Hola Sofía —Me dijo la Sra Cándida.
—Hola señora —Contesté. De igual forma me saludo el Sr Gilbert y de la misma manera le contesté, añadiendo la pregunta de cómo estaba.
—Justo ahora vamos saliendo para una cita cardiológica —Contestó la Sra Cándida —Estoy cansada de decirle a Gilbert que cambie esas citas para la mañana, pero el muy holgazán no lo hace para poder dormir tranquilo por la mañana —Me lo iba diciendo a mí, mientras se montaban en el auto y se lo seguía reclamando a su esposo.
Terminamos de entrar a la casa mientras Albert y yo nos reíamos de lo que acababa de pasar. Nos sentamos en la sala. Hasta ese momento no había subido a su cuarto por respeto a sus padres pero él lo sugirió:
—Subamos a mi cuarto. Podrás estar más cómoda —Lo pensé y acepté. Tenía curiosidad de como era su habitación. Sin embargo también sentía el presentimiento que estaba metiéndome en un área que para nada me correspondía estar.
Subimos al cuarto, estaba casi todo ordenando, excepto por algunos pantalones tirados junto a la cesta de lo que supuse era la cesta de la ropa sucia. Una cama perfectamente tendida, un ropero de madera al parecer pulido recientemente y en medio un espejo. Me acerqué y acomodé mi cabello, lo alisé con mis dedos. Cuando por el espejo noté un objeto colgado en la pared, una guitarra en su forro.
—¡No sabía que tocabas! —Asintió —¿Por qué no me habías dicho?
—No lo sé. Pensé que lo había hecho.
—Para nada. De seguro... ¿Porque te pediría que tocarás algo?
—Quizás...
—Bueno, ahora es cuando —Me acerqué a la pared, la bajé y comencé a abrir el forro donde se encontraba una guitarra electroacústica. La admiré tenía unas curvas y un sonido muy fino. La entregué en sus manos. Se sentó en un taburete afelpado que tenía y me pidió que me sentara en la cama. Comenzó a tocar una melodía que fue desconocida para mí, pero para sus dedos no, se movían ágilmente entre las cuerda de la guitarra. Me quedé admirándolo, el me observaba, me trasladó en el tiempo, en ambiente, me sentí en otro sitio distinto a su cuarto. Como si la melodía se estuviera inyectando en mis venas, haciendo correr y vibrar las notas musicales por todo mi cuerpo.
—Ya. Toqué —Me dijo.
—Tenías que terminarla.
—Aún no lo he hecho.
—Claro, solté la guitarra.
—No. Me refiero a que tenías que terminar la melodía, iba muy linda.
—Bueno te dije que no le he terminado —Me dijo alegre.
—¿Es tuya? —Pregunté.
—Si —Esa era la razón por la que era totalmente desconocida para mis oídos.
—Está muy linda la melodía ¿Le tienes letra?
—No. Quiero componer la melodía primero y luego montarle la letra —Asentí. No conocía mucho de música, por lo que no emití más opinión sobre ello.
—Bueno comencemos a investigar —Pedí. El tiempo pasaba volando cuando estaba con él. Como había leído en algún sitio. Cuando el tiempo pasa así de rápido es porque te la estás pasando muy bien. Y eso siempre sucedía cuando estaba con Albert.
El buscó la laptop debajo de su cama y nos sentamos los dos en la cama e investigamos lo necesario. Hicimos el ensayo pendiente, y luego anotamos en unas hojas lo que teníamos que defender para la exposición, lo leímos aprendimos un poco, lo analizamos y luego ensayamos uno frente al otro para así mejorar cosas que no se veían bien. Ese momento fue para reírnos. Nos volvíamos muy gestuales sin querer.
De la nada comenzamos a hacernos cosquillas y caímos uno a lado del otro sobre la cama. Era un momento muy calmo y le di un beso muy sencillo. Él me lo devolvió y nos abrazamos por unos minutos, sentí que me dormía pero reaccioné y le dije que ya me tenía que ir. Me dio un gran beso para despedirme. Nuestras lenguas ahí sí hicieron toda una danza sobre hielo. Nuestros labios las barreras hacia el público.
De pronto mi mano comenzó a tocar su pecho, pero no de una manera como posar solo la mano y ya, no. Se metió por debajo de su camiseta y comenzó a tocar. Sentí como él dio un respingo, creo que no esperaba esa reacción de mí. Aunque incluso de mí misma tampoco la esperé. La otra mano sostenía su cuello, aferrado a él como si de su cuello dependiera mi vida. Mientras mi mano seguía tocando su pecho, su hombro, su espalda por debajo de la camiseta. Paré y lo miré a los ojos. No sé qué estaba pasando. Quise detenerme pero creo que ya era tarde. Tomé su camiseta por el borde de debajo y se la quité. Era primera vez que veía sus pectorales, un cuerpo trabajado, no exagerado pero si admirable. Las remeras que usaban ocultaban un poco eso de él.
Me acerqué de nuevo y lo seguí besando. Ahora era él quien buscaba por debajo de mi blusa. ¿Tenía que detenerlo? No lo supe, porque ya era tarde cuando me di cuenta. Tocaba uno de mis senos con su mano, por encima de mi sostén. No de una manera desesperada, solo como de reconocimiento y de un momento me sentí algo desnuda, él ya me había quitado la blusa, no supe a donde había parado.
No sé si seguiría con desabrocharme el sostén, pero no. No llegó a ese lugar. Unimos nuestros cuerpos mientras nuestros labios seguían unidos. Con la parte superior de mis senos y abdomen pude sentir el calor de su pecho. Quería parar. Por lógica sabía lo que seguía pero... existían unas fuerzas las que me prohibían parar. Me recosté mirando el techo y el seguía besándome, dando de su dulces labios. Mientras yo me retorcía de placer, sus caricias me producían un cosquilleo que comenzaba desde la coronilla de mi cabeza hasta la punta del dedo meñique del pie.
Su mano comenzó a desabrochar mi jean, su mano comenzó a ser más... juguetona. Al igual que la mía. En serio que era hora de reaccionar. Intenté empujarlo a un lado pero así como lo empujé de nuevo lo abrazaba hacia mi cuerpo. Entre tanto empuja y atrae me quedé con "empuja". Lo empujé tan fuerte que su cabeza dio contra la pared en un sonido seco. Él quedó sorprendido y adolorido. Me levanté de la cama, busqué la blusa con mis ojos como lupas y la encontré en el taburete afelpado, me la coloqué, tomé mis cosas y salí de su casa, caminé de prisa. Albert no me dijo nada mientras salí. De seguro estaba tan sorprendido como yo de lo que acababa de pasar, y de lo que hubiera pasado si yo no reaccionaba.
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