3. Una tonta sonrisa

Albert

Tanto me había distraído en la continuación de la lectura de Tocando Fondo, que perdí la noción del tiempo y no me di cuenta de la hora. Mi padre nunca me llevaba a la universidad por más que se lo pedía, a pesar que tenía auto siempre me decía que tomara el bus, que viviera como el hizo. Pero si tenía las comodidades de la nueva era... ¿Tenía que usarlas, no?

Miré el reloj: 7:20am Me levanté rápido de la cama, menos mal solo faltaba ponerme una camiseta, saqué la primera que encontré en el ropero y bajé corriendo hasta llegar a la parada.

Esperé el bus hasta que llegó, me subí y dejó frente a la universidad. Mientras iba entrando, dando pasos lentos me fundí entre mis pensamientos, perdido como si no hubiera fin en ellos. Cuando me di cuenta ya estaba a solo metros de la puerta del salón y el profesor estaba por cerrarla.

—Profesor, espere... Un momento, no cierre la puerta.

—Se salva por poco joven Albert. —Exclamó el profesor.

—Disculpe, es que me levante minutos tarde, no volverá a pasar. —Forcé una sonrisa de inocencia.

—No será mi problema si vuelve a pasar, pase y tome su asiento, la clase está por comenzar —Había perdido la primera clase por estar leyendo, no era primera vez que me pasaba, pero sucedía cuando un libro me capturaba.

La media sonrisa que tenía el profesor al momento que llego al salón ya había desaparecido por completo.

Tomé asiento junto al gran ventanal que daba vista a la planta baja y de donde podía ver el frondoso árbol que yacía en la entrada de la institución, donde muchas veces descansé antes y después de salir de algunas clases. Detrás tenía a Gabriel con su actitud un tanto entrometida; y a mi lado en la otra fila a Sofía, esa chica que algún día esperaba conquistar. Esa chica que siempre observaba tímidamente de reojo, pero aun así logrando detallar su personalidad: Ojos grandes marrón claro, cabello castaño oscuro casi llegando a negro, que le caía por debajo de sus hombros cuando lo traía suelto, rostro semi-redondo y un color de piel... un color de piel como... No sabría describirlo no es moreno ni blanca, es algo medio, algo pardo quizá. No sé, lo importante es que lo que más me atrae de ella: El color de piel.

Tímidamente la saludé:

—Hola, Sofía.

Ella me miró extrañada por saludarla, ya que poco habíamos cruzado palabras, si acaso solo para pedir un borrador o sacapuntas prestado; pero creo que por amabilidad me devolvió el saludo.

—Hola, este... Albert —volvió la mirada al profesor.

Era un completo idiota, como le iba a decir solo: Hola y ya. Para la próxima vez si iba a decirle algo, tenía que pensarlo con más inteligencia para no solo quedarme ahí todo cortado por su saludo.

A la vez que recordé que era uno de los pocos "Hola, Sofía" que le decía en ese semestre, como aquel que le intenté decir al momento que la ayudé a recoger los papeles del suelo y sus manos me rosaron, lo que me causo una tonta sonrisa el resto del día.

—Hey ¿Qué más? Albert —saludó Gabriel sacándome de mis pensamientos reflexivos.

—Hola, Gabriel, todo... bien —murmuré.

—Deja lo tonto y ¡alégrate! Que hoy es viernes, mañana hemos quedado en una cita con dos chicas —me guiñó un ojo— Katherine y Carmine, son primas y están de un buenazo —se frotó las manos con astucia. Me hizo recordar a las moscas y su personalidad misteriosas al frotarse las patas entre sí.

—¿Hemos quedado? —Pregunté.

—Si... O no me digas que le quieres ser fiel a Sofía mientras "No son nada" —se bufó. Recalcando la última frase con sus dos manos, haciendo unas comillas en el aire.

—Shhh, Cállate Gabriel, que te puede escuchar y sabes que ella no me gusta —Me encorvé un poco al asiento de atrás donde Gabriel estaba— ¿No puedes ser más discreto? Además no lo digo por eso, sino ¿Con que consentimiento me haces quedar en una cita? —Le dije en voz baja y un poco exasperado.

—Si claro es como si yo dijera que no le tengo ganas a esa chica del segundo semestre. Pero ya, tranquilízate. Te hará bien, recuerda que...

—¿Recordemos que qué? —Dijo en voz alta el profesor, interrumpiendo nuestra inapropiada conversación— Muchachos hagamos silencio que ellos nos harán un recordatorio.

Un tsunami de silencio inundó el salón mientras las miradas de todos se dirigían a nosotros. No podía ser peor que en un mismo mes me llamaran la atención y todo por el mismo tema.

Perplejos miramos al profesor.

—¡A ver chicos no se intimiden! Digan lo que debemos recordar, así se nos refresca la memoria. A menos que la tengan bien fresca como para dar atención a mi clase y no interrumpirla con sus conversaciones —Sus palabras iban cargadas de ironía.

—No... disculpe profe... —Intentó decir Gabriel.

—Sí, discúlpenos profesor no era nuestra intención interrumpir su clase —Interrumpí a Gabriel antes de que dijera cosas más incoherentes de las que podía decir en una frase.

El profesor sin mediar palabras se dio vuelta al mismo tiempo que se levantaba un murmuro general entre mis compañeros de clase. Éste volvió la mirada atrás para cortar el murmuro, lo que efectivamente dio resultado. Gabriel y yo nos miramos dándonos gestos de quien había tenido la culpa de la llamada de atención, al final los dos habíamos sido los culpables.

Ese día de clases terminó y los pasillos se abarrotaban de estudiantes que conversaban entre sí, sobre qué harían el fin de semana, a donde irían, con quién y otras cosas más, a la vez que caminábamos a la salida con deseos de perder de vista la casa de estudio y disfrutar ese fin de semana. Para otros tal vez no sería de disfrutar sino de estudiar. En particular, para mí, sería estudiar e intentar rechazar la cita con aquellas primas buenazas, según la referencia de Gabriel, y no es que no me interesara salir con alguna chica, solo que de ese modo no.

—Te espero debajo del árbol —Le dije a Gabriel.

—Okey, al rato te alcanzó, voy a ver si cuadro con Anastasia para el domingo —Respondió.

Ese tipo no sé cómo hacía para cuadrar tantas citas, y lo peor, que le dijeran que sí.

Me dirigí a aquel árbol frondoso y compartido, ya que no era él el único que buscaba refugio bajo aquel árbol tan ancho y frondoso. Llegué y tiré la mochila en la grama verdosa mientras acomodaba mi espalda al tronco del árbol para estar cómodo y así poder hacer lo que venía haciendo el último mes: leer ahí y aprovechar de mirarla mientras bajaba esos escalones grisáceos que se encontraban a la entrada de la universidad hasta que su silueta se perdiera dos calles más allá de la universidad. Pero lo disimulaba sacando mis cuadernos y libros que solo leía aquel aire fresco que pasaba por allí.

Una vez más me perdí en los profundos pensamientos, esta vez forzando a mi mente no hacerse otra historia de romance ficticia como había sucedido en ciertas ocasiones, sino plantearme una realidad. Me distraje mirando a un pájaro carpintero que buscaba abrir un hoyo a tres metros por encima de mí, cuando de pronto escuché que me llamaban:

—¡Albert!

Era Gabriel que me había comenzado a hacer señales, indicando que Sofía estaba bajando las escaleras, la cual iba solo a dos metros por delante de él; pero justo cuando miré a Gabriel, éste se enredó en la bracera de una mochila de una chica que estaba sentada en uno de los escalones. Por lo que Gabriel comenzó a dar un traspié perdiendo el equilibrio. Al intento de desenredarse de la mochila, lo cual le fue imposible. Comenzó a rodar por los cinco escalones faltantes para llegar al nivel del suelo, hizo como de bola de boliche al dar vueltas hasta chocar todo su torso con las pantorrillas de Sofía haciéndola caer de rodillas como un ligero pino.

Escuché un grito de Sofía, que no entendía qué había pasado, hasta estar completamente tendida en el suelo boca abajo junto a libretas que llevaba en mano que la acompañaron en su caída.

Todos los que estaban bajo el árbol comenzaron a reír, otros solo se quedaron viendo ocultando las ganas de reír. Yo rápidamente me levanté de donde estaba dejando todas mis cosas y corrí a donde estaba Sofía, ayudándola a ponerse de pie. Tenía las rodillas raspada y estaban comenzando a ponerse rojas por la poca sangre que comenzó a salir de ellas.

—Muchas gracias...—Agradeció.

—Vamos a llevarte a la enfermería para que te revisen —Le respondí.

—No, no. Estoy bien solo fue una caída —Se miraba las rodillas y su rostro mostraba una mueca de dolor, que rápidamente fue cambiada por una de odio hacia Gabriel, quien se levantaba también por su cuenta.

—Una caída que si no se revisa podría ponerse peor —Mientras le sonreí. No sé si por nervios o por gracias de que Gabriel se hubiera caído también y pudiera tener un pequeño dialogo con ella.

—Está bien... —Suspiró Sofía un poco incómoda mientras entrabamos de nuevo a la universidad.

Estando en la enfermería la revisaron, le hicieron unas sencillas pruebas de reflejos. Iluminaron sus pupilas con la pequeña linterna, sus latidos con el estetoscopio, pulso, caminar de aquí para allá en línea recta por aproximadamente seis metros y según el resultado de la enfermera todo estaba bien, solo le desinfectaron luego la herida con agua oxigenada y unas pequeñas curas removibles, que según Sofía la hacían ver ridícula. A Gabriel le hicieron los mismos exámenes rutinarios pero él no tenía ninguna herida superficial, solo se le formaron moretones en el costado derecho y codo izquierdo. Le recetaron solo aplicar una pomada y con eso bastaría.

Saliendo de la universidad —Nuevamente—, bajamos por la rampa de discapacitados para asegurar una salida tranquila sin golpes. Sofía me agradeció de nuevo y esto fue suficiente para crear la misma sonrisa tonta el resto del día.

—De nada, solo quise ayudar —Fue lo que pude contestar un poco cohibido.

—Igual gracias. Nos vemos mañana —Hizo una pausa y pensó en lo que dijo —Digo nos vemos el Lunes —Se corrigió y todos reímos.

Luego caminé debajo del árbol donde había olvidado mis pertenencias que aún permanecían en el sitio, me había parecido raro, las recogí, las metí en la mochila y me fui a casa. El resto hizo lo mismo. Por ese momento olvidé mirar a Sofía hasta perderla de vista.

Ayudarla, tomarla de la mano y llevarla a la enfermería había sido más que suficiente como para notar las hermosas, delgadas y delicadas manos que tenía.

Seguí el camino a mi casa, en completa tranquilidad y una sonrisa dibujada en mi rostro.

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