29. Aún no es el momento
Albert
Pasaron dos días en los que luego de salir de clase tenía que cuidar a mi padre. Ya habíamos solucionado todo lo personal, pero sin embargo eso no le quitaba lo quisquilloso en cuanto a las exigencias de su cuidado.
Un día antes del día del aniversario, salí a comprar el regalo de Sofía. Esperaba le pudiera gustar lo que le había comprado. en cuanto a las exigencias de su cuidado.
Llegó el amanecer del día que tanto esperé. A pesar de las últimas circunstancias que había tenido. Mi padre seguía de reposo, aunque mensualmente le mandaron ir a una cita para controlar como iba su corazón.
Estaba ansioso de dárselo y ver si se alegraba o no. Me alisté, ese día quise vestirme algo atractivo para lucirle a ella. Abrí el ropero y me coloqué un suéter de rayas negras con blanco largo, lo que me hacía ver un poco delgado, un jean azul claro y zapatos negros. Además me perfumé un poco.
Le comenté a mi madre que no llegaría temprano por lo del aniversario, solo me dio un abrazo y dijo que le alegraba que todo fuera muy bien, que le mandaba sus saludos.
Llegué a la universidad y no la vi por ningún lado, entré al salón y tomé asiento. Ni siquiera había llevado cuaderno. Gabriel se acercó y me saludó. Lo había visto hablar con Gisell pero no le di atención a eso. Hablamos un poco de muchas cosas y Sofía aún no llegaba.
Hasta que apareció radiante en la puerta. Vestía un jean azul ajustado, y una blusa negra holgada. Aparentaba más edad. Parecía que éramos los únicos bien vestidos ese día en todo el salón. Todos nos miraban. Ella tomó asiento. Ambos sabíamos que era el día, pero en contra de la demostración excesiva de cariño en público. Me lanzó una mirada y guiñó su ojo, mi corazón se aceleró. Como si fuera primera vez que la viera, como si fuera primera vez que me gustaba.
El profesor comenzó a dar su clase a la cual no presté mucha atención por estar distraído en la reacción que ella tendría ese día, el cómo la pasaríamos.
—Albert ¿No copiará la clase? —Preguntó el profesor sacándome de mis pensamientos.
—Lo siento, olvidé traer algo para anotar. Pero me pondré al día —Me lanzó una mirada reprimiendo lo que acaba de decir y siguió con su clase.
Luego terminó y salí al patio central a esperar a Sofía. Ella salió poco a poco, como dándose a desear y conmigo lo estaba logrando. Se acercó y me fundió en un abrazo, yo hice lo mismo. Un corto beso tuvo lugar, era inevitable no hacerlo.
—¿Cómo estás? —Preguntó.
—Ahora, muy bien ante tanta belleza.
—Tonto.
—Es en serio — Con mi mano derecha tomé su izquierda y la giré en el mismo lugar—. Estas muy preciosa vestida así.
—Gracias —Hizo una leve reverencia hacia mí. Ninguno de los dos nos habíamos felicitado ni nada, no sabía porque. La observé mirándome y luego dijo—: Aunque tú no te quedas atrás. Me gusta cómo te queda ese suéter.
—Siempre a la orden —Me burlé —Hoy te secuestraré un par de horas solo para mí. ¿Sabías?
—Primera vez que escucho que un secuestrador le dice a su víctima lo que hará. Pensé que actuaban inesperadamente mostrando las acciones.
—Ah disculpe usted. Por cierto... mira ahí arriba —Le señalé una planta que colgaba de un macetero. Cuando miró la jalé por un brazo y la arrastré hacia mí, la besé y la jalé hasta llegar a acera de la universidad, donde le di otro abrazo. Ella se sorprendió. No esperaba nada de eso.
—¿A dónde vamos?
—Lo siento un secuestrador actúa de manera inesperada, de manera que su víctima no sepa cuáles son sus próximos pasos. O de algo parecido me informé hace rato —Solo me miró. Vi que venía un taxi y lo paré, nos montamos. Para mi sorpresa era el mismo conductor que me había llevado aquel día a la clínica, pero en otro auto. Lo vi que me observó por el retrovisor, pero no me reconoció. Yo si lo reconocí inmediatamente por un lunar que tenía en uno de sus pómulos. Y en el camino me di cuenta que estaba usando los que habían sido mis audífonos.
—Llévenos, por favor, al centro comercial Leones en Guerra —Asintió.
Sofía me miró. Era un centro comercial que estaba casi saliendo de la ciudad, era al polo opuesto a donde vivíamos. Pero tenía que ser un lugar distinto. Era uno de los centro comerciales más grande y lujosos de la ciudad.
Llegamos al centro comercial, ella se bajó primero y luego le pregunté:
—¿Cuánto le debo?
—Son trescientos bolívares.
—Tenga, aquí tiene doscientos bolívares.
—Pero le dije que son trescientos —Exigió.
—Bueno. Hace un par de días le pagué trescientos cincuenta bolívares, cuando en realidad le debí dar doscientos cincuenta. Esos audífonos que carga están en perfecto estado, me costaron trescientos bolívares, más cincuenta bolívares del billete que le di. Así que estamos a mano —Puse los billetes en el asiento de copiloto —Ah por cierto. Disculpe por habérselos lanzado —Pensé que me insultaría o diría algo. Pero no. Solo me miró y arrancó quizá molesto.
—¿Qué pasó? —Preguntó Sofía.
—Nada, solo era un viejo amigo que no me había reconocido.
—Ummm.
Nos adentramos en el centro comercial y subimos al segundo piso —Donde estaba el cine.
—¿Qué película quieres ver? —Pregunté y miró los posters de las mismas mientras subíamos en las escaleras mecánicas.
—Veamos el Psiquiatra.
—Está bien.
Había visto el tráiler y tenía el libro. Del caso de una chica joven asesinada por su psiquiatra. Era bueno el libro y lo triste, basado en la vida real.
Llegamos a las taquillas y pedí dos entradas premium. Luego fuimos a hacer la cola para comprar algunas cosas.
—¿Quieres algo?
—Con las palomitas de maíz está bien —Dijo.
—¿Segura? ¿Un chocolate? ¿Una dona?
—No, en serio está bien.
Compré un combo de unas cotufas grandes y dos refrescos. Ella me había comentado que no quería una sola para ellas porque no se las comería todas.
Entramos a la sala y estuvimos como cinco minutos hablando hasta que comenzaron a presentar algunos tráileres de las próximas películas que estarían en cartelera. Luego terminaron y comenzó nuestra película.
Al terminar salimos, nos había gustado mucho. Comentamos algunas cosas de ella, de cosas que nos gustaron y las que no. De los actores y demás.
Bajamos de nuevo al primer piso y nos sentamos un rato en el borde de una fuente con peces que había en medio de todo el centro comercial. Los admiramos unos minutos y nos volvimos a sentar.
Creo que era el momento perfecto para darle el regalo, pero antes no podía faltar algo de mis bromas. Sin que se diera cuenta me quité uno de mis anillos y los envolví en un pañuelo que cargaba en el bolsillo del jean.
—Sofía —La llamé. Seguía distraída con los peces.
—¿Dime?
—Sabes que hoy es un lindo día en el que se celebra algo pequeño pero importante —Asintió y seguí—: Por eso te quiero dar esto —Abrí lentamente mi puño y dentro se dejó ver el pañuelo casi transparente. Y quité cada esquina y el anillo relució.
Ella al parecer ya estaba asustada, miró a los lados a ver si alguien más nos miraba, pero no.
—Albert... no... —Sus palabras no salían, no eran estables, se debilitaban con el silbar de sus nervios.
—Es que no es solo un regalo. Es un anillo. ¿Quisieras tu...?
—¡Albert no!
—¿No qué? —Dije como si estuviera nervioso.
—No puedo. Aún no es el momento.
—¿El momento para qué?
—Para casarnos. Aún no nos hemos graduado y... —La interrumpí.
—Sofía espera. No me dejaste terminar la pregunta. ¿Quisieras tu darme una gran sonrisa por esta broma que te acabo de hacer?
—¡¿Qué?!
—Este no es el regalo —Envolví de nuevo el anillo en el paño y lo guardé.
—No sabes lo tanto que me asusté.
—No, no lo sé. Pero si lo pude ver en tu rostro —Reí.
—Tonto.
—Este es el verdadero regalo —Metí mi mano en el otro bolsillo y saqué un paquetito pequeño y lo entregué en sus manos. Ella lo envolvió y me miró.
—¿Lo abro ya mismo?
—Solo si tú quieres —Asintió tímidamente. Comenzó a quitar la única cinta adhesiva que tenía la cajita, cuando lo logró sonrió. Me miró de nuevo y me dio un abrazo.
—Gracias mi amor —Al parecer era primera vez que me decía así. Terminó de sacar lo que había dentro: Unos pequeños zarcillos color purpura brillante, en forma de pequeños gotas.
—¡Están hermosos! —Dijo—. Se los puso delante de sus zarcillos, en el aire.
—Te quedan lindos —Lancé. Recordé que había pensado en comprarle otras cosas más, pero no quería cargar más cosas ese día, así que las dejé en casa. Luego se las daría.
Los guardó de nuevo en la bolsita y los metió en su bolso. Fui a tomar su mano pero ella la metió dentro de su pequeño bolso y sacó también un pequeño paquete el cual abrí inmediatamente sin pensarlo: Unos audífonos iguales a los que le había dado al conducto que me había llevado a la clínica. La miré sorprendido.
—¿Cómo sabías que quería unos? —Le pregunté.
—¿Querías unos? No lo sabía. Los compré porque supuse que te gustarían.
—Pues son perfectos —Le sonreí y abracé.
Nos quedamos allí sentados. Le dije que camináramos un rato, hasta que llegamos a una heladería y compré dos barquillas, pregunté el sabor que quería y me dijo que oreo. Pedí dos de oreo. Nos sentamos y comimos de nuevo.
Al terminar tiré las servilletas en la papelera y ella me miró. Había algo en su mirada que no iba bien con el día. No sabía que era.
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