28. Salida entre amigas

Sofía

Había sido muy extraña en la forma que Albert se había ido de clases. Muy rara. Muchos me preguntaron luego que había pasado, a lo que no supe contestar nada, porque realmente no sabía nada.

Ese día pasó y no recibí ningún mensaje.

Paso el siguiente y nada. Dos días a los que Albert había faltado a clase y yo no sabía nada. Ni se había dignado a mandar un mensaje. Pero reconozco que también fui algo tonta al no escribirle yo. Algo me cohibía.

Él me hacía falta. El segundo día que tampoco estaba, luego de las clases salí con Gisell a comprar el regalo que le quería dar a Albert.

Cuando íbamos en el bus ella preguntó:

—¿Y qué tienes pensado regalarle?

—Pensé en un reloj o unos audífonos.

—¿Audífonos?

—Sí ¿Qué tiene?

—Nada, solo que ¿Quién regala audífonos en el aniversario del primer mes? ¡Ah sí, tú! —Lance una mirada amenazadora y ella siguió—: Es verdad, tantas cosas que hay para regalarle a un hombre y tú dices un reloj o unos audífonos. Se me hace que los audífonos lo dices más por tu gusto que por los de él.

—¡Ya! ¿Me vas a ayudar entonces a escoger un "buen regalo" para Albert o criticarás mis ideas?

—¿Las dos a la vez? —Sonrió irónica con sus dientes perlados. Recordé al gato de Alicia en el País de las Maravillas. Sonreí para mis adentros.

—En serio, si crees que son tan malas las elecciones, ayúdame.

—Está bien, cuando lleguemos al centro comercial te diré que le puedes comprar —A pesar de todo, de mi mente no salía el darle los audífonos, quería saber si Gisell tenía unos mejores gustos.

Cuando llegamos al centro comercial no aguanté más curiosidad y saqué el celular para escribirle a Albert y mi sorpresa, tenía un mensaje de él:


Albert:

Sofi, disculpa que no te había escrito. Mi padre enfermó, está en la clínica. En unos minutos te llamo.


Que le habría pasado al señor Gilbert. Y yo no siquiera le había escrito a Albert en estos días por... no sé, no tenía razón ni excusa alguna para no hacerlo.

—¡Albert me llamará! —Le dije a Gisell.

—¿Y?

—Que vamos a comprar el regalo y ¿Si me pregunta donde estoy y luego quiere venir hasta aquí?

—Pues miéntele.

—Sabes que no soy buena mentirosa.

—Bueno entonces cuando llame, me lo pasas y yo mentiré por ti. Aunque dudo que pregunte donde estas —No dije nada.

Seguimos caminando. Pero pasó media hora y la llamada no llegó.

—¿Este no que te iba a llamar? —Preguntó Gisell.

—Sí, eso dijo.

—¿Pero sería ya mismo?

—No lo sé. Solo dijo "En minutos te llamo".


Caminamos otro rato en el centro comercial, pero le dije a Gisell que nos tomáramos unos minutos. Tenía hambre de comer algo. Ella aceptó. Nos dirigimos al área de comidas y ahí teníamos para escoger: Helados, comida mexicana, barquillas, merengadas, jugos naturales, churros, pollo, pizza, comida china y demás.

—¿Qué comeremos? —Me preguntó Gisell.

—Me da igual, escoge tú.

—Bueno, comamos.... comamos comida mexicana —La miré extrañada. De cuando acá ella interesada por comida extranjera. Pero acepté.

Nos acercamos hasta la barra de "Mexicanisimo" y pedimos cada una dos tacos, un refresco, junto con un vasito de salsa verde. Gisell pagó y le guiñó el ojo al vendedor, le di un suave codazo. Ella solo dijo: Es lindo. A su defensa.

Buscamos una mesa para sentarnos y comenzamos a comer.

Cuando le estaba dando el primer mordisco al segundo taco mi celular comenzó a sonar en mi bolso ¡Albert! Me dio un poco de nervios no supe porque. Gisell me miró con cara de "que le pasa a esta" Saqué lo que había comido y lo envolví en una servilleta que deje en la misma bandeja. Busqué el celular en la cartera y contesté:

—¿Alo?

—Hola Sofí ¿Cómo estás?

—Bien... esperaba noticia tuyas. Pensé que llamarías ahora cuando me escribiste.

—Sí, lo iba a hacer. Pero aún estaba en la clínica con mi madre y ya dieron de alta a mi padre, teníamos que hacer el papeleo para llevárnoslo a casa.

—Ah entiendo. Tranquilo ¿Qué fue lo que le pasó a tu padre?

—Tuvo un pre infarto —No pude evitar abrir los ojos como platos. Gisell me miró buscando una respuesta, pero la ignoré. Le hice señas que en unos minutos le diría.

—¡En serio! ¿Pero ya está bien?

—Sí, gracias a Dios lo está. Solo tiene que mantener reposo por un par de semanas y luego seguir una estricta dieta porque tenía angina de pecho.

—Entiendo... —Quise seguir preguntando sobre su padre, pero en se momento me importaba él— Te he extrañado.

—Yo también lo he hecho, pero ahora que escucho tu voz, me calma la intranquilidad solo un poco.

—¿Porque un poco?

—Porque la tengo completa solo cuando estoy a tu lado mientras nuestros cuerpos se sienten en un abrazo o un beso, incluso en el roce de nuestras manos.

—Mañana entonces te daré toda la tranquilidad que necesitas —Dije en voz baja levantándome de la silla para que Gisell no escuchara. Era un momento muy íntimo entre dos.

—Lo esperaré con ansias. Disculpa por no haberte escrito.

—Tranquilo. Te dije que no te preocupes.

—Por cierto, ¿Tenemos alguna evaluación mañana?

—No. Solo tenemos la primera clase y las otras dos no las tendremos. Los profesores tienen cosas personales que atender.

—¡Genial! Eso quiere decir que serás mía por más de cuatro horas —Me reí.

—¿Está seguro señorito Quintero?

—No tanto, pero sé que si me lo propongo lo podría lograr —Dijo retóricamente y yo me seguí riendo. Hasta los momentos no había preguntado qué estaba haciendo, lo que me relajaba un poco porque Gisell no estaba cerca para mentir y yo no era muy buena haciéndolo —Bueno me tengo que ir. Mi madre me llama, seguimos cuidando de mi padre, al parecer se necesitan más de dos personas para poder cumplir con los caprichos del señor —Se rio.

—Está bien. Saludos a tus padres. Cuídalo bien. Te mando un beso y abrazo.

—Eso mismo los querré mañana en físico —Colgó. Me di cuenta que había caminado mucho casi salía del área de la comida. Me devolví y Gisell ya se había comido los tacos y se estaba comiendo una barquilla —Lo que yo quise desde el principio—. Me senté de nuevo y terminé de comer el taco que quedaba con el vaso de refresco. Ya se me habían pasado las ganas de comer.

Gisell preguntó qué había sucedido y le conté lo que Albert me había dicho.

Dejé medio taco del que me quedaba, nos levantamos y seguimos en la compra del dichoso regalo.

Miramos las tiendas de abajo, vimos unas remeras muy bonitas, pero estaban por encima de mi presupuesto. Pasamos por la librería y me dieron ganas de comprar un par de libros, pero no, el dinero que cargaba era para el regalo.

Entramos a una tienda a ver zapatos, nos probamos algunos. Gisell se compró un par de tacones. Bajamos y de nuevo vi el pequeño local en medio del pasillo con venta de auriculares, sería algo sencillo pero también demostrativo. Eso y... ¿Qué otra cosa podría ser...? Creo que sería solo eso. Pero dejé para comprarlos al final. Si lo hacía en ese momento, nos tendríamos que ir y estaría en casa temprano y aburrida. Así que dejé que Gisell me guiará por todo el centro comercial entrando en tiendas, oliendo perfumes, probándose blusas, jeans, sonriendo a algunos chicos guapos, alguno de ellos le pidieron el número y ella dio uno falso a otros les dio el verdadero, no sé era algo extrovertida.

Ella me sugirió comprar esto, aquello, y nada. Me negaba porque era exagerado o no iba con los pocos gustos que tenía de Albert.

Luego entré a la tienda de mascota, Gisell me esperó afuera, vi los pequeños hámster que siempre había querido pero no había tenido la convicción de comprar uno. Los peces que tanto me encantaban y aves enjauladas que siempre desprecié. Salí y le dije a Gisell:

—Ya tengo el regalo que quiero para él.

—¿Qué será?

—Acompáñame.

Me dirigí al cubículo de en medio y pedí los audífonos. Ella me miró algo fatigada. Me los dieron y me fui al sitio donde envolvían regalos y lo hicieron.

—¿Para eso me hiciste dar tantas vueltas?

—Tú insististe, yo desde el principio estaba decidida a comprarlos.

Salimos del centro comercial y tomamos de nuevo el bus y nos fuimos a mi casa, se probó una vez más los tacones que se compró. De verdad eran lindos, color vino tinto, con broches plateados, tacón número tres. Modeló con ellas frente a mí y a la vez frente a mi grande espejo de cuerpo completo. Le silbé, eran preciosos. Éramos de la misma talla por lo que se los quité prestado en ese momento y me los puse, hice lo mismo, los modelé, quise robárselos en ese momento. Poco usaba zapatos altos. Algún día los usaría. Me los quité y se los devolví. Ella los metió en su caja, se despidió y se fue a su casa.

Me recosté, me sentía cansada y me quedé dormida.


Una hora y media después, desperté. Había soñado que ya estaba graduada y estaba ejerciendo mi profesión en la imprenta de un periódico nacional. Mi sueño anhelado. Bajé y saludé a mis padres que estaban frente a la televisión.

—¿Saben que al señor Gilbert, le dio un pre infarto? —Pregunté esperando respuesta —Mi madre asintió, y le siguió mi padre.

—Yo fui esta mañana —Dijo mi madre —Cándida estaba un poco triste, pero le hice un rato compañía, Albert al parecer se había ido a la casa para arreglar la llegada de su padre.

—¿Y qué tal estaba? —Pregunté.

—Estaba bien, se le veía un buen semblante. Solo que ahora tiene que guardar mucho reposo. Por no guardarse de evitar comer grasas.

—Es... triste —Dije.

—Es bueno —Contestó mi padre— que le demos nuestro apoyo.

—Claro —Dijimos al unísono Miranda y yo.

Pasé a la cocina y me serví un poco de arroz con leche. Tenía tiempo que no lo comía, me senté ahí en las sillas de la cocina y comí tranquilamente, como si existiera todo el tiempo del mundo. Miré por la ventana que daba al patio, decidí salir y sentarme afuera. Sentir el aire fresco, escuchar algunos pájaros trinar, escuchar los ruidos de la naturaleza, la brisa colarse entre las ramas de los árboles, las hojas caer al suelo en seco y algunas en arrastre sobre el césped, sobre la tierra. Que agradable me sentí estar conectada en ese momento con la naturaleza. Lo hacía de vez en cuando pero desde las clases no lo había pensado y no lo había hecho.

Terminé de comer y entré a lavar el vaso y el cubierto donde comí. Me di cuenta que tenía tiempo de ir a leer un rato. Subí al cuarto saqué El tren de las 4:50 de Agatha Christie y comencé a leer, los primeros capítulos me atraparon inmediatamente. Muy interesante historia policíaca donde las detectives no eran más que dos señoras mayores.

Recordé que la primera novela que había leído de ella, había sido 10 negritos y a partir de ahí dije que quería leer todos los de ella.

Me sumergí en la lectura por dos horas seguidas sin interrumpir.

Llegó la noche. Preparé la mochila que llevaría. Ya que solo tendríamos una sola clase, pensé en llevar una sola libreta, pero preferí meter hojas ministro y ahí anotaría lo que fuera.

Entré al baño, me duché y directo a la cama hasta la siguiente mañana.

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