27. Reconciliación

Albert

Al llegar a la casa, pasé directo a la cocina a tomar un vaso con agua. Mi padre estaba sentado cenando. No le dirigí la palabra y él a mí tampoco, de seguro aún estaba molesto. Me miró de reojo al igual que lo hice yo. Abrí la nevera me serví el agua y me fui directo al cuarto con el vaso, a dormir. El día había sido uno de esos excelentes que nunca en la vida olvidaría. Y algo agotado por lo que necesitaba descansar.    

__________  

Desperté una hora antes de que la alarma sonara. No supe por qué, pero aún sentía la sensación de sueño. Miré a la ventana, apenas divisé un leve azul celeste con un amarillo esparcido en medio de éste. Amanecía. Me levanté y me fui a cepillar los dientes, miré mi rostro en el espejo. Estaba un poco despeinado, miré la toalla a mi derecha, la tomé y me metí a la ducha. El agua estaba muy fría, pero me despertó en solo un segundo, había calentador, pero eso solo me haría tener más frío luego. Un baño que duró más de veinte minutos, ahí bajo el agua. Terminé y me miré frente al espejo, decidí aplicar un poco de gel en mi cabello y darle algo de forma. Volví al cuarto y comencé a vestirme, para cuando estaba listo aún faltaba media hora para que saliera a clase y aún llegaría temprano a la universidad. Pero así hice.

Bajé y mis padres dormían. Dejé una nota en la cocina diciendo que me había ido temprano.

Caminé a la parada, la mañana tenía algo de olor a humedad, lo que me agradaba. Esperé el bus y llegué a la universidad.

Menos mal no era necesario esperar que abrieran. Ya que como sabían que muchas personas venían de ciudades aledañas tenían las entradas abiertas temprano y pasé directo al patio central a esperar.

Para hacer tiempo saqué una libreta y un lápiz, iba a dibujar lo que me imaginación dispusiera hacer, de seguro sería algo con un toque de romance, pero recordé que debía ir planeando que debía comprarle a Sofía para el regalo del mes. Comencé a hacer una lista de los posibles regalos que le podía dar.

A pesar de eso no estaba aún seguro si entre los que escribí estaría el posible o al menos con el que ella se sintiera cómoda. Tenía una idea. Debía preguntarle a Gisell, a pesar de no cruzar tantas palabras con ella.

La lista quedó así:


• Peluche —Podría ser.

• Globo flotante —Muy cursi.

• Zarcillos —Posible, pero a la vez muy formal.

• Pulsera —Pasaba lo mismo que con los zarcillos.

• Accesorios para el cabello —Muy infantil.

• Chocolates con una tarjeta —Muy común.

• Un libro —Una muy excelente idea, a ella le gustaba leer, pero para un aniversario no lo creía.

• Llevarla a almorzar —También entraba en la posibilidad.

• Llevarla a un parque de diversiones —Ya sabía que había ido con Gisell hacía como un mes, pero esta vez sería conmigo. Posible.

• Una fiesta sorpresa —No sé porque se me ocurrió algo así, era demasiado y además muy a cumpleaños.

• Salir al parque —Ya habíamos ido hace poco.


Me estaba quedando sin opciones. Pasé tanto tiempo pensando en hacer la lista que no me di cuenta y ya la universidad estaba más concurrida. Levanté la vista y venía Gisell, me saludó y siguió su camino. La llamé:

—Gisell —Ella volteó, le hice seña con la mano para que se acercara. Caminó despacio sin saber lo que le iba a decir —Ven, necesito tu ayuda.

—¿Para qué?

—Es que necesito escoger un regalo para dárselo a Sofí —Me examinó con su mirada.

—¿Y qué tienes pensado regalarle? —Abrí la libreta en la parte de atrás y se la pasé. Ella comenzó a leer la lista.

—Pienso que entre todas las cosas, podrías comprarle unos zarcillos. Siempre le han gustado, en especial el color morado —Asentí.

—Gracias.

—De nada —Se levantó y siguió al salón.

Se hizo la hora y Sofía llegó, me saludó un suave beso y entramos a clase. Era una asignatura electiva, pero que igual tendría que ver. Recuerdo comenzando el semestre, casi todos escogimos actuación. La clase la impartía Nazareth Olivares, una profesora cuya actitud nos agradaba a todos. Era muy fluida, y para evaluación final teníamos que hacer una corta obra. Todos estábamos animados, excepto algunos que se habían arrepentido de haber inscrito esa asignatura.

Las clases pasadas junto a ella, habíamos escogido que obra haríamos, estaba a nuestra completa libertad. Podíamos escoger una ya establecida o inventar incluso una, lo que a Gisell le encantó, ella era muy buena actuando, tenía en el fondo una niña actriz.

La profesora comenzó a llamar grupo por grupo para que fuéramos dando un breve resumen de lo que íbamos planeando actuar, cuestión que todos teníamos poco armado, pero sin embargo quería saber cómo iba la estructura de todo.

Llamó al primer, segundo, tercero y luego nosotros.

Pasamos conversamos rodeándola a ella. Gisell había escrito la obra. Trataba de una madre soltera con una hija, la cual buscaba un nuevo amor, pero su hija le hacía la vida imposible con el que a la madre le gustaba, pero hacía todo lo posible que la madre se enamorara del vecino de enfrente que también era soltero y con hijo. Yo era el señor que la hija odiaba, Gisell era la hija, Sofía la madre y Gabriel el vecino que le agradaba a la hija. Quisimos mezclar un poco de comedia. Lo que nos pareció muy bien.

Ahí sentado mientras la profesora nos asesoraba, el celular en mi bolsillo comenzó a vibrar, lo saque a mitad del bolsillo del pantalón para ver quien llamaba, era mi madre. Cosa que me pareció extraño. Por respeto pedí permiso a la profesora y salí fuera del salón y contesté:

—¿Alo?

—Albert, necesito que vengas —Dijo angustiosamente.

—¿Qué pasa, qué pasó?

—Tu padre —Sollozó— Se cayó, está grave, estoy asustada, voy camino a la clínica —Dijo en un gemido.

¿Se había caído? ¿Cómo? Me quedé paralizado.

—Voy para allá —Respondí y colgué. Entré al salón, no dije nada por privacidad personal y porque si daba explicaciones sabía que terminaría llorando de susto, las cosas que me llegaban a la imaginación no eran nada buenas. Tomé mi mochila, y salí dando pasos lo más largos y rápido que pude. No miré atrás. Avanzaba por los pasillos de la universidad como auto de carrera Nascar, los pisos encerados no me detuvieron, el letrero de piso mojado fue ignorado por subconsciente, lo tropecé sin querer. El conserje lanzó un insulto contra mí que ignoré. Seguí mi camino.

¿Cómo se habría caído mi padre? Que iba grave.

Tropecé a una chica en toda la esquina de un corredor, que llevaba una carpeta con hojas y todo aquello fue a dar al suelo. En mi interior quise disculparme, pero estaba muy preocupado como para devolverme y hacerlo. Seguí caminando y volví la mirada, pude leer en sus labios una grosería y lo enfatizó haciéndome lo mismo con sus manos.

Llegué a la parada del bus cerca de la universidad, pero por rapidez no quise tomar ninguno. Preferí parar un taxi. Me monté sin preguntar tarifa alguna.

—Me lleva a... —¿A dónde tenía que ir? ¿Dónde estaba mi padre? No le pregunté a mi madre y ella tampoco me dijo— Espere que haga una llamada—Me disculpé.

Saqué el celular de mi bolsillo y llamé a mi madre.

—Mamá ¿A qué clínica se dirigen?

—San Agustín —Respondió —Acabamos de llegar.

Colgué y me dirigí al conductor:

—Lléveme a la clínica San Agustín. Es una emergencia, por favor —El conductor aceleró y avanzó rápidamente entre el tráfico. Respetaba los semáforos lo que me desesperaba. Pero debía controlarme.

Me molestaba estar molesto con mi padre. Me molestó no haberle hablado los últimos días después de acompañarlo a la consulta. ¿Y si le pasaba algo? No hablaría más con él y ¿Sin poderme disculpar? Sería toda una tragedia para mi mente. Tan bien que habíamos conversado ese día antes que le dieran los benditos resultados. Normalmente no tenía ningún acercamiento con mi padre, ambos éramos un poco distantes. Nos queríamos a nuestro estilo muy poco demostrativo.

El auto estacionó en la acera y ya me iba sin pagar. El conductor me reclamó.

—¡Hey niño! No me has pagado.

—Ay señor, disculpe ¿Cuánto le debo? —Pregunté apresurado ya desde la acera, asomándome por la ventana.

—Son doscientos cincuenta bolívares.

—¡¿Doscientos cincuenta, está loco?! ¿Acaso me quiere robar? —Me estaba impacientando, era toda una barbaridad que me estuviera cobrando ese monto, que ciertamente no lo ameritaba, se estaba aprovechando de mi prisa.

—Lo siento. Pero eso es —Comencé a revisar mis bolsillos, llegué solo a cincuenta bolívares. No sé de donde se me había ocurrido tomar taxi, si no cargaba dinero. Pensé en llamar a mi madre para que saliera, pero de seguro estaría igual y no quería molestar. El conductor me miró un poco disgustado esperando su paga. Seguí revisando la mochila y nada.

—Te puedes apurar —Me dijo.

—Momento señor, estoy buscando el dinero. No consigo —Dije intentando concebir alguna rebaja que nunca fue anunciada.

Paré de buscar, ya había revisado toda la mochila, cuando me di cuenta todas las cosas que cargaba dentro estaban regadas en la acera. La gente que pasaba me miraba, seguro me creían loco pero no me importaba nada en ese momento. ¿Qué iba a hacer?

—Señor, tengo solo cincuenta bolívares, si me da su dirección o el nombre a la línea que le trabaja, seguro le haré llegar el resto, pero por favor... —Supliqué.

—No. Quiero todo el dinero completo, ahora —Estaba que le gritaba que quizá mi padre se estuviera muriendo mientras yo discutía ahí con él, por doscientos bolívares. Miré la acera y vi los audífonos de mi celular, algo que difícilmente daría como cualquier cosa.

—Le ofrezco estos auriculares, los compré hace menos de un año, me costaron trescientos bolívares. Los toma y dejamos todo así. Por favor —El conductor los miró con extrañez, como una cosa rara, con desprecio, pero al parecer no tenía más salida.

—Está bien. Te aceptó los auriculares y esa mochila que acabas de dejar vacía.

—Ni loco, ya le di esto —Señale moviendo los auriculares frente a la ventana. No esperé a que dijera nada, se los lancé por la cara junto al billete de cincuenta, se quejó. Recogí mis cosas de la acera, las metí desordenadas en la mochila y me adentre en la clínica. Escuché el chirriar de cauchos contra el suelo del auto del taxista. Me había estafado, tenía cincuenta bolívares y unos auriculares que valían mucho más que lo que me estaba cobrando.

Él pudo haber tenido razón en que tenía que ser en efectivo, pero también tenía que entender que para ese momento no tenía nada de efectivo conmigo excepto los cincuenta.

Llegué a información y pregunté por el nombre de mi padre, Gilbert. Me señalaron el pasillo a donde era, corrí y vi a mi madre sentada en una banca recostada a la pared con su bolso en el regazo. Un pañito en el rabillo del ojo no dejaba ver las lágrimas que salían.

Cuando me vio se lanzó a mis brazos y yo a los de ellas. Quería saber que había pasado exactamente pero dejé que mojara un poco mi hombro, quería hacer lo mismo, pero tenía y debía ser fuerte por ella y por mí en ese momento. Se retiró y se quedó mirando.

—Mamá ¿Qué pasó?

—No lo sé, tu padre hoy amaneció muy cansado, le dije que se quedara en cama y no quiso, fui a la cocina a preparar el desayuno. Cuando estaba sirviendo su plato, escuché la puerta del cuarto, pensé que había tomado un poco de fuerzas para ir al baño. Me quedé tranquila, hasta que escuché un tosido, respiraciones entrecortadas y su voz llamándome, cuando solté el plato en el mesón salí corriendo a la sala y vi a tu padre como se estaba asfixiando y sus dedos como garras sobre su pecho. Mientras avancé a ver que podía hacer, cayó de rodillas justo en lo alto de la escalera y rodó hasta llegar a mis pies, su peso me tumbó, pero no me paso nada, él si tiene unos hematomas en la cabeza, en el brazo, se rompió la nariz. Los paramédicos que llegaron a recogernos cuando llamé a emergencias me dijeron que fue un pre infarto —Solo logré dar un gran resoplido de molestia.

—¿Y los médicos te han dicho algo?

—No. Nada, ni siquiera han salido —Dijo sollozando de nuevo —Albert, tengo miedo.

—Yo también... pero debemos controlarnos y tener cordura mamá —Que estupidez yo halando de cordura cuando había pateado el letrero de piso mojado, tumbado los papeles de una desconocida y discutido y lanzado unos auriculares a un conductor. Pero ella no lo sabía.

Le dije que se fuera a tomar un café o dar una vuelta por ahí cerca mientras esperábamos. Así hizo. Volvió y se sentó de nuevo a mi lado. Estuvimos esperando más de una hora a ver si los doctores salían pero nada y las enfermeras que lo hacían no decían nada.

Hasta que salió un médico preguntando por la familia Quintero. Ambos nos levantamos y se acercó.

—¿Usted es su esposa? —Preguntó el doctor a mi madre.

—Sí.

—Su esposo está estable ahora. Pero sigue delicado de salud. Ese pre infarto estuvo muy cerca de ser un infarto y de ser así no estaría vivo aún. Lo tendremos en la unidad de cuidados intensivos al menos por un par de días mientras esperamos que se mejore. El dolor le quedará, por eso debemos ser cuidadoso, no puede llevar emociones fuertes. ¿Qué fue lo que le pasó?

Mi madre comenzó a contar la misma historia que me había dicho, yo solo observaba. Mi padre casi fallecía y yo ignorándolo por una tontería, que delante de eso no era nada.

Pasamos todo el día allí en la clínica. Mi madre pendiente de él. Aún estaba sedado. Ya estaba oscureciendo y mi madre salió de la habitación.

—Albert si quieres vete a casa. Yo me quedaré con tu padre.

—No. Yo también me quedaré. Nos turnaremos para cuidarlo —Ella me miró pensándolo.

—No. Vete a casa a dormir, tienes clases mañana.

—¡No! Me quedaré. Me importa más mi familia que unas tontas clases —Terminé de hablar y ella solo asintió.

Nos pusimos a caminar de un lado a otro, hasta que las personas que transitaban pesadamente los pasillos fueron desapareciendo, incluso las enfermeras de guardia. Que no siempre estaban pendientes del todo de los pacientes. La clínica tenía unos sofás cama y mandé a mi madre a que descansara, ella sí que había tenido un día muy ajetreado. Tomé una silla y me senté a lado de la camilla donde estaba mi padre.

Lo vi recostado con manguerillas en la nariz y un tubo en la boca, sujetadas con cinta médica. Chupones en el pecho que registraban la lectura de los latidos de su corazón. Al darme cuenta de eso, me molestaba el no poder estar contento, o siquiera normal con él. Las manos estaban sueltas al costado, estiré mi mano izquierda y tomé la derecha de él —Aún estaba sedado. Según los doctores, no despertaría en cinco horas, apenas habían pasado dos— la envolví en la mía y recosté mi cabeza a la camilla. Me quedé dormido.

__________  

Supongo pasaron más de tres horas, mientras despertaba de un profundo sueño sentí una mano revolviendo mi cabello, pensé que todo había sido un mal sueño y que despertaría en casa para ir a la universidad, pero lo primero que detallé fue la sábana blanca de la camilla, olía a detergente ¿Sábana blanca y alguien revolviendo mí cabello? Abrí más los ojos y me reincorporé. Era mi padre, ya había despertado. Solo me quedé mirando a sus ojos cansados, pero le dio un ataque de tos y al parecer le dolía recuperar el aire. Lo vi así y me asusté, me iba a levantar para buscar una enfermera pero cuando al intentar dar la vuelta, él no me dejó. No me había fijado que tenía su mano sobre la mía en la camilla. ¿Cuánto tiempo llevaría ahí mirándome, jugando con mi cabello? Debió ser mucho tiempo, no lo sabía, pero tampoco me importaba ni molestaba. No me soltó la mano hasta que estuve sentado de nuevo.

Miré mi reloj, eran las 4:58am. Sí, llevaba tiempo despierto. Y dudaba que una persona que recién estaba sedada tuviera sueño como para seguir durmiendo.

Lo único que sabía era que tenía que aprovechar el tiempo.

—Papá —Comencé a decir— Discúlpame, mejor...perdóname por haberle dicho a mamá el secreto que me confiaste y quería que le guardará a mamá. Pero sabes que no era posible. Estaba en juego tu salud y...—Mientras lo miraba a los ojos veía como se entristecían y presionaba aún más fuerte mi mano. Negó con la cabeza, no sé qué quería decirme así que seguí hablando—: y... bueno, no es cualquier cosa —Me volvió a dar un apretón y lo miré, volvió a negar. Había entendido: no quería que hablara de eso. Cerró sus ojos para descansar, no se durmió, seguía apretando mi mano.

Mi madre seguía durmiendo, la dejaría así un par de horas más. O hasta que llegarán las enfermeras a hacer revisión en la mañana. Yo recosté la cabeza de nuevo en la camilla pensando en que así él no quisiera luego me disculparía sinceramente, pero estaba tan cansado en ese momento que me dormí de nuevo.

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