25. Tomando mi mano
Albert
Me agradaba ese nuevo semestre que estábamos comenzando, muchas cosas nuevas.Alguien nuevo en mi vida, ella. No la decepcionaría por nada. Ese día en clases fue extraño. No sabíamos cómo actuar, que risa ¿Eso les pasaba a las parejas?Sin embargo no fue tan incómodo como me lo imaginé.
Más días en clases y ya nos comenzaban a atiborrar de actividades. Talleres,trabajos, exámenes, exposiciones y más exámenes. Uno que otros en pareja, lo que quería decir que los haría con ella ¿no? A menos que solo la relación fuera estrecha en lo personal pero no en lo estudiantil. Ella siempre hacía pareja con Gisell. Excepto aquel último que nos escogieron a los dos para hacerla juntos. Eso se hablaría. Hasta los momentos las conversaciones nos habían ayudado para mejorar.
Ya iba casi un mes desde que todo comenzó. Exactamente tres semanas.. No sabía si hacerle un gran regalo por el mes o sería extraño, ya que lo que he escuchado es que pocos saben si tomar en cuenta el primer mes o no. Ya que es el inicio y nadie sabe si eso continuará.
Tenía que ir a clase, pero mi madre pidió que acompañara a mi padre a una cita con el cardiólogo, al parecer presentó el colesterol alto y tiene que hacerse un electrocardiograma. No tenía evaluaciones así que acepté. Le escribí a Sofía que tomara apuntes por mí, le expliqué los motivos. Ella aceptó.
Estaba en pijama, busqué en mi closet y me cambié. Me puse una camisa manga corta de cuadros verdes con azules, lo que de lejos parecía un aguamarina oscuro y un jean negro, un poco angostos en la parte baja de la rodilla. No tan ajustados como lo usaban otro, pero si lo agradable ante mis ojos. Bajé a la sala y mi padre ya estaba listo. Nos despedimos de mi madre y salimos. Ese día yo conduciría, cosa rara.
Entramos al auto, quise ser muy precavido porque estaba con mi padre quien siempre me examinaba cuando lo hacía. Así que ajusté el retrovisor, verifiqué la palanca de cambio, miré atrás, bajé la ventanilla para arreglar el espejo de los lados. Le pedí a mi padre que acomodara el de su lado. Todo bien.
Encendí el auto y retrocedí hasta la calle y avanzamos.
Todo el camino fue muy silencioso. Normalmente hablaba con mi padre siempre que había más personas ya que hablaban de un tema en específico y todos opinábamos. Pero ahora estábamos solos y no sabía si quería hablar o no. Lo miré de reojo, quería mucho a mi viejo padre, aunque pocas veces se lo demostrara.
—Papá... y ¿Que te han dicho para lo del colesterol? —Pregunté habiendo pasado solo diez minutos en total silencio, lo cual fue toda una eternidad. Carraspeó su garganta y respondió:
—Aún no lo sé, en los exámenes de sangre que me hice salió eso, pero me dijeron que lo fuera a confirmar con el electrocardiograma, ya que es peligroso para el corazón.
—Ahh ok —De nuevo silencio.
No sabía que más conversar o si tenía que dejar el resto del viaje en total silencio. Aún faltaban veinte minutos para llegar, era al otro lado de la ciudad.
—Supe que eres novio de Sofía —No pude evitar sonreír al escuchar eso de mi padre.
—Sí, así es...
—Es una linda chica. Tienes buenos gustó —Me miró y sonrió levemente.
—Lo es —¿Era momento de preguntarle y pedir consejo por el regalo del mes? Tal vez sí.
—¿Y desde cuando son novios? —Preguntó.
—Desde hace... —Si decía las tres semanas exactas sonaría extraño, por lo que dije—: Casi vamos un mes.
—¿Cómo que casi cuatro semanas? ¿Acaso no estás enamorado? ¿De verdad te gusta?
—¿Por qué? —Pregunté sorprendido. No sabía a qué se refería.
—Porque cuando uno de verdad está enamorado, te sabes la cantidad exacta de meses si es el caso, semanas, días incluso nos embobamos con las horas —Tenía razón —Te hago de nuevo la pregunta: ¿Cuánto tiempo llevas de novio con Sofía? —Okey. Desataría todo mi amor.
Orillé el auto para hacerlo con todo el propósito.
—Llevo tres semanas, y a ver... —Miré el reloj en mi mano izquierda mientras aún sostenía el volante. Recordé que acabábamos de salir del servicio de su iglesia calculando la hora, debían de ser la 1 de la tarde. Y justo ahora eran las diez de la mañana — veintidós horas. Lo que quiere decir que en dos horas tendremos tres semanas y un día. ¿Así?
—Así mismo es —No pudimos aguantar más la risa y la dejamos salir dentro de aquel pequeño auto —Ya. Enciende el auto o llegaré tarde a mi cita con el doctor —Dijo mientras reía todavía. Hice lo que me dijo y seguimos nuestro camino.
Mientras íbamos todavía en camino paré más adelante para comprar dos gomas de mascar. No sé porque, solo me habían provocado. Le di una a mi padre y otra la comencé a comer.
—¿Y ya hablaste con el papá de Sofía? —Mi corazón se paralizó. Ella me había hecho el comentario muy por encima. Pero sentía algo de temor y ahora que mi padre lo decía sonaba muy serio. Y tenía que ser así.
—No. No lo he hecho. Pero estoy en esos planes.
—Mal hecho —Dijo— Lo primero que haces cuando tienes una novia es pedirle permiso a sus padres, porque de eso dependerá la confianza y respeto que te ganes con su familia. Además podrán salir a pasear por ahí —Me golpeó suave el hombro en juego— sin tener que decir verdades a medias —Recordé la historia que mi madre me había contado sobre lo que había hecho mi padre. Las personas antes tenían mucha más valentía. Ahora muchos se acobardaban de lo más mínimo.
—Lo sé. Pero me da un poco de temor —Mientras mi voz se apagaba.
—Eso es normal. Pero debes afrontarlo —Dijo seriamente. ¡La pregunta del regalo del mes! Debía hacerla. Era el momento perfecto.
—Papá... sabes tengo otra duda... más que una duda, es algo en lo que no sé cómo decidir. —La pequeña burla se apagó y se puso serio.
—¿Qué quieres decir? ¿No la habrás embarazado tan rápido o sí? —¡¿Embarazado?! Sí como mucho nos habríamos dado besos sencillos y sin tantos jugueteos ni nada.
—¡No! Exageras. Es sobre el mes que ya voy a cumplir con ella. Y quiero saber si debo hacerle un regalo o no.
—Ah eso. Sí —Dijo secamente.
—¿Así? —Escudriñe, para saber más— ¿Solo sí?
—Exacto —Comenzó a decir—, no hay muchos motivos que explicar. Muchos piensan que es estúpido regalar algo el primer mes. Porque no saben si durará o no el noviazgo y demás. Pero ¿Y si todo sale perfecto? Entonces es mejor que quede como el mejor regalo que le pudiste haber hecho jamás a tu novia. A la personas que estas comenzando a querer, amar —¿Por qué nunca comencé a hacerle muchas preguntas que me surgieron a mis padres? Ellos sabían y querían enseñarme, solo que yo no quise —Asentí.
Cuando me di cuenta ya estaba estacionando el auto. Y era ya algo decisivo. Le compraría un regalo a Sofía ¿Pero que le gustaba? Ya tenía una tarea personal que investigar y tenía en mente con quien lo haría.
Llegamos al centro cardiológico y bajamos del auto. Fuimos hasta la ventanilla de la recepcionista. Mi padre se acercó para dar sus datos y espera de la consulta. Llegamos a tiempo, solo faltaba una persona por delante y luego él.
Pasaron los minutos hasta que fue llamado. Él pasó solo y me quedé afuera esperando. Me levanté de donde estaba y me acerqué a un expendedora de café. Introduje el billete y un vaso de cartón salió de una pequeña plataforma de abajo y el café se comenzó a servir solo. Cuando terminó lo tomé en mis manos y lo bebí.
Pasados veinticuatro minutos mí padre salió del consultorio. Me dijo que había que esperar media hora más a esperar que lo volvieran a llamar para hablar con el doctor y así él le daría los resultados del electrocardiograma. Esperamos hasta que lo volvieron a llamar, entró no duró ni diez minutos dentro cuando salió de lo más tranquilo. Caminamos de nuevo al estacionamiento, subimos al auto y de nuevo camino a casa.
—Tengo angina de pecho. Eso es el motivo por el cual me he estado cansando muy rápido los últimos meses. El músculo cardíaco o músculo del corazón no recibe suficiente sangre rica en oxígeno. El doctor me mandó a tomar nitroglicerina, una pastilla que debo colocar debajo de mi lengua si siento un dolor en el pecho. Además debo regular los ejercicios físicos.Estos deben ser aprobados por el médico. El ejercicio está bien para personas que como yo que tienen angina de pecho, pero tienen que ser unos evaluados por el diagnostico hecho. En general no puedo hacer tanta fuerza. —Yo no supe qué decir, solo seguí mirando el camino en frente. Mi fuerte padre con un delicado corazón—. Y por nada, quiero que se lo digas a tu madre o se preocupará más dela cuenta. Lo sabes. —Él tenía razón, pero era imposible no poder decírselo y que tuviera a su esposo ahí como si nada pasara cuando realmente pasaba de todo.
Llegamos a la casa e inmediatamente subí al cuarto y me encerré. No quería saber nada de su mentira. El preocupado era yo. Y si tenía contacto con mi madre, de seguro le diría todo.
Miré el techo, la ventana, el televisor, no aguantaba, se lo tenía que decir a mi madre, no podía aguantar más. Bajé a la sala a de nuevo, escuché sus voces en la cocina. Cuando entré lo vi cargando una caja de cerámicas que pondría encima de la despensa de la cocina. Él me miró inmediatamente con reproche, con su mirada me intentaba decir que me callara, que no dijera absolutamente nada.
—Papá déjame ayudarte —Le dije.
—No. Tranquilo. Yo puedo —Su respiración sonó entre cortada. Pero era tarde, ya la mecha de la dinamita que había en mi mente se había encendido por reacción y se consumió rápido. Hasta que hizo lo que tenía que hacer: Estallar.
—¡No, no puedes! —Di un grito. La rabia me consumía. La alteración llegó y se apoderó —Venimos del cardiólogo ¡¿Y aún tú tienes la santa mentira de decir que estás bien?! ¡¿Que estas completamente sano?! —Mi madre me miró. No sabía lo que pasaba. Pero pude ver en sus ojos el miedo de mi alteración. Mi padre aún sostenía con fuerza la caja. Lo que me seguía molestando. Y continué—: Mamá. Mi padre tiene angina de pecho —Recalqué—. La sangre que corre por su cuerpo no tiene el suficiente oxígeno para compensarlo y cualquier fuerza exagerada lo puede poner en completo riesgo, le podría dar un paro o quien sabe que otra cosa. Y le podría ¿Verdad papá?
En ese momento la caja que él sostenía solo estaba apoyada de una esquina en el mesón central y él la dejó caer. Un estruendoso ruido inundó la casa. Como miles de vajillas quebrándose. Como Rolling in the deep, de Adelle. Mi madre gritó del susto. Ya estaba llorando por mí, por mi rabia, por la mentira, por el susto.
—Y lo siento papá —Le dije—. Pero es estúpido que me digas que guarde un secreto donde se compromete tu salud —Me di la vuelta y salí de la cocina. El llanto de mi madre ahogaba mis oídos. Me estremecía. No había oído llorar así a mi madre desde nunca.
—Eres un... —Escuché la voz de mi padre, él gritó desde la cocina, pero no terminó de decir nada.
—¡Ya! —Escuché a mi madre por último mientras subía las escaleras a mi cuarto. Sentí el rostro muy húmedo. Pensé que era calor o rabia, pero eran lágrimas que habían surgido por la ira. Pasé mi mano derecha limpiándolas y secándolas en el jean. Entré y me tiré en la cama boca abajo. Quise gritar, pero no lo hice.
Al día siguiente intenté olvidar lo del pasado. Día miércoles. Cuando iba al baño me crucé con mi padre en el camino. Me ignoró totalmente. Creo que me odiaba. Hizo como para entrar al baño, pero siguió camino abajo. Entré al baño, me di un baño, salí y me vestí. Me puse un suéter gris algo ajustado con capucha, la cual usé ese día, a pesar que no había ni señales de lluvia.
Estando listo bajé y salí sin despedirme de ninguno de los dos. No tenía nada contra mi madre, pero no quería nada. Quería evitar lo más que pudiera. No los había visto desde el momento de la discusión, excepto a mi padre.
Tomé el bus más temprano de lo normal. Mientras iba en camino le escribí a Sofía que me esperara en la entrada. Quería hablar con ella y quizá desahogarme un poco.
Al llegar la vi afuera, bajo el frondoso árbol. Me acerqué y roce sus labios en un tierno beso. Me abrazó —Era tan extraño ver a alguien quien antes fue duro contigo y ahora era tierna.
Nos sentamos en el césped, le dije cuanto me había hecho falta el día anterior y ella expresó lo mismo. Luego de eso comencé a contarle lo que había pasado el día anterior con mi padre. Dijo que estuvo bien lo que hice, más no la manera en que lo hice. Y ella tenía razón.
Miró su reloj. Ya era hora de entrar a clases.
Me levanté del césped y le tendí mi mano. La recibió, la ayudé a levantarse y nos fuimos al salón de manos tomadas. Se sentía muy bien tener a alguien en quien complementar tu vida. Como dijo mi madre. Ella me ayudaba a complementar la mía. En cuatro días cumpliríamos un mes de aniversario. Tan rápido.
Entramos a clases y comenzó lo rutinario. Llegó la profesora Natalia de ciencias metodológicas. La asignatura consistía en hacer un proyecto basándonos en datos de alguna empresa, la cual teníamos que buscar. Eran equipos de cuatro, ya estábamos completos. Nos reunimos Gabriel, Gisell, Sofía y yo. La empresa que escogimos fue la del tío de Gabriel. Era uno de los personajes más importantes de la empresa, lo que nos facilitaría la obtención de información que llegáramos a necesitar.
Terminamos de conversar y aclarar dudas sobre el proyecto y la profesora se acercó con una hoja donde debíamos anotar el nombre de la empresa y un número telefónico, que si no lo teníamos en el momento, debíamos llevarlo la próxima clase. Terminó la clase. Entramos a la que siguió y a la que siguió. Al salir me sentía agotado mentalmente y no sabía porque. Creo que ya me estaba haciendo la idea de que ir a casa en ese momento no era buena idea. No estaba en ella y ya sentía la tensión que se podría sentir.
Le dije a Gabriel si podía ir a su casa, pero no podía. Saldría no sé a dónde. Gisell, jamás. Solo me relacionaba con ella por Sofía, hablábamos solo lo necesario. Estaba la casa de Sofía y quería pero me daba pena.
Los cuatro caminamos hasta la entrada de la universidad y Gabriel y Gisell se despidieron. Quedamos nosotros dos y Sofía me dijo que tenía algo que decirme. Volvimos a aquel árbol. Ya se estaba haciendo sitio de reuniones. No estaba mal.
Al sentarnos y dejar nuestros cuerpos descansar ella comenzó a hablar:
—Albert ¿Sabes que si quieres que sigamos saliendo y no a escondidas, debes decirle a mi padre? —Sentí un golpe seco en el cráneo. Era certero. Era casi real.
—Sí, lo sé —Expresé—. Y quiero hacerlo pero siento algo de miedo.
—Pero debes—Dijo—. Yo también tengo mucho más miedo del que creo tu puedes sentir, es mi padre. No sé cómo reaccionará.
—Entiendo.
—Además ya vamos para un mes —¿Ella lo recordaba? Eso podría ser una buena señal—. Y es buena la formalidad de que podamos estar con la conciencia tranquila.
—¿Y cuándo podemos hablar con él? —Pregunté.
—Hoy. Hoy es el día perfecto para que hablemos con él. Tiene el día libre, está relajado en casa, por lo que podría resultar bien. Lo máximo que pueda decir es que no te acepte y lo dudo ya que te conoce de pequeño. Nuestras familias se conocen de siempre.
—Sí. Está bien. Vamos —Me sentí totalmente decidido. Comencé a pensar en cientos de frases, palabras de cómo expresarme frente al señor Frank. El corazón se me aceleraba solo de pensarlo.
—Okey. Tranquilo que todo saldrá bien —Dijo calmadamente y tomando mi mano.
__________
Llegamos a su casa. Mi garganta pareció estar eclipsada por un calor desértico. No sentía saliva alguna. Moví la lengua dentro de la boca de un lado a otro para producir un poco, pero nada. Era porque no había tomado mucho líquido ese día.
Ella abrió la puerta principal. La sala del mismo espacio que la de casa, pero mucho más acomodada. Como sala decorada por diseñadores de interiores. Hermosa.
—Toma asiento ahí —Me señaló Sofía el mueble grande. Lo hice.
La vi subir las escaleras. Voces entre murmullos y luego volvió a bajar. Comencé a frotar una mano contra otra. Ella me dijo que esperara un poco que Miranda bajaría en minutos. Ella iba a tomar agua.
—¿Quieres? —Me ofreció a lo que asentí.
Volvió y se sentó en el mismo sofá que yo. Me tomé el agua de un sorbo. Tenía mucha sed. Mucho miedo.
Miranda apareció en lo alto de las escaleras y comenzó a bajar.
—Hola Albert. Tiempo sin verte. ¿Cómo estás? —Se acercó y antes que respondiera ya me estaba dando un abrazo y un beso en la mejilla.
—Bien. Todo bien, sin mucho que contar ¿Y usted? —Pregunté.
—Ya te he dicho que no me llames de "usted" que me haces sentir más vieja de lo que ya estoy —Carcajeó.
A los minutos apareció el señor Frank por la puerta de la cocina. Miranda le echó una mirada a Sofía de complicidad. Sofía asintió. Miranda se levantó y se fue a la cocina y cuando se encontró con el señor Frank le susurró algo.
Sentía algo cercano a un pre infarto ¿Eso se sentía? Ya no sabía que decir, que pensar. Solo el corazón bombeando sangre rápidamente por mi cuerpo.
—Hola Albert. Que alegría verte de nuevo —Me tendió la mano y fue bien recibida por la mía. Sudada, las había estado frotando y produciendo calor inconscientemente por nervios.
—Hola señor Frank —No dije más, no quería hablar de más e innecesario.
—Sofía me dijo que querías hablar conmigo —Comenzó a hablar— ¿Cómo para que será?
—Ummm bue... bueno señor lo que pasa es que... —¿Cómo se lo decía? ¡No sabía! Enredo total en mi mente. No quería balbucear, pero ya lo había hecho, lo que mostraba mucho más que nerviosismo. ¿Y si se molestaba? ¿Qué pasaría? Tenía que terminar con todo de una vez por todas —Sofía y yo hemos estado saliendo.
—Sí, me comentó.
—Y hemos compartido mucho más de lo normal —Seguí— y nos gustamos. Por eso vengo a pedirle el respeto y la confianza formalmente para que acepte nuestra relación, y justo en cinco días cumpliremos un mes. Y no queremos seguir nuestro noviazgo sin el consentimiento de usted y de la señora Miranda.
—Que no me llames señora —Gritó Miranda desde la cocina. Yo sonreí pero al señor Frank no le causó gracia alguna. Estaba inanimado. No dijo nada, no emitió ningún ruido. La señora Miranda apareció con cuatro vasos de jugo de limonada y los puso en la mesa del centro. Miré a Sofía averiguando qué pasaba pero su mirada no me dijo nada. Ella solo observaba a su padre. El señor Frank tomó uno de los vasos y dio un sorbo. Sentí que preparó su voz y habló.
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